Esa noche había poco tráfico en la autovía a Keflavík. Erlendur conducía tan deprisa como le permitía su viejo coche japonés. La lluvia golpeaba los cristales y los limpiaparabrisas no podían con tanta agua. Erlendur recordó la primera vez que fue a ver a Elín, hacía unos pocos días. Parecía que nunca iba a dejar de llover.
Le había dicho a Sigurdur Óli que hablara con la policía de Keflavík para pedirles que estuvieran alerta, así como para asegurarse de que disponían de otros agentes de Reikiavik. Le dijo también que hablara con Katrín, la madre de Einar, para explicarle cómo estaban las cosas. Él iba a ir directamente al cementerio, con la esperanza de encontrar allí a Einar con los restos mortales de Audur. Estaba convencido de que la intención de Einar era volver a enterrar a su hermanastra.
Cuando Erlendur llegó a la puerta del cementerio vio que el coche de Einar estaba allí y que tenía abiertas de par en par la puerta del conductor y una de las puertas traseras. Erlendur apagó el motor, salió del coche y examinó el de Einar. Luego se enderezó y escuchó, pero sólo pudo oír el ruido de la lluvia cayendo sobre la tierra. No había viento y Erlendur escrutó la negrura del cielo. Distinguió a lo lejos una luz encima de la entrada a la iglesia y otra pequeña lucecita junto a la tumba de Audur.
Le pareció ver que algo se movía.
Creyó reconocer el pequeño ataúd blanco.
Se puso en camino con cautela y fue acercándose silenciosamente al hombre que suponía que era Einar. La luz venía de un farol de gas, que estaba colocado al lado del ataúd sobre la tierra. Erlendur entró lentamente en el círculo de luz y el hombre le vio. Levantó la cabeza y miró a Erlendur a los ojos.
Erlendur había visto fotografías de Holberg cuando era joven y el parecido era evidente. La frente estrecha y de forma ligeramente convexa, las cejas gruesas, poco espacio entre los ojos, los pómulos prominentes en la cara delgada y los dientes algo salientes. La nariz y los labios delgados, la mandíbula ancha y el cuello largo.
Se miraron a los ojos un rato.
– ¿Quién eres? -preguntó Einar.
– Me llamo Erlendur. Holberg es mi caso.
– ¿Te sorprende que me parezca tanto a él? -le interrogó Einar.
– Hay un cierto parecido -respondio Erlendur.
– Sabes que violó a mi madre -dijo Einar.
– Eso no es culpa tuya -repuso Erlendur.
– Era mi padre.
– Eso tampoco es culpa tuya.
– No deberías haber hecho esto -dijo enérgicamente Einar señalando el ataúd.
– Consideré que lo tenía que hacer -contestó Erlendur-. He descubierto que murió de la misma enfermedad que tu hija.
– Voy a devolverla a su sitio -anunció Einar.
– No hay problema -dijo Erlendur acercándose más al ataúd-. Seguramente querrás que esto esté también en la tumba.
Erlendur extendió la mano con la que cogía el pequeño maletín negro que había guardado en su coche desde que volvió de casa del coleccionista.
– ¿Qué es esto? -preguntó Einar.
– La enfermedad -dijo Erlendur.
– No lo entiendo…
– Es una muestra orgánica de Audur. Considero que debe estar junto a ella.
Einar miraba al maletín y a Erlendur alternativamente, inseguro de lo que debía hacer. Erlendur se acercó aún más, hasta llegar al lado del ataúd, que quedó en medio de los dos. Colocó el maletín encima y luego se alejó.
– Quiero que me incineren -dijo repentinamente Einar.
– Tienes toda la vida para arreglar eso -repuso Erlendur.
– Exactamente. Toda la vida -dijo Einar subiendo la voz-. ¿Y qué es toda la vida? ¿Qué es toda la vida cuando se tienen siete años? ¿Puedes aclararme eso? ¿Qué vida es ésa?
– Eso es algo que no te puedo decir -contestó Erlendur-. ¿Llevas la escopeta contigo?
– Hablé con Elín -explicó Einar sin contestar la pregunta de Erlendur-. Supongo que lo sabes. Hablamos de Audur. Mi hermanastra. Conocía su existencia, pero no supe que era mi hermanastra hasta más tarde. Vi cómo la desenterrabais. Entendí muy bien que Elín quisiera atacarte.
– ¿Cómo supiste lo de Audur?
– Por la base de datos. Encontré a los que habían muerto de esa variante concreta de la enfermedad. Entonces no sabía que yo era hijo de Holberg y que Audur era mi hermanastra. Eso lo supe más tarde. Supe cómo fui concebido cuando se lo pregunté a mi madre.
Miró a Erlendur.
– Después de descubrir que yo soy portador.
– ¿Cómo relacionaste a Holberg con Audur?
– Por la enfermedad. Por esta variante de la enfermedad. El tumor cerebral es muy poco frecuente.
Einar se quedó en silencio un rato y luego siguió con su relato, ordenadamente y sin sentimentalismos, como si se hubiera preparado para dar una explicación exacta de su comportamiento. Subió la voz, hablaba en un tono bajo y monótono que se convirtió incluso alguna vez en un suave susurro. La lluvia seguía cayendo sobre la tierra y sobre el pequeño ataúd, rompiendo el silencio de la noche.
Explicó cómo enfermó su hija inesperadamente cuando tenía cuatro años. Resultó difícil diagnosticar la enfermedad y pasaron varios meses antes de que los médicos llegaran a la conclusión de que se trataba de una rara dolencia neurológica.
Se creía que era una enfermedad hereditaria que existía en ciertas familias, pero lo extraño era que no había antecedentes ni en la familia materna de su hija, ni en la paterna. Los médicos no tenían explicación para ese caso y se inclinaron por algún tipo de mutación.
Les informaron que la enfermedad se alojaba en el cerebro de la niña y que podía causarle la muerte en pocos años. Ahí empezó un calvario que Einar dijo no poder describir.
– ¿Tienes hijos? -le preguntó a Erlendur.
– Dos, chico y chica -contestó él.
– Nosotros sólo la teníamos a ella -dijo Einar-. Nos separamos cuando murió. No quedaba nada que pudiera mantenernos unidos, excepto la pena, los recuerdos y la lucha en los hospitales. Cuando todo acabó, fue como si se hubieran terminado también nuestras vidas. Ya no quedaba nada.
Einar se calló y cerró los ojos. El agua de la lluvia le resbalaba por la cara.
– Yo fui uno de los primeros trabajadores de la nueva empresa -siguió diciendo-. Cuando se obtuvieron los permisos para organizar la base de datos y empezamos a trabajar en ella, fue como si volviera a nacer. No podía conformarme con las palabras de los médicos. Tenía que buscar una explicación. Volvió a despertarse mi interés. Tenía que averiguar cómo la enfermedad había llegado a atacar a mi hija. Los datos sanitarios están ligados a otro archivo de base genealógica y ambos se pueden juntar si se sabe lo que se está buscando y si se dispone del código secreto. Entonces se puede descubrir de dónde procede la enfermedad y se puede rastrear por todo el árbol genealógico. Incluso se pueden conocer las excepciones. Excepciones como yo. Y como Audur.
– Hablé con Karitas, del Centro de Secuenciación Genética -dijo Erlendur, intentando entablar una conversación con Einar-. Me describió cómo les engañaste. Para nosotros, todo esto es tan nuevo que no se entiende muy bien qué se puede hacer con toda esa información acumulada. Ni lo que contiene, ni lo que se puede sacar de ella.
– Yo sospechaba todo eso. Los médicos de mi hija tenían su teoría sobre la enfermedad y sobre su origen hereditario. Al principio, pensé que quizá yo era un hijo adoptado, y ojalá hubiera sido así. Luego empecé a sospechar de mi madre. Con engaños, logré convencerla para que me diera una muestra de su sangre, que hice analizar. Hice lo mismo con mi padre. No encontré nada. Lo encontré en mi propia sangre.
– Pero ¿tú no tienes ninguno de los síntomas?
– Apenas -dijo Einar-. Casi he perdido la audición de un oído. Tengo un tumor, junto al nervio auditivo. Benigno. Y manchas en la piel.
– ¿Manchas de café?
– Te has informado. Podría haber enfermado a causa de una mutación. Pero me parecía poco probable. Finalmente conseguí los nombres de algunos hombres que podrían haber sido amantes de mi madre. Holberg era uno de ellos. Mamá me dijo enseguida toda la verdad, cuando le expuse mis sospechas. Me explicó que nos había ocultado siempre lo de la violación para que nunca tuviera que sufrir por mis orígenes. ¿Sufrir? Todo lo contrario. Soy el hijo pequeño -añadió.
– Lo sé -dijo Erlendur.
– ¡Vaya noticias! -gritó Einar en el silencio de la noche-. Yo no era hijo de mi padre; mi verdadero padre era el violador de mi madre; yo era el hijo de un violador; mi padre me había transmitido un gen dañino que apenas me ha tocado, pero que ha matado a mi hija. Tenía una hermanastra que murió de lo mismo. Aún no he logrado entenderlo del todo, de asimilarlo. Cuando mi madre me contó lo de Holberg, sentí tanta rabia que perdí el control. Era un hombre asqueroso.
– Empezaste por llamarle por teléfono.
– Quería oír su voz. ¿Acaso no desean todos los huérfanos de padre poder encontrarse con él? -dijo Einar sonriendo ligeramente.
– Aunque sólo sea una vez.