Lunes, 27 de noviembre de 2006
Epílogo

La fachada de la estación de ferrocarril de Haymarket la ocupaba una fila de taxis en batería, pero Rebus arrimó el Saab junto a ellos. Tocó el claxon y bajó el cristal de la ventanilla. En las puertas de salida había dos agentes de policía uniformados. Era lunes por la mañana; un día fresco y despejado, y los agentes llevaban chaqueta negra almohadillada sobre el chaleco antibalas. Como no hicieron caso, Rebus tocó de nuevo el claxon, pero, en ese momento, la llegada de un vigilante del aparcamiento que había advertido que el Saab estaba estacionado en raya amarilla llamó la atención de los policías y uno de ellos dijo algo a su compañero y se aproximó.

– Yo me encargo -dijo al vigilante, agachándose tener el rostro a la altura de la ventanilla-. Supongo que ya no tengo que darle el tratamiento de inspector Rebus -saludó Todd Goodyear.

– Ya no -dijo Rebus.

– Sonia y yo lo pasamos muy bien en la fiesta, resaca aparte.

– Pues yo no vi que bebieras, Todd. Sí observé que tenías un vaso en la mano, pero pocas veces te lo llevaste a los labios.

– No se le escapa nada -comentó Goodyear sonriente.

– En realidad, hijo, se me escapan muchas cosas -dijo Rebus mirando por encima del hombro hacia el otro agente-. ¿Podrías dedicarme media hora?

– ¿Para qué? -replicó Goodyear sorprendido.

– Es que quiero hablar contigo de algo.

– Ahora estoy de servicio.

– Lo sé -añadió Rebus como si no lo tomara en cuenta.

Goodyear se irguió, fue a hablar con su compañero y volvió al coche, quitándose la gorra antes de ocupar el asiento del pasajero.

– ¿Lo echas de menos? -preguntó Rebus.

– ¿Se refiere al DIC? Ha sido… interesante.

– Me gustó mucho la charla que sostuve con Sonia en el Oxford.

– Es una chica estupenda.

– Por supuesto -dijo Rebus, haciendo una pausa mientras hacía la maniobra para incorporarse al tráfico.

– ¿Adonde vamos?

– ¿Te has enterado de lo de Andropov? -dijo Rebus sin hacer caso de la pregunta-. Lo devuelven a Rusia por «indeseable». Me lo dijo ayer Siobhan, que estaba interrogando a Stuart Janney para que confesara. Esa mujer no para de trabajar… Me ha contado que resulta que Stahov era uno de los buenos y que vigilaba a Andropov para que no «infectase» Escocia como hizo en Rusia. Stahov era el enlace de Stone -Rebus hizo una pausa-. Pero tú a Stone no le conoces, ¿verdad? -comprobó que Goodyear negaba con la cabeza-. Stone era el que seguía los pasos de Cafferty.

– Ah, ya -comentó Goodyear sin acabar de entenderlo.

– A Andropov -prosiguió Rebus-, le juzgarán por corrupción en Moscú. Pretendía pedir asilo político, imagínate, recurriendo a sus contactos y avales. Sí, es cierto que en Rusia su vida tal vez corra peligro -añadió con un resoplido-. Pero a nosotros qué más nos da.

– ¿Adonde vamos? -preguntó de nuevo Goodyear, pero Rebus siguió sin hacerle caso.

– ¿Sabes qué hice ayer mientras Siobhan trabajaba? Fui a Oxgangs a ver cómo demolían unos bloques de apartamentos, y me acordé de algunas detenciones que hice allí hace años, aunque los detalles se me han borrado. Me imagino que eso querrá decir que soy de otra época. He leído hoy en el periódico que hay más votantes ingleses que escoceses convencidos de que debemos obtener la independencia. Eso da que pensar, ¿eh? -añadió Rebus volviendo la cabeza hacia el joven.

– Da que pensar que aún no se ha despejado de la curda del sábado.

– Perdona, Todd. Hablo mucho, ¿verdad? Es que he estado pensando y pensando, lo cual me ha servido para recapacitar sobre un par de cosas que debería haber advertido mucho antes.

– ¿Como qué?

– ¿Acierto si digo que eres cristiano, Todd?

– Sabe que lo soy.

– Sí, pero hay distintas clases de cristianos… y yo diría que tú eres proclive al estilo del Antiguo Testamento: ojo por ojo y diente por diente.

– No tengo ni idea de lo que quiere decir.

– No es que te lo reproche, desde luego. Para mí no hay nada como el Antiguo Testamento: el bien y el mal. Claro como el agua.

– Mejor será que vuelva a llevarme a la estación.

Pero era lo que Rebus no tenía intención de hacer.

– El sábado por la mañana -dijo-, entraste en el pasillo de los cuartos de interrogatorio vestido de uniforme, para despedirte, ¿recuerdas?

– Lo recuerdo.

– Y me dijiste que tenía que arreglar el maletero del Saab -dijo Rebus mirándole-. Todavía no he tenido tiempo, por cierto.

– A pesar de la jubilación.

Rebus se echó a reír y reprimió la risa bruscamente.

– Se me ha ocurrido pensar, ¿cómo es que tú lo sabías?

– Sabía, ¿el qué?

– Que tenía estropeado el maletero. He preguntado a Siobhan y ella no recuerda habértelo dicho. Y estoy seguro de que no salió a relucir en ninguna de las conversaciones que tuvimos tú y yo.

– Lo vi aquella noche en el escenario del crimen de Todorov.

Rebus asintió despacio con la cabeza.

– La conclusión a la que he llegado es que tú estabas ya en Raeburn Wynd cuando Shiv y yo llegamos, nos viste sacar del maletero los accesorios protectores y advertiste que no cerraba bien.

– ¿Y qué?

– Bueno, eso es lo que no tengo muy claro. Pero de una cosa sí que estoy seguro. A tu abuelo le metieron en la cárcel por mi intervención y al morir él tu familia se deshizo. Son cosas que causan un sufrimiento que dura años, Todd. Tu hermano Sol se descarrió por culpa de Big Ger Cafferty, y tú sabías lo que se decía de mí y de Cafferty… Siobhan me ha contado que tú le preguntaste sobre el asunto. En realidad, ahora tiene mala conciencia…

– ¿Por qué?

– Porque cree que tal vez todo fue por lo que ella te contó de que yo odiaba a muerte a Cafferty. Por tu manera de pensar, eso me señalaba como el sospechoso ideal para una agresión a Cafferty -hizo una pausa-. Ah, y además, ahora se siente en cierto modo arrepentida de haberte incorporado al equipo del DIC. Cree que se dejó engatusar sin sospechar tus intenciones.

– ¿Adonde vamos? -preguntó Goodyear con una mano sobre la radio que llevaba sujeta al hombro y que en ese momento emitía ruidos estáticos.

– Lo he hablado todo con ella, ¿sabes? -añadió Rebus-. Y tiene su lógica.

– ¿El qué?

– La otra noche, en la fiesta, hablé con Sonia…

– Eso ya lo ha dicho.

– La noche de la agresión a Cafferty dijiste que te marchabas para reunirte con ella -Rebus hizo otra pausa-, pero ella no lo recuerda. Además, dice que fue idea tuya que mirara debajo del puente.

– ¿Qué?

– Ella encontró el protector de zapatos porque tú le dijiste dónde tenía que buscar.

– Un momento…

– Pero lo curioso, Todd, es que tú no estabas allí. Para mí que seguramente ella te llamó para decirte que salía de servicio hacia el canal, y fue cuando tú le dijiste que mirase debajo del puente: sabías que había un puente y sabías lo que encontraría.

– Pare el coche.

– ¿Vas a denunciarme por rapto, Todd? -dijo Rebus con otra sonrisa glacial-. El inspector John Rebus y Big Ger Cafferty: los peores enemigos de tu familia para ti… y de pronto viste la oportunidad de vengarte de uno implicando al otro. Sabías que existía la probabilidad de que hubiera en el protector huellas mías, y pudiste muy bien cogerlo del maletero en cualquier momento. Todd, la noche del sábado estábamos los tres fuera del bar Oxford: Siobhan, tú y yo. Y los tres sabíamos adonde me dirigía. Únicamente nosotros tres. Me seguiste, aguardaste al acecho a que Cafferty se quedara solo y le golpeaste por detrás. Siobhan me ha contado que te causó mucha impresión enterarte de que a Cafferty le vigilaban. Si yo no hubiese desviado a Stone del lugar de la cita te habrían cazado allí mismo.

– Tonterías -espetó Goodyear.

– En realidad, da lo mismo, ya que no puedo demostrarlo -añadió Rebus volviéndose otra vez hacia el joven-. Quedas impune, Todd. Enhorabuena. Pero por otra parte Cafferty irá a por ti.

– Yo sé cuidarme, Rebus. Y mi familia también -el tono de voz de Goodyear había cambiado; se había endurecido, igual que su mirada-. En Cafferty hace mucho tiempo que pienso, pero después, cuando apuñalaron a Sol, fue cuando realmente empecé a reconcomerme al imaginar la vida tan distinta que habrían podido tener mis padres. Yo sabía que usted tenía relación con Cafferty, así que necesitaba acercarme a usted -añadió el joven mirando al frente-. Luego, me contó que había testificado contra mi abuelo, que había intervenido decisivamente para que lo encerraran, y de pronto todo se articulaba; podía eliminar a Cafferty y a usted al mismo tiempo.

– Como digo, ojo por ojo -el tráfico comenzaba a ser más denso y Rebus levantó el pie del acelerador-. Bien, debes sentirte contento, liberado, vengado, etcétera.

– Estoy libre de pecado.

– ¿Es otra cita de la Biblia? -dijo Rebus asintiendo despacio con la cabeza-. Todo perfecto, pero no basta para salvarte, ni mucho menos.

– Semáforo rojo -dijo Goodyear, y cuando el coche se detuvo abrió la portezuela.

– Estaba pensando en ir a ver a Cafferty -añadió Rebus-. Y no sé si tú querrás volver a verle. Los médicos dicen que mejora.

Goodyear había bajado del coche, pero Rebus lo llamó y se inclinó hacia la ventanilla.

– Cuando Cafferty recobre el conocimiento -añadió Rebus-, la primera cara que verá será la mía… y ¿sabes lo que voy a decirle, Todd? Más vale que te cubras la espalda y sobre todo el frente, Todd Goodyear. Cafferty será todo lo que tú quieras, pero no la clase de cobarde que ataca por la espalda.

Goodyear cerró la portezuela de golpe al cambiar la luz del semáforo. Rebus apretó el acelerador y contempló por el retrovisor cómo Goodyear se ajustaba la gorra y se quedaba mirando el coche que se alejaba. Suspiró hondo y abrió ligeramente la ventanilla. Tenía que ir al taller a que le conectaran el nuevo iPod al estéreo. Apretó el botón de «play» y subió el volumen.

«Sinner Boy» de Rory Gallagher hasta el hospital donde estaba Cafferty.


* * *

Siobhan Clarke le estaba esperando a la cabecera del gángster en coma.

– ¿Has hablado con él? -preguntó. Rebus asintió con la cabeza sin dejar de mirar a un Cafferty inmóvil, cuyos únicos signos de vida eran los pitidos y destellos de los aparatos. Le habían trasladado de Cuidados Intensivos pero con todo el equipo de mantenimiento.

– Me he enterado de que tu equipo empató.

– A dos en el último momento… pero yo ni me enteré.

– Claro, bien ocupada estabas con Stuart Janney. ¿No ha confesado aún?

– Ya lo hará -dijo ella haciendo una pausa-. ¿Y Goodyear? ¿Va a confesar?

– Todd no va a ser tan tonto.

– Aún no acabo de creérmelo…

– Qué diablos, Shiv, ¿cómo íbamos a imaginárnoslo? -añadió Rebus sentándose en la silla junto a ella-. Si de alguien es la culpa, es sólo mía.

Ella le miró.

– ¿Todavía quieres cargar con más cosas?

– Hablo en serio. Las cosas se torcieron para Todd y sus padres desde el momento en que el abuelo fue a la cárcel, y yo contribuí a ello.

– Eso no quiere… -Siobhan calló al ver que Rebus se volvía hacia ella.

– En aquel pub encontraron droga dura, Shiv, pero el abuelo de Todd no distribuía nada parecido.

– ¿Qué me dices?

Rebus miró a la pared.

– En aquella época Cafferty tenía policías a sueldo y los del DIC preparaban lo que él les dijera.

– ¿Tú…?

Rebus negó con la cabeza.

– Gracias por no ponerlo en duda.

– Pero sabías lo que habían preparado.

Él asintió despacio con la cabeza.

– Y no hice nada por impedirlo… Así eran entonces las cosas. Cafferty traficaba y no le gustaba que le hicieran la competencia en el pub de Harry Goodyear -infló las mejillas y expulsó aire antes de continuar-. Hace tiempo me preguntaste sobre mi primer día en el DIC y te mentí diciendo que no lo recordaba. Lo que sucedió fue que salí de la escuela de la policía para ir directamente a la cantina de la comisaría, y lo primero que me dijeron fue que me olvidara de todo lo que había aprendido. «Aquí empieza el juego, hijo, y sólo hay dos bandos: ellos y nosotros» -la miró otra vez-. Echabas un capote a los compañeros que habían tomado más whisky de lo debido… o se habían excedido al detener a alguien, si se caía un detenido por la escalera o se daba contra la pared… se tapaba todo lo de los compañeros de tu equipo. Yo testifiqué en aquel estrado sabiendo perfectamente que encubría a un compañero que había tendido una trampa a aquel hombre.

Ella no apartaba la vista de él.

– ¿Y por qué me lo cuentas? ¿Para qué demonios tengo yo que saberlo?

– Algo se te ocurrirá.

– Es tan típico de ti, John… Es una vieja historia, pero no podías guardártela para ti y tenías que hacerme partícipe.

– En espera de la absolución.

– ¡Pues te equivocas! -Clarke permaneció en silencio un instante con los hombros caídos. Luego, lanzó un profundo suspiro-. La enfermera me ha dicho que viniste aquí después de la fiesta apestando a alcohol.

– ¿Y bien?

– Y que había otro policía.

– Stone -dijo Rebus-. Quería asegurarse de que no iba a desenchufar los aparatos al paciente.

– La sutileza no es tu fuerte, ¿verdad?

– ¿Quieres decir que soy como un toro en una cristalería?

– ¿Tú qué crees?

Rebus reflexionó cinco segundos.

– Tal vez un toro que ha escapado del matadero -dijo, haciendo gesto de levantarse. Ella se puso en pie también, perpleja al verle inclinarse sobre la cama como ansiando que Cafferty despertase.

– ¿De verdad que vas a decirle lo que hizo Goodyear? -preguntó ella.

– ¿Qué otra alternativa tengo?

– La alternativa es que dejes el asunto en mis manos -echaron a andar hacia la salida-. Ese mierda no va a quedar impune. Las cosas han cambiado, John… se acabaron los encubrimientos y el hacer la vista gorda.

– Eso me recuerda -dijo él-, que ayer hice una visita a los Anderson.

Ella le miró.

– ¿Para comunicarles debidamente tu condición de ex combatiente?

– Había vuelto su hija de la universidad y realmente se parece a Nancy.

– ¿Qué quieres decir?

– Llevé a Roger Anderson fuera de la casa y le dije que sabía que había reconocido a Nancy aquella noche. Me refiero a que la había reconocido por el DVD. Él se complacía en la sensación de poder que eso le daba, en saber algo que ella ignoraba. Por eso no dejaba de acosarla. No le gustó nada que le dijera que tal vez hubiera cierta relación con el parecido con su hija -añadió con una sonrisa al recordarlo-. Y en ese momento le dije quién era la chica del cuarto de baño…

Su mirada se cruzó con la de Clarke y se interrumpió de pronto al pensar lo que iba a preguntarle ella. Y se lo preguntó.

– ¿Qué DVD?

Rebus se aclaró aparatosamente la garganta.

– Se me olvidó que no te lo había dicho.

Abrió la puerta, cediéndole el paso, pero Clarke no se movió.

– Dímelo ahora -exigió ella.

– Sería una carga más, Shiv. De verdad que es mejor que no lo sepas.

– Cuéntamelo, de todos modos.

Apenas Rebus abrió la boca oyeron un agudo pitido de alarma en la sala. Aunque él no era experto en instrumental clínico, sí sabía lo que era un pitido de constante plana procedente de uno de los aparatos instalados junto a la cama de Cafferty. Rebus volvió corriendo sobre sus pasos, entró en tromba en la habitación y se montó a horcajadas sobre el cuerpo de Cafferty masajeándole el tórax con las dos manos.

– Boca a boca cada tres pitidos -gritó a Clarke.

– Ya viene el personal -dijo ella-. Deja que se ocupen ellos.

– Maldita sea si este cabrón va ahora a entregar su alma.

Sobre la frente de Cafferty caían salpicaduras de saliva de Rebus. Volvió a presionar con las manos superpuestas, contando, uno, dos, tres; uno, dos, tres; uno, dos, tres. Sabía que con aquella maniobra se lograba revivir a algunos, pero con una o dos costillas rotas.

«Aprieta con ganas», se dijo.

– ¡Ni se te ocurra! -exclamó entre dientes.

Vio que la primera enfermera que entró retrocedía pensando que se lo gritaba a ella. Sentía en los oídos una intensa palpitación casi ensordecedora. «No puedes tener una muerte serena, aséptica», pensó.

Uno, dos, tres. Uno, dos, tres.

– Después de todo lo que hemos pasado… ¡no puedes morirte por un par de golpazos de Todd Goodyear!

«Tiene que haber jaleo… estropicio… y sangre».

Uno, dos, tres.

– ¡John!

Uno, dos, tres.

– ¡John! -la voz de Siobhan le llegó como lejana-. Ya está bien. Déjale.

Los aparatos zumbaban, pitaban. El sudor que bañaba sus ojos y aquel silbido en los oídos le impedían saber si era buena señal o no. Al final, tuvieron que arrancarle de la cama entre dos médicos, un sanitario y la enfermera.

– ¿Se va a recuperar? -se oyó decir-. Díganme que va a recuperarse…


***

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