Viernes, 13 de junio - Miércoles, 18 de junio
Viernes, 13 de junio. 1:50 h
Sankt Pauli (Hamburgo)
El bajo vibraba implacable. Las luces estroboscópicas iluminaban a los cuatrocientos cuerpos sudados que se contorsionaban como una sola criatura con cada compás del ritmo de la música. Ella se apretó a él como si ambos fueran a la deriva en aquel océano de humanidad. Su lengua probó la boca de ella, y sus manos exploraron su cuerpo. Ella apartó los labios de los suyos, los acercó a su oreja y le gritó algo que quedó ahogado por la música ensordecedora. Él sonrió y asintió vigorosamente, indicando la salida con un par de movimientos de cabeza. Se apartó de ella, todavía cogiéndole las manos y sonriendo, y la guió a través de la multitud hacia la salida de la discoteca. Dios mío, qué guapo era. Y qué sexy. Tenía la camiseta empapada en sudor y se le marcaban las líneas duras de los músculos. Era alto y esbelto; tenía el pelo oscuro y lacio y los ojos de un verde increíble. Lo deseaba. Lo deseaba muchísimo.
Entrar en contacto con el aire fuera de la discoteca fue como sumergirse en una piscina. Los porteros ni siquiera miraron en su dirección cuando salieron, aún cogidos de la mano. La calle estaba en silencio, sólo se oía la vibración apagada de la discoteca, y ella se detuvo un momento; el aire fresco y el efecto decreciente del éxtasis que había tomado hicieron que de repente se volviera más cautelosa. Después de todo, ni siquiera sabía cómo se llamaba. Él percibió la resistencia de su cuerpo y se acercó a ella. Esbozó una sonrisa atractiva, mostrando unos dientes perfectos que brillaban como la porcelana bajo las farolas.
– ¿Qué pasa, nena? -Por primera vez, oyó su voz con claridad. Tenía un poco de acento.
– Tengo sed. Antes me he tomado una pasti. No quiero deshidratarme.
– Pues vamos a mi casa a refrescarnos. En el coche tengo agua. Está a la vuelta de la esquina. Vamos. -La cogió con firmeza del brazo.
Su coche era un Porsche nuevo plateado y de líneas elegantes, y cayeron sobre él, entrelazándose de nuevo. Ella se apartó.
– Tengo mucha sed… Quizá deberíamos volver…
Él desactivó la alarma, buscó algo dentro del coche, y sacó dos botellas de medio litro de Evian. Desenroscó la tapa de una de ellas y se la pasó, y él bebió de la segunda. Ella cogió el agua y tragó con avidez.
– Está salada -dijo.
Él le recorrió el cuello con la lengua, desde el tirante de la camiseta hasta el lóbulo de la oreja.
– Tú también.
De repente, se sintió mareada y se desplomó sobre el coche. Él se movió con rapidez y la cogió, colocando las manos debajo de los brazos de la chica.
– Calma… -dijo solícitamente-. Será mejor que te sientes. -La guió hasta la puerta abierta del coche. Ella miró a un lado y a otro de la calle y luego a sus ojos. Habían cambiado: seguían teniendo el mismo verde increíble, pero ahora brillaban con vacía frialdad.
Sin embargo, ella no tenía miedo.
Viernes, 13 de junio. 11:50 h
Alsterarkaden (Hamburgo)
Fabel se había marchado del Präsidium justo después de la reunión informativa. Habían revisado los progresos que habían hecho en el caso durante la semana anterior: ninguno. Klugmann aún no había aparecido, y como ex policía, sabría cómo seguir desaparecido; las pistas del último asesinato se habían enfriado y seguían sin conocer la identidad de la chica muerta; parecía incluso que el eslavo de ojos verdes de Fabel se había marchado de la escena del crimen y había desaparecido en la noche. Aparte del hecho de que Dorn hubiera dado un nombre y una procedencia al rito de la barbaridad de este asesino, no estaban más cerca de atraparlo. Fabel también estaba muy preocupado por Mahmoot, con quien todavía no había logrado contactar. Era bien sabido que localizar a Mahmoot era difícil, pero tenía que saber que no devolver las llamadas de Fabel dispararía todas las alarmas.
Fabel no era el único policía de Hamburgo que estaba desorientado. Casi todos los agentes de la ley de la ciudad estaban nerviosos porque la guerra entre bandas no había estallado. No se habían producido represalias por el asesinato de Ulugbay. De hecho, parecía que no había habido ningún episodio de violencia entre bandas, lo cual en sí mismo era algo muy extraño. El Präsidium aún era un hervidero de personal del BND y del LKA7, pero la intensidad cargada de adrenalina se había convertido en una prontitud intranquila y frustrada.
Aquel caso había comenzado a absorber la luz de la vida de Fabel. No era el primero que lo hacía, y Fabel sabía que no sería el último. Era como abrirse paso a machetazos por una jungla espesa, atravesando la maleza tenaz, sólo para ver que ésta se había cerrado detrás de él, obstruyendo el camino de regreso al exterior, a su vida y a su mundo, poblado de gente a la que quería. La única solución era seguir adelante, abriéndose camino hasta llegar a la luz.
Fabel llamó a Gabi, su hija. Habían planeado que pasaría el fin de semana con él, pero éste le explicó que tendría que trabajar como mínimo una parte del fin de semana. Odiaba tener que renunciar a su preciado tiempo con Gabi, pero, como siempre, ella lo había entendido. Renate, la ex mujer de Fabel, había reaccionado menos positivamente; su tono por teléfono transmitía una buena dosis de ácida resignación
En lugar de coger el coche, Fabel paró un taxi para que lo llevara al Alsterarkaden. Como el sol brillaba y no corría la brisa -algo poco habitual en Hamburgo-, fuera hacía un calor agradable. Igual que siempre, los soportales estaban repletos de compradores, y Fabel se abrió camino esquivando a la multitud con una determinación pausada. Su objetivo era la Jensen Buchhandlung, la librería de un amigo de Fabel de la universidad, Otto Jensen.
A Fabel le encantaba aquella librería. Otto había invertido en el más elegante de los diseños de interiores minimalistas -limpio, con estanterías y mesas de haya e iluminación intensa-, casi seguro que a instancias de su mujer Else, infinitamente más organizada y preocupada por el estilo. Otto, sin embargo, era un caos andante: una maraña de brazos y piernas desgarbada de un metro noventa de altura que siempre andaba tirándolo todo o al que continuamente se le caía de los brazos demasiado cargados una cascada de libros y papeles. Había libros amontonados en todas las superficies; las revistas se apilaban en el suelo o sobre el mostrador. Sin embargo, la variedad de títulos era increíble, y el desorden hacía de cada visita un viaje de descubrimiento. De algún modo extraño, la confusión caótica era el idioma más puro del bibliófilo. Era un idioma que Fabel hablaba.
Cuando Fabel entró, vio a Otto sentado detrás del mostrador. Tenía un libro en el regazo, los codos en las rodillas y la cabeza entre las manos. Era una pose que Fabel asociaba con Otto desde sus días de universidad; una postura que a Fabel le hacía pensar que Otto se escondía tras sus extremidades desgarbadas para formar una jaula, aislándose del mundo exterior y comprometiéndose exclusivamente con el universo que existía entre las cubiertas del libro que estuviera leyendo en aquel momento.
Fabel se acercó al mostrador y apoyó los dos codos en una pila de libros. Otto tardó un par de segundos en darse cuenta de que había alguien.
– Lo siento… ¿Puedo ayudarle…? -La pregunta terminó en una gran sonrisa-. Vaya, vaya, vaya…, pero si es un representante de la ley y el orden…
Fabel sonrió.
– Hola, desastre.
– Hola, Jan. ¿Cómo estás?
– Regular. ¿Y tú?
– Jodido. Tengo una tienda llena de personas que buscan hasta que encuentran lo que les gusta, y luego se van a casa y lo piden a un minorista de precios rebajados de internet. Y el alquiler de este local es astronómico. Es el precio que hay que pagar por estar en una zona de moda, según Else.
– ¿Cómo está? -preguntó Fabel-. ¿Aún no se ha dado cuenta de que es demasiado buena para ti?
– Qué va, si me lo recuerda todo el día. Al parecer, debería estarle eternamente agradecido por haberse compadecido de mí. -Otto esbozó su sonrisa de idiota.
– Y tiene razón. ¿Te ha llegado mi pedido?
– Sí. -Otto se agachó debajo del mostrador y buscó un instante. Se oyó el sonido de unos libros que caían al suelo-. Un segundo… -dijo Otto. Fabel sonrió. El viejo Otto: no cambiaría nunca.
Otto reapareció dramáticamente y soltó una pila de libros en el mostrador.
– ¡Aquí lo tenemos! -Arrancó la hoja amarilla del pedido de debajo de la cinta elástica que envolvía los volúmenes-. Todo autores ingleses…, todos en sus versiones originales inglesas. -Otto miró a Fabel-. Una lectura ligerita, ¿no? ¿Cómo se me ha podido olvidar que eras tan anglófilo?… Claro, tu madre es inglesa, ¿verdad?
– Escocesa… -le corrigió Fabel.
– ¡Eso lo explica todo! -Otto se dio un manotazo en la frente con un gesto dramático.
– ¿El qué?
– ¡Por qué nunca pagas tú cuando vamos a comer!
Fabel se rió.
– No es porque sea medio escocés; es porque soy frisio. Además, esta vez te toca pagar a ti. El último día pagué yo.
– Una mente tan brillante -dijo Otto en tono meditativo-, y una memoria tan mala… Ah, por cierto, tengo un regalo para ti. -Buscó de nuevo debajo del mostrador. Añadió una obra de referencia a la pila-. Alguien de la universidad lo pidió y no ha venido a recogerlo. Es un diccionario de apellidos británicos. Y pensé: ¿qué clase de aburrido sin vida propia me lo quitaría de las manos?… ¡Y pensé en ti!
– Gracias, Otto… Creo. ¿Qué te debo?
– Ya te lo he dicho, es un regalo. ¡Disfrútalo!
Fabel volvió a darle las gracias.
– Otto, ¿tienes algo sobre religión escandinava antigua?
– Claro. Aunque no te lo creas, hay bastante demanda.
– ¿En serio? -dijo Fabel con incredulidad.
– Sí. Odinistas, principalmente.
– ¿Odinistas? ¿Quieres decir que todavía hay gente que profesa esa religión? -Una leve corriente eléctrica recorrió la piel de Fabel.
– Asatru…, creo que la llaman. O simplemente odinismo. Tipos inofensivos, supongo. Bueno, un poco tristes, la verdad.
– No tenía ni idea -dijo Fabel-. ¿Y dices que por aquí vienen muchos?
– Un par de raritos. Raritos de verdad. Aunque hay un tipo que ha venido una o dos veces que no parece un bicho raro o un hippy.
Alguien intensificó la corriente que recorría la piel de Fabel.
– ¿Cuándo vino por última vez?
Otto se rió.
– ¿Me está interrogando la policía?
– Por favor, Otto, podría ser importante.
Otto reconoció la seriedad en el rostro de su amigo.
– Hará un mes, creo. Puede que haya venido alguna vez desde entonces, pero no lo he atendido yo.
– ¿Qué compró?
Otto frunció la frente ancha al concentrarse. Fabel sabía que, a pesar de que exteriormente Otto era un caos, su mente era un superordenador de títulos de libros, autores y editoriales. El fruncido desapareció: procesamiento de datos completado.
– Te lo enseño. Tenemos otro ejemplar.
Fabel siguió a Otto hasta la sección New Age y Ocultismo de la tienda. Otto cogió un volumen grueso del estante y se lo dio a Fabel. Se titulaba Adivinación por runas: ritos y ceremonias de los vikingos. Era evidente que no se trataba de un tomo académico, sino que iba dirigido a un público más amplio. Fabel abrió el libro por el final y examinó el índice. Había una entrada para el Águila de Sangre. Echó un vistazo al texto, que dedicaba una página y media al ritual.
– Otto, necesito el nombre de este cliente. O al menos, una descripción
– Será fácil. Creo que no tengo su dirección o algo parecido: la verdad es que nunca ha pedido ningún libro. Puedo mirar a ver si encuentro un resguardo de su tarjeta de crédito o algo así. Pero, como te he dicho, recordar el nombre es fácil. Hablaba alemán a la perfección, tenía sólo un ligerísimo acento, pero el apellido era británico o estadounidense: John Mac-Swain.
Viernes, 13 de junio. 15:45 h
Rotherbaum (Hamburgo)
Al menos, había tenido la cortesía de informar de sus intenciones a Kolski, de la Abteilung Organisierte Kriminalität. Fabel vio que la idea no le hacía mucha gracia; pero la información que le llegaba de la división de crimen organizado no era muy fluida precisamente, y se sentía con toda la libertad del mundo para llevar su investigación más allá de los límites de su departamento.
Fabel era consciente de que estaba mirando una propiedad de tres millones de euros. La casa de tres pisos que Mehmet Yilmaz tenía en Rotherbaum estaba, irónicamente, a sólo diez minutos del piso de Fabel. Su fachada Jugendstil modernista ofrecía una elegancia convincente a la calle flanqueada por árboles. Era una de las cinco casas que estaban en fila; cada una igual de inmensa en cuanto a tamaño, igual de sólida en cuanto a presencia, y totalmente distinta en cuanto a estilo: bauhaus descansaba al lado del art déco y del neogótico.
Fabel esperaba que le abriría la puerta un matón turco de bigote de escoba. No fue así: un ama de llaves joven y atractiva con el pelo rubio corto pero brillante le preguntó educadamente quién era y a quién quería ver, y condujo a Fabel por un vestíbulo de piedra pulida hasta una gran sala de recepción redonda. Era el centro de la casa; el techo de la habitación llegaba hasta arriba y estaba coronado por una cúpula cuya claraboya de cristal de colores circular veteaba el suelo de pinceladas de color. Desde algún rincón lejano de la casa, Fabel oyó que un piano dejaba de sonar y las risas de unos niños.
Había un par de pilas de libros encuadernados en piel sobre la enorme mesa de nogal redonda que ocupaba el centro de la sala de recepción. Fabel acababa de coger uno, una segunda edición de Las desventuras del joven Werther, de Goethe, cuando entró un hombre alto, delgado y bien afeitado de unos cincuenta años. Tenía el pelo medio castaño y canoso en las sienes.
– Hemos hablado por teléfono, Herr Kriminalhauptkommissar. ¿Quería usted hablar conmigo? -le preguntó Mehmet Yilmaz, con un alemán sin rastro alguno de acento turco.
Fabel se dio cuenta de que aún tenía el Goethe en la mano.
– Vaya, lo siento… -Dejó el libro en la mesa-. Está en un estado magnífico. ¿Es coleccionista?
– Pues la verdad es que sí -contestó Yilmaz-. De los románticos alemanes, del Sturm und Drang, esa clase de libros. Siempre que puedo, siempre que puedo permitírmelo, me gusta elegir primeras ediciones.
Fabel no sonrió; en este ambiente, resultaba difícil imaginar que a Yilmaz no le alcanzara para pagar algo. El turco se acercó a la mesa y cogió otro libro, un volumen más pequeño con las tapas color borgoña intenso.
– Theodor Storm, El jinete del caballo blanco; una primera edición y mi última adquisición. -Le entregó el libro a Fabel. La piel borgoña era suave y blanda, casi cálida. Era como si pudiera palparse su edad; como si las yemas de los dedos de Fabel rozaran todas las otras yemas que habían tocado el libro a lo largo del siglo pasado.
– Es precioso -dijo Fabel con absoluta sinceridad. Le devolvió el libro-. Siento molestarle en su casa, Herr Yilmaz, y le agradezco que me haya recibido avisándolo con tan poco tiempo. Pero he pensado que sería un poco menos formal… Me gustaría hacerle unas preguntas sobre un caso en el que estoy trabajando.
– Sí, eso es lo que me ha comentado por teléfono. ¿Está seguro de que no tendría que ser más formal? En concreto, ¿que mi abogado estuviera presente?
– Eso, por supuesto, depende de usted, Herr Yilmaz. Pero quiero dejarle claro que no he venido a hablar con usted porque lo considere sospechoso, sino simplemente porque quizá pueda proporcionarme información útil. Por cierto, Herr Yilmaz, antes de que sigamos, quería transmitirle mis condolencias por la muerte de su primo.
Yilmaz se acercó hacia una mesa de café y dos sillones de piel que había junto a la pared.
– Por favor, Herr Fabel, siéntese. -El ama de llaves rubia entró con una cafetera. Sirvió dos tazas y se marchó-. Gracias, Herr Fabel. No es habitual que un policía de Hamburgo me trate con tanta… educación. Es triste, pero Ersin siempre fue muy… impetuoso, diría yo. Bueno, haga sus preguntas, y haré lo posible por ayudarle. ¿De qué caso se trata? Por teléfono me ha dicho que quería hablarme de Hans Klugmann. Ya he hablado con sus colegas Herr Buchholz y Herr Kolski. Les dije que no tengo ni idea de dónde está.
Fabel comprendió que a Kolski le molestara esta visita a Yilmaz: ¿qué hacían ellos buscando a Klugmann?
– Sí. Pero no es el mismo caso. Yo investigo el asesinato de una joven prostituta a la que Klugmann alquilaba un piso. Sólo la conocemos por Monique.
Yilmaz bebió un sorbo de café sin dejar de mirar a Fabel. No mostró ningún tipo de reacción al oír el nombre. Ni un parpadeo. Nada.
– ¿Trabajaba Monique para usted? -preguntó Fabel-. ¿Aunque fuera indirectamente, a través de Klugmann?
– No, Herr Fabel, no trabajaba para mí.
– Escuche, Herr Yilmaz, no me interesan en absoluto ni su negocio ni sus otras actividades. Lo único que intento es atrapar a un asesino en serie antes de que vuelva a matar. Todo lo que me diga es extraoficial.
– Se lo agradezco, Herr Fabel, y se lo reitero: esta chica no trabajaba para mí ni directa ni indirectamente. Me dedique a lo que me dedique, mi negocio no son las prostitutas callejeras baratas…
– ¿Es posible que Klugmann le hiciera de chulo por su cuenta?
– Es posible. La verdad es que yo no lo habría sabido. Klugmann no es uno de mis hombres, aunque sus colegas de la división de crimen organizado del LKA7 insistan en que sí.
– Tiene que admitir que alguien con su historial laboral sería muy útil para su organización.
– Herr Hauptkommissar, hemos sido sinceros el uno con el otro hasta ahora. Con el mismo espíritu de franqueza, le diré algo, y como dice usted, extraoficialmente. Klugmann es alguien que vive al margen de la sociedad. Tiene razón, sus antecedentes especiales lo convierten en alguien muy útil, pero nadie de nuestro lado ha confiado nunca plenamente en él. Siempre hay dudas en torno a un ex policía. -Yilmaz bebió un sorbo de café-. Mi primo Erin utilizaba a Klugmann como autónomo, pero eso es todo.
– Entonces, ¿cómo se gana la vida?
– Mi organización no es el único negocio de la ciudad, Herr Fabel. Además, trabajaba de forma regular como subdirector de uno de nuestros clubes, el Paradies-Tanzbar. Todo bastante legal. -Yilmaz esbozó una media sonrisa y bebió otro sorbo de café-. Bueno, casi.
– Creemos que en el piso de la chica había una cámara de vídeo escondida. Desapareció junto con las cintas. Usted dice que no tiene ningún negocio de prostitutas que hagan la calle. Bueno, yo no colocaría a esta chica en esa categoría. Era una puta de alto standing. ¿Qué me dice del chantaje? ¿Se dedica a ese negocio?
Sentado en el sillón de piel, la postura de Yilmaz se volvió más tensa.
– Me estoy empezando a cansar con todo esto, Herr Fabel. Ya le he dicho que no sabía de la existencia de esta chica, ni mucho menos de los planes que tuvieran ella y Klugmann. -Hizo una pausa, se recostó en el sillón y relajó su postura-. Mire, voy a explicarle algo. Llevo más de media vida viviendo en este país. Cuando llegué aquí, descubrí muy deprisa que sólo algunas puertas estaban abiertas a los Gastarbeiter turcos. La persona que me abrió una puerta fue Ersin, mi primo. Trabajé durante veinte años en su organización o vinculado a ella. Durante los últimos diez años he ido legalizando aquellas actividades que estaban bajo mi control. Ahora que Ersin ha muerto, yo controlo todo el negocio y lo estoy legalizando.
– Pero seamos sinceros, usted sigue siendo responsable de una parte enorme del negocio de las drogas de Hamburgo…
– Espero que no quiera sacarme una confesión -dijo Yilmaz con frialdad-. Sé que Buchholz me considera una especie de Al Capone turco, y admito con total libertad que he infringido y que continúo infringiendo la ley, pero soy un criminal más por casualidad que porque lo tuviera planeado. Aunque parezca mentira, soy un hombre de una gran moralidad, pero para mí la ley puede ser algo muy distinto a lo correcto y a la justicia. A veces creo que lo que más irrita al Hauptkommissar Buchholz es que un turco y delincuente, como él me ve, pueda conseguir de golpe lo que él lleva años intentando hacer: borrar del mapa la organización criminal Ulugbay. Admito que Ersin consideraría la posibilidad del chantaje, sobre todo si podía ejercer influencia en la víctima además de sacarle dinero. Pero yo no.
Yilmaz se puso en pie de repente y se dirigió hacia la chimenea de mármol ornamentado. Cogió un marco plateado con una fotografía y se lo llevó a Fabel. Era una foto de un chico sonriente, de unos catorce años. La suavidad infantil de su rostro ya estaba desapareciendo para revelar la misma mandíbula pronunciada que Yilmaz.
– ¿Es su hijo?
– Sí. Johann. Un nombre alemán para un futuro alemán. Sólo habla un poco de turco y con un acento alemán muy fuerte. Su identidad tiene que estar en este país, Herr Fabel. Me estoy asegurando de que cuando se haga cargo del negocio familiar, éste sea un negocio limpio. Un negocio legal. Un negocio alemán.
Fabel le devolvió la fotografía
– Le creo, Herr Yilmaz. Pero mientras tanto, sigue vendiendo drogas a los niños y luchando en guerras callejeras con los ucranianos.
El rostro de Yilmaz se tensó.
– No hay ninguna guerra con los ucranianos. Todo eso ha acabado.
– Pensaba que ellos eran los principales sospechosos del asesinato de su primo.
Algo parecido a una sonrisa irrumpió en el rostro de Yilmaz, pero sus ojos oscuros brillaron con frialdad y permanecieron clavados en Fabel.
– Herr Fabel, ¿quiere que le diga lo que pienso de usted?
Fabel se quedó un poco sorprendido, pero se encogió de hombros.
– De acuerdo. Adelante.
– Es usted policía. Un policía honesto y franco, creo yo. Es obvio que es un hombre inteligente, pero la forma que tiene de ver su función es simplista. De hecho, usted no la llamaría función, sino deber. Considera que su trabajo es proteger a los inocentes y atrapar a aquellos que les harían daño. A gente como yo. O a psicópatas u otras personas malas que rebasan la concepción simple del bien y del mal. Y para usted, la ley lo es todo. Es su escudo, el escudo con el que proteger a los demás.
– ¿Y cree que es una visión equivocada?
– Yo he dicho simplista. Es un daltonismo moral. Para usted, las fuerzas de la ley son las fuerzas del bien, mientras que las personas como yo somos el mal. Algunos de sus compañeros, sin embargo, son más conscientes de las sombras que hay en medio. A veces ellos son las sombras que hay en medio.
– ¿Está usted diciendo que hay agentes de policía implicados en la muerte de Ulugbay?
– Herr Fabel, lo que digo es que ahí fuera pasan un montón de cosas que alguien como usted está muy lejos de poder comprender. Y con el máximo respeto, creo que debería quedarse al margen. -Yilmaz se puso en pie-. Siento no poder ayudarle en su investigación.
Fabel dejó la taza de café en la mesa antigua.
– Herr Yilmaz, ahí fuera hay un monstruo. Está arrancando los pulmones a las mujeres, literalmente. Necesito toda la ayuda que pueda conseguir para detenerlo. Si hay algo que pueda decirme…
– Mentir a la policía es una habilidad que he ido afinando a lo largo de los años. Pero en este caso, le aseguro que le estoy diciendo la verdad. No sé nada de esta chica o de los planes que Klugmann tuviera con ella. -Yilmaz hizo una pausa, como si sopesara algo-. Haremos una cosa, pondré a alguna de mi gente a investigarlo. Quizá tengan acceso a fuentes que no hablarían con la policía. Y, por supuesto, nosotros podemos ser más… bueno, directos en nuestra forma de enfocar el tema. Le prometo que si descubrimos algo, se lo comunicaré.
Yilmaz acompañó a Fabel a la puerta. Al salir, Fabel se volvió hacia él.
– Lo que no entiendo es que si tantas ganas tiene de legalizar su negocio, ¿por qué no pone fin a sus actividades ilegales ya, en lugar de irse retirando paulatinamente?
Yilmaz se echó a reír.
– Pregunte a cualquier gestor de negocios: la diversificación tiene que estar financiada y apoyada por un negocio básico sólido. Una vez que la facturación de mis operaciones diversificadas (sobre todo de la rama constructora e inmobiliaria) haya igualado la del negocio básico, tendré la seguridad que necesito para legalizar totalmente mis actividades. -Cruzó el umbral de la puerta principal con Fabel, se dio la vuelta y contempló la casa.
– ¿Le gusta mi casa, Herr Fabel?
– Sí. Es impresionante.
– Fue construida en los años veinte. El arquitecto que la diseñó fue responsable de varias fincas de Rotherbaum. Era el arquitecto alemán de mayor reputación y con una de las carreras más prósperas de Alemania. Un hombre rico, respetado y de éxito por derecho propio. -Yilmaz se volvió hacia Fabel-. También era judío. Murió en el campo de concentración de Dachau. Como le he dicho, Herr Fabel, yo hago una distinción entre lo que es legal y lo que es moral, y mi forma de entender el concepto de lo alemán tiene un límite. Si bien albergo esperanzas para mi hijo, sé que yo siempre seré un extranjero. Y por eso sigue habiendo un elemento «alternativo» en mis actividades empresariales. Adiós, Herr Fabel. Y suerte en su búsqueda.
Fabel llamó a la Mordkommission desde el coche. Había puesto a Maria tras la pista de ese tal John MacSwain que había mencionado Otto. No resultaría difícil encontrar un nombre tan particular como ése en Hamburgo, e irían más rápidos si se encargaba Maria que si esperaban a que Otto revisara sus papeles. Fabel habló con Werner, quien le comentó que tenían una dirección de John MacSwain en Harvestehude, pero que aún no disponían de más información sobre él.
– Tengo otra cosa extraña para ti, jefe -dijo Werner-. He recibido una llamada de un tal Hauptkommissar Sülberg de Cuxhaven. Quiere que lo llames urgentemente. Tiene un par de casos de violación múltiple en forma de ritual. Ha pensado que podrían estar relacionados con tu asesino en serie. Ah, y esa periodista, Angelika Blüm, ha intentado ponerse en contacto contigo de nuevo.
– De acuerdo, voy para allá. -Fabel cerró la tapa del móvil y se lo guardó en el bolsillo. Al encender el coche, vio a una chica guapa por el retrovisor exterior. Estaba subiéndose a un coche aparcado más abajo. Tenía el pelo corto, abundante y de un rubio iridiscente, e irradiaba una juventud ágil. No sabía exactamente de qué le sonaba.
La voz al otro lado del teléfono era cálida y modulada, y detrás del alemán estándar había un rastro de los mismos tonos Plattdeutsch con los que Fabel había crecido. No llevaban mucho rato hablando cuando Fabel se dio cuenta de que detrás del agradable tono provincial había una inteligencia perspicaz.
– Y usted cree que podría existir una relación entre estos ataques y los asesinatos que estoy investigando. ¿En qué se basa, Hauptkommissar Sülberg? -preguntó Fabel.
– Podría ser impreciso y decirle que es una corazonada. Pero hay una base para esta corazonada. Tengo a dos chicas en el Stadtkrankenhaus; una está ingresada, y la otra, en el depósito de cadáveres.
– ¿Asesinada?
– No…, o al menos no de forma directa. Pero estoy tratando el caso como homicidio sin premeditación. Tanto a la chica muerta como a la que está ingresada en el hospital les administraron un hipnoalucinógeno sin que se dieran cuenta.
– ¿La droga de las citas con violación?
– Es lo que indican los análisis. A las dos las ataron por las muñecas y los tobillos y sufrieron abusos siguiendo algún tipo de ritual. Leí los detalles de sus dos asesinatos en el dossier del Bundeskriminalamt y vi ciertos paralelismos. Anoche nuestra segunda víctima se quedaba en casa de una prima suya en Hamburgo. Conoció a un tipo en una discoteca de Sankt Pauli que le ofreció una botella de agua mineral, y cree que podía contener algún tipo de droga. Así que, según esto, la escena principal del delito se sitúa en su jurisdicción.
Fabel sonrió. Aquel poli pueblerino sabía hacer su trabajo.
– ¿Qué le hace pensar que hay un componente de ritual en todo esto?
– Como sabe, estas drogas provocan una fuerte amnesia, pero entre laguna y laguna la víctima recuerda vagamente haber estado atada a una especie de altar. Dice también que cree que había una especie de estatua.
– Gracias por llamar, Herr Sülberg. Creo que merece la pena estudiarlo. Tengo a una psiquiatra forense trabajando conmigo en este caso, la doctora Eckhardt. ¿Le importa que venga conmigo?
Sülberg no puso ninguna objeción y concretaron una hora para verse al día siguiente.
Viernes, 13 de junio. 19:30 h
Harvestehude (Hamburgo)
Para Fabel, había momentos críticos cuando interrogaba a sospechosos o preguntaba a testigos: milésimas de segundo en que las reacciones de la gente eran espontáneas y naturales; en que ni siquiera había tiempo para recurrir a la tapadera más ensayada. Uno de esos momentos era cuando la policía llama a tu puerta sin previo aviso. El contacto oficial con la policía era una excepción en la vida del ciudadano medio, y cuando un agente llama a la puerta, el ciudadano medio reacciona de diversas formas. La alarma es la más común: uno cree que la visita de la policía se debe a una mala noticia, normalmente la muerte de un pariente. Como mínimo, se cree que el hecho de que un agente de policía llame a la puerta de uno es señal de que algo va mal, de un delito o un accidente, y la reacción suele ser una combinación de intranquilidad y queja que se expresa abriendo mucho los ojos.
John MacSwain se equivocó en todo. Cuando Fabel y Werner le mostraron sus placas ovales, MacSwain sonrió con la mayor naturalidad, se hizo a un lado y les invitó a entrar.
Por segunda vez aquel día, Fabel se encontró en una casa que estaba muy lejos de sus posibilidades económicas. El apartamento de MacSwain era enorme, y la decoración y los muebles eran caros. Tenía un gusto exquisito. MacSwain era un hombre de casi treinta años, alto, de pelo oscuro y llevaba ropa informal pero cara. Tenía el atractivo musculoso y masculino de un actor de cine. Fabel advirtió que su rasgo más llamativo eran los ojos, que eran de un color esmeralda claro y no eran distintos de los del eslavo que había visto aquella noche por fuera de la escena del crimen. La forma del rostro, sin embargo, era totalmente distinta.
MacSwain los condujo hasta una enorme sala de estar abierta con el suelo de haya pulida. Bajaron unos escalones y llegaron a una zona de descanso que quedaba hundida, donde MacSwain se recostó con elegancia en uno de los dos enormes sofás. Con un gesto de la mano, les indicó que ocuparan el otro sofá.
– ¿Qué puedo hacer por ustedes, caballeros? -El alemán de MacSwain era perfecto y casi no tenía acento.
Fabel sonrió y habló en inglés.
– Veo que no es usted alemán. ¿Es inglés? ¿O quizá estadounidense?
MacSwain pareció sorprendido.
– En realidad, soy escocés… Su inglés es excepcional, Herr…
– Fabel. Kriminalhauptkommissar Fabel. En realidad, yo también soy medio escocés. Recibí una parte de mi educación en Inglaterra.
– Asombroso. -Pareció que los ojos verdes de MacSwain buscaban algo en Fabel-. ¿Qué puedo hacer por usted, Herr Fabel?
– Estamos investigando un caso, un homicidio, en el que la forma de matar tiene visos de ritual. Éste, creemos, puede estar relacionado con la mitología escandinava, con el odinismo o As… -Fabel intentó recordar el nombre que había mencionado Otro.
MacSwain ayudó a Fabel.
– Asatru. Significa «creer en los aesir». O si quiere hablar correctamente y con propiedad de verdad, Forn Siar, que significa el «camino antiguo».
– Gracias, sí, Asatru. Nos han informado de que es usted una especie de experto en la materia, así que nos preguntábamos si podría ayudarnos proporcionándonos información sobre estas creencias.
MacSwain mantuvo clavados sus ojos verdes en Fabel, sin decir nada, unos momentos antes de contestar.
– Herr Fabel, yo soy asesor en tecnología de la información, no sumo sacerdote odinista.
– Pero ¿le interesa el tema?
– Me interesan muchos temas. El ocultismo es uno de ellos. No soy miembro de ningún colectivo Asatru, ni nada por el estilo. De todos modos, ¿no sería mejor que recurrieran a una fuente más fidedigna para obtener información al respecto? Al departamento de historia medieval de la universidad, por ejemplo.
– Ya estamos investigando por ese lado. Mientras tanto, necesitamos toda la ayuda que podamos conseguir.
Werner tosió de manera audible y artificial. Fabel captó el mensaje: llevaban todo el rato conversando en inglés.
– Lo siento. -Fabel se pasó al alemán-. Creo que deberíamos hablar en alemán por respeto al Oberkommissar Meyer.
– Por supuesto. ¿Dice que se trata de una investigación por asesinato?
– Sí. Las víctimas han sido asesinadas de un modo que es casi idéntico al ritual vikingo del Águila de Sangre. -Fabel observó el rostro de MacSwain. La única emoción que denotó fue interés.
– ¿Les han arrancado los pulmones o les han grabado el contorno de un águila en la espalda?
– No sabía que hubiera dos métodos.
MacSwain se levantó y se dirigió a una gran biblioteca que iba del suelo al techo y que era de haya, igual que el suelo pero sin pulir. Funcionaba como una especie de separador del espacio abierto. Cogió dos libros: uno era el que Fabel había visto en la tienda de Otro. O bien MacSwain fingía estar relajado, o no tenía nada que esconder.
MacSwain pasó las hojas del otro volumen hasta que encontró lo que estaba buscando.
– De hecho, existe la posibilidad de que no se llevara a cabo ninguna de las dos formas del ritual.
– ¿Ah, no?
– Algunos historiadores creen que la historia del Águila de Sangre era una forma de propaganda negativa que inventaron las víctimas de los asaltos vikingos. Los testimonios históricos recogen algunos ejemplos, pero suelen discrepar… Algunos dicen que se evisceraba a las víctimas, mientras que otros afirman que se recortaba un águila de la carne de la espalda del sacrificado. Y que esté escrito no quiere decir que los relatos sean ciertos.
– ¿Qué me dice de Asatru? No creo que tenga muchos seguidores.
MacSwain esbozó una sonrisa perfecta.
– Pues se equivoca, Herr Fabel. Asatru es muy popular últimamente. En Estados Unidos tiene muchos seguidores. Oficialmente está clasificada como una religión neopagana. Ahora es una versión muy aséptica, pero Hitler incorporó una buena parte de su mitología y su simbolismo al nazismo. Para serle sincero, lo han metido en el cajón de sastre de la New Age junto con el budismo, el chamanismo de los nativos americanos, el wicca y todos los demás.
– ¿Sabe de algún culto que opere en Hamburgo?
MacSwain se frotó la barbilla.
– ¿Sospecha que los adoradores de Asatru son los responsables de estos asesinatos? Suelen ser gente New Age inofensiva que se centra en Balder. -MacSwain captó la expresión interrogadora de Fabel-. Una figura parecida a Jesucristo del panteón de los aesir. Una deidad vikinga políticamente correcta. Y en respuesta a su pregunta, sí, lo hay. Se hacen llamar el Templo de Asatru. Se reúnen en un viejo almacén de Billstedt, por lo que he oído.
– Gracias por su ayuda, señor MacSwain -dijo Fabel en inglés, y se levantó del sofá.
Fabel se quedó mirando inexpresivo las puertas del ascensor que los bajaba de nuevo al vestíbulo del edificio de MacSwain.
– Hay algo en este tío que me huele mal. Puede que no tenga nada que ver con estos asesinatos, pero me ha parecido que no le sorprendía que la Kriminalpolizei de Hamburgo llamara a su puerta.
– A veces creo que la mitad de la población de Hamburgo esconde algo -dijo Werner.
– Quiero vigilar a MacSwain. Y quiero un informe completo sobre él.
– ¿Podremos justificar el personal necesario para vigilarlo las veinticuatro horas? Lo único que tienes es una corazonada… Aunque estoy de acuerdo contigo. Estaba demasiado relajado.
– Tú organízalo, Werner. Yo le pediré la autorización a Van Heiden.
Viernes, 13 de junio. 23:00 h
Hamburgo-Harburg (Hamburgo)
La piscina vacía estaba iluminada por el disco brillante de la luna, que quedaba enmarcada en la gran ventana del tejado; la única ventana que, dada su inaccesibilidad, no habían roto los vándalos. El rayo de luz bañaba los azulejos agrietados de la piscina y las paredes. Hacía años que nadie utilizaba la piscina. Lo que se había pensado como un mural alegre, en el que se vieran delfines muy azules y niños con manguitos chapoteando en el agua, tan sólo era visible en las paredes de debajo de la mugre acumulada y las pintadas. Habían roto todas las ventanas del otro extremo de la piscina, y la propia cubeta, sin agua desde hacía mucho tiempo, estaba llena de basura y porquería. Había jeringuillas usadas por todas partes. Alguien incluso había defecado en un rincón.
– Antes éste era un barrio de gente decente y trabajadora. -Quien hablaba era el hombre que estaba en el otro extremo de la piscina, mirando a través de los cristales rotos. Enfocó una linterna en dirección a una puerta doble que ahora sólo tenía una hoja-. Comprueba que no haya nadie…
El más joven de los dos hombres se dirigió hacia la puerta y enfocó la linterna hacia lo que en su día había sido un vestuario.
– Nadie.
El hombre más viejo siguió con su ensimismamiento.
– Salí con una chica que vivía a una manzana de aquí. Incluso la traje aquí un día a bañarnos. -Al hablar, parecía que estuviera reconstruyendo el pasado, que intentara verlo todo como había sido antes, no como era ahora. Regresó al presente. Miró al hombre más joven, que ahora apuntaba con la pistola a la cabeza, cubierta con un saco, de una figura arrodillada en el borde de la piscina y que tenía las manos atadas a la espalda. El hombre más viejo respiró hondo. Cuando habló, lo hizo sin ira, sin malicia, sin emoción-. Mátalo.
El «¡No!» que gritó la figura arrodillada quedó interrumpido por el ruido sordo de la automática silenciada. Perdió la estabilidad y cayó a la piscina.
– Un barrio decente… -dijo el hombre más viejo mientras caminaba hacia la puerta.
Sábado, 14 de junio. 11:00 h
Cuxhaven
Tardaron casi dos horas en llegar a Cuxhaven, pero el viaje fue agradable: era un día cálido y soleado, y el rato en el coche le dio la oportunidad a Fabel de hablar con Susanne, quien se había apuntado de inmediato a la oportunidad de cambiar de escenario. También tuvo ocasión de concretar su cita para cenar. Se habían ido relajando cada vez más en la compañía del otro y ahora compartían una intimidad tácita.
Fabel sólo hizo una parada, cuando se detuvo en el área de descanso de Aussendeich de la que Sülberg le había dado detalles por teléfono. Había un bosquecillo de árboles espesos que no dejaban ver el área de descanso desde la carretera y que la protegían del viento que azotaba las llanuras que la rodeaban. La chica muerta había salido tambaleándose de esa arboleda y se había cruzado en el camino del camión. Fabel recorrió con la mirada el área de aparcamiento. El único coche que había era su BMW, e imaginó que de noche aún sería un lugar más solitario. A la otra chica la habían dejado en la misma carretera, pero a unos veinte kilómetros más atrás en dirección a Hamburgo.
El edificio de siete pisos del Stadtkrankenhaus de Cuxhaven estaba situado en una plaza verde con césped y árboles detrás del Altenwalder Chaussee. Fabel y Susanne fueron conducidos a una sala de espera luminosa con grandes ventanas que daban a unos parterres perfectamente cuidados y a un pequeño césped cuadrado. Llevaban diez minutos esperando cuando se abrió la puerta y entró un agente de la Schutzpolizei bajito y arrugado. Todo su rostro parecía dispuesto alrededor de una sonrisa ancha y sincera.
– ¿Hauptkommissar Fabel? ¿Frau Doktor Eckhardt? Soy el Hauptkommissar Sülberg. -Sülberg les estrechó la mano a los dos y se disculpó porque el doctor Stern no estaría disponible hasta dentro de otros veinte minutos, así que les sugirió que fueran directamente a interrogar a la chica.
Michaela Palmer era alta y de extremidades largas. Fabel sabía por el informe que había recibido de Sülberg que tenía veintitrés años. Tenía el pelo rubio muy claro, y parecía su color natural. Habría sido hermosa si no hubiera tenido la nariz un poco demasiado larga, lo cual desbarataba el equilibrio perfecto de sus facciones. Tenía la piel dorada; Fabel pensó que no se debía al sol del norte de Alemania, y por los datos que había recabado sobre ella, tampoco a que viajara con frecuencia a climas más soleados. Era un bronceado de salón de belleza que le daba un aspecto de salud exagerado y contrastaba con el paño de gasa blanca que tenía en la frente. Sólo debajo de los ojos azules el bronceado artificial no lograba ocultar las sombras oscuras de lo que le había ocurrido durante las últimas cuarenta y ocho horas. Su habitación estaba en el tercer piso del Stadtkrankenhaus de Cuxhaven, y Fabel no pudo evitar pensar en lo afortunada que era por no haber recalado en el sótano. En el depósito de cadáveres.
Fabel señaló la cama y pidió permiso para sentarse con un gesto. Michaela asintió con la cabeza y se movió un poco para hacerle sitio. El albornoz blanco de felpa que llevaba se deslizó y dejó al descubierto un muslo bronceado. La chica lo agarró con un movimiento veloz. Sus acciones, sobre todo su forma de mover los ojos, parecían los de un zorro acorralado; como si estuviera a punto de huir. Fabel esbozó la sonrisa más tranquilizadora que pudo.
– Soy Kriminalhauptkommissar de la policía de Hamburgo. -Fabel omitió que pertenecía a la Mordkommission por miedo a hacer añicos las ya frágiles defensas de Michaela. Tenía que llevar aquel interrogatorio con mucho tacto, o su testigo se desmoronaría-. Y ella es la doctora Eckhardt. Es psicóloga y sabe mucho sobre la clase de droga que te administraron. Me gustaría hacerte unas preguntas. ¿Te parece bien?
Michaela asintió con la cabeza.
– ¿Qué quieren saber? No recuerdo demasiado. Ese es el problema… -Michaela frunció el ceño-. No recuerdo nada en absoluto. Y no es sólo que no recuerde el secuestro; hay trozos de los días anteriores que se me han borrado. -Miró a Fabel inquisitivamente-. ¿Por qué me pasa eso? Son cosas de antes de que me drogaran. ¿Por qué no recuerdo lo que pasó antes?
Fabel se volvió hacia Susanne.
– La clase de droga que te administraron daña la capacidad de memoria del cerebro -le explicó-. Te darás cuenta de que hay algunas cosas de antes de que te drogaran que parecen haberse borrado de tu memoria. Por regla general, estas cosas las irás recordando, al menos en parte. Pero aquello que no puedes recordar sobre lo que pasó mientras estabas drogada…, eso no lo recuperarás. Lo cual seguramente es algo bueno. -Susanne se acercó-. Escucha, Michaela, tengo que advertirte de que, por desgracia, tendrás flashbacks muy reales de las cosas que sí recuerdas del ataque.
Michaela reprimió un sollozo.
– No quiero recordar nada. -Miró a Fabel fijamente a los ojos-. Por favor, no me obligue a recordar.
– Nadie puede obligarte a recordar, Michaela -dijo Susanne, y le echó hacia atrás un mechón rubio rizado, como si consolara a una niña que acaba de despertarse de una pesadilla-. Lo que no está ahí, no está. Pero lo que sí puedas recordar quizá nos ayude a atrapar a este monstruo.
– Había más de uno. -Michaela bajó la vista y tiró del albornoz de felpa-. Fueron más de un hombre los que lo hicieron. Al principio pensé que sólo había uno, porque la cara era la misma. Pero los cuerpos eran distintos.
– Lo siento, Michaela, no lo entiendo -dijo Fabel-. ¿Qué quieres decir con que tenían la misma cara pero cuerpos distintos?
– Pues eso. Lo siento, ya sé que no tiene ningún sentido, pero sé que uno de ellos era gordo y mayor y que el otro era joven y delgado. Pero todos tenían la misma cara horrible.
«Mierda», pensó Fabel. Lo sentía mucho por la chica, pero aquel viaje había sido en balde: no le sacarían nada útil.
– ¿Puedes describirnos la cara que viste? ¿La cara que dices que tenían todos?
Michaela se estremeció.
– Era horrible. Carecía de expresión. No pude verla muy bien, pero estoy segura de que tenía barba y de que sólo tenía un ojo.
– ¿Cómo?
Michaela meneó la cabeza como si intentara quitarse algo de encima.
– Sí. Sólo tenía un ojo. Era como si el otro ojo fuera sólo una cuenca… toda negra y… -La chica se vino abajo.
– No pasa nada, Michaela -dijo Fabel-. Tómate tu tiempo. -Susanne pasó el brazo por los hombros temblorosos de la chica. Se quedaron en silencio un rato hasta que Michaela se recompuso.
– ¿Cuántos crees que eran? -le preguntó Fabel al final.
– No lo sé. Sólo recuerdo trozos. Creo que tres. Como mínimo tres…
Fabel colocó la mano sobre la de Michaela. Ella apartó la suya como si le escociera. Entonces, con el ceño fruncido, se centró en la mano que Fabel había retirado.
– Había algo. Uno de ellos tenía una cicatriz en el dorso de la mano. De la izquierda. De hecho, eran más bien dos cicatrices que se cruzaban. Tenían la forma de una espoleta.
– ¿Estás segura? -preguntó Fabel.
Michaela soltó una risa amarga.
– Es una de las pocas cosas que recuerdo con claridad. -Volvió a levantar la vista, suplicante-. No tiene sentido. ¿Por qué recuerdo eso?
– No lo sé, Michaela -dijo Fabel sonriendo del modo más tranquilizador que pudo-. Pero podría ser útil. Muy útil. -Sacó su libreta, la dejó en la cama y colocó su bolígrafo encima-. ¿Podrías dibujar cómo era?
La muchacha cogió el bolígrafo y la libreta, frunció el ceño un momento y luego dibujó dos líneas veloces, decididas. Era, en efecto, la forma de una espoleta, pero con una ligera deformación en ambos extremos.
– Ya está -dijo con determinación.
– Gracias -dijo Fabel, y se puso en pie-. Siento muchísimo lo que te ha pasado, Michaela. Te prometo que haremos lo que esté en nuestras manos para descubrir quién lo hizo.
Michaela asintió sin levantar la vista. Entonces le pasó algo. Sus ojos empezaron a moverse rápidamente de nuevo y frunció el ceño porque se esforzaba por concentrarse intensamente-. Espere… Hay algo más… Estaba en una discoteca… Yo… No recuerdo cómo se llamaba. Había un hombre. Me dio agua…, estaba salada…
– Lo sabemos, Michaela, ya se lo has contado a Herr Sülberg. ¿Recuerdas algo de él? Lo que sea.
– Los ojos… Tenía los ojos verdes. Fríos, brillantes. Y eran verdes…
Al salir, Fabel y Susanne se detuvieron en el despacho del doctor Stern. El cuerpo alto de Stern estaba inclinado sobre la mesa cubierta de carpetas, gráficos y tarjetas amarillas desparramadas en capas como hojas caídas de los árboles. Fabel pensó en su propia naturaleza excesivamente ordenada; en que en su despacho, en su casa, en su vida, todo tenía su sitio. Cuando las cosas se amontonaban, tenía que poner orden o se bloqueaba. A Fabel le parecía un punto débil de su personalidad: algo que levantaba una valla alrededor de su naturaleza por lo demás intuitiva. Y era más que una pequeña característica retentiva.
Stern se puso en pie, y su rostro fuerte y atractivo esbozó una sonrisa ancha y cordial.
– ¿Hauptkommissar Fabel? ¿Frau Doktor Eckhardt?
Fabel extendió la mano.
– Herr Doktor Stern. Gracias por su tiempo.
– No hay de qué. -Stern buscó en el caos de su mesa y cogió una carpeta-. Le he sacado una copia del informe que redacté para la policía local. -Stern señaló con la cabeza en dirección a Sülberg, quien acababa de entrar en el despacho.
– Gracias. -Fabel cogió la carpeta, pero no la abrió en seguida-. ¿Estaría en lo cierto si dijera que a la chica la drogaron con Rohypnol, la droga de las citas con violación?
– La drogaron, sí. Y con Rohypnol. Pero no únicamente. Como digo en el informe, sólo he hallado restos apenas perceptibles de Rohypnol en la sangre. El Rohypnol se metaboliza despacio; suele permanecer en la sangre durante varias horas después de la ingestión.
– ¿Podría ser que la dosis fuera suficiente como para aturdiría, pero lo bastante suave como para que ya hubiera desaparecido?
Fue Susanne quien respondió.
– No. Incluso después de desaparecer de la sangre, permanece como metabolito en la orina durante más de 72 horas. -Se volvió hacia Stern-. Me imagino que le ha hecho análisis de orina, ¿no?
Stern asintió con la cabeza.
– Hemos encontrado aminoflunitrezapam-7 en la orina. Restos residuales apenas apreciables. Como ha señalado la doctora Eckhardt, si a Michaela le hubieran administrado una dosis fuerte de Rohypnol en los últimos tres días, habríamos encontrado restos más significativos.
– ¿Pero la drogaron? -preguntó Fabel.
– Por supuesto. Michaela presentaba quemaduras químicas poco visibles, casi inapreciables, más una inflamación dérmica en la boca y la garganta que otra cosa. Y cuando le pregunté por los momentos de claridad que tuvo durante su estado de alteración, me hablo de que no había sentido miedo.
– Claro -dijo Susanne-. ¿Algún tipo de cóctel con gamahidroxibutirato?
– Seguramente… -Stern se encogió de hombros-. Pero el gamahidroxibutirato se metaboliza tan deprisa que no he hallado restos que lo demuestren…
– ¿De qué gama? -La conversación iba demasiado rápido y se había vuelto demasiado técnica para Fabel.
– Lo siento. -Stern hizo un gesto de disculpa-. El gamahidroxibutirato, del GHB. También conocido como éxtasis líquido, oro bebible, biberón.
De nuevo, Susanne retomó el hilo.
– Es un calmante del sistema nervioso central bastante dañino. Hace lo mismo que el Rohypnol, pero es potencialmente más peligroso. Aunque parezca mentira, hasta hace poco se vendía en tiendas dietéticas como suplemento para culturistas. En medicina se utiliza muy poco, así que la mayoría de la producción se lleva a cabo de manera ilegal.
– Y como se fabrica en laboratorios clandestinos sin que pase ningún tipo de control -continuó Stern-, hay grandes variaciones en cuanto a su pureza. A menudo las sustancias químicas que se utilizan para sintetizarlo y estabilizarlo son muy tóxicas.
– ¿Y cree que fueron esas sustancias químicas tóxicas las que le provocaron las quemaduras en la boca? -preguntó Susanne.
– Sí…, el GHB también puede tener efectos secundarios muy extraños. Incluso en dosis pequeñas puede provocar náuseas, vómitos, delirios, alucinaciones, crisis y, por supuesto, pérdida de conciencia. Uno de los efectos secundarios puede ser la sensación de no tener miedo, y Michaela dice que no estaba asustada. Si le administraron un cóctel tanto de flunitrazepam como de clonazepam con gamahidroxibutirato, el riesgo de que se produjera una anestesia general, sufriera una crisis respiratoria e incluso entrara en coma habría sido realmente muy alto. Michaela ha tenido suerte de no acabar conectada a un respirador. Como dice Frau Doktor Eckhardt, el GHB es un producto especialmente dañino. El atacante utilizó una combinación de otras drogas que tuvieron un efecto sinérgico. Quizá su intención no era matar a sus víctimas, pero no le importaba demasiado si sobrevivían o no a la experiencia.
– ¿Y el GHB se produce ilegalmente sólo para ser utilizado como droga de las citas con violación? -preguntó Fabel.
– No. De hecho, es muy popular en el ambiente de discotecas y raves. Se utiliza mucho para bajar los subidones del éxtasis y la cocaína. Estoy seguro de que su departamento de narcóticos tendrá mucha experiencia en el tema en el ambiente nocturno de Hamburgo.
– ¿Cómo se ingiere? ¿Es insípido, como el Rohypnol?
– Casi. Disuelto, tiene un sabor ligeramente salado. De hecho, uno de los nombres que se le da en la calle es Agua Salada. Aparte de eso, es bastante fácil de administrar en una bebida alcohólica, lo que aumentaría su eficacia, o en forma de polvos escondidos en la comida.
– Michaela sólo nos ha dicho que estaba en una discoteca, que un tipo le dio agua y que pensó que estaba salada.
– Seguramente sería por eso.
Fabel miró el informe de Stern.
– ¿Qué hay de la violación? ¿Tenemos pruebas forenses?
– Lo único que podemos decir es que fue violada vaginalmente durante un período de entre dos a cuatro horas… quizá por más de un hombre. No la sodomizaron. Ni la obligaron a practicar sexo oral. Y por desgracia, no hemos hallado semen para realizar análisis de ADN. Él, o ellos, debieron de ponerse condón. No la pegaron ni maltrataron. Las únicas otras heridas que presenta son las marcas de ataduras en los tobillos y las muñecas… -Stern señaló con la cabeza la carpeta que Fabel tenía en las manos-. Las fotos están dentro.
Fabel abrió el informe. Las fotografías mostraban las marcas en las muñecas y los tobillos. Había estado tumbada con los brazos y las piernas extendidos, como las víctimas de los asesinatos. Pero Michaela estaba viva. Había otra fotografía, de la frente de una mujer rubia con el pelo hacia atrás para dejar al descubierto una marca roja apenas visible pero discernible.
– ¿Qué es?
Stern sonrió.
– Es una pista que el violador o los violadores no querían que viéramos, Herr Kommissar. Michaela tiene una piel extremadamente sensible, tiene una enfermedad eccematosa. Es uno de los motivos de que esté morena; sigue una terapia de rayos ultravioleta. -«A la porra mi teoría del salón de belleza», pensó Fabel-. En cualquier caso -siguió Stern-, el atacante le hizo alguna clase de marca en la frente. Es obvio que han intentado eliminarla, pero la piel sensible de Michaela reaccionó a la pintura o a lo que fuera que utilizaron. Pensé que era muy importante, así que lo incluí en las fotografías de las pruebas de la violación, aunque no puede decirse que sea una herida.
– Pues me alegro de que lo hiciera, Herr Doktor -dijo Fabel-. Podría tener una importancia probatoria enorme.
– A mí me parece una X -dijo Stern-. ¿Tiene idea de qué podría significar?
Fabel miró la marca y frunció el ceño.
– Pues la verdad es que sí… Creo que es un símbolo del Futhark.
Stern no entendía y se encogió de hombros. Susanne se acercó a Fabel, quien le mostró la imagen.
– ¿Una runa vikinga?
Fabel asintió con la cabeza y guardó de nuevo la fotografía en la carpeta.
Sábado, 14 de junio. 15:50 h
Övelgönne (Hamburgo)
Susanne se inclinó hacia delante, le dio un beso a Fabel y le acarició la mejilla antes de salir del coche.
– ¿Sigue en pie lo de esta noche?
Fabel sonrió.
– Por supuesto.
– Nos vemos allí a las ocho.
Se quedó mirando cómo subía los escalones que llevaban al vestíbulo de su edificio, admirando las curvas elegantes de su cuerpo. Al llegar a la puerta, Susanne se dio la vuelta y le dijo adiós con la mano, y Fabel le devolvió el gesto. Se quedó un momento sentado después de que se cerrara la puerta; luego cogió el móvil y llamó a Werner a casa. Cuando éste contestó, a Fabel le pareció oír unos niños de fondo. La hija mayor de Werner, Nadja, había hecho abuelo a Werner dos veces. Fabel se disculpó por molestarle en sábado.
– No pasa nada. ¿Qué sucede, Jan?
Fabel le contó a Werner el interrogatorio a Michaela Palmer. Incluyó la descripción que había dado la chica de los ojos del hombre de la discoteca. Deliberadamente, Fabel no puso énfasis en ese elemento: quería ver si la reacción de Werner se correspondía con la suya. Cuando Werner se quedó callado durante un momento, Fabel supuso que, en efecto, estaba pensando en lo mismo.
– ¿El tipo que vimos anoche? ¿Don anglosajón relajado?
– Podría ser. Quizá deberíamos volver a verlo.
– Cuidado, Jan -dijo Werner-, no nos interesa asustarle. Tenemos a MacSwain vigilado de cerca las veinticuatro horas. Si da un paso en falso, lo pillaremos. Pero que compre libros y tenga los ojos verdes son datos muy poco sólidos para volverle a interrogar. Ayer ya pisamos terreno resbaladizo. Si fuera a ver a su abogado y se quejara de que le estamos acosando, creo que las pruebas que tenemos no resistirían un examen riguroso.
– Tienes razón, Werner -dijo Fabel-. Pero llama al equipo… y envíale un mensaje de correo electrónico a Van Heiden… Quiero convocar una reunión para hablar del caso el lunes a primera hora.
– ¿Qué hay de la doctora Eckhardt? ¿Me pongo en contacto con ella también?
– No hace falta, Werner. Eso ya lo tengo cubierto.
Werner se rió al otro lado del teléfono.
– Apuesto a que sí, jefe. Apuesto a que sí.
Fabel se afeitó, se duchó y se puso una camisa de algodón inglés de buena calidad y un traje recto gris claro. Faltaba una hora para su cita con Susanne, así que repasó la carpeta que había traído de Cuxhaven. Fabel no se consideraba en absoluto una persona conservadora y hacía lo que podía por comprender todo lo nuevo; pero a veces se preguntaba qué demonios le pasaba al mundo. Las violaciones no eran ninguna novedad, por supuesto, pero ahora había hombres jóvenes que cogían la costumbre de aturdir a las mujeres con drogas que podían causarles daños cerebrales permanentes, para acostarse con ellas. Pensar en aquello dejó a Fabel completamente desconcertado y mirando con terror al futuro. Sin embargo, ese tipo era distinto. Formaba parte de un grupo. Y no había duda de que los actos que llevaban a cabo tenían algún significado o propósito ritual. Utilizaba un cóctel de drogas para obtener víctimas para otros y también para sí mismo. Quizá no eran en absoluto para él. Sacó el trozo de papel en el que había reproducido el dibujo de la marca inflamada de la frente de Michaela. ¿Le estaba dando demasiada importancia? Después de todo, podía ser una secuencia aleatoria de líneas más que una versión de una marca rúnica. Pero no tenía sentido. La habían marcado, grabado, con algo que tenía una importancia simbólica. Fabel estaba bastante seguro de que era la runa Gebo, que era el equivalente vikingo de la letra G; pero también sabía que las runas del Futhark no tenían sólo un significado fonético, sino que cada una poseía un simbolismo relacionado con los dioses o mitos escandinavos. Fabel fue hasta su biblioteca y cogió un par de gruesas obras de referencia, una de las cuales era el mismo libro que había comprado MacSwain; Otto había dejado que se lo llevara prestado. Pasó las hojas y al final encontró lo que buscaba. Fabel frunció el ceño mientras leía la entrada, y anotó los datos clave en el mismo trozo de papel. Gebo era una runa relacionada con los sacrificios a los dioses y los regalos de éstos. Sacrificio. También era la séptima runa. El número siete: Fabel recordó que Dorn le había hablado de la importancia de los números en el sistema de creencias de los vikingos. Gebo era la runa que más asociada estaba con el blot o ritual del sacrificio.
¿Podrían estar estos ataques relacionados con los dos asesinatos? Michaela Palmer no sólo estaba marcada con un signo ritual, sino que se trataba de una runa asociada con el sacrificio. Pero si, en efecto, la intención era sacrificarla a ella y a la otra chica, ¿por qué las habían soltado? Se habían esforzado mucho por eliminar los rastros de la marca y habían suministrado a las dos chicas dosis potentes de alguna droga para que no recordaran apenas nada de sus agresores. En la primera reunión después del asesinato de Sankt Pauli, Susanne sugirió que podrían haberse producido simulacros del suceso principal; pero por alguna razón le pareció que eso ya no encajaba con la clase de asesino que Fabel tenía la sensación de estar persiguiendo. En cualquier caso, estos ataques no eran simulacros. No se habían ido intensificando: los ataques a las dos chicas habían ocurrido después de los asesinatos. Fabel dejó caer el libro en el sofá a su lado y miró por la ventana del piso hacia el otro lado del Alster. Miró la hora: las 19:30. Mejor salía ya: no quería que Susanne llegara antes y tuviera que esperarlo.
Si no hubiera sido por su sentido del orden casi obsesivo, no lo habría visto. Se levantó del sofá para devolver las dos obras de referencia a su sitio en la estantería. Justo antes de guardar el de la tienda de Otto, lo hojeó distraídamente, dejando pasar las páginas por entre los dedos. Allí estaba. Una lámina a color de una representación de Odín tallada en madera. Ruda pero bien tallada en la madera oscura, se veía la cara barbuda de alguien que había perdido los estribos y gritaba mostrando los dientes. Era el rostro del sabio Odín. Y el precio que Odín había tenido que pagar para beber del pozo de la sabiduría había sido perder un ojo.
«Por eso todos tenían la misma cara cuando te violaron, Michaela -pensó Fabel-. Llevaban una máscara. La misma máscara. La máscara de Odín con un solo ojo.»
Sábado, 14 de junio. 20:00 h
Pöseldorf (Hamburgo)
Fabel no tuvo que darse la vuelta para saber que Susanne había entrado en el bar. El camarero que tenía delante se quedó mirando anonadado detrás de él, y sus manos, que estaban secando un vaso, dejaron de moverse. Fabel también advirtió que los dos hombres que tenía a su derecha interrumpían su conversación mientras se hacían a un lado para dejarle pasar. Notó su presencia cuando se apoyó en la barra junto a él, y le llegó la sutil sensualidad de su perfume. Fabel sonrió y dijo sin volver la cabeza:
– Buenas noches, Frau Doktor Eckhardt.
– Buenas noches, Herr Kriminalhauptkommissar.
Fabel se volvió. Susanne llevaba un sencillo vestido negro sin mangas y el pelo negro con un recogido informal. Por alguna razón, Fabel se acordó de respirar.
– Me alegro de que hayas podido venir -le dijo.
– Y yo.
Fabel pidió unas copas y fueron a sentarse a una mesa junto a la ventana. La Milchstrasse estaba llena de gente que paseaba o tomaba algo en las terrazas de los cafés y disfrutaba de las últimas horas del día.
– Estoy decidido a no hablar de trabajo esta noche -dijo Fabel-, pero ¿estarías libre el lunes a las diez de la mañana para asistir a una reunión sobre el caso?
– Allí estaré -dijo Susanne-. Este caso te está afectando mucho, ¿verdad?
Fabel sonrió débilmente.
– Todos me afectan. Pero sí, éste me afecta especialmente. Hay tantísimas cosas en este caso que no encajan, y tantísimas cosas que encajan demasiado bien. -Fabel le resumió su teoría sobre las máscaras de Odín.
– No lo sé, Jan -dijo Susanne, haciendo rodar la copa de vino con las manos-. Sigo creyendo que se trata de un solo asesino. Y sigo creyendo que te estás alejando con esa teoría de los motivos ocultos. Creo que se trata de un asesino que actúa en solitario y que destripa a mujeres jóvenes a las que elige al azar.
– Ha sido un resumen muy poco profesional, Frau Doktor.
Susanne se rió.
– A veces me siento muy poco profesional. Soy un ser humano, una persona normal y corriente, y de vez en cuando no puedo evitar reaccionar a todo este horror a un nivel emocional. Tú sentirás lo mismo alguna vez, ¿no?
Fabel se rió.
– La mayoría de las veces, de hecho. Pero si te sientes así, ¿por qué te dedicas a esto?
– ¿Y tú?
– ¿Por qué soy policía? Porque alguien tiene que serlo. Alguien tiene que interponerse, supongo…, entre el hombre, la mujer o el niño normales y corrientes y aquellos que les harían daño. -Fabel se quedó callado de repente, al darse cuenta de que había repetido más o menos el análisis que Yilmaz había hecho de él-. En cualquier caso -prosiguió-, tú eres médico; tienes cientos de formas de ayudar a la gente. ¿Por qué te dedicas a esto?
– Supongo que me dejé llevar por las circunstancias. Después de licenciarme en medicina general, estudié psiquiatría. Luego psicología. Luego psicología criminal y forense. Antes de darme cuenta, tenía una preparación excepcional para este tipo de trabajo.
Fabel esbozó una gran sonrisa.
– Bueno, me alegro de que lo hicieras. Si no, nuestros caminos no se habrían cruzado. Bueno, ya basta de hablar de trabajo… -Fabel le hizo una seña al camarero.
Sábado, 14 de junio. 20:50 h
Uhlenhorst (Hamburgo)
Angelika Blüm recogió el desorden que había sobre la mesa de café ancha y extendió un gran mapa detallado del centro y el este de Europa. Encima, puso las fotografías, recortes de periódico, los detalles de las empresas y los trozos de papel que había recortado, cada uno con un nombre escrito a mano: Klimenko, Kastner, Schreiber, Von Berg, Eitel (hijo), Eitel (padre). En el centro del mapa colocó el último nombre. Mientras que todos los demás estaban escritos en negro, este nombre estaba escrito en rojo y mayúsculas: Vitrenko.
Todo estaba ahí. Sin embargo, las conexiones que sostenían su teoría eran demasiado frágiles como para resistir la presión del examen de la jurisprudencia. Lo único que podía hacer era redactarlo todo, desenmascarar a los implicados y dejarlos en manos de investigadores con más recursos que ella. ¿Por qué no se había puesto en contacto con ella ese maldito policía? Sabía que Fabel estaba investigando el asesinato de Ursula y que lo que tenía que decirle arrojaría luz al caso. Angelika había leído lo del segundo asesinato: la chica cuya fotografía publicaron para intentar establecer su identidad. No reconoció a la mujer ni supo ver qué relación podía tener con Ursula o los otros elementos de su investigación. O este segundo asesinato era obra de un imitador, o había alguna conexión que escapaba al horizonte investigador de Angelika.
Apoyó los codos en las rodillas y meció la taza de café en las manos mientras examinaba los papeles esparcidos. Eran como los componentes de una máquina que esperan ser ensamblados, pero no sabía cómo funcionaba la máquina, cuál era su función primordial. Sin duda, si todos aquellos componentes pudieran juntarse, la historia sería brutal: un Stadsenator de Hamburgo, el Erste Bürgermeister, neonazis, una empresa líder en el sector de los medios de comunicación y, en el centro de todo, un comandante de las fuerzas especiales ucranianas sin rostro cuya sed de atrocidades le había labrado un nombre que los demás apenas osaban pronunciar: Vasyl Vitrenko.
Bebió un sorbo de café e intentó desconectar un momento de aquel rompecabezas. A veces había que mirar a otro lado para poder centrarse de nuevo y ver algo que había estado ahí delante todo el tiempo. El timbre de la puerta la sobresaltó. Suspiró, dejó el café encima del mapa extendido y fue hasta el telefonillo.
– ¿Quién es?
– ¿Frau Blüm? Soy el Kriminalhauptkommissar Fabel de la policía de Hamburgo. Ha estado intentando ponerse en contacto conmigo. ¿Puedo subir?
Angelika se miró el albornoz y las zapatillas de andar por casa que llevaba puestos, y juró entre dientes. Suspiró y presionó el botón para hablar por el telefonillo.
– Por supuesto, Herr Fabel. Suba. -Pulsó el botón para abrir y momentos después oyó los pasos resonando en el vestíbulo. Abrió la puerta, pero dejó puesta la cadenita. El hombre del vestíbulo levantó su placa de la Kriminalpolizei, y Angelika sonrió y quitó la cadenita.
– Discúlpeme, Herr Fabel, por favor. No esperaba a nadie. -Se hizo a un lado para dejarle pasar.
Sábado, 14 de junio. 23:30 h
Pöseldorf (Hamburgo)
La luz de la luna que entraba por los ventanales creaba formas geométricas en el suelo y las paredes del dormitorio de Fabel y acentuó las curvas del cuerpo de Susanne cuando se colocó sobre él. Proyectó su sombra en movimiento sobre la pared mientras el ritmo inicial suave y tranquilo de su apareamiento crecía en intensidad.
Después, se quedaron tumbados: Susanne boca arriba; Fabel de lado, descansando la cabeza en un codo y examinando el perfil de su amante bañado por la luz de la luna. Se incorporó apoyándose en un codo y la miró. Con ternura, le apartó un mechón de pelo de la frente.
– ¿Te quedas a pasar la noche?
Susanne soltó un gruñido mimoso.
– Estoy demasiado cómoda para levantarme y vestirme. -Se volvió hacia él y le sonrió con picardía-. Pero no tengo sueño…
Fabel estaba a punto de contestar cuando sonó el teléfono. Le ofreció a Susanne una sonrisa de resignación y dijo:
– Recuérdamelo cuando vuelva.
Fabel se levantó y se dirigió desnudo hacia el teléfono. Era Karl Zimmer, el Kommissar que estaba de guardia en la Mordkommission.
– Siento molestarle, señor -dijo Zimmer-, pero ha surgido algo que debería saber.
– ¿El qué?
– Hemos recibido otro mensaje de correo electrónico del Hijo de Sven.
Mordkommission de la policía de Hamburgo
DE: HIJO DE SVEN
PARA: ERSTER KRIMINALHAUPTKOMMISSAR JAN FABEL
ENVIADO: 14 de junio de 2003, 23:00 h
ASUNTO: PALABRAS
COMO YA HABRÁ AVERIGUADO, SOY HOMBRE DE POCAS PALABRAS. MI VÍCTIMA, SIN EMBARGO, ERA MUJER DE MUCHAS.
NO ME INTERESAN LAS MUJERES QUE NO LLEVAN A CABO SU FUNCIÓN PRINCIPAL, SINO QUE ELIGEN EL EGOÍSMO DE UNA CARRERA ANTES QUE EL IMPERATIVO NATURAL DE PROCREAR. ÉSTA ERA PEOR QUE LA MAYORÍA. CONSIDERABA QUE SU VOCACIÓN ERA DIFAMAR A AQUELLOS A CUYA NOBLEZA NUNCA PUDO ASPIRAR: SOLDADOS QUE LUCHABAN CONTRA LA ANARQUÍA Y EL CAOS.
ESTA VEZ HE AÑADIDO UN GIRO. ELLA CREYÓ QUE YO ERA USTED, HERR FABEL. FUE A USTED A QUIEN SUPLICÓ POR SU VIDA. FUE SU NOMBRE EL QUE ARDÍA EN SU CEREBRO MIENTRAS MORÍA.
ELLA HA DESPLEGADO SUS ALAS.
HIJO DE SVEN
Domingo, 15 de junio. 1:30 h
Polizeipräsidium (Hamburgo)
– Siento haberos convocado a una hora tan intempestiva -dijo Fabel, pero su expresión seria sugería que la disculpa era una pura formalidad.
Las figuras sentadas a la mesa tenían los ojos hinchados debido a un despertar inoportuno, pero nadie se quejó; todo el mundo se daba cuenta de la importancia que tenía que hubiera llegado un nuevo mensaje de correo electrónico-. Pero este mensaje tiene unos giros desagradables, para empezar.
Werner, Maria, Anna y Paul asintieron sombríamente. Susanne también estaba sentada a la mesa, y los demás habían intercambiado miradas de complicidad al verla llegar con Fabel.
– A ver, ¿qué nos dice este mensaje? -El gesto de Fabel invitaba a responder a todo el mundo.
Fue Maria quien habló primero.
– Bueno, confirma de forma bastante desagradable que está disfrazándose de policía. En este caso, en concreto, de ti.
– Yo no voy de uniforme. Así que no puede llevar un uniforme de la Schutzpolizei.
– Parece que se ha hecho con una placa de la Kriminalpolizei o algún tipo de identificación… o las dos cosas -sugirió Werner.
– ¿Qué me decís de la víctima? -dijo Fabel. Al mencionarla, recordó lo que el asesino había dicho en el mensaje: que había muerto pensando que él, Fabel, la había matado. Sintió una punzada de repugnancia en el pecho-. La describe como «una mujer de muchas palabras»…
– ¿Una política? -se aventuró a decir Maria-. ¿Una actriz…, una escritora o una periodista?
– Es posible -dijo Susanne-, pero recordad que se trata de un psicópata que tiene una visión distorsionada del mundo. Puede que simplemente sea alguien que él cree que habla demasiado.
– Pero ¿qué hay de eso de que difama a los soldados, como dice él? Es como si fuera alguien que tiene un público -dijo Paul Lindemann.
– ¿Qué hay del mensaje en sí? -preguntó Fabel-. Tenemos una dirección IP falsa, ¿no?
– La sección técnica lo está investigando -dijo Maria-. He sacado al jefe del departamento de la cama para que lo comprobara. No le ha hecho mucha gracia.
Werner se puso en pie de repente; la ira y la frustración ensombrecían su rostro. Fue hacia la ventana de cristales tintados que reflejaban la propia sala.
– Lo único que podemos hacer es esperar a que alguien encuentre el cadáver. No nos deja nada con lo que continuar.
– Tienes razón, Werner -dijo Fabel. Miró la hora-. Creo que deberíamos intentar recuperar horas de sueño. Os convoco de nuevo aquí, digamos, a las diez de la mañana.
Estaban todos levantándose cansinamente de la mesa cuando sonó el teléfono de la sala de reuniones. Anna Wolff era quien más cerca estaba, así que descolgó el auricular. El cansancio desapareció de repente de su cara. Levantó la mano que tenía libre para indicar a los demás que no salieran de la habitación.
– Era la sección técnica -dijo-. El proveedor nos ha dado una dirección IP auténtica. Pertenece a una tal Angelika Blüm. Y tenemos una dirección en Uhlenhorst.
– Dios mío -dijo Fabel-. Es la periodista que ha estado intentando localizarme.
– ¿Una periodista? -preguntó Maria.
– Sí -dijo Fabel-, una mujer de muchas palabras.
Domingo, 15 de junio. 2:15 h
Uhlenhorst (Hamburgo)
El edificio reunía todos los criterios de la zona chic de Hamburgo. Lo habían construido en los años veinte y daba la impresión de que lo habían reformado a conciencia hacía razonablemente poco.
Fabel, que sabía un par de cosas sobre arquitectura modernista, creía que lo había diseñado Schneider, o al menos alguien de su escuela. Los contornos no eran rectos: las paredes encaladas se unían en curvas elegantes, más que en esquinas, y las ventanas de los apartamentos eran altas y anchas. Uhlenhorst nunca había llegado a alcanzar el mismo prestigio que Rotherbaum, pero aun así era un barrio próspero y moderno.
Justo delante de las puertas de bronce y cristal que daban entrada a un vestíbulo de mármol muy iluminado, estaban aparcados dos coches patrulla de la Schutzpolizei, que Fabel supuso que serían del Polizeikommissariat de Uhlenhorst. Un agente de uniforme de la Schutzpolizei hacía guardia en la puerta mientras otro escuchaba a un hombre alto de unos sesenta años que hablaba animadamente. Fabel aparcó detrás de los coches de policía y él, Maria y Werner se bajaron justo cuando Paul y Anna llegaban. Fabel se acercó dando grandes zancadas al policía de uniforme que escuchaba pacientemente al señor mayor. Las charreteras del policía anunciaron a Fabel que era el Polizeikommissar. Fabel mostró su placa de la Kriminalpolizei, y el policía asintió con la cabeza brevemente. El civil mayor, más alto, que tenía el aspecto despeinado y los ojos rojos de alguien a quien han despertado de un sueño profundo, abrió la boca para hablar. Fabel le interrumpió dirigiéndose directamente al Polizeikommissar.
– ¿Nadie ha intentado entrar aún?
– No, señor. He pensado que era mejor esperar a que llegara usted. He apostado a dos hombres en la puerta de Frau Blüm, y dentro del piso no se oye ningún sonido.
Fabel miró al civil.
– Es el conserje. -El agente de la Schutzpolizei respondió la pregunta tácita de Fabel. Éste se volvió hacia el conserje y extendió la mano.
– Deme la llave maestra del piso de Frau Blüm.
El conserje tenía el aspecto altanero y semiaristocrático de un mayordomo inglés.
– Ni hablar. Ésta es una residencia exclusiva y los inquilinos tienen derecho a…
De nuevo, Fabel le interrumpió:
– Muy bien. -Se volvió hacia Werner-. Coge la palanca que está en el maletero del coche, ¿quieres, Werner?
– No pueden hacer esto… -protestó el conserje-. Necesitan una orden…
Fabel ni siquiera miró al conserje.
– No necesitamos una orden. Estamos investigando un asesinato y tenemos razones para creer que la inquilina está en peligro. -Movió la cabeza en dirección al coche-. Werner…, ¿la palanca?
El conserje saltó como si fuera a darle un ataque.
– No… Espere… Iré a por las llaves.
Las puertas del ascensor se abrieron al pasillo del tercer piso, una extensión ancha e inmaculada, muy iluminada por las lámparas que arrojaban focos de luz sobre el mármol prístino. Fabel le indicó con la mano al conserje que pasara primero. Examinaron lentamente el pasillo y se encontraron con dos agentes, uno a cada lado de la puerta del piso. Fabel detuvo al conserje colocándole una mano en el hombro y siguió adelante, indicando a Werner y Maria que lo acompañaran. Con un movimiento silencioso de la mano ordenó a Anna y a Paul que se colocaran al otro lado de la puerta, junto al segundo agente de la Schutzpolizei. Todo el mundo tenía los ojos puestos en Fabel. Éste se dirigió al conserje llevándose un dedo a los labios y susurró:
– ¿La llave?
El conserje buscó la llave correcta. Fabel cogió el manojo, sonrió e hizo un gesto con la cabeza al conserje. Después, con un movimiento de la mano; le indicó que se retirara. La mímica continuó: se señaló a él y a Werner; levantó un dedo, y luego dos, para indicar que él y Werner entrarían primero. Fabel y Werner desenfundaron sus armas, y Fabel llamó al timbre de la puerta. Oyeron el zumbido electrónico del timbre dentro del apartamento. Luego, nada. Fabel hizo un gesto con la cabeza a Werner y metió la llave en la cerradura. Giró la llave y abrió la puerta con un movimiento fluido. Las luces del apartamento estaban encendidas. Werner entró seguido de inmediato por Fabel.
– ¿Frau Blüm? -La llamada de Fabel obtuvo un silencio por respuesta. Escudriñó lo que podía ver del apartamento. Junto a la puerta había una silla y una mesa auxiliar. Un abrigo de mujer que parecía caro descansaba descuidadamente en la silla, y un bolso de piel italiano estaba tirado sobre la mesa. Fabel dejó de agarrar la Walther con tanta fuerza. Sabía que en el piso no había nadie. Nadie que estuviera vivo, por lo menos.
Las paredes del pasillo de la entrada eran de un azul pálido y estaban adornadas con grandes lienzos originales: estudios abstractos en tonos violetas y rojos intensos que contrastaban con la frialdad de las paredes.
Mientras Fabel cruzaba el pasillo, miró a la izquierda a través de las puertas dobles de cristal abiertas que daban al gran salón. La habitación estaba vacía. De nuevo, una frialdad elegante servía de telón de fondo a unos muebles caros y la correspondiente obra de arte original. En su examen rápido de la habitación, Fabel creyó ver las líneas alargadas de una escultura de Giacometti. Era pequeña, pero parecía un original. Siguió caminando. A la derecha, estaba el baño. Vacío. La siguiente puerta a la derecha era el dormitorio. Vacío. La última puerta del pasillo estaba cerrada, y cuando la abrió, la habitación estaba a oscuras. Alargó la mano y la deslizó por la pared hasta que encontró el interruptor". La luz procedente de una sucesión de apliques dirigidos inundó la habitación.
Horror.
Fabel no lograba entender por qué no estaba preparado para aquello. Sabía que la encontrarían muerta en el apartamento. Cuando vio aquella puerta cerrada y la habitación a oscuras, su instinto le había dicho que Angelika estaría allí. Pero aun así se sentía como si le hubiera arrollado un camión.
– Dios santo… -Era como si a Fabel le hubieran succionado el aire del pecho. Le entraron arcadas-. Dios bendito…
La habitación estaba pensada para ser un dormitorio, pero la habían rediseñado para convertirla en un despacho. Había estanterías, llenas de libros y carpetas, en tres de las paredes. La cuarta alojaba la ventana que ocupaba casi todo el largo de la habitación y que ahora estaba oculta tras unos estores bajados. Frente a la ventana había una mesa ancha de haya con un ordenador portátil encima. Como sucedía en el resto del piso, la decoración era comedida, elegante y refinada.
En el centro del cuarto había una explosión de carne, sangre y huesos. El cuerpo de una mujer. Boca abajo. Le habían abierto la espalda con cortes paralelos a la columna vertebral. Habían separado las costillas, dejando al descubierto el crudo interior del abdomen, y le habían arrancado los pulmones y los habían echado fuera.
Aparte de las zapatillas de toalla con suelas de esparto que llevaba, estaba desnuda. Habían lanzado un albornoz de toalla, a juego con las zapatillas, en un rincón del cuarto. Aparte de estas prendas de vestir, no había más ropa en la habitación.
Fabel vio que, además de la carnicería del torso, de la cabeza le salía un gran chorro de sangre que se extendía por el suelo de madera de pino. La parte posterior del cráneo era una masa apelmazada de sangre y pelo caoba.
– Joder. -Werner estaba ahora junto a Fabel y habló entre exclamaciones que intentaban contener las náuseas-. Joder.
Maria y Anna Wolff también entraron. Anna reprimió una arcada y salió corriendo por el pasillo. Fabel la oyó vomitar en el váter del baño de Blüm. A los chicos del Tatort les iba a encantar: acababa de contaminar la escena fundamental de un asesinato. Pero Fabel no pudo culpar a la dura Annita. El mismo tuvo que cerrar los ojos un momento e intentar borrar la imagen de su retina hasta que logró recomponerse. Pensó en si Anna ya estaría mejor. Respiró hondo y despacio. No se acercó más al cuerpo, consciente de nuevo de la necesidad de preservar la escena principal del crimen, y cuando los demás comenzaron a apelotonarse en la puerta, les ordenó que recularan y salieran del piso.
Al cabo de una hora, todo el edificio estaba abarrotado de gente. Fabel le había pedido al Polizeikommissar de Uhlenhorst que solicitara más agentes para que fueran puerta por puerta a interrogar a los vecinos. El equipo del Tatort había llegado, encabezado por Holger Brauner, y también el doctor Möller, el patólogo. Fabel conocía a Brauner de investigaciones anteriores y tenía muy buena opinión de él. El único problema era que el capullo arrogante de Móller parecía competir siempre con Brauner. La verdad era que aunque Fabel no soportara tener que admitirlo, Moller también era un patólogo excelente y poseía una mente agudísima.
Fabel había acordonado la escena del crimen y la había dejado en manos del equipo del Tatort. El protocolo que seguían era que Brauner examinaba primero la escena, sin tocar el cuerpo, y sólo cuando él y su equipo habían acabado, Moller podía entrar para llevar a cabo su examen. Por consiguiente, Moller estaba en la puerta del piso, subiéndose por las paredes. Para Fabel, aquél fue el único momento bueno del día.
Brauner salió por fin. Sin mirar siquiera a Moller, le pidió a Fabel que entrara.
– Hay algo que tienes que ver antes de que lo meta en la bolsa para examinarlo en el laboratorio.
Brauner lo condujo hasta la escena del crimen. Fabel tuvo que pasar por delante del cadáver, rozando a dos técnicos del Tatort enfundados en sus batas. El fotógrafo estaba recogiendo su equipo, y en el cuarto apenas quedaba espacio para moverse. Brauner llevó a Fabel hasta la mesa y señaló el ordenador portátil. En la pantalla, había abierto un mensaje de correo electrónico enviado hacía poco. Era el que había llegado al Präsidium justo después de las once y los había conducido hasta allí. El asesino no sólo lo había enviado desde el portátil de Angelika Blüm; lo había dejado abierto y esperando su llegada.
– ¡Será cabrón! -Fabel sintió que una furia ciega se apoderaba de él. Siempre se enorgullecía de mantener la calma, el control, pero aquel tipo le sacaba tanto de quicio que sus defensas habituales ya no pudieron soportarlo más-. Este cabrón se está mofando de nosotros. Es lo que quería, es exactamente la escena que tenía en mente: ¡yo en esta habitación con el cadáver y leyendo este puto mensaje por segunda vez! -Fabel se volvió hacia Brauner-. Entonces, ¿estaba aquí a las once?
– No necesariamente. El envío del mensaje estaba programado. Pero hay más. -Brauner, utilizando con cuidado un dedo enguantado en látex, seleccionó «Ocultar aplicación», y apareció el escritorio del portátil. Brauner clicó en una serie de carpetas. Estaban todas vacías.
– Es extraño -dijo Brauner-. ¿Qué clase de asesino en serie entra en el ordenador de su víctima y borra todos sus archivos?
– ¿Puedo llevarme el portátil para que la sección técnica le eche un vistazo?
– No, aún no. Ya hemos sacado las huellas, pero quiero abrirlo. Los teclados de los ordenadores tienen tantos rinconcitos como botones; debajo de las teclas se quedan atrapadas todo tipo de cosas. Con un poco de suerte puede que demos con un pelo o algún epitelio de nuestro asesino.
– Lo dudo muchísimo -dijo Fabel desanimado-. Este tipo no comete errores. A pesar de esta forma de asesinar tan desagradable, es casi como si matara en una sala esterilizada. No deja nada de sí mismo.
– Aun así, vale la pena intentarlo -dijo Brauner, intentando parecer alentador sin conseguirlo-. Quizá tengamos suerte.
– Lo dudo. ¿Puedo decirle a Móller que ya puede entrar?
Brauner sonrió.
– Supongo que sí.
De camino al pasillo, Fabel se interesó por Anna Wolff, que tenía la cara amarilla debajo del pelo negro de punta, su rímel característico y el llamativo pintalabios rojo.
– Estoy bien, jefe… Lo siento. Esta vez me ha afectado…
Fabel sonrió para tranquilizarla.
– No tienes por qué disculparte, Anna. Nos ha pasado a todos. En cualquier caso, tu penitencia ya va a ser lo bastante dura: Brauner y el equipo del Tatort no van a dejar que lo olvides nunca.
Werner le dio un golpecito en el hombre a Fabel.
– No te lo vas a creer, Jan… Tenemos una hora de llegada y un testigo.
– ¿Te ha dado una descripción?
– No muy buena, pero sí.
Fabel puso cara de impaciencia.
– En el piso de abajo vive una chica -continuó Werner-. Tiene unos treinta años y trabaja en una agencia de publicidad o algo igual de útil e importante. Bueno, el caso es que tiene un novio nuevo. Han ido al gimnasio a hacer algo de deporte y han vuelto sobre las nueve. Me ha dado la impresión de que el novio tenía planeado otro tipo de ejercicio con ella, en horizontal, ya sabes, pero no llevan tanto tiempo saliendo como para que ella le invite a subir. El caso es que han aparcado al otro lado de la calle sobre las ocho y media. El chico ha apagado las luces; es obvio que estaba haciendo todo lo posible para convencerla de que le dejara subir. Ha sido entonces cuando han visto que un tipo llegaba a pie. Si ha venido en coche, debe de haberlo aparcado a cierta distancia, porque ellos no lo han visto. Se han fijado en él porque, justo antes de llamar al timbre de uno de los pisos, se ha asegurado de echar un buen vistazo a la calle. La chica dice que incluso ha examinado el vestíbulo a través de las puertas de cristal.
– Entonces, ¿lo ha visto bien?
– Tan bien como ha podido por la hora que era y la distancia a la que estaba. -Werner abrió su libreta y comprobó sus notas-. Era alto y fornido. Ha hecho hincapié en que era ancho de hombros. No parecía fuera de lugar en este barrio e iba bien vestido, llevaba un traje gris oscuro.
«No era mi eslavo bajito y achaparrado de ojos verdes», pensó Fabel.
– Era rubio y llevaba el pelo bastante corto -continuó Werner-. Pero aquí viene lo importante… La chica dice que llevaba una gabardina gris claro colgada sobre una bolsa de deporte grande.
– Las herramientas de su oficio -dijo Fabel en voz baja y con amargura.
– La chica dice que no lo había visto nunca antes de esta noche, y el conserje sólo ha sugerido a un posible inquilino, pero la chica lo conoce de vista y jura que no era él. En cualquier caso, la chica vio que nuestro hombre llamaba al timbre de uno de los pisos, así que no es probable que se tratara de un inquilino. Nos quedan algunos apartamentos por comprobar, algunos están vacíos, pero por el momento todo el mundo niega haber recibido la visita de alguien que encaje con la descripción.
– ¿Alguien lo ha visto marcharse?
– No. Y nadie ha oído ruido de forcejeo o gritos de socorro. Es un edificio bastante sólido, pero sería lógico pensar que alguien hubiera oído algo.
– No te dejes engañar por toda esa sangre, Werner. Este tipo es frío y lo planea todo al detalle. Esperaremos a tener la autopsia completa, pero por cómo tenía la parte posterior de la cabeza, creo que le ha dado un golpe y ha muerto en el acto o casi. Es obvio que el cabrón le ha dicho que era policía, probablemente yo, y ha dejado que ella pasara delante. Mientras le daba la espalda, ¡bumba!, le ha machacado el cráneo. Eso le ha dejado todo el tiempo del mundo para abrir su cajita de herramientas y ponerse a trabajar.
Werner se tocó el pelo.
– Este tipo da miedo, Jan. Parece que nunca comete ningún error. Excepto esta noche. No ha examinado bien la calle. Pero aparte de una descripción imprecisa de alguien que lo ha visto sólo un momento y de lejos, no nos ha dejado nada más.
– Veremos lo que tienen que decir Brauner y Moller. -Fabel le dio a Werner una palmadita alentadora en el hombro rollizo-. Quizá hoy ha tenido un mal día.
De nuevo en el apartamento, Fabel vio que Moller, el patólogo, seguía junto al cuerpo, escribiendo notas en una tablilla con sujetapapeles. Se volvió hacia dos técnicos del Tatort.
– Si el fotógrafo ha terminado, ya podéis llevar el cuerpo al depósito. -Mientras hablaba, Moller vio a Fabel y le hizo un gesto con la cabeza. Su actitud brusca habitual parecía haberlo abandonado, y había una mirada casi compungida en sus ojos. Fabel pensó que aquel asesino estaba empezando a afectar a todo el mundo.
– Supongo que no te hace falta mi opinión profesional para decirte que es el mismo modus operandi que los otros dos.
– No -dijo Fabel-. Me ha mandado un mensaje de correo electrónico desde ese ordenador de allí.
Moller meneó la cabeza con incredulidad.
– En cualquier caso, para que conste, te diré que no tengo ninguna duda de que esto es obra de la misma persona o personas. Te entregaré un informe completo cuando haya realizado la autopsia, por supuesto. Echa un vistazo a esto… -El patólogo se encorvó y señaló con su bolígrafo el punto en el que habían cortado la carne y habían separado las costillas. Fabel se inclinó hacia delante para mirar. Parecía algo salido de una carnicería. «Concéntrate -se decía a sí mismo-, céntrate en el detalle, no mires a la persona. Concéntrate.» Pero aun así tuvo que reprimir las arcadas.
– ¿Ves el pequeño error que ha cometido nuestro amigo? -Con el bolígrafo, Móller resiguió la línea de un borde dentado que salía en diagonal del corte principal-. Se puede ver la forma del filo. Es un filo ancho; diría que se trata de una espada corta o un cuchillo de caza muy pesado. Le sacaré unas fotos durante la autopsia.
Fabel respiró despacio antes de hablar.
– ¿Es la única desviación de los cortes principales?
Móller se rascó la barba entrecana.
– Sí… Ése es el tema. No ha sido un arrebato de locura. Se ha tomado su tiempo. -Señaló la parte posterior de la cabeza de Angelika Blüm-. De nuevo, tenemos que el traumatismo mortal o casi mortal ha sido en la parte posterior del cráneo; de nuevo, ha sido con un instrumento contundente y ovalado; y de nuevo, tenemos las disecciones para acceder a los pulmones y conseguir esta, bueno, marca característica, supongo.
– Una marca horrible -dijo Fabel.
Móller no contestó de inmediato. Estaba en cuclillas y se irguió con un quejido. Miró fijamente el cuerpo; era como si no lo viera, como si mirara más allá de él.
– Este hombre debe de tener una fuerza física como mínimo considerable. En una operación quirúrgica, para abrir un cuerpo normalmente hace falta una sierra esternal y separadores de costillas mecánicos. Este hombre abre a sus víctimas con una precisión asombrosa y luego separa las costillas. Es muy fuerte.
Maria entró en el cuarto y le hizo una seña a Fabel.
– ¿Jefe?
Él la siguió hasta el salón. Holger Brauner estaba en la habitación con su equipo.
– Mira esto -le dijo a Fabel, señalando la mesa de café con la mano enguantada-. ¿Qué ves?
Fabel se quedó mirando una gran mesa rectangular de madera clara. Parecía robusta y cara. Se encogió de hombros.
– Aparte de una mesa de café, nada.
– Exacto -dijo Brauner-. Ningún adorno. Ni ceniceros, ni cuencos, ni libros. -Levantó una de las lámparas de mano de alta potencia del equipo forense. Inundó la superficie de la mesa con una luz fría y blanqueadora-. Mira aquí… -Brauner se inclinó hacia delante y dibujó un cuadrado en la mesa-. Aquí había algo. Y aquí. -Su dedo dibujó un círculo en el otro lado de la mesa-. Aquí también. -Apagó la lámpara y se volvió hacia la ventana, oculta tras los estores bajados-. Estas ventanas son fantásticas, ¿verdad? Lo he comprobado con la brújula: este cuarto está orientado al sur. Este cuarto recibe la mejor luz del día. Se convierte en un espacio alegre, con mucha luz.
– ¿Vas a cambiar de carrera y hacerte agente de la propiedad inmobiliaria, Holger? -le preguntó Fabel.
Brauner se rió.
– El sueldo sería muchísimo mejor, eso seguro. Pero no; lo que pasa es que la luz aclara los muebles. Incluida la madera. En estas zonas un poco más oscuras de la mesa es donde tenía libros, adornos…, objetos que estaban aquí la mayor parte del tiempo.
– Pero que ahora no están.
– Exacto. Y no creo que nuestro asesino los haya cambiado de sitio. -Brauner se acercó al zócalo de piedra que rodeaba la chimenea de gas. Cogió tres libros que estaban apilados uno encima de otro y los colocó sobre la mesa. El borde del libro de abajo coincidía con la zona ligeramente más oscura que había señalado. De una mesa alta que había detrás de Fabel cogió un objeto de cerámica contemporáneo de base circular. También coincidía con la sombra de la mesa-. Nuestro tipo es tan meticuloso que se habría asegurado bien de volver a colocarlo todo donde lo había encontrado. Yo diría que Angelika Blüm recogió la mesa para extender algo encima. Papeles o algo así. Fuera lo que fuera lo que tenía aquí encima, nuestro asesino se lo ha llevado. Y después no ha sabido qué había que colocar de nuevo en la mesa.
– ¿Quieres decir que crees que roba cosas a sus víctimas para llevárselas como trofeo?
– No, Jan. -De repente, la voz de Brauner sonó más tensa-. No creo que este tipo sea un asesino en serie psicopático que mata al azar. La mayoría de asesinos en serie psicopáticos se llevan trofeos, ya sea un objeto personal o un órgano interno. Los trofeos de este tipo de nuestro hombre son todos documentales. ¿Recuerdas que me preguntaste si habíamos encontrado una agenda de citas o un diario en el apartamento de la segunda chica? Lo que no acaba de encajar es por qué ha borrado todos los archivos del ordenador. Apuesto a que si seguimos buscando, aún encontraremos menos. La chica era periodista, ¿verdad?
Fabel asintió con la cabeza.
– Trabajaba por cuenta propia, ¿verdad? ¿Y tenía el despacho en el cuarto de al lado?
– Supongo -dijo Fabel.
– Entonces te sugiero que revises sus archivos. Yo digo que ahí también faltará material.
Fabel miró a Brauner, luego a Maria y luego a Werner, que había entrado en el salón y había oído la parte principal de la teoría de Brauner.
– ¿Estás diciendo que tiene un motivo oculto, objetivo? No hay duda de que este tipo es un psicópata…
Brauner se encogió de hombros.
– Eso tiene que decirlo tu psiquiatra forense, pero sí, estoy de acuerdo en que el asesino es un psicópata. Sin embargo, eso no quiere decir que tenga que encajar en las pautas de un asesino en serie. ¿Has oído hablar de Iván el Terrible?
– Claro.
– Iván el Terrible unió Rusia. Fue el padre de la nación. Había una serie de principados feudales dispersos, y él los convirtió en una nación cohesionada. Ése era su motivo. Pero además de ser monarca y general, Iván encajaba en todos los criterios de asesino psicopático. De hecho, en muchos sentidos, encajaba en el perfil del clásico asesino en serie: un niño tímido, tranquilo y sensible a quien maltrataron desde la infancia. A raíz de esto, cuando era pequeño, torturaba y mataba animalitos. Luego, cuando tenía treinta años, mató a su primer hombre. Después de eso, cometió numerosas violaciones, asesinatos, actos de tortura terribles… entre los que se incluía freír, hervir, empalar a sus víctimas o echarlas a animales salvajes. Estamos hablando de miles de violaciones y cientos de asesinatos que Iván llevo a cabo personalmente. -Brauner movió la cabeza en dirección a la habitación de al lado-. Incluso tenía una afición parecida por los rituales. Tenía un cuerpo de guardaespaldas personales, la oprichnina. Los instruía casi como a una orden sagrada y él era su abad. Violaban, torturaban y mutilaban a sus víctimas parodiando las misas rusas ortodoxas.
– ¿Adónde quieres ir a parar, Holger?
– Es evidente que Iván era un psicópata. Un sociópata, de hecho, que no sentía ninguna empatía por sus víctimas. Pero también era un hombre extremadamente inteligente y sus peores crímenes los llevaba a cabo dentro de un contexto estructurado. Utilizaba su psicopatía como herramienta para infundir terror y consolidar su control sobre el Estado y el pueblo. Lo que quiero decir es que el comportamiento sociópata de Iván no era un fin en sí mismo; era su medio para conseguir un fin. Canalizaba esa psicopatía para favorecer sus estrategias y lograr sus objetivos.
– ¿Y crees que con este tipo pasa lo mismo, sólo que a una escala menor? -preguntó Fabel. Todo lo que decía Brauner encajaba con lo que él mismo había empezado a creer después del segundo asesinato.
– Sí, pero aparte, creo que tu asesino está haciendo alarde de su psicopatía. Quiere que creáis que mata al azar para esconder lo que sea que tenga entre manos.
– ¿Y qué tiene entre manos? -Maria miraba la mesa de café con el ceño fruncido como si quisiera ver lo que ya no estaba allí-. Mata a una periodista, y creemos que roba algunos de sus papeles.
– Papeles relacionados con un artículo en el que estaba trabajando, ya que los tenía esparcidos por la mesa para estudiarlos -añadió Werner.
– ¿Mata a la periodista para matar la historia? -Maria alzó la vista y miró a Fabel.
– Podría ser. Pero no encaja con los otros asesinatos. Una prostituta y una abogada.
– Quizá sí encaje, sólo que aún no hemos visto la conexión -dijo Werner-. Después de todo, casi no tenemos nada sobre la prostituta muerta. Quizá tuviera algo que ver con el artículo que preparaba Angelika Blüm. ¿Un escándalo sexual, quizá?
– Angelika Blüm no era una periodista de tabloides; pero si fuera un escándalo sexual con tintes políticos o algo así, quizá. -Fabel se frotó la barbilla frustrado, como si aquel gesto fuera a estimular su actividad cerebral-. Tenemos que descubrir quién era Monique. Y tenemos que volver sobre el caso Kastner. Tenemos que estudiar más detenidamente sus documentos personales. Y no investigamos su vida profesional porque creímos que se trataba de una víctima elegida al azar. Tenemos que examinarlo todo de nuevo. Maria…, ¿podrías encargarte tú? Ya sé que estás investigando la identidad de la segunda víctima, pero me gustaría que también llevaras esto.
– Claro, jefe -respondió Maria sin demasiado entusiasmo. Fabel esperaba que Werner se sentiría aliviado por no tener que hacerse cargo de aquel trabajo. No fue así. Sabía que a Werner le molestaba que diera tanta responsabilidad a Maria, pero ahora mismo Fabel no tenía tiempo de sentarse a hablarlo con él.
– Werner, necesito que hagas un seguimiento de los contactos profesionales de Angelika Blüm, a ver si puedes descubrir en qué estaba trabajando. Mientras tanto, averigüemos si alguien más llegó a ver a nuestro visitante misterioso.
Brauner habló de nuevo:
– Por cierto, Jan, hemos encontrado un segundo grupo de huellas.
– ¿Sí? -Fabel levantó las cejas.
– No te emociones demasiado. Están por todas partes, algunas son recientes, otras bastante antiguas y difíciles de tomar, pero creo que pertenecen a la misma persona. Alguien que, bueno, conoció íntimamente el piso de Frau Blüm durante cierto tiempo. No es muy probable que se trate de nuestro hombre.
Fabel se desanimó y entristeció de repente, como si hubiera tenido una bajada de adrenalina y un cansancio lento le reclamara el cuerpo y la mente. Regresó al despacho de Blüm.
Fabel bajó la mirada al cuerpo destrozado que en su día había sido Angelika Blüm. Los técnicos patólogos habían desplegado una bolsa para cadáveres y estaban preparándose para mover el cuerpo y colocarlo encima. Se quedó mirando cómo cerraban con cremallera los restos de una mujer que había intentado ponerse en contacto con él varias veces, a través de unas llamadas que no había considerado importante devolver porque tenía que dirigir una investigación de asesinato primordial. Ahora ella formaba parte de esa investigación. Le habló a una mujer que ahora ya no podía escucharle.
– Bueno, Frau Blüm, será mejor que descubra qué diablos quería decirme.
Domingo, 15 de junio. 9:45 h
Harburg (Hamburgo)
Hansi Kraus era más un galgo que un hombre: una conjunción pequeña y sonora de huesos que se mantenían unidos gracias a la piel gris y curtida. Los ojos, hundidos en una cara de rata, habían sido azul claro en la infancia, pero se habían ido apagando hasta adquirir un tono gris azulado sin vida tras quince años consumiendo heroína en cantidades prodigiosas. Hansi estaba tumbado en un colchón manchado y sin sábanas que llenaba el dormitorio de la casa de un olor rancio a suciedad; un olor que Hansi no notaba, principalmente porque lo llevaba encima todo el día. Estaba tumbado con un brazo doblado, sujetándose la cabeza con una mano, mientras con la otra se llevaba el cigarrillo a los delgados labios.
Hansi necesitaba colocarse. Y pronto. Sabía que el dolor que comenzaba a despertar en su cuerpo magro pronto sería un tormento que le provocaría convulsiones. Colocarse quería decir dinero, y Hansi estaba sin blanca. Y a pesar del volumen y la regularidad de sus compras, era improbable que sus proveedores le facilitaran alguna clase de crédito. Putos turcos. Pero la posición de negociador de Hansi había recibido un impulso inesperado. Movió las piernas y se sentó en el borde de la cama. Arrugando con fuerza el entrecejo por culpa del humo del cigarrillo, buscó debajo de la cama con las dos manos. Seguía allí. Aguantó aquella posición unos segundos, escuchando con el entrecejo arrugado los sonidos procedentes de otra parte de la casa: una tos tuberculosa en el piso de abajo, una radio en el dormitorio de al lado. Hansi sacó un pequeño fardo envuelto en un par de trapos sucios y lo puso sobre el colchón. Con cuidado, apartando la tela, descubrió una reluciente pistola automática de nueve milímetros. Hansi no sabía nada de armas, pero sabía que ésa era especial. Parecía cara. Tenía la parte lateral labrada con motivos decorativos que parecían incrustaciones de oro. La marca del fabricante era extranjera; estaba escrita en mayúsculas cirílicas -«rusas o alguna mierda de ésas», pensó Hansi-, seguida del número doce en cifras. Hansi volvió a doblar la tela, procurando no tocar el arma: por nada del mundo quería que lo relacionaran con lo que le había pasado a aquel pobre desgraciado en la piscina.
Había sido hacía dos noches. Hansi estaba comprándole material al turco. Solía hacer sus trapicheos en la piscina abandonada. Cuando tenía dinero suficiente, compraba un excedente de heroína y vendía una parte. A los turcos no les importaba, siempre que no ampliara el negocio o se metiera en su zona. El viernes no tenía dinero de sobra y sólo pudo comprar la cantidad suficiente para ir tirando. El turco acababa de marcharse para seguir con su ronda cuando Hansi sintió la necesidad apremiante de defecar. Estaba acostumbrado a los retortijones alternos de estreñimiento y diarrea que acompañaban a la adicción prolongada. Acababa de vaciar los intestinos en el suelo cuando oyó que el coche se detenía. No había tenido la advertencia de los faros; era obvio que el coche había subido hasta allí con las luces apagadas. Años de vida en la calle habían dotado a Hansi de un sexto sentido que le decía cuándo hacerse invisible, así que, subiéndose los pantalones a toda prisa, se escondió detrás de la puerta que en su día había conducido a los bañistas a los vestuarios.
Su instinto había acertado. Tres hombres entraron en la piscina: un hombre mayor, un tipo joven que parecía culturista y un pobre desgraciado con una bolsa de lona en la cabeza y las manos atadas a la espalda. Hansi supo al instante que habían entrado tres hombres, pero que sólo saldrían dos. Los había observado a través de la ventana semicircular de la mitad superviviente de unas puertas dobles. El tipo joven, con una pistola en una mano enguantada y una linterna en la otra, se había acercado a la puerta. Hansi tuvo el tiempo justo de esconderse, saltando hacia atrás, asegurándose con cuidado de no tropezar o hacer algún ruido en el suelo lleno de basura desparramada, y agachándose entre los restos de una caseta. El hombre joven barrió los vestuarios con su linterna para asegurarse de que estaban despejados. Hansi soltó el aire despacio. Oyó que el hombre mayor hablaba y regresó con cuidado hacia la puerta. Habían obligado al tipo encapuchado a arrodillarse en el borde de la piscina, y Hansi oyó que gritaba «¡No!». La pistola soltó un fogonazo y un ruido sonoro. Hansi había esperado un fogonazo más intenso y un ruido más fuerte, y se fijó en el cañón alargado del arma: un silenciador. Oyó un tintineo sonoro cuando el casquillo rebotó en las baldosas agrietadas.
No le pareció que los dos hombres se marcharan con prisas. Fue entonces cuando Hansi vio que hacían algo rarísimo. Al salir, levantaron la tapa de un viejo cubo de basura que había al lado de la puerta y el hombre joven echó la pistola dentro. Era evidente que no les preocupaba que alguien hallara el arma homicida. A unos cien metros de allí, había un canal que seguramente ya era el depósito de docenas de pruebas. Tirar el arma allí era invitar a que la encontraran. Y cuando se fueron, Hansi ya había decidido hacerles el favor.
Ahora Hansi tenía algo que ofrecer que no era dinero. Se sabía el número del móvil del turco de memoria y sabía que era la mejor hora para encontrarlo. Se levantó de la cama y se puso el viejo abrigo militar, que llevaba lloviera o hiciera sol, en verano o en invierno. Cogió el fardo que cuidadosamente había vuelto a envolver y se lo metió en uno de los amplios bolsillos del abrigo. No le gustaba la idea de llevar el arma encima, pero sabía que cualquier cosa que se dejara por la casa tenía la costumbre de desaparecer.
Hansi salió al descansillo, bajó las escaleras destartaladas y salió a la calle, intentando pensar dónde estaría la cabina de teléfono no destrozada más cercana.
Lunes, 16 de junio. 10:05 h
Polizeipräsidium (Hamburgo)
Fabel estaba de pie junto a la mesa de cerezo de la sala de reuniones, esperando a que los demás ocuparan sus asientos. Se volvió hacia la pizarra que tenía detrás. Ésta era la presencia física de la investigación -su forma- y ahora estaba creciendo sustancialmente. Había un mapa de Hamburgo y alrededores, donde alfileres con banderitas marcaban las dos escenas principales de los asesinatos en Hamburgo y la escena secundaria donde se había hallado el cadáver de Ursula Kastner.
Las fotografías forenses del cuerpo destrozado de Angelika Blüm estaban ahora junto a las de las dos víctimas anteriores. Al lado de los mensajes de correo electrónico del asesino, habían pegado fotocopias de páginas de libros académicos sobre rituales vikingos. Fabel había escrito los nombres de las tres víctimas, la segunda identificada simplemente como «¿Monique?» en el centro del panel blanco. Encima de los nombres, Fabel había escrito «Hijo de Sven» y las palabras «Águila de Sangre». Arriba a la derecha, el nombre «Hans Klugmann» estaba unido con una flecha vertical a «Arno Hoffknecht», que a su vez tenía una flecha que lo conectaba con «Ulugbay/Yilmaz». Junto a esto, entre signos de interrogación, había escrito «ucranianos». Al otro lado, había escrito los nombres de las dos chicas a las que habían secuestrado con drogas utilizadas en las citas con violación. Aquello estaba unido a «Águila de Sangre» con una línea interrumpida por las palabras «¿Culto odinista?».
Encima de la mesa había una carpeta con el informe de lo que le había contado el profesor Dorn y los informes forenses y patológicos preliminares sobre el asesinato de Blüm. Encima de la carpeta, dentro de una bolsa de plástico, estaba el móvil que había recuperado del piso de Klugmann. Todo el equipo principal de la Mordkommission, excepto Maria Klee, estaba ahora reunido en torno a la mesa de cerezo: Fabel, Werner Meyer, Anna Wolff y Paul Lindemann. A Fabel le molestó que Maria no estuviera.
– Está terminando algo -le explicó Werner-. Ha dicho que no tardaría.
Además del equipo básico de la Mordkommission, había media docena de detectives de la Kriminalpolizei a quienes Van Heiden había reclutado para apoyar la investigación. Fabel había llamado a Susanne Eckhardt, y también asistía a la reunión. Al final de la mesa, Van Heiden escuchaba impasible mientras Fabel resumía su conversación con Dorn. Cuando acabó, Susanne Eckhardt fue la primera en hablar.
– Entiendo que Herr Professor Dorn haya sido capaz de recurrir a su pericia como historiador, pero ¿por qué está tan interesado en, bueno, para serte sincera, la psicología amateur? Ha identificado el modus operandi como un método que recuerda a este rito de sacrificio, pero también parece haber extrapolado un perfil del asesino.
– El profesor Dorn lleva muchos años trabajando con criminales -dijo Fabel.
– Pero eso no le faculta para…
Fabel se volvió y miró fijamente a Susanne. Había frialdad en su voz.
– Dorn fue mi profesor de historia europea en la universidad. Su hija, Hanna, fue secuestrada, violada y asesinada. Hace unos veinte años. Ella tenía veintidós. Creo que el profesor Dorn tiene un conocimiento más… -buscó la palabra exacta- íntimo del asesinato que nosotros.
Lo que Fabel no dijo fue que Hanna Dorn era su novia cuando sucedieron los hechos; que sólo llevaba saliendo con ella un par de semanas; que estaban a punto de cruzar esa línea entre la torpeza y la intimidad cuando un camillero de treinta años llamado Lutger Voss la raptó mientras volvía a casa después de una cita con Fabel. La policía le preguntó por qué no la había acompañado a casa. Él se había hecho la misma pregunta una y otra vez, y que tuviera que acabar un trabajo nunca le había parecido una respuesta lo bastante importante. Fabel se licenció justo después del juicio. Inmediatamente después, se incorporó a la policía de Hamburgo.
Van Heiden rompió el incómodo silencio.
– ¿Qué probabilidades hay de que todo esto sea cierto, Frau Doktor? ¿Cree usted que este psicópata cree en esta tontería del Águila de Sangre?
– Es posible. Claro que es posible. Y eso explicaría la religiosidad de los mensajes. Pero si todo esto es cierto, nos enfrentamos a una psicopatía mucho más sofisticada y estructurada. Diría que lo planea todo con sumo detalle y con mucha antelación. Lo cual significa que deja el mínimo resquicio al azar.
Fabel hacía girar un lápiz entre los dedos. Suspiró y lo lanzó sobre la mesa.
– Y eso significa que es menos probable que cometa un error y nos deje una pista. Y un motivo religioso significa, como ya sospechábamos, que habría emprendido una especie de cruzada…, a menos que todo sea una cortina de humo. O al menos una cortina de humo en parte…
– ¿Qué quieres decir? -preguntó Susanne.
– No sé exactamente qué quiero decir. No tengo ninguna duda de que nuestro hombre cree en toda esa mierda, pero quizá no sea lo que lo impulsa a matar. Quizá esté escondiendo otro motivo detrás de todo esto. ¿Por qué borró todos los archivos del ordenador de Blüm? ¿Y por qué robó documentos? Y no soy el único que ha pensando en esta posibilidad.
Entonces, Fabel hizo un breve resumen de lo que le había dicho Brauner.
– ¿Frau Doktor? -Van Heiden le invitó a que respondiera a la afirmación de Fabel. Susanne frunció el ceño.
– Es posible. Las personas que tienen un motivo para asesinar a menudo «lo disfrazan» para que encaje con algún otro plan psicológico. -Se dirigió de nuevo a Fabel-. ¿Quieres decir que puede haber una división entre motivo y método? ¿Que su necesidad de matar no obedece al placer o la realización psicótica que el asesino obtiene con el asesinato?
– Exacto.
– Es posible. No puedo decir que sea probable, pero es posible.
La puerta de la sala de reuniones se abrió. Maria Klee entró con una carpeta gruesa y se disculpó por llegar tarde, aunque no parecía muy arrepentida y sí bastante satisfecha de sí misma. Fabel se quedó callado un segundo antes de seguir.
– La única forma de estar seguros -continuó Fabel- es verificando más hechos. Hay que encontrar más pruebas. Si las víctimas están relacionadas de algún modo, tenemos que encontrar esa conexión. Y hay que encontrar a Klugmann y descubrir qué nos oculta. ¿Hemos avanzado en ese tema?
Anna Wolff contestó.
– No, jefe. Lo siento. Es obvio que Klugmann sabe perderse. Estamos vigilando de cerca a su novia, Sonja, pero no ha intentado ponerse en contacto con ella.
Fabel se tocó la barbilla con el pulgar y el índice. Estaba preocupado.
– Quiero que estudiemos más detenidamente la conexión odinista. Tengo un nombre que hay que comprobar, el Templo de Asatru. Werner, también quiero que vayas a visitar al señor MacSwain otra vez y le preguntes dónde estaba cuando asesinaron a Angelika Blüm.
– ¿Crees que es un posible sospechoso?
– Bueno, no nos dio tiempo de montar la vigilancia sobre él y, más o menos, podría encajar con la descripción que nos dio la chica del edificio de Blüm. Aunque si los datos son exactos, MacSwain tiene el pelo demasiado oscuro. -Fabel hizo una pausa. Su mente avanzaba, y una irritación amarga se reflejaba en su rostro-. Es imposible establecer los hechos que relacionan a las tres víctimas si no tenemos la identidad de una de ellas. Tenemos que averiguar sin falta la identidad de Monique. Es nuestra prioridad número uno. Alguien, en algún lugar, tiene que saber quién es.
Maria Klee lanzó la carpeta que llevaba sobre la mesa de reuniones. Todo el mundo miró en su dirección; sonreía de oreja a oreja, algo poco habitual en ella.
– Yo lo sé.
– ¿Qué? -dijeron Van Heiden y Fabel a la vez.
– Conozco la identidad de Monique. Y tengo que decirte que es una bomba, jefe. -Maria se volvió hacia Van Heiden con aire de desafío-. Y alguien, en algún lugar, nos ha estado ocultando información clave para esta investigación.
– Por el amor de dios, Maria, dinos quién es. -La voz de Fabel sonó tensa y débil. Era el mayor avance en la investigación hasta el momento.
– La víctima se llama Tina Kramer. Tenía veintisiete años. -Lo declaración sencilla de Maria pareció electrificar el aire viciado de la sala de reuniones-. La buena noticia es que he descubierto su identidad. La mala es cómo la he descubierto.
– Al grano, Maria -dijo Fabel.
– Como sabéis, cotejé sus huellas con nuestra base de datos y la del Bundeskriminalamt; es decir, la base de datos de delincuentes fichados. No encontré nada. Así que amplié la búsqueda. Hice la típica comprobación de huellas por eliminación, en la que incluí las huellas dactilares que no pertenecen a delincuentes convictos.
– Pero eso sólo nos deja las huellas de los miembros de la policía… -A media frase, la voz de Van Heiden se apagó y su expresión cambió.
– Exacto… -Maria abrió la carpeta y sacó una fotografía tamaño folio de una mujer. Rodeó la mesa, se puso detrás de Fabel y colgó la imagen en la pizarra con una chincheta, al lado de donde Fabel había escrito «Monique». Maria dio una palmada a la fotografía como si quisiera pegarla para siempre en la pizarra de la investigación. Cogió el borrador y suprimió el nombre «Monique» de la pizarra, y cogió un rotulador de punta gorda para escribir «Tina Kramer» con grandes mayúsculas. Fabel se levantó y se quedó mirando la cara de la fotografía: era la misma que la de la foto del depósito de cadáveres que había colgado al lado. Tenía el pelo más oscuro de lo que él recordaba, peinado todo hacia atrás. Llevaba una camisa de uniforme color mostaza con charreteras verdes. Detrás de él, Fabel oyó que el silencio electrificado de la sala estallaba en un murmullo de excitación. Al cabo de un rato, se dirigió a Maria.
– Mierda, no me lo puedo creer… ¿Es una de los nuestros?
– Sí. O al menos en parte. Pertenece… -Maria se corrigió a sí misma-. Pertenecía a la policía de Niedersachsen, con base en Hanover. Era Kommissarin de la Schutzpolizei. Según los datos que tengo, era de Hamburgo y, atentos a esto, fue trasladada al Bundeskriminalamt; concretamente al BAO, aquí en Hamburgo. -Maria examinó un informe de la carpeta-. Y no es una cagada administrativa con las huellas. En 1995, servía en un Sonder Einsatz Kommando de armas especial de la policía de Niedersachsen con base en Hanover. Hubo un atraco a un furgón de seguridad y se produjo un tiroteo entre los atracadores y la unidad. Recibió un disparo en la pierna. En el muslo derecho. Es nuestra chica, no hay duda.
– ¿La trasladaron al BAO? -Fabel se volvió hacia Van Heiden. Su voz era seria y fría.
– Ni se te ocurra, Fabel. -Van Heiden hizo una mueca y un gesto con las manos como queriendo apartar de sí la acusación-. ¡Yo no sabía nada de esto! La Besondere Aufbau Organisation tiene una estructura bastante autónoma…, pero te juro que voy a descubrir quién lo autorizó sin saberlo o aprobarlo.
– Sólo para que me quede claro -intervino Susanne-. ¿El BAO es la unidad especial encargada de la lucha contra el terrorismo internacional?
– Sí -respondió Maria-. Es una colaboración entre nosotros, el Bundeskriminalamt, el servicio secreto del BND y el FBI estadounidense. Su objetivo principal es recabar información de inteligencia.
– Y seguramente llevan a cabo operaciones encubiertas -añadió Fabel. Se volvió hacia Maria-. ¿Seguía en el BAO?
– Sí. Y el traslado comenzó hace poco más de un año.
Van Heiden y Fabel se miraron. Pero fue Werner quien expresó lo que todos estaban pensando.
– Justo antes de que Klugmann fuera expulsado del cuerpo. Esta víctima… -Miró a Maria.
– Tina Kramer.
– Esta víctima, Tina Kramer -continuó Werner-, es agente del BAO, una unidad de inteligencia de lucha contra el crimen y el terrorismo altamente secreta, y también es ex agente del SEK. Y Klugmann es ex miembro del Mobiles Einsatz Kommando.
Maria Klee volvió a ocupar su asiento en la mesa, se recostó en la silla y se pasó los dedos por el pelo rubio y corto.
– A lo que hay que añadir el hecho de que desaparecieran de la escena del crimen una cámara de vídeo y lo que hubiera grabado en ella. Y todo esto cuando asesinan a uno de los principales padrinos del crimen organizado. -Se inclinó hacia delante, entrelazó los dedos y apoyó su peso sobre los codos-. ¿Recordáis que me parecía tener visto a Klugmann?
– Sí… Dios mío, es cierto -dijo Fabel-. Pero no sabías de qué.
– Le he estado dando vueltas. No sabía de qué me sonaba. Pero cuando descubrí quién era Tina Kramer, se me ocurrió mirar el historial de Klugmann en el Bundeskriminalamt. Y ¿sabéis qué? El historial que consta en los registros federales y su hoja de servicios de la policía de Hamburgo no coinciden. Hay un baile de fechas. En concreto, el año en que se licenció en el ejército. Salió seis meses antes de lo que dice su historial y aparece en un lugar muy interesante.
– ¿Dónde?
– En Weingarten.
Una sonrisa amarga de complicidad irrumpió en el rostro de Fabel.
– Claro. Tendría que haberlo sabido. ¿La escuela de reconocimiento a distancia de la OTAN?
– Exacto.
– ¿Fabel? -dijo Van Heiden, e hizo un gesto de impaciente confusión.
– Están todos en el ajo, joder. Si lleva iniciales, está implicado. -Se dejó caer en la silla y tiró el lápiz sobre la mesa-. La escuela de reconocimiento a distancia en Weingarten es donde se entrena el GSG9. Una unidad antiterrorista de élite que oficialmente está integrada por policías y que forma parte de la policía fronteriza de Alemania. Pero, sin embargo, nuestros primos británicos enviaron al SAS para que entrenara al GSG9.
– En cuanto vi eso, todo encajó -dijo Maria-. Conocí a Klugmann en un seminario en Weingarten, cuando yo estaba en el Mobiles Einsatz Kommando. Sólo intercambié unas palabras con él, y no sabía cómo se llamaba. Llevaba el pelo rapado y estaba mucho más delgado. Pero me apuesto el sueldo de un mes a que era Klugmann. -Apretó los labios, y su boca formó una línea recta desalentadora-. Se trata de una operación secreta. Klugmann es el agente secreto infiltrado, y utiliza tanto como puede su historial real para ganarse credibilidad. Tina Kramer es su control. Tiene una identidad falsa, pero no está infiltrada.
Fabel respiró hondo.
– ¡Eso es! Joder. Ahí es exactamente donde nos llevaba este maldito caso. Nuestro supuesto asesino en serie ha eliminado a una agente federal secreta. Es una coincidencia enorme. Tenemos que volver sobre el primer asesinato, la abogada, y ver si hay alguna conexión entre ella y esta policía. Y tenemos que comprobar qué relación tienen con Angelika Blüm. -Se volvió hacia Van Heiden-. Tendremos que echarle la bronca a alguien, Herr Kriminaldirektor. Estamos hasta el cuello de mujeres despedazadas, y estos idiotas andan jugando a los espías. Tendrían que habernos informado de la identidad de esta chica en cuanto apareció muerta.
– Ya sabemos a qué venía esa llamada telefónica de doce minutos a un número inexistente -le interrumpió Werner.
Fabel dio una palmada sobre la mesa.
– ¡Dios santo…, tienes razón! Klugmann debió de llamar para recibir instrucciones. El pobre estaba de verdad en estado de choque aquella noche. Se encuentra a su contacto como recién salida del matadero y llama a su control para saber qué tiene que hacer. Le dicen que llame a la policía, pero que siga adelante con la operación y siga infiltrado. ¡Cabrones! -Se volvió de nuevo hacia Van Heiden-. Esto es obstrucción y ocultación de pruebas. Quiero que alguien acabe en la cárcel por esto. ¿Cuento con su apoyo?
Fabel esperaba que a Van Heiden le molestaría que le hiciera esa pregunta delante de todo el equipo. Sin embargo, el rostro de Van Heiden transmitió firmeza, seriedad y determinación.
– Me aseguraré de que consigas lo que necesites, Herr Kriminalhauptkommissar.
Fabel asintió con la cabeza para darle las gracias. Van Heiden sería muchas cosas, pero también era un policía serio y honrado. Fabel se volvió hacia sus dos tenientes.
– Buen trabajo, María, buen trabajo. Igualmente, Werner, por establecer la relación con la llamada telefónica.
– Hablando de eso… -dijo Van Heiden, y descolgó el teléfono de la sala de reuniones y pulsó el botón de su secretaria-. Póngame con el Hauptkommissar Wallenstein del BAO.
Con urgencia, Fabel indicó a su jefe que se detuviera. Van Heiden canceló la llamada y colgó el auricular.
– ¿Qué tienes en mente, Fabel?
Fabel sacó el móvil de Klugmann de la bolsa de pruebas. Miró de manera inquisidora a Van Heiden, quien asintió con la cabeza de forma breve y seria. Fabel encendió el teléfono y pulsó la tecla de rellamada del último número marcado. Al otro lado de la línea, el teléfono sonó tres veces. De nuevo, nadie habló cuando descolgaron.
– Soy el Kriminalhauptkommissar Fabel de la Mordkommission de la policía de Hamburgo. Quiero que me escuche con mucha atención y transmita esta información a quien esté al mando. Su operación está en peligro. Lo sabemos todo acerca de Tina Kramer y su otro agente. -Fabel tuvo mucho cuidado en no mencionar el nombre de Klugmann: aún seguía en su papel de infiltrado, y si el presentimiento que había tenido Fabel sobre quién escuchaba al otro lado no era correcto, el error que cometería podría ser letal-. Estoy con el Kriminaldirektor Van Heiden de la policía de Hamburgo y pasaremos un informe completo de la situación al Erste Bürgermeister y al Bundeskriminalamt. -Fabel hizo otra pausa. Tampoco obtuvo respuesta, pero no le colgaron. Ahora la voz de Fabel adoptó un tono más duro, más intenso-. Su agente está en peligro, y su tapadera ha quedado al descubierto. Fuera lo que fuera lo que esperaban alcanzar, ya no es alcanzable. Lo único que están haciendo es obstruir una importante investigación de asesinato. Si no colaboran con nuestra investigación con transparencia total, le prometo que me aseguraré de que se presenten cargos contra aquellas personas que estén detrás de esta operación.
Hubo un silencio eterno, y luego una voz femenina contestó:
– ¿Está con nuestro agente?
Fabel miró a las personas sentadas en torno a la mesa con una expresión casi triunfal.
– No. Aún anda suelto. Lo estamos buscando. ¿Con quién hablo?
La mujer obvió la pregunta.
– Hemos perdido el contacto con nuestro agente. Por favor, si lo localiza, avísenos. Llame a este número. En breve, alguien lo llamará, Kriminalhauptkommissar. -Colgaron. Fabel soltó una risa amarga.
– Siempre pensé que había algo raro en Klugmann. Pero nunca imaginé que sería en el buen sentido, ya me entendéis.
– Sigue siendo poli, ¿verdad? -preguntó Werner.
– Sí. No sé seguro para quién trabaja, pero me hago una idea. Bueno, en cualquier caso, pronto lo descubriremos.
Nadie dijo nada. Nadie pareció advertir lo extraña que era aquella situación: una sala llena de agentes de policía en silencio, donde casi se podía cortar el aire, y todos los ojos clavados en el móvil del agente secreto desaparecido. Pasaron varios minutos. Entonces, el timbre electrónico apremiante del teléfono llenó la sala. Todos se sobresaltaron cuando sonó.
Ahora le tocaba a Fabel permanecer callado al coger el móvil y pulsar el botón de responder con el pulgar.
– ¿Hauptkommissar Fabel? -Fabel reconoció al instante la voz indecisa que habló al otro lado de la línea, pero estaba demasiado cabreado para las cortesías de rigor.
– Lo espero en mi despacho en menos de una hora, Herr Oberst Volker. -Fabel colgó.
Fabel tardó sólo veinte minutos en poner punto y final a la reunión informativa, y adjudicó a su equipo tareas de investigación y de seguimiento. Después, se quedó esperando en su despacho. Conectó el buzón de voz del móvil y les dijo a Werner y a Maria que necesitaba estar a solas unos minutos para recomponerse antes de que llegara Volker. Necesitaba recopilar las ideas, los hechos y los conceptos surgidos del impacto que había tenido al conocer la identidad de la segunda víctima. Miró por la ventana hacia el Winterhuder Stadtpark y la ciudad que se extendía detrás. Pero no miraba nada en concreto. Su mente estaba en una zona oscura: aquella mitad gris del mundo que le había descrito Yilmaz, donde el espacio ocupado por los agentes de la ley está en algún punto entre lo legal y lo conveniente, un espacio de nubes y sombras.
No es fácil ser alemán. Se lleva a cuestas el exceso de equipaje de la historia reciente mientras, en comparación, otros europeos viajan ligeros. Diez siglos de cultura y progreso quedaron eclipsados por doce años a mediados de siglo, doce años en los que el mal más extremo se convirtió en algo habitual. Aquellos doce años definieron al mundo qué era ser alemán; a la mayoría de alemanes definieron qué era ser alemán. Ahora, no eran de fiar. Y los alemanes no volverían a confiar nunca en sí mismos.
Cada alemán centraba esta desconfianza en un lugar concreto, un aspecto de la vida alemana que tuviera una resonancia discordante, inquietante. Para algunos, era algo geográfico: los alemanes del norte desconfiaban de los del sur por su provincianismo fascista; o los alemanes occidentales, los Wessis, desconfiaban de los Ossis, los alemanes del Este, por miedo a que el nazismo se hubiera conservado criogénicamente en la larga helada del comunismo y que ahora empezara a descongelarse. Para otros, era algo generacional: los manifestantes de 1968 y 1969 que se rebelaron contra la generación de la guerra y el conservadurismo tradicional alemán; la nueva generación que para dirigirse a alguien utilizaba Du en vez de Sie, desformalizando y liberalizando el propio idioma alemán.
El centro de la desconfianza de Fabel era la maquinaria oculta del Estado: los órganos internos de una democracia nueva que habían sido trasplantados de una dictadura moribunda. Y justo en el centro de todo ello, en el punto de mira de la desconfianza de Fabel, estaba el BND.
El Bundesnachrichtendienst se había creado en 1965. Formaba parte de la maquinaria de la guerra fría, como contrapeso al Stasi de la Alemania Oriental, o Staatssicherheitsdienst. El primer director del BND había sido el general Gehlen. La verdad era que desde que acabó la segunda guerra mundial, el BND había operado como la Organización Gehlen. Gehlen había sido general de la Abwehr, el servicio de inteligencia nazi, que había colocado a espías en el Reino Unido, Estados Unidos y por todo el mundo. La Abwehr también había operado como unidad de contraespionaje, localizando a agentes de la resistencia y a espías de los aliados en la Europa ocupada. En el desarrollo de sus funciones, había demostrado un apetito por las torturas ligeramente menor que la Gestapo o las SS. Después de la guerra, los norteamericanos tuvieron que hacer frente a una nueva amenaza, el comunismo soviético, y descubrieron que carecían de una red de inteligencia importante sobre la Europa del Este. Pero conocían a alguien que sí disponía de una red así: los alemanes. Así que en Pullach, cerca de Munich, se creó la «Agencia de desarrollo económico del sur de Alemania»; pusieron a Gehlen al frente, y los aliados le dijeron que podía reclutar a todo el personal que necesitara.
Gehlen recorrió los campos de internamiento y liberó a docenas de hombres de las SS, quienes se incorporaron a la nueva red de inteligencia. Y Gehlen tenía la colaboración y el consentimiento plenos de los aliados. Parecía que no era momento de ponerse sentimental por unos pocos millones de judíos.
La Organización Gehlen, y el BND, su sucesor, no tuvieron éxito, ni mucho menos. El Stasi de la Alemania Oriental infiltró a agentes suyos en la organización desde el principio, y hubo diversos fracasos bastantes espectaculares y muy públicos. Después de la reunificación de Alemania, el BND dejó de tener su raison d'etre original, y comenzó a buscar un nuevo papel. La lucha antiterrorista, en la que estaba implicado desde finales de los sesenta, se convirtió en su función más importante. Pero ahora había que lidiar con grupos emergentes de neonazis, así como con facciones izquierdistas como la Rote Armee-Fraktion.
A mediados de los noventa, se decidió que el BND participara en la lucha contra el crimen organizado, algo que Fabel y otros policías habían visto con mucho escepticismo. Fabel era consciente de que las sombras de las maquinarias malignas del Estado que habían introducido los nazis eran alargadas y oscuras. Y para él, el BND yacía medio escondido entre esas sombras. Fabel no confiaba en el BND. Volker era el BND.
Unas nubes se desplazaron raudas por un cielo casi despejado. Fabel siguió mirando fijamente por la ventana, como si mirara más allá de lo visible. De Volker a Klugmann. Del BND al GSG9.
Fabel tenía el expediente adulterado de Klugmann sobre la mesa. Se dio la vuelta y volvió a mirar la fotografía. El lugar que ocupaba Klugmann en la investigación había cambiado, y ahora Fabel lo miraba desde una perspectiva distinta. La cara del expediente era la misma, pero era como si Fabel la viera por primera vez e interpretara sus facciones de forma distinta. Estaba bastante seguro de que Klugmann era agente del GSG9, lo cual, técnicamente, le hacía mantener su condición de policía. Oficialmente, el GSG9 -el Grenzschutzgruppe Neun- formaba parte de la policía fronteriza de Alemania, pero la tarea de sus agentes no tenía nada que ver con comprobar pasaportes o mirar debajo de los camiones de frutas para descubrir a inmigrantes en busca de asilo. El GSG9 nació, irónicamente, de la desconfianza de Alemania hacia sí misma.
La decisión de celebrar los Juegos Olímpicos de 1972 en Múnich fue un momento decisivo de la historia de Alemania. La imagen mental que nacía al unir los conceptos de Alemania y tradición olímpica dejaría de empezar y acabar con esvásticas ondeando sobre los Juegos de Berlín de 1936.
A las cuatro y media de la madrugada del 15 de septiembre de 1972 aún era de noche cuando un grupo reducido de personas, vestidas de atletas y con bolsas de deporte, entraron sigilosamente en la villa olímpica de Munich. Su destino era el número 31 de la Connollystrasse: el alojamiento de la delegación israelí. Dieciséis horas después, por la pista de la base aérea militar de Fürstenfeldbruck, a veinticinco kilómetros al oeste de la villa olímpica, yacían desparramados los restos de metal retorcido de un helicóptero que había explotado y los cadáveres de cinco terroristas del grupo Septiembre Negro, de un policía y de nueve rehenes israelíes. Antes, en la villa olímpica, habían sido asesinados dos atletas israelíes más.
Con las atrocidades de las SS tan vivas en la memoria colectiva, Alemania se negó a sí misma, por ley, el derecho de crear una unidad antiterrorista militar de élite, como el SAS británico o el Delta Force estadounidense. El resultado de la falta de preparación de Alemania fue un intento de rescate desastroso e improvisado, llevado a cabo por tiradores sin la formación necesaria. El resultado también fue diecisiete muertos bajo la mirada impasible de los medios de comunicación de todo el mundo. Dieciséis meses después de aquello, el GSG9 comenzaba su actividad, planeado y organizado por Ulrich Wegener, un agente de cuarenta y tres años, nacido en el seno de una familia patricia de la Alemania Oriental. Wegener era una espina que las autoridades de la Alemania Oriental tenían clavada, y el Stasi lo encarceló durante dos años por hacer campaña a favor de la democracia y la reunificación. Cuando lo soltaron, Wegener escapó a la Alemania Federal y se incorporó a sus servicios de seguridad.
La premisa de la nueva unidad era sencilla: ningún miembro de las fuerzas armadas podía servir en el GSG9, sólo policías. En lugar de formar parte del ejército federal, el GSG9 era una unidad de trescientos cincuenta agentes de la policía fronteriza. En 1977, Wegener se convertiría en el héroe de la operación más exitosa del GSG9. La unidad, con la colaboración de dos observadores especiales del SAS británico, asaltó en Mogadiscio (Somalia) un Boeing 707 de Lufthansa secuestrado después de que unos terroristas, que exigían la liberación de los miembros del grupo Baader-Meinhof encarcelados en Alemania, mataran al comandante. Wegener dirigió el asalto personalmente y mató a uno de los terroristas. Fue el momento cumbre del GSG9.
Entonces, la época gloriosa acabó. En junio de 1993, el GSG9 intentó detener a Wolfgang Grams, un miembro de la Rote Armee-Fraktion en una estación de tren de Bad Klienen, en la Alemania Oriental. La operación se torció, y Grams mató a un policía e hirió a otro. El informe oficial, confirmado por pruebas forenses, afirmaba que, tras los hechos, Grams se había suicidado. Sin embargo, testigos civiles declararon haber visto que los agentes del GSG9 inmovilizaban a Grams en el suelo y le pegaban un tiro a quemarropa en la cabeza.
El escándalo subsiguiente supuso el fin de algunas carreras a nivel ministerial. Y el GSG9 se sumergió de nuevo en las sombras.
A Fabel no le entusiasmaba el GSG9, ni las unidades del Mobile y el Sonder Einsatz Kommando, diseñadas a imagen y semejanza de los equipos del SWAT estadounidense, que habían surgido en casi todos los cuerpos policiales de Alemania. La línea entre policía y soldado estaba cada vez menos clara e iba en contra de todos los instintos de Fabel. Con su opinión sobre estas unidades paramilitares no se había ganado ninguna amistad en los niveles superiores del Präsidium, en especial cuando señalaba como ejemplo a la Policía Montada del Canadá. Esta había creado una unidad parecida al GSG9. La llamaron el SERT -el equipo de fuerzas especiales de emergencia-, y era una unidad antiterrorista sumamente eficaz. Y la disolvieron. Los agentes canadienses del SERT no pudieron conciliar el imperativo de matar que imponían las operaciones antiterroristas con su instinto natural como agentes de policía de preservar y proteger la vida. Fabel había pensado siempre que ésos eran la clase de policías con los que le gustaría trabajar.
Se centró en el rostro de Klugmann de la fotografía del historial. Era una cara más flaca que la que había visto en la sala de interrogatorios encalada de la comisaría de Davidwache. Era una cara tensa; los músculos y ligamentos tirantes sujetaban con firmeza la piel al cráneo poderoso. Era el tipo de cara que decía que el cuerpo oculto al que pertenecía era fuerte y atlético. La fotografía no era tan antigua; Klugmann debió de abandonarse para crear su identidad secreta.
Lo que Fabel no comprendía del todo era por qué se utilizaba a un agente del GSG9 para una operación secreta. El sigilo del GSG9 tenía una función táctica y operativa, no se debía a que recababa información de inteligencia. Fabel no dudaba en absoluto de que si María estaba convencida de haberse cruzado con Klugmann en Weingarten, era ahí exactamente donde lo había visto. Y los dos lugares que el GSG9 utilizaba para su adiestramiento eran Hangelar y Weingarten. No había duda de que, con tantas agencias especiales implicadas, fuera cual fuera el centro de la operación, el objetivo era importante. Volker era del BND; Klugmann, del GSG9. Fabel creía que la chica muerta, Tina Kramer, en realidad también era del BND. Parecía que sólo la policía de Hamburgo había quedado excluida de la operación. Y Fabel no tenía razón alguna para dudar de la palabra de Van Heiden sobre que no sabía nada en absoluto de la operación. Entonces, ¿por qué se había dejado al margen al principal cuerpo de seguridad de Hamburgo?
Llamaron a la puerta de un modo que no era ni indeciso ni seguro. Volker entró en el despacho de Fabel sin esperar a que éste le invitara a pasar. Algo había cruzado el rostro de Volker y se había llevado con él cualquier vestigio de cordialidad. La expresión de Volker no era hostil, pero tampoco transmitía ninguna otra emoción reconocible. Fabel se dio cuenta de que era el rostro que Volker tenía detrás de su máscara de afabilidad. Los ojos oscuros estaban vacíos, y tenía la boca apretada. Volker llevaba una gruesa carpeta verde debajo del brazo. Fabel le indicó con la mano que tomara asiento.
– ¿Qué es lo que quiere saber, Fabel? Le diré lo que pueda.
Cuando Fabel habló, había seriedad en su voz.
– No, Volker…, no me dirá sólo lo que pueda decirme… -Fabel le hizo una seña a Werner, quien se acercó, cerró la puerta con toda la intención, apoyó su cuerpo robusto contra ella y cruzó los brazos rollizos sobre el pecho-. Me dirá todo lo que yo quiera saber. Y si no lo hace, le prometo que lo meteré en una celda, presentaré cargos contra usted por obstruir una investigación de asesinato y filtraré la historia a la prensa antes de que sus amigos de Pullach puedan sacarlo de esto.
– Teníamos una razón muy buena para no soltar prenda, Fabel. Aún estamos en el mismo bando, ¿sabe? -El rostro de Volker seguía inexpresivo.
– ¿Ah, sí? Estoy intentando resolver una serie de asesinatos sanguinarios, y ha estado ocultándome información, información clave. Mis hombres han estado perdiendo el tiempo por todo Hamburgo intentando descubrir quién era la segunda víctima mientras usted entraba y salía tranquilamente del Präsidium con su identidad en el bolsillo. Mientras tanto, asesinan a una tercera víctima. Usted va por ahí jugando a los agentes secretos, y una pobre mujer lo paga con su vida.
– No existe conexión alguna entre Tina Kramer y las otras dos víctimas.
– ¿Cómo puede estar tan seguro?
Volker medio lanzó la pesada carpeta verde sobre la mesa.
– Está todo ahí, Fabel. Todo lo que tenemos sobre nuestra operación. Íbamos a compartirlo con usted de todas formas. Sólo necesitábamos que Klugmann apareciera. Hemos hecho nuestras comprobaciones sobre la relación de las otras dos víctimas con Tina Kramer y no hemos encontrado nada. Tina estaba en el lugar equivocado en el momento equivocado. Su asesino debió de elegirla al azar, como a las otras víctimas.
– Eso es una patraña, Volker. Coincidencias como ésa no existen.
– Sí existen, y en este caso es lo que fue. La agente Kramer no era nuestro agente secreto principal. Era Klugmann. Kramer tenía el piso para que Klugmann pudiera hablar con sus contactos del hampa. Lo arreglamos todo para que Klugmann fuera un ex poli corrupto, en concreto un ex agente de las fuerzas especiales que le tuviera rencor a la policía. Está todo ahí… -Volker señaló la carpeta-. La historia era que Kramer le alquilaba el piso a Klugmann con el nombre de Monique para sugerir que era puta. Pero se supone que el acuerdo era que Klugmann seguía usando el piso para sus reuniones secretas.
– ¿Reuniones con quién? ¿Cuál era el objetivo de la operación?
– Observar. Klugmann rondaba las actividades del crimen organizado sin casarse con nadie. Trabajaba para Hoffknecht, que a su vez trabajaba para Ulugbay, pero no estaba vinculado a la organización de Ulugbay. Ha estado dando voces para que se sepa que quiere participar en algún negocio serio.
– Eso no responde a mi pregunta. ¿Quién era el objetivo y qué finalidad tenía la operación?
– Era una operación para recabar información de inteligencia. El objetivo específico era una organización nueva ucraniana muy poderosa que ha llegado a la ciudad. Sospechamos que ellos mataron a Ulugbay. -Fabel recordó lo que le había contado Mahmoot. Dejó que Volker continuara-. Promovimos la operación porque nadie hablará sobre ellos. Nuestros contactos habituales tienen mucho miedo a hablar. Y con razón. ¿Recuerda que le he dicho que teníamos una buena razón para no soltar prenda?
Fabel asintió con brusquedad.
– Bueno, me temo que no le va a gustar. Nadie está dispuesto a hablar de esta nueva banda porque son increíblemente eficaces y despiadados a la hora de tratar con los informadores, los competidores o sencillamente con cualquiera que se interponga en su camino. Más aún, han dejado claro que tienen contactos dentro de la policía de Hamburgo, y que si alguien habla, se enterarán.
– ¿Tienen confidentes en la policía? No me lo creo -protestó Fabel.
– Eso es lo que sugiere nuestro servicio de inteligencia. No sabemos seguro dónde, pero tiene que ser a un nivel bastante alto. Por eso la policía de Hamburgo quedó excluida. Era una operación conjunta del LKA7 y el BND, y recluíamos a Klugmann del GSG9. Lo siento, pero tuvimos que hacerlo así.
– ¿Qué me dice de Buchholz y la división de crimen organizado?
Volker negó con la cabeza.
– Nadie de la policía de Hamburgo está al corriente de la operación. Corre el rumor, aunque parezca mentira, de que estos ucranianos antes eran policías y agentes de las fuerzas especiales del Ministerio del Interior soviético. Se supone que han establecido contactos con policías que sirven en Alemania. Por eso le dimos a Klugmann esos antecedentes: creímos que encajaría con mayor facilidad. Y como tenía un pasado auténtico en las fuerzas especiales, su tapadera se sostendría. Pero no podíamos arriesgarnos a que hubiera una filtración, así que aquí dentro nadie sabe nada.
– Supongo que por eso cambiaron el historial de Klugmann en la policía y que por eso no coincide con el historial federal.
Volker asintió con la cabeza.
– ¿Quién dirige esta unidad ucraniana? -Werner habló sin moverse de la puerta. Volker no se volvió para contestar, sino que habló con Fabel como si hubiera sido él quien había formulado la pregunta.
– Ése era uno de los objetivos principales de la operación. No lo sabemos. Por el momento no tiene ni rostro ni nombre…
«Igual que pasó con nuestra segunda víctima», pensó Fabel.
Volker continuó:
– Klugmann ha establecido contacto con un tipo de la nueva banda ucraniana, a través de un miembro de la organización de Yari Varasouv…, o al menos de la organización que antes dirigía Varasouv. Klugmann sólo conoce a su contacto por el nombre de Vadim… Cree que su contacto es quien dice ser, sólo que ocupa un lugar bastante bajo en la jerarquía; si no, no se expondría. Dicho lo cual, creemos que sólo hay de diez a doce hombres en el grupo más importante, los llamamos el Equipo Principal. Cada uno dirige a media docena de «capitanes» existentes de las bandas antiguas. La forma que tiene esta banda de operar da sentido a la palabra «organizado» en crimen organizado. El Equipo Principal opera casi como la estructura de mando de un ejército de ocupación. De hecho, han eliminado los «gobiernos» de las organizaciones principales de Hamburgo, liquidando a los jefes de la banda. Eso los deja con un cuerpo sin cabeza que pueden controlar. Comenzaron con las bandas ucranianas, rusas y otras de la Europa del Este, y luego centraron su atención en la organización de Ulugbay. Empezaron a desestructurarla desde abajo. Y luego, por supuesto, eliminaron a Ulugbay de la estructura.
– ¿Por qué hablarían con Klugmann si su tapadera sugiere que es un don nadie?
Volker dudó.
– Le dimos algo a Klugmann con lo que podía negociar.
– ¿El qué?
– Fabel, tiene que entender que estamos jugando contra unos contrincantes muy peligrosos. Gente que a menudo es impredecible. Eso significa que a veces tenemos que correr riesgos. -Fabel no sabía lo que le contaría, pero ya sabía que no iba a gustarle. Volker suspiró-. Les dimos los detalles de la reunión del negocio de drogas donde asesinaron a Ulugbay.
Fabel se quedó mirando a Volker con incredulidad.
– ¿Utilizaron una operación policial para ayudar a organizar la ejecución de un personaje importantísimo del hampa? Dios santo, ¿hay algo que no harían?
– ¡Claro que no organizamos la ejecución! -La indignación de Volker no era convincente. Sus ojos se posaron en un punto de la mesa de Fabel-. Se jodió todo. A diferencia de lo que sabemos sobre esta banda nueva, nuestra información de inteligencia sobre Ulugbay es excelente. Le dimos a Klugmann detalles de un negocio de drogas muy importante que iba a reportarle millones a Ulugbay. Pero no esperábamos que él fuera en persona. Klugmann tenía los detalles de la reunión inicial, los nombres y datos de los colombianos implicados, las cantidades, etcétera. Klugmann podía decir que había conseguido la información a través de un contacto sobre el que tenía cierta influencia en la unidad de narcóticos del MEK. Fue suficiente para poner al descubierto a alguien del Equipo Principal. Es obvio que Vadim está en un nivel bajo del Equipo, pero eso es relativo cuando uno piensa en el poder que tiene cada uno de ellos. De todas formas, lo único que queríamos era dar credibilidad a Klugmann. No fue fácil tomar esa decisión. Tiramos a la basura una redada de drogas importante, pero pensamos que merecía la pena para desmantelar al Equipo Principal. Creímos que los ucranianos aparecerían en la reunión. Teníamos razón. Más de lo que hubiéramos querido. Antes de que nos diéramos cuenta, los colombianos se habían subido a un avión camino a Bogotá, y el cerebro de Ulugbay estaba desparramado por el suelo de un Parkhaus subterráneo.
– ¿Ulugbay creía que iba a encontrarse con los colombianos?
– Sí. Pero en lugar de eso se encontró con una bala. Como ya le he dicho, se suponía que no tenía que estar allí. Creímos que los ucranianos les quitarían el negocio o, como mucho, que robarían las drogas.
– Dios santo, Volker, realmente no podían cagarla más, ¿verdad?
Volker lanzó a Fabel una mirada desafiadora.
– No tiene ni idea de a quién nos enfrentamos, Fabel. Tenemos a diez o doce ucranianos durísimos entrenados por el Spetznaz; todos sin rostro ni nombre, excepto uno. Ya ni siquiera corren rumores. Son como fantasmas, pero tienen prácticamente a todo el hampa de Hamburgo en sus garras. Sólo Yilmaz y lo que queda de la organización de Ulugbay están fuera de su control, pero no por mucho tiempo. Esta unidad ucraniana representa la mayor amenaza criminal que jamás ha vivido Hamburgo. Tenemos que tomar medidas radicales para detenerlos.
Fabel miró perplejo a Volker mientras asimilaba aquella información. No se creía que no supiera mucho más de lo que Mahmoot ya había sido capaz de contarle.
– ¿Qué hay del líder? No me creo que no tengan nada sobre él.
– No tenemos nada. Lo único que sabemos es que el Equipo Principal está dirigido por un ex agente de alto rango del Ministerio del Interior ucraniano. No tenemos ni su nombre, ni una descripción ni siquiera su edad, aunque sospechamos que ha servido en Chechenia. Y se rumorea que utiliza una brutalidad atroz para lograr sus objetivos.
– ¿Cómo puede estar seguro de que no es él quien está detrás del asesinato de Tina Kramer?
– Porque no tiene ningún sentido. Nadie ha descubierto la tapadera de Klugmann, excepto ahora, usted, y vamos a tener que hacerle volver. Pero no hay nada que relacione nuestra operación con las otras dos víctimas. Y sin que descubrieran la tapadera de Klugmann, los ucranianos no tenían motivo alguno para matar a Kramer.
– ¿Qué dijo Klugmann cuando los llamó aquella noche… justo antes de denunciar el asesinato a la policía?
– Estaba histérico. Nos contó lo que le había pasado a Kramer, y vimos que se trataba del mismo modus operandi del psicópata que había asesinado a la primera chica. Como he dicho, no vimos ninguna conexión, pero tuve que tomar una decisión operativa sobre la marcha. Le ordené a Klugmann que volviera, que abortara la misión. Por lo que sabíamos, podía ser que hubieran descubierto su tapadera. Le dije a Klugmann que cuando lo tuviéramos a salvo, nos pondríamos en contacto con la policía de Hamburgo y daríamos parte del asesinato.
– Entonces, ¿qué pasó?
– Klugmann es uno de los mejores agentes con los que he trabajado. Me dijo que le dejara seguir adelante, que le dejara ocuparse de la situación, comprobar si habían descubierto su tapadera y dar parte él del asesinato a la policía.
Fabel volvió a pensar en el interrogatorio en la comisaría de Davidwache. Klugmann debía de tener unos recursos internos impresionantes. Se había quedado ahí sentado, escuchando las amenazas de Werner, las preguntas de Fabel, y había asimilado el impacto del espantoso asesinato de su compañera. No se le había caído la máscara ni una sola vez. Fabel había tenido sus sospechas, pero jamás se le ocurrió algo así. Junto a la puerta, Werner expresó los mismos pensamientos.
– ¡Qué cabrón! Vaya huevos tiene el tío, eso lo reconozco. ¿Está a salvo?
– No lo sabemos. Hemos perdido el contacto. Usted se llevó su móvil, así que no podemos localizarlo ahí. Y no nos ha llamado. Estamos muy preocupados.
Fue en ese momento cuando Maria Klee llamó a la puerta. Su mirada era seria y resuelta, y le hizo una seña a Werner para que saliera del despacho.
Volker se volvió hacia el Kriminalhauptkommissar.
– Tiene que creerme, Fabel, si hubiéramos creído que la muerte de Kramer estaba relacionada con la operación, lo hubiera ido a ver de inmediato. En cualquier caso, sólo íbamos a ocultárselo hasta que localizáramos a Klugmann.
Fabel iba a decir algo cuando Werner volvió a entrar, con la expresión imperturbable.
– Parece que ya no tiene que preocuparse más por Klugmann -dijo-. La Polizeidirektion de Harburg acaba de encontrar un cadáver en una piscina abandonada. Y la primera descripción coincide con la de su hombre.
Lunes, 16 de junio. 11:50 h
Hamburgo-Harburg (Hamburgo)
Fabel, Werner y Maria Klee estaban de pie en el borde desconchado de una piscina que no había visto agua en años. Volker los acompañó, pero Fabel le hizo esperar tras el cordón policial.
– Cuanta menos gente entre en la escena del crimen, mejor…, al menos hasta que los del equipo forense hayan acabado su trabajo -le había explicado Fabel a Volker sin demasiado entusiasmo. La verdad era que cada vez le resultaba más difícil soportar la presencia de Volker. Éste formaba parte de un grupo oscuro, del mundo de grises y sombras que Yilmaz había descrito, y Fabel no quería relacionarse con él o con su mundo más de lo estrictamente necesario.
A pesar de que casi era mediodía y de la ausencia prácticamente total de cristales en las ventanas, la piscina estaba oscura, como si la suciedad de las paredes y el suelo hubiera invadido el aire y matado la luz. Ahora, la mugre de la piscina estaba acentuada por la severidad de las luces de arco que había instalado el Tatort. Había jeringuillas usadas, preservativos, basura y, en una esquina, lo que parecían excrementos humanos. A Fabel no se le ocurrió un lugar más sórdido para morir.
Un equipo del Tatort integrado por seis hombres, con sus batas blancas de forense, examinaba la porquería. Brauner, el jefe del equipo, se puso en cuclillas junto al cuerpo. Klugmann tenía las manos atadas a la espalda y un saco en la cabeza. Brauner lo había cortado con cuidado; estaba medio acartonado por la sangre endurecida y seca. Alzó la vista y saludó con la cabeza cuando vio a Fabel detrás de él, de pie en el borde de la piscina.
– Estaba de rodillas donde te encuentras tú ahora cuando le dispararon -dijo Brauner-. Estilo ejecución y directo al tronco cerebral. Un trabajo muy profesional. Diría que murió en el acto. La bala salió por encima de la boca.
– ¿Cuándo murió?
– Tendrás que preguntárselo a Moller cuando examine el cuerpo, pero por la temperatura, la lividez post mórtem y el relajamiento del rigor mortis, diría que como mínimo hace un par de días. Quizá tres.
Uno de los miembros del equipo gritó desde una esquina de la piscina.
– Herr Brauner. ¡Venga!
Fabel siguió a Brauner hasta donde estaba el técnico forense.
– Aquí… -El técnico señaló un pequeño cilindro de metal que brillaba entre el polvo y los escombros del suelo. Brauner se puso en cuclillas y cogió con cuidado el objeto.
– Un cartucho de nueve milímetros. -Brauner cogió con cuidado el casquillo con el pulgar y el índice enguantados en látex.
– Y por el lugar donde cayó, el asesino podía verlo perfectamente -dijo Fabel-. Con sólo echar un vistazo rápido a su alrededor, podría habernos negado fácilmente esta prueba. Un error de aficionado para un asesino tan profesional.
Brauner se encogió de hombros.
– Quizá estaba oscuro. O quizá pensó que estaba a punto de ser descubierto y tuvo que marcharse con más prisas de las esperadas.
– Podría ser… -Fabel no estaba convencido, ni mucho menos. Por las arrugas de la frente de Brauner vio que había algo que le preocupaba-. ¿Qué pasa?
– Este cartucho pertenece a una nueve milímetros, pero no a una automática corriente. ¿Qué llevas tú? ¿Una SIG-Sauer P6?
– Una Walther P99.
– Tampoco encajaría. La mayoría de nueve milímetros se basan en la configuración Smith & Wesson o en la Walther. Sospecho que es una nueve por nueve por diecisiete. Es uno munición no estándar para un arma de fuego no estándar.
– ¿Alguna idea sobre el arma?
– Por ahora no. Podremos reducir la lista a unas pocas marcas, pero nos llevará tiempo.
Llegó Móller, el patólogo. Fabel le saludó con la cabeza.
– Lleva muerto un par de días -le dijo Fabel mientras se dirigía a la puerta de salida de la piscina. Sonrió al ver la indignación de Möller y salió a respirar aire fresco. Volker estaba medio apoyado, medio sentado en el guardabarros de uno de los coches verdes y blancos de la Schutzpolizei.
– ¿Es Klugmann?
– Eso parece. Pero tendremos que esperar a que Móller le dé la vuelta y le veamos la cara.
Pasaron un minuto en silencio antes de que Werner y Maria salieran, seguidos del cadáver, que estaba dentro de una bolsa negra y sobre una camilla con ruedas que llevaban dos técnicos patólogos.
– Seguro que es Klugmann -dijo Werner, con gravedad.
Volker dio un paso adelante y detuvo a los técnicos con un gesto de la mano. Respiró muy hondo como para prepararse y señaló bruscamente con la cabeza la bolsa del cadáver. Uno de los técnicos tiró de una larga lengüeta; la cremallera se abrió con un ruido áspero y resonante para descubrir el rostro púrpura de Hans Klugmann. Entre los dientes y la nariz estaba el cráter de una herida de salida. Volker hizo una mueca de dolor y otro gesto con la cabeza al técnico, que subió la cremallera para encerrar a Klugmann en su capullo de vinilo. Volker se volvió hacia Fabel; el brillo de sus ojos oscuros se debatía entre el dolor y la ira.
– Era un hombre valiente. Y un policía bueno y honrado. Eso puede entenderlo, Fabel. -Volker hizo una pausa y miró cómo subían el cuerpo a la furgoneta del depósito de cadáveres-. Lo recluté yo personalmente, Fabel. Yo le asigné esta operación y no insistí para que volviera cuando asesinaron a la chica. Es culpa mía que esté muerto.
– Creo que sí -dijo Fabel sin malicia alguna.
Lunes, 16 de junio. 14:00 h
Altona (Hamburgo)
El rostro hermoso de Sonja Brun estaba compungido e hinchado como sólo sucede cuando alguien lleva una hora llorando sin parar. Incluso ahora, a pesar de que el esfuerzo había apagado el dolor de sus ojos rojos, encontraba la energía para convulsionar su cuerpo con sollozos intermitentes y profundos. Fabel le había dejado claro a un Volker furioso que ahora aquel caso estaba en manos de la Mordkommission y que cualquier intervención de Volker se consideraría una obstrucción. A Volker no le había quedado más remedio que encajar bien el golpe, y se conformó con acompañar a Fabel y Werner a interrogar a Sonja. Se estremeció cuando Fabel le reveló a Sonja que Klugmann estaba trabajando como agente federal secreto. La chica no podía aceptarlo, y Fabel vio que sus ojos repasaban cada momento, cada palabra que había compartido con Klugmann.
– Pero me dijo que íbamos a casarnos; que nos iríamos de Hamburgo y empezaríamos de cero en otra ciudad, en cuanto cerrara un negocio importante… ¿Era todo mentira? -Sus ojos escrutaron los de Fabel en gesto suplicante.
– No, Sonja, no creo que fuera mentira, de verdad. Le importabas. Estoy seguro de que le importabas…
Interrogaron a Sonja sobre los ucranianos, el negocio importante del que le había hablado Klugmann, cuándo se había ido, con quién lo había visto. Fabel intentó mantener un ritmo lento y calmado, dejando a la chica un momento entre respuesta y respuesta. No, nunca había visto a Vadim. No, Klugmann nunca le había hablado de él. Sí, a menudo salía tarde cuando no trabajaba, para reunirse con gente y hablar de su «negocio importante».
No tenían nada. Sonja comenzó a sollozar de nuevo, disculpándose por no poder ayudarles. Fabel le sugirió que lo dejaran ahí, cruzó el salón hacia la cocina y le preparó una taza de té verde con una bolsita que encontró en la encimera. Puso la tazo en las manos de Sonja.
– Una pregunta más, Sonja. ¿Tenía Hans una cámara de vídeo? -Con los ojos rojos, Sonja frunció el ceño y negó con la cabeza.
– ¿Trajo alguna vez alguna a casa? ¿O viste alguna vez una cinta de una cámara de vídeo? -De nuevo, lo miró desconcertada, se encogió de hombros y negó con la cabeza.
Dejaron a Sonja sola en el piso que había compartido con un hombre al que creía conocer, pero que en realidad era alguien que vivió una mentira en la que ella formaba parte del atrezo. No había nadie que se quedara con ella: ni parientes ni amigos. Tan sólo era una chica bonita a la que habían abandonado en un escenario vacío. Una chica que hacía un par de días volvía con las bolsas de la compra a su piso para reunirse con su amante, con miles de sueños en la cabeza sobre una vida nueva en un lugar nuevo. Ahora seguro que volvía a sumergirse en el mundo de la prostitución y las películas porno. Fabel no tenía ni idea de si Klugmann realmente amaba a Sonja ni de si alguna vez tuvo intención de casarse con ella, pero sabía que le importaba lo suficiente como para tratar de liberarla de un estilo de vida degradante.
Mientras cerraba la puerta del apartamento, Fabel le hizo una promesa silenciosa a un policía muerto.
Lunes, 16 de junio. 22:50 h
Pöseldorf (Hamburgo)
Eran casi las once cuando Fabel llegó a casa. Había vuelto a convocar a su equipo para repasar todo lo sucedido. Ahora sabían que «Monique» era Tina Kramer, una agente del LKA7. Klugmann estaba muerto. Volker afirmaba que no había ninguna relación entre su investigación y el asesinato ritual de Tina Kramer. MacSwain estaba ahora oficialmente bajo vigilancia. Para ello, Fabel había negociado con Van Heiden y acordado crear un equipo de seis personas, que debía incluir dos jefes de equipo de la Mordkommission. A Van Heiden no le gustaban las corazonadas. Más concretamente, no le gustaba comprometer el presupuesto de la policía de Hamburgo por una corazonada; pero dejó que Fabel se saliera con la suya. Fabel había puesto a Paul y a Anna al frente de la vigilancia; sabía que necesitaban que les mostrara su confianza en ellos después de perder a Klugmann y de que éste hubiera aparecido muerto.
También repasaron de nuevo el asesinato de Angelika Blüm. Brauner, el jefe del equipo forense, les informó de que no habían hallado ninguna prueba en el portátil de Blüm. El informe preliminar de Moller de la autopsia confirmaba sus observaciones iniciales. Maria Klee aportó algo nuevo, pero admitía que era bastante tangencial. Dejó el programa de una exposición encima de la mesa. Era de una exposición de cuadros de Marlies Menzel en Bremen. No era que a Fabel le sonara el nombre, sino que lo llevaba grabado en la memoria. Marlies Menzel había salido hacía poco de la cárcel de Stuttgart-Stammheim. Había sido miembro del Radikale Aktionsgruppe de Svensonn y había participado en el atraco en el que Fabel resultó herido. El día que metió dos balas en la cara de una chica de diecisiete años.
La exposición se titulaba «Alemania crucificada». Fabel notó una palpitación en el pecho al mirar las láminas fotográficas de los cuadros. Todos los lienzos estaban compuestos de brochazos y manchas color rojo sangre, negro y amarillo anaranjado: los colores de la bandera alemana. Cada lienzo era ligeramente distinto, pero todos utilizaban los mismos colores y todos mostraban a una figura indefinida que se encontraba crucificada y gritaba. Fabel entendió al instante por qué Maria había traído el catálogo: había algo que recordaba vagamente pero de un modo inquietante a las escenas de los asesinatos del Águila de Sangre. Hizo un gesto con la cabeza a Maria y le sugirió que fueran a visitar a Frau Menzel.
Después de la reunión, Fabel habló con Kolski y Buchholz, de la división de crimen organizado, y les informó de la operación del BND y la ejecución de Klugmann en la piscina. Fabel los observó a los dos mientras hablaba: su enfado parecía auténtico, pero no tanto como habría esperado; quizá cuando el trabajo de uno es tratar con el crimen organizado, se hace inmune al engaño. En todo caso, Fabel no tenía ninguna razón para dudar de que Buchholz, tal como había afirmado Volker, estuviera al tanto de la operación.
Fabel estaba muerto de cansancio cuando llegó a casa. Se sirvió una copa de vino y se hundió en el sofá de piel sin encender las luces del salón. Más allá de los ventanales de su piso, las luces de la ciudad brillaban en el espejo del Alster. Intentó no pensar en la voz por teléfono de Angelika Blüm, en su cuerpo despedazado, en Klugmann tirado en la mugre de una piscina abandonada, en una chica drogada que, tambaleándose, se había cruzado en el camino de un camión. Pero las imágenes bailaban aleatoriamente en su cabeza como abejas atrapadas en un tarro. Bebió un sorbo de vino blanco y le pareció que estaba agrio. Dejó la copa en la mesa y decidió hacer el esfuerzo titánico que suponía meterse en la cama. Antes de levantarse del sofá, sus párpados sucumbieron a la gravedad, y Fabel cayó en un sueño profundo.
A la una y media de la madrugada se despertó con un sobresalto de un sueño en el que le obligaban a ver una película snuff que había visto para una investigación de asesinato anterior. Esta vez era el rostro de Sonja Brun el que estaba morado y aterrorizado, y en lugar de máscaras de P.V.C. de bondage, los hombres del vídeo llevaban las máscaras de Odín con un solo ojo. Fabel se desnudó y se fue a la cama, pero se dio cuenta de que el cansancio no podía evitar que su mente dejara de ir a toda velocidad. Después de pasarse una hora dando vueltas en la cama, se levantó y volvió a vestirse. Cogió las llaves del coche y salió a la calle.
Fabel pasó por el Prásidium para recoger las llaves del piso de Blüm. No sabía qué esperaba encontrar allí, pero sintió la necesidad de estar rodeado de sus cosas, de pasear por lo que había sido su vida. Como mínimo, era un lugar tan bueno para pensar como cualquier otro.
Eran las tres y cuarto cuando se detuvo delante del edificio Jugendstil. Fabel aparcó justo donde la chica del piso dijo que había estacionado su acompañante. Las luces brillantes del vestíbulo ardían con intensidad, y cualquiera que se acercara a las puertas de cristal estaría visiblemente iluminado. Sin embargo, en la distancia, cualquier descripción habría sido tan general como la que había aportado la chica. Un hombre rubio, alto, bien vestido, ancho de espaldas. Pero ¿era el asesino?
Fabel cogió el ascensor hasta el tercer piso. Se quedó un momento delante de la puerta del apartamento antes de abrir. Se quedó mirándola fijamente como si pudiera ver a través de la madera y escudriñar la oscuridad del piso. Se descubrió recordando la última vez que había abierto aquella puerta y traspasado una verja al infierno, y cómo otra imagen de muerte grotesca se quedaba grabada en su cerebro. Apartó aquellos pensamientos de su mente y giró la llave. Después de encender las luces del pasillo, se dirigió hacia el despacho de Blüm. De nuevo, se descubrió preparándose mentalmente antes de encender las luces. Una vez más, la iluminación repentina reveló una escena inesperada; esta vez no era de horror, sino de sorpresa. Habían registrado el despacho de Blüm de un modo muy profesional. Habían retirado con cuidado los cajones del escritorio y los armarios, y los libros y archivos de las estanterías que cubrían las paredes; habían dado la vuelta a los muebles para comprobar la parte de abajo. No se podía decir que la habitación fuera un caos, sino un desorden demasiado sistemático. Y Fabel sabía que el equipo de Brauner no la había dejado en aquel estado. Alguien más había estado allí. Aquel pensamiento duró sólo una milésima de segundo antes de que Fabel tuviera una sensación repentina que le erizó el vello de la nuca: alguien más estaba allí.
Se quedó inmóvil. Escuchó la quietud del apartamento con tanta intensidad que amplificó la afluencia de sangre a las orejas y el sonido del metal rozando la piel dura de la pistolera mientras desenfundaba la Walther. Estaba de espaldas a la puerta del despacho y se sentía expuesto. Girándose deprisa y sin hacer ruido, volvió al pasillo. Silencio. Se quedó quieto durante medio minuto, esforzándose por escuchar cualquier sonido procedente de las otras habitaciones. Seguía sin oír nada. La tensión de su cuerpo disminuyó, pero sólo un poco, y recorrió el pasillo sin hacer ruido. Con la espalda pegada a la pared y el arma en alto en la mano derecha, abrió la puerta del dormitorio empujándola tanto como pudo. Con un giro, se colocó frente al marco y escudriñó el cuarto mirando por encima del cañón del arma. Quitó una mano del arma y buscó el interruptor de la luz. La habitación estaba vacía. Fabel soltó una risita: qué idiota era. Bajó el arma y se volvió de nuevo hacia el pasillo.
El primer pensamiento que Fabel registró fue la sorpresa. ¿Cómo se había movido el hombre con tanto sigilo y rapidez? Debía de estar en el salón principal, esperando el momento de actuar. Fabel alzó el brazo que sujetaba el arma, pero bajó la vista con incredulidad al notar que se detenía a medio camino. Su atacante lo agarraba con fuerza y firmeza, y era como si le astillara los huesos de la muñeca. La presión parecía obligarle a abrir la mano, y la Walther cayó al suelo de madera. Ahora tenía al hombre cerca y Fabel intentó levantar el otro puño, pero su atacante le agarró la garganta con la mano que tenía libre. Durante el ataque ralentizado por la adrenalina, Fabel se dio cuenta de que su asaltante no le estaba obstruyendo las vías respiratorias, sino que aplicaba una presión intensa en el cuello, justo por debajo del ángulo de la mandíbula. Fabel intentó gritar, pero se había quedado mudo. Mientras el mundo a su alrededor comenzaba a nublarse, Fabel tan sólo pudo preguntarse si morir era aquello y mirar con miedo e impotencia a los ojos verdes y brillantes del hombre que había visto en la escena del asesinato de Tina Kramer.
Martes, 17 de junio. 5:20 h
Uhlenhorst (Hamburgo)
De lo primero que Fabel tuvo conciencia fue del dolor: un dolor que excedía todas las definiciones de jaqueca, que sobrepasaba cualquier resaca; una sierra que le taladraba el cráneo. Luego oyó el sonido de los pájaros, anunciando el despuntar del día con su canto. Fabel levantó un poco la cabeza y fue recompensado con una puñalada fría de dolor que le recorrió el cuerpo. Volvió a dejar caer la cabeza hacia atrás. No tenía ni idea de dónde estaba o cómo había llegado allí, ni siquiera de qué día era. Tardó casi un minuto en recuperar por completo la conciencia. El eslavo. Se irguió de repente y recibió el impacto de otra sacudida aún mayor, esta vez acompañada de vértigo repentino y náuseas. Sacó la cabeza de la cama y vomitó. La terrible jaqueca no remitió, pero no le importaba. Sentir dolor quería decir que estaba vivo. Se dejó caer en la cama y buscó el móvil en el bolsillo. No estaba. Tampoco el arma estaba en su funda. Se incorporó lentamente para poder echar un vistazo a la habitación. Estaba en la cama de Angelika Blüm. El eslavo debía de haberle tumbado allí. El dolor de cabeza envolvía cada uno de sus pensamientos. Bajo la pálida luz gris vio que el móvil, el arma y la cartera estaban encima del tocador. Tardó otros cinco minutos en levantarse de la cama y acercarse tambaleándose al tocador. Arrastró el móvil por la superficie de madera de arce y pulsó la tecla asignada al número del Präsidium.
A la hora de comer, todos los policías, tanto de uniforme como de la Kriminalpolizei, tenían una descripción del eslavo bajito y de constitución fuerte que había atacado a Fabel. El médico del Krankenhaus Sankt Georg que examinó a Fabel no pudo ocultar lo impresionado que estaba por la profesionalidad del ataque. El eslavo había cortado muy eficazmente el suministro de sangre al cerebro de Fabel y le había dejado inconsciente. Apenas le había ocasionado daños permanentes, aunque el dolor que sentía era debido a las neuronas que habían muerto por la falta de oxígeno. El personal del hospital insistió en que Fabel pasara la noche en observación, y él estaba demasiado cansado y dolorido para discutir. Un sueño tranquilo y relajado le venció.
Fabel se despertó poco después de las dos de la tarde. La enfermera avisó a Werner y a Maria Klee, quienes habían estado fuera esperando pacientemente a que Fabel despertara. Maria, con una informalidad inusitada, se sentó en el borde de la cama. Werner se quedó de pie, incómodo. Era como si le violentara ver a su jefe tan vulnerable. Sólo arrastró una silla de la esquina y se sentó cuando Fabel insistió.
– ¿Estás seguro de que se trata del tipo que viste por fuera de la escena del segundo asesinato? -le preguntó Werner.
– No tengo ninguna duda. Lo miré fijamente a los ojos.
El rostro de Werner se endureció.
– Pues es nuestro hombre. Es el Hijo de Sven…
Fabel frunció el ceño.
– No lo sé. Si lo es, ¿por qué no me ha matado?
– Lo ha intentado con todas sus fuerzas -dijo Maria.
– No…, no lo creo. El médico dice que ha sido muy profesional…, que sabía cómo dejarme inconsciente. Si hubiera querido matarme, podría haberme liquidado, silenciosamente y sin armar ningún escándalo, en lugar de tumbarme en la cama de Blüm.
– Pero lo hemos visto en las escenas de dos crímenes. Eso ya lo convierte en sospechoso -protestó Werner.
– Pero ¿por qué ha aparecido por allí después del asesinato? ¿Y por qué ha elegido registrar el piso justo ahora en vez de cuando mató a Angelika?
– Quizá creía que se había dejado algo -sugirió Maria.
– Todos sabemos que este asesino no se deja nada. En cualquier caso, el equipo de Brauner examinó el apartamento al milímetro. No se les pasaría nada por alto, y nuestro hombre lo sabía. El otro tema es que el tipo que me atacó no encaja con la descripción que nos dio la chica del edificio. -Hizo una pausa. La luz del sol que se colaba por la ventana alta y estrecha del hospital dibujaba un triángulo brillante en la moqueta de la habitación de Fabel y resplandecía con frialdad sobre la porcelana, las tuberías de acero inoxidable y la grifería de la pila que había junto a la puerta. Le dolía la cabeza; se recostó en la almohada y cerró los ojos. Habló sin abrirlos-. Lo que me inquieta de verdad es la fuerza de ese anciano y la forma en que me ha dejado fuera de juego de un modo tan profesional. Se requiere entrenamiento para eso.
Werner estiró las piernas y apoyó los pies en las barras de metal de debajo de la cama de hospital.
– Bueno, tanto tú como Maria decís que parece extranjero. Ruso o así. Si es tan hábil con las manos, podría ser uno de los integrantes del Equipo Principal…, la organización ucraniana de la que nos habló Volker.
– Supongo que sí. -Fabel seguía sin abrir los ojos-. Todo apunta a que haya estado en las fuerzas especiales. Pero, insisto, ¿por qué no ha acabado el trabajo?
– Es algo muy gordo matar a un policía de Hamburgo -dijo Werner-. Una cosa es cargarse a Klugmann, pero quien asesina a un Hauptkommissar de la Mordkommission no tiene dónde esconderse.
– Fuera quien fuera y fuera lo que fuese lo que hacía allí -dijo Maria-, tenemos a todos los agentes de Hamburgo buscándolo.
Fabel se incorporó despacio; el esfuerzo se trasladó a su voz.
– No estoy seguro de que vaya a ser tan fácil encontrarlo, María. ¿Qué hay de MacSwain? ¿Lo estamos vigilando de cerca?
– Paul y Anna lo tienen controlado -dijo Werner-. Están allí la mayor parte del tiempo, incluso cuando hay otros agentes cubriendo el turno. Creo que les da miedo cagarla otra vez como con la vigilancia sobre Klugmann.
– Bien. Mañana saldré de aquí y podremos revisarlo todo. Mientras tanto, me informáis de cualquier cosa que surja.
– De acuerdo, jefe -dijo Werner. Fabel volvió a cerrar los ojos y descansó la cabeza en la almohada. Werner miró a Maria y con la barbilla señaló en dirección a la puerta. Maria asintió y se levantó de la cama.
– Nos vemos luego, jefe -dijo.
Fabel pasó el día mirando por la ventana, haciendo zapping por los canales de televisión en busca de algo que valiera la pena ver, y durmiendo. A medida que transcurría el día, fue percibiendo un agarrotamiento en el cuello y una molestia debajo de la mandíbula, donde el pulgar del eslavo había cortado el suministro de sangre a su cerebro.
Susanne se presentó tan campante a media tarde y de inmediato se puso a examinar a Fabel, echándole los párpados hacia atrás con el pulgar, mirándole primero un ojo y después otro y girándole la cabeza con las manos para evaluar la movilidad del cuello.
– Si ésta es la idea que tienes de los preliminares -dijo Fabel sonriendo-, debo decirte que conmigo no funciona
Susanne no estaba de humor para bromas. Fabel se dio cuenta de que estaba preocupada de verdad y aquello le conmovió. Ella se sentó en la cama y le cogió la mano durante un par de horas, a veces hablando, a veces en silencio, mientras Fabel dormitaba. Cuando una enfermera entró para acompañarla fuera, le sorprendió la autoridad feroz con que Susanne se deshizo de ella. Se quedó hasta después de las seis y luego volvió una hora por la noche. A las nueve y media, Fabel se abandonó a un sueño profundo, impenetrable y tranquilo.
Martes, 17 de junio. 20:30 h
Harvestehude (Hamburgo)
Anna Wolff podría haber sido secretaria, peluquera o maestra de guardería. Era menuda y dinámica, y tenía una cara redonda y bonita que siempre estaba llena de energía y que normalmente se maquillaba con sombra de ojos oscura, rímel y pintalabios rojo intenso. Tenía el pelo corto y negro azabache y lo llevaba o peinado hacia atrás o de punta, engominado. Una de las cosas que alejaba a los que la observaban de cualquier pista que pudiera hacerles concluir que en realidad era Kriminalkommissarin era su juventud. Anna tenía veintisiete años, pero podría haber pasado por una joven de dieciocho o diecinueve.
Paul Lindemann, por otro lado, sólo podría haber sido policía. El padre de Lindemann, como el padre de Werner Meyer, había sido policía de la Wasserschutz, y patrullaba en barco la red circulatoria de Hamburgo de vías fluviales, canales, puertos y muelles. Paul era uno de esos alemanes del norte a los que Fabel describía como «luteranos limpios»: gente honesta, aseada y austera a la que a menudo le resultaba difícil adaptarse a los cambios. Paul Lindemann tenía más o menos el mismo aspecto que habría tenido si con la misma edad hubiera vivido en los años cincuenta o los sesenta.
Fabel normalmente emparejaba a Anna y Paul. Eran como el día y la noche, y siempre había creído en formar equipos de personas que veían las cosas de un modo totalmente distinto: si uno analizaba el mismo objeto desde dos ángulos opuestos, era probable que lo apreciara más en su totalidad. Anna y Paul hacían una extraña pareja, y durante meses aquella asociación impuesta no sentó bien a ninguno de los dos. Ahora trabajaban juntos y sentían respeto y admiración por el talento muy distinto pero complementario del otro. Era la clase de éxito que Fabel esperaba lograr con Maria y Werner, pero ellos aún no habían desarrollado su potencial como equipo.
Esta noche, Anna y Paul tenían los nervios a flor de piel. Fabel era más que un jefe. Había sido el mentor de ambos y, al seleccionarlos para su equipo de la Mordkommission, había elevado sus aspiraciones profesionales futuras. A ambos, Fabel les parecía invulnerable. Ahora yacía en una cama de hospital en el Krankenhaus Sankt Georg. Habrían dado lo que fuera por estar ahí fuera buscando al atacante de Fabel, en lugar de tener que vigilar a un yuppie británico.
Había un quiosco de periódicos y cigarrillos en la esquina de la calle de MacSwain. Detrás del mostrador había una máquina de café y, fuera, las habituales mesas altas de aluminio para que los clientes se tomaran el café. Anna estaba de pie junto a una de las cuatro mesas, desde la cual veía claramente el cruce y el edificio de MacSwain, así como la salida del Tiefgarage que había debajo. Si alguien salía, a pie o en coche, Anna podría ver qué dirección cogía y avisar por radio a Paul, que estaba aparcado más abajo, desde donde controlaba la otra dirección. Ya había oscurecido y Anna se estaba tomando el tercer café, intentándolo hacer durar. Si se tomaba uno más, pasaría la noche nerviosa y sin pegar ojo. El quiosquero huraño y obeso apenas se percató de su presencia, pero cuando tres cabezas rapadas con su uniforme de chaquetas militares se acercaron a comprar tabaco, les masculló algo y señaló con la cabeza en dirección a Anna. El quiosquero gordo y los cabezas rapadas se echaron a reír groseramente. Ella mantuvo la mirada fija en el edificio. Los tres cabezas rapadas se acercaron a su mesa, uno por un lado y dos por el otro. Uno de los skins, un chico alto de cuello corto y ancho y mal cutis, se inclinó sobre Anna.
– ¿Qué pasa, guapa? ¿Te han dejado plantada?
Anna no respondió ni miró en su dirección. El cabeza rapada de cuello corto lanzó una mirada lasciva a sus colegas y se rio.
– Yo sí que te la plantaría bien, nena…
– ¿Ah, sí? ¿Los diez centímetros enteros? -dijo Anna con un suspiro y aún sin mirar en dirección al cabeza rapada. Los dos compañeros de Cuello Corto soltaron una carcajada, señalándolo con sorna. Su semblante se nubló, se acercó más a Anna, metió una mano por debajo de su chaqueta de piel y le cogió un pecho.
– Quizá veamos hasta dónde te cabe…
Todo pasó tan deprisa que Cuello Corto ni se enteró. Anna se giró para zafarse del cabeza rapada y luego volvió a encararle mientras le apartaba la mano como si ejerciera una fuerza centrífuga. Al darse la vuelta para ponerse frente a él, sus manos realizaron dos movimientos veloces. La mano izquierda agarró la entrepierna del skin mientras el codo derecho le propinaba un golpe en la mejilla, y luego, con un movimiento perfecto, Anna metió la mano derecha debajo de la chaqueta, sacó la SIG-Sauer automática y la apretó con fuerza contra la cara del tipo. Le dio un empujón, por lo que fue tambaleándose sin poder agarrarse a nada hasta que dio con el mostrador del quiosco. Anna ladeó la cabeza y giró la boca del arma mientras hablaba.
– ¿Quieres jugar con Anna? -dijo con voz coqueta, ladeando la cabeza a un lado y a otro y haciendo un mohín. Cuello Corto la miró con terror en los ojos, examinando su rostro como para evaluar hasta dónde llegaba su locura y, por consiguiente, hasta qué punto corría él peligro. Anna apuntó con el arma a los dos otros cabezas rapadas, extendiendo el brazo, muy tieso.
– ¿Y vosotros, chicos? ¿Queréis jugar con Anna?
Los compañeros de Cuello Corto levantaron las manos y retrocedieron unos pasos antes de echar a correr. Anna se volvió de nuevo hacia Cuello Corto y le puso otra vez la boca de la pistola en la nariz, girándola y haciéndola rotar como si jugara con ella. Al skin, la sangre que empezaba a gotearle de la nariz le manchó la cara. Anna puso cara de niña decepcionada.
– No quieren jugar con Anna… -Dejó de poner voz afectada-. ¿Y tú, pichacorta? ¿Seguro que no quieres jugar?
El cabeza rapada negó con la cabeza enérgicamente. Anna entrecerró los ojos; su mirada se oscureció.
– Si me entero algún día de que vuelves a tocar a una mujer de esta forma, iré a por ti personalmente. ¿Dónde tienes el carné de identidad?
El cabeza rapada buscó en los bolsillos de la chaqueta y sacó el carné de identidad. Anna le soltó los testículos apretujados y examinó el carné.
– Muy bien, Markus, ahora ya sé dónde vives. Quizá vaya a visitarte y podamos jugar un poco más. -Se inclinó sobre su cara y le dijo entre dientes-. ¡Lárgate!
Lanzó el carné al suelo, por lo que el skin tuvo que agacharse para recogerlo, agarrándose la entrepierna, antes de salir corriendo en dirección contraria a la que habían tomado sus colegas. Anna enfundó el arma y se volvió hacia el quiosquero.
– ¿Algún problema, gordinflón? -dijo esbozando su sonrisa de colegiala más dulce.
El quiosquero negó con la cabeza y levantó las manos.
– Ninguno en absoluto, Fräulein.
– Pues ponme otro café, gordito. -Anna se volvió para mirar al edificio. Las luces de MacSwain estaban apagadas. Examinó las salidas y la calle. Nada. Sacó la radio del bolsillo de la chaqueta.
– Paul… Creo que MacSwain se mueve… ¿Lo has visto salir?
– No. ¿Y tú?
– No. He estado liada. -Soltó el botón de la radio y volvió a pulsarlo de inmediato cuando vio que un Porsche plateado asomaba el morro y salía del Tiefgarage-. Nos movemos. Pasa a recogerme, Paul, ¡deprisa!
En cuestión de segundos, Paul apareció con el viejo y abollado Mercedes que utilizaban para la vigilancia. Abollado por fuera, pero trucado debajo del capó para maximizar su rendimiento.
Los músculos de la cara normalmente inexpresiva de Paul se esforzaban por contener una sonrisa irónica mientras Anna subía al coche. Con el pelo de punta, el maquillaje meticuloso y la chaqueta de piel dos tallas grande, parecía una colegiala no habituada aún a las sutilezas de la cosmética que iba por primera vez a una discoteca.
– ¿Qué te hace tanta gracia, Schlaks? -le pregunto utilizando una palabra del dialecto del norte de Alemania que significaba «larguirucho».
– Has estado jugando de nuevo, ¿verdad?
– No sé a qué te refieres -dijo Anna, con la vista clavada en el Porsche plateado, dos coches por delante.
– Mientras estaba aparcado en la calle, dos cabezas rapadas pasaron corriendo como si hubieran visto al diablo. No sería por tu culpa, ¿verdad?
– No tengo ni idea de a qué te refieres. -Se detuvieron detrás de la cola en un semáforo. Paul estiró el largo cuello para comprobar si el Porsche había cruzado. Seguía allí. Se volvió para mirar a Anna, pero vio, por la ventanilla del copiloto, a un skin fornido, encorvado, con las manos en las rodillas, que intentaba recobrar el aliento. Tenía sangre en la cara. Iba mirando calle abajo como para asegurarse de que no lo seguía nadie. Volvió la mirada y se cruzó con la de Paul. Luego vio a Anna. Ella le lanzó un beso largo y sensual con los labios carnosos, color rojo intenso. El cabeza rapada se quedó paralizado por el terror y miró a su alrededor buscando una ruta de escape. El semáforo cambió a verde, y el Mercedes comenzó a moverse. Anna arrugó la nariz en dirección al skin y movió los dedos graciosamente para decirle adiós.
– No tengo ni idea -dijo Anna, adoptando una expresión de inocencia exagerada. Paul miró por el retrovisor. El cabeza rapada mostró su alivio dejando caer los hombros mientras miraba perplejo cómo el coche se alejaba.
– Anna, ten cuidado, ¿vale? Un día de éstos se te irá la mano.
– Sé lo que hago.
– Un día de éstos vas a acabar con una querella por acoso o abuso de poder.
Anna soltó una carcajada. Con la mano, le indicó a Paul que en el próximo cruce girara a la izquierda: el intermitente del Porsche parpadeaba.
– Ningún listillo neonazi con amor propio va a reconocer que una Jüdin de metro cincuenta y ocho le ha dado una patada en el culo. Y si lo hiciera, se reirían de él.
Paul meneó la cabeza con desaprobación. Sabía que Anna procedía de una familia de supervivientes, de judíos de Hamburgo a quienes una familia compasiva había escondido hasta que los británicos y los canadienses tomaron Hamburgo. Había crecido construyéndose defensas; defensas que había afilado con artes marciales y tres años de servicio en el ejército israelí.
El cielo se había vuelto color azul terciopelo. Paul se centró en el Porsche plateado; MacSwain los llevó a la Hallerstrasse. Los altos pisos subvencionados de las Grindelhochháuser sobresalían en la oscuridad. Podrían estar en una zona de viviendas de protección oficial de Londres, Birmingham o Glasgow. De hecho, los pisos habían sido construidos después de la guerra para alojar a las familias de los soldados de las fuerzas de ocupación británicas. Cuando los británicos se marcharon, entregaron los pisos a las autoridades de Hamburgo. Ahora, las Grindelhochháuser, rechazadas por la población de Hamburgo, estaban ocupadas por familias de inmigrantes. Se rumoreaba que en esta jungla importada de hormigón reinaban las bandas ucranianas.
MacSwain tomó Beim Schlump y pasó por delante del Sternschanzen-Park. Siguió por Schanzenstrasse.
– Va hacia Sankt Pauli -dijo Anna.
– Donde hallamos a la segunda víctima. -Paul lanzó una mirada rápida a Anna-. Pero seguramente sólo ha salido de fiesta…
Es casi como si Sankt Pauli permaneciera latente durante el día, absorbiendo la energía del sol. Por la noche, estalla de vida. Además del negocio del sexo y los espectáculos musicales, tiene uno de los ambientes discotequeros más dinámicos de Europa, con locales como The Academy, PAT, Location One y Cult, que atraen a marchosos de toda la ciudad y de fuera. Incluso un lunes por la noche, seguramente el día menos destinado al ocio para la psique del alemán del norte, la fiesta se alarga hasta el amanecer.
MacSwain aparcó en el Spielbudenplatz Parkhaus. Paul dejó a Anna en la entrada para que viera salir a MacSwain, y estacionó el coche más abajo. Luego, se apostó frente a la entrada, delante del Schmidt's Tivoli. MacSwain salió del Parkplatz. Llevaba ropa informal pero cara y caminaba con convicción relajada. No se lijó en Anna, que se dio la vuelta y cruzó la calle antes de volverse de nuevo para seguirlo. Mientras tanto, Paul había alcanzado a MacSwain y caminaba unos tres metros detrás de él, pero por la otra acera.
MacSwain dejó la Spielbudenplatz, cruzó en diagonal la Davidstrasse por delante de la comisaría de Davidwache y entró en la Friedrichstrasse. Anna alcanzó a Paul y se colgó de su brazo, en un gesto sencillo de intimidad que los transformó al instante en pareja. Pasaron por el Albers-Eck, con su característica puerta en la esquina. En alguno de los pubs era la noche Schlager, y la insipidez entusiasta de la música alemana inundaba la calle. MacSwain cruzó la Hans Albers Platz y entró en una discoteca; uno de los dos porteros, que parecían mantener en pie ellos solos la industria de esteroides alemana, lo saludó con la cabeza.
– Mierda -dijo Anna-. ¿Qué opinas?
Paul tomó aire por entre los dientes.
– No lo sé… Ahí dentro va a estar a tope. Si entramos, podría salir antes de que lo encontremos. Y si nos quedamos por aquí fuera, vamos a desentonar muchísimo. -Examinó deprisa la plaza-. Podríamos pedir refuerzos y que aparcaran por aquí fuera, pero mientras esperamos, estamos expuestos… Entremos a ver si lo encontramos. Si no, quedamos en la puerta dentro de quince minutos. ¿De acuerdo? -Anna asintió con la cabeza.
Anna subió primero los escalones que llevaban a la discoteca. Uno de los enormes porteros miró la chaqueta de piel de Anna y se rió con sorna. Al pasar por delante de él, la detuvo colocándole una mano en el hombro izquierdo. La mano derecha de Anna se movió a toda velocidad en diagonal y agarró el pulgar grueso del gorila. El portero ladeó la cabeza, y soltó un «ahhhh» mientras se miraba el pulgar, asombrado de que pudiera doblarse tanto.
– ¡No me toques! -dijo Anna con dulzura. El otro gorila de la puerta se acercó. Paul se colocó delante de él, y le puso la placa de Kriminalpolizei en toda la cara. El gorila retrocedió y le abrió la puerta a Anna, que soltó el pulgar del portero, y éste se lo agarró con la otra mano.
– Va a clases para controlar la ira… -Le dijo Paul al portero del dedo hinchado, y se rió de su propia gracia.
Cuando abrieron las puertas del vestíbulo que daba a la pista de baile principal, el ruido apagado que oían por fuera de la discoteca se convirtió en una explosión ensordecedora de música de baile. Las luces estroboscópicas y los láseres brillaban al ritmo de la música. Había cientos de personas bailando en la pista, que estaba más baja que las pasarelas que la rodeaban; pero la masa bulliciosa de cuerpos no era tan impenetrable como lo hubiera sido en fin de semana, o incluso un miércoles o un jueves. Aun así, encontrar a alguien concreto entre aquella multitud era una tarea desalentadora.
Anna se volvió hacia Paul y encogió los hombros demasiado grandes de su chaqueta de piel.
– ¿Qué es lo primero que hace uno cuando entra en una discoteca?
– ¿Pedir una copa?
Paul asintió, examinando la periferia de la pista de baile. Al fondo, había una barra larga e imponente ligeramente elevada. Se separaron y rodearon la pista de baile uno por cada lado, escudriñándola por si había rastro de MacSwain. Llegaron a la vez a los extremos opuestos de la barra con forma de herradura. Barrer un espacio en busca de un sospechoso sin llamar la atención requiere un arte especial; Paul no lo tenía. Su naturaleza y genética de alemán del norte se habían confabulado para que pareciera que el uniforme de la Schutzpolizei era su atuendo natural. Aquí, rodeado de discotequeros modernos y a menudo ligeritos de ropa, Paul sabía que lo mejor que podía hacer era confundirse al máximo entre la maleza del ambiente. Se abrió paso hasta la barra y pidió una cerveza.
Desde su posición estratégica, Paul veía a Anna. Ella sí era una experta. Lograba que pareciera que tenía la atención puesta en la música y en la pista de baile, mientras iba mirando a la barra sólo de vez en cuando y sin demostrar mucho interés. Caminaba en dirección a Paul cuando vio a MacSwain. Lo primero en que se fijó Anna fue en su físico; no lo había visto nunca de cerca y había utilizado de referencia la fotografía tamaño carné que Fabel había obtenido de inmigración. Tenía la cara ancha y de facciones marcadas, una mandíbula rígida y ancha y pómulos pronunciados. Los ojos eran de un color verde esmeralda brillante.
MacSwain estaba conversando en la barra con dos rubias, quienes parecían escuchar atentamente lo que decía, reírse con todo y mirar hipnotizadas sus ojos de joya verde. Anna se dio cuenta de que llevaba mirándolo demasiado rato y dio la espalda al grupo. Recorrió lentamente con la mirada la pista de baile hasta que se detuvo en Paul. Con un movimiento sutil de ojos le indicó la posición de MacSwain, y Paul asintió con la cabeza. Con total tranquilidad, se volvió para comprobar si MacSwain seguía allí. Sí. Y la estaba mirando con sus ojos verdes y penetrantes. Anna notó un nerviosismo en su interior, pero lo dejó bien encerrado dentro de ella, asegurándose de que su rostro no exteriorizara nada. Apartó la vista de MacSwain y miró a todas partes menos a Paul, puesto que eso hubiera señalado a aquél dónde estaba su otro observador. El corazón le palpitaba con fuerza en el pecho, pero logró mostrarse relajada por fuera.
Permitió que su mirada volviera a MacSwain. Seguía con los ojos clavados en ella. Las dos rubias hablaban entre ellas y se reían nerviosamente. «Mierda -pensó Anna-, me ha pillado.» Las comisuras de la boca de MacSwain esbozaron una sonrisa de complicidad. Anna esperó que si desaparecía sigilosamente, Paul podría seguir vigilándolo mientras ella solicitaba por radio caras nuevas. Maldijo para sí. Ya se habían cargado otra vigilancia. Fabel yacía en la cama de un hospital, y cuando volviera al Präsidium, descubriría que había dejado que MacSwain la viera. La sonrisa de complicidad del rostro de MacSwain se convirtió en una sonrisa burlona. «Vamos, listillo de mierda -pensó Anna-, restriégamelo.» Entonces se dio cuenta: «Joder, no me ha pillado… ¡El muy cabrón me está tirando los tejos!».
Anna le devolvió la sonrisa. MacSwain dijo algo a las dos rubias y se excusó con un gesto; no había duda de que aquello no les gustó nada, y se marcharon en busca de una presa menos evasiva. MacSwain dio unos pasos en dirección a Anna y, sin mirar, ella supo que Paul se estaría acercando para cerrarle el paso. Anna fue hacia la barra, y despistó a MacSwain pasándole por delante y apoyándose en el mostrador. Le pidió al camarero un whisky con ginger ale. MacSwain se volvió hacia la barra y sonrió.
– ¿Puedo invitarte a la copa?
– ¿Por qué? -Anna respondió con voz fría y sin mostrarse impresionada. Por encima del hombro de MacSwain vio que Paul se acercaba. Hizo un movimiento de lo más sutil con los ojos, que Paul interpretó al instante, pues se ocultó de nuevo entre el follaje de la ropa de diseño de la discoteca.
– Porque me gustaría.
Ella se encogió de hombros, y MacSwain pagó cuando llegó la copa. Anna intentó que sus movimientos fueran relajados, casi de indiferencia, pero su cerebro trabajaba a toda velocidad, intentando asimilar la nueva situación. La operación de vigilancia se había convertido en una operación secreta. Y no estaba preparada para aquello. Los únicos refuerzos de que disponía eran la frágil línea de visión que Paul mantenía sobre ella. Y por lo que sabía, MacSwain podía ser el loco que se dedicaba a despedazar a mujeres por diversión. «Céntrate, Anna -se dijo a sí misma-. Sigue respirando despacio y con calma. No dejes que vea que estás asustada.» Bebió un sorbo del whisky con ginger ale.
– No te había visto nunca por aquí -dijo MacSwain.
Anna se volvió hacia él, con una burla en su rostro.
– ¿No se te ha ocurrido nada mejor?
– Lo he dicho de verdad. Quería iniciar una conversación, yo no digo las cosas para ligar. -Mientras hablaba, Anna detectó por primera vez un ligero acento extranjero en su voz. Tenía un alemán perfecto, aunque un poco forzado, y sólo le quedaba un ligero acento tras años de aprendizaje.
– ¿Eres extranjero? -le preguntó sin rodeos.
MacSwain se rió.
– ¿Tanto se nota?
– Sí -dijo Anna, y bebió otro trago.
«Eso no te ha gustado, ¿verdad?», pensó. Era evidente que MacSwain no estaba acostumbrado a que las mujeres no se quedaran embobadas escuchándole. Relajó el semblante y adoptó una expresión de cortesía resignada.
– Disfruta de la copa -dijo-. Siento haberte molestado. -Y comenzó a marcharse. «Mierda -pensó Anna-, ¿y ahora qué? Si se va, no podré seguirlo, pero no puedo quedarme con él el resto de la noche. Piensa.»
– El viernes por la noche vendré… por si quieres invitarme a otra copa -le dijo sin volverse hacia él-. Sobre las ocho y media. -Se dio la vuelta. Quizá el viernes era demasiado tarde para los planes de MacSwain; quizá tendría que haber dicho mañana por la noche, pero si Fabel iba a apostar por aquella idea espontánea, necesitarían tiempo para preparar un plan y montar un equipo de refuerzo. MacSwain volvió a ofrecerle una sonrisa.
– Vendré. Pero ahora ya estoy aquí…
– Lo siento -dijo Anna-. Tengo cosas que hacer mañana.
– El viernes a las ocho y media, entonces.
MacSwain no dio muestras de moverse. Anna se acabó la copa demasiado deprisa, y le quemó la garganta. De nuevo, no dejó que se reflejara en su rostro.
– Hasta el viernes.
Notó los ojos de MacSwain sobre ella mientras se alejaba; pasó por delante de Paul y le lanzó una mirada. Él interpretó la señal como «ahora estás solo». Se levantó y se dirigió a la barandilla de acero que delimitaba la pista de baile, pasó cerca de Anna sin mirarla y dejó que le cogiera las llaves del coche que tenía en la mano.
Anna se quedó sentada encogida en el coche durante dos horas antes de ver a MacSwain volviendo en dirección al Spielbudenplatz Parkhaus. Lo acompañaba una chica, una rubia alta y atractiva que se apoyaba en él y se reía o lo besaba cada pocos pasos.
– Ahhh… -dijo Anna para sí misma-, o sea que ya me engañas…
Vio que Paul los seguía a cierta distancia. Había bastantes noctámbulos por Spielbudenplatz, y Paul dejaba que algunos de ellos se colocaran entre él y su objetivo. Anna se hundió en el coche cuando MacSwain y su trofeo pasaron por el otro lado y entraron en el Parkplatz. Paul se dejó caer en el asiento del copiloto.
– ¿Qué opinas? ¿Debería entrar a pie y vigilarlo?
– No. Podríamos perderlos cuando salieran. Tenemos que asegurarnos de que su cita llega a casa.
Paul rió con amargura.
– Bueno, se ha jodido todo. Ha descubierto tu tapadera.
– Yo no diría que ha sido un desastre total -contestó Anna con una sonrisa ufana-. Después de todo, tengo una cita con él…
Miércoles, 18 de junio. 11:00 h
Polizeipräsidium (Hamburgo)
Fabel tenía los ojos ensombrecidos y hundidos en el cráneo. Las otras únicas pruebas del ataque eran el moratón bronce y púrpura que tenía en un lado del cuello y la rigidez con la que movía la cabeza, ya que tendía a girar los hombros fuera cual fuera la dirección en la que quería mirar. Después de que le dieran el alta a las ocho y media de la mañana, se marchó a casa a ducharse para desprenderse del olor a hospital y cambiarse de ropa. Había dedicado la última hora a leer el informe sobre la operación secreta de Klugmann y Kramer.
Según el informe del BND, el objetivo era recabar información de inteligencia sobre la rivalidad entre bandas y, en concreto, sobre la invasión por parte de los ucranianos de las zonas controladas por Ulugbay.
El informe contenía órdenes del Ministerio de Justicia para pinchar el teléfono de la principal línea terrestre del apartamento. No se mencionaba que hubiera un equipo de vídeo ni micrófonos en el piso. Tina Kramer tenía un papel de refuerzo, transmitía los materiales o el dinero necesarios, y así se evitaba que Klugmann tuviera que establecer contacto directo con alguna de las agencias. Las instrucciones que ella tenía eran quedarse a pasar la noche en el piso cada vez que contactara con Klugmann. De ese modo, cualquier persona que vigilara a Klugmann no podría seguir después a Kramer hasta el LKA o el BND. El piso donde realmente vivía Kramer estaba en Eimsbüttel, lo suficientemente lejos de Sankt Pauli para evitar que cualquier sospechoso se tropezara con ella por casualidad mientras hacía la compra. Las instrucciones que tenía sobre medidas de contravigilancia eran complejas. Había cuatro casas seguras. Visitaba como mínimo una de ellas, durante una hora al menos, cada vez que regresaba a su piso después de haber contactado con Klugmann. También podía recoger materiales y dinero en las casas seguras. Como Klugmann, Kramer llevaba meses sin ver el interior de una agencia federal. La idea era que, en caso de que alguien la siguiera, pensara que iba a visitar a un cliente. Después, tomaba una ruta muy larga para ir a Eimsbüttel, intercalando comprobaciones de contravigilancia y maniobras evasivas. Tardaba mucho en llegar a casa.
Aquello significaba algo. En realidad, Kramer tan sólo era el correo de Klugmann, pero cada paso que daba, cada detalle que la relacionara con él, estaba lleno de precauciones. En cambio él, irónicamente, tenía que hacer menos maniobras clandestinas. Su forma principal de protegerse era vivir la vida. Iba a tener que meterse tanto en su papel de macarra en los márgenes del crimen organizado, y aislarse tanto de sus controles, que al final su tapadera sería impenetrable. Klugmann tenía dos cuerdas de salvamento: Tina Kramer y su móvil. No eran sólo las formas que tenía de ponerse en contacto, sino que también hacían que tuviera los pies en el suelo; lo mantenían conectado con la persona que era en realidad y con los verdaderos objetivos de la operación.
En el informe, había muchos datos sobre las organizaciones criminales de Ulugbay y Varasouv, además de sobre otros intereses criminales periféricos. Sin embargo, no había suficientes sobre la nueva banda, el llamado Equipo Principal, pese a que el propio Volker había reconocido que era el objetivo principal de la operación. Las transcripciones de las conversaciones pinchadas en el apartamento tampoco aportaban nada que mereciera la pena. Faltaba algo.
Volker le había prometido la historia completa: le había mentido.
Fabel le pidió a Werner que convocara a todo el mundo en el despacho principal de la Mordkommission para celebrar una reunión informativa. Al salir de su despacho, advirtió que los ojos de su equipo se posaban en él. Se irguió tanto como pudo e intentó dar a sus movimientos la máxima vitalidad posible. Se oyó un zumbido débil en el despacho, y Paul Lindemann se puso al teléfono. Fabel esperó a que acabara de hablar y dio dos palmadas secas.
– Muy bien, gente, ¿qué tenemos? ¿Maria?
Maria Klee estaba sentada en la esquina de su mesa. Llevaba una cara blusa azul claro y unos elegantes pantalones grises. El bulto negro y pesado de la automática parecía totalmente fuera de lugar en su cadera. Cogió una tablilla con algunas notas.
– He localizado a un miembro del Templo de Asatru; un tipo llamado Bjorn Jannsen. Tiene una especie de tienda New Age en el Schanzenviertel. También está detrás de una página web sobre odinismo o Asatru o como queráis llamarlo…
– Gilipolleces -sugirió Werner. Hubo un conato de risa que chocó con la actitud seria de Maria.
– El caso es que lo he encontrado a través de la página web -prosiguió-. Cuando le pregunté si conocía el Templo de Asatru, reconoció libre y abiertamente que él era miembro; al parecer, es uno de los «sumos sacerdotes». Afirma que todo es absolutamente legal y describe Asatru como una «celebración de la vida». He quedado con él hoy a las ocho y media.
– Iré contigo. -Fabel se volvió hacia Werner-. ¿Tenemos algo más sobre MacSwain?
Ahora le tocaba a Werner consultar sus notas.
– John Andreas MacSwain… -Como todos los integrantes de la Mordkommission a excepción de Fabel, Werner no sabía pronunciar la suave «w» anglosajona del apellido MacSwain-. Nacido en 1973 en Edimburgo, Escocia. Su padre es socio en una asesoría contable. Su madre es alemana, de Kassel, Hessen. Fue a una de esas escuelas privadas pijas que tienen los británicos y se licenció en informática en la Universidad… -Werner tuvo dificultades para pronunciar el nombre- Heriot-Watt. También se licenció en informática aplicada avanzada aquí, en la Universidad Politécnica de Hamburgo-Harburg. Tiene la residencia permanente alemana, pero no ha solicitado la nacionalidad. He encontrado una coincidencia… MacSwain trabaja para el grupo editorial Eitel. No está en plantilla. Tiene un contrato de autónomo como asesor de tecnologías de la información.
– El hombre perfecto para enviar mensajes de correo electrónico cifrados -dijo Anna.
Fabel, que estaba sentado en el borde de la mesa de Werner, asimiló aquella idea, descansando la barbilla sobre el pecho. La levantó deprisa cuando notó una punzada de dolor en el cuello, donde el eslavo había ejercido la presión.
– Sigue, Werner.
– No tiene antecedentes ni aquí ni en el Reino Unido. Ni siquiera una multa por exceso de velocidad. -Werner bajó sus notas y puso cara de «eso es todo».
– Anna, ¿qué tal la vigilancia? ¿Hay algo de lo que informar?
Anna y Paul intercambiaron una mirada. Fabel respiró despacio.
– De acuerdo Anna… Cuéntanos.
Anna relató lo sucedido la noche anterior.
– Muy bien… -La expresión de Fabel era de exagerada estupefacción-. Estás diciendo que el resultado de vuestra vigilancia es que has quedado con el objetivo… ¿para salir? -Puso énfasis en las dos últimas palabras.
– ¿Qué quieres que te diga? Lo tomas o lo dejas.
Fabel se irguió.
– Me alegro de que todo esto te resulte tan divertido, Kommissarin Wolff.
– Mira, jefe, podría funcionar. Podría dejar el equipo de vigilancia y no acudir a mi cita con MacSwain…; por otro lado, podría ir y seguramente descubriría más sobre él de lo que averiguaríamos observándolo durante un mes.
– ¿Y qué pasa si es nuestro hombre? -dijo Paul-. Podrías ser su próxima víctima.
Fabel miró el rostro que se escondía detrás del maquillaje de aquella chica menuda, del cuerpo pequeño y desafiador, y notó una inquietud en el estómago.
– No me gusta, Anna. No quiero ponerte en peligro…, pero me lo pensaré.
Paul Lindemann emitió un sonido como si hubiera probado algo tóxico y lanzó el bolígrafo sobre su mesa. Fabel no le hizo caso, pero decidió que si por sí misma Anna no elegía a Paul, él mismo insistiría en que fuera éste quien liderara el equipo de refuerzo: sabía que Paul antepondría la seguridad de Anna a su propia vida.
– Quiero que diseñes un esquema de la operación y lo dejes sobre mi mesa hoy mismo -siguió Fabel-. Y si no es perfecto, no seguiremos adelante. Y Anna, quiero que lleves micro. Quiero que el equipo de refuerzo sepa todo lo que pasa.
– Vaya… -Anna puso cara de decepcionada-. ¿Quieres que me hagan de carabina? -Entonces, cuando vio que nadie agradecía la broma, añadió-: Lo que tú digas, jefe.
Fabel notó una presión en la cabeza. Parecía que la iluminación fuerte del despacho de la Mordkommission hacía que le escocieran los ojos. Miró la hora: eran casi las doce y media; no podía tomarse otro calmante hasta dentro de una hora.
– ¿Qué tenemos sobre Angelika Blüm? -Fabel se masajeó las sienes mientras hablaba-. ¿Sabemos algo más sobre ella?
– Tenemos todo su historial laboral desglosado -dijo Werner-. Hay un par de cosas interesantes que cabe señalar. ¿Sabes la exposición ésa de Bremen?
Fabel asintió con la cabeza, intrigado por la relación que pudiera existir.
– Bueno, Marlies Menzel, antes de licenciarse en colocación de bombas en el Alsterarkaden, trabajó de periodista y dibujante satírica en una revista de izquierdas llamada Zeitgeist. Angelika Blüm también trabajaba en esa revista. Por aquella época salía con el director.
– ¿Menzel y Blüm eran amigas?
– Aún no lo sé. Esperaba que pudiéramos ir los dos a interrogar al ex novio de Blüm para averiguarlo.
– No creo que me necesites para eso -dijo Fabel, desconcertado.
– Yo creo que sí. -La topografía de facciones duras de Werner se desplazó un poco para dejar sitio a una sonrisa irónica-. De hecho, no me sorprendería que el Kriminaldirektor Van Heiden también quisiera asistir.
– ¿Por qué?
– El amante de Angelika Blüm en aquella época, y durante cuatro años en total, era un joven abogado y periodista de izquierdas con ambiciones políticas. Se llamaba Hans Schreiber.
Fabel se quedó mirando a Werner.
– No nuestro Hans Schreiber. ¿El Erste Bürgermeister?
– El mismo.
Fabel levantó las cejas.
– ¿Qué más tienes?
– Blüm tenía una buena amiga que trabaja para la radio NDR. Erika Kessler. He hablado con ella por teléfono. Es un poco quisquillosa, pero estaba muy afectada por la muerte de Blüm. Parece que sabe algo, aunque no mucho, sobre lo que estaba investigando Blüm. También he concertado una reunión con ella.
– ¿Sabemos algo del tipo que me atacó en el piso de Blüm?
– Me temo que no, jefe…, y no será porque no lo hayamos buscado.
Dedicaron el resto de la reunión informativa a programar las diversas entrevistas y a distribuir las tareas. Fabel estaba poniendo fin a la reunión cuando le sonó el móvil. Reconoció la voz al instante.
– Esperad. -Fabel se apartó el teléfono del oído y se dirigió a su equipo-. Muy bien, chicos, mantenedme informado de todos los progresos en cualquier línea de investigación. -Entró en su despacho, cerró la puerta y se llevó de nuevo el teléfono al oído.
– Mahmoot, ¿dónde coño has estado? Estaba preocupadísimo. Escucha, olvídate de hacer preguntas sobre estos ucranianos o sobre la chica muerta. Ya sabemos quién es, y no es prudente que te veas implicado…
– Ya lo sé, Jan. Creo que ya es un poco tarde para eso. De todas formas, he intentado pasar desapercibido. Ya sé que te sonará a frase de película mala, pero creo que me siguen. Creo que voy a quedarme escondido un tiempo, pero necesito que compruebes un nombre.
– ¿Cuál?
– Vitrenko. Vasyl Vitrenko. Creo que incluso puede que se lo conozca como coronel Vitrenko.
– ¿Qué pasa con él?
– Es el diablo, Jan.
Miércoles, 18 de junio. 15:00 h
Hamburger Hafen (Hamburgo)
El verano había llegado a Hamburgo, y la temperatura había subido. Paul, Werner y Fabel se habían quitado la chaqueta, y Maria estaba sentada en un muro bajo junto a las mesas altas, con las piernas cruzadas; llevaba unos pantalones elegantes, y los dedos entrelazados se cogían las rodillas; la luz del sol se reflejaba en la seda azul claro de su blusa. Habían dejado las fundas y las armas en el maletero del BMW descapotable de Fabel, y si no hubiera sido por las facciones duras de Werner y el aspecto neopunk de Anna, podrían haber sido un grupo de abogados de un bufete corporativo divirtiéndose en un Schnell-Imbiss de los muelles.
Después de que el siempre jovial Dirk les hubiera servido a cada uno una cerveza helada, ocuparon dos mesas lejos de la pareja de trabajadores del muelle, que eran los otros únicos clientes del establecimiento.
– Nuestro amigo Volker nos está ocultando muchas cosas, a pesar de que nos prometió que sería sincero. Me está dando más información mi fuente no oficial que la maquinaria de la inteligencia federal. -Todos sabían que Fabel tenía sus propios confidentes protegidos, igual que ellos, y sabían que no debían preguntar quién era la fuente de la nueva información-. Sin embargo, tengo que decir que no estoy seguro de qué relación directa tiene todo esto con nuestra investigación, pero es un elemento peligroso que como mínimo tiene puntos en común con nuestro caso. Hay muchas probabilidades de que esta gente sea la que mató a Klugmann. Y es casi seguro de que asesinaron a Ulugbay para quedarse con su enlace colombiano en el negocio de las drogas.
Nadie habló. Fabel bebió un sorbo de su Jever, que le sirvió para tragar un par de pastillas de codeína.
– El Equipo Principal, como lo llama Volker, está compuesto por ex agentes del Spetznaz. No se trata de los matones habituales. Según mi confidente, son todos veteranos de Chechenia y Afganistán, dirigidos por un tal coronel Vasyl Vitrenko.
Este tipo tiene una reputación terrible, y con sólo mencionarlo, las otras bandas ucranianas se cagan en los pantalones. Nadie está seguro siquiera de si Vitrenko está aquí, pero sí saben que el Equipo Principal está compuesto por agentes que sirvieron a sus órdenes. No tengo ni idea de lo que ha hecho este tipo, pero con la fama que tiene de cometer atrocidades nadie se atreve a creer que, en realidad, no esté aquí.
– ¿Podría ser que este tal Vitrenko estuviera detrás de los asesinatos del Águila de Sangre? -preguntó Maria.
– Lo dudo. El Hijo de Sven se considera una especie de cruzado germánico. Y Vitrenko es extranjero. Pero lo que sí creo es que él, o el grupo que utiliza su reputación como instrumento de terror, era el verdadero objetivo de la operación de Klugmann y Kramer. Las medidas de seguridad y antidetección que se pusieron en marcha sugieren que se enfrentaban a un oponente muy organizado y profesional. Si las cosas fueran distintas, podríamos pedir a la división de crimen organizado que nos ayudara, pero Volker afirma que esta banda tiene contactos dentro de la policía de Hamburgo. Por eso quiero que esta información quede entre nosotros cinco.
– Dios santo, Jan -dijo Werner, sacudiendo la cabeza con incredulidad-. No te creerás en serio esa gilipollez.
– No estoy dispuesto a asumir ningún riesgo. Según Volker, esta gente tiene un historial especial en la policía de Ucrania. Y afrontémoslo, hay personas dentro del cuerpo incapaces de establecer si son soldados o policías. Ni siquiera puedo pedirle ayuda a Volker. Ya fue lo bastante sincero sobre el Equipo Principal, pero, como dijo, el jefazo no tiene ni rostro ni nombre. Si mi contacto puede ponerle un nombre, estoy convencido de que el BND también puede hacerlo. Y de todas formas, el informe que me dio Volker ha sido preparado para minimizar la importancia del Equipo Principal. Quiero que investiguemos si hay alguien dentro de la policía de Hamburgo que haya tenido contactos oficiales, semioficiales o extraoficiales con los servicios de seguridad ucranianos. Maria, ¿podéis encargaros Werner y tú? Ya sé que los dos estáis hasta los topes de trabajo, así que no lo convirtáis en una prioridad, pero aseguraos de que se hace. Y por el amor de dios, con discreción.
Maria asintió.
– Soy la discreción personificada -dijo Werner, y los cincos se echaron a reír.
Miércoles, 18 de junio. 19:00 h
Blankenese (Hamburgo)
Blankenese está al oeste de Hamburgo, en la orilla norte del Elba. El terreno asciende abruptamente formando bancales escalonados a partir del río y está salpicado de bosquecitos con árboles de hojas anchas. Se asocia esta zona con una mezcla de casitas pintorescas de pescadores y mansiones elegantes del siglo XIX y principios del XX. Mientras las casitas se apiñan acogedoramente, las mansiones evitan cualquier ostentación y mantienen el decoro propio del norte de Alemania detrás de modestas cortinas de árboles y enormes jardines. La arquitectura contemporánea ha hecho incursiones limitadas en Blankenese, pero de un modo de lo más selectivo y elegante. Por todas estas razones, podría decirse que se ha convertido en el barrio residencial más atractivo de la ciudad. Hace tiempo que los pescadores y artesanos que confirieron a Blankenese su personalidad y carácter pintoresco han sido desplazados por empresarios, publicistas y directivos de las multinacionales de Hamburgo.
Werner había llamado a Erika Kessler a su despacho de los estudios de la radio NDR en Rothenbaumchaussee, pero ella le había pedido explícitamente si podían realizar la entrevista aquella noche en su casa de Blankenese. Aunque Fabel seguía notando un martilleo que le machacaba las sientes, le dijo a Werner que quería acompañarlo. Fabel necesitaba formarse una imagen mental de Angelika Blüm. Tenía que comprender por qué impulsos se había movido y adónde la habían llevado. Todos los directores de periódicos y agencias que encargaban un artículo a Blüm con regularidad habían dicho lo mismo: nunca revelaba la naturaleza de su investigación hasta que el artículo estaba listo para publicar. Eso les dejaba a Erika Kessler, quien conocía a Angelika Blüm desde la universidad y era lo más parecido a una amiga que tenía.
Erika Kessler era productora de la NDR, y su marido era socio de una productora que hacía anuncios para televisión. La casa contemporánea de tres pisos que compartían reflejaba la suma de sus ingresos y la moderna credibilidad de sus profesiones. El marido de Kessler, un hombre bajito, pulcro, medio calvo que llevaba unos pantalones Armani, una camiseta de cachemir con cuello de pico y unas sandalias que al andar resonaban ruidosamente en las baldosas de terracota del atrio, los condujo a una terraza de madera que se proyectaba sobre un jardín inclinado.
En cuanto la vista desde la terraza se abrió ante él, Fabel supo que debió incrementar en medio millón el valor de la casa. Advirtió que Werner, una persona que normalmente carecía de sensibilidad estética, también asimilaba en silencio el paisaje. La residencia de los Kessler estaba en uno de los bancales que retrocedían y ascendían desde el Blankenese Strandweg. Desde la terraza, Fabel y Werner tenían una vista ininterrumpida de todo el Elba: desde la orilla ancha que resigue el río, pasando por la hoz boscosa de la reserva natural de la isla Nesssand que divide el Elba en dos canales, hasta la Altes Land en la orilla sur del río. El Elba estaba moteado de triángulos blancos pertenecientes a una docena de barcos de vela. Tan sólo un buque portacontenedores largo y descomunal recordaba que la función principal del río no era el placer sino el comercio.
Durante la última semana más o menos, Fabel había visto muchas propiedades imponentes -la mansión de Yilmaz, el loft moderno de MacSwain y el apartamento Jugendstil de Angelika Blüm-, pero ninguna le había hecho sentir envidia. Esta casa sí, con su estilo relajado pero elegante, su situación y vistas increíbles que rivalizaban con el paisaje urbano de su propio piso. Sin embargo, cuando se imaginó a sí mismo en aquella casa, fue al lado de su ex mujer Renate y su hija Gabi. Era el sabor amargo de su envidia, y se dio cuenta de que sentía celos de los Kessler. Dio la espalda a las vistas.
Cuando Erika Kessler salió a la terraza, descubrió un atractivo glacial que desbarataba una mandíbula de robustez casi masculina. Sus ojos azul claro eran gélidos, y ladeaba la cabeza de una forma que sugería arrogancia. La severidad de su expresión quedaba mitigada por el precioso cabello rubio ceniza que llevaba suelto y encuadraba su rostro con unos rizos suaves. Vestía una camiseta blanca de algodón con cuello redondo y unos pantalones blancos anchos de hilo. Señaló unos sillones de madera noble de aspecto sólido y se sentó. Werner y Fabel ocuparon dos sillas delante de ella. Habían mostrado sus placas ovales a Herr Kessler al llegar; ahora, Erika Kessler les preguntó si podía ver su identificación y examinó ambas acreditaciones detenidamente, mirando primero la fotografía y después la cara y otra vez la foto en cada caso.
– ¿Querían hacerme unas preguntas sobre Angelika? -les preguntó al final, y les devolvió las placas.
– Sí -dijo Fabel-. Sé que debe de estar muy afectada por la muerte de Frau Blüm, y por cómo se ha producido, y le aseguro que no queremos afligirla más; pero necesitamos saber todo lo que sea posible sobre Frau Blüm para encontrar a su asesino.
– Les diré lo que pueda. Angelika no era una persona que… -Frau Kessler se tomó un momento para buscar la palabra correcta- que te contara cosas. La verdad es que no hablaba mucho de sí misma.
– ¿Pero eran amigas íntimas? -preguntó Werner.
– Éramos amigas. Conocí a Angelika en la universidad. Nos llevábamos bien. Era inteligente y atraía a los hombres, y en aquella época ésas eran unas credenciales esenciales.
– ¿Cómo era? -preguntó Fabel.
– ¿Cuando estábamos en la universidad o después?
– En ambos casos.
– Bueno, Angelika nunca fue una persona despreocupada, diría yo. Siempre se tomó en serio sus estudios y estaba muy concienciada políticamente. Fuimos juntas de vacaciones un par de veces. Un verano trabajamos en unos viñedos en España. Recuerdo que de vuelta visitamos el País Vasco y acabamos en Guernica, ya saben, el pueblo del cuadro de Picasso. Recuerdo que estábamos en un monumento a las personas que en 1937 mató la Legión Cóndor, a la que Hitler ordenó bombardear el lugar para hacerle un favor a Franco. Una anciana nos oyó hablar en alemán y se puso a reprocharnos lo que le habíamos hecho a su pueblo. Le dije que eso no tenía nada que ver conmigo, que yo había nacido una década después de la guerra, pero Angelika se quedó muy afectada. Yo incluso diría que ése fue un hecho importante en su concienciación política.
– Dice que le interesaba la política. Supongo que era de izquierdas.
– De izquierdas, sin duda. Pero no era marxista ni nada por el estilo. En el fondo, era una liberal. Y se preocupaba por el medio ambiente. En una época, militó en Die Grünen. Después de la reunificación, cuando los Verdes pactaron con diversos grupos de la oposición de la Alemania Oriental y formaron el Bündnis90/Die Grünen, creo incluso que flirteó con la idea de presentarse a las elecciones al Bundestag.
– ¿Por qué no lo hizo?
Frau Kessler se apartó un rizo dorado descarriado y se lo puso detrás de la oreja.
– Angelika era una periodista excelente, y ella lo sabía. Eligió seguir siendo una periodista excelente en lugar de convertirse en una política mediocre. Tenía la impresión de que podía hacer más por la justicia social y la protección medioambiental a través de sus artículos.
– ¿Cuándo vio a Frau Blüm por última vez? -preguntó Werner.
– La semana pasada. Almorcé con ella el miércoles pasado. El día cuatro, creo.
– ¿Cómo estaba? ¿Le mencionó algo fuera de lo normal?
– No. Creo que no. La verdad es que estaba bastante optimista. Aquella tarde iba a cubrir la llegada de ese capullo nazi de Wolfgang Eitel.
– ¿El padre de Norbert Eitel, el editor?
– Y ex oficial de las SS y líder del llamado Bund Deutschland-für-Deutsche.
– ¿Qué interés tenía Frau Blüm en él?
Kessler cruzó las largas piernas, y los pantalones de hilo emitieron un susurro.
– No fue específica. Como seguramente ya sabrán, Angelika mantenía en secreto los detalles de sus investigaciones hasta que estaba preparada para publicar o transmitir la historia. Intentó que me interesara por realizar un documental radiofónico con ella. Lo único que me dijo era que tenía algo turbio sobre Eitel que destrozaría su credibilidad entre sus partidarios. Lo que sí dijo es que estaba relacionada con la especulación inmobiliaria.
– ¿Sugirió en algún momento que debido a su investigación corría peligro?
Frau Kessler frunció el ceño.
– No creo que se le pasara por la cabeza. A mí tampoco se me ocurrió. No sospechará de los Eitel, ¿verdad?
– En concreto, no. ¿Estaba trabajando en algo más?
– Sé que estaba haciendo algo sobre el BATT101. Pero no creo que fuera un proyecto importante.
Fabel frunció el ceño. Antes y durante la segunda guerra mundial, el Batallón de Reserva Policial 101 estaba integrado por hombres normales y corrientes, principalmente de mediana edad y clase trabajadora de Hamburgo, que estaba considerada una de las ciudades menos nazificadas de Alemania. En 1942, estos hombres normales y corrientes del Batallón de Reserva Policial 101 masacraron a casi dos mil judíos en Otwock, Polonia. Cuando acabó la guerra, el BATT101 había exterminado a más de 80.000 judíos y otros «indeseables». Fabel recordó a Frau Steiner, la anciana de ojos de lechuza que vivía debajo del piso en el que Tina Kramer había sido asesinada. Recordó las viejas fotografías en blanco y negro de un hombre con un uniforme del Batallón de Reserva Policial.
– ¿El BATT101? No es un tema de actualidad.
Erika Kessler se encogió de hombros.
– No lo sé. Quizá ella tuviera otra perspectiva sobre el asunto. Dijo algo acerca de establecer comparaciones con las acciones de la policía soviética en Afganistán y Chechenia.
– ¿Y en cuanto a relaciones? -preguntó Fabel-. ¿Salía Frau Blüm con alguien?
Hubo un cierto titubeo en la respuesta.
– No… No creo que se viera con nadie especial últimamente. Estuvo saliendo con otro periodista un tiempo. Paul Thorsren. -Fabel anotó el nombre-. Pero rompieron hará un año. No creo que haya tenido ninguna relación importante desde entonces.
Fabel miró fijamente los gélidos ojos azules de Erika Kessler. Éstos le sostuvieron la mirada con determinación. Casi lo había conseguido, pero en aquella milésima de segundo antes de responder con una reacción demasiado natural y la mirada demasiado fija, le había revelado a Fabel su primera mentira. Pero ¿por qué mentiría Kessler sobre los novios de Blüm?
– ¿Conoce a Marlies Menzel?
– ¿La pintora?
– La terrorista.
Kessler se rió, pero el hielo de sus ojos se escarchó y endureció un poco más.
– ¿Qué tal la ex terrorista que ahora es pintora? Sé quién es, pero no, no la conozco personalmente.
– Pero Angelika Blüm sí.
– Creo que trabajaron juntas en algún momento.
– En Zeitgeist, la revista de izquierdas. Creo que en aquella época el director era un joven Hans Schreiber. ¿Frau Blüm y él salían juntos por aquel entonces?
– Creo que sí. Creo que vivieron juntos un tiempo -dijo Kessler. De nuevo, Fabel detectó una mirada defensiva en sus ojos. El arte del interrogador es juntar no sólo lo que se dice, la verdad y las mentiras, sino recopilar los silencios, los gestos, los movimientos de los ojos. Fabel sintió la emoción de una pequeña revelación al atar cabos. Pensó en desafiar a Kessler, pero por el momento decidió guardarse lo que pensaba.
El resto del interrogatorio no aportó nada importante. Fabel dio las gracias a Erika Kessler por dedicarles su tiempo, y ella asintió con la cabeza de un modo que estaba a medio camino entre la cortesía y la frialdad. Acompañó a Fabel y a Werner a la puerta, atravesando el atrio de baldosas que estaba unos grados por debajo de la temperatura de la terraza, que miraba al sur.
A Fabel le costó encontrar la carretera de vuelta a la ciudad; se equivocó varias veces por culpa del elaborado sistema unidireccional de Blankenese. Al final, el BMW accedió a Elbchaussee.
– Bueno, ¿qué te ha parecido? -le preguntó a Werner.
– Hay algo que no nos dice. Sospecho que Blüm salía con alguien y que Kessler intenta mantener a esa persona al margen de todo este asunto.
– Eso mismo creo yo. -Fabel se quedó callado un momento-. Werner, ¿cómo describirías a Hans Schreiber, el Erste Bürgermeister?
Werner se volvió hacia Fabel, desconcertado y con el ceño fruncido. Fabel siguió mirando al frente.
– No lo sé… Es un hombre alto, supongo. Viste ropa cara. Tiene el pelo rubio canoso. Es obvio que hace ejercicio… Es ancho de espaldas… ¿Por qué?
Ahora Fabel se volvió hacia Werner.
– Ahora descríbeme al hombre que tu testigo vio entrar en el edificio de Angelika Blüm.