QADIR tardó tanto en responder al beso que a Maggie le pareció que trascurría una eternidad. Entonces él se retiró y la miró.
– No quiero hacerte daño -reconoció.
El alivio de Maggie fue muy dulce.
– Puedo soportarlo -respondió con una sonrisa. -Eso parece.
– Vamos, ponme a prueba.
La agarró de la mano y la llevó hasta una cristalera que estaba medio abierta y que también daba al jardín.
Cuando cruzaron un vestíbulo y cerraron otra puerta, Qadir la abrazó con fuerza y empezó a devorarla a besos.
Sus labios abarcaban todo lo que ella le ofrecía y más, y Qadir le acarició la boca con la lengua, explorando, reclamando y urgiéndole a que respondiera.
Ella así lo hizo, con la misma necesidad, con la misma exigencia.
Qadir la tocó por todas partes, le acarició la espalda y le agarró el trasero con premura. Mientras, Maggie se frotaba suavemente contra su erección, deleitándose con su fuerza, deseosa de sentirlo dentro ya.
Él dejó de besarla un momento, el tiempo suficiente para quitarle la camiseta. En cuanto se hubo desecho de la prenda, empezó a acariciarle los pechos desnudos.
Empezó a tocarle y pellizcarle los pezones, sin dejar de besarla por toda la cara y en el cuello, hasta que empezó a lamerle un pecho, a mordisqueárselo hasta hacerla gemir.
Maggie estaba ya muy mojada, abierta como una fruta madura.
Estaba a punto de pedirle que se quitara la camisa cuando Qadir se arrodilló y empezó a desabrocharle los pantalones. Enseguida se los bajó, y también las braguitas.
Qadir empezó a besarle el estómago, mientras sus dedos empezaban a abrirse camino entre los muslos: y fue bajando poco a poco hasta que empezó a besarla en sus partes íntimas. Le provocó deliciosas sensaciones con los labios y la lengua, y tuvo que agarrarse a él para no caerse al suelo. Qadir se dedicó a lamer, besar y chupar el centro neurálgico de su femineidad, al tiempo que le acariciaba y apretaba las nalgas.
– Qadir -susurró ella, que no quería que aquello terminara jamás.
Quería estar en una cama, en un sofá, en el suelo…
Sin abandonar su lugar entre las piernas, Qadir le ayudó a quitarse los zapatos y terminó de sacarle el pantalón y las braguitas. Así, Maggie pudo separar piernas, desesperada por satisfacer un deseo cada vez más más intenso.
Ella le puso las manos en los hombros y se agarró con fuerza para no caerse. Pero cuando estaba a punto de perderse en una oleada de placer, él se retiró y puso de pie.
– No pares ahora-susurró ella.
– Acabo de empezar.
La llevó por un pasillo hasta un dormitorio enorme donde había una cama inmensa. Qadir retiró la colcha, se volvió hacia ella y empezó a acariciarla. -Eres tan preciosa -murmuró mientras le acariciaba la espalda-. Toda tú. Me vuelve loco verte con ese mono y esas camisetas diminutas que llevas bajo. He soñado que estabas con una de esas camitas y nada más.
Sus palabras le encendieron los sentidos. ¡Había fantaseado con ella! ¿Sería eso posible?
– Me has excitado de un modo que no puedo explicar.
Maggie se dijo que en ese momento era él quien estaba excitando. Fue a desabrocharle los botones la camisa, pero él el retiró las manos y empezó a desvestirse.
Cuando se quitó el slip, Maggie contempló su erección que parecía llamarla con su fuerza. Qadir la abrazó-y cayeron sobre la cama, en una maraña de manos piernas, presas del deseo.
De nuevo empezó a acariciarla entre las piernas, mientras con la lengua, los labios y los dientes, lamía y mordisqueaba sus pechos. El ritmo constante amenazaba con precipitarla al abismo y cuando él enterró cara entre las piernas y comenzó a besarla y lamerla a deslizar un dedo dentro de ella, Maggie no pude aguantarse mucho más.
Alcanzó el clímax jadeando y estremeciéndose de placer, y las sensaciones se prolongaron hasta que regresó flotando a la tierra, de vuelta al dormitorio de Qadit donde él la esperaba con una sonrisa en los labios.
Sin decir nada, Qadir le separó las piernas y la penetró de inmediato con aquel miembro recio que la invitaba a ceñirlo con sus músculos.
Qadir le hizo el amor como un lobo hambriento, reclamándola con sus embestidas profundas, y Maggie disfrutó del mejor sexo de su vida. Su excitación avivó su deseo, y cuando él llegó al límite de la fogosidad, ella gemía, más encendida y satisfecha que nunca.
Un rato después estaban abrazados en la cama; él acariciándole el pelo.
– Lo siento -dijo él-. Quería durar un poco más, no quería hacerte daño.
– No me has hecho daño.
– Te he tomado a lo bruto.
Se lo dijo sin mirarla a los ojos, como si eso le avergonzara.
Maggie se tumbó encima de él y lo besó.
– ¿Qadir, pero no te has dado cuenta de cómo he respondido? No estoy diciendo que quiera que me hagas daño. Tu pasión me excita. ¿Acaso no tiene que ser así?
– Debería controlarme un poco más.
Ella sonrió.
– No, no debes.
Él le agarró de las caderas y la empujó hacia abajo, para que ella viera que estaba otra vez listo para ella, y Maggie se deslizó sobre él, y dejó que la penetrara de nuevo.
– A lo mejor si llevas tú la iniciativa…
Maggie cabalgó sobre él, inmersa en un mar de eróticas sensaciones, cada vez más deprisa.
Cuando el placer le atenazó las entrañas, Maggie pensó que sería una noche inolvidable.
A la mañana siguiente, Maggie caminó hasta su habitación, pero en verdad le pareció como si flotara. Todo su cuerpo zumbaba de placer, repleto y satisfecho.
Qadir sabía cómo hacerle el amor a una mujer, y ella sentía que con él había entrado en un universo de placer al que estaba deseando regresar.
– No es muy buena idea -se dijo para sí mientras entraba en su dormitorio.
Se dio una ducha. Cuando estaba a punto de encender el secador para secarse el pelo, oyó unos golpes a la puerta.
Era Victoria.
– Por fin -dijo su amiga-. ¿Pero qué te pasa? Llevo llamando y llamando y… ¿Pero qué te ha pasado? -dijo su amiga con incredulidad, mirándola con los ojos como platos-. Ay, Dios mío. ¿Qué te ha pasado?
Maggie se sonrojó, pero trató de disimular. -Nada.
– No digas que no te pasa nada Tienes algo distinto.
¿Cómo era posible que se le notara?
– No sé a lo que te refieres -mintió.
Victoria se acercó y la miró a los ojos.
– Y yo te digo que hay algo… -de pronto se quedó boquiabierta-. ¡No me digas!
Maggie se sonrojó aún más, se apartó de la puerta rápidamente y volvió al baño.
– No sé de qué hablas, Victoria -dijo desde el baño.
– Mientes. Anoche estuviste con Qadir, te lo noto…
Victoria entró en el baño detrás de Maggie, y desenchufó el secador antes de que le diera tiempo a encenderlo otra vez.
Entonces Maggie se dio por vencida y la miró en el espejo.
– Ocurrió sin más -reconoció-. A lo mejor te parecerá una locura, pero no me arrepiento en absoluto.
– Cuéntamelo todo -dijo Victoria-. Quiero que sepas que puedes contar conmigo para lo que quieras.
– Te lo agradezco, pero te aseguro que me siento bien.
– Me alegro por ti, pero no te va a durar mucho -su amiga aspiró hondo-. Ha llegado Jon. Llegó de madrugada, y al ver que no aparecías, montó un escándalo de padre y muy señor mío.
A Maggie le habría gustado ser de esa clase de personas que se desmayan convenientemente, porque en ese momento le habría gustado poder hacerlo. Pero permaneció consciente, mientras Victoria la llevaba hasta la habitación que le habían asignado a Jon.
– ¿Qué es lo que ha hecho?
– Al ver que no aparecías, empezó a acusar a los guardias de palacio de tenerte encerrada en algún sitio. De verdad, nunca se me ocurrió buscarte en el dormitorio de Qadir. Pensé que estarías dando un paseo.
– No puedo creer que esté aquí -murmuró Maggie.
– Al menos tu vida no es aburrida.
– Pues a mí no me importaría que fuera un poco más aburrida -dijo Maggie, que se negaba a sentirse culpable por lo de Qadir.
Jon había hecho su vida, y ella tenía también derecho a hacer lo mismo.
·No puedo creer que él no me dijera que venía dijo ella.
Victoria se detuvo delante de una puerta.
·Buena suerte.
Maggie no quería entrar ella sola.
·Podrías entrar conmigo.
·Sí, podría, pero creo que tienes que hacer esto sola.
Victoria le dio un abrazo y se marchó.
Maggie llamó con los nudillos, y al momento siguiente Jon abría la puerta.
– ¿Dónde estabas? -le preguntó-. Hace horas que llegué, y no he podido dar contigo. ¿Es que te han tenido encerrada en algún sitio? ¿Qué pasa aquí, Maggie?
Ella entró en la habitación, que era mucho más pequeña que la suya y que daba al jardín en lugar de dar al mar.
Lo miró, miró sus cálidos ojos marrones, sus labios que sonreían de medio lado, su cabello castaño, siempre corto para controlar los rizos.
Aquél era Jon, el chico con quien se había criado. el hombre de quien se había enamorado. Recordó los buenos momentos que habían compartido y se adentró en ellos. Rebuscó en su corazón, pero sólo encontró cariño.
Sabía que lo suyo había terminado, pero en ese momento tenía la prueba.
– Siento que te hayas preocupado -dijo pero yo no sabía que venías, la verdad.
·Fue una decisión impulsiva -reconoció él.
Estuvo a punto de decirle que a El Deharia no había vuelos directos, que habría hecho escala en algún sitio desde donde podría haber avisado de su llegada-No lo había hecho porque había querido sorprenderla, y sin duda lo había conseguido.
– Ya estoy aquí -dijo ella-. Dime para qué has venido -dijo con calma.
– Maggie, estás embarazada -respondió, mientras se paseaba delante de ella-. He venido a llevarte a casa. Tu sitio no está aquí, no tienes nada que ver con este sitio. Deberías estar en casa, conmigo.
– Y casada contigo, ¿verdad? -añadió ella.
·Sí. Nos casaremos.
Maggie quería seguir tranquila, porque sabía que no serviría de nada que se enfadaran.
– Aún no me voy a marchar -respondió-. He venido a El Deharia a hacer un trabajo y quiero terminarlo.
Jon la miró con impaciencia.
·No es más que un coche.
Eso la fastidió, pero apretó los puños y se contuvo.
– Es mi trabajo -le corrigió-. Me dedico a eso. El príncipe Qadir me paga mucho dinero para restaurar su coche, y yo voy a terminar el trabajo antes de marcharme.
– No lo permitiré.
Eso la empujó a levantarse.
– Afortunadamente, no es decisión tuya.
– Vas a tener un hijo, no deberías estar trabajando en un coche.
– Eso es ridículo. Estoy restaurando un coche, no bajando en un vertedero de residuos tóxicos.
– Vente conmigo a casa.
– No.
Se miraron frente a frente, separados tan sólo por una pequeña mesa de centro, pero entre ellos, la distancia era cada vez mayor. ¿Cómo era posible que no se hubiera dado cuenta hasta entonces de que Jon siempre había querido dominarla?
Más que enfado, Maggie sintió tristeza.
– Yo no quiero esto -dijo en voz baja-. Si acaso tenemos que ser amigos.
– No me interesa que seamos amigos -rugió-. He venido a casarme contigo.
– Tú venga a decir eso; y ya te he dicho que no -Maggie dio la vuelta a la mesa de centro y le puso la mano en el brazo-. Jon, basta ya. No tenemos por qué hacer las cosas así. Sólo estoy embarazada de unas semanas. Tenemos muchos meses por delante. No tenemos por qué tomar ninguna decisión precipitada. Agradezco tu interés, porque sé que quieres hace lo correcto. Sé que tú eres de esa clase de hombres, pero hay muchas alternativas. Es mejor que nos demos un respiro, Jon. Vuelve a casa. Yo volveré dentro de un mes más o menos y ya pensaremos entonces lo que hacemos.
– Yo quiero casarme contigo.
Ella se dominó para no gritar.
– Antes no eras tan testarudo.
– Pero antes no estabas embarazada. Lo correcto sería casarnos.
– ¿Correcto para quién? ¿Quieres pasarte dieciocho años atado a mí? Tú no me amas. El niño no seria feliz si los padres no se quieren.
Él siguió en sus trece.
– Estuvimos enamorados en el pasado, eso es suficiente. Todo irá bien.
– No lo creo. Seremos infelices, Jon… No me voy a casar contigo por el niño, y tú no me puedes obligar.
– No me marcho hasta que no accedas.
Maggie pensó con anhelo en los calabozos que Victoria había mencionado.
– Entonces tenemos un grave problema, porque yo nunca voy a acceder.
En ese momento llamaron a la puerta, y Victoria entró en la habitación.
– Siento interrumpir, pero la cosa se complica un poco más.
Se retiró y sujetó la puerta para dejar pasar a Qadir, a quien siguió una mujer joven que Maggie no reconoció. Era menuda, con el pelo rubio oscuro y unas facciones muy bonitas. Sólo que en ese momento las tenía hinchadas de llorar. Al ver a Jon, se le saltaron las lágrimas.
– Tenía que venir -dijo ella.
Sin duda era Elaine, pensaba Maggie, mientras se preguntaba si todo aquello podría estropearse más. Entonces miró a Qadir. ¿Qué pensaría él de todo aquello? ¿O de ella? La noche anterior había sido perfecta, maravillosa, pero esa mañana, todo era un desastre. ¿Pensaría acaso que quería casarse con Jon?
Elaine corrió hacia él.
– No lo hagas, por favor -le rogó-. Por favor, no lo hagas, Jon.
·Es lo mejor para el bebé.
·¿Cómo es posible que algo que duele tanto pueda ser bueno?
Maggie desvió la mirada, no queriendo entrometerse en aquel momento íntimo.
·¿Es que ya no me quieres? -le preguntó Elaine con voz temblorosa.
– Elaine, por favor -dijo Jon con tensión.
– Sólo di la verdad -le rogó ella-. Dímelo, sea 1o que sea.
– No puedo.
Maggie no sabía dónde meterse. Aunque no era la culpable de aquel desastre, se sentía responsable.
Sin mirar ni a Jon ni a Elaine, salió corriendo al pasillo. Alguien salió detrás de ella, y cuando sintió una mano fuerte en el hombro, supo que era Qadir.
– No puedo creer lo que está pasando -dijo Maggie mientras se acurrucaba en su pecho-. No puedo creer que Jon haya venido, ni que Elaine haya venido detrás de él. Quiere que me case con él.
– Es lógico. Yo en su lugar querría lo mismo.
Maggie se estremeció al pensar lo que haría si el hijo fuera de Qadir; en ese caso, no querría apartarse nunca de él.
– No pienso estropear ni mi vida ni la de ellos dos sólo porque esté esperando un hijo de Jon. Ya has visto a Elaine, lo ama con locura.
Victoria salió al pasillo.
– Voy a buscarle una habitación a Elaine. Aparentemente se va a quedar, al menos de momento.
– El palacio tiene muchas habitaciones -dijo Qadir-. Tus amigos son bienvenidos.
Maggie se preguntó qué pensarían los demás empleados de todo aquel jaleo.
– Todo esto es culpa mía.
Qadir le rozó la mejilla.
– No lo es.
Elaine salió del cuarto y miró a Maggie.
– Quiere hablar contigo -le dijo.
Maggie asintió.
– Lo siento. Yo no quise que nada de esto ocurriera.
– Te creo. Ojalá todo fuera distinto.
Victoria se llevó a Elaine a una habitación.
– Si tienes algún problema, llámame.
– Te lo prometo -respondió ella.
Cuando Maggie volvió a la habitación, Jon estaba de espaldas, mirando por una ventana. Tenía los hombros caídos, como si llevara encima un peso enorme.
– No sabía que Elaine fuera a seguirme -dijo sin darse la vuelta-. Lo siento mucho.
– La verdad es que estoy impresionada. Está claro que te quiere mucho y que no está dispuesta a dejarte marchar.
– Ella no lo entiende.
– Lo entiende perfectamente-Maggie esperó hasta que él se dio la vuelta para continuar-. Entiende que estás dispuesto a tirar por la borda todo lo que importante para ti sin una buena razón. Sabe que ninguno de nosotros habría elegido, una situación como ésta, aunque ahora tengamos que enfrentarnos ello. Pero lo que no entiende, y en eso le doy la razón, es por qué crees que sólo hay una opción.
– Porque es así.
– Lo siento. A lo mejor debería haber ido allí a decírtelo en persona. Tenemos que tomar una deción, creo que podríamos hablarlo los tres.
– Elaine no está involucrada en esto.
– Por supuesto que sí. También es su futuro, su vida. Es probable que vaya a ser madrastra de un niño.
– Somos tú y yo los que vamos a casarnos.
Maggie puso los ojos en blanco.
– Escúchame con atención. No me voy a casar contigo, y tú no puedes obligarme. Tú no me quieres. En realidad, estás enamorado de otra persona. Déjate de raterías y empieza a contemplar otras alternativas.
– No.
– Entonces púdrete en este cuarto, porque:yo ya no tengo más que decirte. Cuando quieras ser razonable, me avisas. De otro modo, no quiero volver a verte.
A las siete de la tarde, Maggie tenía un dolor de cabeza horrible. Estaba sentada en su habitación, preguntándose cómo demonios arreglar aquel desastre en el que se había convertido su vida.
Oyó unos leves golpecillos en la cristalera. Cuando se puso de pie, vio a Victoria con un tarro de heladlo en cada mano y corrió a abrirle.
– He venido sin que me viera nadie -reconoció su amiga-. Es que no quiero ver a nadie, sólo a ti ¿Cuál quieres?
Maggie tomó uno de los vasos y miró a su amiga.
– ¿Qué te pasa?
Victoria tenía los ojos rojos e hinchados y la boca igual.
– He estado llorando, Elaine también. Hoy nos ha tocado a las dos. Espero que no empieces a reprocharnos nada.
– Pues claro que no. ¿Pero dime qué pasa?
– Todo y nada. Es una estupidez, pero bueno, ya no me importa. Es que yo tenía un plan, sabes, pero después me convencí de que no pasaría nada. ¿Por qué lloro entonces? Es decir, no sé a quién pretendo engañar. ¿Cómo se va a casar conmigo un príncipe?
Maggie la llevó al sofá y la sentó
– No se de que me hablas.
Su amiga sacó una cucharada de helado y lamió la cuchara.
– Nadim se ha prometido. Su padre le ha buscado una joven estupenda, de una familia respetable, y aunque económicamente no son muy fuertes, parece que son de rancio abolengo. Aparentemente se conocieron la semana pasada, pasaron el fin de semana juntos para ver si se llevaban bien, y como todo les fue de maravilla, ahora están prometidos.
A Victoria se le llenaron los ojos de lágrimas.
– ¿De verdad que está prometido?
– Van a anunciar el compromiso dentro de una o dos semanas, después de la boda de Asad y Kayleen, para no quitarle protagonismo al feliz acontecimiento -se enjugó las lágrimas con el revés de la mano-.
Él ni siquiera me lo contó. Me enteré porque me dio unas cartas para pasar a máquina donde se mencionaba su compromiso. Ni siquiera sabe que existo.
– Entonces no merece ni una de esas lágrimas -dijo Maggie-. Vamos, Victoria, tú no lo quieres, ni siquiera estoy segura de que te gustara.
– No era por eso, sino por la seguridad.
– Ahora tienes seguridad. Tienes un trabajo estupendo y vives en un palacio.
– Hasta que me echen.
– ¿Y por qué iba a echarte Nadim? ¿Es que no trabajas bien?
– Sí.
– ¿Tienes ahorros?
– Sí, soy muy ahorrativa.
– Entonces estás bien. Nadim nunca ha sido el hombre ideal para ti. A lo mejor es hora de que vivas la vida.
– No, gracias, la vida duele -metió la cuchara en el helado-. Al menos a ti hoy te han propuesto en matrimonio.
– Sí, alguien con quien no quiero casarme. -Pero no negarás que es un detalle -dijo Victoria, y entonces se echó a reír.
Maggie se contagió de su risa, y al momento estaban las dos sentadas en el sofá, llorando de risa: Luego pusieron la televisión y se tomaron el helado tranquilamente.