Capítulo 37

Los agentes de policía que vigilaban la casa de Katrín observaron que a medianoche Albert salía de la vivienda, cerraba la puerta de golpe, se metía en su coche y desaparecía. Aparentaba tener mucha prisa y parecía que llevaba la misma maleta de antes, cuando llegó de su viaje esa misma tarde. Éste fue el único movimiento que hubo esa noche y Katrín no aparecía por ninguna parte.

Los agentes dieron instrucciones a un coche camuflado que estaba estacionado en la vecindad y siguieron al vehículo de Albert hasta el Hotel Esja, donde reservó una habitación.

Erlendur se presentó delante de la casa de Katrín a las ocho de la mañana siguiente. Elinborg iba con él. Seguía lloviendo. Hacía varios días que no se veía el sol. Llamaron tres veces al timbre antes de oír pasos al otro lado. Katrín abrió la puerta. Elinborg observó que llevaba la misma ropa que el día anterior y era evidente que había llorado. Tenía un aspecto abatido y los ojos, rojos e hinchados.

– Perdonadme -dijo Katrín algo confusa-, debo de haberme quedado dormida en el sillón. ¿Qué hora es?

– ¿Podemos entrar? -preguntó Erlendur.

– Nunca le había contado a Albert lo que pasó -dijo Katrín, y se metió dentro de la casa sin invitarlos a entrar.

Erlendur y Elinborg se cruzaron una mirada y entraron detrás de ella.

– Me dejó anoche -añadio la mujer-. ¿Qué hora debe de ser? Creo que he dormido en el sillón. Albert se enfadó tanto… nunca lo había visto tan enfadado.

– ¿Puedes llamar a alguien de tu familia? -preguntó Elinborg-. ¿Alguien que pueda venir a hacerte compañía? ¿Tus hijos?

– No, seguramente Albert volverá y todo se arreglará. No quiero molestar a los chicos. Todo se arreglará. Albert volverá.

– ¿Por qué se enfadó tanto? -preguntó Erlendur.

Katrín se había sentado en el sofá. Erlendur y Elinborg se sentaron frente a ella tal como lo habían hecho la vez anterior.

– Estaba furioso. Normalmente es un hombre tranquilo. Albert es un buen hombre y siempre me ha tratado muy bien. Nuestro matrimonio ha funcionado muy bien. Siempre hemos sido felices.

– Quizá prefieres que volvamos más tarde -dijo Elinborg.

Erlendur le dirigió una mirada cortante.

– No -repuso Katrín-, no pasa nada, todo se arreglará. Albert volverá. Sólo necesita recuperarse. ¡Dios mío, qué difícil es esto! Me dijo que tendría que habérselo dicho al principio. No podía entender cómo pude guardármelo en secreto durante todo este tiempo. Me gritó.

Katrín les miró.

– Nunca me había gritado hasta ahora.

– Voy a llamar a un médico -dijo Elinborg, y se levantó.

Erlendur no podía creerlo.

– No, no hace falta. Estoy bien -rechazó Katrín-. Sólo estoy un poco confusa después de dormir aquí. Todo va bien. Siéntate, por favor; no pasa nada.

– ¿Qué le dijiste a Albert? ¿Le explicaste lo de la violación? -preguntó Erlendur.

– He tenido ganas de explicárselo todos estos años, pero nunca he sido capaz. Nunca se lo he contado a nadie. He intentado olvidarlo, como si no hubiera pasado. Ha sido difícil, aunque de alguna manera he podido aguantar. Entonces aparecéis vosotros y tengo que contarlo todo. En cierto modo ha sido un alivio. Ha sido como liberarme de una pesada carga. He podido sacármelo todo de encima y eso es lo mejor que se puede hacer. Incluso después de tanto tiempo.

Katrín se calló.

– ¿Se enfadó porque no le habías dicho lo de la violación? -preguntó Erlendur de nuevo.

– Sí.

– ¿No entendía tu punto de vista? -inquirió Elinborg.

– Dijo que tenía que habérselo contado cuando ocurrió. Y lo comprendo, por supuesto. Dijo que siempre había sido sincero conmigo y que no se merecía esto.

– Pero no lo veo del todo claro -terció Erlendur-. Tengo la sensación de que Albert es una persona fuerte. Creía que su reacción sería intentar ayudarte y apoyarte. No marcharse corriendo.

– Lo sé -dijo Katrín-. Quizá no supe explicárselo correctamente.

– ¿Explicárselo correctamente? -exclamó Elinborg sin intentar ocultar su indignación-. ¿Cómo se puede explicar una cosa así correctamente?

Katrín sacudio la cabeza.

– No lo sé. Os lo juro, no lo sé.

– ¿Le dijiste toda la verdad? -preguntó Erlendur.

– Le dije lo mismo que os conté a vosotros.

– ¿Y nada más?

– No -respondio Katrín.

– ¿Sólo lo de la violación?

– ¡Sólo! -repitió Katrín-. ¡Sólo! Como si no bastara con eso. Como si no le bastara con oír que me violaron y que nunca se lo dije. ¿No es suficiente?

No dijeron nada.

– ¿Así que no le contaste nada acerca de vuestro hijo pequeño? -preguntó Erlendur finalmente.

Katrín le miró y de pronto se puso en guardia.

– ¿Qué pasa con nuestro hijo pequeño? -murmuró.

– Le pusiste el nombre de Einar -dijo Erlendur, que había leído la información sobre la familia recabada por Elinborg el día anterior.

– ¿Y qué pasa con Einar?

Erlendur la miró.

– ¿Qué pasa con Einar? -repitió Katrín.

– Es tu hijo -dijo Erlendur-. Pero no es hijo de su padre.

– ¿Qué dices? ¿No es hijo de su padre? ¡Claro que es hijo de su padre! ¿Quién no es hijo de su padre?

– Perdona. No me he explicado bien. No es hijo del padre que pensaba que el hijo era suyo -dijo Erlendur tranquilamente-. Es hijo de tu violador. Es hijo de Holberg. ¿Se lo contaste a tu marido? ¿Fue por eso por lo que se marchó?

Katrín no dijo nada.

– ¿Le dijiste toda la verdad?

Katrín miró a Erlendur. Él pensaba que aún se resistiría a hablar. Pasaron un buen rato en silencio y entonces Erlendur vio cómo ella empezaba a rendirse. Bajó los hombros, cerró los ojos, hundió el cuerpo en el sofá y rompió a llorar. Elinborg miró a Erlendur con enfado, pero éste seguía observando a Katrín, esperando a que se recuperara un poco.

– ¿Le contaste lo de Einar? -preguntó finalmente cuando le pareció que se había tranquilizado.

– No podía creérselo -dijo ella-. No quería creer que Einar no fuera hijo suyo. Siempre han tenido una relación especial. Desde que Einar nació, Albert quiere a sus otros dos hijos, por supuesto, pero Einar es su favorito. Desde que nació. Es el hijo pequeño y Albert siempre lo ha mimado.

Katrín se quedó callada.

– Tal vez por eso nunca le dije nada -añadio luego-. Sabía que Albert no lo soportaría. Pasaron los años y yo hice como si nada hubiera ocurrido. Me iba bien. Holberg me había herido y tenía que esperar a que esa herida cicatrizara y se fuera curando poco a poco. ¿Por qué iba a dejar que Holberg destruyera nuestra vida matrimonial? Ésa era mi manera de superar el horror.

– ¿Sabías a ciencia cierta que Einar era hijo de Holberg? -preguntó Elinborg.

– Podía ser hijo de Albert -repuso Katrín.

– Reconocías el parecido -dijo Erlendur.

Katrín le dirigió una mirada.

– ¿Cómo es que lo sabes todo? -preguntó.

– Se parece mucho a Holberg, ¿no es así? -dijo Erlendur-. A Holberg cuando era joven. Una mujer vio a Einar en Keflavík y pensó que se trataba del mismo Holberg.

– Hay un cierto parecido, sí.

– Si nunca dijiste nada a tu hijo y tu marido no sabía nada, ¿por qué de repente ahora se produce esa confrontación entre Albert y tú? ¿Qué fue lo que la inició?

– ¿Qué mujer en Keflavík? -dijo Katrín-. ¿Qué mujer de Keflavík conocía a Holberg? ¿Holberg vivía allí con una mujer?

– No -respondio Erlendur, mientras pensaba en si debía contarle la historia de Kolbrún y Audur.

Sabía que Katrín se enteraría de lo sucedido antes o después y en realidad no vio ninguna razón para no decírselo ahora. Anteriormente ya le había explicado lo de la violación en Keflavík, por eso le dijo el nombre de la víctima de Holberg y también le informó del nacimiento de Audur y que la niña había muerto, de una grave enfermedad. Le dijo cómo y dónde habían encontrado la fotografía de la lápida y cómo les había llevado hasta Keflavík y luego hasta Einar. También le contó el trato que recibió Kolbrún cuando decidio a denunciar a su agresor.

Katrín escuchó el relato con mucha atención. Los ojos se le llenaron de lágrimas cuando Erlendur explicó lo de la muerte de Audur. Además le habló de Grétar, el hombre de la cámara de fotos que ella había visto en compañía de Holberg, y de cómo había desaparecido sin dejar rastro hacía muchos años, hasta ser encontrado debajo del hormigón del suelo, en el sótano de Holberg.

– ¿De ahí el revuelo en Las Marismas que han comentado en las noticias? -preguntó Katrín.

Erlendur asintió con la cabeza.

– No sabía que Holberg había violado a otras mujeres -dijo Katrín-. Pensaba que yo era la única.

– Sólo conocemos dos casos -declaró Erlendur-. Podría haber más. Posiblemente nunca se sepa.

– Entonces Audur era hermanastra de Einar -comentó Katrín pensativa-. Pobrecita.

– ¿Seguro que no habías oído hablar de Audur? -preguntó Erlendur.

– Sí, seguro -respondio ella-. No tenía ni idea.

– Einar sabe lo de Audur. Encontró a Elín en Keflavík -dijo Erlendur.

Katrín no contestó. Erlendur decidio repetir la pregunta.

– Si tu hijo no sabía nada y nunca le dijiste nada a tu marido, ¿cómo es que tu hijo ha descubierto la verdad?

– No lo sé -insistió Katrín-. Espera, dime una cosa. ¿Cómo murió la pobre niña?

– ¿Sabes que se sospecha que tu hijo es culpable del asesinato de Holberg? -dijo Erlendur sin contestar su pregunta.

Había procurado utilizar las palabras adecuadas para expresar lo que tenía que decir de la manera más suave. Vio a Katrín muy tranquila, como si no la hubiera sorprendido el hecho de que su hijo fuera sospechoso de asesinato.

– Mi hijo no es ningún asesino -dijo ella con calma-. No sería capaz de matar a nadie.

– Es muy probable que golpeara a Holberg en la cabeza con un cenicero. Quizá sin intención de matarlo. Probablemente lo hizo en un ataque de ira. Nos dejó un mensaje en el que ponía: «Yo soy él». ¿Entiendes lo que eso significa?

Katrín no dijo nada.

– ¿Sabía que Holberg era su padre? ¿Sabía lo que Holberg te había hecho? ¿Fue a buscar a su padre? ¿Conocía a Audur y a Elín? ¿Cómo?

Katrín había bajado la mirada.

– ¿Dónde está tu hijo ahora? -preguntó Elinborg.

– No lo sé -dijo Katrín en voz baja-. No sé nada de él desde hace unos días.

Miró a Erlendur.

– De repente descubrió lo de Holberg. Era consciente de que había algo que no encajaba. Se enteró en la empresa donde trabajaba. Dijo que ya no se podían esconder los secretos. Dijo que todo estaba en la base de datos.

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