XIV

María Guavaira despertó con la primera luz del alba. Estaba en su cuarto, en la cama, y había un hombre dormido a su lado. Oía su respiración, profunda, como si anduviera transportando desde la médula de los huesos el renuevo de sus fuerzas, y, medio inconsciente, quiso que su propia respiración acompañara a la de él. El movimiento diferente del pecho hizo que reparara en su desnudez. Se recorrió el cuerpo con la manos, desde el centro de los muslos, rodeando el pubis, después por el vientre hasta los senos, y de pronto recordó su grito de asombro cuando dentro de sí el gozo explotó como un sol. Ahora despierta del todo, se muerde los dedos para no gritar el mismo grito, pero querría reconocer en el sonido reprimido las sensaciones, hacerlas para siempre inseparables, o quizá era el deseo que volvía a despertar en ella, quién sabe si el remordimiento, la angustia que dice la conocida frase, Qué va a ser de mí ahora, los pensamientos no son aislables de otros pensamientos, las sensaciones no son puras de otras impresiones, esta mujer vive en el campo, lejos de las artes amatorias de la civilización, dentro de poco llegarán los dos hombres que vienen a trabajar las tierras de María Guavaira, qué les va a decir, con la casa llena de extraños, no hay nada como la luz del día para que las cosas cambien de figura. Pero este hombre que duerme lanzó una piedra al mar, y Joana Carda cortó el suelo en dos, y José Anaiço fue el rey de los estorninos, y Pedro Orce hace temblar la tierra con los pies, y el perro ha venido de no se sabe dónde para reunirlos a todos, más que a los otros me unió a ti, tiré del hilo y llegaste hasta mi puerta, hasta mi cama, hasta el interior de mi cuerpo, hasta mi alma, que sólo de ella puede haber salido el grito que di. Durante unos minutos se le cerraron los ojos, cuando los abrió vio que Joaquim Sassa se había despertado, sintió la dureza de su cuerpo, y jadeando de ansiedad, se abrió a él, no gritó, pero lloró riendo, y el día se hizo claridad. De lo que dijeron no vale la pena levantar un registro indiscreto, ponga cada quien lo que pueda, intente sacar de su imaginación, lo más probable es que no acierte, incluso pareciendo tan limitado el vocabulario del amor.

Se levantó María Guavaira y su cuerpo es blanco como Joaquim Sassa había soñado, ella dice, No quería ponerme estas ropas mías oscuras, pero no tengo tiempo ahora de buscar otras, van a llegar los hombres. Se vistió, volvió a la cama, cubrió con sus cabellos el rostro de Joaquim Sassa y lo besó, después huyó, salió del cuarto. Joaquim Sassa dio una vuelta en la cama, cerró los ojos, va a quedarse dormido. Hay una lágrima en una de sus mejillas, tanto puede ser de María Guavaira como suya, los hombres también lloran, no es ninguna vergüenza y sólo les hace bien.

Éste es el cuarto donde se quedaron Joana Carda y José Anaiço, tienen la puerta cerrada, duermen aún. Esta otra puerta está entreabierta, el perro vino a mirar a María Guavaira, luego volvió hacia dentro, se acostó de nuevo, vigilante del sueño de Pedro Orce, que descansa de sus aventuras y descubiertas. Se adivina en la atmósfera que el día de hoy va a ser de calor. Las nubes vienen del lado del mar y parecen correr más de prisa que el viento. Junto a Dos Caballos hay dos hombres, son los asalariados que han venido al jornal, hablan entre sí y dicen que la viuda, que tanto se queja de lo poco que rinde el campo, se ha comprado un coche, Muerto el hombre, viva la alegría, esta sarcástica sentencia fue del mayor. María Guavaira los llamó, y mientras encendía el fuego y calentaba el café les explicó que había dado albergue a unos viajeros perdidos, tres son portugueses, pero hay un español, están durmiendo todavía, los pobres, Usted aquí sola no está muy segura, dijo el más joven, pero esta frase, tan humanamente solidaria, es sólo una variante de muchas otras que ya ha dicho, orientadas en muy diferente sentido, Lo que tenía que hacer usted es casarse otra vez, necesita un hombre que le mire por la casa, y no iba a encontrar, y no es por alabarme, uno mejor que yo, tanto para el trabajo como para lo demás, Lo que pasa es que le tengo ley, ya ve, me gusta mucho, Un día de éstos me verá entrar por la puerta y aquí me quedo, Me está haciendo usted perder la cabeza, que uno no es de palo, Te advierto que como te acerques a mí te doy con un tizón en la cara, esto fue lo que dijo una vez María Guavaira, y el más joven no tuvo más remedio que volver a la primera frase, modificándola un poco, Lo que necesita usted es alguien que cuide de todo esto, pero ni siquiera así ha logrado nada, hasta hoy.

Se fueron los trabajadores al campo y María Guavaira volvió a la habitación. Joaquim Sassa estaba durmiendo. Lentamente, para que no se despertara, abrió el baúl y empezó a elegir ropa de su tiempo de claridades, tonos rosa, verde, azul, el blanco y el colorado, el naranja y el lila, y los abigarrados colores femeninos, no es que esto sea guardarropa de teatro o ella acaudalada labradora, pero todo el mundo sabe que dos vestidos de mujer son una fiesta y con dos blusas y dos faldas se arma un arco iris. La ropa huele a naftalina y a cerrado, María Guavaira irá a tenderla al sol para que se evaporen las miasmas de la química y del tiempo muerto, y cuando baja así, con los brazos llenos de colores, encuentra a Joana Carda que ha dejado también a su hombre al cobijo de las sábanas y, como comprende de inmediato lo que está ocurriendo, quiere ayudar. Se ríen las dos en el tendedero, el viento les da en el pelo, las ropas estallan y ondean como banderas, dan ganas de gritar viva la libertad.

Vuelven a la cocina para preparar la comida, huele a café recién hecho, hay leche, pan del más sabroso, queso duro, dulce de fruta, estos aromas juntos despiertan a los hombres, apareció primero José Anaiço, luego Joaquim Sassa, el tercero no fue hombre sino perro, se asomó a la puerta, miró y se volvió atrás, Va a llamar al amo, dijo María Guavaira, que tiene teóricamente más derechos de propiedad, pero que ha hecho ya acto de renuncia. Apareció al fin Pedro Orce, dio los buenos días y se sentó callado, se nota en su mirada cierta irritación cuando observa los aun así muy discretos gestos de ternura con que se expresan los cuatro, tanto dos por dos como todos juntos, el mundo de la alegría tiene su propio y diferente sol.

No está bien ese despecho de Pedro Orce, que se sabe viejo, pero es deber nuestro comprenderlo, si todavía no se ha resignado. José Anaiço quiere meterlo en la charla común, le pregunta si le ha gustado el paseo nocturno, si fue el perro buena compañía, y Pedro Orce, ya pacificado, agradece interiormente la mano tendida, llegó la frase en su momento justo, antes de que la amargura complicase aún más el sentimiento de privación, Fui hasta el mar, dijo, y aquí hubo un gran asombro, mayor el de María Guavaira, que sabe muy bien dónde el mar queda y lo difícil que es llegar. Pero si no hubiera llevado conmigo al perro, no lo habría conseguido, dice Pedro Orce, y recordó de pronto el barco de piedra, se quedó turbado, incapaz de entender, durante algunos segundos, si aquel navío fue sólo un sueño o si fue algo concreto y real, Si no he soñado, si no fue todo imagen soñada, el barco existe, está allí en este preciso instante, yo estoy aquí sentado tomando este café y el barco está allá, y, tales son los poderes de la imaginación, pese a haberlo visto sólo a la luz escasa de unas pocas estrellas, ahora lo imaginaba en su cabeza en pleno día, con el sol y el cielo azul, la roca negra bajo el barco mineralizado, Encontré un barco, dijo, sin pensar que podría estar engañado, desarrolló su teoría, expuso, aunque con alguna imprecisión en los términos, el proceso químico, pero pronto empezaron a faltarle las palabras, le inquietó la expresión de María Guavaira, desaprobadora, y terminó con otra hipótesis de salvaguardia, También admito que pueda ser un extraño efecto de la erosión, desde luego.

Joana Carda dijo que quería ir a verlo, José Anaiço y Joaquim Sassa se mostraron de acuerdo inmediatamente, sólo María Guavaira no hablaba, se miraban ella y Pedro Orce. Se callaron los otros, comprendían que faltaba por decir la última palabra, si es que realmente existe para todas las cosas una última palabra, lo que plantea la delicada cuestión de saber cómo quedarán las cosas después de haberse dicho todo sobre ellas. María Guavaira sostuvo la mano de Joaquim Sassa como si fuera a prestar juramento, Es un barco de piedra, dijo, Eso es lo que acabo de decir, se volvió de piedra con el tiempo, puede haberse mineralizado, pero también es posible que sea obra del azar y que su forma de hoy haya sido labrada y perfeccionada por el viento y otros agentes atmosféricos, lluvia, por ejemplo, e incluso el mar, pudo haber una época en la que el nivel del mar estaba más alto, Es un barco de piedra que siempre fue de piedra, es un barco que viene de muy lejos, y ahí se quedó después que desembarcaran las personas que viajaban en él, Las personas, preguntó José Anaiço, O una persona, de eso no estoy segura, y de lo que se dice, qué hay de certeza, qué certeza puede haber, dudó preguntando Pedro Orce, Decían los antiguos, a quienes se lo habían dicho otros más antiguos, y a éstos otros más antiguos aún, que en esta costa desembarcaron, en barcas de piedra, llegados de los desiertos del otro lado del mundo, unos santos, algunos llegaron vivos, otros muertos, como fue el caso de Santiago, las barcas quedaron encalladas desde esos tiempos, y ésta es sólo una de ellas, Cree realmente lo que dice, preguntó Pedro Orce, La cuestión no está en creer o no creer, todo lo que vamos diciendo se añade a lo que es, a lo que existe, primero dije granito, luego digo barco, cuando llego al final de mi decir, aunque no crea lo que dije tengo que creer que lo he dicho, muchas veces con eso basta, también el agua, la harina y el fermento hacen el pan.

Le ha salido a Joaquim Sassa una moza erudita, una minerva de los montes galaicos, a veces ni pensamos en eso, pero la verdad es que las personas saben todas mucho más de lo que creemos, la mayoría ni imaginan la ciencia que tienen, el mal está en querer pasar por lo que no son, pierden entonces saber y gracia, mejor que hagan como María Guavaira que se limita a decir, He leído algunos libros en mi vida, la maravilla es que haya sacado provecho de ellos, no es esta mujer tan presuntuosa que lo dijera de sí misma, es el narrador, amante de la justicia, quien no puede resistir al comentario. Va Joana Carda ahora a preguntar cuándo irán a ver la barca de piedra, en el momento en que María Guavaira, quizá para que no se prolongue el debate en terrenos que no serán ya de su competencia, decíamos, en ese momento puso María Guavaira la radio que tenía en la cocina, el mundo tendrá noticias que darnos, es así todas las mañanas y son aterradoras las noticias, pese a haber perdido las primeras frases, pronto reconstruidas, Desde la noche de ayer, inexplicablemente, la velocidad del desplazamiento de la península se ha alterado, la última medición registra más de dos mil metros por hora, prácticamente cincuenta kilómetros diarios, es decir, el triple de la que se venía comprobando desde que la deriva comenzó.

Debe de haber en este momento un silencio general en toda la península, las noticias se oyen en las casas y en las plazas, pero no falta quien de ellas no se entere hasta más tarde, como los dos hombres que trabajan para María Guavaira, están allá en los campos, lejos, apostemos a que el más joven dejará de lado los cortejos y galanteos y no pensará más que en su vida y salvaguarda. Pero lo peor está aún por venir, cuando el locutor lee la noticia de Lisboa, tarde o temprano tenía que saberse, ya mucho duró el secreto, Hay gran preocupación en los medios oficiales y científicos portugueses, dado que el archipiélago de las Azores se halla precisamente en el camino que la península viene siguiendo, ya se notan los primeros síntomas de inquietud en la población, aunque aún no se puede hablar de pánico, pero es de prever que en las próximas horas se ponga en ejecución un plan para evacuar las ciudades y villas del litoral más directamente amenazadas por el choque, en cuanto a nosotros, españoles, podemos consideramos a salvo de efectos inmediatos, ya que, situadas las islas Azores entre los paralelos treinta y siete y cuarenta, y estando toda Galicia al norte del paralelo cuarenta y dos, fácilmente se observará que, de no haber modificación en el rumbo, sólo el país hermano, siempre desgraciado, sufrirá el impacto directo, sin dejar de lado, claro está, las propias y no menos desgraciadas islas que, por sus reducidas dimensiones, corren peligro de desaparecer bajo la gran masa de piedra que ahora se desplaza, como hemos dicho, a la impresionante velocidad de cincuenta kilómetros diarios, siendo incluso posible que, por otra parte, las islas actúen como freno providencial que detendría esta marcha hasta ahora incontenible, estamos todos en manos de Dios, ya que no bastarán las fuerzas del hombre para evitar la catástrofe si ella ocurre, afortunadamente, repetimos, los españoles estamos más o menos a salvo, pese a todo, nada de optimismos exagerados, siempre hay que temer las consecuencias secundarias del choque, se recomienda por tanto la máxima vigilancia, deberán mantenerse sólo junto a las costas gallegas aquellas personas que, por la naturaleza de sus obligaciones y deberes, no puedan retirarse a las regiones del interior. Se ha callado el locutor, viene ahora una música hecha para bien distinta ocasión, y José Anaiço, recordando, le dice a Joaquim Sassa, Tenías razón cuando hablabas de las Azores, y tanto puede la humana vanidad, hasta en este riesgo extremo de la vida, le gustó a Joaquim Sassa que ante María Guavaira fuera públicamente reconocida la razón que había tenido, sin mérito, recogida como fue entre puertas en los laboratorios adonde con Pedro Orce fue llevado.

Como en un sueño repetido, José Anaiço hacía cuentas, pidió papel y lápiz, esta vez no iba a decir cuántos días tardaría Gibraltar en pasar frente a las almenas de la sierra de Gádor, aquél era tiempo de fiesta, ahora es preciso apurar cuántos días faltaban para incrustar el cabo de la Roca en la isla Terceira, siente uno escalofríos y se le eriza el cabello sólo de pensar en ese terrible momento, después de que la isla de San Miguel se hunda como un espigón en las blandas tierras del Alentejo, en verdad, en verdad os digo, que no hay mal del que uno se libre. Dice José Anaiço finalizados sus cálculos, Llevamos andando cerca de trescientos kilómetros, y como la distancia de Lisboa a las Azores es de unos mil doscientos kilómetros, tendremos que recorrer aún novecientos, y novecientos kilómetros a cincuenta kilómetros diarios en números redondos da dieciocho días, es decir, allá por el veinte de septiembre, probablemente antes, estaremos llegando a las Azores. La neutralidad de la conclusión era una forzada y amarga ironía que no hizo reír a nadie. María Guavaira recordó, Pero nosotros estamos aquí en Galicia, fuera del alcance, No hay que fiarse, advirtió Pedro Orce, basta con que se altere el rumbo un poco, hacia el sur, y seremos nosotros los que topemos de lleno contra las islas, lo mejor, y lo único que se puede hacer, es huir hacia el interior, como recomendó el locutor, e incluso así nada es seguro, Dejar la casa y las tierras, Si ocurre lo que se anuncia, ya no habrá ni casas ni tierras. Estaban sentados, de momento podían estar sentados, podían estar sentados durante dieciocho días. La leña ardía en el hogar, estaba el pan sobre la mesa, había otras cosas, leche, café, queso, pero era el pan lo que atraía las miradas de todos, la mitad de un pan grande, con corteza espesa y miga compacta, sentían aún en su boca el sabor, hace tanto tiempo, pero la lengua reconocía el granulado que había quedado de la masticación, llegando el día del fin del mundo miraremos a la última hormiga con el doloroso silencio de quien sabe que se despide para siempre.

Joaquim Sassa dijo, Mis vacaciones acaban hoy, para hacer bien las cosas, tendría que estar mañana en Porto, en el trabajo, estas objetivas palabras fueron sólo el principio de una declaración, No sé si vamos a seguir juntos, es cuestión que tendrá que ser resuelta, pero, por mí, quiero estar donde esté María si ella lo acepta así y si lo quiere. Ahora, y como cada cosa deberá ser dicha en su tiempo, y como cada pieza deberá ser ajustada según orden y secuencia, esperaron a que María Guavaira, convocada, hablase en primer lugar, y ella dijo, Eso quiero, sin otros circunloquios innecesarios. Dijo José Anaiço, Si la península topa contra las Azores, las escuelas no abrirán tan pronto, y hasta es posible que ya no abran nunca, me quedaré con Joana y con vosotros si ella decide quedarse. Ahora le tocaba a Joana Carda, que como María Guavaira dijo sólo tres palabras, las mujeres están hoy poco habladoras, Me quedo contigo, fueron éstas porque lo estaba mirando directamente a él, pero todos entendieron el resto. Por fin, el último, porque alguien tenía que serlo, Pedro Orce dijo, Yo voy a donde vayamos, y esta frase, que obviamente ofende a la gramática y a la lógica por exceso de lógica y tal vez de gramática, deberá quedar sin corrección, tal cual fue dicha, acaso le encuentre alguien un particular sentido que la absuelva y justifique, quien de palabras tenga experiencia sabe que de ellas se debe esperar todo. Los perros, es sabido, no hablan, y éste ni un sonoro ladrido puede soltar en muestra de jovial aprobación.

Aquel día fueron todos a la costa a ver el barco de piedra. María Guavaira llevaba sus ropas de color, ni se cuidó de plancharlas, el viento y la luz borrarían las arrugas de su larga estadía en el limbo profundo. Al frente del grupo iba Pedro Orce, guía emérito, aunque más confíe en el instinto y sentido del perro que en sus propios ojos, para los cuales, en verdad, a la claridad del día, todo es camino nuevo. De María Guavaira no debemos esperar orientación, su camino es otro, todo en ella son pretextos para cogerse de la mano de Joaquim Sassa y dejarse llevar, arrimando el cuerpo al cuerpo el tiempo de un beso, medida variable como sabemos, por eso más que acompañar la expedición la van retrasando. José Anaiço y Joana Carda usan de otra discreción, hace una semana que están juntos, mataron ya las primeras hambres, saciaron la primera sed, digamos que la impaciencia les viene si la convocan, y, a decir verdad, no la ahorran. Aun esta noche pasada, cuando Pedro Orce vio de lejos el esplendor, no fue sólo porque se amaran Joaquim Sassa y María Guavaira, diez parejas hubiesen dormido en aquella casa y se amarían todas al mismo tiempo.

Las nubes vienen del mar y corren de prisa, se hacen y deshacen rápidamente, como si cada minuto no durara más que un segundo o una fracción, y todos los gestos de estas mujeres y de estos hombres son, o parecen ser, en un mismo e igual instante, lentos y céleres, se diría que el mundo ha cambiado, si al entendimiento puede llegar el significado pleno de una expresión pobre y popular. Alcanzan el alto del monte y es un tumulto el mar. Pedro Orce apenas reconoce los lugares, los gigantescos peñascos rodados que se amontonan, el casi invisible sendero que baja en escalones, cómo fue posible que llegara aquí de noche, incluso contando con la ayuda del perro, es proeza que no es capaz de explicarse a sí mismo. Busca con los ojos la barca de piedra y no la ve, pero ahora es María Guavaira quien se coloca al frente del grupo, ya era hora, mejor que nadie conoce los caminos. Llegan al lugar, y Pedro Orce va a abrir la boca para decir, No es aquí, pero se calla, tiene ante los ojos la piedra con su timón partido, el alto mástil que a la luz parece más grueso, y la barca, pero es en ella donde observa las mayores diferencias, como si la erosión de que ha hablado esta mañana hubiera hecho en una noche el trabajo de miles de años, dónde está, que no la veo, la proa alta y aguzada, la cóncava panza, cierto es que la piedra tiene la forma general de un barco, pero ni el mejor de los santos conseguiría el milagro de mantener a flote embarcación tan precaria, sin amuradas, la duda no es que fuera de piedra, la duda viene porque casi se ha desvanecido la forma del barco, finalmente un ave sólo vuela porque parece un ave, piensa Pedro Orce, pero ahora está María Guavaira diciendo, Ésta es la barca en la que vino un santo desde oriente, aquí se ven aún las huellas de los pies cuando desembarcó y se metió tierra adentro, las huellas eran unas cavidades en la roca, ahora pequeños lagos que el vaivén de la ola, estando alta la marea, renueva constantemente, claro que toda duda es legítima, pero las cosas dependen de lo que se acepta o niega, si un santo vino de lejos navegando sobre una losa, no se ve por qué iba a ser imposible que sus pies de fuego fundieran la roca hasta los días de hoy. Pedro Orce no tiene más remedio que aceptar y confirmar, pero guarda para sí el recuerdo de otro barco que sólo él vio, en la noche casi sin estrellas y poblada pese a todo de supremas visiones. Salta el mar sobre las rocas como si estuviera luchando contra el avance de esta marea irresistible de piedras y tierra. No miran ya la barca mítica, miran las olas que se atropellan, y José Anaiço dice, Estamos de camino, lo sabemos y no lo sentimos. Y Joana Carda, Qué destino. Entonces Joaquim Sassa dijo, Somos cinco personas y un perro, no cabemos en Dos Caballos, es un problema que tendremos que resolver, una solución sería que fuéramos nosotros dos, José y yo, en busca de un coche mayor, de esos que están abandonados por todas partes, será difícil dar con uno en buen estado, a todos los que hemos visto siempre les faltaba algo, Cuando lleguemos a casa decidimos lo que hay que hacer, dijo José Anaiço, tenemos tiempo, Pero la casa, las tierras, murmuraba María Guavaira, No hay elección, o nos vamos de aquí o morimos todos, las palabras las dijo Pedro Orce, y eran las definitivas.

Tras el almuerzo fueron Joaquim Sassa y José Anaiço en Dos Caballos en busca de un coche mayor, preferentemente un jeep, uno militar vendría bien o, aún mejor, uno de esos de carga, un furgón de caja cerrada que pudiera convertirse en casa ambulante y dormitorio, pero, tal como Joaquim Sassa había previsto más o menos, nada encontraron que les sirviera, aparte de ser aquélla una región no especialmente bien provista de parque automóvil. Volvieron al caer la tarde por carreteras que poco a poco se llenaban de un tráfico intenso, de poniente a levante, era el comienzo de la huida de la gente de la costa, había automóviles, carros, otra vez los inmemoriales burros cargados, y bicicletas, aunque pocas en terrenos tan accidentados, y motos y autobuses de línea, de cincuenta y más plazas, que transportaban aldeas enteras, era la mayor emigración de la historia de Galicia. Algunas personas miraban con sorpresa a los viajeros que iban en sentido inverso, llegaron incluso a pararlos, tal vez no sepan lo que ocurre, Lo sabemos, muchas gracias, vamos sólo a buscar a unos amigos, por ahora no hay peligro, y luego José Anaiço dijo, Si aquí es así, qué será en Portugal, y de repente se les ocurrió la idea salvadora, Qué estúpidos somos, la solución es facilísima, hacemos el viaje dos veces, o tres, o las que sean precisas, elegimos un lugar en el interior para instalamos, una casa, no será difícil, la gente lo está abandonando todo. Ésta fue la buena nueva que llevaron, festejada como se merecía, al día siguiente empezarían a escoger y dejar a un lado lo que fuera indispensable transportar, hubo tras la comida sesión plenaria, se hizo el inventario de las necesidades, se elaboraron listas, se cortó, se añadió, Dos Caballos iba a tener mucho que andar y que cargar.

A la mañana siguiente los trabajadores no aparecieron y el motor de Dos Caballos no funcionó. Dicho así parece querer insinuarse que hay una relación cualquiera entre los dos hechos, por ejemplo, que los agrícolas ausentes se hubiesen llevado una pieza esencial del automóvil, por necesidad urgente o por maldad instante. No es así. Tanto el viejo como el joven fueron arrastrados en el éxodo que despoblaba rápidamente toda la franja costera en una profundidad de más de cincuenta kilómetros, pero, dentro de tres días, cuando ya los habitantes de la casa hayan partido, volverá a este lugar el trabajador más joven, el que cortejaba a María Guavaira y a las tierras de María Guavaira, por este orden o por el inverso, y nunca llegaremos a saber si vuelve para satisfacer su sueño de verse propietario de bienes raíces, aunque sea sólo por unos días antes de morir en una subversión geológica que va a llevarse consigo tanto las tierras como el sueño, o si ha decidido quedarse de guardia, luchando contra la soledad y el miedo, arriesgándolo todo para poder ganarlo todo, la mano de María Guavaira y su peculio, si la pavorosa amenaza no llega, quién sabe, a concretarse. Un día regresará María Guavaira, si regresa, y encontrará un hombre cavando la tierra, o durmiendo, cansado del trabajo, en una nube de lana azul.

Durante todo el día Joaquim Sassa luchó con la mecánica renitente, José Anaiço ayudaba en lo que podía, pero la ciencia de ambos no fue bastante para resolver el problema. No faltaban piezas, no faltaba energía, pero en las íntimas profundidades del motor algo se había fatigado y partido, o lentamente se había venido desgastando, ocurre con las personas, también puede ocurrir con las máquinas, un día, cuando nada lo hace prever, el cuerpo dice, No, o el alma, o el espíritu, o la voluntad y ya nada se pone en marcha, a ese punto llegó también Dos Caballos, trajo aquí a Joaquim Sassa y a José Anaiço, no los dejó en medio de la carretera, agradézcanselo al menos, no se pongan furiosos, los puñetazos nada resuelven, puntapiés no arreglan nada, Dos Caballos ha muerto. Cuando desalentados entran en casa, sucios de aceite, con las manos desolladas de tanta lucha, casi sin herramientas, contra tuercas, tornillos y engranajes, y fueron a lavarse, dulcemente auxiliados por sus mujeres, la atmósfera era de desastre, Ahora cómo vamos a salir de aquí, preguntaba Joaquim Sassa, que como dueño del automóvil se sentía, no sólo responsable, sino culpable, le parecía una ingratitud del destino, una ofensa personal, ciertos pruritos de honra no irritan menos por el hecho de ser absurdos.

Se convocó inmediatamente consejo de familia, parecía que iba a ser agitada la sesión, pero María Guavaira tomó la palabra con una propuesta, Tengo ahí una galera vieja que quizá pueda servir, el caballo no es joven, pero si lo tratamos con cuidado es posible que pueda llevamos. Hubo unos segundos de perplejidad, reacción natural en gente acostumbrada a la locomoción automóvil y que de repente se ve obligada, por las difíciles circunstancias de la vida, a regresar a las viejas costumbres. Y es una galera cubierta, preguntó Pedro Orce, práctico y de más antigua generación, La lona ya no estará en buen estado, pero se remienda por donde sea preciso, tengo ahí paño grueso que servirá para un remedio, Y, si es necesario, dijo Joaquim Sassa, se arranca la lona de Dos Caballos, no va a necesitarla y será el último favor que nos haga. Están todos de pie, felices, les parece grande la aventura, de carromato por ese mundo adelante, mundo es una manera de decir, y dicen ellos, Vamos a ver el caballo, vamos a ver el carro, es preciso que María Guavaira les explique que una galera no es un carro, tiene cuatro ruedas, juego delantero de dirección y, bajo el toldo que los abrigará de las intemperies, espacio suficiente para la familia, con orden y buena administración de medios poco distinto va a ser de estar en casa.

El caballo es viejo, los vio entrar en la cuadra y volvió hacia ellos su gran ojo negro, asustado por la luz y el alboroto. Bien cierto es lo que dice el sabio, mientras no llega tu última hora, todo puede ocurrir, no desesperes.

Загрузка...