III

Madre amorosa, Europa se afligió con la suerte de sus tierras extremas, a Occidente. Por toda la cordillera pirenaica estallaban los granitos, se multiplicaban las brechas, aparecieron cortadas otras carreteras, otros ríos, arroyos y torrentes se hundieron hacia lo invisible. Sobre los picos cubiertos de nieve, vistos desde el aire, se abrió una línea negra y rápida como un reguero de pólvora, por donde resbalaba la nieve y desaparecía, con un rumor blanco de pequeño alud. Los helicópteros, iban y venían sin descanso, observaban los picos y los valles, abarrotados de peritos y especialistas de todo cuanto pudiera ser de alguna utilidad, geólogos, ésos por derecho propio, pese a estarles vedado ahora el trabajo de campo, sismólogos, perplejos, porque la tierra se obstinaba en permanecer firme, sin un estremecimiento, sin una vibración siquiera, y también vulcanólogos, secretamente esperanzados, pese a estar el cielo limpio, despejado de humos y fuegos, perfecto y liso azul de agosto, el reguero de pólvora no pasa de comparación, es un peligro tomarlas al pie de la letra, a ésta y a otras, si antes no aprendemos a andar prevenidos. No podía nada la fuerza humana contra una cordillera que se abría como una granada, sin dolor aparente, apenas, quiénes somos nosotros para saberlo, por haber madurado y llegado su tiempo. Sólo cuarenta y ocho horas después de que Pedro Orce fuera a la televisión a decir lo que sabemos, ya no era posible, desde el Atlántico al Mediterráneo, atravesar la frontera a pie o en vehículos terrestres. Y en las tierras bajas del litoral, los mares, cada uno por su lado, empezaban a entrar por los nuevos canales, misteriosas gargantas, ignotas, cada vez más altas, con aquellas paredes a pique, rigurosamente en la vertical del péndulo, el corte liso mostrando la disposición de los estratos arcaicos y modernos, los sinclinales, las intercalaciones arcillosas, los conglomerados, las extensas lentillas calcáreas y de areniscas blandas, los lechos pizarrosos, las rocas silicosas y negras, los granitos, y mucho más que no sería posible añadir, por insuficiencia del relator y falta de tiempo. Ahora vamos sabiendo ya la respuesta que se debería haber dado al gallego que preguntó, Hacia dónde va el agua, Va a caer al mar, le diríamos, en lluvia finísima, en un riego de polvo, en cascada, depende de la altura desde donde se precipite y del caudal, no, no estamos hablando del Irati, ése está lejos, pero se puede apostar que todo vendrá a ser conforme sabemos, juegos de agua, arco iris también, cuando el sol pueda entrar en estas sombrías profundidades.

En una franja de unos cien kilómetros a cada lado de la frontera, las gentes abandonaron sus casas, se recogieron a la seguridad relativa de las tierras interiores, el único caso complicado fue el de Andorra, país del que, imperdonablemente, nos íbamos olvidando, a eso están sujetos todos los países pequeños, bien podían haberse hecho mayores. Al principio, no faltaron vacilaciones sobre la consecuencia final de aquellas brechas, las había a ambos lados, en las dos fronteras, y también porque siendo los habitantes, unos, españoles, otros, franceses, otros, andorranos de nación, cada uno se inclinaba a la querencia natural, con perdón, o se determinaba por razones e intereses del momento, con peligro de dividirse las familias y otras sociedades. Al fin, la línea continua de fractura se estableció en la frontera con Francia, los pocos millares de franceses fueron evacuados por vía aérea en una brillante operación de salvamento que recibió el nombre de código Mitre d'Éveque, designación que mucho desagradó al obispo de Urgel, su involuntario inspirador, pero que no le arrebató la alegría de ser, para el futuro, el único soberano del principado si éste, sólo abrazado por el lado de España, no acababa cayendo al mar. En el desierto así creado por la evacuación general circulaban sólo, y con el credo en la boca, algunos destacamentos militares continuamente sobrevolados por helicópteros, dispuestos a recoger al personal al mínimo indicio de inestabilidad geológica, y también los inevitables saqueadores, en general aislados, que las catástrofes siempre sacan de sus cubiles o huevos serpentinos, y que, en este caso, igualitos a los militares que los fusilaban sin piedad ni duelo, andaban también con su credo en los labios, según la fe profesada, todo ser vivo tiene derecho al amor y a la protección de su dios, sobre todo cuando en abono o disculpa de los ladrones se podría alegar que quien abandona su propia casa no es merecedor de vivir y aprovecharse de ella, muy justo dictado, la verdad sea dicha, Todo pájaro come trigo y sólo el pardillo paga, decida cada cual si encuentra adecuación entre el proverbio y el caso particular.

Cabría aquí la lamentación primera de que no sea libreto de ópera este verídico relato, pues si lo fuese haríamos avanzar hacia las candilejas un concertante como jamás se oyó, veinte cantores, entre líricos y dramáticos de todas las cuerdas, gorgoriteando las partes, una por una o en coro, sucesivas o simultáneas, a saber, la reunión de los gobiernos español y portugués, el corte de las líneas de transporte y electricidad, la declaración de la Comunidad Económica Europea, la toma de posición de la Organización del Tratado del Atlántico Norte, la desbandada en pánico de los turistas, el asalto a los aviones, la congestión del tráfico en las carreteras, el encuentro de Joaquim Sassa y José Anaiço, el encuentro de los dos con Pedro Orce, la inquietud de los toros en España, el nerviosismo de las yeguas en Portugal, la alarma de: las costas del Mediterráneo, las perturbaciones de las mareas, la fuga de los ricos y de los poderosos capitales, pronto empezarán a faltarnos cantores. Espíritus curiosos, por no decir escépticos, quieren saber la causa de tantos, y tan diversos, y tan graves efectos, que parece que no debería bastarles el simple hecho de que se raje la cordillera, convirtiendo ríos en cascadas y avanzando los mares unos kilómetros tierra adentro, tras tantos millones de años de haberse retirado de ella. Y es que, y en este punto fatal la mano duda, cómo va a escribir, de manera plausible, las próximas palabras, esas que lo van a comprometer todo sin remedio, y más cuando tan difícil se hace deslindar, si en algún momento fue posible hacerlo, verdad y fantasía. Y es que, concluyamos lo que en suspenso quedó, por un gran esfuerzo de transformar por la palabra lo que quizá sólo por la palabra pueda ser transformado, llegó el momento de decir, ahora llegó, que la Península Ibérica se apartó de repente, toda ella por entero y por igual, diez súbitos metros, quién me va a creer, se abrieron los Pirineos de arriba abajo como si de las alturas hubiera caído un hacha invisible, introduciéndose en las brechas profundas, cortando la tierra hasta el mar, ahora sí, ahora podemos ver al Irati cayendo, mil metros, como el infinito, en caída libre, abriéndose al viento y al sol, abanico de cristal o cola de ave del paraíso, es el primer arco iris suspendido sobre el abismo, el primer vértigo de gavilán que con las alas mojadas planea, teñidas de siete colores. Y veríamos también el Visaurín, el monte Perdido, el pico Perdiguero, el de Estats, dos mil metros, tres mil metros de escarpes insoportables de mirar, ni el fondo se les alcanza, brumoso de agua y de distancia, y después vendrán las nubes nuevas al ampliarse este espacio, tan seguro como que existe el destino.

Pasan los tiempos, se confunden las memorias, casi no se distinguen la verdad y las verdades, antes tan claras y delimitadas, y entonces, queriendo apurar lo que ambiciosamente llamamos el rigor de los hechos, vamos a consultar testigos de la época, documentos varios, periódicos, películas, grabaciones en vídeo, crónicas, diarios íntimos, pergaminos, sobre todo los palimpsestos, interrogamos a los supervivientes, con buena voluntad de un lado y otro conseguimos creer lo que dice el anciano sobre lo que vio y oyó en la infancia, y de todo habremos de extraer una conclusión, ante la falta de convictas certezas se disimula, pero lo que parece positivamente averiguado es que hasta que estallaron los cables de energía eléctrica no hubo en la península auténtico miedo, aunque lo contrario se haya dicho, algún pánico sí, pero no miedo, que es sentimiento de otro calibre. Claro es que mucha gente conserva en la memoria viva la dramática escena de Collado de Perthus, cuando el hormigón desapareció de la vista de los que gritaban, Vencimos, vencimos, pero de hecho el episodio sólo fue impresionante para quien estuvo allí, los otros asistieron de lejos, en casa, en ese teatro doméstico que es la televisión, en el pequeño rectángulo de cristal, patio de los milagros donde una imagen barre a la anterior sin dejar vestigios, todo en escala reducida, hasta las emociones. Y aquellos espectadores sensibles, que aún los hay, aquellos que por nada empiezan a lagrimear y a disimular el nudo de la garganta, ésos hicieron lo de costumbre cuando no se puede aguantar más, ante el hambre de África y otras calamidades, desviaron los ojos. Al margen de esto, no olvidemos que en gran parte de la península, en sus interiores hondos y profundos, donde no llegan los periódicos y apenas se entiende la televisión, había millones, sí, millones de personas que no comprendían lo que pasaba, o tenían de ello una idea vaga, formada sólo de palabras cuyo sentido a medias entendían, o ni siquiera eso, con tan débil seguridad que nadie encontraría diferencia entre lo que uno creía saber y lo que otro ignoraba.

Pero cuando todas las luces de la península se apagaron al mismo tiempo, apagón le llamaron luego en España, negrum en una aldea portuguesa aún inventora de palabras, cuando quinientos ochenta y un mil kilómetros cuadrados de tierras se volvieron invisibles en la faz del mundo, entonces ya no hubo más dudas, había llegado el fin de todo. Menos mal que la extinción total de las luces no duró más de quince minutos, hasta que se completaron las conexiones de emergencia, que ponían en acción recursos energéticos propios, escasos en este momento del año, en pleno verano, agosto pleno, sequía, mengua de albuferas, escasez de centrales térmicas, las nucleares malditas, pero fue verdaderamente el pandemónium peninsular, los diablos sueltos, el miedo frío, el aquelarre, un terremoto no tendría peores efectos morales. Era de noche, o el comienzo, cuando ya la mayoría de la gente se había recogido en sus casas, están unos sentados viendo la televisión, en las cocinas las mujeres preparan la cena, un padre más paciente aclara, inseguro, el problema de aritmética, parece que la felicidad no es mucha, pero pronto se verá cuánto valía, este pavor, esta oscuridad de brea, esta mancha de tinta caída sobre lberia, No nos quites la luz, Señor, haz que vuelva y te prometo que hasta el fin de mi vida no te pediré otra cosa, eso decían los pecadores arrepentidos, que siempre exageran. Quien vivía en un bajo podía imaginarse dentro de un pozo tapado, quien viviese en un alto, subía aún más y, en muchas leguas a la redonda, no distinguía ni un lucero, era como si la tierra hubiese cambiado de órbita y viajara ahora por un espacio sin sol. Con manos trémulas se encendieron velas en las casas, linternas de pilas, candiles de petróleo guardados para una ocasión, pero no ésta, candelabros de plata fina, los de bronce sólo servían de adorno, palmatorias de latón, olvidados candiles de aceite, luces débiles que poblaron de sombra las sombras y mostraron vagos vislumbres de rostros atemorizados, descompuestos como reflejos en el agua. Muchas mujeres gritaron, muchos hombres se estremecieron, de los niños diremos que están todos llorando. Pasados quince minutos, que, según la frase, parecieron quince siglos, aunque nadie haya vivido tantos siglos como para comparar, volvió la corriente eléctrica, poco a poco, pestañeando, cada lámpara como un ojo somnoliento lanzando a su alrededor turbias miradas, pronta a caer de nuevo en el sueño, al fin soportó la luz que era, y la sustentó.

Media hora después la televisión y la radio recomenzaron a emitir, dieron noticias del acontecimiento, y supimos así que todos los cables de alta tensión entre España y Francia habían estallado, algunas torres cayeron, por imperdonable olvido a ningún ingeniero se le ocurrió desconectar las líneas, ya que era imposible bajarlas. Felizmente el fuego de artificio de los cortocircuitos no causó víctimas, manera egoísta de decir, porque si es verdad que no murieron personas, un lobo al menos no pudo librarse de la fulminación y acabó convertido en carbón ardiente. Pero el estallido de los cables era sólo la mitad de la explicación para la falta de la luz, la otra mitad, pese a la aclaración con palabras premeditadamente confusas, no tardó en resultar inteligible, ayudando cada vecino a su prójimo, Lo que no quieren confesar es que ya no son sólo aquellas brechas en el suelo, si sólo fuera eso no se habrían roto los cables, Entonces, qué crees que ha ocurrido, Pues mira, blanco es y la gallina lo pone, pero esta vez no es huevo, los cables se rompieron porque fueron estirados, y fueron estirados porque las tierras se han separado, y si no es así, que pierda el nombre que llevo, No me digas, Te digo, te digo, ya verás como acaban por confesarlo. Exactamente, pero no lo hicieron hasta el día siguiente, cuando ya eran tantos los rumores que una noticia más, incluso verdadera, no podía aumentar la confusión, pero no lo dijeron todo, ni claramente, apenas, con estas palabras exactas, que una alteración de la estructura geológica de la cordillera pirenaica se había resuelto en falla continua, en solución de continuidad física, interrumpiendo de momento las comunicaciones por vía terrestre, entre Francia y la península, las autoridades siguen atentamente la marcha de la situación, se mantienen las comunicaciones aéreas, todos los aeropuertos están abiertos y en pleno funcionamiento, y se cuenta con que, a partir de mañana, será posible duplicar los vuelos.

Y bien precisos eran. Cuando se hizo patente e inocultable que la Península Ibérica se había separado por completo de Europa, así se iba diciendo, Se ha separado, centenares de miles de turistas, como sabemos era el tiempo de su mayor sazón, abandonaron precipitadamente, y dejando cuentas por pagar, los hoteles, paradores, posadas, hostales y residencias, las casas y apartamentos alquilados, los campamentos, las tiendas, las caravanas, provocando de inmediato gigantescos atascos de tráfico, que se agravaron aún más cuando empezaron a ser abandonados los coches en cualquier parte, tardó esto en ocurrir, pero luego fue como un reguero de pólvora, en general la gente es lenta en darse cuenta y aceptar la gravedad de las situaciones, por ejemplo, esta de que no sirve el auto para nada, dado que estaban cortadas las carreteras que llevaban a Francia. En torno de los aeropuertos, como una inundación, había una masa de coches de todo tamaño, modelo, marca y color cerrando arracimados calles y accesos, y desorganizando totalmente la vida de las comunidades locales. Españoles y portugueses, rehechos ya del susto del apagón y negrum, asistían al pánico y no le veían la razón, En definitiva hasta ahora no ha muerto nadie, estos extranjeros, en cuanto los sacan de su rutina, pierden la cabeza, ése es el resultado de tanto adelanto como tienen en ciencia y técnica, y después de este juicio condenatorio iban a escoger, entre los automóviles abandonados, el que más satisfacía su gusto y coronaba sus sueños. En los aeropuertos, los mostradores de las compañías aéreas se veían embestidos por la multitud excitada, babel furiosa de gestos y de gritos, se intentaban y practicaban sobornos nunca vistos para lograr pasaje, se vendía todo, se compraba todo, joyas, máquinas, ropas, reservas de droga, negociada ahora a las claras, el coche está ahí fuera, aquí tiene las llaves y los documentos, si no encuentro plaza para Bruselas me voy aunque sea a Estambul, al infierno, ese turista era de los distraídos, estuvo en el pueblo y no vio las casas. Sobrecargados, con las memorias pletóricas, saturadas, los ordenadores vacilaron, se multiplicaron los errores hasta el bloqueo total. Ya no se vendían pasajes, la gente asaltaba los aviones, un espectáculo feroz, los hombres primero porque eran más fuertes, luego las frágiles mujeres y los inocentes niños, no pocos, niños y mujeres, quedaron pisoteados entre la puerta de la terminal y la escalera de acceso, primeras víctimas, y luego segundas y terceras cuando a alguien se le ocurrió abrirse paso empuñando una pistola y fue abatido por la policía. Se trabó un tiroteo, había otras armas entre la multitud y dispararon, no vale la pena decir en qué aeropuerto ocurrió la desgracia, abominable suceso repetido en dos o tres lugares más, aunque con menos graves consecuencias, allí murieron dieciocho personas.

De repente, recordando alguien que también por mar se podía huir, se inició otra carrera de salvación. Refluyeron los fugitivos, otra vez en busca de sus abandonados automóviles, los encontraron algunos, otro no, pero qué importaba eso, si no había llaves, o las llaves no servían, se hacía un puente, quien no sabía hacerlo aprendió, Portugal y España se convirtieron en el paraíso de los ladrones de automóviles. Cuando llegaban a los puertos, iban en busca de lancha o batel que los llevase, o mejor una trainera, un remolcador, un velero, un quechemarín, y así abandonaban sus últimos haberes en la tierra maldita, partían con la ropa que llevaban en el cuerpo o poco más, un pañuelo, sucio ya, un encendedor sin valor ni gas, una corbata que a nadie le había gustado, no está bien que con tanta saña nos aprovechásemos del infortunio ajeno, fuimos como salteadores de la costa despojando a los náufragos. Desembarcaban los pobres donde podían, donde los llevaban, a algunos los dejaron en Ibiza, Mallorca y Menorca, en Formentera o en las islas de Cabrera o Conejera, al azar, se quedaban los desgraciados, por así decirlo, entre Guatemala y Guatepeor, cierto es que las islas hasta ahora no se habían movido, pero quién podrá adivinar lo que pasará mañana, sólidos para la eternidad parecían los Pirineos, y ya ven. Miles y miles fueron a parar a Marruecos, huidos tanto del Algarve como de la costa española, éstos los que estaban por debajo del cabo de Palos, quienes estaban de ahí para arriba preferían que los llevasen directamente a Europa a poder ser, preguntaban así, Cuánto quiere por llevarme a Europa, y el contramaestre fruncía las cejas, hacía una mueca despectiva, miraba al fugitivo calculando sus posibles, Sabe usted, Europa está donde Cristo perdió el poncho, queda en el fin del mundo, y ni valía la pena responderle, Qué exageración, son sólo diez metros de agua, una vez un holandés se atrevió a usar el sofisma, un sueco lo confirmó, y cruelmente les respondieron, Ah, pues si son diez metros vayan a nado, tuvieron que pedir disculpas y pagar el doble. El negocio floreció hasta que, todos de acuerdo, los países establecieron puentes aéreos para el transporte masivo de sus naturales, pero incluso después de esta providencia humanitaria, hubo quien se hizo rico entre la clase marinera y piscatoria, basta recordar que no toda la gente viajera anda en paz con la legalidad, ésos estaban dispuestos a pagar lo que fuese, no tenían otro recurso, pues las fuerzas navales de Portugal y España patrullaban asiduamente las costas, en alerta máxima, bajo la vigilancia discreta de formaciones navales de las potencias.

También hubo turistas que resolvieron no marcharse, aceptaron como una fatalidad irresistible la ruptura geológica, la tomaron como señal imperiosa del destino, y escribieron a las familias, tuvieron al menos esa atención, les dijeron que no pensaran más en ellos, que se les había mudado el mundo, y la vida, no era culpa suya, eran generalmente gentes de voluntad débil, de esas que van aplazando las decisiones, siempre diciendo, mañana, mañana, pero eso no significa que no tengan sueños y deseos, lo malo es morir antes de poder y saber vivir una parte de ellos. Otros actuaron a la callada, eran los desesperados, desaparecieron simplemente, olvidaron y se hicieron olvidar, la verdad es que cualquiera de estos casos humanos daría, él solo, una novela, la historia de lo que conseguirán ser, e, incluso si no llegan a nada, otra nada será, que no se encuentran dos iguales.

Pero hay quien carga sobre sus hombros obligaciones más pesadas, y de ellas no se les permite huir, tanto es así que cuando los negocios de la patria van mal en seguida nos preguntamos, Y éstos qué hacen, están esperando qué, estas impaciencias contienen una gran parte de injusticia, al final, pobrecillos, tampoco pueden escapar del destino, como mucho le piden al presidente que no cuente con ellos, pero no en una situación como ésta, que sería gran ignominia, la historia juzgaría severamente a los hombres públicos que abandonaran ahora, en estos días en que, hablando con propiedad, el agua se lo lleva todo. Cada uno por su lado, en Portugal y en España, los gobiernos leyeron comunicados tranquilizadores, garantizaron formalmente que la situación no autorizaba excesivas preocupaciones, extraño lenguaje, y también están asegurados todos los medios para la salvaguarda de personas y bienes, en fin, fueron a la televisión los jefes de gobierno, y después, para calmar los ánimos inquietos, aparecieron también el rey de allí y el presidente de aquí, Friends, Romans, countrymen, lend me your ears, dijeron, y, portugueses y españoles, reunidos en sus foros, respondieron a la vez, Sí, sí, words words, sólo words. Ante el descontento de la opinión pública, se reunieron en lugar secreto los primeros ministros de los dos países, primero a solas, luego con miembros de los respectivos gobiernos, conjuntamente y por separado, fueron dos días de conversaciones agotadoras, y al fin se decidió constituir una comisión paritaria de crisis, cuyo objeto principal sería coordinar las acciones de la defensa civil de ambos países, en base a facilitar la potenciación mutua de los recursos y medios técnicos y humanos para hacer frente al reto geológico que apartó la península de Europa diez metros, Si esto no va a más, se decían confidencialmente en los pasillos, el caso no será de gravedad extrema, diré incluso que sería una jugarreta para los griegos, un canal mayor que el de Corinto, tan famoso, Con todo, no podemos olvidar que los problemas de nuestra comunicación con Europa, ya tan complejos históricamente, van a resultar muy dañados, Bueno, pues tendemos unos puentes, A mí, lo que me preocupa es la posibilidad de que el canal se ensanche tanto que puedan navegar por él navíos, sobre todo petroleros, sería un rudo golpe para los puertos ibéricos, y las consecuencias tan importantes, mutatis mutandis, claro está, como las que resultaron de la apertura del canal de Suez, es decir el norte de Europa y el sur de Europa dispondrían de una comunicación directa, y quedaría en desuso, por así decirlo, la ruta de El Cabo, y nosotros nos quedábamos viendo pasar los barcos, comentó un portugués, los otros creyeron haber entendido que los navíos de los que hablaba eran los que fueran pasando por el nuevo canal, sin embargo, sólo nosotros, portugueses, sabemos que son muy otros esos tales barcos, llevan carga de sombras, de anhelos, de frustraciones, de engaños y desengaños, abarrotando las bodegas, Hombre al agua, gritaron, y nadie acudió.

Durante la reunión y como previamente se había acordado, la Comunidad Económica Europea hizo pública una declaración solemne, de cuyos términos se desprendía que la dislocación de los dos países hacia occidente no afectaba los acuerdos en vigor, sobre todo porque se trataba de un alejamiento mínimo, unos metros, si comparamos con la distancia que separa Inglaterra del continente, por no hablar ya de Islandia y Groenlandia, que ya de Europa tienen poco. Esta declaración, objetivamente clara, fue el resultado de un encendido debate en el seno de la comisión, en el que algunos países miembros llegaron a manifestar cierto desprendimiento, palabra entre todas la más exacta, hasta el punto de que llegaron a insinuar que si la Península Ibérica quería marcharse, que se fuera, que el error fue haberla dejado entrar. Naturalmente que todo era un juego, un joke, en estas difíciles reuniones internacionales también la gente debe distraerse, no va a ser todo trabajar, trabajar, pero los comisarios portugués y español repudiaron enérgicamente la actitud poco delicada, provocativa y evidentemente anticomunitaria, citando, cada cual en su lengua, el conocido dicho ibérico, Los amigos son para las ocasiones. También se pidió a la Organización del Tratado del Atlántico Norte una declaración de solidaridad atlantista, pero la respuesta, aunque no negativa, se resumió en una frase impublicable, Wait and see, lo que, por otra parte, no expresaba una completa verdad, considerando que, por si acaso, habían sido puestas en situación de alerta las bases de Beja, Rota, Gibraltar, El Ferrol, Torrejón de Ardoz, Cartagena, San Jorge de Valenzuela, por no hablar de instalaciones menores.

Entonces, la Península Ibérica se movió un poco más, un metro, dos metros, como probando fuerzas. Las cuerdas que servían de testigos, lanzadas de borde a borde, como hacen los bomberos en las paredes que presentan brechas y amenazan venirse abajo, se rompieron como simples cordeles, algunas más sólidas arrancaron de raíz los árboles y los postes a los que estaban atadas. Hubo luego una pausa, se sintió pasar por los aires un gran soplo, como la primera respiración profunda de quien despierta, y la masa de piedra y tierra, cubierta de ciudades, aldeas, ríos, bosques, fábricas, matos bravíos, campos de cultivo, con su gente y sus animales, empezó a moverse, barca que se aleja del puerto y apunta al mar otra vez desconocido.

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