CUARTA PARTE

Uno

Después de esta imagen aparecieron en la pantalla puras rayas horizontales. Rodrigo, a manera de evasión, se quedó dormido. No podía ir más allá. Aparentemente su bloqueo era mucho más poderoso que el de Azucena. De cualquier manera, las imágenes que ella tenía en su mano le iban a ser de enorme utilidad. Como quien no quiere la cosa, las había empezado a hojear en lo que Rodrigo despertaba. Lo primero que le impactó fue descubrir que el comedor de esa casa correspondía a la misma habitación que ella había ocupado como recámara en su vida en 1985. Azucena reconoció el vitral de una de las ventanas como el que se le había venido encima el día del terremoto. Fuera de eso, entre el comedor de la vida de Rodrigo y la recámara de ella existía una abismal diferencia. El comedor pertenecía a la época de esplendor de la residencia y la recámara a la de decadencia. Azucena suspendió de golpe sus comparaciones. Acercó a su rostro una de las fotografías para apreciarla en detalle y descubrió que la cuchara que Rodrigo había sostenido en la mano durante la violación ¡era la misma que ella había visto en Tepito y que había comprado la amiga de Teo el anticuario! En cuanto regresaran a la Tierra, lo primero que Azucena tenía que hacer era ir a buscar a Teo para que lo condujera con su amiga. ¡Ojalá que esa mujer aún conservara la cuchara! Por lo pronto, tenía que terminar con la sesión de Rodrigo. Tenía que armonizarlo. No podía dejarlo en el estado en que se encontraba. Azucena, poniéndole los dedos en la frente, le ordenó que despertara y que continuara con la regresión. Rodrigo reaccionó perfectamente a sus indicaciones.

– Vamos al momento de tu muerte. Vamos a que veas por qué tenías que haber tenido la experiencia que tuviste. ¿Dónde estás?

– Acabo de morir.

– Pregúntale a tu guía qué tenías que aprender.

– Lo que es una violación…

– ¿Por qué? ¿Violaste a alguien en otra vida?

– Sí.

– ¿Y qué se siente ser violado?

– Mucha impotencia… mucha rabia…

– Llama a tu cuñado por su nombre y dile lo que sentiste cuando te violó.

– Pablo…

– Más fuerte.

– ¡Pablo…!

– Ya está frente a ti, dile todo…

– Pablo, me hiciste sentir muy mal… me lastimaste mucho…

– Dile qué sientes hacia él.

– Te odio…

– Dilo más fuerte. Grítaselo en la cara.

– Te odio… Te odio…

– ¿Qué sientes?

– Rabia, mucha rabia… ¡Siento los brazos cargados de rabia!

El rostro de Rodrigo se deformó. Tenía las venas saltadas. Los brazos tensos y las manos apretadas. La voz le salía ronca y distorsionada. Lloraba desesperadamente. Azucena le indicó que tenía que continuar gritando hasta que saliera toda la rabia encerrada. Para facilitar el desahogo le proporcionó un cojín y le ordenó que lo golpeara con todas sus fuerzas. El cojín fue insuficiente para alojar la furia que deja una violación dentro del organismo. Rodrigo, al poco rato de golpear, lo destrozó, lo cual fue muy bueno, pues su rostro empezó a mostrar alivio. Lo malo fue que todos en la nave se tuvieron que hacer a un lado para evitar ser alcanzados por los golpes, y la nave, que no andaba en muy buenas condiciones que digamos, se desestabilizó y empezó a brincotear. La abuelita de Cuquita, que dormía profundamente, se despertó entre el alboroto. Los gritos de Rodrigo se le metieron hasta el fondo del alma y en medio del sueño alcanzó a pronunciar: «Ya lo decía yo, éste es el mismo borracho de mierda.»

Azucena logró tranquilizar a todos. Les explicó que Rodrigo ya había descargado la energía negativa y que de ahí en adelante ya no iba a causar ningún problema. No tenían nada que temer. Todos volvieron a sus puestos. La nave recuperó la calma. Y ella pudo continuar con su trabajo.

– Muy bien, Rodrigo, muy bien. Ahora tenemos que ir al momento en que se originó el problema entre tu cuñado y tú. Porque estoy segura de que fue en otra vida. Dime si lo conocías de antes.

– Sí… hace mucho…

– ¿Dónde vivían y cuál era tu relación con él?

– Él era mujer… Yo era hombre… Vivíamos en México…

– En qué año.

– En 1527… Ella era una india que estaba a mi servicio…

– Vamos al momento en que surgió el problema. ¿Qué pasa?

– Yo estoy sobre una pirámide, que dicen que es la Pirámide del Amor, y ella llega… y yo… la violo allí mismo…

– ¡Mjum! Eso es interesante… Ahora que ya sabes lo que se siente al ser violado, ¿qué sientes hacia ella?

– Me siento muy apenado de haberle causado un dolor así.

– Díselo. Llámala. ¿La conoces en tu vida presente?

– No, en ésta no, pero en la otra sí. Ella era el cuñado que me violó.

– ¡Mjum! ¿Y después de saber lo que sabes lo sigues odiando?

– No.

– Pues llámalo y díselo. ¿Sabes cómo se llama en esa vida?

– Sí. Citlali… Citlali, quiero pedirte perdón por haberte violado… yo no sabía que te estaba dañando tanto… Perdóname, por favor… me da mucha pena lo que te hice… no era mi intención lastimarte… yo sólo te quería amar, pero no sabía cómo…

– Dile cómo fue que pagaste haberla violado… avanza en el tiempo… vamos a la vida inmediatamente posterior a ésa… ¿Dónde estás?

– En España…

– ¿En qué año?

– Creo que es 1600 y pico… Soy un monje… Tengo barba y la cabeza rasurada… Estoy tratando de domar mi cuerpo… Estoy desnudo hasta la cintura, hundido en la nieve… Hay ventisca… tengo mucho frío, pero tengo que vencer a mi cuerpo.

El cuerpo de Rodrigo temblaba de pies a cabeza, se le veía cansado y angustiado, pero Azucena necesitaba continuar con el interrogatorio.

– ¿Y aprendes a controlarlo?

– Sí… Viene una monja y se desnuda frente a mí, pero yo me resisto…

– ¿Cómo es la monja?

– Bonita… tiene un cuerpo bellísimo… pero… es una alucinación… no existe… mi mente la fabrica porque llevo días sin comer para vencer la gula… Me estoy muriendo… estoy muy débil… me arrepiento de haber desperdiciado mi cuerpo… mi vida…

– ¿Por qué? ¿A qué te dedicaste en esa vida?

– A nada… a controlar mi cuerpo y mis deseos… Pero me costó mucho trabajo…

– Pero algo bueno tienes que haber hecho… Busca un momento que te haya dado mucha satisfacción…

– No lo encuentro… No hice nada… Bueno, lo único útil que hice fue inventar groserías…

– ¿Cómo fue eso?

– Los monjes de la Nueva España no querían que los indios aprendieran a insultar a la manera de los españoles, pues éstos constantemente decían «Me cago en Dios», y nos pidieron que inventáramos groserías nuevas…

– ¡Mjum! Qué interesante. Bueno, entonces no fue una vida del todo desperdiciada, ¿no crees…?

– Pues no, pero sufrí mucho…

– Díselo a Citlali en la vida en que la violaste… Dile que tuviste que penar mucho para pagar tu culpa… Dile que fue muy duro aprender a controlar tus deseos… Dile cómo sufriste.

Azucena le dio un tiempo a Rodrigo para que hablara mentalmente con Pablo-Citlali y luego se decidió terminar con la sesión.

– Bien, ahora repite junto conmigo: «Te libero de mi pasión, de mis deseos. Me libero de tus pensamientos de venganza, pues ya pagué lo que te hice. Te libero y me libero. Te perdono y me perdono. Dejo salir toda la rabia que me tenía unido a ti. La dejo circular nuevamente. La libero y permito que la naturaleza la purifique y la utilice en la regeneración de las plantas, en la armonización del Cosmos, en la diseminación del Amor.»

Rodrigo repitió una a una las palabras que Azucena le dijo y su rostro poco a poco fue llenándose de alivio. Descubrió que el dolor de cadera había desaparecido, y cuando abrió los ojos, papujados por el llanto, su mirada era por completo otra. Inmediatamente el humor en la nave mejoró y todos se sintieron inmensamente felices por el resto del trayecto.

Dos

Hacen estrépito los cascabeles,

el polvo se alza cual si fuera humo:

recibe deleite el Dador de la vida.

Las flores del escudo abren sus corolas,

se extiende la gloria,

se enlaza en la tierra.

¡Hay muerte aquí entre las flores,

en medio de la llanura!

Junto a la guerra,

al dar principio la guerra,

en medio de la llanura,

el polvo se alza cual si fuera humo,

se enreda y da vueltas,

con sartales floridos de la muerte.

¡Oh príncipes chichimecas!

¡No temas corazón mío!

en medio de la llanura,

mi corazón quiere

la muerte a filo de obsidiana.

Sólo eso quiere mi corazón:

la muerte en la guerra…

Ms. «Cantares Mexicanos», fol. 9 r.

Trece Poetas del Mundo Azteca, MIGUEL LEÓN-PORTILLA.

México, 1984


Con el mismo ímpetu con que el volcán de Korma lanzó escupitajos de lava, el corazón de Isabel bombeó sangre.

Tuvo que hacerlo como medida de emergencia, pues en cuanto Isabel sintió que podía ser alcanzada por la lava, empezó a correr como loca, dejando atrás a sus guaruras. Nadie le pudo seguir el paso. Corrió y corrió y corrió hasta que se desmayó. El miedo a morir calcinada entró en su cuerpo con la fuerza de un huracán y disparó su alma hacia el espacio. Su cuerpo, tratando de recuperarla, corrió infructuosamente tras ella hasta que no pudo más y cayó al piso. No era la primera vez que perdía el sentido. De joven era corredora de fondo, pero dejó de practicar ese deporte cuando perdió el control sobre su cuerpo. Con frecuencia, al correr, su cuerpo, cual caballo salvaje, se le desbocaba y no se detenía hasta que se le agotaban todas las fuerzas. Generalmente corría sin motivo ni justificación. Bueno, escapar de la lava del volcán era una razón más que justificada, pero no siempre era así. Su galgomanía tenía que ver con una inexplicable necesidad de huir que le surgía del fondo del alma. El caso es que su cuerpo, extenuado por la carrera, había caído en el piso justo al lado de Ex Rodrigo, quien a su vez había perdido el conocimiento a manos de la primitiva que lo había noqueado de un solo golpe.

Cuando Agapito y Ex Azucena llegaron al lado de su jefa, se alarmaron. Ignorantes por completo del pasado correril de su patrona, no sabían ni qué pensar. Isabel, en apariencia, estaba completamente muerta. ¿Qué cuentas iban a dar al partido en caso de que eso fuera cierto?

Ex Azucena rápidamente sugirió que debían inculpar del asesinato al que fuera. Pensaron que lo más indicado era buscar al sospechoso entre los aborígenes de Korma, pues como no hablaban español no se podían defender.

– ¿Qué te parece éste? -preguntó Agapito, mientras señalaba a Ex Rodrigo.

– ¡Perfecto! -respondió Ex Azucena, y dieron inicio a la operación madriza.

En ésas estaban cuando Isabel recuperó el conocimiento. Al ver que sus guaruras estaban golpeando salvajemente al que ella creía Rodrigo, les gritó hecha una furia.

– ¿Qué están haciendo?

Agapito respondió de inmediato:

– Estamos interrogando a este sujeto, jefa.

– ¡Pendejos! ¡No le hagan daño! -Isabel se levantó y corrió al lado de Ex Rodrigo, y ante el azoro de sus guaruras le empezó a limpiar la sangre que le escurría por la nariz-. ¿Te lastimaron? -le preguntó.

Ex Rodrigo, a quien para entonces ya se le habían bajado los efectos de la borrachera y la noqueada, reconoció de inmediato a Isabel como la candidata a la Presidencia Mundial del Planeta y se le abrazó con desesperación. Con ojos llorosos, le suplicó:

– ¡Señora Isabel! ¡Qué bueno que la encuentro! Ayúdeme por favor. No sé qué hago aquí, yo vivo en la Tierra y me llamo Ricardo Rodríguez… mi esposa me trajo en una nave y…

Las palabras que Ex Rodrigo decía dejaron de tener interés para Isabel. Lo separó un poco para poder verlo a los ojos y por la mirada se dio cuenta que, efectivamente, ese hombre no era Rodrigo. Automáticamente lo repelió de su lado, con asco se sacudió la mugre que le había dejado pegada en la ropa y para cerciorarse de su descubrimiento le preguntó, señalando a Ex Azucena:

– ¿Conoces a esta mujer?

Ex Rodrigo, al verla, de inmediato se encabronó.

– ¡Claro que la conozco! ¡Esta pinche vieja me dio una buena patada en los huevos! Yo te creía muerta, cabrona, pero qué bueno que te encuentro. ¡Ora sí me las vas a pagar…!

Ex Rodrigo intentó irse sobre Ex Azucena, pero Agapito lo detuvo.

– ¡Cálmate güey, tú que tocas a esta vieja y yo que te reviento los pocos huevos que ella te dejó!

Isabel se quedó muy pensativa. Ella sabía muy bien que por mucho que le hubieran borrado la memoria a Rodrigo, la imagen de Azucena debía estar grabada de una manera importante en sus recuerdos por ser la que correspondía a su alma gemela. Pero Ex Rodrigo había reaccionado con mucha rabia, muy en contra de lo que era de esperar entre una pareja de almas gemelas. Esa era la prueba que ella esperaba para comprobar que estaba frente a un extraño. ¿Quién era ese hombre? Y lo más importante, ¿dónde estaba el alma de Rodrigo? Para saber las respuestas, les entregó nuevamente a Ex Rodrigo a sus guaruras y les dijo:

– ¡Síganlo interrogando!

A Isabel le urgía saber quiénes eran los autores intelectuales de ese reprochable acto, pues la estaban poniendo en gran peligro. Comenzó a temblar. Un sudor frío le escurría por el cuello. No podía permitir que alguien se interpusiera en su camino. Ella tenía que ocupar la silla presidencial a como fuera, de lo contrario nunca llegaría la tan ansiada época de paz para la humanidad. La comprobación de que tenía enemigos ocultos la forzaba a asumir el estado de guerra. No le quedaba otro camino para obtener la paz que el de la pelea.

Desgraciadamente, sus guaruras no pudieron sacarle mucha información a Ex Rodrigo, pues los demás miembros de la comitiva se estaban acercando al lugar donde ellos se encontraban. No les convenía tener testigos de su interrogatorio. Lo único que le alcanzaron a sacar fue el nombre de su esposa Cuquita, el de la abuelita de Cuquita, el del compadre Julito y el de Chonita, el nombre falso de la nueva vecina, o sea, Azucena. En cuanto Ex Rodrigo mencionó a la nueva vecina, Isabel brincó.

– ¿La tal Chonita llegó el mismo día en que murió Azucena? -preguntó.

Y recibió un sí rotundo por respuesta. El hecho de que el mismo día en que se llevaron el cuerpo de Azucena llegara una nueva inquilina, no podía ser una simple coincidencia. El que alguien le hubiera robado el alma a Rodrigo, tampoco. Isabel, rápidamente llegó a la conclusión de que Azucena antes de morir había cambiado de cuerpo. ¡Que seguía viva! Y que había recuperado el alma de Rodrigo. Tenía que eliminarla a como diera lugar. Hasta ahí llegaron sus planes futuros. No pudo planear la manera de acabar con Azucena porque la comitiva que le acompañaba en su viaje ya estaba a su lado y tenía que empezar a retomar su papel de «santa».

Todos estaban muy preocupados por ella. La había visto salir corriendo como alma en pena y nadie le había podido dar alcance. A uno de los periodistas que estaba cubriendo la gira de Isabel le llamó la atención Ex Rodrigo. No se tardó mucho en reconocer a ese hombre como el supuesto cómplice del asesino del señor Bush. Isabel intervino de inmediato para no dar tiempo a suposiciones. Informó a todos los presentes que precisamente por esa razón había salido corriendo como loca. Ella, al igual que el periodista, era muy buena fisonomista y enseguida había reconocido a ese hombre y corrido tras él hasta atraparlo. El hombre ya le había confesado que había intentado esconderse en Korma, pero afortunadamente para todos ella lo había descubierto y pronto lo tendrían las autoridades en sus manos. Para terminar, explicó que los golpes que aparecían en el cuerpo del delincuente eran producto de una golpiza que los salvajes de la tribu le habían puesto por considerarlo un intruso. Todo el mundo felicitó a Isabel por su valentía y le tomaron muchas fotos al lado del «criminal». Al darse cuenta de que el «peligroso criminal» del que estaban hablando era él mismo, Ex Rodrigo intentó protestar y declararse inocente, pero Isabel, con una rápida y casi imperceptible patada en los huevos, se lo impidió. Enseguida ordenó a sus guaruras que llevaran al presunto cómplice del asesinato del señor Bush al interior de la nave para que le dieran atención médica.

El periodista quiso enviar a la Tierra la información de todo lo sucedido, pero Isabel lo convenció de que no lo hiciera, pues con eso sólo entorpecería la investigación. Cualquier información noticiosa sobre el caso podría alertar a los demás integrantes del grupo de guerrilla urbana al que ese hombre pertenecía. Lo más indicado, pues, era mantener el secreto a toda costa, entregar al individuo a la Procuraduría General del Planeta para que ahí se condujera la investigación y dejar que los judiciales se encargaran de la captura de todos los cómplices que, a saber, eran: Cuquita, la abuelita de Cuquita, el compadre Julito y Azucena. El periodista quedó muy conforme con las sugerencias de Isabel y decidió guardar su nota para después, sin saber que le estaba dejando a Isabel la puerta abierta para que pudiera actuar por su cuenta y eliminar a todos antes de que fueran detenidos.


* * *

Quién sabe si fue a causa del calor o por haber saltado infinidad de obstáculos en el camino de regreso a la nave, pero el caso es que Ex Azucena se desmayó antes de entrar en el interior del transporte interplanetario. Ex Rodrigo quiso aprovechar el hecho para fugarse y Agapito tuvo que ponerle otra madriza.

Isabel se había encargado de convencer a todo el mundo de que Ex Rodrigo era un sujeto peligrosísimo y que lo más conveniente era mantenerlo dormido hasta que llegaran a la Tierra. Barberamente, todos habían coincidido con ella. Saber que ese hombre no podía hablar con nadie le había dado un respiro. Se encerró junto con sus guaruras en el interior del salón de juntas de la nave espacial disque por razones de trabajo, pero lo que Isabel realmente estaba haciendo era jugar solitario, y sus pobres guaruras sólo se limitaban a observarla. El solitario era su pasión. Podía pasar horas y horas acomodando cartas. Sobre todo cuando tenía demasiadas cosas en la cabeza. Era como si, formando cartas, lograra levantar un dique entre el mar y la arena. O como si mediante el control de las cartas lo obtuviera sobre sus pensamientos. Sólo las cosas que han sido pensadas caen bajo nuestro dominio. Por medio del solitario Isabel sentía que transformaba el desorden en orden, el caos en armonía, en regularidad. ¡Le encantaría descubrir quiénes formaban parte del complot contra ella con la misma facilidad con que dejaba a la vista las cartas de la baraja! Porque de que había un plan para destruirla, lo había. Y ella tenía que descubrir quién estaba detrás de él antes de que sus enemigos acabaran con la imagen de sí misma que tanto trabajo le había costado construir. Lástima que no podía regresar de inmediato a la Tierra. En su camino de regreso tenía que pasar forzosamente por Júpiter. El Presidente de ese planeta era muy poderoso y le convenía mucho asegurar con él un tratado de libre comercio interplanetario. Eso le daría enorme credibilidad y la colocaría muy por encima de su oponente electoral.

Por otra parte, no pensaba que las negociaciones le tomaran más de un día, y mientras Ex Rodrigo estuviera dormido no corría peligro, pues no creía que al verdadero Rodrigo le pudieran sacar ninguna información. No había manera de que lograra recobrar la memoria. Bueno, eso esperaba. ¡En mala hora se había enamorado de él! Rodrigo era la única persona a la que no había sido capaz de eliminar. Y ahora estaba pagando las consecuencias. Por su culpa estaba metida hasta el culo en ese lío del que iba a ser muy difícil salir triunfante. Trataba de tranquilizarse pensando que no importaba si se iba a tardar un día más o un día menos. Lo que estaba claro era que al llegar a la Tierra les ajustaría las cuentas a los rebeldes. Ya había hecho infinidad de llamadas a todo el mundo tratando de detectar quién más estaba en el complot en contra de ella, pero no había descubierto nada. En apariencia, Azucena y sus secuaces estaban trabajando por su cuenta. Pero aun así, Isabel no descartaba un complot político de mayores alcances.

Isabel sentía claramente cómo el miedo contraía su estómago, cómo alborotaba sus jugos gástricos y cómo éstos le ulceraban el colon. Sabía que tenía que controlarse, pero no podía. Los pensamientos se le desmandaban. Hacían con ella lo que querían. No podía mantenerlos en su lugar. Por eso jugaba solitario. Para no pensar. Para meter al orden aunque fueran unas pinches cartas. Ellas eran las únicas que quedaban bajo su dominio. Bueno, aunque pensándolo bien también le quedaban sus guaruras. A los pobres les había prohibido ejecutar el menor movimiento o hacer el menor ruido que pudiera sacarla de su concentración, y ellos la obedecían sin chistar.

La que no le hacía mucho caso que digamos era la computadora. A Isabel ya hasta le había salido un callo en el dedo, pues estaba tratando de romper su récord de velocidad para ingresar en el libro de Guinness, y la pinche computadora que no la ayudaba. Era una pachorruda de primera. No podía seguirle el ritmo. Isabel estaba furiosa. Elevaba varios juegos tratando de ganar y no había podido. En el corazón sentía una gran angustia e inconformidad. Si no ganaba le iba a dar un infarto. ¡Si al menos tuviera un tres rojo de corazones! Podría subir el cuatro y descubrir la columna cerrada.

En ese preciso momento Ex Azucena cayó al piso en medio de un escándalo tremendo. Isabel brincó en su silla y se tiró al piso. Temblaba de miedo. Creyó que alguien había abierto la puerta de una patada con la intención de asesinarla. Al no escuchar ninguna detonación, levantó la cabeza, y se dio cuenta de lo que había pasado. Agapito estaba al lado de Ex Azucena tratando de reanimarla. Isabel, furiosa, se levantó y se sacudió la ropa.

– ¿Qué le pasa a este pendejo? Es la segunda vez que se desmaya el día de hoy. -Le preguntó a Agapito.

– No sé, jefa.

– Pues sácalo de aquí. Elévalo a que lo vea el doctor y regresas de inmediato a cuidarme… ¡Ah!, y por ahí checa que el impostor siga dormido.

Agapito tomó entre sus brazos a Ex Azucena y la sacó de la sala de juntas.

Isabel se quedó mentando madres. Había estado a punto de romper su récord de velocidad y la interrupción de su guarura había jodido todo. Ahora, aunque terminara el juego que había dejado a medias, ya no iba a poder entrar en el libro de Guinness. Últimamente todo se le echaba a perder. Todo se le descomponía. Todo olía a podrido. Todo, todo… hasta ella misma. ¿Ella? Y sí, ahí fue cuando se dio cuenta de que con el susto se la había escapado un pedo. Uno de los más olorosos que se había echado en su vida. La culpa la tenía la colitis ulcerativa. Y la culpa de la colitis la tenía Azucena. Y la culpa de Azucena… no importaba. Lo urgente era deshacerse del olor nauseabundo o Agapito al regresar se iba a encontrar a otra desmayada. Sacó de su bolsa un spray aromatizante que siempre llevaba consigo para casos de emergencia como ése, y empezó a rociar con él toda la sala.

En ésas estaba cuando Agapito regresó con cara de compungido. Al entrar se le arrugó más el ceño, pues el olor a pedo aromatizo era insoportable. Como buen guarura que era, hizo un esfuerzo sobrehumano y puso cara de «yo no huelo nada». Isabel se lo agradeció y de inmediato inició su interrogatorio.

– ¿Qué pasó? ¿Qué tenía?

– Éste… traía una microcomputadora instalada en la cabeza.

– Ya lo decía yo. Esa Azucena es de temer. ¿Qué planearía hacer con esa microcomputadora? De seguro un negocio sucio. Bueno, pero ahora ¿qué va a hacer el doctor?, ¿se la va a sacar?

– No, no puede.

– ¿Por qué?

– Pues porque… le podría afectar… porque… está embarazado.

– ¿Que qué? Pinche puto, ahora resulta que también me salió puta. Tráemelo, quiero hablar con él.

– Está aquí afuera, jefa.

– Pues qué espera para entrar. Ábrele la puerta.

Agapito abrió la puerta y Ex Azucena entró con el rabo entre las piernas. Ya sabía lo que se le esperaba. Había escuchado perfectamente los gritos de Isabel. Cuando ella estaba enojada no había puerta capaz de aislar su voz. Era una verdadera guacalona.

– ¿Qué pasó, Rosalío? ¿Cómo está eso de que estás embarazado?

– Pues no sé, jefa.

– ¡Cómo que no sé! ¡Cómo que no sé! No creo que seas tan pendejo como para no saber que si te ponías a coger como loca podías quedar embarazado. ¿Que no podías haberte esperado unos meses a que terminara mi campaña? ¡Carajo!

– Le juro que yo ni tiempo he tenido para esas cosas, el único que…

Ex Azucena hizo una pausa y miró con miedo a Agapito. Le daba pena confesar que su compadre Agapito era el único que le había metido mano en la nave. Agapito, hábilmente, lo interrumpió antes de que lo hiciera.

– Bueno, doña Isabel, permítame que me meta en lo que no me importa, pero creo que el embarazo no interfiere para nada, pues tenemos nueve meses antes de que nazca el niño.

– Sí, claro que sí. Pero ¿cuánto dura mi campaña?

– Seis meses.

– Mjum, ¿y de qué crees que me va a servir este pinche puto con una panza de seis meses? ¿Qué guarura lo va a respetar y a temer si desde ahorita ya anda con desmayos y vomitadas?

Ex Azucena se sintió muy lastimado por las palabras y el tono de voz que Isabel estaba utilizando para regañarlo. Después de todo no eran modos de tratar a una embarazada. Sin poder contenerse más, empezó a llorar.

– ¡Nomás esto me faltaba! ¡Que te pusieras a chillar! ¡Lárgate de aquí! Quedas despedido desde este momento y no te quiero volver a ver cerca de mí, ¿entendiste?

Ex Azucena asintió con la cabeza y salió de la sala de juntas.

En la puerta se topó con uno de los analistas mentales que viajaban en la nave. El analista se le quedó viendo con ojos de lástima. No se quería ni imaginar siquiera cuál iba a ser el destino de ese guarura al momento en que Isabel viera las fotomentales que le acababan de tomar. Ex Azucena, durante el tiempo que duró su regaño, había estado deseando que Isabel se convirtiera en una rata leprosa. Las fotografías mostraban en detalle la cara de Isabel dentro del cuerpo de una rata hinchada y agusanada que tomaba agua de un excusado. Otra de las imágenes la mostraba caminando entre la basura cuando de improviso le caía encima una nave espacial y la reventaba en mil pedazos dejando escapar un gas nauseabundo. El analista quedó atónito al entrar en la sala de juntas, pues creyó que el guarura tenía poderes sobrenaturales y que con la misma fuerza con que proyectaba sus imágenes en la pantalla podía reproducir los mismos fenómenos físicos que su mente elaboraba. La sala realmente olía a rata muerta.

Tres

Qué pena me da no poder tranquilizar la mente de Isabel. Necesita urgentemente descanso. Ha trabajado como loca las últimas horas. No ha dejado de lanzar pensamientos negativos sin ton ni son. Ha estado tan ocupada sospechando, intrigando y planeando venganzas que por primera vez ha quedado incapacitada para seguir mis consejos. Tanto pensamiento le tiene obnubilada la mente. Ya me vino a regañar Nergal, el jefe de la policía secreta del Infierno. Tengo que silenciar y tranquilizar a Isabel a como dé lugar. Sus acciones alocadas pueden echar todo a perder. Le sugerí que tomara un baño de tina para que se relajara, pero no puede. Lleva rato sentada, desnuda, sobre la tapa del w.c., sin atreverse a entrar en el agua. Sin ropa siempre se ha sentido insegura. Su afición por el cine le ha acentuado este temor, pues ha visto que en las películas siempre que el protagonista se mete en la regadera le sobreviene una calamidad, así que ahora, que realmente tiene motivos para recibir un atentado, ni de chiste quiere meterse en la ducha. ¡Y le haría tanto bien! Digo, para relajarse. Yo la necesito muy tranquila.

Antes de la destrucción hay un período de calma en que se aclara la mente y se toman las decisiones exactas. Si ella no deja a un lado su actividad, no va a permitir que llegue la paz y no vamos a poder entrar en acción. ¡Y con la cantidad de cosas que hay que violentar y destruir! Es increíble que Isabel haya olvidado que su misión en la Tierra es propiciar el caos como parte del orden en el Universo. El Universo no puede permitir que el orden se instale en forma definitiva. Hacerlo significaría su muerte. La vida surgió como una necesidad de equilibrar el caos. Si el caos termina, la vida también.

Si el alma de todos los seres humanos estuviera llena de Amor y todos se encontraran ocupando el lugar que les corresponde, sería el fin del Universo.

Por eso es necesario crear todo tipo de guerras y conflictos sociales que distraigan al hombre de su búsqueda del orden, de la paz y de la armonía. Por eso es necesario llenarles el corazón de odio, confundirlos, atormentarlos, explotarlos, mantenerlos continuamente ocupados. Por eso hay que instalarlos dentro de una estructura de poder piramidal, de modo que no puedan pensar por sí mismos y siempre tengan una orden que ejecutar, un superior arriba de ellos diciéndoles lo que tienen que hacer.

Porque el día en que las células de su cuerpo se liberaran de la energía negativa entrarían en sintonía con la positiva y estarían en condiciones de recibir la Luz Divina, lo cual sería desastroso. De ninguna manera lo puedo permitir. Y es por su propio bien. El alma humana es impura. No está capacitada para recibir el reflejo luminoso de Dios. Si lo hiciera en el estado en que se encuentra, quedaría ciega. Y nadie desea eso, ¿verdad? Entonces estarán de acuerdo conmigo en que hay que evitarlo. La mejor forma de conseguirlo es poniendo la cortina de humo negro del ego frente a sus ojos para que el hombre no vea más allá de sí mismo y no pueda percibir otro reflejo que el de su propio ego proyectado en la niña de sus ojos. Y si acaso llega a adivinar una luz externa, la verá como un simple reflector que fue puesto para darle más brillo y presencia a su persona, nunca como la Luz Verdadera. Así es prácticamente imposible que el hombre recuerde de dónde viene y qué tiene que hacer en la Tierra. En ese estado de oscuridad será muy fácil alinearlo dentro de una estructura de poder terrenal. Dejará su voluntad al servicio de su superior y no opondrá la menor resistencia para ejecutar las órdenes que éste le dé.

Las órdenes se transmiten verticalmente. ¿Y quién está hasta arriba de la pirámide? Los gobernantes. ¿Y a ellos quién les dice lo que tienen que hacer? Nosotros los Demonios. ¿Y a nosotros quién nos da la línea? El Príncipe de las Tinieblas, el encargado de que el odio permanezca en el Universo. Sin odio no habría deseo de destrucción. Y sin destrucción -lo repetiré una y mil veces, hasta que se lo aprendan- ¡no hay vida! La destrucción forma parte de un plan realmente perfecto de funcionamiento del Universo. El mismo que Isabel está a punto de echar a perder.

Nunca me lo esperé. En varias vidas ha sido elegida para ocupar el puesto más alto dentro de la pirámide de poder y nunca nos había fallado. Se hace respetar y obedecer a la fuerza. Con lujo de crueldad impone sus reglas. Se sabe mantener en el trono a base de intrigas. Sabe mentir, traicionar, torturar, transar, traficar, transgredir. Sus virtudes son innumerables, pero la más importante tal vez sea que sabe mantener a la gente ocupada física e intelectualmente, sin tiempo para entrar en armonía con su ser superior y recordar su verdadera misión en la Tierra. ¡Y ahora resulta que se nos ha enamorado! Y en el peor momento, cuando tenemos que dar la batalla final y las acciones de Azucena nos tienen todo el tiempo con el Jesús en la boca. Realmente estoy preocupado.

Cuando uno está enamorado, mantiene su mente y su pensamiento en sintonía con el ser que se ama. Cuando uno se coloca en la sintonía del amor, abre la puerta al Amor Divino, y si éste se cuela en el alma estamos perdidos, pues al igual que ocurre con el ser amado, cuando uno conoce el Amor Divino sólo desea sentir su presencia en el interior. Ese día Isabel olvidaría que nació para destruir. Dejaría de trabajar para nosotros y se pasaría al otro lado, al terreno de la creación, de la armonía, del orden. El poner cosas en su lugar sólo le estaba permitido en el solitario, porque al estar ocupada acomodando cartas se ponía en un estado de tranquilidad mental que nosotros aprovechábamos perfectamente para darle instrucciones, pero ahora ni siquiera el solitario le ha calmado la mente.

Después de jugar horas y horas lo único que logró fue un dolor de cabeza espantoso que nadie le ha podido quitar. La idea de que dentro de su equipo hay alguien que la está traicionando no la deja vivir. Sabe que a la fuerza debe haber un traidor por algún lado, de otra manera no se explica cómo Azucena sigue viva. Alguien le tiene que haber advertido del atentado en contra de ella y proporcionado la solución: el cambio de cuerpos. Se ha empezado a alejar de todos sus colaboradores, pues en cada uno de ellos ve al traidor. Se dedica a estudiarlos y esperar que cometan un error para descubrirlos.

Estar ocupada en los demás le impide concentrarse en su estado interior. A ella nunca le ha gustado verse a sí misma. Nunca. Ni siquiera en el espejo. Lo cual es lógico, pues los espejos reflejan la imagen de lo que ella realmente es. Generalmente, cuando a la gente le desagrada su imagen, o de plano no la quiere ver, crea un reflejo de la persona que le gustaría ser, y de esa manera deja de mirarse a sí misma para convertirse en la imagen falsa.

Los deseos actúan como espejos. Cuando Isabel dice estar tan empeñada en destruir a Azucena lo que realmente quiere es destruirse ella misma. A mí me parece muy bien, porque no tengo nada en contra de la destrucción, pero me pregunto si Isabel opinaría lo mismo. Últimamente parece que, olvidándose de mis enseñanzas, teme destruir. Es una pena que esté llena de miedos y remordimientos. No quiere aceptar que actuó mal al dejar con vida a Rodrigo, la única debilidad que ha tenido en la vida. Ahora no le queda otra que eliminarlo, y no quiere. Éste y otros juicios que su mente elabora son los que la están aislando de mí. Los juicios siempre lo desconectan a uno de la vida. El pensar si debo hacer esto o lo otro o ir de aquí para allá causa gran desasosiego. La respuesta correcta está en nuestro interior, pero para escucharla es necesario el silencio, la calma, la parálisis.

Ojalá que Isabel pronto se tranquilice y pierda el miedo, uno no debería tener temor de sus actos, ya que la energía del universo siempre es dual: masculina y femenina, negativa y positiva. En ella, el Bien y el Mal siempre están unidos; el miedo y la agresión, el éxito y la envidia, la fe y el temor. Por lo tanto, uno jamás puede tomar una decisión equivocada. Lo que hicimos nunca va a estar mal si realmente actuamos siguiendo nuestros sentimientos. Va a estar mal a nuestros ojos sólo si dejamos que los juicios intervengan, si la mente da cobijo a la culpa. Porque si uno hiciera a un lado la razón y se conectara directamente con la vida donde el Bien y el Mal caminan de la mano, si uno viviera de acuerdo con la vida, descubriría que no hay nada malo en el Universo, que cada partícula lleva en su interior la misma capacidad para crear y destruir. Es más, yo, Mammón, existo gracias a la autodestrucción de Isabel. Esto me limita enormemente, pero significa que si ella perdiera esa capacidad, automáticamente yo desaparecería de su vida. ¡Y eso realmente sería muy triste!

Cuatro

El departamento de Azucena recobraba el orden. Cuquita estaba en plena mudanza. Ya no había ningún problema para que regresara a su departamento a vivir tranquilamente en compañía de su abuelita. Azucena le había ofrecido que se quedara con ella unos días más, pero Cuquita se había rehusado. Azucena le había insistido e insistido sin lograr convencerla. Su obstinada propuesta no se debía tanto a que pensara extrañar mucho a su vecina, sino a que Cuquita planeaba llevarse a Rodrigo junto a ella. Cuquita, por su lado, haciendo gala de terquedad le dio a Azucena miles de razones por las que tenía que mudarse con todo y Rodrigo. La más convincente fue la de que ante todo el vecindario Rodrigo, o más bien el cuerpo que él ocupaba, era el marido de Cuquita. Nadie sabía que ese cuerpo seboso albergaba un alma buena y evolucionada. Por otro lado, a nadie le convenía que el populacho se enterara, así que para no levantar sospechas lo más conveniente era que Rodrigo se mudara a la portería.

– De veras que ni tiene por qué preocuparse, si sólo va a ser el puro block -le dijo. Claro que Cuquita decía eso de dientes para fuera, porque en el fondo no era nada tonta y quería a Rodrigo para ella sólita. Y sobre todo quería presumirle a las demás vecinas que su esposo por fin se había reivindicado.

El pobre de Rodrigo era el que, aparte de seguir viviendo en la confusión total, se veía muy perjudicado con la decisión. Le habían informado que tendría que aparentar ser el esposo de Cuquita, quien, aunque no era su esposa real, sí era la esposa del cuerpo que él ocupaba, y que le convenía simularlo lo mejor posible por su propio bien, ya que si la gente se enteraba de su verdadera personalidad su vida corría peligro. Él no había podido cuestionar nada. En su amnesia no estaba en posibilidades de imponerse. Lo único que había suplicado era que le explicaran muy bien a la abuelita de Cuquita cómo estaba la situación, pues ella seguía confundiéndolo con Ricardo Rodríguez y, en consecuencia, tratándolo de la patada. Se sentía muy incómodo. De ninguna manera le agradaba la idea de vivir al lado de esas mujeres que ni eran de su familia ni nada, y que, para colmo, se cobraban muy caro el favor que le estaban haciendo al esconderlo en su casa. Lo habían puesto a empacar todas las cosas mientras ellas gozaban de la vida. Cómo le gustaría recuperar cuanto antes la memoria para poder regresar al lado de su verdadera familia, pero para eso tenía que trabajar mucho en el campo de su subconsciente. ¡Le urgía tanto tener una sesión de astroanálisis con Azucena! Pero Azucena posponía y posponía el momento. La excusa que le daba era que él primero tenía que terminar con la mudanza para poder dedicarle todo el tiempo posible sin ninguna presión. Bueno, eso fue lo que Azucena le dijo, pero la verdadera razón era que estaba esperando que Cuquita y su abuelita se fueran para tener la sesión a solas con él, sin metiches al lado. Mientras tanto, todos intentaban sacar provecho a los últimos minutos que pasarían juntos. Cuquita se había puesto a ver la televirtual a sus anchas, la abuelita a dormir en el solecito de la terraza antes de refundirse nuevamente en el frío y húmedo departamento que habitaban, y Azucena a utilizar la Ouija cibernética antes de que se la llevara su dueña.

Había puesto una de las hojas de la violeta africana dentro del matraz con el líquido especial fabricado por Cuquita y enseguida había empezado a recibir por el fax imágenes de todo lo que la planta había presenciado en su vida. La mayoría de ellas no tenían la menor importancia. Azucena ya estaba a punto del sopor cuando apareció una foto que la hizo brincar de su asiento. En ella se veían los dedos del doctor Diez introduciendo cuidadosamente una microcomputadora dentro del oído de… ¡nada menos que ISABEL GONZÁLEZ!

Esa foto confirmaba varias cosas. En primera, que la pinche Isabel no era ninguna santa. En segunda, que el doctor Diez le había fabricado una, si no es que varias vidas falsas, dentro de esa microcomputadora. En tercera, que si ella había necesitado una vida falsa era porque tenía un pasado muy oscuro que de conocerse le impediría ser Presidenta. Y en cuarta, ¡que la violeta africana era un testigo importantísimo de la implantación del aparato! ¡No sólo eso! La violeta africana también había presenciado el asesinato del doctor. Con lujo de detalles, fueron apareciendo las fotos en que se veía a los guaruras de Isabel alterar los cables de la alarma de protección de la cabina aereofónica del consultorio del doctor Diez con el objetivo de causar su muerte. ¡Bendita Cuquita y su Ouija cibernética! Gracias a ellas había descubierto lo que parecía ser la punta de un iceberg. Tenía en las manos elementos para inculpar a Isabel. Tenía que poner las fotos en un lugar muy seguro. Pero antes tenía que ponerle agua a la violeta africana. La pobrecita se veía medio pachucha, pues durante el viaje a Korma nadie la había regado. No podía dejar que se muriera, ya que era su testigo clave. ¿Dónde había quedado? La había dejado sobre la mesa y misteriosamente había desaparecido. Azucena empezó a buscarla como una loca entre las maletas de Cuquita. Rodrigo, al ver que estaba deshaciendo su trabajo de toda la mañana, se enfureció con ella y se enfrascaron en tremenda discusión, que terminó cuando él finalmente confesó que la había puesto en el baño. Azucena corrió a rescatarla y dejó a Rodrigo hablando solo.

En ese preciso instante la puerta del aerófono se abrió y aparecieron Teo y Citlali. Rodrigo se quedó mudo al ver a Citlali. Puso en el rostro la misma expresión que cuando la vio por primera vez. A veces, realmente es una ventaja enorme no tener memoria, pues al no recordar las cosas malas que otras personas le han hecho a uno, se las puede ver sin ningún prejuicio. De otra manera, el recuerdo se convierte en una barrera tremenda para la comunicación. Al ver a una persona que anteriormente nos lastimó, uno dice: «Esta persona es mala porque me hizo esto o aquello.» Uno tiene que ignorar el pasado para establecer vínculos sanos y dar oportunidad a que las relaciones crezcan hasta donde tienen que crecer. Al no tener memoria, no existen los prejuicios. Los juicios, en definitiva, nos acercan o nos alejan de los otros, y hay que saber hacerlos a un lado para poder captar la verdadera esencia de cualquier persona. Esto suena muy fácil, pero no lo es. La mayoría de las personas fabrican juicios constantemente para disimular su incapacidad para captar este tipo de energía tan sutil. Que si es muy alto, que si pertenece al partido de oposición, que si es extranjero, todo ello se convierte en una barrera infranqueable y la intolerancia nos domina. En cuanto conocemos a una persona, le echamos por delante nuestros juicios para ver cómo reacciona; si los comparte, lo aceptamos; si no, nos dedicamos a tratar de destruir sus juicios para imponer los nuestros, convencidísimos de que el otro pobre está muy mal al pensar diferente de nosotros. Es sectario quien sólo acepta gentes que piensan como él. Es inquisidor quien, en nombre de la verdad, mata a quien no coincide con sus ideas. Uno debería amar y respetar el pensamiento de todos aunque no estén de acuerdo con los nuestros, pues las ideas son cambiantes. De un día para otro nuestro mundo de creencias puede cambiar, y nos damos cuenta de la cantidad de tiempo que perdimos discutiendo y peleándonos a muerte con alguien que, curiosamente, pensaba como ahora pensamos nosotros. Lo único inmutable es el Amor, pues es sólo uno y es eterno. La vida sería tan fácil y llevadera si fuéramos capaces de vernos a los ojos con la misma entrega e inocencia con que Citlali y Rodrigo se veían.

Azucena se enceló muchísimo cuando regresó con la violeta africana en la mano. Casi se le salieron las lágrimas de los ojos al darse cuenta de que ella, que era el alma gemela de Rodrigo, no había sido capaz, hasta ese momento, de inspirar una mirada tan perfecta.

Teo, poseedor de una sensibilidad extrema, se dio cuenta de todo y, tratando de alivianar la situación, inició las presentaciones formales entre Rodrigo, Citlati y Azucena. Acto seguido le explicó a Azucena que, tal y como se lo había prometido, había hablado con Citlati y ésta había aceptado prestar su cuchara para que fuera analizada. No acababa Citlali de darle a Azucena la cuchara, cuando Cuquita entró en la sala dando de alaridos. La abuelita interrumpió un largo ronquido, Rodrigo y Citlali volvieron a la realidad y Teo y Azucena pusieron cara de ¿qué onda? Cuquita les pidió a todos que la acompañaran a la recámara, donde se llevaron la sorpresa de su vida.

En la recámara se encontraban las imágenes virtualizadas de todos ellos con motivo de ser acusados de pertenecer a un grupo de guerrilla urbana que pretendía desestabilizar la paz del Universo. La única que no aparecía televirtuada, y, curiosamente, era la culpable de todo el lío, era Azucena, que al estar en posesión de un cuerpo sin registro aún no había sido localizada.

La voz de Abel Zabludowsky estaba dando un boletín especial.

– El día de hoy, la Procuraduría General del Planeta dio a conocer los nombres de las personas pertenecientes al grupo guerrillero que ha venido asolando a la población con sus actos de violencia. -La cámara enfocó al marido de Cuquita-. De inmediato se han girado las órdenes de aprehensión en contra de Ricardo Rodríguez, alias la Iguana. -Ahora la cámara enfocó a Cuquita-. Cuquita Pérez de Rodríguez, alias la Jitomata. -Enseguida vino el clóse up a la abuelita de Cuquita-. Doña Asunción Pérez, alias la Poquianchi. -Finalmente la cámara enfocó al compadre Julito-. Y Julio Chávez, alias el Moco. El Gobierno del Planeta no puede ni debe permanecer indiferente ante este tipo de violaciones a la constitución. A fin de proteger a la población y evitar nuevos actos de violencia de este grupo guerrillero que es una amenaza contra el orden público…

Citlali no quiso escuchar más. Le arrebató a Azucena su cuchara de las manos, se disculpó diciendo que había dejado los frijoles en la lumbre e intentó salir de inmediato. Teo trató de convencerla de que se quedara argumentando a favor de los acusados. Él no pensaba que esa gente fuera culpable de nada. Azucena le agradeció en el alma su confianza. Cada día sentía más aprecio por ese hombre. Citlali insistió en retirarse y prometió que a nadie le iba a decir que los había conocido.

– ¿Quiénes son los asesinos? -preguntaba insistentemente la abuelita.

– Nosotros, abue -le contestó Cuquita.

– ¿Ustedes?

– Sí, y tú también.

– ¿Yo? ¡Saqúense, qué! ¿Pos cómo y a qué horas?

Ya nadie le pudo responder nada porque un bazucazo destruyó la puerta del edificio. Obviamente, ya habían llegado por ellos.

Un grupo de guaruras irrumpió en el edificio. Al frente iba Agapito. Agapito, de una patada, tiró la puerta de la portería. No encontraron a nadie dentro del departamento. Agapito dio la orden de peinar el edificio. Sus hombres empezaron a subir por las escaleras. Los vecinos que encontraban a su paso se hacían a un lado asustadísimos. Agapito y sus hombres golpeaban a todo aquel que se cruzaba en su camino. De pronto, sus golpes dejaron de dar en el blanco. No les llevó mucho tiempo darse cuenta de que un temblor de tierra era el causante de su falta de tino. No cabe duda de que la naturaleza tiene el maravilloso poder de igualar a los seres humanos. El terremoto movía a voluntad a judiciales y civiles. Los inquilinos, tratando de huir primero de los judiciales y luego del temblor, empezaron a bajar por las escaleras histéricamente. Agapito disparó al aire. Todos gritaron y se tiraron al piso. Agapito ordenó a sus hombres que ignoraran el temblor y siguieran subiendo por las escaleras.

El compadre Julito, al sentir el temblor, salió de su departamento hecho la brisa. No quería morir aplastado. En las escaleras se topó con Agapito y sus hombres. Lo primero que pensó fue que esos hombres venían en su busca. ¿Por qué? Podría ser por una y mil razones. Toda su vida había andado en actividades ilegales. Por un instante llegó a la conclusión de que era mejor entregarse. La hora de rendir cuentas le había llegado. ¡Ni modo! Dio un paso al frente y se arrepintió de inmediato. Pensándolo bien, sus delitos no eran para tanto. Además, la cantidad de armas que portaban esos guaruras era como para controlar a un ejército completo y no a un simple palenquero. Lo más probable era que estuviera reaccionando paranoicamente y esos hombres no le querían hacer daño ni nada por el estilo. Un bazucazo que pegó a centímetros de su cabeza le comprobó que estaba en lo cierto. No lo querían detener. ¡Lo querían matar!

Tenía que huir lo más rápido posible. Con desesperación empezó a subir por las escaleras. En el descanso del tercer piso se encontró con Azucena, Cuquita, su abuelita, Rodrigo, Citlali y Teo, quienes también trataban de huir. A la primera que pasó en su carrera fue a la abuelita de Cuquita, quien por su ceguera y su avanzada edad venía a la retaguardia. Después pasó a Cuquita, quien subía lentamente cargando su Ouija cibernética. Luego a Citlali, quien era llevada a la fuerza por Teo, pues se resistía a escapar al lado de los supuestos criminales. Enseguida pasó a Azucena, quien se detenía frecuentemente a esperar a los demás, y por último pasó a Rodrigo, quien llevaba la delantera pues no veía por nadie más que por él mismo.

Las escaleras se movían de un lado al otro. Las paredes parecían estar haciendo «olas» en un estadio de fútbol. Al principio, parecía que el temblor estaba de parte de ellos, pues los guaruras no podían atinarles, pero de pronto el terremoto se les volteó en su contra. Empezaron a caerles ladrillos y vigas de acero en su camino. Cuquita pidió ayuda. Su abuelita no podía continuar y ella no podía auxiliarla, pues llevaba entre las manos la Ouija, el elemento de prueba en contra de Isabel. Azucena se regresó a auxiliarla. La abuelita la tomó fuertemente del brazo. Se sentía terriblemente insegura caminando por esas escaleras, antes conocidas de memoria y ahora llenas de obstáculos. Era horrible dar un paso y descubrir que a la escalera le faltaban escalones o le sobraban piedras en el camino.

El brazo de Azucena le daba un firme soporte. La sabía guiar muy bien en la oscuridad. La abuelita se sujetó a ella y no la soltó ni cuando su voluntad de seguir viviendo se dio por vencida. Es más, Azucena ni siquiera notó que la abuelita acababa de morir, porque su mano seguía aferrada a su brazo como burócrata al presupuesto. Tampoco notó cuando penetraron en su cuerpo tres balas. Lo único que percibió fue que la oscuridad se intensificaba. Todos desaparecieron de su vista. Lo único real era el tubo de un calidoscopio oscuro por el que caminaba acompañada de la abuelita de Cuquita. Al final se alcanzaba a ver un poco de luz y algunas figuras. Azucena empezó a sospechar que algo extraño le estaba pasando cuando entre esas figuras reconoció la de Anacreonte. Anacreonte la recibió con los brazos abiertos. Azucena, deslumbrada por su Luz, olvidó las viejas rencillas que tenía con él y se fundió en un abrazo. Se sintió querida, aceptada, ligera. Instantáneamente dejaron de pesarle sus problemas, su soledad… y la abuelita de Cuquita. La abuelita por fin se había desprendido de ella y se estaba encaminando hacia la Luz. Y hasta ese momento Azucena comprendió que se había muerto y la entristeció saber que no había cumplido con su misión. Al fin había recordado cuál era. Cuando uno está alineado con el Amor Divino es muy fácil recobrar el conocimiento. Lo difícil es mantener esa lucidez en la Tierra, en el campo de batalla.

Para empezar, en cuanto uno baja a la Tierra pierde la memoria cósmica. La tiene que recuperar poco a poco y en medio de la lucha diaria, de los problemas, de la mundana vulgaridad, de las necesidades humanas. Lo más común es que uno pierda el rumbo. Es parecido al caso de un general que planea muy bien la batalla en el papel, pero cuando está en medio del humo y de los espadazos olvida cuál era la estrategia original. Lo único que le preocupa es salir a salvo. Sólo los iniciados saben muy bien lo que tienen que hacer en la Tierra. Es una lástima que todos los demás sólo lo recuerden cuando ya no pueden hacer nada. De poco le servía a Azucena haber recordado cuál era su misión. Ya no tenía cuerpo disponible para ejecutarla. Alarmada, miró a Anacreonte y le suplicó que la ayudara. No podía morir. ¡No ahora! Tenía que seguir viviendo a como diera lugar. Anacreonte le explicó que ya no había remedio. Uno de los balazos le había destrozado parte del cerebro. La desesperación de Azucena era infinita. Anacreonte le dijo que la única solución posible era que pidieran autorización para que tomara el cuerpo que la abuelita de Cuquita acababa de desocupar. La inconveniencia era que ese cuerpo tenía mucha edad, no contaba con el sentido de la vista, estaba lleno de achaques y no le iba a servir de mucho. A Azucena no le importó. Realmente estaba arrepentida de haber sido una necia, de haber roto comunicación con Anacreonte, de no haberse dejado guiar y de no cooperar en la importante misión de paz que le habían asignado. Prometió portarse muy bien y corregir sus errores si le permitían bajar. Los Dioses se compadecieron de su sincero arrepentimiento y giraron instrucciones a Anacreonte para que le diera a Azucena un repaso súper rápido de la Ley del Amor antes de dejarla encarnar nuevamente.

Anacreonte condujo a Azucena a una habitación de cristal y le introdujo en la frente un diamante cristalino y diáfano que producía chispazos multicolores al momento de recibir la Luz. Era una medida precautoria, pues Anacreonte sabía muy bien que «genio y figura hasta la sepultura». En esos momentos Azucena estaba muy arrepentida y dispuesta a todo, pero en cuanto bajara a la Tierra seguramente olvidaría nuevamente sus obligaciones y a la menor provocación permitiría que la nube negra del encabronamiento le cubriera el alma oscureciéndole el camino. En caso de que eso sucediera, el diamante se encargaría de capturar y diseminar la Luz Divina en lo más profundo del alma de Azucena. De esa forma no había la más remota posibilidad de que perdiera el rumbo. Acto seguido procedió a explicarle de la manera más sencilla y rápida la Ley del Amor, a manera de repaso y no de regaño.

– Querida Azucena -le dijo-. Toda acción que realicemos repercute en el Cosmos. Sería una arrogancia tremenda pensar que uno es el todo y que puede hacer lo que se le venga en gana. Uno es el todo, pero es un todo que vibra con el Sol, con la Luna, con el viento, con el agua, con el fuego, con la tierra, con todo lo que se ve y lo que no se ve. Y así como lo que está afuera determina lo que somos, así también todo lo que pensamos y sentimos repercute en el exterior. Cuando una persona acumula en su interior odio, resentimiento, envidia, coraje, el aura que lo rodea se vuelve negra, densa, pesada. Al perder la posibilidad de captar la Luz Divina su energía personal baja y, lógicamente, la que lo rodea también. Para aumentar su nivel energético, y con él el nivel de vida, es necesario liberar esa energía negativa. ¿Cómo? Es muy sencillo. La energía en el Universo es una. Está en constante movimiento y transformación. El movimiento de una energía produce un desplazamiento de otra. Por ejemplo, cuando sale una idea de la mente, a su paso abre un camino en el Éter, y tras de sí deja un espacio vacío que necesariamente va a ser ocupado, según la Ley de la Correspondencia, por una energía de idéntica calidad a la que salió, pues fue desplazada en el mismo nivel. Esto es: si uno lanza una idea de onda corta, va a recibir energía de onda corta porque en ese nivel de vibración se lanzó la idea original. Como en las estaciones de radio, la sintonía se mantiene. Si uno sintoniza la Charrita del Cuadrante, va a escuchar la Charrita del Cuadrante. Si uno quiere escuchar otra estación tiene que cambiar de sintonía. Por lo tanto, si uno envía ondas de energía negativa, recibirá ondas negativas.

»Ahora bien, existe otra ley que dice que la energía que permanece estática pierde fuerza y la energía que fluye se incrementa. El mejor ejemplo lo dan el agua de un río y la de un lago. La de un lago está estática y por lo tanto tiene restringida su capacidad de crecimiento. La de un río circula y aumenta en la medida en que se nutre de los riachuelos que encuentra en su camino. Va creciendo y creciendo hasta que llega al mar. El agua de un lago nunca podrá convertirse en mar. La del río, sí. El mar nunca cabrá en un lago. Pero el lago en el mar, sí. El agua estancada se pudre, la que fluye se purifica. Lo mismo pasa con una idea que sale de nuestra mente. Al fluir, aumenta y ha de regresar a nosotros amplificada. Por eso se dice que si uno hace el bien, éste le va a regresar amplificado siete veces. La razón es que en el camino se va a nutrir de energía de la misma afinidad. Por eso hay que tener cuidado con los pensamientos negativos, pues corren con la misma suerte.

»Si la gente supiera cómo funciona esta ley, no estaría empeñada en acumular pertenencias materiales. Te voy a dar un ejemplo muy burdo. Si una señora tiene su clóset lleno de ropa y quiere cambiar su vestuario, tiene que tirar la ropa vieja, ponerla en circulación para que la nueva llegue. De otra manera es imposible, pues todos los ganchos están ocupados y no hay manera de aumentar el espacio dentro del clóset. Tiene un espacio limitado. Lo mismo pasa con el del Universo. No crece. La energía que se mueve dentro de él es la misma, pero está en constante movimiento. De uno depende qué tipo de energía va a entrar a circular dentro del cuerpo. Si uno mantiene el odio dentro del cuerpo, cual ropa vieja, no deja espacio para el amor. Si se quiere que el amor llegue a la vida hay que deshacerse del odio a como dé lugar. El problema es que, según la Ley de Afinidad, al desplazar odio se recibe odio. La única solución es transmutar la energía del odio en amor antes que salga del cuerpo. La encargada de estos menesteres era la Pirámide del Amor. Por eso es muy importante que la pongas nuevamente a funcionar. Sé que te estamos encargando una misión casi casi imposible, pero también sé que puedes perfectamente con ella. Yo, por si las dudas, voy a estar a tu lado en todo momento. No estás sola. Recuérdalo. Nos tienes a todos contigo. Te deseo mucha suerte.

Con estas palabras, Anacreonte dio por terminada la que suponía breve, y terminó siendo larga, revisión a la Ley del Amor. Enseguida le dio a Azucena un amoroso abrazo y la acompañó en su regreso a la Tierra.


* * *

Azucena nunca supo bien a bien cómo fue que lograron escapar de Agapito y sus guaruras. Fue realmente dramático su regreso a la Tierra en el cuerpo de una ciega. No sólo porque fue en un momento crítico, sino porque era complicadísimo manejar un cuerpo desconocido. La primera vez que cambió de cuerpo no había tenido mucho problema, pues le entregaron un cuerpo nuevecito, en cambio el de ahora estaba viejo y lleno de mañas. Azucena iba a tener que domarlo poco a poco, hasta saber cuáles eran sus detonadores, sus estímulos, sus gustos y sus disgustos. Primero tenía que empezar por aprender a caminar sin contar con el sentido de la vista y utilizando unas piernas reumáticas. Lo cual no era nada fácil. El no ver la tenía perdida por completo. Nunca supo cómo se salvaron de los guaruras de Isabel. De lo único que se enteró fue de que unas manos masculinas la jalaron, la ayudaron a escalar entre los sonidos de los balazos y de la infinidad de obstáculos con que se tropezaba minuto a minuto. Hubo un momento en que cayó al piso y su cuerpo ya no le respondió. Le dolía hasta el alma. Una intensa punzada en las rodillas no le permitía levantarse. Las manos de hombre la levantaron en vilo y la transportaron hasta la nave del compadre Julito, que se encontraba estacionada en la azotea del edificio. Corrió con tan buena suerte que ni uno solo de los balazos dirigidos en su contra dio en el blanco. Cruzaron todo el trayecto como Juan por su casa. Y fue justo cuando acababan de entrar en el interior del aparato y cerrar la puerta que una lluvia de balazos chocó contra la nave. Fue una huida muy afortunada, pues nadie salió herido de gravedad. En el recuento de los daños no se pasó de unos pocos raspones y una que otra magulladura. A excepción del cuerpo de Azucena, que se había muerto, todos estaban sanos y salvos. La nave se elevó rápidamente entre los festejos de sus ocupantes.

Fue hasta que el susto había pasado que Azucena empezó a tomar conciencia de lo que había ocurrido. ¡Estaba viva! En el cuerpo de una ciega, pero viva al fin. Todos le habían dado la bienvenida y estaban muy contentos de que estuviera entre ellos. Azucena se lo agradeció en el alma. Inclusive Cuquita, que había sufrido la pérdida de su abuelita, se alegró por ella. Entendía perfectamente que la abuelita ya había cumplido su tiempo en la Tierra y le parecía de lo más correcto que su vecina ocupara el cuerpo que la querida vieja había desocupado. Azucena se sintió de lo mejor. Lo único que tenía que hacer era aprender a manejarse en la oscuridad y ya. Estaba tan agradecida con los Dioses de que la hubieran dejado volver a la Tierra que no le veía el lado negativo al estado en que se encontraba. Es más, encontraba que su ceguera podía traerle enormes beneficios. Las formas y los colores distraen demasiado la atención. Su nueva condición la obligaba a concentrarse en sí misma, a verse para adentro, a buscar imágenes del pasado. Además, «ojos que no ven, corazón que no siente». Ya no tenía por qué ser testigo de las miradas que Rodrigo y Citlali se lanzaban. Pero se le olvidaba un pequeño detalle. Los ciegos suplían la falta del sentido de la vista con el del oído. Azucena descubrió con horror que podía escuchar sin dificultad hasta el delicado aleteo de una mosca, ya no se diga la plática que sostenían Rodrigo y Citlali. Escuchaba con toda claridad cómo se desarrollaba el flirteo entre ambos. Las risas, el coqueteo, las insinuaciones.

El optimismo se le acabó. Los celos retornaron a su vida como por arte de magia. La paz le había durado sólo unos instantes. Nuevamente la inseguridad y el temor se apoderaron de su mente, y de inmediato se deprimió. Sintió que podía perder a Rodrigo para siempre. Lo que más la desesperaba era descubrir que él estaba mucho más ciego que ella. Por su plática se adivinaba que estaba loco por Citlali. ¿Cómo era posible? ¿Qué tenía Citlali para ofrecerle? Un bello cuerpo, sí, pero por mucho que le diera nunca se iba a poder comparar con lo que ella, ¡su alma gemela!, podía darle. ¿Cómo era posible que Rodrigo perdiera su tiempo en tonterías? ¿Cómo era posible que no se diera cuenta de que ella, Azucena, lo amaba más que nadie y lo podía hacer el hombre más feliz del mundo? Desde que lo conoció no había hecho otra cosa que ayudarlo, comprenderlo, darle su apoyo, tratar de hacerlo sentir bien, y él, en lugar de valorarla, se dejaba llevar por las nalgas de Citlali. De seguro que no le quitaba la vista a sus caderas. Lo había visto devorárselas con la mirada desde que la conoció. De cualquier otro hombre no le habría extrañado nada: así son todos, no saben distinguir a las mujeres ideales, se dejan llevar siempre por un par de nalgas. Pero nunca lo esperó de su alma gemela, por muy borrada la memoria que tuviera. Lo que más coraje le daba era que el sentimiento de devaluación de su persona y las inseguridades que se le alborotaban no la dejaban concentrarse en resolver el problema en que estaban metidos.

Se sentía muy apenada con todos. Por culpa de ella, ahora Cuquita, el compadre Julito, y hasta Citlali estaban embarcados en la bronca. Se preguntaba si algún día dejarían de empeorarse las cosas para ella. Bueno, para colmo, ¡hasta el Popocatepetl se había encabronado! No lo sabía de cierto, pero sospechaba que el terremoto había sido provocado por él. En anteriores ocasiones ya lo había hecho. Era una manera de mostrar su disgusto por los acontecimientos políticos. Era siempre un aviso de que las cosas no estaban bien. Lo único que a Azucena le tranquilizaba era pensar que la Iztaccíhuatl no se había contagiado del enojo, pues quien realmente regía el destino del país y de todos los mexicanos era ella. El Popocatepetl siempre ha actuado como príncipe consorte. Pero la principal era ella. Su enorme responsabilidad la mantenía muy ocupada y la distraía de los pequeños placeres del amor de pareja. Ella no podía darse el lujo de entregarse a los placeres de la carne pues tenía que ver por todos sus hijos y velar por ellos.

Una leyenda indígena dice que su marido, el Popocatepetl, la ve como la gran señora y la respeta muchísimo, pero como necesita desfogar su pasión, se buscó una amante. Se llama la Malintzin. La Malintzin es muy simpática y cachonda y lo hace pasar muy buenos momentos en su compañía. La Iztaccíhuatl por supuesto que sabe de estos amoríos, pero no les da importancia. Ella tiene asuntos más importantes que atender. El destino de la nación es cosa seria. Tampoco le interesa castigar a la Mahntzin. Es más, le agradece que mantenga satisfecho a su esposo, ya que ella no puede. Bueno, no es que no pueda. ¡Por supuesto que puede y lo haría mejor que nadie! Pero no le interesa. Prefiere conservar su grandeza, su poderío, su señorío y dejar que la Malintzin se ocupe de asuntos menores, dignos de su condición. No la considera más que buena para retozar en la cama. La mantiene dentro de esa categoría y la ignora por completo.

Azucena pensaba que ya que Rodrigo tenía el síndrome del Popocatepetl y se andaba divirtiendo con su Malintzin, a ella le gustaría tener el síndrome de la Iztaccíhuatl. En ese momento, ella era responsable del destino de varias personas. Tenía que resolver grandes problemas y, en lugar de eso, estaba muy preocupada por no tener el amor de Rodrigo. ¡Con toda su alma le pidió ayuda a la señora Iztaccíhuatl! Cómo necesitaba tener un poco de su grandeza. Le encantaría no sentir esa pasión que la encogía por dentro, que la atormentaba. Le gustaría dejar de angustiarse por el tono de coqueteo que tenía la voz de Rodrigo y encontrar la paz interior que tanto necesitaba. ¡Le hacía tanta falta el abrazo de un hombre, sentir un poco de amor!

Teo se acercó a ella y la abrazó tiernamente. Parecía que le había adivinado el pensamiento, pero no había tal. Lo que pasaba era que estaba actuando bajo las órdenes de Anacreonte. Teo era uno de los Ángeles de la Guarda undercover con los que Anacreonte trabajaba en la Tierra. Recurría a ellos en casos de extrema necesidad, y ése era uno de ellos. No podían dejar que Azucena se deprimiera nuevamente. Azucena se dejó abrazar. Al principio, el abrazo le transmitió protección, amparo. Azucena recargó la cabeza en el hombro de Teo. Él, con mucha ternura procedió a acariciarle el pelo y a darle besos muy suaves en la frente y las mejillas. Azucena levantó el rostro para recibir los besos con mayor facilidad. Su alma empezó a sentir un enorme consuelo. Azucena tímidamente correspondió al abrazo con otro abrazo y a los besos con otros besos. Las caricias entre ambos fueron subiendo poco a poco de intensidad. Azucena chupaba como loca la energía masculina que Teo le estaba proporcionando y que ella tanto necesitaba. Teo la tomó de la mano y suavemente la condujo al baño de la nave. Ahí se encerraron y dieron rienda suelta al intercambio de energías. Teo, como Ángel de la Guarda undercover que era, tenía un elevado grado de evolución. Sus ojos estaban capacitados para ver y gozar la entrega de un alma como la de Azucena así fuera dentro de un cuerpo tan deteriorado como el de la abuelita de Cuquita.

Azucena, poco a poco, tomó posesión del cuerpo de la anciana y lo puso a trabajar como hacía muchísimos años no trabajaba. Para empezar, las mandíbulas tuvieron que abrirse mucho más de lo acostumbrado para poder recibir la lengua de Teo dentro de su boca. Sus labios secos y arrugados tuvieron que extenderse, claro que auxiliados con la saliva de su generoso compañero astral. Los músculos de las piernas no tenían la fuerza ni la flexibilidad requerida para el acto amoroso, pero increíblemente la adquirieron en unos minutos. Al principio se acalambraron, pero ya entrados en calor funcionaron perfectamente, como los músculos de una jovencita. El centro de su cuerpo, humedecido por el deseo, pudo permitir la penetración de una manera confortable y altamente placentera. Ese cuerpo recordó con enorme gusto la agradable sensación de ser acariciada por dentro, una y otra vez. El gozo que estaba obteniendo abrió sus sentidos de tal manera que pudo percibir la Luz Divina.

Tal y como Anacreonte lo había planeado, el diamante que le había instalado en la frente estaba trabajando correctamente y amplificaba la luz que Azucena obtenía en el momento del orgasmo. La yerma alma de Azucena quedó iluminada, mojada, germinada de amor. Fue hasta entonces que se calmó la sed del desierto… fue hasta que recibió amor que recuperó la paz, y fue hasta que escuchó los toquidos desesperados de Cuquita, que quería hacer uso del baño, que volvió a la realidad. Cuando la puerta se abrió y aparecieron Teo y Azucena, todas las miradas fueron hacia ellos. Azucena no podía disimular la felicidad. Se le notaba a leguas. Tenía las mejillas sonrosadas y cara de satisfacción. ¡Hasta bonita se veía, vaya!

Pero claro que con todo y lo bien que le funcionó el cuerpo bajo los vapores del deseo, no impidió que al día siguiente le dolieran hasta las pestañas. De cualquier manera, el acto amoroso logró su cometido. Azucena, por un momento, se alineó con el Amor Divino. Eso bastó para que le dieran ganas de hacer un trabajo interior. Se puso a silbar una canción y cruzó la nave entre saltitos tomada de la mano de Teo. En cuanto llegó a su lugar, se sentó, exhaló un largo suspiro, se puso su discman y se dispuso a hacer una regresión en el más completo estado de felicidad.


PRESENTACION 4:

Senza Mamma (Aria de Angelica)

Suor Angelica – Puccini

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