Capítulo 8

MAGGIE no sabía qué pensar, ni tampoco que sentir. Se tapó la cara con las dos manos sintiéndose confusa y avergonzada. Aquello no podía ser verdad, estaba soñando, y cuando despertara todo volvería a la normalidad.

En ese momento alguien llamó a la puerta no quería contestar, pero también sabía que no se podía quedar encerrada en su suite eternamente.

Se levantó y fue hacia la puerta, intentando serenarse un poco. Aunque había esperado que fuera Victoria, al abrir la puerta se encontró delante con el apuesto príncipe.

– Veo por la cara que pones que has visto el periódico de esta mañana -dijo con calma-. ¿Puedo pasar?

Ella le dejó pasar y después cerró la puerta. Se puso colorada de vergüenza, y no supo qué decir. Jamás había planeado quedarse embarazada, y menos meterle en ese lío.

– Me siento muy mal -dijo-. No tenía idea de tienes que creerme.

– Te creo -la miró a los ojos-. ¿Jon es el padre?

Ella asintió.

– Estuvimos juntos unas semanas antes de venir. Yo sentía muy sola y perdida, y estaba muy nerviosa. Maggie no quiso darle más detalles.

– No tendría que haber pasado -dijo-. Ni eso ni el embarazo. Jon y yo ya no nos queremos. Él está otra persona, y yo ya lo he superado -cada día que pasaba Maggie estaba más segura de ello-. Me parece mentira estar embarazada.

·¿Te has hecho bien el test?

Tan bien que me lo he hecho tres. Estoy embarazada Qadir.

Maggie sabía que él le diría que no quería seguir el trato. Pero cuando pasó un rato y él no dijo Maggie empezó a dudar.

– Esto crea una complicación -dijo finalmente. Maggie sonrió, a pesar de todo.

– Eso es decir poco.

·A Jon ni se le habrá ocurrido pensar que podrías estar embarazada, ¿no?

Seguramente no -Maggie aspiró hondo y se armó de valor-. Mira, ya sé para qué has venido. Quieres hacerme entender que tal y como están las cosas nuestro trato se acabó. Y lo entiendo, yo en tu lugar sentiría lo mismo. Pero me encantaría terminar el coche. Puedo hacer un buen trabajo, y sé que el estar embarazada no me va a restar habilidades. Además, para ser sincera, necesito el trabajo. No tengo seguro médico, y en cuanto se me empiece a notar nadie querrá darme trabajo.

Sintió pánico al pensar en las responsabilidades que se le venían encima.

– ¿Quieres marcharte? -dijo él.

– ¿Qué? Pues claro que no.

– Sólo te lo preguntaba.

– Como estoy embarazada…

Él asintió.

– La gente va a pensar que el niño es mío. Quedaría muy mal por mi parte si te dejara abandonar e país.

Maggie se sentó en el sofá. Eso no lo había pensado.

– Tendrás que emitir un comunicado, diciendo que el niño no es tuyo; así la gente pensará mal de mí, no de ti.

Eso la disgustaba, pero no había otra manera.

– ¿Y quién va a creer que el hijo no es mío? -preguntó él-. Nos han visto juntos.

– Pero durante muy pocos días, además es verdad que el bebé no es tuyo.

– ¿Y eso qué puede importar?

Ella fue a decir algo, pero se calló. Estaba confusa y angustiada. Sabía que la criticarían de todas formas, que la tacharían de mala mujer.

– Diré la verdad, diré que estuve con otra persona. Tú no tienes por qué entrar en esto.

– Yo no te lo recomiendo -dijo él-. Se van a cebar contigo.

– Lo sé, ¿pero qué otra cosa puedo hacer? Tú no vas a echarte el muerto encima, la responsable soy yo.

– Yo soy el príncipe.

Y eso qué tiene que ver con todo lo demás?

No habría pasado nada de esto si yo no te hubiera pedido que mintieras por mí. Soy yo quien he hecho de ti un personaje público.

– Yo acepté hacerlo.

Si su padre levantara la cabeza y viera que había aquello por dinero se disgustaría.

Antes de que le diera tiempo a seguir pensando en su padre, se abrió la puerta de la suite y entró el rey con un periódico en la mano.

¿Es esto cierto? -preguntó, mirando primero Qadir y luego a ella-. ¿Estás embarazada?

Maggie querría que se la tragara la tierra. Qadir le dio la mano y se colocó delante de ella, como para protegerla de la furia del rey.

– Esto no es asunto tuyo -dijo Qadir con serenidad mirando a su padre de frente.

– Sí que lo es -respondió el rey muy enfadado. Si es verdad que está embarazada, el niño no puede ser tuyo, a no ser que estuvieras con ella antes quiero saber qué está pasando.

– Su Alteza… -empezó a decir Maggie, visiblemente azorada.

Pero Qadir negó con la cabeza.

¿El hijo es tuyo? -le preguntó el rey a Qadir.

Porque si lo es, insisto en que te cases con ella de inmediato. Sé que hoy en día está muy de moda casarse después de nacer los niños, pero éste es mi palacio y no voy a permitirlo.

– El bebé no es de Qadir -susurró Maggie-. Lo siento, Alteza.

Qadir le pasó el brazo por los hombros.

– No te disculpes. Tú no tienes culpa ninguna, soy yo el culpable -miró a su padre-. Yo he paseado a Maggie en público; por eso tomaron las fotos. Es culpa mía.

– Pero no es tu hijo.

Maggie miró al rey y se preguntó qué estaría pensando.

– No, padre.

Mujtar asintió.

– Muy bien. Maggie, te marcharás de El Deharia inmediatamente.

Maggie iba a asentir cuando Qadir intervino.

– Ella no se marcha. Se queda aquí.

– ¿Para qué? Puedes buscar a otra persona que te restaure el coche.

– Esto no es por el coche, sino por ella.

Maggie estaba estupefacta. ¿Qadir quería seguir adelante con el trato? ¿Acaso no sabía que acabaría siendo un desastre?

– No puedes salir con ella -dijo el rey.

– ¿Por qué no? -respondió Qadir-. Ella me gusta.

Maggie sabía que lo decía para convencer a su padre, que esas palabras no significaban nada.

– Maggie se queda -dijo Qadir- Emitiremos un discreto comunicado diciendo que el niño no es mío.

– Nadie te creerá. Al menos hasta que nazca y se le pueda hacer una prueba de paternidad.

– Puede ser que nadie me crea, pero nosotros habremos establecido nuestra postura. Nos dejarán en paz. A Maggie la dejarán en paz. Eso es lo que me importa.

Mujtar entrecerró los ojos.

– ¿Tanto significa para ti?

– Sí -respondió el príncipe.

– Muy bien. Espero que sepas lo que estás haciendo.

Y con eso, el rey se marchó.

Maggie esperó hasta que saliera de la suite para encararse con el príncipe.

Pero es que te has vuelto loco? ¿Qué es lo, que acabas de hacer? No puedes enfrentarte a tu padre es una locura, está mal. Estoy embarazada de otro. No me puedo quedar. Tú eres un príncipe guapo y rico. ¿De verdad quieres decirme que no hay ninguna mujer que se prestaría a este juego le soltó hecha una furia.

Maggie estaba que echaba chispas, y a Qadir le resultó intrigante en ella.

Qué energía -dijo él.

Uno de nosotros tiene que tomarse esto con energía -dijo ella-. Está claro que tú no estás bien de la cabeza. Estoy embarazada.

La noticia en el diario de la mañana le había sorprendido, pero no tanto como su reacción. Se había sentido traicionado, como si ella le hubiera engañado. Maggie era suya sólo como parte de una farsa. No había nada entre ellos, aparte de una química sexual fuerte. ¿Por qué iba a importarle entonces que estuviera embarazada de otro?

Sin embargo le importaba, y su reacción había sido tan inesperada que quería saber el significado. No iba dejarla marchar. Todavía no.

– Un mes -le dijo él-. Quédate un mes. Puedes terminar el coche. Si el fingir que salimos juntos te parece muy difícil, puedes marcharte y yo te pagaré lo que quedamos por los dos trabajos.

Ella fue a decir algo, pero se quedó callada. -Terminaré el coche -dijo por fin-. Quiero hacer eso. Significa mucho para mí

. -¿Y el resto?

– No comprendo cómo quieres continuar fingiendo que salimos juntos, pero eres tú el que decide.

Esa noche, Maggie estaba sentada en el sofá de la suite de su amiga Victoria, tomándose una infusión y hablando con su amiga.

– Me siento tan mal, aunque físicamente no, es angustia lo que siento -añadió rápidamente-. Porque estoy totalmente segura, que si no, juraría que no estoy embarazada. Estoy igual; no tengo náuseas, ni vómitos.

– Eso vendrá después, digo yo -dijo su amiga.

– ¡Pues vaya ilusión! -exclamó Maggie con segundas-. Es que… no me he hecho a la idea aún de que voy a tener un hijo.

– Tienes tiempo para hacerte a la idea, Maggie.

– Nueve meses menos seis semanas-dijo Maggie-. Sé el día que ocurrió. El día exacto.

– La última vez que estuviste con Jon.

Maggie asintió.

– Es lógico que te sientas confusa -dijo Victoria-. No me sorprende. ¿Pero aparte de eso… hay algo más?

– Tengo miedo -reconoció Maggie--. No soy como tú, yo no sé ser madre.

Victoria alzó las manos con gesto impaciente.

– Un momento, soy la persona menos maternal que existe. A mí se me mueren todas las plantas.

– Pero eres tan femenina, tan coqueta, sabes comprar, no tiene nada que ver con ser mala. Por lo que me has contado, tú sí que serías una madre estupenda.

Maggie la miró sin pestañear.

;Por qué?

– Porque tuviste un padre estupendo. Él siempre estuvo a tu lado, y tú sabrás hacer lo mismo con tu hijo.

A los niños lo que les importa es que les quieran no que sepan comprarles ropa, y tú vas a querer al bebé.

Maggie sintió algo dentro, algo cálido e intenso, tener un hijo… ¿Sería posible?

Gracias -dijo-. Ahora me siento mucho mejor. Pero voy a tener que decírselo a Jon en algún momento.

·Cierto.

– Y no le va a gustar.

– Ya se te ocurrirá algo.

Maggie no quería pensar en Jon en ese momento. -Detesto que Qadir tenga que enfrentarse a este tema ahora.

– Porque te gusta.

– Pues claro que me gusta. Es un hombre estupendo, me defendió delante del rey.

Maggie aún no podía creer cómo se había portado Qadir con ella. No podía evitar sentirse a salvo y protegida con él.

– Lo que más me intriga del príncipe Qadir de El Deharia es que, pudiendo tener a cualquier mujer que quisiera, te haya escogido a ti.

– ¿Qué?

– Te eligió a ti para representar ese papel por muchas razones. Al principio era un negocio, pero de pronto son muchas más cosas. Cuando se enfrenta un problema, en lugar de huir, se queda a tu lado.

– Él es así.

Victoria se echó a reír.

– Si Nadim y yo tuviéramos un trato parecido y yo me quedara embarazada, me echaría a la calle et dos minutos. Pero creo que me equivoqué de príncipe. Cuanto más me fijo en cómo es Qadir contigo menos me gusta Nadim. Llevo dos años trabajando para él y ni siquiera se ha fijado en mí.

– Olvídalo. ¿De verdad te quieres casar por dinero?

– Maggie, tú no sabes lo que significa tener miedo de perderlo todo. Así me crié yo. Había muchas noches que veía a mi madre pasar tanta hambre porque sólo había comida para uno. Prometí que nunca soportaría lo que soportó ella, que nunca le entregaría mi corazón a un cretino como el que la utilizó, pensando sólo en sí mismo.

Maggie no sabía nada del pasado de su amiga. -Lo siento -murmuró Maggie-. Siento que tuvieras que pasar por eso.

– Y yo -dijo Victoria-. Pero estábamos hablando de ti. ¿Has pensado que tal vez te haya defendido porque no quiere que te marches?

Maggie pestañeó varias veces. Las palabras de Victoria quedaron suspendidas en su pensamiento formando imágenes, desdibujándose, pero sin desaparecer del todo.

– No puede ser por eso -dijo ella por fin.

– ¿Por qué no?

Bueno, sólo quiere ser amable.

Victoria arrugó la nariz.

– Es un jeque, cariño. Amable no es una descripcion buena para él. Arrogante, obstinado, poderoso, ser, ¿pero amable?

Maggie sabía que su amiga tenía razón, lo cual a esa interesante cuestión sobre la mesa. ¿Por no la había dejado Qadir al enterarse de su embarazo?

– No sé adónde quiere llegar contigo -dijo Victoria. Pero hay algo que tengo claro. Si no te quisiera cerca, te habría echado ya. El hecho de que siga aquí me dice que quiere algo más de ti; ahora memos que averiguar el qué.

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