En el verano de 1969, tres voluminosos volúmenes encuadernados en piel pasaron de manos en el salón de una pequeña casa en Kensington. Entonces yo no sabía que esos libros, llenos de una escritura indescifrable, de mapas y diagramas, iban a trasladarme -casi de modo físico en algunos momentos- a los oscuros y secretos lugares de los bajos fondos Victorianos.
Ahora es de conocimiento público que esos libros son el diario codificado de James Moriarty, el genial criminal, diabólicamente astuto y enormemente inteligente, de finales del siglo diecinueve.
El conocido criminal que me ofreció los libros, hace seis años durante una cálida y pesada noche, se llamaba Albert George Spear, y dijo que los había tenido su familia desde la época de su abuelo. Su abuelo había sido uno de los principales lugartenientes de Moriarty.
Ya he contado la historia, en el prefacio de El Retorno de Moriarty, sobre cómo finalmente se descifró el código del diario y cómo mis editores pronto se dieron cuenta de que sería imposible ofrecer al público estos extraordinarios documentos en su forma original. Por una parte, presentan graves problemas legales y, por otra, contienen sucesos de tal maldad que, incluso en este tiempo permisivo, podrían considerarse corruptores.
También existe una pequeña posibilidad de que el diario se haya utilizado como un truco, perpetrado por el mismo Spear, o incluso por su abuelo, quien figura en el documento con cierta frecuencia.
Personalmente no lo creo así. Sin embargo, pienso que es bastante posible que Moriarty, esa genial inteligencia criminal, al escribir el diario hubiera dado la mejor imagen posible de sí mismo y, con gran astucia, no habría contado toda la verdad. En algunos fragmentos, el diario está en fuerte desacuerdo con otros datos, especialmente con los archivos publicados por el doctor John H. Watson, amigo y cronista del gran Sherlock Holmes; en otros casos no coincide con los datos que yo he podido acumular de los escritos privados del último Superintendente Angus McCready Crow, el oficial de la Policía Metropolitana asignado al caso Moriarty durante los últimos años del siglo pasado.
Teniendo todo esto en cuenta, mis editores me aconsejaron muy prudentemente que escribiera una serie de novelas basadas en el Diario de Moriarty, alterando de vez en cuando los nombres, fechas y lugares allí donde me pareciera aconsejable.
Se nos ocurrió que esos libros, modelados a partir del diario, serían de gran interés, y no sólo para los adictos a las memorias de Sherlock Holmes del doctor Watson, sino también para el lector más general a quien podría entretenerle la vida, la época, las aventuras, la organización y los métodos del supremo y maligno criminal al que en una ocasión Holmes llamó el Napoleón del Crimen.
El primer volumen, El Retorno de Moriarty, trataba entre otras cosas sobre la verdadera identidad del Profesor James Moriarty; la estructura de su sociedad criminal; su propia versión de lo que realmente sucedió cuando se encontró con Sherlock Holmes en las cascadas de Reichenbach (descrito por Watson en El Problema Final)-, su lucha por mantener el dominio sobre todo el hampa londinense de principios de la década de los noventa; su alianza con cuatro de los más importantes criminales europeos -Wilhelm Schleifstein de Berlín; Jean Grisombre de París; Luigi Sanzionare de Roma y Esteban Segorbe de Madrid-; y los detalles, hasta ahora inéditos, del miserable complot contra la familia Real Británica.
El actual volumen es una continuación de la historia, aunque puede leerse, por supuesto, como una entidad separada.
De nuevo tengo que agradecer a la señorita Bernice Crow, de Cairndow, Argyllshire, bisnieta del Superintendente Angus McCready Crow, por haber podido utilizar el diario de su bisabuelo, los cuadernos, correspondencia personal y apuntes.
También debo agradecer a los numerosos amigos y colegas que me han dado un verdadero apoyo en esta empresa de tantos modos que aquí sería imposible exponer. En particular doy las gracias a Enid Gordon, Christopher Falkus, Donald Rumbelow, Anthony Gould-Davies, Simón Wood, Jonathan Clowes, Anne Evans, Dean y Shirley Dickensheet, John Bennett Shaw, Ted Schultz, Jon Lellenberg y muchos otros que prefieren, en ocasiones por razones obvias, permanecer anónimos.
John Gardner,
Rowledge, Surrey, 1975
Cuando se entorpece o amenaza un triunfo personal, o su estatus o su reconocimiento, suele pensar en alguna persona o personas que entorpecen su triunfo, o amenazan su estatus, o desaprueban su reconocimiento. De esta forma, intentará vengarse removiendo la causa, en este caso, la persona en cuestión.
Principios de Criminología
Edwin H. Sutherland & Donald R. Cressey.
Si alguna vez dispone de uno o dos años libres, le recomiendo el estudio del Profesor Moriarty.
Sherlock Holmes en El Valle del Terror.