Capítulo 13

ES un hombre mayor e intratable -dijo Qadir mientras se paseaba por el salón de su suite-.

Imposible.

– Estoy de acuerdo -respondió Kateb, que estaba sentado en uno de los sofás fumando un puro-.

Desgraciadamente, es el rey.

– Cierto, pero eso no le da derecho a meterse.

– Tú eres su hijo.

– No importa-respondió Qadir.

Kateb se limitó a arquear las cejas.

,-El no tiene por qué decidir quién y quién no forma parte de mi vida -continuó Qadir.

– Le das mucha importancia a un asunto que no la tiene-señaló su hermano-. Maggie sólo ha sido una utilidad para ti; tú la contrataste para que se hiciera pasar por tu novia. No estabas con ella. ¿Porqué te molesta tanto lo que ha hecho nuestro padre?

Qadir no sabía qué contestar.

– Es el principio lo que cuenta -dijo por fin.

– Bueno, haz lo que te parezca. Pero creo que lo más fácil sería dejar que se marchara y buscar a otra mujer que hiciera el mismo papel. ¿Qué te importa quién haga de novia, si es de mentira? Cualquiera te vale para eso, ¿no?

Qadir se volvió hacia su hermano, sintiendo un deseo tan fuerte como inesperado de golpearlo.

– No quiero a otra -dijo Qadir-. Maggie me conviene -ella lo comprendía bien, y le resultaba agradable hablar con ella; ¿por qué empezar con otra persona?-. Sólo la quiero a ella.

Kateb asintió despacio.

– Eso ya es un problema.

– No te marcharás -dijo Qadir con gesto imperioso.

Maggie no tenía ninguna gana de que los hombres siguieran dictándola órdenes de ese modo. Primero había sido Jon, luego el rey, y de pronto Qadir.

– Tu padre quiere que me marche -dijo mientras se sentaba en el sofá y resistía las ganas de taparse la cara con las manos-. ¿Qué importa? El coche lo puede terminar otra persona.

– ¿Tan poco te importa tu trabajo?

– No, pero ahora me importa mucho menos que antes, porque he terminado el trabajo más difícil. Me voy a quedar hasta finales de semana, y luego tengo que irme -Maggie aspiró hondo-. Qadir, sé que lo tenías todo preparado, pero no va a funcionar, conmigo no, Qadir.

Detestaba decirlo, pero era verdad.

– La verdad es que puedes buscar a otra persona para que haga el trabajo -continuó-. Alguien que no esté embarazada. Alguien que no fuera tan tonta como para enamorarse de él.

Pero se había prometido no pensar en eso, al menos hasta que estuviera en el avión de vuelta a Aspen. Entonces se permitiría sentir el dolor en toda su intensidad. Seguramente asustaría a los demás pasajeros, pero tendrían que aguantarse.

– No quiero a nadie más. Te quiero a ti para esto.

Sus palabras la envolvieron, como una manta suave y calida, y Maggie se dejó llevar, incapaz de creer que él estuviera…

– Me gusta hablar contigo. Tenemos el mismo sentido del humor, y mucha química. No me resultará fácil encontrar una combinación así en otra persona.

Ella se recostó en el sofá y cerró los ojos. No sólo sabía dónde clavarle el cuchillo, sino cómo retorcerlo para que tuviera el máximo efecto.

Claro que él no tenía la culpa. Qadir no tenía idea de lo que ella sentía en realidad, de modo que no podía saber que le estaba haciendo daño.

– Qadir, sinceramente creo que…

– He decidido que sólo hay una solución -la interrumpió él-. Nos casaremos.

Maggie se incorporó del sofá como movida por un resorte.

– ¿Cómo dices?

– He dicho que nos casaremos. Mi padre quiere que me case, y no me interesa cualquiera que él me quiera endosar. Y, como te he dicho, tú y yo nos compenetramos. Este matrimonio tendrá muchas ventajas para ti, y también eso es bueno. A Jon le resultará más difícil ver a su hijo con regularidad, pero mencionaste que podría tener al niño durante el verano, y eso no me parece mal.

– Yo… tú… -lo miró, demasiado sorprendida como para decir nada más largo.

– Sí que es un gran honor -dijo Qadir con amabilidad-. Estás sorprendida ante mi generosidad. Confío en que los dos seremos felices con nuestra unión. A lo mejor me cuesta un poco convencer a mi padre, pero le agradará saber que eres capaz de engendrar sin problemas.

Ella se quedó con la mente en blanco.

– ¿Vamos, qué te parece, Maggie? Es una solución estupenda para los dos.

– ¿Solución? ¿Pero dónde está el problema? Eres tú quien tiene que casarse, no yo.

¡Cuánto le dolía todo aquello! Ella lo amaba, y nada le gustaría más que oírle decir que la necesitaba y que siempre querría estar con ella. Pero eso no era más que un sueño, porque Qadir no quería tener una relación sentimental con nadie.

– ¿Por qué te enfadas, Maggie? Soy el príncipe Qadir de El Deharia; tú serías mi princesa, Maggie. Nuestros hijos serían parte de nuestra dinastía, de nuestra historia.

– No está mal para un mecánico de coches de Colorado, ¿verdad? -hizo un gesto de impotencia con las manos-. No hace falta que me respondas. Ya sé que no lo comprendes. Pero no me voy a casar contigo para mejorar mi situación económica. Yo no soy así. Ni me voy a casar contigo sólo porque sea conveniente. No he querido casarme con Jon, y eso que él pensaba que hacía lo correcto.

– No me compares con él.

– ¿Por qué no? Los dos queríais que me casara por motivos que no tienen nada que ver conmigo y todo que ver con vosotros. Y eso no es lo que yo quiero.

Se puso de pie y fue a la puerta.

– Mira -dijo después de abrirla-. Sé que crees que me estás haciendo un favor enorme, pero yo no lo veo así. Deseo algo más, algo que tú no puedes darme. Y no me conformaré con nada menos -terminó de abrir la puerta-. Ahora debes marcharte.

Maggie estaba acurrucada en la cama llorando a todo llorar. Sabía que debía dejarlo, que tanta emoción no podría ser buena para el bebé, pero no sabía cómo.

·No pasa nada -la consoló Victoria mientras le pasaba la mano por la espalda-. Voy a meterme en Internet a buscar a un matón para darle una paliza a Qadir.

Maggie sacó otro pañuelo de papel de la caja.

Aún no puedo creer que me propusiera matrimonio como lo ha hecho. ¿En qué estaría pensando? -Él no estaba pensando en ese momento. A veces los hombres se comportan de un modo muy estúpido, incluso los príncipes.

– Sobre todo los príncipes. ¿Pues no va y me dice que sería un honor para mí casarme con él?

– Menudo cretino.

Maggie asintió y miró a su amiga.

– Lo amo.

Victoria le sonrió con tristeza.

– Me he dado cuenta. Qué pena que él no.

– No quiero que se entere, sólo sentiría lástima por mí -de nuevo se echó a llorar-. No sé cómo soportar todo esto…

– Poco a poco. Sigue respirando, paso a paso, Maggie.

– Quiero volver a casa. Mañana tengo una cita con el médico, para estar segura de que puedo tomar un avión. Y en cuanto me dé permiso, adiós.

– Te voy a echar de menos -dijo Victoria.

– Tú también te marcharás en unos meses, ¿no?

Vente a Aspen. Es un sitio precioso, y hay muchos hombres ricos paseándose por las pistas de esquí. -Estoy harta de los ricos, pero iré a verte. Quiero estar contigo cuando nazca el bebé.

– Eso sería estupendo.

De otro modo, sabía que estaría sola. Jon querría acompañarla, se lo ofrecería sin duda, pero a ella le resultaría extraño, de todos modos.

– ¿Por qué no se ha enamorado de mí? ¿Por qué no ha podido amarme?

– Los hombres como él no se enamoran -dijo Victoria-. Toman lo que necesitan, y continúan. No tienen que entregarle el corazón a nadie, porque es algo que nunca se les ha pedido.

Maggie quería mostrar su desacuerdo, decir que Qadir no era así, pero en el fondo sí que era así. A él se le había ocurrido aquella farsa para engañar al rey, y también pedirle en matrimonio sin amarla.

·Quiero estar con un hombre que me ame apasionadamente -susurró-. Quiero ser lo más importante en su vida.

– Yo no quiero eso -dijo Victoria-. El amor es un asunto espinoso.

– Dime que este dolor irá cediendo -dijo Maggie.

·Sabes que sí. Se te pasará, y seguirás adelante. Un día volverás la vista atrás y te alegrarás de que todo ocurriera así.

Maggie esperaba que su amiga tuviera razón, pero tenía sus dudas.

La consulta del médico estaba situada en un moderno edificio cercano a un hospital. Maggie llegó unos minutos antes de la hora de la cita para rellenar unos papeles.

Victoria le había buscado una doctora y había llamado para pedir cita. Maggie la echaría de menos cuando volviera a Aspen.

Ya tenía el billete de vuelta. Una vez allí, alquilaría un apartamento hasta que pudiera recuperar su antigua casa, luego se pondría a buscar trabajo. Tendría que ahorrar todo lo posible antes de que naciera el bebé.

Cuando rellenó el cuestionario y lo entregó, se puso a ojear una revista hasta que la llamaron para pasar a la sala de consulta.

La doctora Galloway era una mujer agradable que debía de rondar los cincuenta años. Hablaron de la fecha de parto, de las vitaminas que debía tomar y de las nuevas necesidades dietéticas de Maggie.

– No debes comer por dos. Es mejor para el bebé y para ti si comes con moderación. Cuanto más cuidado tengas, menos peso tendrás que perder después.

– Lo tendré en cuenta -dijo Maggie, sabiendo que esos últimos días estaba demasiado triste para pensar en comer mucho-. ¿Puedo volar en avión?

– Claro. En los primeros meses, no hay ningún problema.

– Gracias.

La doctora le sonrió.

– Es un poco pronto, así que no puedo prometerle nada, pero me pregunto si querrías tratar de escuchar el latido del corazón del bebé.

– Sí, por supuesto.

– Entonces vamos a…

En ese momento se oyó jaleo en el vestíbulo, un ruido de pasos, y la voz de una mujer que decía:

– No puede entrar ahí, señor.

– Soy el príncipe Qadir, puedo entrar donde quiera.

La doctora se puso de pie.

– ¿Pero qué jaleo es ése?

Maggie se incorporó.

– El… esto… está conmigo

La mujer la miró con perplejidad.

– ¿Es el padre del…?

– No. No es el padre… pero lo conozco… -Maggie se encogió de hombros, sin saber cómo explicarle a la doctora la sinrazón de su situación-. Puede dejarle entrar -dijo Maggie.

La doctora Galloway salió a buscar a Qadir, mientra Maggie trataba de imaginar qué estaría haciendo en la consulta. ¿Cómo habría sabido de su cita? De pronto se acordó de la agenda que había dejado abierta sobre su mesa.

En ese momento se abrió la puerta y Qadir entró en la sala.

– No me dijiste nada de tu cita.

– Lo sé.

– Me gustaría que me informaras de estas cosas.

– ¿Por qué?

– Porque no está bien que me ocultes este tipo de información.

Maggie se sentó mejor en la camilla.

– El niño no es tu hijo -le recordó, negándose a perderse en sus ojos negros-. No tienes nada que ver con mi embarazo.

– Quiero casarme contigo y ser el padre de tu hijo. Y por eso me siento implicado.

– Yo no he aceptado tu propuesta. ¿Es que no me has oído?

– No me has dicho nada que quisiera oír -Qadir fue a tomarle la mano-. ¿Maggie, por qué te muestras tan difícil?

Pero ella la retiró antes de que él pudiera tocarla. -No es que me muestre difícil, Qadir; soy realista, nada más. No quiero ser una mera conveniencia en tu vida, quiero algo más.

En ese momento se abrió la puerta, y una joven entró empujando un monitor.

– ¿Vuelvo luego?

– Sí -dijo Qadir con aire impaciente.

– No -dijo Maggie, que lo miraba con expresión ceñuda-. Quiero que se quede. A lo mejor voy a poder oír el corazón del bebé.

– La expresión del principe se suavizó.

– ¿Tan pronto?

– Podemos intentarlo -le dijo la técnico.

– Me gustaría quedarme para escucharlo también…

Maggie pensó en decirle algo, pero prefirió dejarlo, y se tumbó en la camilla. Momentos después, un latido rápido como un galope resonó en la pequeña sala.

Fue el sonido más- maravilloso y sobrecogedor de su vida. Tenía un bebé dentro, era verdad. Iba a ser madre, y era responsable de la vida que llevaba dentro.

¿Y si no lo hacía bien? Entonces recordó a su padre, y lo mucho que la había querido y cuidado. Decidió que eso haría ella con su hijo.

Se volvió a mirar a Qadir, para ver si compartía con ella la maravilla de aquel momento y se quedó chafada al ver que había salido de la sala cuando ella no prestaba atención.

Qadir se paseaba por la sala de la suite de su hermano.

– ¿El latido del corazón? -dijo Kateb, poco impresionado.

– Sí, pero fue más que eso. No puedo explicártelo. Fue una prueba de vida.

– Sabes que no es tu hijo -añadió Kateb.

Qadir hizo caso omiso a su hermano.

– No es hijo biológico mío, pero entre nosotros hay una conexión. Le prohibiré que se vaya, puedo hacerlo.

– Sin razón, no -le recordó su hermano-. Siempre podrías llevártela al desierto. Conozco algunos sitios donde nunca os encontrarían.

– A Maggie no le gustaría nada el desierto -dijo Qadir, preguntándose cómo podría convencerla para que se quedara-. Tiene que haber algo que se me haya pasado decirle, algo que ella eche de menos.

Su hermano lo miró sorprendido.

– No lo dirás en serio, ¿verdad? -dijo Kateb.

– ¿Cómo?

– ¿De verdad no sabes por qué está tan enfadada contigo?

– ¿Y tú sí?

Kateb se puso de pie y lo miró a los ojos.

– Es una mujer. Quiere que la amen.

Qadir se puso tenso.

– No. No lo haré.

– ¿Porque amaste a Whitney y te dejó?

Qadir ignoró la pregunta; no pensaba hablar de ella con su hermano. El dolor era demasiado…

De pronto se dio cuenta de que ya no le dolía, de que ya no le importaba en modo alguno. Pero arriesgarse a amar de nuevo…

– Whitney no se quedó porque no podía enfrentarse a todo lo que implicaba ser tu esposa -dijo Kateb-. ¿Maggie tiene el mismo problema?

– No. Ella no tiene miedo de nada.

Tenía empeño, valor y le gustaban los desafíos, sobre todo en la cama.

– Entonces el problema pareces ser tú.

Qadir lo miró enfadado.

– Le he pedido en matrimonio, y me ha rechazado. El problema es ella.

– ¿Le has dicho que la amabas?

– No.

– ¿Y se te ha ocurrido pensar que deberías haberlo hecho?

Se disponía a decirle a su hermano que no amaba a Maggie, cuando cayó en la cuenta de que no podía decirlo. ¿Por qué sería?

¿La amaría? ¿Sería posible? ¿Sería por eso que querría haber machacado a Jon? ¿Por eso por lo que no quería dejarla marchar?

– La amo -anunció-. Amo a Maggie.

Kateb sonrió.

– Entonces, creo que tal vez deberías decírselo.

Maggie abandonó el palacio en un taxi, prefería hacerlo así.

Le pidió al conductor que aguardara unos minutos, esperando que Victoria bajara a despedirse, pero no lo hizo. Su amiga había desaparecido, dejándole sólo una nota que le decía que su padre había llegado inesperadamente y que intentaría pasarse si le daba tiempo.

Finalmente, Maggie se subió al taxi y se marchó.

Contempló la ciudad al pasar, tratando de empaparse de su belleza. Había ido a El Deharia llena de esperanzas y se marchaba con el corazón partido. Echaría de menos a su amiga, pero sobre todo al hombre que amaba.

Sola y a punto de llorar, reconoció que había albergado esperanzas de que al menos él intentara convencerla para que se quedara. Al menos, así podría haberle visto una vez más, aunque fuera la última. Pero él ni se había molestado.

Tal vez con el tiempo podría encontrar a alguien de su agrado, pero el rebelde príncipe siempre tendría un lugar en su corazón. Desgraciadamente, era demasiado tonto para apreciarlo.

Cuando llegaron al ajetreado aeropuerto, Maggie pagó al conductor y camino hacia la terminal. Se puso en la fila para facturar el equipaje. Cuando llegó al mostrador, la mujer tomó su billete y su pasaporte y tecleó algo en el ordenador. De pronto, la joven frunció el ceño.

– ¿Qué pasa? -preguntó Maggie.

– Parece que hay un problema, señorita Collins Voy a tener que pedirle que hable con uno de nuestros agentes de seguridad.

– ¿Cómo dice?

Antes de averiguar lo que pasaba, se la llevaron a una pequeña habitación donde había una mesa y dos sillas. No había ventanas. Un hombre menudo vestido de traje le colocó el equipaje en un rincón antes de volverse hacia ella.

– Señorita Collins, lo siento mucho, pero voy a tener que arrestarla.

No podía ser verdad, pensaba Maggie. Era una broma, tenía que serlo.

– ¿Por qué?

– Por violar las leyes de El Deharia. ¿Está embarazada?

– Eso no tiene nada que ver con nada, digo yo.

– Me lo tomo como un sí. Es ilegal sacar a un bebé real del país sin autorización del rey. Y usted no tiene tal autorización.

Ella se dejó caer en la silla, mientras la desesperación se mezclaba con la incredulidad. Como si no tuviera suficientes problemas, ahora le pasaba eso.

– Este bebé no es de Qadir -dijo sin mirar al hombre-. Sé lo que se dijo en los periódicos, pero era mentira. Si hace el favor de llamarlo, él mismo se lo dirá, y podrá dejarme marchar.

– Eso es lo único que no puedo hacer.

¡Esa voz!

Maggie se puso de pie y vio a Qadir entrar en la habitación. Él fue directamente a ella y le tomó de las manos; en ese momento el agente de seguridad abandonó el cuarto.

Maggie no sabía qué pensar.

– ¿Por qué estás aquí?

– Porque te marchaste antes de darme oportunidad de hablar contigo y por que si tú te vas, yo tengo que seguirte, y los dos haremos el ridículo.

Su mirada de ojos negros parecía taladrarle el alma.

– Maggie, me he dado cuenta de lo que he hecho mal, de por qué no quieres casarte conmigo.

– Lo dudo.

Él sonrió.

– Eres difícil y testaruda, y no deseo domesticarte.

– Reconozco que soy bastante difícil de domesticar.

– ¿Incluso para el hombre que te ama?

El tiempo pareció detenerse. De pronto, Maggie no podía respirar, ni hablar, sólo podía mirar fijamente el rostro de Qadir.

– Te amo, Maggie -dijo él con sinceridad-. Quiero que te quedes para que podamos estar juntos. Quiero que te quedes para poder ser un padre para tu hijo. Y quiero que te quedes porque estamos hechos el uno para el otro. Acepta ser mi esposa, Maggie.

Sus palabras eran mágicas, pero un tanto sorprendentes.

– ¿Te has dado algún golpe en la cabeza estos últimos días?

Qadir se echó a reír, la abrazó y besó con ganas.

– He sido un idiota. Hace muchos años, entregué mi corazón a otra persona. Cuando me dejó, prometí no volver a amar.

Maggie sintió tanta dicha que pensó que saldría flotando, y se lanzó sobre él y lo abrazó con todas sus fuerzas. Qadir también la estrechó entre sus brazos, hasta que ella lo empujó suavemente.

– No puedo -le dijo-. Esto no va a funcionar nunca.

– ¿Por qué no?

– Soy mecánico. No sabré ser princesa.

– ¿Y eso por qué?

– Necesitas a otra persona, a alguien más a tono con quien eres tú.

– Te quiero a ti y sólo a ti. Quiero hacerte feliz, para que te compadezcas de las demás mujeres.

Un gran objetivo. La tentación era tan grande. Maggie lo amaba, y con él podría hacer su sueño realidad.

– Tengo miedo.

– ¿De mí?

– De amarte tanto.

– Podemos enfrentarnos juntos a nuestros miedos, dulce Maggie, porque yo también te amo.

Entonces ella lo abrazó; no tuvo más remedio, porque hacía tiempo que él le había robado el corazón, con lo cual, haría bien en entregarle todo lo demás.

– Para siempre -prometió antes de besarla-. ¿Te quedarás?

Ella sonrió.

– Intenta deshacerte de mí.

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