Las anillas eran de colores y formas diferentes; el cono se iba ampliando desde un punto romo en la parte superior hasta una gruesa base, y las anillas sólo encajarían en él si se colocaban en el orden adecuado, de mayor a menor.
Chan Dalton estaba sentado en el suelo, encorvado sobre su juguete. Su hermoso rostro aparecía contraído y tenso por el esfuerzo. Tomó las anillas una a una, estudiándolas, para luego colocarlas entre sus piernas. Toda la habitación estaba decorada alegremente en tonos azul y rosa, con pinturas y dibujos en las paredes y una gruesa alfombra en el suelo.
Chan se había colocado exactamente en el centro de la habitación. Después de pensarlo mucho, levantó la anilla roja y la colocó en el cono. Poco después, hizo lo mismo con la naranja. A continuación, con la amarilla.
—¡Lo está haciendo bien! —susurró Tatty, aunque no había posibilidad alguna de que Chan pudiera oírla, pues lo estaban observando a través de un cristal unidireccional que había en la pared—. ¿Podía hacerlo cuando estaba contigo?
Leah Rainbow sacudió la cabeza.
—Nunca..., no habría sabido.
Su voz reflejaba su excitación. Cuando llegó a Horus, le había resultado difícil hablar con Tatty, y a la princesa le había sucedido lo mismo. Por fin, ambas se dieron cuenta de por qué. Las dos eran para Chan como madres y tanto la antigua como la nueva se sentían celosas una de otra. Tatty lo notó cuando Chan corrió a abrazar a Leah en cuanto la vio, lanzando un alarido de alegría y excitación; Leah odiaba ver a Tatty organizar la vida de Chan, como si fuera su dueña, diciéndole lo que tenía que hacer a continuación, qué debía hacerse con sus ropas, y qué tenía que comer. Leah pensaba que aquello era su prerrogativa.
La sesión diaria con el Estimulador Tolkov fue otra causa de tensiones entre las dos. Leah juzgó despiadada la firme insistencia de Tatty en que Chan tenía que someterse diariamente al tratamiento, hubiera visita o no. No estaba dispuesta a ayudarle a cogerlo ni a atarlo. La presencia de su propia foto junto a la de Esro Mondrian, para que Chan pudiera verlos a ambos mientras estaba en el Estimulador, la sumió en la perplejidad. ¿Qué estaba haciendo Tatty?
Pero cuando empezó el tratamiento, no pudo ignorar la angustia y la aflicción de Tatty mientras Chan se revolvía en el asiento. Lo que finalmente la había ganado fue el dormitorio y el cuarto de juegos que Tatty había montado para él. Éstos habían sido preparados con mucho cuidado, y eran toda una evidencia de amor y cariño.
Recordaba muy bien a Horus desde su breve estancia allí antes de partir para entrenarse. Había sido horrible; sombrío, sucio, depresivo, más parecido a un barracón que a un lugar donde educar a un niño (y Chan era un niño para Leah, a pesar de su edad física y su aspecto). Ahora el lugar estaba transformado.
—¿Cómo has podido hacer todo esto? —preguntó, después de enseñarle Tatty una habitación tras otra, todas ellas decoradas y amuebladas elegantemente y diseñadas para aprovechar al máximo las características naturales y artificiales del interior de Horus.
Tatty se echó a reír. Era maravilloso tener a alguien que supiera apreciar sus esfuerzos. Chan no se daba cuenta, y Kubo Flammarion parecía encontrarse más a gusto con la antigua suciedad y el desorden.
—Me cansé de vivir en una cueva —respondió—. No sabía cuánto tiempo tendría que quedarme en este sitio. Pero todos los robots de servicio siguen aquí, porque nadie cree que merezca la pena trasladarlos a otro lugar. Encontré la manera de reprogramarlos. Me llevó tiempo, pero tenía todo el que quisiera por delante, y les hice limpiar la basura y que convirtieran este lugar en algo habitable. Uno de ellos podía incluso producir alfombras y tapices bastante buenos. Así que, una vez empecé, supongo que el resto vino por añadidura. ¡Pobre Kubo Flammarion! —sonrió al recordarlo—. Estuvo aquí hace un par de semanas, y no le dejé entrar en las habitaciones de Chan hasta que se dio un baño y se limpió el uniforme. Lo hizo, pero estaba destrozado. Y Chan hizo que se sintiera peor. «Kubo cambiado, —dijo—. Ya no apesta más, menos el sombrero.» Y le robó la gorra y la arrojó a la basura... Kubo no se había molestado en limpiarla; supongo que pensó que no nos daríamos cuenta. Pero Chan lo notó. Está mejorando, ¿verdad? —su voz rebosaba alivio—. Me preguntaba si me imaginaba el cambio sólo porque lo deseaba con tanta fuerza... Pero tú también lo notas. Es un poco más listo. Estoy segura.
—Claro que sí. Míralo ahora.
Chan había montado lenta y cuidadosamente todo el conjunto de anillas. Ahora, con el mismo esfuerzo, procedía a desmontarlas. Las dos mujeres lo observaron hasta que terminó de hacerlo, y entonces aplaudieron. A continuación, Chan cogió un juego de bloques de plástico rojo. Tenía figuras bastante complejas, pero juntas podían formar un cubo perfecto. Jugueteó con ellas un rato, ausente, y después las arrojó al suelo.
—Eso todavía es demasiado complicado para él — dijo Leah—. Está progresando, pero es terriblemente lento. A este ritmo, se necesitarán años.
—No sigue un desarrollo lineal. Según Kubo, si funciona, cuanto podemos esperar es ver lentos progresos al principio. Entonces todo aparecerá de golpe, quizás en una sola sesión en el Estimulador. No sabemos cuándo puede suceder, ni hasta dónde llegará Chan, porque desde el comienzo ignoramos qué hay malo en su cerebro. Podría terminar como retardado, mediano o incluso superinteligente, supongo, aunque esa probabilidad es muy pequeña. Todo lo que podemos hacer es esperar. —Miró a Chan—. Bueno, ésa es la teoría. Tenemos cosas más prácticas de las que preocuparnos antes. Tengo que prepararle la cena. Si quieres, puedes ayudarme. Es un poco guarro, aunque no mucho más que Kubo. Tendrías que haberlos visto a los dos... era repulsivo. ¿Quieres venir conmigo a la cocina? Todavía no me has dicho lo que has estado haciendo en ese programa de entrenamiento.
—Acostumbrarme a él. ¿Sabes?, cuando Bozzie nos vendió en la Tierra pensé que era lo peor que podría haberme sucedido. Estaba muerta de miedo. Y ahora estoy en el entrenamiento... ¡y me encanta! Acabamos de terminar la primera fase, y por eso me dieron un pequeño permiso. Pero tendré que marcharme de nuevo pasado mañana y regresar a la Estación Tela de Araña. Nos reuniremos con algunos de los miembros alienígenas, y empezaremos a formar un equipo auténtico. Ya he conocido a un Remiendo. No son tan extraños como la gente dice. El nuestro incluso hace chistes.... ¡en solar estándar! Y nadie ha conseguido hacer ningún progreso con su lenguaje. No tiene verbos, ni nombres, ni adjetivos, ni nada que se le parezca. Sólo zumbidos. ¡Y la lengua de los Ángeles se supone que es aún más complicada que la de los Remiendos! Tenemos que dejar en manos de los ordenadores la traducción, aunque al parecer ellos nos comprenden. Es preocupante. Me dijeron durante el entrenamiento que los humanos somos la especie más inteligente, pero estoy empezando a albergar serias dudas...
La actuación ante las anillas había puesto a las dos mujeres de buen humor. Parloteaban felices mientras se dirigían a la cocina. Chan se quedó jugando solo. Durante cinco minutos, permaneció sentado en el suelo, sin moverse. Entonces se levantó, corrió rápidamente a la puerta, subió por la estrecha rampa que conducía al espejo unidireccional. Se aseguró de que no había nadie detrás y volvió corriendo al cuarto de juegos.
Primero se dirigió a la sonriente fotografía de Esro Mondrian que Tatty había colgado en la pared, entre todos los dibujos de animales, plantas, personas y planetas. La miró intensamente. Entonces regresó al centro de la habitación, a la pila de bloques de plástico rojo. Recogió cuatro de ellos y rápidamente empezó a unirlos. En menos de treinta segundos, había ensamblado todo el cubo. Lo miró durante unos segundos y entonces, con la misma rapidez, lo desmontó y arrojó las piezas al suelo. Por fin, alzó los ojos y volvió a contemplar la imagen de Mondrian.
Sonrió. Y la suya fue una copia perfecta de la sonrisa que había en la cara de Esro Mondrian.
A cuatrocientos millones de kilómetros de distancia, esa misma cara estaba bañada en sudor. Mondrian yacía en la oscuridad sobre un duro diván, apretando los dientes y respirando a través de una serie de rápidos jadeos.
No podía ver nada, ni oler nada, ni sentir nada. Ni siquiera los electrodos colocados en su cuerpo producían ya sensación alguna. Después de un rato, la oscuridad se tragaba toda posible voluntad. Sentía que estaba solo, que no había nada más en el universo. La interminable serie de preguntas no servía de nada. Parecían venir de dentro, del interior de los rincones ocultos de su cerebro. Se esforzó por dar respuestas que acabaran con las preguntas, y hacerlo fue una agonía que le traspasaba el cráneo. Gritó.
—Se resiste de nuevo —dijo la suave voz de Skrynol—. Cada vez que nos aproximamos a esa zona, empieza a evadirse. Creo que debemos terminar por hoy.
Hubo un gentil contacto en el cuerpo sudoroso de Mondrian; los electrodos le estaban siendo retirados.
—No vamos a ninguna parte —dijo ásperamente—. Estoy perdiendo mi tiempo y el suyo.
—Al contrario, estamos progresando. A medida que vayamos definiendo la zona en la que no me permite entrar, podré deducir su naturaleza más y más. Ya tengo ciertos hechos. Por ejemplo, sé que oculta el resultado de una experiencia muy temprana, algo que ocurrió antes de que tuviera tres años. Ha pasado toda la vida construyendo barreras mentales alrededor de ese hecho. Por eso son difíciles de romper. Segundo, sus sueños recurrentes están todos relacionados con esa experiencia. Hay un modelo. Hay siempre una recreación de su trauma, o una huida de él. La visión es siempre la misma; usted como figura central, rodeada por una región cálida, iluminada, segura.
—Eso no es nada nuevo. Otros saltafreuds me han dicho lo mismo. Dicen que simboliza el vientre materno.
—Claro que dicen eso —la voz de Skrynol se tornó más aguda—. Es una conclusión barata. Y equivocada. Puedo reconocer los simbolismos de esa clase, y éste es bastante diferente. Déjeme continuar. Siente que lo controla todo dentro de esa región... pero la región se encoge. Cada día, la oscuridad se ha aproximado un poco más. Siente que hay demonios en esa oscuridad. Pero no hay lugar donde esconderse, pues siempre está en el centro de esa región iluminada. Si corre, en cualquier dirección, el peligro quedará aún más cerca. Por tanto, no puede huir, y no se atreve a quedarse quieto. Ésa es la fuente de sus pesadillas.
—Suponiendo que tuviera razón, ¿cómo puede ayudarme?
—Debemos ir aún más atrás..., más profundamente. Y debe usted ayudarme a hacerlo.
Mondrian guardó silencio.
—Tiene miedo —continuó por fin Skrynol—. Lo comprendo. Nuestros miedos secretos son siempre sagrados. Se le puede ayudar. Pero sólo si realmente lo quiere. Debe confiar más en mí, contarme sus secretos, dejar que sienta con usted y por usted —hubo una risa en la oscuridad—. Le horroriza la idea. Lo sé. Pero nuestros secretos nunca están tan bien guardados como nos gustaría imaginar. Déjeme contarle uno de esos secretos, pues hasta que no se lo diga nunca podremos retroceder lo suficiente.
Mondrian permaneció absolutamente quieto.
—¿Cree que tengo secretos?
—Tiene al menos uno. Según su archivo oficial, nació en Oberón, hijo de una ingeniero de minas que estaba ya embarazada cuando fue enviada allí. ¿Correcto?
—Eso es.
—Hábleme de su madre. ¿Qué clase de mujer era?
—Se lo he dicho varias veces. No la recuerdo. Murió en un accidente poco después de que yo naciera.
—Eso es lo que me ha dicho. Y ha mentido —la mano de Skrynol tomó a Mondrian por el hombro—. Su madre está muerta, eso es cierto, pero recuerda muy bien cómo era. Y no nació usted en Oberón, sino en la Tierra. Cuando era niño, le vendieron en la Tierra. No intente negarlo. Vivió en la Tierra los primeros dieciocho años de su vida, como común, en la pobreza y la miseria, hasta que tuvo oportunidad de escapar. Hoy, es usted un hombre educado, sofisticado. Tiene gustos refinados. Aprecia la belleza, la inteligencia, la buena literatura, la buena música, el arte, la comida y la bebida. Y sin embargo, fue formado en la Tierra. Una parte de usted continúa aún encerrada en la suciedad, ignorancia y estupidez donde empezó. Su pesadilla empieza aquí, en este planeta.
Mondrian se revolvió bajo el contacto de Skrynol, reaccionando más a las palabras que a la presión en su hombro.
—Maldito sea, Skrynol. Podría investigar en todo el sistema solar y no encontraría eso en ningún registro. Sólo una persona lo sabía. ¿Cómo, por el amor de Shannon, hizo que Tatiana se lo dijera?
—No me lo dijo, Mondrian. Lo deduje. Su autocontrol es formidable, pero no puede ser perfecto. Cada vez que el tema de la Tierra y la gente nacida aquí aparecía, media docena de variables físicas en su sistema variaban un punto o dos. Poca cosa, pero suficiente. Añadí otras preguntas e integré las respuestas. La conclusión estaba clara.
—Maldito sea. ¿A quién va a decírselo?
—No lo sé. Quizás a nadie.
Mondrian rebuscaba a oscuras en uno de los bolsillos de su uniforme. Sacó un paquete delgado y lo sacudió a ciegas ante él.
—Entonces, tome un incentivo por su silencio. Mire dentro.
El paquete desapareció de sus manos. Hubo un largo silencio, y después un suave sonido tintineante. La luz empezó a iluminar lentamente la habitación.
—La oscuridad es esencial durante el interrogatorio —dijo Skrynol—. Pero ahora ya no tiene ningún sentido.
Mondrian se enderezó en el asiento. Encogido ante él había una gigantesca forma tubular. El color amarillo claro de la bifurcación de su cuerpo mostraba que Skrynol era un Tubo-Rilla femenino. No tenía la forma habitual. El largo tórax mostraba cambios, y un par de miembros delanteros habían sido aumentados por apéndices carnosos que recordaban manos y brazos humanos. Skrynol guardó el paquete que Mondrian le había dado.
—Para satisfacer mi curiosidad —dijo—, ¿dónde y cuándo consiguió estas fotografías?
—En mi primera visita —Mondrian se tocó el ópalo del cuello—. Aquí guardo un captador de imágenes de longitud de onda múltiple. Probé con varias regiones espectrales; los infrarrojos y las microondas fueron satisfactorios.
—Ah —Skrynol se alzó tranquilamente sobre sus piernas negro anaranjadas, asintiendo—. Un fallo por mi parte. Observé su aparente manipulación nerviosa de la gema. Advertí que era una variante de su control general, pero no supe sacar ninguna conclusión. Mondrian, su capacidad para sorprenderme es fascinante. ¿Me dirá por qué pensó que sería necesario tomar imágenes?
—Quise saber cuál era la forma de alguien que decía ser demasiado horrible para ser visto. Quizá no fuera demasiado extraño, sino demasiado familiar. Pensé que tal vez estuviera ocultando algo, no sabía qué.
—¿Y cuando vio el resultado? —Skrynol se alzó hasta casi alcanzar el techo. Sus ojos oscuros y compuestos miraron a Mondrian—. Seguro que podría sacar mejor partido de sus hallazgos cumpliendo su trabajo e informando, que trayendo las fotos aquí.
—¿Informar a quién? ¿A mí mismo, como jefe de Seguridad? —Mondrian sacudió la cabeza—. Había demasiadas preguntas sin contestar. Habría creado un alboroto y al final habría quedado como un idiota. Su aspecto se parecía al de un Tubo-Rilla, pero había diferencias. Me había dicho que era un Artefacto, un producto de un laboratorio Aguja. Eso podría haber sido verdad.
—¿Podría? —Skrynol ladeó la cabeza—. ¿Rechaza esa hipótesis?
—Sí. Ahora estoy convencido de que no es un Artefacto, sino un Tubo-Rilla modificado quirúrgicamente para adaptarse al entorno terrestre y hablar la lengua humana. Y eso eliminaba mi segunda posibilidad... la de que fuera un Tubo-Rilla renegado que se escondiera aquí de sus amigos.
Hubo una risa sibilante a tres metros por encima de la cabeza de Mondrian.
—¿Quiere decir un «criminal», como lo llaman ustedes, refugiado en este mundo? Vamos, Mondrian. ¿Qué crimen podría haber cometido para que me castigaran con el destierro en este planeta y me desfiguraran quirúrgicamente? —Skrynol agitó los miembros delanteros—. Como dice su gente: «Si esto es el infierno, yo no estoy fuera de él.» ¿Tiene una tercera conjetura?
—Sí. La que debe ser correcta. Le modificaron y le enviaron aquí con el conocimiento y la aprobación de su gobierno. La Tierra es el único planeta del sistema solar donde tal cosa es posible. Es usted un espía y un observador de los Tubo-Rillas.
Skrynol redujo lentamente su tamaño, replegando sus largos miembros multicompuestos hasta que una vez más estuvo a la altura de Esro Mondrian.
—Todos los miembros del Grupo Estelar sienten la necesidad de observar a los humanos. Son ustedes demasiado violentos, demasiado impredecibles. Pero si admito que tiene razón, ¿no está entonces en peligro? Debo proteger mi secreto.
Mondrian sacudió la cabeza.
—Ha sido modificado físicamente, pero sigue siendo mentalmente un Tubo-Rilla. No es capaz de generar violencia. Mientras que yo...
—Una aguda observación que no puedo discutir. Pero no estoy desprovisto de medios de persuasión. Tiene usted sus propias necesidades. Podría revelar mi presencia aquí, cierto, pero si lo hiciera su tratamiento terminaría. Y estamos haciendo progresos, aproximándonos al corazón de su problema. ¿Lo admite?
—Estoy seguro —Mondrian se rió sin ganas—, ¿Por qué si no continuaría estas sesiones con usted?
—En ese caso, debe hacer su propia evaluación. Soy un peligro tan grande para los humanos que debe revelar mi existencia ahora, ¿o su necesidad personal domina la situación? —Skrynol se echó hacia atrás sobre sus juntas traseras y chirrió divertida—. El término humano para esto es único para su especie, pero resulta apropiado. Lo llaman un «conflicto de intereses». Como ve, siempre piensan en términos de pugna, guerra, batalla, lucha...
—¿Cómo lo llamaría un Tubo-Rilla?
—Tal situación no existiría. Para nosotros, el bien de muchos siempre tiene prioridad sobre la necesidad del individuo. No es algo que tenga mérito. Está dentro de nosotros desde la primera meiosis. Esa es la razón por la que me encuentro aquí, sola y deformada, a muchos años luz de mi casa y mis compañeros. Pero los humanos se dejan dominar por las necesidades individuales. Y por eso, Esro Mondrian, debe tomar una decisión. Me descubre o continúa el tratamiento. ¿Qué será?
Mondrian guardó silencio un momento.
—¿Cuál es su nombre? ¿Su nombre Tubo-Rilla?
—Podría decírselo. No es ningún secreto. Pero usted no podría pronunciarlo, a menos que quisiera aprender a rechinar —la Tubo-Rilla se rió—. Puede seguir llamándome Skrynol. Es similar a una palabra en nuestra lengua que significa «el loco». Una Tubo-Rilla loca viviendo en Mundo Loco, es apropiado. Lo repito, estamos en tablas. Conozco su secreto. Conoce usted el mío. ¿Qué hacemos a continuación?
Esro Mondrian hizo un gesto a Skrynol para que se acercara. Cuidadosamente, se alisó el uniforme.
—Lo que ya intenté cuando vine aquí hoy. ¿Por qué razón piensa que he traído las fotografías? Es cierto, los dos tenemos necesidades. Y al saberlo, podemos negociar.