SEXTA PARTE

Uno

Rodrigo gritó:

– ¡Ésa es mi misma regresión! ¡Esa mujer era yo!

Azucena lo escuchó y se sobresaltó. Regresó bruscamente del lugar donde andaba. El silencio, no sólo de Cuquita, sino de todos los demás, la había dejado a merced de la música y había tenido una regresión. No había ido muy lejos. Sólo al momento de su nacimiento en la vida presente. Se encontró con que el parto había sido dificilísimo. Traía enredadas al cuello tres vueltas de cordón umbilical. ¡Tres vueltas! Había nacido prácticamente muerta. Los médicos la habían revivido, pero por poco logra suicidarse. El motivo que tenía para querer hacerlo era que sabía que su madre iba a ser nada más y nada menos que Isabel González. Ahora sí que, ¡puta madre! ¡Ella era la hija que Isabel había mandado matar de niña! Y lo que era peor, Ex Azucena, el guarura que tan gordo le caía porque la había asesinado y se había quedado con su cuerpo, era la persona que le había salvado la vida siendo ella una niña. Claro que si por un lado le debía la vida, por el otro le debía la muerte: estaban a mano.

Los gritos de Rodrigo la sacudieron de nuevo.

– ¡Azucena! ¿Me oíste? ¡Esa vida de Isabel es la misma vida que yo había visto!

Azucena estaba tan aturdida por lo que acababa de descubrir que le tomó un rato entender lo que Rodrigo, auxiliado por la metiche de Cuquita, le estaba tratando de decir: que Isabel era una asesina de lo peor, que había sido empaladora, que había matado al cuñado de Rodrigo en otra vida, que ahora sí que todo se iba a aclarar, que había quedado como lazo de cochino frente a todos los habitantes del planeta, que se lo merecía por cerda, que de seguro la iban a matar por haber engañado a todos con la microcomputadora que traía en la cabeza, que pronto todos ellos iban a estar libres de sospecha, etcétera, etcétera, etcétera.

El sueño de opio terminó cuando Teo silenció a todos y les pidió que pusieran atención a lo que estaba pasando. La imagen del televisor estaba en negro. La explicación que dieron a los espectadores fue que se les había caído el sistema de transmisión. Abel Zabludowsky estaba leyendo un reporte especial enviado por la Procuraduría General del Planeta en el que se detallaba la información. Pero a fin de cuentas lo que se pretendía era convencer a la población de que las imágenes que acababan de apreciar no existían, que habían sido producto de un sabotaje a la estación de televirtual con el único objetivo de desacreditar a Isabel.

– ¡No es posible! -aullaron todos-. Si lo vimos bien claro.

Azucena se desesperó. Tenían que demostrar que Isabel mentía. Era la única manera de derrotarla. El compadre Julito rápidamente abrió las apuestas para ver si lo iban a lograr o no. Los pesimistas se inclinaban por el fracaso, pero Azucena no. No podía resignarse. Estaba dispuesta a llegar hasta las últimas consecuencias con tal de triunfar, así fuera por medio de una lucha armada. Pero no era tan sencillo. En la Tierra nadie tenía armamento. El compadre Julito y ella habían diseñado un plan para organizar una guerrilla de a deveras, pero necesitaban dinero, contactos y una nave espacial para transportar las armas, y no tenían ni lo uno ni lo otro. Lo más fácil por el momento era presentar pruebas de que las imágenes que el mundo entero había visto eran ciertas. Tenían que reunirlas, pero ¿dónde? ¡Cómo le hacía falta la Ouija cibernética! La habían tenido que dejar dentro de la nave del compadre Julito, y la nave del compadre Julito estaba en un planeta alejadísimo de la Tierra. ¡Ya ni llorar era bueno! No habían tenido otra alternativa. Lo peor era que al huir habían salido tan deprisa que habían dejado dentro de su departamento las fotos de la regresión de Rodrigo, el compact disc, el discman para escucharlo y la violeta africana con todo y las fotos relativas al asesinato del doctor Diez. ¡Ni pensar en poder recuperarlas!

Azucena no sabía por dónde empezar. Buscó a Teo y lo abrazó. Le urgía que la inundara de paz. Estaba tan agotada de pensar que dejó la mente en blanco y, al hacerlo, el diamante que tenía en su frente proyectó al interior la Luz Divina. Azucena tuvo un momento de increíble lucidez. Recordó que durante la regresión que le había practicado a Rodrigo en el interior de la nave espacial, él había mencionado que Citlali, la india a la que había violado en 1527, lo había violado a él en la vida de 1890. Citlali, por lo tanto, era el cuñado que había abusado de Rodrigo siendo éste el hermano de Isabel. Si pudieran hacerle una regresión se vería cómo la había asesinado Isabel. ¡Qué coraje que no tenía la música adecuada a la mano! Se trató de consolar pensando que aunque pudiera hacerle la regresión y obtener nuevas fotografías no le iban a servir de mucho, pues ninguno de ellos se podía presentar ante la policía mientras fueran buscados como presuntos criminales. Tenían que reunir nuevas pruebas en algún lugar. De pronto, Citlali se acordó que ella aún tenía en su poder la cuchara que a Azucena tanto le interesaba. Azucena se puso muy feliz, pero en cuanto recordó que ya no contaban con la Ouija cibernética se deprimió. Habría sido buenísimo obtener un análisis de la cuchara. Azucena recordaba perfectamente que en una de las fotos de la regresión de Rodrigo aparecía reflejado en la cuchara el rostro del violador y de la persona que se había acercado a asesinarlo por la espalda, o sea, el rostro de Isabel en su etapa de hombre. ¡Esa sí que sería una buena prueba en contra de la candidata! ¡Qué coraje que no había manera de obtener la imagen!

Cuquita dijo que por qué no intentaban hacerle una regresión a la cuchara. Todos se burlaron de ella, pero Azucena le encontró mucho sentido a su sugerencia. Todos los objetos vibran y son susceptibles a la música, con la enorme ventaja que no tienen los bloqueos emocionales que tienen los humanos. La única desventaja era que no contaban con música para hacerla vibrar ni cámara fotomental para registrar sus recuerdos. Cuquita se ofreció a cantar a cápela un danzón buenísimo. Teo sacó del clóset una cámara fotomental medio cacheteada que tenía escondida, y todos juntos hicieron votos porque funcionara el experimento. Rodrigo sostuvo todo el tiempo la cuchara en la mano para activar los recuerdos de la vida que les interesaba.

Y Cuquita, con gran desparpajo, cantó a voz en cuello el danzón A su Merced.

Para todo el que disfruta

de la verdura y la fruta

va este danzón dedicado

a su Merced el mercado.

Platicaban las naranjas

que las limas son bien frescas,

que la vulgar mandarina

se siente tan tangerina;

y aconsejadas las tunas

por la pérfida manzana

se agarraron de botana

a las pobres aceitunas.

Todo pasa. Todo pasa.

Hasta la… hasta la…

Hasta la ciruela pasa.

Señoras no sean frutas

que todas somos sabrosas,

aquellos se sienten reyes

pero son puros mameyes.

«Uy, qué finas mis vecinas»

se burló el prieto zapote,

luego, criticó el membrillo,

que es como un gringo amarillo.

«No sea usted chabacano

– contestóle la granada-

es usted zapote prieto

y nadie le dijo nada.»

Todo pasa. Todo pasa.

Hasta la… basta la…

Hasta la ciruela pasa.

LILIANA FELIPE


Cuquita se llevó un atronador aplauso que le cachondeó tremendamente el ego. Su voz, de un poder removedor más fuerte que el del amoniaco, le logró sacar a la cuchara hasta el último recuerdo de la escena de la violación. Todos estaban felices. Las imágenes eran muy claras. Sin embargo, el reflejo era muy pequeño. Teo tuvo que ir a su computadora para hacer una ampliación. De esa manera obtuvo una nítida reproducción de la cara de Isabel (hombre) en el momento en que asesinaba a su hermano, o sea, a Citlali (hombre). De ninguna manera se podía decir que ya habían resuelto su problema. Ésa era una prueba que servía para comprobarles a ellos que estaban en lo cierto en sus suposiciones, pero un buen abogado la desacreditaría en un segundo como prueba de la criminalidad de Isabel. La defensa podría alegar que la imagen de la cuchara había sido prefabricada. Era una lástima, porque la fotografía era muy buena.

Azucena se sentía desesperada de no poder analizar personalmente la foto. Su único recurso para recrearla en su mente era la narración que Rodrigo le proporcionaba. Conforme se la imaginaba Azucena sentía que estaba a punto de encontrar un dato perdido. De pronto gritó: lo había encontrado. Según lo que escuchaba, en el reflejo de la cuchara aparecía en primer plano el rostro de Citlali (hombre), en segundo plano el de Isabel (hombre) y en tercero la parte superior de un vitral. Su pulso se aceleró en segundos. La descripción del vitral correspondía exactamente con la del emplomado que ella había visto caérsele encima en su vida de 1985. Ante sus ojos se reprodujo el terremoto con la misma intensidad de antaño. En milésimas de segundo vio nuevamente a Rodrigo tomándola entre sus brazos, vio que se les caía el techo encima, sufrió nuevamente la confusión, el dolor, el silencio, el polvo, la sangre, la tierra, los zapatos caminando hacia donde ella estaba, las manos levantando una piedra que finalmente se estrellaría contra su cabeza… Y un segundo antes de la colisión vio el odio reflejado en el rostro de Isabel. Recordó que en ese preciso momento había girado su cabeza tratando de evitar ser alcanzada por la piedra, y su mente dejó de trabajar de golpe. Congeló sus remembranzas en una sola imagen. Sus ojos antes de morir habían alcanzado a ver enterrada bajo las ruinas de su casa la Pirámide del Amor. Estaba segura. Tenía grabada en la mente la escena de cuando Rodrigo había violado a Citlah. Sus masturbaciones mentales la habían hecho regresar a ella infinidad de veces, y recordaba que Rodrigo había mencionado que la violación de Citlali había sido sobre la Pirámide del Amor. Esa pirámide era la misma que ella había visto bajo su casa antes de morir. Ahora lo único que tenía que hacer era investigar dónde estaba ubicada esa casa para dar con el paradero de la pirámide. Ya que no podía avanzar en la recuperación de su alma gemela, al menos podría cumplir con su misión en la vida.

Le pidió ayuda a Teo y él entró en acción rápidamente. Con la ayuda de un péndulo y un mapa, en pocos minutos localizó el lugar exacto donde se encontraba dicha casa. Ex Azucena ahogó un grito en la garganta. ¡El lugar que el péndulo indicaba era precisamente la dirección de Isabel! Eso lo complicaba todo. Ex Azucena confirmó que en el patio de la casa efectivamente había una pirámide luchando por salir. Azucena aseguró que ahora sí que se los iba a llevar la chingada, pues la casa de Isabel era una fortaleza inexpugnable a la que ninguno de ellos tenía acceso. Ex Azucena la tranquilizó. Sí había una manera de penetrar la fortaleza, y era a través de Carmela, su hermana la gorda. Carmela quería a Ex Azucena muchísimo. Él fue la única persona que le proporcionó cariño en su niñez, que estuvo a su lado en sus enfermedades, que hizo las tareas de la escuela con ella, que le llevó flores en sus cumpleaños, que la sacó a pasear todos los domingos, que le dijo que era bonita y que siempre le dio el beso de las buenas noches. Estaba segurísimo, pues, que si le pedía ayuda no se la iba a negar, pues era como su hija adoptiva.

– Es más, no le va a importar que utilicemos su ayuda para acabar con su madre, pues la verdad, nunca la ha querido, y el odio entre ellas desde siempre ha sido mutuo -dijo.

Teo comentó que gracias al resentimiento que dejaban ese tipo de relaciones se habían gestado todas las revoluciones. En un momento dado todos los marginados, los olvidados y lastimados se unían contra el poderoso. Lo malo era que cuando triunfaban y había cambio de gobierno, los lastimados lo único que querían era vengarse y terminaban actuando igual que las personas que los antecedieron, hasta que otro grupo de descontentos los quitaba del poder. Así son las cosas desgraciadamente. La gente sólo cuando está siendo oprimida ve con claridad la injusticia, pero cuando consigue llegar al poder, lo ejerce sin piedad contra todo el mundo con tal de que no lo quiten del trono. Es muy difícil pasar la prueba del poder. La mayoría se enchamuca de a madres, olvida todo lo que había aprendido cuando formaba parte del pueblo y comete todo tipo de atrocidades. La solución para la humanidad va a llegar el día en que los que tomen el poder lo hagan de acuerdo con la Ley del Amor. Azucena tenía muy claro que eso sólo iba a ocurrir el día en que la Pirámide del Amor pudiera funcionar adecuadamente. Todos coincidieron con ella y empezaron a elaborar un plan para ponerse en contacto con la gorda de Carmela.

Fue una verdadera lástima que en ese momento, cuando estaban a punto de solucionar su problema, cuando ya tenían todos los datos en la mano, la policía llegara a aprehenderlos.

Dos

El juicio de Isabel era una rompedera impresionante de la Ley del Amor. Anacreonte asesoraba a Azucena. Mammón a Isabel. Nergal, el jefe de la policía secreta del Infierno, a la defensa. San Miguel Arcángel a la fiscalía. Los Demonios y Querubines se encargaban por igual de los jurados. Mammón rezaba. Anacreonte maldecía. Y todos trataban de romperse la madre a como diera lugar. La batalla era sangrienta. Sólo el más fuerte iba a sobreviviría. Pero era imposible dar un pronóstico. Desde el inicio de la lucha había quedado demostrado que los dos bandos tenían las mismas posibilidades de obtener la victoria.

Isabel se había preparado muy bien. Como sabía que tenía que dar una pelea limpia, o sea, sin microcomputadora de por medio, se había entrenado con un Gurú Negro. Tomó en cuenta que el jurado estaría integrado en su mayoría por médiums y que le era indispensable controlar a voluntad las imágenes que su mente emitía para poder convencerlos de su inocencia. Después de meses de intenso entrenamiento Isabel era capaz de esconder sus verdaderos pensamientos y de proyectar con enorme fuerza las imágenes que le convenía que los demás observaran. Con gran éxito había impedido que los médiums penetraran en su mente. Los tenía descontroladísimos. No confiaban en ella pero no encontraban datos falsos en sus declaraciones. Isabel, pues, daba golpes bajos a la vista de todos sin que nadie se diera cuenta.


PRIMER ROUND


¡Derechazo!

El primero en pasar a rendir su declaración por parte de la defensa había sido Ricardo Rodríguez, el marido de Cuquita. El muy pendejo se había dejado sobornar para declararse culpable del asesinato del señor Bush. Isabel le había prometido que en cuanto ganara el juicio y subiera al poder lo iba a sacar de la cárcel. Ricardo Rodríguez lo daba por hecho y estaba convencido de que iba a vivir a cuerpo de rey por el resto de sus días. Lo que no sabía era que Isabel no tenía palabra de honor y que no estaba dispuesta a ayudarlo para nada. Ricardo se había echado la soga al cuello solitito. De pasada se había llevado entre las patas a Cuquita, Azucena, Rodrigo, Citlah, Teo y el compadre Julito al acusarlos de ser sus cómplices.


SEGUNDO ROUND


¡Gancho al hígado!

El fiscal había contestado el golpe recibido con la declaración de Ex Azucena. Ex Azucena había explicado ampliamente cuál había sido su participación en los crímenes del señor Bush, de Azucena y del doctor Diez. Habló de la manera en que los había asesinado y acusó a Isabel de ser la autora intelectual de esas muertes. Su denuncia había logrado conmover al jurado no sólo por la sinceridad de sus palabras sino por la panza de nueve meses de embarazo que se cargaba y que lo hacía verse realmente angelical.


TERCER ROUND


¡Golpe bajo!

La defensa, para contrarrestar el positivo efecto de la comparecencia de Ex Azucena, había llamado a declarar a Agapito. Agapito dijo que, efectivamente, Ex Azucena había participado junto con él en todos los asesinatos, pero que lo había hecho por órdenes suyas y no de Isabel. Se declaró autor intelectual de los crímenes y liberó a Isabel de toda responsabilidad. Dijo que él solo había planeado los asesinatos. No pudo justificar su motivación para haber cometido tales actos, lo único que enfatizó una y otra vez fue que había actuado por su cuenta. Isabel obtuvo un gran triunfo con esta declaración.


CUARTO ROUND


¡Izquierdazo!

A continuación, el fiscal llamó a Cuquita a rendir su declaración, pero el abogado defensor se negó terminantemente a aceptarla como testigo. Su pasado como crítico de cine la convertía en un testigo de muy dudosa reputación. No por el hecho de haber sido crítico, sino porque había ejercido su profesión únicamente impulsada por la envidia. De su puño habían salido infinidad de notas venenosas. Se había metido de mala fe con la vida personal de todo el mundo. Si alguna vez había favorecido a alguien lo había hecho como resultado del cuatachismo y nunca como resultado de un análisis crítico y objetivo. Además, en su curriculum no aparecía la manera en que había pagado esos karmas. Cuquita alegó y alegó que los había pagado viviendo al lado de su esposo, que era un reverendo cabrón, pero el abogado defensor contrarrestó esta aseveración con declaraciones que favorecían ampliamente a Ricardo Rodríguez, en las cuales se afirmaba que él era un santo y la que siempre le había hecho la vida de cuadritos era Cuquita. Cuquita enfureció, pero no pudo hacer nada. Lo que más coraje le dio fue que había perdido la oportunidad de actuar frente a las cámaras de la televirtual. Toda su vida se había estado preparando por si acaso algún día tenía que ser testigo de un crimen. En sus visitas al mercado trataba de memorizar las facciones de tal o cual marchanta, como si más tarde fuera a hacer un retrato hablado de ella. O trataba de recordar todos los detalles de su visita. Cuántas gentes estaban en el puesto de las verduras. Cuántas naranjas había comprado su vecina. Con qué tipo de moneda había pagado. Si se había peleado con la marchanta por el precio o no. Si la marchanta la había amenazado con un cuchillo o no. No sólo eso. Su mente amarillista la hizo pensar en la remota posibilidad de que le tocara ser la víctima en lugar del testigo, y para esos casos también se preparó. Nunca salía de su casa con un hoyo en los calzones o los calcetines. Le llenaba de horror llegar a la Cruz Roja y que los médicos al desvestirla se dieran cuenta de su fodonguez. ¡Toda una vida de preparación para nada!


QUINTO ROUND


¡Súper gancho al hígado!

El fiscal, ante el fracaso anterior, llamó a declarar a Ci-tlali. Su testimonio podía hacer mucho daño. Citlali, durante su condena en el Penal de Readaptación había tenido tiempo más que suficiente para trabajar en sus vidas pasadas. Ahora sabía perfectamente cuáles eran los motivos que la habían mantenido unida a Isabel. Inició su declaración narrando su vida de 1527. En esa vida, Citlali había asesinado al hijo de Isabel. Isabel se había muerto odiándola. En su siguiente vida juntas, Isabel y ella habían sido hermanos. Citlali había violado a la esposa de su hermano y en respuesta Isabel la había asesinado. Entonces, la Ley del Amor había intentado equilibrar la relación entre ambas haciéndolas reencarnar como madre e hija para ver si los lazos de sangre podían salvar el odio que Citlali sentía por Isabel. De nada había servido. Isabel nunca quiso a su hija. De niña, más o menos la toleró, pero en cuanto llegó a la adolescencia la sintió como una clara enemiga. Isabel era una mujer divorciada. Con los años había conocido a Rodrigo y se había enamorado de él. Se habían casado cuando Citlali era una niña. Cuando Citlali empezó a convertirse en una señorita, Rodrigo empezó a mirarla con otros ojos, ante el terror de Isabel. Por fin, un día sucedió lo que Isabel tanto temía. Rodrigo y Citlali huyeron de la casa y se hicieron amantes. Isabel los localizó viviendo en una casona en ruinas del centro de la ciudad. Citlali estaba embarazada y disfrutando plenamente su amor. Isabel estaba furiosa. Los celos la volvían loca. El día del terremoto de 1985 había corrido a la casa de los amantes, no para ver si su hija vivía sino porque quería saber si Rodrigo había sobrevivido al temblor. Los dos habían muerto, pero bajo los escombros Isabel encontró viva a Azucena, que en esa vida era su nieta. Isabel, enceguecida por el odio, dejó caer una piedra en la cabeza de la niña, que murió en el acto.


SEXTO ROUND


¡Súper golpe bajo!

Este testimonio sí que había dañado a Isabel, pero como siempre que parecía que ya la habían derrotado, el abogado defensor daba un giro total a las cosas y cambiaba todo a su favor. En primera, le pidió a Citlali que mostrara las pruebas que tenía para comprobar su testimonio. Citlali no las tenía. Muchos años atrás, Isabel la había localizado y, aprovechando un momento en que estuvo internada en un hospital, programó su mente de forma que nunca pudiera recordar las vidas en que había sido testigo de los crímenes que Isabel había cometido. Quién sabe de qué métodos se habían valido en el Penal de Readaptación para permitirle acceso a esas vidas, pero una cosa era que ella pudiera entrar y otra que pudiera sacar la información. Su mente estaba incapacitada para proyectar las imágenes que veía. La única que conocía la palabra clave para anular esa programación era Isabel, y de pendeja la iba a soltar. Así que la declaración de Citlali les hizo «lo que el viento a Juárez».

Por otro lado, el abogado defensor insistió en que en 1985 Isabel no era Isabel sino la Madre Teresa. Les recordó a los jurados que Isabel era una ex «santa» que había alcanzado un grado muy alto de evolución y que no mentía. Les pidió que la miraran a los ojos y que comprobaran por sí mismos que era inocente de los crímenes que se le imputaban.

Isabel sostuvo la profunda mirada de los médiums con gran seguridad. El Jurado no encontró en sus ojos el menor signo de falsedad. Isabel sonrió. Todo le estaba saliendo tal y como lo había planeado. Estaba segura de que nadie iba a poder demostrar nada en su contra. Inmediatamente después del debate se había sacado la microcomputadora que llevaba instalada en la cabeza y no existía ninguna prueba de que alguna vez la hubiera traído. Había mandado dinamitar su casa para anular la posibilidad de que analizaran sus muros. Habrían sido unos testigos determinantes. Afortunadamente, ya no había ningún rastro de ellos. Lo único que se había escapado un poco de su control fue la explosión. Había dejado al descubierto la pirámide que estaba en el patio de su casa. Pero no había pasado a mayores. Antes que llegara la policía a investigar un supuesto atentado, Isabel había tenido tiempo de rescatar de entre los escombros la cúspide de la Pirámide del Amor. Esa piedra era lo único que le preocupaba. La había tirado al fondo del Pocito de la Villa. Estaba más que segura de que ahí nadie la iba a poder ver. Mientras la Pirámide del Amor no estuviera funcionando, la gente concentraría su amor en sí misma y no podría ver en el reflejo del agua más allá de su propia imagen. Ese era el mejor lugar para esconderla. Ahí nunca la encontrarían, y por lo tanto nunca podrían demostrar su culpabilidad. Podía estar tranquila. Esa piedra de cuarzo rosa con que había asesinado a Azucena en la vida de 1985 no sabía flotar.

A continuación Carmela pasó a rendir su declaración como testigo de la defensa. Carmela estaba realmente irreconocible. Los ocho meses que habían pasado desde el inicio del juicio en contra de su madre la habían transformado por completo.

La principal razón era que Carmela había entrado en contacto con su hermana, y eso le había dado una perspectiva diferente del mundo. El encuentro entre ambas había resultado de lo más provechoso. Se habían llegado a querer tanto que Carmela, del puro gusto de sentirse aceptada y valorada, había adelgazado doscientos cuarenta kilos. La primera entrevista entre ellas se había realizado en la sala de visitas del Penal de Readaptación José López Guido. Azucena había sido condenada a pasar siete meses en prisión. Finalmente resultaron ser los siete meses más agradables de toda su vida, ya que lo primero que les hacían a las personas que ingresaban en prisión era practicarles un examen para determinar cuánto rechazo y desamor tenían acumulado en su interior. En base a eso se elaboraba un plan para suplir esa falta de amor, pues eran conscientes de que la falta de amor era la base de la delincuencia, de la crítica, de la agresión, del resentimiento. La condena no se sufría, se gozaba. Era un verdadero placer. A mayor desamor, mayores apapachos. A base de amor y cuidados era como se reintegraba a los delincuentes en la sociedad. Ahora que si durante el examen se descubría que un delincuente no sufría de falta de amor sino que había actuado bajo la influencia de un chamuco, se le enviaba al penal El Negro Durazo, especializado en exorcismos, hasta que lo liberaban de sus malas compañías.

Ese había sido el caso del compadre Julito. Lo habían enviado al penal El Negro Durazo argumentando que estaba poseído por el demonio y que en su casa habían encontrado un enorme arsenal de explosivos. Nada. Eran unos cuantos cohetes y algunos fuegos artificiales de los que utilizaba en sus espectáculos del Palenque Interplanetario, pero no hubo manera de convencer a la autoridad de su inocencia. A Azucena, Rodrigo, Cuquita, Ex Azucena, Citlali y Teo los habían remitido al penal José López Guido, pero finalmente todos se la habían pasado de maravilla. Las dos instituciones contaban con astroanalistas de primera. Rodrigo inclusive había empezado a recuperar la memoria. La cercanía de Citlali le resultaba muy benéfica. Los habían instalado en una recámara matrimonial. Ahí, entre orgasmo y orgasmo, se le había ido iluminando su pasado. Claro que de ninguna manera había podido recuperar la memoria de las vidas en que había sido testigo de los asesinatos de Isabel. A los astroanalistas les faltaba la palabra clave. Sin ella no tenían acceso al subconsciente. Rodrigo sabía muy bien que la que sabía era Isabel. Pero ¿cómo sacársela? Vencer a Isabel se veía a todas luces como una empresa imposible. Tenía la sartén por el mango.


SÉPTIMO ROUND


¡Chingadazo!

Isabel sabía que tenía la batalla ganada y estaba muy tranquila esperando la declaración de Carmela. «¡Gracias a Dios que adelgazó!», pensó. Ya no se avergonzaba de ella. Carmela se veía guapísima delgada. Despertaba miradas de admiración. Isabel se sentía muy orgullosa de ella y hasta la estaba empezando a querer.

– ¿Cuál es su nombre?

– Carmela González.

– ¿Cuál es su parentesco con la acusada?

– Soy su hija.

– ¿Cuántos años ha vivido al lado de su madre?

– Dieciocho.

– Durante ese tiempo ¿alguna vez usted la ha visto mentir?

– Sí.

Un cuchicheo recorrió la sala. Isabel tensó la boca. El abogado defensor se descontroló por completo. Aquello no estaba en sus planes.

– ¿En qué ocasión?

– En muchas.

– ¿Podría ser más específica y darnos un ejemplo?

– Sí, cómo no. Me dijo que yo era hija única.

– ¿Y eso no es cierto?

– No. Tengo una hermana.

El abogado defensor buscó con la vista a Isabel. Él desconocía por completo esa información y no le gustaba nada. Podía resultar muy peligrosa. Isabel estaba con la boca abierta. No se podía imaginar de dónde había obtenido Carmela aquel dato.

– ¿Cómo lo sabe?

– Me lo informó Rosalío Chávez.

– ¿El guarura que su mamá despidió recientemente?

– Sí, el mismo.

– ¿Y usted confía en la información que le proporcionó una persona que obviamente estaba resentida porque la acababan de despedir?

– ¡Objeción! -pidió el fiscal.

– Aprobada -dijo el juez.

Carmela ya no tenía por qué contestar la pregunta. El abogado defensor se enjugó el rostro. No sabía cómo salir del embrollo en que se encontraba.

– ¿Y usted considera al señor Rosalío Chávez como una persona de fiar?

– No sólo eso, lo considero como mi verdadera madre.

Una ola de comentarios se escuchó en toda la sala. Ex Azucena lloró emocionado. Nunca había esperado ese reconocimiento público a su actuación como madre sustituía. A Isabel se le descomponía la cara minuto a minuto. «¡Pinche gorda, me las vas a pagar!», pensó. Isabel le hizo una seña a su abogado y éste corrió a conferenciar con ella. Isabel le dijo algo al oído y el abogado regresó al interrogatorio con una muy buena pregunta en los labios.

– ¿Es cierto que usted sufrió toda su vida de obesidad?

– Sí, es cierto.

– ¿Y no es cierto que ese problema le causó muchos roces y enfrentamientos con su madre?

– Sí, es cierto.

– ¿Y no es cierto que envidiaba terriblemente a su madre porque ella podía comer de todo sin engordar?

– Así es.

– ¿Y no es cierto que por eso decidió vengarse de ella viniendo aquí a declarar en su contra sin tener ninguna manera de demostrar lo que dice?

– ¡Objeción! -clamó el fiscal.

– Aprobada -dijo el juez.

Carmela sabía que no tenía por qué contestar la pregunta, pero quería hacerlo.

– Señor juez, me gustaría responder. ¿Puedo hacerlo?

– Adelante.

– Lo que me empujó a venir a declarar es un deseo de que se haga justicia. Yo no tengo nada que envidiarle a mi madre pues como todos ustedes verán, estoy más delgada que ella. -Carmela sacó de su bolsa un pedazo de emplomado y se lo dio al juez-. Permítame entregarle este trozo de vitral para demostrar lo que digo. Si lo analizan verán que no estoy mintiendo.

Carmela había sido muy lista. En primera por haber quitado el trozo de vitral del emplomado a petición de Ex Azucena antes de que Isabel dinamitara la casa, y en segunda por haberlo presentado como prueba de que Isabel le había mentido con respecto a la existencia de su hermana. Pues para poder obtener las imágenes de los hechos que el vitral había presenciado tenían que analizar toda la historia del vitral. Desde que lo habían fabricado hasta el presente. En el camino, por supuesto que fueron saliendo a la luz uno a uno los crímenes de Isabel.

El primero fue el ocurrido en 1890. Desde la altura, el vitral atestiguó la entrada de Isabel (hombre) a la habitación donde Citlali (hombre) violaba a Rodrigo (mujer) y vio perfectamente cuando Isabel le hundía el cuchillo por la espalda. Las imágenes correspondían perfectamente con las que todo el mundo había visto el día del debate. La única diferencia era que estaban narradas desde otro punto de vista.

Más adelante aparecieron las imágenes del crimen de Azucena, acontecido en 1985. Las tomas estaban en movimiento, pues el vitral, lo mismo que toda la casa, se balanceaba de un lado a otro a causa del temblor. Desde la altura vio el momento en que Rodrigo entró en la recámara y cargó a su hija en brazos. Antes de alcanzar la puerta, a Rodrigo se le vino encima una viga y lo mató. Después sólo se veía polvo y oscuridad. De pronto, Isabel entró en la habitación y descubrió entre los escombros a Rodrigo y Citlali muertos. El llanto delató la presencia de la niña. Isabel se acercó a ella y vio que aún estaba con vida. Entonces tomó entre sus manos una piedra de cristal de cuarzo rosa y la estrelló salvajemente contra su cabecita. Con odio. Sin piedad. La imagen mostraba con toda nitidez el impasible rostro de Isabel sólo unos años más joven que en la vida presente en el momento de la colisión. ¡Definitivamente, Isabel era la misma persona que había matado a esa niña!

Por último, aparecieron las imágenes de Isabel en 2180, con una bebé en brazos. En la habitación la esperaba Ex Azucena todavía en el cuerpo de Rosalío Chávez. Isabel le dio la niña y le ordenó que la desintegrase por cien años. Rosalío tomó a la niña en brazos y salió de la habitación.


OCTAVO ROUND


¡K.O.!


Isabel estaba acabada. La defensa se había quedado sin argumentos. El fiscal pidió al juez permiso para interrogar a Azucena Martínez. Explicó que Azucena era esa niña que Isabel había mandado matar, pero que afortunadamente nunca fue asesinada. Estaba viva y dispuesta a rendir su declaración. El juez se lo concedió. Azucena con paso firme cruzó la sala. En el camino se encontró con Carmela y se dieron un cariñoso abrazo.

Isabel sintió que las fuerzas le faltaban. ¡Su hija vivía! No le había podido ganar al destino. Su mandíbula temblaba como castañuela. Sentía que la desgracia estaba tocando a su puerta y el miedo la tenía consternada. Ya no entendía nada. No quería ver lo que estaba pasando. Pero la curiosidad la hizo voltear para ver por primera vez a Azucena. Le resultó increíble aceptar que esa anciana que acababa de entrar fuera su hija. ¿Qué era lo que sucedía?

Azucena tomó el banquillo de los testigos y se dispuso a rendir su declaración. El fiscal inició el interrogatorio.

– ¿Cuál es su nombre?

– Azucena Martínez.

– ¿A qué se dedica?

– Soy astroanalista.

– Eso quiere decir que usted está en constante contacto con las vidas pasadas de otras personas, ¿verdad?

– Sí.

– ¿Alguna vez le dieron ganas de haber vivido alguna de las experiencias de sus pacientes?

– ¡Objeción! -pidió el abogado defensor.

– Denegada -respondió el juez.

– Sí.

– ¿Podría decirnos cuándo?

– Sí. Cuando veía a pacientes que habían vivido felices al lado de su madre.

– ¿Por qué?

– Porque mi madre me abandonó cuando era niña. Nunca la conocí.

– Y si la hubiera conocido ¿le habría reclamado su abandono?

– Antes de haber estado en el Penal de Readaptación, sí.

– ¿En qué cambió su estancia en el penal su manera de pensar?

– En que ya perdoné a mi madre no sólo el haberme abandonado sino el haberme mandado matar dos veces.

Azucena buscó con la vista a Isabel. Sus ojos ciegos estaban muertos, y sin embargo brillaron como nunca. Isabel se estremeció al recibir su carga. Azucena decía la verdad. No le tenía odio. Nunca nadie la había mirado de esa manera. Todos a su alrededor la miraban con miedo, con respeto, con recelo, pero nunca con amor. Isabel no pudo más y soltó el llanto. Sus días de villana habían terminado.


* * *

– Me comprometo a guardar y hacer guardar la Ley del Amor de aquí en adelante. -Isabel, muy a su pesar, tuvo que pronunciar estas palabras con las que se dio por terminado su juicio. La habían nombrado Cónsul en Korma como parte de su condena. Su única misión de ahora en adelante sería la de enseñar a los nativos a conocer la Ley del Amor.

Sus palabras repercutieron como en nadie en las personas de Rodrigo y Citlali. La palabra clave para abrirles la memoria era precisamente la palabra «amor» pronunciada por Isabel. Al escucharla, Rodrigo se sintió como Noé el día que acabó el diluvio. La opresión que sentía en la mente, desapareció. Esa necesidad constante de poner algo en su lugar, se esfumó. Dejó escapar un profundo suspiro que llegó acompañado de una gran paz. Sus ojos se encontraron con los de Azucena y se hizo la luz. De inmediato la reconoció como su alma gemela. Revivieron por completo su primer encuentro, con la diferencia de que en esta ocasión tuvieron público. Cuando dejaron de escuchar la música de las Esferas, Rodrigo, inflamado de amor, le pidió a Azucena que se casara con él ese mismo día. Todos los amigos los acompañaron a la Villa.

Primero que nada, pasaron al Pocito para cumplir con el ritual, y en el momento en que se inclinó para tomar agua Rodrigo descubrió bajo la superficie la cúspide de la Pirámide del Amor.

El sonido de un caracol lejano se empezó a escuchar en cuanto pusieron la piedra de cuarzo rosa en su lugar. El aire se llenó de olores. De una mezcla de tortilla y pan recién cocinados. La ciudad de Tenochtitlan se reprodujo en holograma. Sobre ella, el México de la colonia. Y en un fenómeno único, se mezclaron las dos ciudades. Las voces de los poetas nahuas cantaron al unísono de los frailes españoles. Los ojos de todos los presentes pudieron penetrar en los ojos de los demás sin ningún problema. No existía ninguna barrera. El otro era uno mismo. Por un momento, los corazones pudieron albergar al Amor Divino por igual. Se sintieron parte de un todo. El amor les entró de golpe. Inundó cada espacio dentro del cuerpo. A veces la piel era insuficiente para contenerlo. El amor trataba de salir y formaba infinidad de levantamientos en la piel por donde afloraba la verdad. Como lo expresó Cuquita, era un espectáculo sin paredón.


PRESENTACION 6:

Finale

Saludo Caracoles – Quetzalcoatl, 4 elementos

Canto Cardenche – Versos de Pastorela (frag.)

Diecimila anni al nostro Imperatore! (frag. Turandot) – Puccini

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