Un silencio sepulcral inundó la casa.
Katrín tenía la cabeza inclinada. Elinborg la miraba. Luego, su mirada petrificada se dirigió a Erlendur. Erlendur pensó en Eva Lind. ¿Qué estaría haciendo ahora? ¿Estaría en casa? Sintió una imperiosa necesidad de hablar con su hija. Sintió necesidad de abrazarla y no soltarla hasta haberle dicho lo mucho que la quería y lo que significaba para él.
– No me lo puedo creer -dijo Elinborg.
Erlendur la miró, luego miró a Katrín.
– Tu hijo es portador. ¿No es así? -preguntó.
– Ésa era la palabra que utilizaba -contestó Katrín-. Portador. Los dos lo son, él y Holberg. Dijo haberlo heredado de mi violador.
– Pero ellos no desarrollan la enfermedad -repuso Erlendur.
– Parece ser que son las mujeres las que enferman -dijo Katrín-. Los hombres son portadores, pero se pueden librar de los síntomas. O lo que sea. Sin embargo, parece que no hay pautas fijas, yo no lo entiendo bien. Mi hijo lo entiende. Intentó explicármelo, pero no lo comprendí del todo. Estaba muy alterado. Y yo también, claro.
– ¿Y lo descubrió en la base de datos de genética que están creando? -quiso saber Erlendur.
Katrín asintió con la cabeza.
– No podía entender por qué nuestra querida niña había tenido esa enfermedad y por eso la buscaba insistentemente en la familia de Albert y en la mía. Habló con algunos parientes y no había quién le parara. Pensábamos que ésa era su manera de enfrentarse a la muerte de la niña. La incesante búsqueda de un motivo. Búsqueda de respuestas, cuando nosotros pensábamos que no las había. Él y Lara se separaron hace algún tiempo. No pudieron seguir viviendo juntos y decidieron separarse provisionalmente, aunque no veo que la cosa tenga arreglo.
Katrín se quedó callada.
– Y luego encontró la respuesta -añadio Erlendur.
– Estaba convencido de que Albert no era su padre. Dijo que eso era imposible si tenía en cuenta la información que había sacado de la base de datos. Por eso vino a mí. Pensó que yo había tenido un amante o que sería un hijo adoptivo.
– ¿Encontró a Holberg en la base de datos?
– Creo que no. No hasta más adelante, cuando yo ya le había contado todo. Era una situación tan grotesca. ¡Tan absurda! Mi hijo había hecho una lista de sus posibles padres y Holberg estaba en ella. Podía seguir la pista de la enfermedad, a través de las familias, con la ayuda de la base de datos y del registro de familias. Fue así como descubrió que no podía ser hijo de su padre. Era una desviación. Una variedad.
– ¿Cuántos años tenía su hija?
– La niña tenía siete años cuando murió.
– Y fue un tumor cerebral lo que la mató, ¿no? -dijo Erlendur.
– Sí -afirmó Katrín.
– Sin duda fue el mismo tipo de tumor que tuvo Audur. Un tumor neurológico.
– Sí, es la misma enfermedad. La madre de Audur debió de sufrir muchísimo; primero Holberg y luego la muerte de su hija.
Erlendur vaciló un momento.
– Kolbrún, la madre de Audur, se suicidó tres años después de la muerte de la niña -dijo.
– Dios mío -suspiró Katrín.
– ¿Dónde está tu hijo ahora? -preguntó Erlendur.
– No lo sé -contestó Katrín-. Me preocupa muchísimo que le ocurra algo. Lo está pasando tan mal el pobre chico. Tan horriblemente mal.
– ¿Crees que tuvo algún contacto con Holberg?
– Lo ignoro. Sólo sé que no es ningún asesino. De eso estoy segura.
– ¿Crees que se parece a su padre? -preguntó Erlendur mirando la fotografía de la primera comunión.
Katrín no contestó.
– ¿Has notado algún parecido? -insistió Erlendur.
– Pero ¿qué te pasa, hombre? -murmuró Elinborg indignada-. ¿No crees que ya hay bastante?
– Perdóname -dijo Erlendur a Katrín-. Eso no esta relacionado con la investigación. Sólo es simple curiosidad. Nos has ayudado mucho y si te sirve de consuelo te diré que dudo que haya una persona más entera y más fuerte que tú. No es fácil sobrellevar una carga así, en silencio, durante tantos años.
– No te preocupes -dijo Katrín a Elinborg-. ¡Los niños tienen tantas expresiones! Nunca advertí en él un parecido con Holberg. Nunca. Einar me dijo que no era culpa mía. Dijo que yo no tenía ninguna culpa de la muerte de nuestra niña.
Katrín se quedó callada un momento.
– ¿Ahora qué le pasará a Einar? -preguntó a continuación.
Ya no se le notaba ninguna resistencia. No le quedaban mentiras. Sólo rendición.
– Tenemos que encontrarlo, hablar con él y escuchar sus explicaciones -dijo Erlendur.
Él y Elinborg se levantaron. Erlendur se puso el sombrero. Katrín se quedó sentada en el sofá.
– Si quieres puedo hablar con Albert -añadio Erlendur-. Se hospedó en el Hotel Esja esta pasada noche. Hemos estado vigilando la casa desde ayer por si aparecía tu hijo. Puedo explicarle a Albert lo que está pasando. Se tranquilizará.
– Muchas gracias, pero ya le llamaré yo. Sé que volverá. Tenemos que estar unidos por nuestro hijo.
Levantó la vista.
– Es nuestro hijo -dijo-. Siempre será nuestro hijo.