Capítulo 12

JON se presentó en el garaje al día siguiente. Maggie dejó un momento las herramientas que tenía en la mano, sabiendo que tendría que escuchar lo que él fuera a decirle, para después convencerlo de que estaba equivocado.

– Me has estado evitando -empezó Jon.

– Teniendo en cuenta lo que ha pasado, creo que ha sido lo mejor.

– No quieres casarte conmigo.

– Es cierto, no quiero casarme contigo.

Jon se metió las manos en los bolsillos.

– Anoche hablé con Elaine, toda la noche. Me dijo que no puedo obligarte a nada. Y aunque pudiera, sólo sería un desastre para todos.

A Maggie le daba la impresión de que le iba a gustar Elaine.

– Yo también tengo mucha culpa -dijo Maggie.

No debería haberte dicho que ignoraras al niño. Tú no eres así. Supongo que pensaste que quería apartarte de su vida, y que por eso reaccionaste de esa manera.

– Es verdad, no me gustó -le dijo él-. También es mi hijo.

– Lo sé, y lo siento.

– No pasa nada -se fijó en el coche-. Este coche te va a quedar de maravilla.

– Eso espero.

– Hemos salido a cenar; parece una ciudad muy bonita.

– Sí, a mí me gusta.

Jon se plantó delante de ella.

– Amo a Elaine -se encogió de hombros-. La quiero de verdad. Es distinto, Maggie, quiero estar con ella a todas horas, cuando estamos separados pienso en ella. Estar con ella es emocionante, nuevo, pero también agradable. Nos parecemos como tú y yo nunca nos parecimos. La amo y quiero estar siempre a su lado.

Maggie tragó saliva.

– Me alegro por los dos.

Sintió cierta angustia porque en el fondo ella también deseaba algo así. Con Jon no, por supuesto, pero con otra persona.

Pensó en Qadir y en cómo el apuesto príncipe le había robado el corazón. ¿Pero acaso sentiría él algo por ella? Todo había cambiado para ella, pero estaba casi segura de que él no sentía nada distinto.

– Te prometo que no te apartaré de la vida del niño. Podemos redactar un acuerdo. Puede pasar contigo los veranos, y algún fin de semana; lo que mejor nos parezca. Pero no pierdas al amor de tu vida por esto.

– Tienes razón -dijo él.

– Lo sé -bromeó-. Ahora ve a buscar a tu mujer y ámala hasta dejarla sin fuerzas. Luego le dices que lo sientes y que es con ella con quien quieres casarte.

– Lo haré -dijo él, y le dio un abrazo.

Lo observó marchar. Elaine estaría esperándolo, rezando para no perder al hombre de sus sueños. Hablarían, se besarían y harían el amor. Si Jon era inteligente, le pediría en matrimonio y volverían a casa felices y contentos. Era lo que Maggie deseaba para ellos dos. Desde luego no quería a Jon para sí, sin embargo, eso no le hizo sentirse menos sola.

– Me encantan las bodas -dijo Victoria mientras iban por el pasillo-. Y mira que es raro, teniendo en cuenta que estoy en contra del amor. Pero supongo que no me importa que otras personas hagan el tonto.

– Eres una romántica empedernida -bromeó Maggie, a quien le habría gustado ir más despacio, sobre todo por los tacones que llevaba.

Aunque la boda de Asad y Kayleen era por la mañana, tenían que ir de gala.

– Gracias por ayudarme a arreglarme -dijo Maggie mientras se alisaba la falda del vestido.

– De nada. Disfruto como una niña. Y lo importante es que estás espectacular. Habrá un montón de periodistas. No se les permite la entrada a la ceremonia, por supuesto, pero prepárate para que te fotografíen en cualquier otro sitio.

·Imagino que no se podría hacer una ceremonia más íntima, sólo para la familia.

·Cuando el hombre con quien te vas a casar es un príncipe, no. Ésta va a ser una boda pequeña según sus estándares. Y han variado algunas tradiciones. Los hermanos de Asad se sentarán delante, pero no estarán a su lado, como manda la tradición -Victoria sonrió-. Y por eso tú vas a estar delante con Qadir, mientras yo me sentaré detrás con la chusma.

– Yo preferiría sentarme contigo -dijo Maggie con sinceridad.

Al menos con Victoria se sentiría mejor.

– Estarás bien. No hay nada que hacer salvo sonreír y desearle felicidad a la pareja. No te preocupes, yo me voy a fijar bien en todos los famosos que entren, y después podremos cotillear durante el banquete -Victoria hizo una pausa-. Incluso han conseguido que venga Kateb, el misterioso hermano del desierto.

Maggie miró a su amiga.

– Lo conocí el otro día. Parece agradable. Victoria negó con la cabeza.

– Más que agradable, a mí me parece moreno y misterioso. Un hombre del desierto es un hombre que se deja llevar por las emociones; demasiado apasionado para mí. Prefiero a Nadim, que no sabe sentir. Kateb sería un problema.

Victoria suspiró.

– Claro que ya da lo mismo, porque me voy a olvidar de los príncipes para siempre.

– ¿De verdad?

– Sí. He pensado en lo que me has dicho. Aquí no tengo gastos salvo -la ropa y las vacaciones. Y como tengo bastante dinero ahorrado, he decidido que voy a trazar otro plan.

– ¿Cuál?

– Voy a trabajar aquí un año más, y luego volveré a Estados Unidos para abrir mi propio negocio. Todavía no he pensado qué hacer, pero tengo tiempo para pensarlo. No necesito un príncipe para ser feliz, y cuando esté en casa,- puedo pasar de los hombres como lo he hecho aquí.

– Me alegro por ti.

Pero Maggie no estaba muy convencida. Todo le parecía bien, menos que Victoria decidiera apartar a los hombres de su vida. Sencillamente, no le parecía muy sano.

– Y a lo mejor conoces a alguien que te gusta.

– No, gracias. No tengo interés en casarme por amor. Con Nadim sólo buscaba una seguridad económica. Ahora que no lo necesito, voy a evitar a los hombres: a todos.

Tomaron las escaleras hasta la planta baja, donde ya se oía el murmullo de las conversaciones de los invitados. Victoria señaló una puerta.

– Entra por ahí. Encontrarás a Qadir y al resto del séquito nupcial.

Maggie abrió la puerta y vaciló un momento, pero Victoria le dio un pequeño empujón.

Dentro estaban los miembros de la familia real. Maggie reconoció a unos cuantos, aunque a otros no. Vio a la tía de Qadir, que era la reina de Bahania, y a los hermanos de Qadir.

El rey también estaba allí.

Dio la vuelta a la habitación para evitar al monarca, mientras buscaba a Qadir con la mirada. En ese momento se le acercó un camarero con una bandeja llena- de copas de champán, pero ella negó con la cabeza y retrocedió para apoyarse en un rincón. Segundos después, Qadir se acercó a ella.

– ¿,Por qué te escondes? -le preguntó a modo de saludo.

– No me estoy escondiendo -miró alrededor-. Aquí no pinto nada, soy una impostora.

– Tal vez, pero eres mi farsante.

– No te lo estás tomando en serio.

– Porque tú ya te lo tomas demasiado en serio por los dos -le tomó la mano y le besó los nudillos-. Estás preciosa; elegante e inalcanzable. Pero yo conozco a la mujer que llevas dentro, a la que grita mi nombre.

Ella se aclaró la voz.

·Sí, bueno, pues esa mujer está ocupada hoy. He venido yo a sustituirla.

– Esta también me parece encantadora.

– Me alegra saberlo -miró alrededor-. Nunca he estado en una boda real en mi vida.

·Son como las demás. Largas y cargadas de tradiciones.

Maggie se preguntó si la boda de Qadir sería así también; claro que antes tendría que encontrar una mujer con quien casarse… De pronto, Maggie se acordó de algo.

– Jon y Elaine se han marchado -dijo ella.

– Eso he oído. ¿Todo bien?

Ella asintió.

– Siguen juntos y enamorados. Jon y yo no sabemos lo que vamos a hacer con el asunto del bebé,pero, afortunadamente, ya no cree que tengamos que casarnos.

En ese momento se acercó Kateb.

– Señorita Collins, es un placer volver a verla.

Qadir frunció el ceño.

– ¿Conoces a Maggie?

·Nos conocimos en el jardín -dijo ella.

·No sé si estoy de acuerdo con eso.

¿Pero por qué eran tan dominantes esos hombres? -Ni a mí me importa que lo estés.

Kateb se echó a reír.

– Qué mala suerte que no estés con ella -le dijo a su hermano-. Vale tu peso en oro.

Maggie sabía que Kateb lo decía como un elogio, pero sus palabras la hirieron, recordándole que lo suyo sólo era un juego para el príncipe Qadir.

Pero no le sorprendía ser la única que se había enamorado.

La orquesta había llegado desde Londres, y las flores de varios lugares del mundo. Maggie estaba sentada al lado de Qadir en un banco de madera tallada de la bella iglesia del siglo XVII.

Aunque no lo reconocería delante de nadie, ella había imaginado cómo sería su boda muchísimas veces. Durante años había asumido que se casaría con Jon en una ceremonia breve y familiar, que sería en verano, para que los días fueran largos y las noches cálidas, y que querría bailar toda la noche y luego marcharse una semana de luna de miel a una cabaña perdida en el bosque.

Unos sueños sencillos, pensaba mientras se levantaba con expectación y contemplaba el pasillo central de la catedral, cubierto de pétalos de rosa, por donde Kayleen llegaría enseguida. Pero sus sueños habían dado algunos giros inesperados. Había perdido a su padre, luego había terminado con Jon, y finalmente se había enamorado de Qadir.

Y aunque se hubiera enamorado de él tontamente, no era tan tonta como para creer que algo iba a salir de allí.

Se miró el vestido que llevaba puesto. Era una preciosidad, un accesorio más para representar el papel de novia de Qadir. Pero ella no era así, ella era Maggie Collins, que llevaba vaqueros y no se preocupaba por el maquillaje.

¿Pero qué pasaba cuando una mujer corriente se enamoraba de un hombre fuera de lo común? ¿Cómo iba a ser feliz con él?

Las tres niñas que Asad y Kayleen habían adoptado aparecieron en el pasillo central, precediendo a la novia, y avanzaron en fila, muy despacio.

Entonces la novia entró en la iglesia. Llevaba un velo cubriéndole la cara, pero era lo bastante fino como para dejar ver el amor que brillaba en sus ojos. Una novia radiante, pensó Maggie. El amor embellecía a las personas.

Continuó avanzando por el pasillo, al final del cual la esperaba el príncipe Asad, igualmente enamorado.

A Maggie se le encogió el corazón. Deseaba aquello para sí, pero no la boda elegante, sino el amor. Quería que alguien la amara para siempre, que alguien la abrazara para no soltarla jamás.

Miró a Qadir. Con él no podría tener eso, pero no sabía si con otro sería posible. Sólo era un juego, un juego que le iba a romper el corazón en tantos pedazos, pero que luego ya no podría recomponerlo.

Maggie estaba lijando el guardabarros con una lija fina Quería que quedara perfecto, y por eso tenía que ocuparse ella de los detalles. Era un trabajo tedioso, pero agradeció poder distraerse un poco y olvidarse de los extraños acontecimientos que esos días habían ocupado su vida.

Alguien le tocó en el hombro, y Maggie se volvió y se levantó de inmediato al reconocer al rey Mujtar.

·Su Alteza -dijo sorprendida mientras dejaba la lija sobre el coche y se limpiaba las manos en el mono-. No le había oído entrar.

·El sigilo es importante en un monarca -respondió el rey con cara seria-. ¿Me concede un momento, señorita Collins?

·Sí, claro -respondió ella, sabiendo que lo que le dijera no iba a ser agradable-. Mi despacho está ahí.

En el despacho, Maggie señaló una silla para que se sentara, pero el rey se quedó de pie, y ella hizo lo mismo.

– Iré al grano -dijo el rey, mirándola a los ojos-. Es hora de que abandone El Deharia. Es usted una distracción demasiado bonita para mi hijo.

Maggie no sabía qué decir. La actitud del rey no la sorprendía, pero tampoco se lo habría imaginado tan directo.

Mujtar continuó antes de que ella dijera nada.

– Inicialmente no puse objeción a la relación -dijo los tiempos cambian y la sabia nueva siempre es importante. Además tampoco hay demasiadas princesas o duquesas para casarse con mis hijos. Aunque sus circunstancias son modestas, también son las de Kayleen; sin embargo, ella es perfecta para Asad. Desgraciadamente, los cambios recientes en sus circunstancias me han convencido de que no es la persona adecuada para Qadir.

Maggie se puso tensa, pero no se arredró. El rey se refería a su embarazo. Dudaba que nadie esperara una novia virgen en los tiempos que corrían, pero ella se había pasado un poco.

– Si sigue aquí, Qadir no va a buscar a nadie para casarse. A lo mejor esto le suena duro, sin embargo tengo que tomar más cosas en consideración que la mayoría de los padres. Tengo un país que gobernar y una responsabilidad hacia mi pueblo, y Qadir también.

Maggie sabía que el rey tenía razón. Ella no podía ignorar las necesidades de todo un pueblo. El rey tenía razón, ella no pertenecía a aquel lugar.

– No le voy a pedir que se marche de inmediato -le dijo-. Pero me gustaría que empezara a planearlo.

Maggie carraspeó suavemente antes de responder.

– Aún me quedan tres semanas de trabajo con el coche -dijo-. No necesito quedarme para terminarlo, pero tengo que hacer unas cuantas cosas más. Me quedaré hasta el final de la semana.

– Gracias por entenderlo. Es una situación de lo más desafortunada. En otras circunstancias… -se aclaró la voz-. Le deseo lo mejor, Maggie.

El rey se marchó.

Maggie se quedó mirándolo. Ella siempre solía defenderse, luchar por lo que quería. ¿Pero cómo hacerlo en esa ocasión? El rey había dicho la verdad. Ella no era para Qadir y su sitio no estaba allí. Había llegado el momento de marcharse.

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