Capítulo 38

Erlendur miró a Katrín.

– ¿Así es como se enteró de quién era su verdadero padre? -preguntó.

– Descubrió que no podía ser hijo de su padre -dijo Katrín.

– ¿Cómo? -inquirió Erlendur-. ¿Qué era lo que buscaba? ¿Por qué se investigaba a sí mismo en la base de datos? ¿Fue por casualidad?

– No, no fue por ninguna casualidad -respondio Katrín.

Elinborg ya había escuchado bastante. Quería terminar el interrogatorio y dejar a Katrín tranquila. Se levantó diciendo que iba a por un vaso de agua y le indicó a Erlendur que la siguiera. Él fue con ella hasta la cocina. Una vez allí, Elinborg le hizo ver que todo aquello era un calvario para la mujer y que deberían dejarla tranquila por ahora. También le dijo que su obligación era comunicarle que tenía derecho a un abogado antes de que les confesase nada más. De momento deberían interrumpir el interrogatorio para retomarlo más tarde, y tendrían que hablar con algún familiar para pedirle que enviase a alguien que hiciera compañía a la mujer. Erlendur le contestó que Katrín no estaba arrestada, que no era sospechosa de nada y que eso no era un interrogatorio formal sino sólo unas cuantas preguntas para obtener información. Que Katrín estaba muy dispuesta a colaborar en ese momento y que por lo tanto deberían continuar.

Elinborg sacudió negativamente la cabeza.

– Hay que martillear el hierro mientras está ardiendo -dijo Erlendur.

– ¡Pero qué dices! -susurró Elinborg.

Katrín apareció en la puerta preguntando si no iban a seguir hablando. Estaba dispuesta a decirles la verdad y a no esconder nada.

– Quiero que todo esto termine de una vez -dijo.

Elinborg le preguntó si quería llamar a un abogado, pero Katrín declinó la oferta.

Dijo no conocer a ninguno, que nunca había necesitado un abogado y que no sabría cómo encontrar uno ahora.

Erlendur le dijo a Katrín que, si le parecía bien, continuarían ahora. Elinborg le dirigió una mirada asesina. Cuando todos se hubieron sentado, Katrín se frotó las manos y empezó a hablar.

Albert se fue de viaje por la mañana. Se habían levantado muy temprano. Ella preparó el café. Una vez más hablaron de que deberían vender la casa y comprarse una vivienda más pequeña. Lo habían hablado muchas veces, pero hasta ahora no habían hecho nada al respecto. Quizá porque era un paso importante y quizá también porque eso les hacía recordar que ya se iban haciendo mayores. No se sentían viejos pero les parecía prudente mudarse a una vivienda más pequeña. Albert dijo que hablaría con una inmobiliaria cuando volviese de su viaje. Luego se marchó en su jeep.

Ella volvió a echarse en la cama. Le quedaban dos horas para ir a trabajar, pero no pudo dormir. Dio vueltas en la cama hasta que dieron las ocho y tuvo que levantarse. Estaba en la cocina cuando oyó que Einar entraba en la casa. Tenía llaves.

Enseguida notó que estaba algo trastornado, pero no sabía por qué. Él le dijo que no había dormido en toda la noche. Había estado paseando arriba y abajo por la casa sin sentarse ni un momento para tomarse un respiro.

– Sabía que algo no cuadraba -dijo él mirando con enfado a su madre- ¡Siempre lo he sabido!

Ella no comprendía el motivo de su enfado.

– Sabía que había algo en este maldito asunto que no encajaba -repuso Einar, casi gritando.

– ¿De qué hablas, cariño? -Katrín no sabía todavía por qué estaba tan alterado-. ¿Qué es lo que no cuadra?

– Abrí el código -dijo Einar-. Me salté las normas y abrí el código. Quería ver si la enfermedad es hereditaria y, efectivamente, es hereditaria, para que lo sepas. Está presente en algunas familias, pero no en la nuestra. No está en la familia de papá ni en la tuya. Por eso había algo que no cuadraba. ¿Entiendes? ¿Entiendes lo que te digo?

El móvil de Erlendur sonó impaciente en el bolsillo de su abrigo. Le pidió a Katrín que lo disculpara. Se fue a la cocina y contestó. Era Sigurdur Óli.

– La vieja de Keflavík te anda buscando -le dijo sin preámbulos.

– ¿La vieja? ¿Te refieres a Elín?

– Sí, a Elín.

– ¿Has hablado con ella?

– Sí -contestó Sigurdur Óli-. Dijo que necesitaba hablar contigo sin demora.

– ¿Sabes qué quiere?

– No me lo quiso decir. ¿Cómo os va?

– ¿Le diste el número de mi móvil?

– No.

– Si vuelve a llamar, dale mi número -dijo Erlendur, y colgó. Katrín y Elinborg le esperaban en el salón-. Disculpa -le dijo a Katrín.

Ella siguió con su relato.

Einar paseaba inquieto por el salón. Katrín intentó tranquilizarle y entender por qué estaba tan excitado. Se sentó y le pidio que tomara asiento a su lado, pero él no la escuchó. Seguía paseando sin parar, pasando una y otra vez por delante de ella. Katrín sabía que últimamente Einar había atravesado una temporada difícil, sobre todo a causa de su divorcio. Su mujer lo había dejado, decía que quería empezar una nueva vida.

– Dime qué es lo que te pasa -dijo ella.

– Muchas cosas, mamá, muchas cosas.

Luego vino la pregunta que ella había temido tantos años.

– ¿Quién es mi padre? -preguntó su hijo, deteniéndose delante de ella-. ¿Quién es mi verdadero padre?

Ella le miró fijamente.

– No más secretos, mamá -le dijo.

– ¿Qué has descubierto? -preguntó ella-. ¿Qué has estado haciendo?

– Sé quién no es mi padre -contestó él. Soltó una carcajada-. ¿Me escuchas? ¡Mi padre no es mi padre! Y si él no es mi padre, entonces ¿quién soy yo? ¿De dónde vengo? Mis hermanos de repente son hermanastros. ¿Por qué nunca me has contado nada? ¿Por qué me has mentido todo este tiempo? ¿Por qué?

Katrín le miró fijamente con lágrimas en los ojos.

– ¿Engañaste a papá? -preguntó él-. Me lo puedes decir. No se lo diré a nadie. ¿Tuviste una aventura? Quedará entre nosotros dos, pero necesito oír la verdad. Tienes que decírmelo. ¿De dónde vengo?

Se quedó callado.

– ¿Soy un hijo adoptivo? ¿Un huérfano? ¿Quién soy? ¿Mamá?

Katrín comenzó a llorar, sollozando hondamente. Einar se quedó mirando cómo lloraba y de repente se dio cuenta de lo que había hecho. Algo más tranquilo, se sentó a su lado y la abrazó. Se quedaron así un rato, en silencio, hasta que ella empezó a contarle lo de la fatídica noche en Húsavík, cuando su padre estaba de viaje y ella salió con sus amigas. Le contó lo de esos hombres que conocieron y que uno de ellos, Holberg, había entrado a la fuerza en su casa.

Einar la escuchó sin decir palabra.

Le contó cómo Holberg la había violado, cómo la había amenazado y cómo ella tomó la decisión de tener al hijo sin que nadie se enterara de lo que había pasado. Había decidido no decirles nada ni a él ni a su padre. Y no había habido ningún problema. Habían vivido felices. No había dejado que Holberg le robara la felicidad. No había dejado que Holberg destruyera a su familia.

Le contó que ella siempre había sabido que él era hijo del hombre que, hacía ya bastante tiempo, la había violado. Sin embargo, eso nunca había influido en el amor que sentía por él y al mismo tiempo le confortaba saber que Albert sentía algo especial por él. Por lo tanto, Einar nunca había tenido que sufrir por lo que Holberg le había hecho a ella. Nunca.

Pasaron unos minutos mientras él digería lo que ella acababa de decirle.

– Perdona -dijo por fin-. No era mi intención enfadarme contigo. Es que pensaba que habrías tenido un amante y que yo era el fruto de esa relación. No se me ocurrió pensar que te habían violado.

– Claro que no se te ocurrió. ¿Cómo ibas a pensar en eso? No se lo había contado a nadie hasta ahora.

– También tendría que haber pensado en esa posibilidad -dijo él-. Pero no lo pensé. Perdóname. Seguro que has sufrido terriblemente todos estos años.

– No debes pensar en ello -repuso ella-. Tú no tienes por qué sufrir por lo que hizo Holberg.

– Ya he sufrido, mamá -dijo él-. He sufrido un dolor insoportable. Y no sólo yo. ¿Por qué no abortaste? ¿Qué te detuvo?

– Dios mío, no digas eso, Einar. No hables así.

Katrín dejó de hablar.

– ¿Nunca pensaste en abortar? -preguntó Elinborg.

– Todo el tiempo. Siempre. Hasta que ya fue demasiado tarde. Lo pensé todos los días desde que supe que estaba embarazada. Incluso llegué a hablar con un médico, que me hizo una revisión y luego me aconsejó que no abortara. También cabía la posibilidad de que Albert fuera el padre. Supongo que ésa fue la razón por la cual decidí tener el hijo. Luego, tras el nacimiento, pasé por una fuerte depresión. No sé cómo lo llaman, pero ahora existe un nombre para la depresión que se sufre después de dar a luz. Me ingresaron en un sanatorio para seguir un tratamiento. Al cabo de tres meses ya estaba lo bastante recuperada para ocuparme de mi hijo, y desde entonces siempre lo he querido mucho.

Erlendur esperó un rato antes de seguir con el interrogatorio.

– ¿Por qué empezó tu hijo a buscar una enfermedad concreta en la base de datos del Centro de Secuenciación Genética? -preguntó finalmente.

Katrín le miró.

– ¿De qué murió esa chica en Keflavík? -inquinó.

– De un tumor cerebral -dijo Erlendur-. La enfermedad se llama neurofibromatosis.

Katrín suspiró con pesar y los ojos se le llenaron de lágrimas.

– ¿No lo sabes? -preguntó.

– ¿Si no sé qué?

– Nuestra pequeña criatura se murió hace tres años -explicó Katrín-. Incomprensiblemente. Y de forma totalmente inesperada.

– ¿Vuestra pequeña criatura? -preguntó Erlendur.

– Nuestro pequeño ángel -dijo Katrín-. La hija de Einar. Murió. Pobrecita niña preciosa.

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