MAGGIE hizo palanca con cuidado para levantar el panel de la puerta. Encajaba a la perfección, lo cual dificultaba su trabajo pero hacía que los resultados finales fueran espectaculares.
Después de pasar un día de confusión y preocupación, y de no saber lo que haría con su vida, estaba encantada de volver a trabajar en el coche.
– Vas a quedar de maravilla -susurró-. Todos te envidiarán.
– Terminará creyéndoselo -bromeó Qadir, que entraba en ese momento al garaje-. Y no sé si es buena idea.
Maggie le sonrió, con la idea de ignorar que se le había encogido el estómago o cómo le latía el corazón.
– Estoy retirando las puertas para ver si están estropeadas por dentro. Se pueden reparar, reponer pequeños fallos, lijar y pintar.
– ¿Estás segura de que puedes hacer todas estas? -le preguntó él.
– Claro, es mi trabajo. Si no arreglo las puertas, del coche va a quedar raro.
– Me refería a tu embarazo. ¿Es seguro para ti trabajar aquí?
– Tendré cuidado con los productos químicos, de todos modos, no iba a pintar el coche ni nada. Quiero lijar a mano algunas zonas, pero para eso me pondré una mascarilla. Y evitaré utilizar disolventes. Por lo que no hay peligro. Sólo estoy embarazada, no con un pie en la tumba.
– Ahora ya ves por qué es mucho más fácil contratar a un hombre -dijo él.
Ella entrecerró los ojos.
– Si no fueras príncipe y mi jefe, juro que te sacaría los ojos.
Él sonrió.
– Pero es verdad.
– No lo es. Los hombres son problemáticos: llegan bebidos, son menos responsables, se pelean.
– Eso es generalizar.
Ella sonrió.
– ¿Generalizar como cuando asumes que un embarazo será un escollo en mi camino?
– Eso es.
Ella se apoyó sobre el coche.
– Mi padre jamás lo habría reconocido, pero yo sé que habría estado de acuerdo contigo. Solíamos discutir sobre el trato igualitario entre hombres y mujeres. Sin embargo, no le importaba que yo hiciera un trabajo tan atípico para una mujer; estaba orgulloso de ello.
– Siento no haberle conocido.
– Y yo. Te habría caído bien -sonrió al recordar el trato de su padre con los clientes-. Aún le echo de menos.
– Bueno, tienes recuerdos de toda una vida.
– Lo sé, eso me consuela.
– ¿Le habría gustado tener un nieto?
– Creo que sí -respondió-. Aunque mi situación no le habría hecho gracia; claro que a mí tampoco me la hace. Pero habría estado a mi lado, y sé que al final se habría alegrado. A él le encantaban los niños. Habría sido un abuelo estupendo.
– ¿Le gustaba Jon?
– Sí, tenían mucha amistad. Mi padre siempre pensó que haríamos buena pareja. Creo que por eso no nos separamos hasta después de su muerte, para que él no se disgustara. Jon me apoyó hasta el fin; también durante el funeral. Igualmente, sus padres me ayudaron también muchísimo.
Las dos familias habían estado siempre unidas ése también había sido parte del problema. Al separarse, también habían tenido que dejar a los demás.
– ¿Cuándo se lo vas a decir? -le preguntó Qadir.
Maggie se cruzó de brazos.
– No lo sé.
Él no dijo nada, y no hacía falta. Jon era el padre de su hijo y merecía saber lo que había pasado. Éra un buen hombre, no había hecho nada malo, pero…
– No quiero fastidiarle la vida -reconoció ella-Si sabe que va a tener un hijo todo cambiará. Es feliz con Elaine, y supongo que un hijo de él no favorece-a la relación.
Él siguió mirándola, y ella suspiró.
– Lo sé, lo sé -dijo por fin Maggie-. Se lo voy contar.
– ¿Qué te parece que va a decir?
– No tengo ni idea. Es un hombre muy familiar, creo que sea capaz de ignorarlo.
·¿Te gustaría eso? -preguntó Qadir.
– Sería más fácil para todos si fuera así.
– La vida no suele ser fácil -dijo Qadir.
·Estamos de acuerdo. Sólo es que… un bebé será un vínculo para siempre. ¿Y cómo vamos a llevar nuestras vidas así?
·¿Es que sigues enamorada de él?
– No. Hace tiempo que se me ha pasado.
– Pero son temas que crean tensiones. Se case quien se case, el niño o la niña siempre estarán medio.
– ¿Tener un hijo con otra persona sería algo importante para ti?
– Sí.
– Entonces a lo mejor para Jon también.
– Eso espero -dijo Maggie.
Pero cada vez que pensaba en hacer la llamada, se le revolvía el estómago.
Qadir se acercó a ella y le pasó el brazo por los hombros.
– Si hay algo que pueda hacer por ti, dímelo. Sintió el calor de su brazo, la fuerza. Deseaba echara sus brazos, rogarle que se hiciera cargo de todo. -Gracias, ya has hecho mucho.
Él le sonrió.
– Pero si apenas he hecho nada -Qadir la soltó y se apartó un poco de ella-. La próxima semana tenemos la inauguración de un museo, y me gustaría que me acompañaras.
Ella retrocedió un poco.
– No me parece buena idea.
– Tenemos un trato, ¿no?
– Un trato que deberías replantearte -dijo Maggie.
– Cuanto más tiempo pasemos juntos, más seria parecerá la relación.
Ella se tocó el vientre.
– ¿Vamos a mantener otra vez la discusión de «bebé a bordo»?
– Cuando te marches la gente se dara cuenta de que el niño no es mío. Eso resolverá el problema -dijo con determinación-. Quiero llegar hasta el final. Me prometiste darme al menos un mes, Maggie debes cumplirlo.
Ella asintió despacio. No sólo estaba reacia por la vergüenza que pudiera pasar, sino también porque en el fondo le dolía un poco. Sabía que Qadir estaba utilizando su relación para que su padre lo dejara tranquilo, pero para nada más.
No debería molestarle que él le dijera esas cosas, pero le molestaba, y de verdad no entendía por qué.
– ¿Y si te ordeno que no vuelvas a verla? -exigió el rey.
– No creo que quiera mantener esta conversación -le dijo Qadir a su padre.
– ¿Por qué ella? Busca otra persona. Alguien que lleve en sus entrañas el hijo de otro hombre. ¿Es te piensas casar con ella? ¿Tengo que aceptar a niño como mi nieto?
– Asad y Kayleen han adoptado tres niñas y te caen bien.
– No es lo mismo, todos lo sabíamos antes. Además son encantadoras.
– ¿Y quién te ha dicho que el hijo de Maggie no vaya a serlo también?
Su padre estaba muy enfadado.
– Te estás poniendo difícil adrede.
– No, a pesar de lo que te parezca a ti. Maggie es importante para mí y me gusta estar con ella. No me saca de quicio.
– Una consideración importante-dijo el rey
– Mucho. Y tampoco le interesa mi posición. No la impresiona que sea un príncipe.
– Igual que Whitney.
Muy pocas personas podían mencionar ese nombre desgraciadamente, el rey era una de ellas.
– Como Whitney, pero con una diferencia importe -dijo Qadir-. No la amo. Me gusta y la respeto, pero no es la dueña de mi corazón.
Ninguna mujer volvería a serlo, ninguna mujer volvería a hacerle tanto daño. Había prometido entonces que no volvería a dejarse humillar así.
·¿Pero y qué pasará con este niño? -dijo el -. El o ella jamás podrán ser herederos.
·Yo no soy tu hijo mayor.
·Tal vez no, pero si Kateb se aleja, tú eres el siguiente en la línea sucesoria.
Su padre hablaba con amargura, tal vez incluso con tristeza.
·Kateb no lo haría por una falta de respeto. Sencillamente, ha escogido otro camino.
– Su sitio está aquí.
– No estoy de acuerdo -dijo Qadir, que sabía que su hermano jamás sería feliz en la ciudad.
– Pareces querer desafiarme continuamente -gruñó Mujtar-. Me has decepcionado, hijo mío.
Qadir miró a su padre y sonrió.
– No es cierto. Te molesta mi negativa a hacer que me dices, pero en el fondo te agrada que me enfrente a ti sin miedo. Te recuerda que eres un excelente monarca y un buen padre.
El rey esbozó una medio sonrisa.
·Tal vez. Pero eso no significa que tu relación con Maggie me parezca bien. Perderás el tiempo con ella, y luego decidirás que no puede ser la elegida Pero ya será demasiado tarde. Cuando la mandes a su país, pasarás meses sin interesarte por otra mujer.
– Yo no veo que eso vaya a ocurrir -dijo Qadit mintiendo con alegría.
Con un poco de suerte, su plan funcionaría de maravilla.
Maggie estaba en el jardín disfrutando del sol de la incipiente primavera. Sin embargo, tenía muy poco, interés en volver a su suite y no tenía nada que ver con el buen tiempo, sino con la llamada que tenía que hacer a Estados Unidos.
Estaba ideando otra excusa para quedarse un rato más allí, cuando apareció en el jardín un hombre alto vestido con el atuendo tradicional.
Al verla, se detuvo junto a ella.
– Una flor inesperada en el jardín de mi padre -dijo el hombre.
Maggie se echó a reír.
– Hoy desde luego no me siento como una flor dijo ella-. Pero se lo agradezco.
– ¿Quién eres?
– Maggie Collins
– Ah, sí, la mujer que restaura coches.
– Y tú debes de ser Kateb, el hermano misterioso que vive en el desierto.
Kateb hizo una amplia reverencia antes de estirarse de nuevo.
– ¿Es que mi hermano sigue hablando de mí con miedo?
Ella se echó a reír.
Yo no he notado nada de eso.
Entonces debes fijarte.
Se sentó en un banco frente a ella.
– ¿Lo estás pasando bien en El Deharia? -preguntó Kateb.
– Sí. Es un país precioso, aunque me faltan por ver muchos lugares.
– A lo mejor Qadir te llevará a los sitios que más te gustan.
Maggie miró al príncipe y se preguntó si sabría el trato que tenía con Qadir.
– Puede ser -murmuró ella.
·¿Sueles salir al jardín? -preguntó él.
– No. He salido porque al entrar tengo que hacer algo que no me apetece.
·¿Pero lo harás?
Ella suspiró y asintió.
– Sí, haré lo que tengo que hacer.
Kateb la miró con interés.
– ¿Siempre actúas así?
– Suele ser mi objetivo. ¿Y tú? -preguntó.
Aunque tal vez no debiera, quería dejar fuera de combate a aquel hombre de aspecto tan sereno.
– Cuando me viene bien.
– Qué conveniente.
– Cierto. Soy el príncipe Kateb de El Deharia hago lo que quiero.
Ella se echó a reír.
– Bueno, si me disculpas, príncipe Kateb de El Deharia, tengo que ir a hacer una llamada.
– ¿Ésa que has estado aplazando?
Ella asintió.
Él se levantó e hizo otra reverencia.
– Ha sido un placer hablar contigo, Maggie Collins. Mi hermano es más afortunado de lo que cree.
Ella y Jon se habían comunicado por correo electrónico para quedar a una hora para la llamada.
– Maggie -dijo él cuando respondió-. ¿Qué pasa?
– Nada, estoy bien.
– Ah, es que estaba preocupado.
– Te dije en el correo que todo iba bien.
– Sí, lo sé, pero no sabía si ocultabas algo. ¿Necesitas algo, Maggie?
Necesitaba retroceder en el tiempo y borrar la noche que habían estado juntos.
– Estoy bien -dijo ella-. El trabajo en el coche esta de maravilla, y me gusta estar aquí. Además, vivo en un palacio precioso. ¿Cuántas personas tienen esa suerte-?
– No sé, no me convence mucho.
– Pues convéncete… Bueno, cambiemos de tema.
– ¿Cómo está Elaine?
– Está bien.
– ¿Seguís saliendo juntos?
·Sí.
– Vamos, Jon, dame detalles. ¿Lo vuestro va en serio?
– Sí, más o menos -aspiró hondo.
·Pues me alegro mucho -dijo Maggie-. Está bien. Espero que seáis felices.
– Maggie, yo…
– Jon, no te preocupes por mí. Estoy bien, de verdad. Lo nuestro terminó mucho tiempo antes de cortar. Ella sabía que a él le gustaba cuidar de los demás esperaba que a Elaine le gustara que la cuidaran. -Quería hablar contigo de la última vez que estuvimos juntos -continuó diciendo Maggie.
– Maggie, déjalo ya. Fuimos los dos.
– Un poco más yo que tú -dijo ella.
– Yo no debería haber ido.
– Y yo me insinué -dijo, deseando que no huido así-. Te seduje.
También yo me dejé seducir. Supongo que los dos queríamos hacerlo esa última vez. Sólo me pesa que pudiera haberte hecho daño; por lo demás me alegro de que estuviéramos juntos entonces.
Eso estaba a punto de cambiar.
– No es tan sencillo, Jon -aspiró hondo-. Estoy, embarazada. Después de cortar dejé de tomar la píldora anticonceptiva. Como no esperaba que pasara nada con nadie, preferí no tomármelas. Pero cuando estuve contigo, no me acordé.
Hizo una pausa para darle la oportunidad de decir algo, pero Jon parecía haberse quedado mudo. Mientras él se recuperaba, decidió soltarle el pequeño discurso que había preparado.
– Sé que esto es algo totalmente inesperado par, los dos. Pero ha pasado, Jon -dijo Maggie-. Se que eres un hombre muy responsable, pero tambien que es culpa mía, que soy yo quien tiene que enfrentarse a esto.
Maggie hizo una pausa, preparándose para decirle lo más duro.
– No quiero nada de ti, lo digo en serio. Tú tienes tu vida, una mujer y toda una vida por delante. Tener un bebé conmigo sería un problema. Te lo he contarlo porque tienes derecho a saberlo, pero por nada más. No espero nada de ti. Prefiero que ignores lo que te he contado y vivas tu vida. No tienes por qué implicarte. Podemos buscar un abogado que redacte un contrato privado. Tú renunciarás a tus derechos y yo te prometo que nunca te pediré nada. Creo que teniendo en cuenta lo que ha pasado entre nosotros, es la mejor decisión.
Jon seguía en silencio.
– Lo siento mucho, Jon; nunca pensé que esto ocurriría.
– Lo sé -dijo él finalmente con emoción en la voz-. ¿Maldita sea, Maggie, estás segura de esto? Ella hizo una mueca.
– Me he hecho tres pruebas de embarazo. Todas me dieron positivo. Estoy segura, Jon.
– Yo no te culpo, Maggie. Lo hicimos porque quisimos.
– Tienes que pensar en lo que te he dicho, en olvidarte del asunto y renunciar -dijo Maggie-. Sé que no sería tu reacción natural, pero es la decisión correcta. Soy perfectamente capaz de criar y sola al niño.
– Tienes que volver a casa.
¿Por qué de pronto se ponía tan paternal con ella?
– Estoy bien, y totalmente sana. Si te preocupa el bebé, aquí hay buenos médicos; buscaré uno.
– Tienes que volver a casa -repitió--. Pero no por los médicos, sino para que nos casemos.