El equipo había adquirido existencia oficial en el momento en que todos sus miembros llegaron a Barjan. En adelante, sería conocido como el Equipo Rubí, un nombre que desagradó tanto a Chan como Leah había odiado el de Equipo Alfa. Igual que ella, Chan había decidido cambiarlo en cuanto tuviera oportunidad.
El Equipo Rubí tenía ahora cuatro días de existencia. Tres de ellos habían sido empleados en investigar y explorar el planeta mientras Chan y los otros hacían sus primeros intentos por aunar sus esfuerzos y cooperar mutuamente. La «luna de miel», como lo había llamado Shikari jocosamente. Pero ahora, en la cuarta mañana, ese periodo de tranquilidad había terminado. Todos los miembros lo sabían, y se sentían poco dispuestos a empezar.
Amanecía en Barjan, un día espléndido con un cielo lleno de luces rosáceas y grises que los rayos de Eta Cassiopea creaban al atravesar las altas capas de polvo y arena. Los miembros del equipo perseguidor se habían dispersado durante la noche para satisfacer sus necesidades naturales de alimento o descanso. Ahora, con las primeras luces del alba, se reunieron en la nave para escuchar el informe del Ángel.
Este permaneció largo rato en silencio. Por fin, empezó a mover las hojas superiores.
—Confirmado —dijo la unidad de comunicación adjunta a su sección central—. Con una probabilidad de 0,999 y ahora sabemos la localización del Simulacro de Morgan.
—Buena noticia —dijo Shikari, agrupado en forma de montículo púrpura junto a la pared de la cabina—. ¿Dónde está, Ángel? Esperamos que no demasiado cerca.
—El Simulacro está lejos de aquí. Tiene un escondite en una caverna, en la costa de Sueñomar.
Hubo un momento de silencio.
—Eso es una mala noticia —dijo Shikari, y en su agitación se dispersó y el aire se llenó de componentes que revolotearon por toda la nave—. ¿Qué hacemos ahora?
Chan sacudió la cabeza y se volvió hacia S'greela.
—No puedo hacer eso que ha hecho Shikari, pero sé cómo se siente. ¿Tienes alguna sugerencia?
El grupo perseguidor había discutido muchos planes alternativos, para muchas situaciones distintas, pero esta circunstancia nunca había sido considerada. El Simulacro no podría haber escogido un lugar mejor para esconderse.
La impresión común de Barján como mundo desértico no era del todo correcta. Había una extensión de agua en su superficie: Sueñomar, un lago redondo de cuarenta kilómetros de diámetro, que se encontraba en una depresión a unos mil kilómetros del polo sur del planeta. El agua del lago era salada y amarga, y ninguna forma de vida terrestre podía sobrevivir allí. La forma de vida nativa más grande era un anfibio que toleraba —y disfrutaba— la salinidad y alcalinidad de Sueñomar. Era una de esas extrañas formas que habían hecho al Grupo Estelar tan cauteloso en su política. Los Caparazones parecían tortugas grandes, de dos metros. No empleaban herramientas, no conocían ningún tipo de tecnología, no tenían ningún lenguaje reconocible. Y sin embargo...
La mayor parte del tiempo, los Caparazones se entretenían con dos obsesiones: meterse en el agua durante el día barjano, buceando en busca de algas, y arrastrarse hasta la costa por la noche para poder pacer la vegetación descolorida y espinosa de las costas de Sueñomar. Eran animales grises y anodinos, que aparentemente vivían una existencia gris y monótona. Naturalmente, los primeros visitantes humanos del sistema de Eta Cassiopea, habían centrado su atención en S'Kat'lan, el hogar de los inteligentes Tubo-Rillas. Nadie había hecho mucho caso a los Caparazones de Barján, hasta que un día se descubrió que su carne era un bocado delicioso: rosa, de fina textura y sabor exquisito. Se convirtió en un lujo que se exportaba desde el sistema Eta Cass. La población de los Caparazones empezó a menguar. Sin ninguna protección especial, pronto se habrían extinguido.
Fue un xenólogo marciano, Elbert Tiggens, quien los salvó. Sus amigos admitían que Tiggens tenía ideas excéntricas. Otros colegas eran menos amables y consideraban una locura su esquema de una «taxonomía universal», un sistema de clasificación general en el cual los organismos de cada mundo encajarían a la perfección de acuerdo con reino, filo, clase, orden, familia, género, y especie. Tiggens no se dejaba disuadir. Con ese propósito decidió marcharse una temporada a Barján para estudiar la flora y fauna de Sueñomar y tratar pacientemente de introducir cada organismo en su esquema clasificatorio.
Elbert Tiggens se habría quedado allí para siempre sin conseguir nada, pero, después de unos cuantos meses, advirtió algo raro en los Caparazones. Los había utilizado como fuente de alimento, y estaba muy familiarizado con sus hábitos y movimientos. Cada mañana se sumergían en el Sueñomar, y cada noche salían a la orilla. Pero no viajaban directamente en busca de las plantas alimenticias o del agua. En vez de eso, los animales seguían una serie de curvas peculiares y bien definidas, diferentes cada mañana y cada noche. En ciertos puntos se paraban, daban la vuelta trazando un círculo completo, y dejaban una marca definida en el suelo. Tiggens fotografió las huellas y se preguntó si serían parte de alguna especie de ritual de apareamiento, y continuó con su trabajo taxonómico.
Después de seis meses, se quedó sin suministros. Empezaba también a cansarle la carne hervida, asada, frita, cocida, a la plancha o ahumada de los Caparazones. Aprovechó la estancia de un recolector de Caparazones y se marchó a la única instalación existente en Barján, con la intención de comprar comida y suministros allí. Junto a él, había una astrónomo Tubo-Rilla a punto de marcharse de Barján para examinar el sistema anillado de Eta Cass. Tiggens deseaba compañía, humana o de lo que fuera. Explicó sus razones para estar en el planeta, sus nociones de taxonomía y sus observaciones sobre los Caparazones. La Tubo-Rilla le escuchó amablemente, disimulando su aburrimiento, hasta que Tiggens le mostró algunas fotografías de las huellas que los Caparazones dejaban al moverse por la orilla. La Tubo-Rilla las miró una vez. Luego, volvió a mirarlas de nuevo. Finalmente, se las quitó a Elbert de las manos.
—¿Rituales de apareamiento? —preguntó Tiggens.
La Tubo-Rilla tiritó, se estiró, desplegó los miembros, se elevó veinticinco centímetros y sacudió la cabeza.
—¡Órbitas y posiciones planetarias del sistema Eta Cass!
De repente, los Caparazones dejaron de ser un alimento. Sueñomar fue declarada zona protegida y los Caparazones una especie protegida. Tenían conocimientos suficientes de astronomía, matemáticas y mecánica celestial como para saber la posición de los principales planetas del sistema Eta Cass, sin que les influyera la visibilidad o la época del año. Trabajaban en equipo, y ningún Caparazón duplicaba los esfuerzos de otro. Pero, de manera exasperante, rehusaban mostrar otros signos de inteligencia.
Las reglas del Grupo Estelar eran explícitas y se llevaban a cabo rigurosamente. Los Caparazones eran una especie posiblemente inteligente, aunque la naturaleza de su inteligencia no se comprendiera todavía. Por lo tanto, su protección fue total. No podían ser cazados, y su entorno, que incluía todo Sueñomar y la zona de tierra alrededor, quedaba completamente fuera de los límites de cualquiera, incluyendo el Equipo Rubí. Con esto, la misión de Chan y los otros parecía imposible.
Después de la consternación inicial de Shikari y su dispersión, el Remiendo volvió a reagruparse y reformó su boca, la volvió hacia Chan, emitió un par de silbidos preliminares y por fin habló.
—¿Bien?
Chan miró al Remiendo y luego se volvió hacia S'greela y el Ángel. Los tres parecían estar mirándole de manera expectante; incluso el Ángel había movido las ramas parecidas a brazos que tenía en la sección inferior para acercarle el micrófono, y la Tubo-Rilla se inclinaba hacia él.
—¿Bien? —repitió S'greela.
—¿Bien, qué?
—Estamos esperando.
—¿Esperando el qué? —Chan, de repente, se puso a la defensiva.
—Esperando para oír tu plan —dijo la voz computerizada del Ángel, con su peculiar tono—. ¿Cómo propones que capturemos y destruyamos al Simulacro Morgan, cuando está claro que no podemos entrar en el área protegida que rodea Sueñomar? Para nosotros parece una empresa totalmente imposible.
—No me miréis a mí —Chan sacudió la cabeza—. No tengo ningún plan. Mira, vosotros hicisteis el reconocimiento y localizasteis al Simulacro. ¿Por qué tengo que ser yo quien haga un plan?
Parte de la agrupación inferior de Shikari se dividió en una larga extensión de componentes que aleteó para reunirse alrededor de las piernas de Chan. Ahora, éste sabía que aquello era la manera que tenía el Remiendo de mostrar apoyo y simpatía.
—Porque tú eres humano —dijo la voz silbante.
—Porque tú puedes hacerlo y nosotros no —añadió S'agreela humildemente—. Siempre supimos que esto llegaría, si descubríamos al Simulacro. Sólo tú tienes los dones que nos permitirán actuar a todos.
—Lo hemos discutido entre nosotros —continuó Shikari—. Excepto en la mayor de nuestras formas compuestas, sabemos que los Remiendos no tenemos el poder intelectual de los Ángeles y las Tubo-Rillas. Pero sabemos que las tres formas tienen habilidades mentales que exceden las de los humanos... Por favor, no discutas este punto ahora. Y sin embargo, también sabemos que la lógica, la velocidad, la creatividad, la memoria y la precisión no lo son todo. Hay otra dimensión en el pensamiento humano de la que carecemos los otros tres. Una dimensión desafortunada para la mayoría de los propósitos. Pero no podemos planear una acción militar, organizar una guerra o combatir en una batalla. Esas palabras sólo existen en los idiomas humanos.
Hubo un largo silencio.
—Cuéntanos tu plan —dijo la voz metálica del Ángel.
—No lo comprendéis. No puedo. No tengo experiencia en la guerra, ni idea de cómo se conduce. Aunque algunos humanos son agresivos, nunca he estado envuelto en una batalla... ni siquiera en una pelea individual.
—Antes de que una Tubo-Rilla se aparee —dijo S'greela lentamente—, no puede ni imaginar que tal cosa sea posible. La misma idea de unir los cuerpos es grotesca, inquietante y repugnante. Pero cuando llega el momento y la necesidad de aparearse... se aparea. Sin pensarlo. La acción no viene de la experiencia, sino de alguna memoria somática almacenada en el interior de su cerebro y su cuerpo.
—Haz un plan para destruir al Simulacro —dijo el Ángel—. Eres humano. Eres grande, contienes multitudes. Puedes crear ese plan de tu interior.
Chan sintió que la furia crecía en él. ¡Rehusaban su responsabilidad personal! Miró la masa impasible del Ángel, la nerviosa inclinación de la Tubo-Rilla y el aleteo incesante del Remiendo, con sus componentes individuales desconectándose y reconectándose constantemente.
—Cuando me enviaron a Barján, me dijeron que formaría parte de un equipo. Cada uno de los miembros contribuiría por igual, no se sentaría a esperar que otro le diera órdenes. Me ordenáis que cree un plan. ¿Para qué estáis aquí? ¿Qué es lo que pensáis que vais a hacer?
—Te ayudaremos a cumplir el plan en lo que podamos —dijo Shikari—. Chan, la furia humana es una cosa terrible. La vemos crecer en ti mientras hablamos. Pero la diriges al blanco equivocado. Solamente te estamos pidiendo que hagas lo que nosotros no podemos hacer. Siéntate. Piensa. No te apresures. Y entonces dinos adonde te han llevado tus pensamientos.
—Pero seguís sin comprender —empezó a decir Chan—. No estoy más capacitado que vosotros para imaginar lo que necesitamos. No tengo experiencia, ni forma alguna de... de...
Se detuvo. No tenía sentido seguir hablando. Inclinó la cabeza y contempló el suelo. Sólo se estaba repitiendo, y esto no llevaría a ninguna parte. ¿De verdad el Ángel no podría hacerlo mejor que cualquier cosa que Chan pudiera concebir? Ya había visto pruebas sorprendentes de sus poderes intelectuales. O el Remiendo... Shikari podría aumentar su poder cerebral sólo con añadir más componentes e incrementarlo hasta el punto en que Chan tuviera problemas para seguir las pautas de pensamiento. Pero mientras se quedara allí, el Simulacro continuaría a salvo en su escondite.
—¿No queréis invadir el área protegida de Sueñomar? —preguntó, alzando la cabeza.
Shikari emitió un agudo silbido de horror y S'greella rechinó con desaprobación.
—Eso es un acto impensable —dijo—. Ni siquiera lo habíamos considerado.
—¿Ni siquiera como observadores, si hubiera garantías de que ningún Caparazón sería tocado?
—Esa garantía no puede probarse. Si el Simulacro te localizara y te atacase, insistirías en devolver el ataque.
Chan asintió.
—Probablemente tenéis razón, si fuera necesario como autodefensa. Pero no estaba pensando en mí; ni en ninguno de vosotros.
—¿En quién, entonces? —La Tubo-Rilla agitó sus miembros segmentados—. Somos las únicas especies indiscutiblemente inteligentes del planeta.
—No hablo de inteligencia. Según nuestros informes, el Simulacro localizaría cualquier signo de inteligencia —se volvió hacia Shikari—. Me has dicho que tus componentes individuales tienen dos millones de neuronas. Pueden comer, aparearse, beber y unirse. Pero ¿y un compuesto pequeño? ¿Podrían unirse tan sólo seis o diez componentes?
—Claro. Pero ¿para qué querríamos hacer eso?
—No estoy seguro. ¿Podría un grupo tan pequeño seguir tus órdenes?
—Tendrían que ser muy simples.
—¿Serviría para recopilar información?
—Indudablemente —la superficie del Remiendo se erizó al moverse, como si quisiera dar a entender que se encogía de hombros—. Pero ¿para qué sería? No habría forma de que un grupo tan pequeño pudiera integrar su información con nada más. No podríamos combinarla.
—Tenemos un integrador soberbio aquí mismo —Chan señaló al Ángel—. Shikari, todo lo que tendrías que hacer sería formar un número de composiciones muy pequeñas y dirigirlas para que exploren la región cercana al escondite del Simulacro. ¿Podrías hacerlo?
—Ciertamente. Pero, ¿y después qué?
—En cuanto sepamos lo que hace, en qué ocupa su tiempo, buscaremos una forma de sacarlo de la zona protegida donde viven los Caparazones.
—Pero no sabemos qué puede atraer a un Simulacro —protestó S'greela—. Conocemos su apariencia y su estructura, pero no tenemos ni idea de sus actitudes mentales.
—Todavía no..., pero las tendremos —Chan se volvió hacia el silencioso Ángel—. Según la información que recibí antes de que viniéramos a Barján, un Ángel puede utilizar su mente en un «modo imitador» que remeda las pautas de pensamiento de otras especies. ¿Es cierto?
—Con tiempo e información suficientes, lo que sugieres es parcialmente verdad. A menudo podemos duplicar las pautas de pensamiento de otro ser en parte de nuestros propios procesos mentales. Pero no siempre. Por ejemplo, hemos fracasado completamente al intentar replicar cualquier parte de los procesos humanos de agresión.
—Olvida a los humanos. ¿Podrías duplicar los procesos de pensamiento de un Simulacro?
—No. Es imposible. No tenemos suficiente información, y no ha habido oportunidad de entrar en contacto.
—Maldición, Ángel, no pido perfección. Lo que necesitamos es una buena imitación, algo que podamos usar para suponer cómo podría reaccionar un simulacro en una situación específica.
Hubo un largo silencio. El Ángel consideraba un nuevo concepto.
—¿Una imitación imperfecta de su pensamiento? Posiblemente. La necesidad es la madre de la invención. Ya tengo un considerable banco de datos referido a los Simulacros. Podría conseguirse una aproximación general al modelo de sus procesos mentales; quizá lo bastante para comparar las probabilidades relativas de diferentes cursos de acción, sin asignar valores absolutos a ninguno. Pero me llevaría mucho tiempo cumplir el proceso.
—¿Cuánto?
—Si no molestan —dijo el Ángel tras otra larga pausa—, ¿digamos unos tres días? Y durante ese mismo periodo de tiempo podría desarrollar dentro de mí los mecanismos necesarios para aceptar información directa de las subasambleas del Remiendo. Pero para conseguir eso Shikari y yo tendríamos que estar muy conectados.
Chan se volvió al Remiendo.
—¿Puedes establecer ese tipo de conexión?
—Veremos. Desde fuera, no encontramos problemas. Será una experiencia nueva, intrigante y agradable. —El Remiendo empezó a moverse lentamente hacia el Ángel. Cuando pasó junto a Chan se detuvo—. ¿Empezamos ahora mismo, Chan? ¿O prefieres contarnos primero los detalles del resto de tu plan?