Los pájaros estaban armando un jaleo tremendo. Manos invisibles tiraron al Grad de cabeza a través de las tinieblas y el oloroso aroma del extremo follaje. Las pequeñas ramas le arañaron la cara; a su alrededor debía haber espacio abierto.
Se había descuidado totalmente. Unas manos le agarraron de los tobillos y tiraron de él hacia abajo, hacia otro mundo. Su grito fue estrangulado por algo que le llenó la boca, algo que no era limpio, un harapo que le ataron para sujetarlo. Un golpe en la cabeza le hizo ver que era mejor no resistirse.
Sus ojos empezaban a acostumbrarse a la penumbra.
Había un túnel que atravesaba el follaje. Era estrecho: lo suficiente como para que dos personas pudieran arrastrarse por él una al lado de la otra, pero no lo bastante como para que pudieran avanzar erguidas. No era necesario, pensó el Grad. No puedes andar sin gravedad.
Sus captores eran humanos, que hablaban toscamente.
Todas eran mujeres, aunque para percatarse de aquello necesitó una segunda mirada. Vestían chalecos y pantalones de cuero, teñidos de verde. La holgura de los chalecos era una sencilla concesión a los bustos. Tres de las cinco llevaban el cabello muy corto, y todas tenían un aspecto desvaído, alargado; dos metros y medio o tres metros, más altas que cualquier hombre de la Tribu de Quinn.
Llevaban herramientas: pequeños arcos de madera en plataformas de madera, las cuerdas tensadas, dispuestas a disparar.
Se movían deprisa. El túnel giraba y se retorcía, y esto dejó al Grad completamente desorientado. Sus sentidos direccionales no podían indicarle dónde había un arriba. El túnel se cortaba de pronto en una forma bulbosa de cuatro o cinco metros de diámetro, con otros tres túneles que salían de allí. Las mujeres se detuvieron. Una le quitó la mordaza de la boca. El Grad escupió hacia un lado y dijo:
—¡Comida de árbol!
Una mujer habló. Su piel era oscura, su cabello una masa compacta de negra tormenta con la amenaza de blancos relámpagos. Su pronunciación era extraña, peor que la de Minya.
¿Por qué nos habéis atacado?
—El Grad le gritó, mirándola a la cara.
—¡Estúpida! Hemos visto a vuestros atacantes. Viajaban en una caja hecha de materia estelar. ¡Eso es ciencia! ¡Nosotros llegamos hasta aquí en una plancha de corteza!
La mujer asintió, como si hubiera esperado aquello. —Un extraño modo de viajar. ¿Quiénes sois? ¿Cuántos sois?
—¿Podría ocultar aquello? La Tribu de Quinn debía encontrar amigos en cualquier parte. Todo sea por Gold…
—Ocho. Toda la Tribu de Quinn, más Minya, de la mata opuesta. Nuestro árbol se desmontó y nos dejó abandonados.
La mujer frunció el ceño.
—¿Moradores de árbol? Los cazadores de copsik son moradores de árbol.
—¿Por qué no? No encontraréis marea en otro sitio. ¿Quiénes sois?
La mujer le miró con indiferencia.
—Para ser un invasor capturado, eres bastante impertinente.
—No tengo nada que perder. —Un momento después de decirlo, el Grad comprendió que era verdad. Eran ocho supervivientes que habían hecho todo lo posible para ponerse a salvo y que habían llegado al final. Nada más.
Ella fue a hablar. El Grad la cortó.
—¿Qué?
—Somos los Estados de Carther —la mujer de cabello negro lo repitió impacientemente—. Yo soy Kara, la Cresidenta. —Señaló—: Lizeth. Hild. —A los ojos inexpertos del Grad les parecieron gemelas: tremendamente altas, pálidas de piel, cabellos rojos cortados a dos centímetros por encima del cráneo—. Usa. —Los pantalones de Usa le estaban tan holgados como el chaleco. Aquella discreta protuberancia abdominal: Usa estaba embarazada. Su cabello era como pelusa rubia: el cuero cabelludo se veía a través de él. Tener el cabello largo debía ser un problema entre el follaje—. Debby. —La cabellera de Debby era limpia y lacia y marrón claro, y de medio metro de larga, atada a la espalda. ¿Qué haría para mantenerla limpia?
Cresidenta quizá fuera una antigua palabra para definir al Científico. Quizá quisiera decir Presidente, pero ella era mujer… De todas formas, los extranjeros no tenían por qué seguir los métodos de la Tribu de Quinn. ¿Desde cuándo el Presidente tenía nombre?
—No nos has dicho tu nombre —dijo Kara mordazmente.
Tenía algo que ofrecer después de todo. Lo dijo con cierto orgullo:
—Soy el Científico de la Tribu de Quinn.
—¿Nombre?
—El Científico no tiene nombre. Hubo un tiempo en que me llamaban Jeffer.
—¿Qué estáis haciendo en los Estados de Carther?
—Mejor sería que se lo preguntases al moby.
Lizeth hizo crujir sus nudillos por detrás de su cabeza, lo suficientemente fuerte como para que se oyera. El Grad gruñó.
—¡No quería insultaros! Nos estábamos muriendo de sed. Enganchamos un moby. Clave tenía la esperanza de que nos abandonara en un estanque. En vez de eso, nos trajo hasta aquí.
La cara de la Cresidenta no revelaba lo que pensaba de aquello.
—Bien —dijo—, todo parece bastante inocente. Discutiremos tu situación después de comer.
La humillación del Grad le mantuvo en silencio… hasta que vio la comida y reconoció el arpón.
—Ese es el pájaro de Alfin.
—Pertenece a los Estados de Carther —le informó Lizeth.
El Grad descubrió que no tenía que preocuparse. Además su vientre estaba totalmente vacío.
—Esta madera parece demasiado verde como para hacer una hoguera…
—El pájaro salmón se come crudo, con cebolleta, cuando podemos conseguirla.
Crudo. Yuk.
—¿Cebolleta?
—Se la enseñaron. La cebolleta era una planta parásita que crecía en las horcaduras de los enramados. Se desarrollaba como un tubo verde con un ramillete de flores en la punta. La hermosa mujer de cabello castaño llamada Debby tomó un manojo y le cortó las puntas llenas de flores. La espada de Usa cortó la carne escarlata en traslúcidos y delgados filetes.
Kara le ató al Grad la muñeca derecha a los tobillos, y luego le soltó.
—No intentes desatarte de nuevo —le advirtió.
Carne cruda, pensó, estremeciéndose; pero se le hacía la boca agua. Hild envolvía láminas de carne rosada alrededor de los tallos y le pasó uno al Grad. Este lo mordió.
Su mente se quedó en blanco. Uno puede aprender a apartar del pensamiento hambre en época de escasez… pero, en aquella ocasión estaba definitivamente hambriento. La carne tenía una rara y elástica textura. El condimento era agradable; el picante sabor de la cebolleta invadía su boca.
Le miraron mientras comía. Tengo que hablarles, pensó nebulosamente. Es nuestra última oportunidad. Podemos unirnos a ellas. De otro modo, ¿qué podemos hacer? Quedarnos y ser cazados, o dejar que nos apresen los invasores o saltar al cielo… El pájaro del tamaño de un hombre estaba menguando. A Lizeth parecía satisfacerle el cortar filetes hasta que fue imposible; Debby estaba cortando las cebolletas para envolverlos. Le observaban con irritantes sonrisas. El Grad se preguntó si considerarían los eructos de mala educación, pero eructó de todos modos, y luego siguió tragando. Había aprendido mientras trepaba a lo largo del árbol que un eructó era una mala cosa en caída libre, sin gravedad que llevara el gas a la parte alta del estómago.
Pidió agua. Lizeth le pasó una calabaza llena de su jugo. Echó un buen trago. La cebolleta se había acabado. Sintiéndose placenteramente lleno, el Grad remató la comida con un manojo de follaje.
Nada es enteramente malo cuando uno se siente bien.
Kara, la Cresidenta, dijo:
—Una cosa está clara. Ciertamente eres un refugiado. Nunca he visto hambriento a un cazador de copsiks.
—¿Una prueba? El Grad tomó su tiempo para acabar de comer.
—Listo —dijo—. Ahora que eso está ya establecido, ¿podemos hablar?
—Hablemos.
—¿Dónde estamos?
—En ninguna parte en particular. No quiero enseñarte al resto de la tribu hasta que no sepa quién eres. Incluso allí, los cazadores de copsiks pueden encontrarnos.
—¿Quiénes son esos… cazadores?
—Cazadores de copsiks. ¿No utilizáis la palabra copsik? —Sonó más como corpsik cuando ella lo dijo.
—Es una palabra que sólo se usa para insultar —le contestó.
—No es así para nosotros, ni para ellos. Ellos nos toman como corpsiks, para que les sirvamos el resto de nuestras vidas. Muchacho, ¿qué estás haciendo?
El Grad se había acercado su mochila con la mano libre.
—Soy el Científico de la Tribu de Quinn —dijo con tonos helados—. Pienso que puedo encontrar algún significado para esa palabra.
—Adelante.
El Grad desenvolvió su lectora. Tenía sobre él la total atención de los Estados de Carther. Las mujeres estaban atemorizadas y cautelosas; Lizeth tomó su jabalina y la preparó. El Grad eligió la cassette con las grabaciones, la insertó en la lectora y dijo:
—Prikazyvat Encuentra copsik.
—Prikazyvat Encuentra… —dijo el Grad y acercó la lectora al rostro de Kara. La Cresidenta se asustó, luego le habló al aparato:
—Corpsik.
El Grad dijo:
—Prikazyvat Comentario.
La pantalla se llenó de impresión.
—¿Puedes leerlo? —preguntó el Grad.
—No —dijo Kara dirigiéndose a todos ellos.
—Corpiscilo es un término insultante usado para describir a las personas congeladas con fines médicos. En el siglo precedente a la fundación del Estado, varias decenas de miles de personas fueron congeladas inmediatamente después de la muerte con la esperanza de que pudieran ser revividas y curadas algún día. Se descubrió que aquello era imposible. Pero el Estado, más tarde, empleó las personalidades almacenadas. Los modelos de memoria pudieron ser regrabados a partir de un cerebro congelado, y el ARN extraído del sistema nervioso central. Un cerebro criminal podía ser transformado a una nueva personalidad. Ningún derecho de ciudadanía les fue concedido a aquellos corpiscilos. El tratamiento fue perfeccionado posteriormente y empleado por pasajeros y tripulantes de largos viajes interestelares.
»’La tripulación de la nave sembradora de exploración Disciplina incluía a ocho corpiscilos. Los grupos de memoria eran los de respetados ciudadanos de edad avanzada, con aptitudes apropiadas para una aventura interestelar. Existía la esperanza de que los corpiscilos estarían agradecidos por encontrarse con salud y con cuerpos jóvenes. Esa presunción demuestra…’ No puedo dar un sentido de todo esto. Una cosa, sin embargo, resulta clara.
Un copsik no es un ciudadano. No tiene derechos. Es una propiedad.
—Es cierto —dijo Debby ante el evidente enfado de la Cresidenta.
Así que la Cresidenta no se fía de mí.
—¿Cómo os encuentran? Esto debe ocupar varios klomters cúbicos, y vosotros lo conocéis y ellos no. No entiendo por qué luchasteis.
—Nos encuentran. Ellos nos han encontrado ya en dos ocasiones mientras nos ocultábamos en la jungla —dijo Kara amargamente—. Su Cresidente es mejor que yo. Quizá su ciencia acrecienta sus sentidos. Grad, nos gustaría mucho contar con tu conocimiento.
—¿Nos haríamos ciudadanos?
La pausa duró unos segundos.
—Si lucháis —dijo Kara.
—Clave se ha roto una pierna mientras bajábamos.
—Sólo haremos ciudadanos a aquellos que puedan luchar. Nuestros guerreros están luchando ahora mismo y, ¿quién sabe si podrán rechazar a los cazadores de corpsiks? Si podemos hacerles un poco de daño, quizá no intenten llevarse a nuestros niños y viejos y mujeres que tienen huéspedes.
—¿Huéspedes? Oh, las embarazadas.
—¿Qué pasa con Clave y con las mujeres? ¿Qué les pasará a ellos?
—La Cresidenta se encogió de hombros. —Podrán vivir con nosotros, pero no como ciudadanos. —No era mucho, pero era lo mejor que podía conseguir.
—No puedo decir ni sí ni no. Tendré que hablar con ellos. Kara… ¡ah!
—¿Qué pasa?
—Acabo de acordarme de algo. Kara, hay clases de luz que no puedes ver. Hay máquinas que se usan para ver el calor de los cuerpos. Así es como os encuentran.
La mujer miró a ambos lados aterrorizada. Debby susurró:
—Pero sólo un cadáver está frío.
—Si hay pequeñas hogueras que se encienden en el bosque…, puede que ellos se detengan en cada una de ellas.
—Muy peligroso. El fuego podría… —su voz se apagó—. No importa. El fuego se apaga a menos que se le avente. El humo lo sofocaría. Después de todo, quizás sea posible, al menos cerca de la superficie.
El Grad asintió y buscó más follaje. Las cosas adquirían mejor aspecto. Si algunos de ellos llegaban a ser ciudadanos, podrían proteger al resto. Quizá la Tribu de Quinn había encontrado un hogar…
—Tres grupos, y todos han ido hacia abajo. Las huellas están muy borrosas —dijo la apagada voz del piloto. El mac colgaba detrás del hombro de Patry, el Jefe del Pelotón, apuntando con el arco a la jungla—. ¿Vais a ir tras ellos?
—¿Cuántos individuos componen los grupos?
—Tres y tres y un grupo mayor. El grupo mayor es el primero. Probablemente no los atraparás.
En las manos de los hombres de Patry una masa de verdor se alzaba desde un soporte y flotaba libremente. Patry informó:
—Hemos descubierto dónde están enterrados. De acuerdo, vamos a ir tras ellos. —Se unió a los hombres que esperaban—. Mark, toma el control. El resto de vosotros, seguidme. Hay que rodear la pelusa amarilla, son helechos venenosos.
Mark era un enano, el único hombre del Árbol de Londres que podía vestir la antigua armadura, y el único posible custodio de la pistola escupidora. Diez años antes, había estado bajo vigilancia por atemorizarse en un ataque, hasta que consiguió ganar confianza en su invulnerabilidad. Los hombres le habían llamado Diminuto hasta que el mismo Patry tuvo que tomar cartas en el asunto sobre aquel tema. Mark había nacido para vestir la armadura. Había aprendido a usarla a la perfección.
Trepando, dejó atrás varios arbustos, con toda la infantería del Árbol de Londres a sus espaldas.
La agonía era real, situada por encima de la rodilla de Clave, pero esparciéndose como en relámpagos por todo su cuerpo. El descanso aparecía y desaparecía intermitentemente. Estaba siendo remolcado a lo largo de un túnel. Los extractos de plantas del Científico no tardarían en eliminar el dolor. ¿Pero no habían muerto las plantas durante la sequía? Y… el árbol se había evaporado. No existía ningún Científico, y el Grad carecía de drogas, y el Grad también había desaparecido. Unos pocos supervivientes perseguían al Grad a través de la tenebrosa vegetación. El lamentable remanente de la tribu de Clave se estaba descomponiendo, y no existía ninguna medicina capaz de curar a un hombre injuriado.
Jinny y Minya se detuvieron abruptamente, sacudiéndole la pierna. El dolor gritó en su cerebro. Se habían metido entre las murallas de ramas de los túneles, y Clave daba volteretas en caída libre, abandonado.
Giraba y giraba y su sueño se convirtió en una pesadilla. Se enfrentó a una voluminosa cosa sin cara, plateada. La aparición se alzaba como algo de… ¿metal? Una astilla apuñalaba las costillas de Clave. Se la arrancó. Su mente estaba atontada… ¿sería una espina? La criatura de metal y cristal avanzaba por el túnel abovedado, ignorando a Clave. Los acólitos la seguían, hombres de azul arrastrando un enorme y poco manejable arco.
El dolor se había ido y la realidad se desdibujaba. Después de todo, allí había medicina.
—Estoy viendo que queréis alcanzar al primer grupo —dijo el piloto—. El grupo de vanguardia se ha detenido. El del centro se ha unido a ellos. Quizá tengas que renunciar.
—He enviado a Toby de vuelta con dos copsiks. El tercero tenía una pierna rota, así que lo hemos abandonado. Casi podemos contar con todas nuestras fuerzas. Vamos a ver qué pasa.
—Patry, ¿hay algo fuera de lo normal en tu misión?
Clasificado… oh, ¿qué importaba?
Atrapar algunos copsiks. Cazar algunos pájaros. Recolectar algunas especias. Recoger cualquier cosa científica. —Lo último no era normal. Quizá el Primer Oficial quería que el Científico le debiera un favor. Patry no hizo más comentarios, no con el Aprendiz del Científico escuchando.
—Excelente. ¿Cuántos necesitas? Realmente, no esperarás encontrar ciencia aquí, ¿verdad?
—Hay un grupo grande más lejos. Por lo menos voy a echar una mirada a la situación. —Patry bajó el volumen. Los pilotos solían discutir interminablemente, y Patry quería silencio.
Gavving no había excavado mucho antes de que la cuerda de Jayan le condujera a un túnel abierto a través de la maleza. Empezaron a moverse mucho más deprisa.
A pesar del extraño aroma, Gavving estaba lo bastante hambriento como para probar el follaje. El sabor también era extraño; pero dulce y agradable. Comió un poco más.
De hecho, allí se sentía como en casa. Los dedos de sus pies se hundían en los ramajes y le impulsaban hacia abajo del túnel con un ritmo que reproducía el pasado que todavía recordaba. Gorjeos y graznidos se alzaban de miles de invisibles gargantas. No podían ser pájaros, no a tal profundidad de la espesura; pero cantaban y, si les hacía falta, era probable que volasen. El sonido era el sonido de la infancia de Gavving, antes de que la sequía matara a todas las pequeñas formas de vida que poblaron la mata.
No tuvo que esforzarse mucho para recordar que aquella no era la Mata de Quinn; que seguía a unos enemigos que conocían aquellas espesuras como el propio Gavving conocía su árbol.
Al parecer, Minya no tenía aquel problema. Ella acuchillaba manojos de follaje, pero la mano que utilizaba asía una flecha, y el arco lo llevaba en la otra.
Se movían más deprisa que la cuerda que se deslizaba por encima de ellos. Merril la enrollaba mientras avanzaban. Arrastraba el rollo con el pulgar; utilizaba ambas manos para moverse. Cuando Gavving se dio cuenta, le dijo:
—Déjame que lo haga yo un rato. Come.
—¡Quítame las manos de encima! —Un poco más tarde, quizá lamentando su brusquedad, Merril volvió a hablar—: Necesito las manos para moverme. Tú puedes luchar con las manos. ¿Dónde llevas el arpón?
—A la espalda. Vamos bien mientras Jayan siga tirando de la cuerda —dijo Gavving, e inmediatamente notó que la soga se aflojaba. Tomó su arpón antes de volver a moverse.
Un fantasmal brazo blanco salió despedido de la pared del túnel y le señaló.
Jayan miraba a través de una cobertura de ramaje. Su voz era un ronco y asustado susurro.
—Están por encima de nosotros.
—¿Dónde?
—No lejos. No sigáis por el túnel. Hay una parte larga y recta, luego se hace más amplio. Os verán. Venid a donde yo estoy y así no oirán los ruidos del ramaje al romperse.
La siguieron a través de la espesura.
Jayan había abierto un camino. Por dos veces había tenido que cortar tupidas ramas espinosas. Desde donde estaban pudieron ver, a través de una pantalla de ramaje, como el Grad hablaba con unas misteriosas mujeres.
Estaban inclinadas y tendidas, como exageradas caricaturas de la mujer ideal, o como un nuevo estado de la evolución humana. Parecían relajadas. Y también el Grad. Tenía los pies encadenados a una mano, pero comía follaje, de forma casual, mientras hablaban. El cadáver del pájaro no era más que un montón de huesos.
El aliento de Minya le calentaba el hombro. La mujer susurró:
—Parece como si el Grad estuviera hablando de todo un poco. No puedo oír, ¿tú puedes?
—No. —Había muchos trinos de pájaros… y algún crujido ocasional como alguien moviéndose, haciendo que a Gavving le alegrara oír los trinos. Pero aun a través de los trinos persistía aquel ruido que alguien producía al moverse.
Minya saltó directamente hacia el centro del grupo de misteriosas mujeres, gritando:
—¡Monstruos hechos de materia estelar! ¡Allí!
Gavving saltó tras ella, dispuesto a la lucha. Había apreciado cierta alarma…
Las mujeres misteriosas no dudaron ni un sólo instante. Cinco de ellas saltaron hacia otros túneles y partieron en tres direcciones distintas. La sexta saltó con torpeza. Chocó con el borde de la abertura y se derrumbó desmayada. ¿Tan fuerte se había golpeado?
El Grad se debatía para liberarse la mano. Gavving sintió que algo le picaba en la pierna. Se volvió, dispuesto para luchar.
¿Luchar cómo? ¡Una cosa de cristal y metal! Había hombres tras ella —hombres normales que flotaban libremente, poniéndose de puntillas para mirar y empuñando inmensos arcos que tensaban con las manos. Pero no disparaban. El instrumento científico apuntaba a Minya con un tubo de metal, luego al Grad. El arpón de Gavving fue rechazado por su cara espejeante. Apuntó hacia Gavving y le volvió a picar.
No puedes luchar con la ciencia, pensó Gavving, asiendo su largo cuchillo y saltando hacia el monstruo. A partir de entonces todo fue como un sueño.
—Estáis a mucha profundidad —dijo el piloto—. No tengo lecturas individuales de todos vosotros. Sólo un punto de calor, un grupo de una docena aproximadamente. ¿Estáis juntos con los copsiks?
—Sanos y bien. Aquí tenemos seis copsiks, uno ya lo tenían atado y todo. Vamos a abandonar a uno que no tiene piernas. Eran siete en total. Un grupo se ha escapado a través de los túneles. ¿Puedes localizarlo?
—Sí. Veo que se reúnen de nuevo. Al este de ti hay un punto ceñido y brillante. Yo digo que lo dejemos ya. Mata algunos pájaros comestibles mientras sales.
—Aquí hay algo… tengo un objeto científico, algo que no comprendo. Al menos, medio científico. —Patry, el Jefe del Pelotón, levantó un espejo rectangular que no ofrecía reflejos, un espejo que brillaba con luz propia. Con cierta inquietud pulsó lo que era obviamente un interruptor. Para su tranquilidad, la luz desapareció—. Vosotros estáis bien, nosotros estamos bien. Vamos a salir de aquí.