Stephen Baxter Las naves del tiempo

PRESENTACIÓN

En 1888 Herbert G., Wells publicó una primera narración sobre el viaje en el tiempo. Lo hizo en el Science School Journal y su título era THE CHRONIC ARGONAUTS (Los argonautas del tiempo). Trataba sobre una máquina del tiempo concebida por un científico llamado Moses Nebogipfel, quien utilizaba su invento para viajar al pasado y cometer un asesinato. Algo de esa historia no debía de gustarle al mismo Wells, y la narración fue reescrita varias veces hasta que en 1895 se publicó la novela que hoy conocemos con el título de LA MÁQUINA DEL TIEMPO. En ella un ahora innominado Viajero se traslada al futuro (en lugar de al pasado) para constatar personalmente la escisión de la humanidad en dos grandes grupos (o tal vez dos especies derivadas de la humana…): los inútiles y ociosos Elois y los trabajadores y peligrosos Morlocks.

LA MÁQUINA DEL TIEMPO es hoy un clásico indiscutible y una de las muestras de la más añeja ciencia ficción. En realidad, Wells utilizó muchos de los temas, novedosos entonces, que la ciencia facción ha desarrollado después: el viaje por el tiempo, la invisibilidad, la investigación y manipulación biológicas, la invasión extraterrestre, etc.

Cuando en 1995 se cumplían cien años de la aparición de la clásica novela de Wells, un nuevo y brillante escritor británico, Stephen Baxter, publicaba LAS NAVES DEL TIEMPO, la continuación autorizada de LA MÁQUINA DEL TIEMPO. En 1996, en el cincuentenario de la muerte de H. G. Wells, nos sentimos orgullosos de rendir un merecidísimo homenaje a uno de los indiscutibles padres fundadores del género, con la publicación de la edición española de LAS NAVES DEL TIEMPO (NOVA éxito, número 11).

Stephen Baxter, la nueva y gran estrella de la ciencia ficción británica, ha recibido una cálida acogida de la mayoría de la crítica y los lectores. Revistas de gran difusión, como New Scientist, no tienen reparos en considerarle el sucesor de Arthur C. Clarke y un igual de Isaac Asimov y Robert A. Heinlein:

Arthur C. Clarke, Isaac Asimov, Robert Heinlein y unos pocos más tuvieron éxito en su empresa. Ahora Stephen Baxter se une a ese reducido grupo capaz de escribir una ciencia ficción en la cual la ciencia no tiene errores y leer las extrapolaciones proporciona un delicado placer, admiración y entretenimiento. La reacción que se obtiene es esa a la que se refería C. S. Lewis cuando calificaba la ciencia ficción de única droga genuina capaz de expandir la conciencia.

Baxter se formó como matemático en Cambridge, obtuvo el doctorado en Southampton, y hoy trabaja en las tecnologías de la información. Su obra se inscribe en esa ciencia ficción llamada «dura» como derivado del término inglés hard que se asigna a ciencias como la física, la biología, la química y, también, a sus aplicaciones ingenieriles. Baxter cuenta ya con media docena de novelas entre las que destaca una compleja serie en torno a una curiosa especie, los xeelee. La saga, concebida como una interesante historia del futuro, se inicia en RAFT (1991), primera novela de Baxter, para seguir en TIMELIKE ETERNITY (1992), FLUX (1993) y RING (1994). Hay también otras obras de menor extensión como CITY OF GOLD y diversos relatos sobre los xeelee que muy pronto se recogerán en una antología prevista para 1997.

En 1993 Baxter publicó su primera aproximación y homenaje a los clásicos de la eiencia ficción con la novela ANTI-ICE (1993). Se trata de una epopeya steam-punk (algo así como cyber-punk, pero con la tecnología correspondiente a la máquina de vapor), situada en una Tierra alternativa. Homenaje explícito a Julio Verne, incluye aventuras, romance y mucha diversión, con descripciones de naves espaciales propulsadas por vapor que recuerdan directamente el Nautilus de 20.000 LEGUAS DE VIAJE SUBMARINO.

Tras el homenaje a Verne, no podía faltar un trabajo parecido de Baxter sobre la obra de Wells, al fin y al cabo británico como él. LAS NAVES DEL TIEMPO es una novela brillante, continuación de LA MÁQUINA DEL TIEMPO de Wells a la que no desmerece en absoluto. La opinión de un experto tan cualificado como Arthur C. Clarke resulta, como él mismo advierte, casi blasfema:


Casi me siento tentado a decir (y sé que es una blasfemia) que la continuación es mejor que el original.

Pero es lógico que así sea. Baxter ha escrito el relato de las nuevas aventuras del Viajero del tiempo de Wells a la luz de la ciencia y la ciencia ficción defines del siglo XX. Un siglo en el cual los conocimientos científicos y las realizaciones tecnológicas han superado en mucho las mejores expectativas del siglo XIX desde la teoría de la relatividad hasta el descubrimiento de la estructura en doble hélice del ADN, pasando por la mecánica cuántica; y desde la energía nuclear hasta las tecnologías de la información, pasando por la conquista del espacio, nuestro punto de vista sobre el universo y sobre nosotros mismos ha cambiado. Eso es lo que refleja, con gran habilidad y brillantez, Stephen Baxter en esta interesante y sugerente novela.


LA MÁQUINA DEL TIEMPO de Wells finalizaba con el retorno del Viajero al futuro y precisamente así empieza Baxter su narración. En LAS NAVES DEL TIEMPO, tras despertar en su casa de Richmond la mañana posterior al retorno de su primer viaje al futuro, el Viajero de Wells, apesadumbrado por haber dejado a Weena en manos de los Morlocks, decide embarcarse en un segundo viaje al año 802.701 para rescatar a su amiga Eloi.

Al avanzar hacia el futuro y llegar al año 600.000, descubre que las cosas no son como en su anterior viaje. Al encontrarse con la esfera Dysson construida en torno al Sol por los Morlocks, altamente evolucionados a inteligentes, el Viajero constata que su máquina y su anterior viaje han alterado el futuro al crear nuevas realidades. El futuro es distinto, y el Viajero resulta irremediablemente atado a las paradójicas complejidades del viaje a través del tiempo. En su intento desesperado por «restablecer el primer futuro conocido» decide viajar al pasado (acompañado accidentalmente por un Morlock) para encontrarse consigo mismo y ser detenido después por un grupo de viajeros temporales procedentes de un 1938 en el cual Inglaterra lleva 24 años en guerra con Alemania…

Y ése es sólo el inicio de una novela sorprendente, repleta de aventuras y especulaciones que ha pretendido, con éxito, homenajear y reexaminar LA MÁQUINA DEL TIEMPO de H. G. Wells a la luz de la ciencia y la ciencia ficción de hoy, cien años después de la publicación de la novela con la cual se iniciara la obra de uno de los padres de la moderna eiencia ficción.

Como era de esperar, LAS NAVES DEL TIEMPO ha obtenido ya diversos premios. Entre ellos destaca el John W. Campbell Memorial de 1996. Se trata de un premio con gran reputación intelectual (tal vez en contraposición a la popularidad de los premios Hugo y Locus), otorgado por un grupo de expertos y estudiosos que se reúnen cada año en la Universidad de Kansas desde que, en 1979, el comité evaluador fuera presidido por James Gunn. Clarke, Dick, Pohl, Dish, Benford, Aldiss, Wolfe, Brin y Willis, por ejemplo, han sido algunos de sus ganadores en ediciones anteriores. Baxter está bien acompañado.

Además, por el momento, LAS NAVES DEL TIEMPO ha obtenido el premio Kurd Lasswitz a la mejor novela de ciencia ficción publicada en Alemania. También es finalista del premio Hugo 1996 y del premio Arthur. C. Clarke 1996. Y otros deben estar al caer… LAS NAVES DEL TIEMPO los merece.

Para traducir una obra como LAS NAVES DEL TIEMPO hacía falta no sólo profesionalidad, sino también mucho cariño y dedicación. Como los que ha puesto en la empresa Pedro Jorge Romero, quien se ha molestado en releer LA MÁQUINA DEL TIEMPO en sus versiones inglesa y castellana. Era necesario para mantener parte del estilo de la vieja y conocida traducción castellana, al igual que Baxter se había preocupado por mantener el adecuado respeto por la forma literaria y las expresiones utilizadas por Wells.

Pedro, además de estudiar detenidamente LA MÁQUINA DEL TIEMPO, se ha dedicado a incordiar bastantes veces a Baxter gracias a ese correveidile de la actualidad que es la red Internet. Espero que Stephen Baxter no me odie por haber optado por alguien tan concienzudo como Pedro para esta traducción…

Sus conocimientos de experto y ese amoroso estudio de la obra de Wells (y también de la de Baxter) le han valido a Pedro Jorge Romero el ser conferenciante invitado a los 1os encontros de ficção científica e fantástica que, con el título genérico «Na periferia do Império», se han celebrado en Cascais (Portugal) del 25 al 29 de septiembre de 1996. A la espera de que su traducción al castellano aparezca en BEM, no me resisto a transcribir algunos párrafos de la conferencia que Pedro Jorge Romero dictó en Cascais con el título «The Time Traveler as a Slow Learner: From The Time Machine to The Time Ships» («El viajero del tiempo como alguien que aprende lentamente: De La Máquina Del Tiempo a Las Naves Del Tiempo»). En realidad, creo que, con excepción (¡quizás!) del mismo Baxter, pocas personas han reflexionado tanto sobre LAS NAVES DEL TIEMPO.


«La máquina del tiempo» se publicó diez años antes de que el joven Einstein asombrara al mundo con la Teoría Especial de la Relatividad. Una teoría que al final llevó a la idea del tiempo como una cuarta dimensión de lo que a partir de entonces se conoció como espacio-tiempo (el hecho de que el Viajero del tiempo siempre hable de Espacio y Tiempo como dos entidades diferentes, es la pista que nos cuenta que no conoce la Relatividad).


Ésa es la explicación de que el Viajero utilice una terminología pre-relativista, y un ejemplo concreto de ese cuidado con el que Baxter (¡y su traductor!) ha contemplado la gradual revelación y descubrimiento que el Viajero experimenta respecto a algunos de los conocimientos científicos que la humanidad ha adquirido en los últimos cien años.

Los últimos párrafos de esa conferencia de Pedro Jorge Romero son muy ilustrativos a ese respecto:


[…] El Viajero del Tiempo de Baxter permite analizar y diagnosticar las causas que conformaron las características del Viajero del Tiempo de Wells como personaje. Ha comprendido cómo sus prejuicios determinaban sus reacciones. Ha cambiado, por supuesto, ya que la época en la cual el libro se escribe es otra, una cien años más vieja. En nuestro tiempo sería imposible decir que los Morlocks son los malos; sabemos que los «otros», los que son «diferentes», existen. Al evolucionar las especies, cambian de forma y de características. El Viajero aprende que si los Morlocks son inhumanos, también ocurre lo mismo con los Elois, que en el año 802.701 no hay un sólo ser humano a excepción de él mismo. Comprende que en épocas diferentes se aplican normas diferentes. Le ha costado cien años aprender todo esto, porque a nosotros mismos nos ha tomado cien años descubrirlo. La forma en que evoluciona la manera de pensar del Viajero es precisamente la evolución mental que hemos seguido nosotros.

Hagamos algo de viaje por el tiempo nosotros mismos. Por desgracia no disponemos de una máquina del tiempo y por eso deberemos acudir al viejo experimento mental einsteniano (Gedankenexperiment). Imaginen conmigo un mundo futuro más o menos cien años a partir de ahora, en 2095: Entonces alguien escribirá una continuación de LA MÁQUINA DEL TIEMPO y de LAS NAVES DEL TIEMPO. En ese libro (o en lo que haya sustituido al libro dentro de cien años), el Viajero del Tiempo, ese «hombre cualquiera» que no merece tener nombre porque nos representa a todos nosotros, viajará de nuevo en el tiempo para descubrir y encontrar algo totalmente nuevo. Dentro de cien años sabremos muchas más cosas sobre el universo y sobre cómo funciona, por eso ese «libro» será un salto aún mayor a través del universo, utilizando teorías científicas que ahora no podemos ni siquiera imaginar, de la misma forma que el mismo Wells desconocía la mecánica cuántica, la interpretación de Everett o la relatividad de Einstein. En ese «libro» se discutirán, descartarán, reinterpretarán y redefinirán todos los prejuicios de nuestro tiempo, y eso se hará a la luz de los descubrimientos en torno a la condición humana obtenidos dentro de cien años, de la misma manera como LAS NAVES DEL TIEMPO se enfrenta y discute los prejuicios de Wells. En ese «libro» de dentro de cien años, las relaciones entre el Viajero del Tiempo, los Morlocks y los Elois serán completamente diferentes ya que el Viajero aprenderá algo nuevo, algo que no podemos ni siquiera ver por estar inmersos en nuestro tiempo, de la misma forma en que Wells, por más que fuera un hombre excepcional, estaba inmerso en su propia época. Cada época piensa en sí misma como la última de las épocas. Pero nunca lo es, siempre hay otra justo tras la esquina esperando para atraparnos. De cualquier forma, el Viajero del Tiempo tardará 200 años en aprender lo que sea que descubrirá en ese «libro» del año 2095. Evidentemente el Viajero es alguien que aprende lentamente pero, ¿no lo somos todos nosotros? La expedición del Viajero a través del tiempo en realmente nuestra propia expedición.


Para finalizar, sólo recordar que Les Edwards es el autor de las ilustraciones que tomamos del original inglés de LAS NAVES DEL TIEMPO.

Y, déjenme añadir una nota personal. Aunque ni siquiera Pedro Jorge Romero parece haberse dado cuenta (no me lo ha comentado, todavía…), yo estoy convencido de que Stephen Baxter ha utilizado en la última parte de LAS NAVES DEL TIEMPO ideas de La física de la inmortalidad, de Frank J. Tipler. Se trata de la versión moderna de la teoría del «Punto Omega», una idea científico especulativa que casi parece de ciencia ficción y que, en palabras del mismo Tipler, «propone la existencia de un Dios omnipotente, omnisciente y omnipresente, el cual en un futuro lejano nos resucitará a todos para que vivamos eternamente en un lugar que, básicamente, coincide en lo fundamental con el Cielo judeocristiano». Ahí es nada. Los interesados encontrarán más detalles en el libro de Tipler, una lectura curiosa y recomendable aun cuando deba hacerse críticamente.

De momento pasen y disfruten con LAS NAVES DEL TIEMPO, imaginando tal vez como podría ser esa hipotética continuación escrita en el año 2095 de que nos habla Pedro Jorge Romero.


MIQUEL BARCELÓ

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