TERCERA PARTE

Jueves, 19 de junio - Domingo, 22 de junio


Jueves, 19 de junio. 10:20 h


Rathaus de Hamburgo


El Kriminaldirektor Van Heiden reaccionó casi como Fabel había previsto. Casi, pero no exactamente igual. Van Heiden se quedó impactado cuando Fabel le reveló que el Erste Bürgermeister Schreiber era ahora sospechoso en una investigación tan destacada, y Fabel observó a su jefe desde el otro lado de la gran mesa que Van Heiden tenía en su despacho del cuarto piso. Van Heiden se quedó como paralizado en su sillón de piel, mirando fijamente la mesa, como si hubiera suspendido todo movimiento físico para desviar la energía a los procesos mentales que su cabeza realizaba a toda velocidad. Al final, y de improviso, Van Heiden alzó la vista con una expresión de resignación y le preguntó qué tenían que hacer, como si Fabel fuera el jefe de policía y Van Heiden, el subordinado.

– Concierte una reunión con él -había dicho Fabel-. Si fuera otra persona, lo detendría…, pero comprendo la necesidad de ser… digamos que diplomáticos en este caso.

– ¿Cuándo quieres que sea?

– Una persona ha situado a Schreiber en la escena del último crimen…, o al menos alguien que se le parece mucho… y tiene una… historia… con la víctima. No voy a esperar a que tenga un huequecito en su agenda. Tengo que hablar con él ya.

– Déjamelo a mí.

Van Heiden llamó al Rathaus y obviamente encontró cierta resistencia burocrática. La voz tranquila, comedida y fría con la que amenazó al pobre funcionario que atendía el teléfono transmitió una intimidación añadida. Le pasaron con Schreiber. La conversación había sido breve y directa. Schreiber había accedido a reunirse con ellos de inmediato en su despacho. Van Heiden se quedó mirando el teléfono después de colgar el auricular.

– Es como si estuviera esperando la llamada. Me ha dado la sensación de que ha sentido un gran alivio.


El Rathaus es el Ayuntamiento de Hamburgo, la sede del gobierno regional de Hamburgo y uno de los edificios más impresionantes de la ciudad. La entrada principal al Rathaus está situada justo debajo de la torre del reloj y la aguja que se alzan sobre la inmensa plaza del Rathaus, dominándola.

Cuando Fabel y Van Heiden entraron en el Ayuntamiento, el enorme vestíbulo principal, con sus columnatas y el techo abovedado, se abrió ante ellos. Había grupos de turistas, congregados alrededor de los expositores de cristal iluminados que rodean los grandes pilares.

El Kriminaldirektor iba a decir algo cuando un funcionario de uniforme se acercó a los dos policías.

– Me han pedido que los reciba y los acompañe a su reunión con el excelentísimo Erste Bürgermeister.

La Bürgermeistersaal, la sala que se utiliza para las recepciones oficiales y solemnes, está en la segunda planta del Rathaus, justo al lado de la torre principal. Las oficinas de trabajo del Erste Bürgermeister de Hamburgo, sin embargo, están en las plantas baja y primera, en el ala sudeste del edificio. El funcionario condujo a Fabel y Van Heiden a la Bürgermeisterzimmer del primer piso.

Cuando entraron en el despacho de paneles de roble, Schreiber se puso de pie. Fabel se fijó en el corte del traje que llevaba. De nuevo era de confección italiana cara y se asentaba a la perfección sobre los hombros fuertes del Erste Bürgermeister. Sin embargo, Fabel percibió que también soportaba algo que se asentaba con menos facilidad que el Armani: había cierta torpeza en sus movimientos. Schreiber le dio las gracias a su asistente y les pidió a los dos policías que se sentaran. Fabel sacó su libreta y la abrió.

– ¿Dice que se trata de algo relacionado con la muerte de Angelika? -preguntó Schreiber.

Fabel se quedó callado el par de segundos que exigía el protocolo, por si Van Heiden quería tomar la iniciativa. Al ver que permanecía en silencio, Fabel habló.

– Usted expresó una preocupación considerable por estos asesinatos, Herr Erster Bürgemeister…

– Naturalmente…

– Y también dejó claro que quería que la investigación tuviera una conclusión tan rápida y exitosa como fuera posible…

– Por supuesto…

Fabel decidió poner las cartas sobre la mesa.

– Entonces, ¿podría explicarme por qué faltó a su deber de informarnos de que visitó a Angelika Blüm la noche en que fue asesinada?

Schreiber se quedó mirando a Fabel, pero no había ni hostilidad, ni resistencia en sus ojos, ni tampoco era una mirada defensiva. Tras unos segundos, Schreiber soltó un suspiro.

– Porque no quería verme implicado en todo esto. El escándalo. Como puede imaginarse, la prensa se daría un buen festín… -Schreiber miró en dirección a Van Heiden, como si le fuera a agradecer el comentario. Van Heiden no dio muestras de ello.

– Herr Doktor Schreiber, es usted abogado, así que sabe cuáles son sus derechos según los artículos pertinentes de la Grundgesetz, y que las respuestas que dé a nuestras preguntas a partir de este momento pueden ser utilizadas como prueba.

Schreiber dejó caer sus anchos hombros.

– Sí, lo sé.

Fabel se inclinó hacia delante, descansando los codos sobre los apoyabrazos con forma de garra de león de la silla de roble.

– Y supongo que sabe que a mí, que a nosotros, nos importa un pimiento que le inquiete la repercusión que este asunto pueda tener en los medios de comunicación. Nos ha ocultado información sobre una serie de asesinatos. Unos asesinatos, tengo que señalar, de los que se está convirtiendo rápidamente en el sospechoso principal. Alguien está despedazando a mujeres, y no hablo metafóricamente, ¿ya usted le preocupa su imagen?

– Creo que el Bürgermeister ya te ha entendido, Fabel -dijo Van Heiden, tranquilamente y sin enfadarse.

– Si las respuestas que me da no me satisfacen, Herr Doktor Schreiber -continuó Fabel-, voy a detenerlo aquí y ahora. Y créame, lo sacaré del Rathaus esposado. Así que me parece que debería ser un poco más franco de lo que ha sido hasta el momento. -Fabel se recostó en su silla-. ¿Mató a Angelika Blüm?

– Dios santo…, no.

– Entonces, ¿qué hacía en su piso la noche que la asesinaron?

– Angelika era una vieja amiga. Nos veíamos de vez en cuando.

El semblante de Fabel se endureció.

– Creía que me había expresado con claridad, Herr Schreiber. Podemos hablar aquí o en el Prásidium. Y a menos que empiece a ser totalmente sincero con nosotros (y me refiero a que lo sea con todo), lo haremos en nuestro terreno, no en el suyo. Comencemos con la verdadera naturaleza de su relación con Frau Blüm. ¿Cuánto tiempo hacía que tenían una aventura?

Schreiber parecía vacío. Había buscado algo con lo que poder preservar al menos parte de su intimidad, y Fabel acababa de arrebatárselo.

– Un año. Quizá un poco más. Como seguramente ya sabrá, tuvimos una relación hace años. Le pedí a Angelika que se casara conmigo entonces, pero me rechazó. Seguimos siendo amigos a lo largo de todos estos años, y entonces, no sé cómo, volvió a surgir la chispa.

– ¿Frau Schreiber está al corriente de esta relación? -preguntó Van Heiden.

– No. Por dios, no. Karin no tiene ni idea. No queríamos hacerle daño.

– Entonces, ¿no pensaba dejar a su mujer? -le preguntó Fabel.

– No. Por el momento, al menos. Al principio se lo sugerí a Angelika, pero ella no quería que nos fuéramos a vivir juntos. Quería mantener su independencia y supongo que…, bueno, que la situación ya le parecía bien. De todas formas, como ya le he dicho, no queríamos hacer daño ni a Karin ni a los niños.

– No parece que tuvieran una relación muy profunda.

Schreiber se inclinó sobre la mesa. Cogió un bolígrafo y jugueteó con él, haciéndolo girar entre los dedos.

– No es cierto. Nos teníamos cariño. Lo que pasa es que éramos… -hizo una pausa para encontrar la palabra correcta- prácticos. El tema es que siempre nos dio la sensación de que teníamos una historia inacabada.

Fabel decidió dejarse llevar por otra intuición.

– ¿Me equivocaría si dijera que Frau Blüm quería poner fin a la relación?

Schreiber pareció herido.

– ¿Cómo lo…?

Fabel le cortó.

– ¿Por eso fue a verla aquella noche? ¿Quería convencer a Frau Blüm de que no terminara la relación?

– No. Ya habíamos decidido no vernos más.

– Supongo que se había quedado a dormir algunas noches, ¿verdad?

Schreiber asintió con la cabeza.

– Cuando las circunstancias me lo permitían.

– En otras palabras, cuando tenía una coartada creíble que ofrecer a su esposa.

Schreiber hizo un pequeño gesto de resignación con los hombros.

– Entonces, supongo que tendría efectos personales en el piso de Frau Blüm y que esa noche fue a recogerlos.

Schreiber abrió más los ojos.

– Sí, camisas, un traje, enseres de baño, etcétera. ¿Cómo demonios lo ha sabido?

– Por la bolsa de deporte. O iba a recoger algo o llevaba el arma homicida dentro. -Fue la bolsa de deporte lo que hizo que Fabel imaginara la escena: el final de una relación; pasar a recoger los últimos efectos personales del piso. Fabel recordó que él había utilizado exactamente el mismo tipo de bolsa, con Renate en silencio y Gabi dormida en su cuarto, cuando se había marchado de casa hacía cinco años.

– ¿A qué hora se fue del piso?

– Sobre las nueve menos cuarto.

– ¿Sólo estuvo quince minutos?

– Supongo. Angelika acababa de salir de la ducha y tenía que trabajar aquella noche, así que recogí mis cosas y me fui.

– ¿Hubo algún tipo de discusión?

– No…, claro que no. Valorábamos demasiado nuestra amistad como para echarla a perder. La verdad es que fue todo muy civilizado.

– Y cuando se marchó, no vio llegar a nadie.

Schreiber se tomó un momento para pensar, y luego negó con la cabeza.

– Pues no.

– ¿A qué hora llegó a casa? -le preguntó Fabel.

– Sobre las nueve y diez, nueve y cuarto.

– ¿Y su mujer podrá confirmarlo?

– ¿Tiene que meter a Karin en todo esto? -Había un rastro de súplica en su voz.

– Me temo que sí, si ella es la única persona que puede confirmar que volvió sobre las nueve y cuarto. La autopsia de Frau Blüm afirma que la asesinaron alrededor de las diez.

Schreiber tenía la mirada de un hombre que había ido tejiendo su vida con un punto apretado y pulcro y veía cómo se le estaba descosiendo.

– También necesitaremos sus huellas dactilares, Herr Doktor Schreiber -añadió Fabel.

– Creo que podremos arreglarlo para que venga un técnico aquí y proceda con discreción -dijo Van Heiden, y miró a Fabel para que lo aprobara. Éste asintió con la cabeza.

– La persona idónea es Brauner. Yo me encargo. -Fabel se dirigió de nuevo a Schreiber-. Más adelante seguramente tendré que hacerle más preguntas.

Schreiber asintió. Hubo un silencio.

– La primera víctima, Ursula Kastner, creo que trabajaba para el gobierno regional de Hamburgo. ¿La conocía? -le preguntó Fabel.

– Claro que la conocía. Trabajaba en nuestro departamento jurídico de medio ambiente y obras públicas. Trabajaba en proyectos como la ciudad del Hafen y el proyecto de rehabilitación y revitalización de Sankt Pauli. La conocía bien. Era una abogada excelente.

– ¿Tuvo alguna otra clase de relación con ella, aparte de la profesional?

Schreiber se puso derecho, como si recogiera los restos esparcidos de su dignidad. Los músculos trapecios se le marcaron en el tejido elegante del traje Armani. Tenían la forma que sólo se consigue levantando pesas a conciencia en el gimnasio. Fabel imaginó que Schreiber sería muy fuerte físicamente; lo bastante como para separar las costillas de la víctima en un arrebato asesino.

– No, Herr Fabel. No tuve ningún tipo de relación inapropiada con Frau Kastner. Contrariamente a la impresión que pueda tener de mí, no soy ni un asesino en serie ni un mujeriego. Mi aventura con Angelika ha sido el único desliz que he tenido en mi matrimonio. Y la única razón por la que pasó fue porque Angelika y yo teníamos un pasado. Mi relación con Ursula Kastner no tenía ninguna dimensión personal…, aunque fui yo quien se la presentó a Angelika.

El silencio pareció durar una eternidad. Fabel y Van Heiden se miraron. Fabel sintió un cosquilleo eléctrico. Fue Van Heiden quien rompió el encantamiento.

– ¿Quiere decir que Angelika Blüm y Ursula Kastner se conocían? ¿Que existe una conexión entre ellas?

– Di por sentado que lo sabían…, dado que las asesinó la misma persona, quiero decir.

– El único vínculo que teníamos era usted, Herr Doktor Schreiber -dijo Fabel-. ¿Ahora dice que se trataban?

– Sí. Fue Ursula quien promovió la presentación. Me dijo que necesitaba un contacto «amigo» en los medios de comunicación para obtener información.

– ¿Es normal?

– No. No me hizo mucha gracia. Sospeché que Ursula tenía información sobre algo que quería filtrar a la prensa. Le insistí en que si se trataba de algo potencialmente perjudicial para el gobierno regional de Hamburgo, me lo contara. Me aseguró que no tenía conocimiento de nada que pudiera llamar la atención negativamente sobre el gobierno de la ciudad. Insistió en que sólo era para que la aconsejara.

– ¿La creyó?

– No. Creo que no. Pero tuve que confiar en su palabra. Y de todas formas, si iba a levantar la liebre sobre algo que tuviera que ver con la ciudad, dudo que hubiera venido a verme.

– Angelika Blüm no le dijo nunca de qué se trataba.

– No.

– ¿Se lo preguntó?

– Un par de veces, pero no le saqué nada. Así que me rendí. Si hubieran conocido a Angelika, lo comprenderían.

– ¿Con qué frecuencia se veían Angelika y Ursula?

– No lo sé. Ni siquiera sé si se vieron algún otro día después de la recepción del Neuer Horizont donde las presenté. Quizá se vieron de forma regular o no volvieron a verse nunca más, o hablaron por teléfono o se mandaron mensajes de correo electrónico. No lo sé.

– ¿Les invitó usted a esa recepción?

– No, dio la casualidad de que asistieron las dos… por razones de trabajo, por así decirlo. Neuer Horizont es un plan para rehabilitar y revitalizar aquellos barrios de la ciudad que han quedado excluidos de los grandes proyectos, como la rehabilitación de la ciudad del Hafen o de Sankt Pauli, pero que aún así pueden optar a fondos federales, estatales o de la Unión Europea.

Fabel miró por la ventana de piedra en forma de arco de la parte trasera que daba al Alsterfleet y el Alsterarkaden. Intentó que su mente trabajara lógica y metódicamente, pero la emoción de la revelación hacía que las ideas giraran a toda velocidad en su cabeza. Pistas que antes no estaban conectadas entre sí ahora convergían. Chocaban y se alimentaban las unas a las otras en el cerebro de Fabel. Dos de las tres víctimas habían estado en contacto. Y las dos estaban relacionadas con negocios inmobiliarios a través del gobierno de la ciudad. Se dirigió de nuevo a Schreiber.

– ¿Quién hay detrás de la iniciativa Neuer Horizont?

– Un consorcio privado. El principal accionista es una filial del Grupo Eitel. Fue Norbert Eitel quien dio la recepción. -Schreiber se encogió de hombros-. Me temo que no soy un gran fan de Eitel, pero la ciudad tiene que apoyar cualquier iniciativa que pueda reportarle beneficios.

Otra conexión. Otra lucecita.

– Creía que el Grupo Eitel era una empresa de medios de comunicación exclusivamente.

Schreiber negó con la cabeza.

– No, la rama editorial es el negocio principal, pero Eitel participa en muchos otros negocios. La tecnología de la información es uno de ellos. La promoción inmobiliaria es otro.

Fabel asintió pensativo.

– ¿Asistió el padre de Eitel? ¿Wolfgang Eitel?

– No. No fue. Ahí es donde trazo la línea. No compartiré ninguna plataforma con un nazi como él, me da igual lo beneficiosa que sea la causa. Creo que por eso lo mantuvieron al margen… A pesar de que públicamente le muestra su solidaridad, Norbert Eitel es muy consciente del lastre que supone su padre para sus ambiciones políticas.

– El asesinato de Kastner debió de afectarle mucho, Herr Schreiber.

– Decir eso es quedarse corto. Me quedé horrorizado. Conoció al Innensenator Hugo Ganz, ¿verdad?

Fabel asintió. Recordaba la cara áspera, rosada y rolliza de Ganz.

– Frau Kastner trabajó en estrecha colaboración con Herr Ganz. En concreto, en lo referente a proyectos medioambientales y urbanísticos. Ella le proporcionaba apoyo jurídico. La muerte de Frau Kastner afectó mucho al Innensenator Ganz. Creo que por eso estuvo tan… enfático la última vez que lo vio.

– Supongo que recuerda dónde estaba el día que desapareció Frau Kastner.

– Estaba en una conferencia medioambiental en Roma. -Schreiber habló sin emoción. Entonces, una pequeña esperanza iluminó su rostro-. ¡Eso es! Ni siquiera estaba en el país cuando la mataron. Y tengo cientos de testigos. ¿Cuándo asesinaron a la segunda víctima?

– La madrugada del miércoles cuatro -contestó Fabel.

Schreiber pasó las hojas de su agenda de mesa.

– Estaba en casa con mi familia. Pueden corroborarlo.

Fabel no pareció impresionado.

– Lo único que me interesa ahora es el asesinato de Frau Blüm. Y usted estuvo en su casa justo antes de que la mataran.

– Pero yo no tuve nada que ver. Nada en absoluto. -El tono de Schreiber comenzaba a tener un deje de rebeldía. Era evidente que el hecho de haberse dado cuenta de que tenía coartadas para los otros dos asesinatos le había envalentonado. Fabel cambió de táctica.

– ¿Sabía que Frau Blüm había intentado ponerse en contacto conmigo?

– No…, no lo sabía. ¿Para qué?

– No lo sé. No tuve oportunidad de devolverle las llamadas -mintió Fabel. Sonaba mejor que decir que no se había molestado en devolverlas.

– ¿Cree que Frau Blüm pensaba que corría peligro? ¿Cree que por eso intentó ponerse en contacto con usted? -Schreiber no esperó la respuesta-. ¿Por qué no me lo dijo? Si tenía miedo…, ¿por qué no habló conmigo?

Fabel se levantó. Van Heiden lo imitó.

– No tengo ninguna razón para pensar que ella creía que estaba en peligro. Lo único que sé es que intentó ponerse en contacto conmigo tres o cuatro veces antes de morir. Pero ninguno de los mensajes que dejó indicaba que creyera que corría peligro.

Fabel se dirigió hacia la puerta sin estrecharle la mano a Schreiber.

– Como ya le he dicho, Herr Doktor Schreiber, puede que tenga que hacerle más preguntas. Y mandaré a un técnico del equipo forense para que le tome las huellas dactilares.

Fabel había abierto la robusta puerta de roble cuando se dio la vuelta para mirar a Schreiber.

– Una cosa más. ¿Cuándo fue la última vez que vio o tuvo contacto con Marlies Menzel?

Schreiber pareció sorprendido, y luego un poco preocupado.

– Dios santo… No lo sé… Hace años. No sé nada de ella desde que trabajamos juntos en el Zeitgeist y, por supuesto, desde que se dedicó al terrorismo.

– ¿No ha hablado con ella desde que salió de Stuttgart-Stammheim?

– No. Claro que no. -Y Fabel supo que decía la verdad.

El mismo asistente de uniforme escoltó a Fabel y Van Heiden hasta el vestíbulo principal del Rathaus. El sol los deslumbró al salir por el arco gótico a la gran plaza del Rathaus.

– ¿Qué piensas? -preguntó Van Heiden.

– No es nuestro hombre -dijo Fabel, y sacó las gafas de sol del bolsillo superior de la chaqueta y se las puso-. Tengo que ir a Bremen. ¿Puedo invitarle a un café en el Alsterarkaden antes de marcharme, Herr Kriminaldirektor?


Jueves, 18 de junio. 14:20 h


Kunstgalerie Nordholt (Bremen)


Fabel había calculado que el viaje a Bremen duraría una hora y media más o menos, pero a medio camino el tráfico en la Al se volvió más denso y lento. Al ver que tenía por delante un largo tramo de autobahn, decidió poner un compacto en el reproductor del coche: Herbert Grönemeyer, Bleibt alles anders. Acababa de subir el volumen cuando le sonó el móvil. Era Maria Klee; tenían las conclusiones de la autopsia de Klugmann. Había sido asesinado de un solo disparo; la bala había atravesado el cerebro, destrozado el bulbo raquídeo y salido, como Brauner señaló, por encima del labio superior y por debajo de la nariz. La hora de la muerte se estimaba entre las seis de la tarde del viernes trece y las seis de la mañana del sábado catorce. Fabel se estremeció cuando Maria le contó que la autopsia revelaba que lo habían torturado y golpeado antes de matarlo. Los análisis también encontraron restos de anfetamina en la sangre de Klugmann. Vivir la vida. La tapadera definitiva. Y había fallado.

Maria también tenía el informe de balística. Brauner tenía razón: el casquillo pertenecía a un arma no estándar. Fabel le resumió a Maria su entrevista con Schreiber y le pidió que pusiera a Werner al corriente.

El tráfico mejoró. Fabel no había sido consciente de haber avanzado tanto. Había puesto el piloto automático, y su mente había viajado a un lugar oscuro y solitario con un policía secreto que supo con una certeza inmediata e ineluctable, mientras lo torturaban, que la muerte lo esperaba a la vuelta de la esquina. Por un segundo, Fabel fue capaz de ponerse mentalmente en su lugar y notó una arcada en el pecho; una sensación que reconoció como la sombra tenue de un terror inimaginable. Los paneles le indicaron que estaba acercándose a Bremen Kreuz, y tomó la salida de la Al para acceder a la A 27 dirección Bremen.

La galería de arte Nordholt estaba en una calle que desembocaba en la Marktplatz principal de Bremen, en un magnífico edificio del siglo XIX con enormes ventanas salientes. Cuando Fabel entró, Marlies Menzel supervisaba cómo colgaban uno de sus cuadros. Era una mujer de unos cincuenta años, llevaba una falda larga negra y una chaqueta negra holgada con hombreras. Tenía el pelo castaño apagado con mechas más claras. Llevaba puestas unas gafas metálicas pequeñas y cuadradas. Podría haber sido una bibliotecaria en lugar de una terrorista que acababa de salir de la cárcel, pensó Fabel mientras cruzaba la galería. Se detuvo a medio camino. Las paredes blancas estaban salpicadas de lienzos enormes. Fabel ya había advertido, puesto que los había visto en el catálogo de la exposición, la extraña similitud que había entre aquellos cuadros y las escenas de los asesinatos del Águila de Sangre; pero no estaba preparado para el gran impacto visual de las obras de arte. Todos los cuadros medían dos metros de alto por uno de ancho. La pintura gritaba desde el lienzo con colores vivos y viscerales. Las pinceladas eran contundentes y seguras. Cada cuadro era violencia en dos dimensiones.

Fabel se acercó al pequeño grupo.

– ¿Frau Menzel?

La mujer se volvió hacia Fabel.

– ¿Sí? -Los labios delgados dibujaron una sonrisa educada.

– ¿Podría hablar con usted un momento? -Fabel le mostró su placa oval de la Kriminalpolizei. La sonrisa desapareció.

– Comienzo a estar cansada de todo esto. Casi todos los cuerpos de seguridad de Alemania han venido a visitarme desde que me soltaron. Esto empieza a parecer acoso.

– La verdad es que no se trata de un asunto oficial…

– ¿No? En ese caso, creo que no debería hablar con usted. -Menzel se dio la vuelta.

– Frau Menzel -dijo Fabel-, soy el Kriminalhauptkommissar Jan Fabel. Soy el agente de policía que participó en el tiroteo de 1983 en el muelle…

Menzel siguió dándole la espalda a Fabel durante un momento.

– ¿Usted mató a Gisela?

– No tuve elección. Ya me había disparado una vez e iba a dispararme de nuevo. Le supliqué que no lo hiciera, pero… -La voz de Fabel se apagó.

– Era una cría. -Menzel se volvió para mirarlo.

– No me dio opción. Había matado a mi compañero y a mí ya me había herido -dijo Fabel sin resentimiento-. Le dije que soltara el arma, pero volvió a apuntarme.

Mientras hablaba, Fabel vio una vez más a Gisela Frohm, al final del muelle. El arma reluciente colgaba de la mano de aquella chica delgaducha, como un peso en una cuerda, y entonces la levantó para dispararle. Fabel le pegó dos tiros. En la cara. Recordó el pelo rosa de punta cuando su cabeza rebotó hacia atrás y la chica cayó al agua. Había sido el peor día de su carrera. De su vida. Y no lo olvidaría jamás.

Marlies Menzel observó a Fabel. No era una mirada hostil. Le pareció que estaba pensando en lo que le había dicho. Se volvió hacia los dos asistentes que la ayudaban a colgar el cuadro.

– Voy a salir un momento. Después colgamos el resto. -Luego se volvió hacia Fabel-. Creo que deberíamos hablar en otro sitio.


El café desembocaba justo en la Katharinenstrasse. Una barra muy pulida ocupaba todo el largo del local. El personal de detrás del mostrador colocaba sin parar bandejas con teteras o cafeteras blancas y tazas sobre la barra. El ambiente olía a café recién molido. Los camareros, vestidos con pantalón y chaleco negros y delantales blancos atados a la cintura, cogían las bandejas y las llevaban a las mesas de los clientes. La mecánica del servicio tenía un ritmo reconfortante.

Fabel y Marlies Menzel eligieron una mesa junto a la venta. Menzel se sentó de espaldas a los paneles de roble, y Fabel se sentó delante de ella, mirando a la calle que subía hacia Marktplatz. La mujer sacó un paquete de cigarrillos franceses, y después de pensárselo un momento, le ofreció uno a Fabel.

– No, gracias. No fumo.

Ella sonrió y encendió un cigarrillo. Dio una larga calada, echó la cabeza hacia arriba y hacia un lado y sacó el humo, torciendo un poco la boca para asegurarse de que no le llegaba a Fabel.

– Cogí el hábito de fumar en la cárcel -dijo. Había amargura en su voz-. ¿Qué puedo hacer por usted, Herr Fabel?

Un camarero se acercó a la mesa antes de que Fabel pudiera contestar. Pidió un Kannchen de té, y Menzel, un café solo.

– Quería preguntarle por sus cuadros -dijo Fabel, cuando el camarero se marchó.

Menzel sonrió.

– ¿Un policía amante del arte? ¿O es que he violado alguna ordenanza cívica relativa al tamaño de los lienzos?

Fabel le habló a Menzel de los homicidios y le dijo que llamaba la atención lo mucho que sus lienzos recordaban a las escenas de los asesinatos. Le preguntó si se había enterado de la muerte de Angelika Blüm. Sí, se había enterado. Lo había leído en la prensa.

– ¿Cuándo vio a Frau Blüm por última vez?

– No la he visto desde que me encarcelaron. Trabajamos juntas en una revista en los años setenta. Se llamaba Zeitgeist. Entonces pensamos que era un nombre ingenioso, pero mirándolo ahora, parece muy predecible. ¿Por qué lo pregunta? ¿Soy sospechosa porque mis cuadros le recuerdan a…? -Frunció el ceño como si se hubiera dado cuenta de la transcendencia de lo que había dicho-. Pobre Angelika…

– No, Frau Blüm, no es usted sospechosa -dijo Fabel, sin revelarle que ya había pedido a Maria que comprobara dónde estaba Menzel los días de los asesinatos. Cuando asesinaron a Ursula Kastner, aún estaba en la cárcel, y cuando mataron a Blüm, estaba en una recepción en una galería-. Es sólo que hay una similitud inquietante entre lo que pinta y las escenas de las muertes. Seguramente sólo sea una mera coincidencia, pero existe la posibilidad de que el asesino haya visto sus cuadros y los esté emulando. Es bastante habitual que los asesinos en serie coloquen a sus víctimas en una posición especial. Esta vez, puede que tengamos un caso de vida que imita al arte.

– O más bien de muerte que imita al arte. -Menzel dio otra calada larga a su cigarrillo. Fabel advirtió las manchas de nicotina amarillentas en sus dedos-. Qué horror -dijo.

El camarero llegó con el té y el café.

– ¿Ha recibido cartas, bueno, raras, que hagan referencia a sus obras? ¿Mensajes de correo electrónico, en concreto? -le preguntó Fabel.

Menzel se encogió de hombros.

– Sólo lo que cabría esperar. Muchas cartas que me dicen que debería seguir en la cárcel, que arderé en el infierno por mis crímenes, que es obsceno que intente definirme como creadora de algo y no como destructora. Cosas así. Sentimientos que seguramente usted comparte, Herr Hauptkommissar.

Fabel no mordió el anzuelo.

– ¿Pero nada que le pareciera extraño o incluso una reacción inadecuada a las imágenes?

– No, la verdad es que no. Aunque hace unas semanas se produjo una escena desagradable en la galería. Wolfgang Eitel apareció con un grupo de periodistas de medios escritos y televisión y se puso a despotricar sobre mí diciendo que no tenía derecho a exhibir mi obra, llamándome asesina y criminal, y condenando el uso que hago de los colores de la bandera nacional. Nazi de mierda.

Fabel asimiló la información. Otra vez Eitel.

– ¿Presenció usted el altercado?

– No. Creo que eso le fastidió un poco los planes. Creo que había planeado enfrentarse conmigo delante de las cámaras.

Fabel bebió un sorbo de té. Menzel giró la cabeza hacia la luz y miró por la ventana. Fabel vio que los rayos de sol revelaban un matiz grisáceo en su piel.

– ¿Por qué hizo lo que hizo? ¿Por qué siguió a Svensson? -La pregunta sorprendió casi tanto a Fabel como a Menzel. Ella lo miró con curiosidad, como si intentara establecer si había malicia en la pregunta. Luego, se encogió de hombros.

– Eran una época y un lugar distintos. Creíamos en algo y creíamos en alguien. Karl-Heinz Svensson era una presencia increíblemente poderosa. También era muy manipulador.

– ¿Por eso lo siguió con tanto, bueno, fanatismo?

– ¡Fanatismo! -Menzel soltó una carcajada débil, amarga-. Sí, tiene razón. Éramos unas fanáticas. Habríamos muerto por él. Y muchas de nosotras lo hicimos.

– ¿Por él? ¿No por sus creencias?

– Bueno, en esa época nos convencimos de que estábamos introduciendo en Alemania la revolución socialista mundial; que éramos soldados que luchaban contra los herederos capitalistas del manto nazi. -Dio otra calada larga a su cigarrillo-. El hecho es que todas éramos esclavas de Karl-Heinz. ¿No ha pensado nunca en cuántos de los integrantes del grupo eran mujeres, mujeres jóvenes? Después de los juicios, la prensa nos llamó «El harén de Svensson». El hecho es que todas nos habíamos acostado con él. Todas estábamos enamoradas de él.

– Murieron muchas personas por el flechazo de unas adolescentes. -Fabel no pudo evitar que el resentimiento se colara en su voz. Pensó en Franz Webern, de veinticinco años, casado y padre de un bebé de dieciocho meses, tirado muerto en el suelo. Pensó también en Gisela Frohm hundiéndose despacio en las aguas turbias del Elba.

– Dios santo, ¿acaso cree que no lo sé? -replicó Menzel-. Me he pasado quince largos años sentada en una celda en Stuttgart-Stammheim pensando en ello. Lo que debe entender es el poder que tenía sobre nosotras. Exigía un compromiso total. Eso quiere decir que cortamos los lazos que teníamos con nuestra familia, nuestros amigos, con cualquier influencia cuerda y racional. Su voz era la única que escuchábamos. Era madre, padre, hermano, camarada, amante: todo. -Parecía que la pasión renacía en su interior y luego se apagaba-. Era un cabrón manipulador.

Menzel se encendió un cigarrillo con lo que quedaba del otro. Fabel volvió a fijarse en las manchas amarillentas en las yemas de los dedos.

– ¿Gisela era tan fanática como el resto de ustedes?

La sonrisa de Menzel estaba cargada de tristeza.

– Era la más fanática. Karl-Heinz fue su primer amante. Estaba loca por él. Lo que ha dicho antes usted era cierto. No le quedó más remedio que matarla. Karl-Heinz la había programado para matar. Usted sólo fue el instrumento que provocó su muerte: él fue el artífice.

– Lo que no entiendo es por qué. -La perplejidad de Fabel era auténtica-. ¿Por qué Svensson, por qué usted, sentían la necesidad de hacer lo que hicieron? ¿Qué era tan terrible en nuestra sociedad para tenerle que declarar la guerra?

Menzel se quedó un momento callada antes de contestar.

– Es la enfermedad alemana. La falta de historia. La falta de una identidad clara. Intentar descubrir quiénes somos. Es lo que nos llevó al nazismo. Es lo que hizo que nos convirtiéramos en sucedáneos de los norteamericanos después de la guerra: como un niño descarriado que intenta llevarse bien con su padre imitándolo. Era esa banalidad ultracapitalista, de palomitas, lo que despreciábamos. Declaramos la guerra a la mediocridad -dijo con una sonrisa sarcástica-, y ganó la mediocridad.

Fabel se quedó mirando el té fijamente. Sabía cuál tenía que ser su siguiente pregunta. Ya sabía la respuesta, aunque tenía que preguntarlo de todas formas.

– ¿Svensson está muerto de verdad?

Se suponía que Svensson había muerto durante el tiroteo cuando su grupo intentó asesinar al entonces Erste Bürgermeister de Hamburgo. Una bala disparada por un policía alcanzó el depósito de gasolina del coche de Svensson, y éste se incendió. Svensson murió quemado. Después de su muerte, la policía no pudo encontrar el historial dental clave para determinar su identidad. Svensson, el terrorista consumado, se había pasado años borrando su existencia de los archivos oficiales.

Marlies Menzel se tomó un momento para responder. Se recostó en su silla y dio una calada al cigarrillo, estudiando a Fabel como si lo evaluara.

– Sí, Herr Fabel. Karl-Heinz murió en aquel coche. Se lo aseguro.

Fabel la creyó.

– Será mejor que vuelva ya a Hamburgo -le dijo-. Siento haberla molestado.

– ¿O quizá lo que sienta sea haber removido el pasado? Es el lugar al que pertenezco: a su pasado. Igual que Gisela. -Hizo una pausa-. ¿Tiene lo que ha venido a buscar, Herr Fabel?

Fabel sonrió y se puso en pie.

– Ni siquiera sé qué he venido a buscar. Espero que le vaya bien la exposición.

– Un acto de creación. Una especie de expiación por los actos de destrucción en los que participé. Un final adecuado, creo. Verá, Herr Fabel, será mi debut y mi último acto. -Menzel echó la ceniza en el cenicero de la mesa.

– ¿Disculpe? -El rostro de Fabel mostraba confusión. Marlies Menzel alzó el cigarrillo y lo examinó atentamente.

– Tengo cáncer, Herr Fabel. -Sonrió con amargura-. Terminal. Por eso me soltaron antes de tiempo, en parte. Si ha venido a buscar alguna clase de justicia, esto es todo lo que puedo ofrecerle.

– Lo siento -contestó Fabel-. Adiós, Frau Menzel.

– Adiós, Herr Kriminalhauptkommissar.


Jueves, 18 de junio. 18:00 h


Pöseldorf (Hamburgo)


De regreso a Hamburgo, Fabel llamó a la Mordkommission. Le pidió a Maria que recabara toda la información que pudiera sobre Wolfgang Eitel. No había habido ninguna novedad en la Kommission, así que Fabel le dijo que no regresaría hasta el día siguiente. Colgó y volvió a llamar, y pidió que le pasaran con Brauner, quien le dijo que las huellas dactilares de Schreiber coincidían con las del segundo grupo halladas en el piso de Blüm. Por una vez, la presencia de huellas exculpaba a un sospechoso en lugar de incriminarlo. Si Schreiber hubiera sido el asesino, habría hecho lo posible por eliminar todos los rastros de su presencia en el piso. Y en las otras escenas el Hijo de Sven no les había dejado nada con lo que continuar la investigación.

Fabel tenía una plaza alquilada en un garaje subterráneo en la calle de su piso. Acababan de dar las ocho cuando dejó el coche en su sitio. Cuando se bajó, se puso las manos en la parte baja de la espalda y arqueó la columna, para intentar desprenderse del agarrotamiento y el cansancio. Fue entonces cuando advirtió que detrás de él había dos tipos enormes. Se dio la vuelta y se llevó la mano al arma instintivamente. Los dos hombres sonrieron y alzaron las manos en un gesto pacificador. Los dos tenían el pelo negro, uno muy rizado y el otro liso y peinado hacia atrás. Ricitos también se había dejado un bigote inverosímilmente grande y poblado. Estaba claro que eran turcos. Fue Ricitos quien habló.

– Por favor, Herr Fabel… No queremos líos, no pretendíamos asustarle. Nos envía Herr Yilmaz. Le gustaría hablar con usted. Ahora, si puede ser.

– ¿Y si no puede ser?

Ricitos se encogió de hombros.

– Depende de usted, por supuesto. Pero Herr Yilmaz nos ha dicho que le dijéramos que tenía algo que podía ser importante para su investigación.

– ¿Dónde está?

– Tenemos que llevarlo nosotros… -La sonrisa de Ricitos se ensanchó de un modo que no hizo que Fabel se sintiera más seguro-. Si le parece bien.

Fabel sonrió y negó con la cabeza.

– Cogeré mi coche y los seguiré.


Los dos matones tenían un Polo esperándolos fuera y Fabel los siguió por las calles de la ciudad. Lo condujeron a la zona de Harburg. Fabel llamó a la Mordkommission y le dijo a Werner que lo llevaban a una reunión con un confidente, pero no le contó que se trataba de Yilmaz. Werner quiso enviarle un equipo de refuerzo completo, pero Fabel le dijo que esperara y que volvería a llamarlo cuando supiera dónde iba a tener lugar la reunión.

El Volkswagen de los turcos entró en una pequeña propiedad de edificios industriales y comerciales diseñados sin pizca de imaginación. Aparcaron delante de un almacén ancho y de poca altura. Se había construido en los setenta o los ochenta, y la pintura color rojo intenso estaba desprendiéndose de las tuberías exteriores de metal, la única concesión a la moda arquitectónica de aquella época. Mientras los dos turcos salían del coche, Fabel llamó a Werner y le dio su posición.

– Ten cuidado, Jan -le dijo Werner.

– Estaré bien. Pero si no doy señales de vida en media hora, manda a la caballería.

Fabel cerró el móvil y bajó de su BMW. Ricitos esbozó una sonrisa radiante debajo del denso bigote y le abrió la puerta, que necesitaba tanto una mano de pintura como las tuberías. Fabel indicó a los dos turcos que no pasaba nada, que entraran ellos primero.

El almacén era pequeño, pero estaba repleto de cajas de productos alimenticios, todas etiquetadas en un idioma que Fabel supuso que sería turco. En uno de los lados del edificio se alzaba un tabique, mitad cristal reforzado con espiral de alambre, mitad placa de yeso; estaba orientado al aparcamiento. Esta división separaba el almacén principal de las oficinas. Por el cristal del despacho principal, Fabel vio a Yilmaz sentado con dos hombres. Uno era un turco de aspecto fuerte; el otro era un hombre menudo y sucio que llevaba un abrigo roñoso de estilo militar. Tenía la piel ictérica y los ojos hundidos del consumidor habitual de drogas.

Ricitos le abrió la puerta a Fabel, aún sonriendo, pero no lo siguió hasta el interior del despacho. Yilmaz se levantó y esbozó una franca sonrisa; extendió la mano, y Fabel se la estrechó.

– Gracias por venir, Herr Fabel. Lamento que no hayamos podido tratar este asunto en un entorno más propicio, pero he pensado que sería mejor no llamar demasiado la atención. Tengo (o mejor dicho, mi amigo aquí presente tiene) una información importante para usted. Ya ve que he cumplido mi promesa, Herr Hauptkommissar.

Fabel inspeccionó al hombrecito escuálido. Como la mayoría de drogadictos, era difícil determinar qué edad tenía. Fabel sabía que era posible que aún no hubiera cumplido los treinta. Del mismo modo, bien podría tener casi sesenta. Vio que tenía el pómulo hundido e incluso más descolorido que la piel de alrededor. Tenía una costra de sangre seca en un orificio de la nariz.

– ¿Estás bien? -le preguntó Fabel.

– Me he caído por las escaleras -contestó el hombrecito con voz fuerte y ronca, y lanzó una mirada de resentimiento al turco de aspecto fuerte.

– Este… caballero… es Hansi Kraus -dijo Yilmaz-. Tiene cierta información…, una prueba, en realidad, que desea compartir con usted. -Yilmaz hizo una seña con la cabeza al turco que estaba apoyado en una de las mesas. El turco cogió un fardo de trapos sucios que tenía detrás. Desdobló con cuidado las esquinas y dejó al descubierto una nueve milímetros automática dorada y brillante. Los lados del arma estaban labrados de manera elaborada y la palabra cirílica estaba grabada en uno de los lados. Debajo, en alfabeto latino, estaban las palabras Made in Ukraine.

– Herr Kraus quiere entregarle esto como prueba material del asesinato de Hans Klugmann -dijo Yilmaz-. Pide perdón por el retraso… Tenía intención de entregarla, pero se le fue por completo de la cabeza.

– ¿Dónde la encontró? -le preguntó Fabel a Hansi Kraus.

Kraus miró a Yilmaz, después al otro turco y después a Fabel.

– En la piscina. Yo estaba allí cuando le volaron la cabeza a ese tipo.

– ¿Presenció el asesinato de Hans Klugmann?

Kraus asintió con la cabeza.

– ¿Vio a sus asesinos?

Kraus dudó. El turco fuerte cambió de posición en la mesa, y la piel de la chaqueta crujió. Kraus lo miró y asintió de nuevo.

– ¿Podría reconocerlos?

– Sí. Eran un hombre mayor y un tipo joven. Los dos eran robustos. El joven tenía un cuerpo a lo Arnold Schwarzenegger. Fue el joven quien lo mató.

Fabel le hizo una seña al otro turco, que le dio el arma. Dejó las palmas hacia arriba y sostuvo el arma como si cogiera un asado caliente con una manopla.

– ¿Eran extranjeros? ¿Los oyó hablar ruso o un idioma parecido?

– No… Quiero decir sí, los oí, pero no, no eran extranjeros. Eran alemanes. El hombre mayor se quejó de que el barrio estaba hecho una mierda. Dijo algo sobre que cuando era joven había llevado a una chica a la piscina. No eran rusos, seguro.

– ¿Qué hay del arma? ¿De dónde la sacaste?

– Vi que la tiraban en un cubo de la basura. Cuando se marcharon, fui y la saqué.

– ¿Los seguiste?

– No. Tiraron el arma en el cubo de la basura que hay dentro del Schwimmhalle.

– ¿No se molestaron en esconderla?

– No mucho. Y eso que hay un canal a unos metros de la piscina. Supongo que no les importaba que la encontraran.

– O quizá querían que la encontraran… -sugirió Yilmaz.

– Es lo que parece -coincidió con él Fabel-. Sicarios alemanes; un arma ucraniana. Da la impresión de que intentaban despistarnos. -Se dirigió de nuevo a Hansi-. Necesito que vengas al Präsidium y hagas una declaración completa. Y necesito que mires algunas fotos del archivo policial, para ver si puedes identificar a los asesinos.

Hansi Kraus asintió. Pareció que no le hacía ni pizca de gracia, pero tenía el aire de condena de alguien que acepta que esas putadas pasan. Y normalmente a él.

Fabel puso una mano sobre el hombro del abrigo militar mugriento de Kraus.

– Escucha, Hansi, no puedo obligarte a hacerlo. Ni tampoco Herr Yilmaz ni nadie… -Miró con toda la intención del mundo al otro turco, que le devolvió la mirada con indiferencia-. Tu declaración sólo es válida si la prestas libre y sinceramente.

Kraus soltó una risa amarga.

– En qué mundo más bonito vive usted, Herr Hauptkommissar… Prestaré declaración.

Fabel llevó a Kraus a su coche. Yilmaz los acompañó hasta la puerta.

– Agradezco su ayuda en este asunto, Herr Yilmaz -dijo Fabel, y lo decía en serio.

Yilmaz esbozó una gran sonrisa y se encogió de hombros como quitándole importancia al tema.

– Pero supongo que comprenderá que con esto no ha comprado ningún favor -dijo Fabel-. Le debo una, pero nunca comprometeré a la ley o a mi persona para ayudarle.

– Ya lo sé -dijo Yilmaz riéndose-. No esperaba nada a cambio. Es el problema que tiene tratar con un policía honrado. Lo único que le pido es que mi participación en este tema no conste en la declaración de Hansi.

– Ese compromiso sí puedo asumirlo. Gracias de nuevo. Adiós, Herr Yilmaz.


Durante todo el camino de vuelta al Präsidium, Fabel dejó la ventanilla bajada para mitigar la influencia que el abrigo de Hansi ejercía sobre la tapicería. Cuando llegaron, Fabel dejó a Hansi en manos de Werner y le dijo que pidiera algo de comer en la cafetería para su invitado. Sin embargo, al mirar a Klaus, Fabel acabó pensando que tendrían que soltarlo razonablemente pronto: sus ojos cada vez se movían más, muy deprisa de lado a lado, como los de un animal acorralado. Sus movimientos también tenían una intensidad nerviosa. Fabel sabía que Hansi necesitaba un chute y que sólo tenían hasta entonces para sacarle información.

Ya en su despacho, Fabel recogió las cosas que tenía sobre la mesa, amontonando expedientes en una pila en el suelo y apartando el teclado del ordenador y el ratón. Encontró una libreta grande y pasó las hojas hasta que encontró una página en blanco. Al colocar el bloc sobre la mesa, le vino a la cabeza espontánea e inesperadamente una imagen del piso de Angelika Blüm. Recordó la mesa de café vacía, con los objetos retirados para permitir el flujo libre de ideas. Sintió otra punzada de culpa cuando pensó en una mujer que no había visto nunca, pero que ahora conocía tan íntimamente, y que había intentado ponerse en contacto con él con tanta insistencia.

El primer nombre que anotó fue el de Angelika Blüm. Junto al de ella, escribió el de Ursula Kastner. Luego, el de Tina Kramer. Trazó una línea vertical y dividió la página en dos, dejando los nombres de las tres víctimas en un lado. En el otro, escribió los de Hans Klugmann y John MacSwain. Otra línea vertical. Luego escribió el nombre que Mahmoot le había mencionado, Vasyl Vitrenko.

Media hora después, Fabel tenía seis columnas verticales de nombres, fechas y hechos clave. Cada columna estaba encabezada por uno de los seis nombres con los que había comenzado. La columna que encabezaba el nombre de Vasyl Vitrenko era la más corta. Fabel había establecido la totalidad de conexiones, coincidencias y puntos en común posibles. El resultado fue un resumen mejor definido que el que tenían en la pizarra. Pero no era repetitivo volver a exponer la información. Para Fabel, la actividad en sí misma era el objetivo: reenfocaba y reordenaba sus pensamientos; era una oportunidad para organizar el viaje que había hecho. Un nombre aparecía regularmente por la mitad de las columnas: Eitel. La primera víctima, Ursula Kastner, tenía relación, aunque de forma tangencial, con Neuer Horizont, el accionista principal del cual era el Grupo Eitel; no había ninguna conexión conocida con la segunda víctima, Tina Kramer; la tercera víctima, Angelika Blüm, conocía a Eitel hijo y había entrevistado a Eitel padre y, según su amiga Erika Kessler, estaba trabajando en una historia negativa sobre uno de los Eitel o los dos; John MacSwain trabajaba para el Grupo Eitel. La organización de Vitrenko parecía proyectar su sombra sobre las columnas de nombres y hechos. Klugmann había intentado infiltrarse en los ucranianos, y en la escena del crimen se había recuperado una pistola de fabricación ucraniana. Sin embargo, los asesinos no eran ucranianos. Kraus estaba totalmente convencido de ello. Angelika Blüm estaba trabajando en una historia relacionada con las acciones de batallones policiales y de seguridad ex soviéticos, seguramente comparándolas con las experiencias del BATT 101 de Hamburgo durante la segunda guerra mundial.

Y, por supuesto, Fabel había sufrido la ignominia de que un anciano eslavo le pateara el culo. Decir que su atacante sabía qué tenía que hacer era quedarse muy corto: era obvio que se trataba de un profesional con una gran formación. Fabel rodeó con un círculo el nombre de Vitrenko. No tenía ni idea de qué edad tenía. ¿Podía ser que fuera el anciano?

Hans Schreiber, el Erster Bürgermeister de la ciudad libre hanseática de Hamburgo, también era una presencia que llamaba la atención. Conocía a dos de las víctimas; a una, íntimamente. Y era la última persona que había visto a Angelika Blüm con vida, a excepción de su asesino, suponiendo que éste fuera una persona distinta, y parecía bastante claro que así era. El Hijo de Sven estaba detrás de los tres asesinatos y Schreiber tenía coartadas sólidas para dos de ellos. Y simplemente, no encajaba.

Fabel se recostó en la silla, se puso las manos detrás de la cabeza y se quedó mirando la página, como si examinara el paisaje de su investigación desde lo alto. Tenía que hablar con los dos Eitel, padre e hijo. Quería ver si su presentimiento sobre MacSwain era cierto. Fabel no estaba convencido de que MacSwain fuera su hombre, pero había algo en él que le olía mal. Estudió la propuesta de Anna Wolff para la operación de la «cita» del viernes noche. Estaba bien elaborada, pero a Fabel seguía inquietándole colocar a Anna tan cerca de un posible sospechoso; y tendrían que tener mucho cuidado para evitar las acusaciones de incitación al delito.

Fabel se había sumido tanto en la navegación por los canales profundos de sus propios pensamientos que el teléfono lo sobresaltó. Era Holger Brauner, el jefe de la policía científica.

– Bueno, Jan, puedo decirte con total sinceridad que haces que la vida no sea nunca aburrida. Menuda pieza me has traído.

– ¿Es el arma homicida?

– Sí. Y como te digo, es muy inusual e interesante que aparezca una pieza así en Hamburgo.

– ¿Sí?

– Es una FORT 12; eso es lo que significan las letras en cirílico. Es una nueve milímetros. Básicamente, tiene una recámara Makarov de nueve por dieciocho, de doce balas, y es una pistola de doble acción y con retroceso. Y aquí viene lo interesante. Es un arma de los cuerpos policiales y de seguridad ucranianos. -Fabel asimiló el hecho: otra conexión. Brauner continuó-: Los servicios de seguridad soviéticos confiaban en las pistolas PM Makarov; pero tras la disolución del bloque comunista, las fuerzas especiales y los servicios de seguridad ucranianos exigieron algo más fiable, así que compraron maquinaria checa de la fábrica Uhersky Brod y comenzaron a producir las FORT 12.

– ¿Y es un arma exclusivamente no civil?

– Por lo que yo sé, sí. Le pedí a Kapff, nuestro experto en balística y armas de fuego, que recabara la información. Básicamente, es un arma usada por la policía y los servicios secretos más que por el ejército.

– Gracias, Holger. -Fabel colgó y llamó a Werner, que estaba en la sala de interrogatorios. No contestó. Salió a la oficina principal de la Mordkommission. Sólo estaba Maria Klee.

– ¿Has visto a Werner? -Maria le contestó que no-. Me voy a casa. Si lo ves, dile que me dé un toque. Sólo quiero saber cómo le ha ido con Hansi Kraus.

– ¿Sigues queriendo ir a la reunión con ese bicho raro odinista, mañana a las diez?

– Estoy impaciente.

Eran las ocho y media cuando Fabel salió de la Mordkommission. Llamó a Susanne desde el coche. Ya había cenado, pero accedió a quedar con él en un bar de la Milchstrasse. Después de colgar, quitó la capota del coche y puso un álbum de Bap en el reproductor de CD del coche. Fortsetzung Folgt. Subió el volumen y apagó el móvil. Iba a tomarse la noche libre. Feierabend.


Viernes, 20 de junio. 10:00 h


Schanzenviertel (Hamburgo)


El Schanzenviertel es una de las zonas de Hamburgo que sigue teniendo una reputación casi sórdida y, sin embargo, está muy de moda. El barrio tiene una amplia gama de restaurantes, bares y cafés que reflejan el perfil multicultural de su población, y hay una gran variedad de tiendas especializadas. Sin embargo, al lado de la modernidad está la pobreza, con viviendas inhabitables para familias inmigrantes. El gran Sternschanzen Park con su monumental Wasserturm atrae a las familias de día y a los camellos de noche, y ha sido el escenario elegido por las fuerzas del aburguesamiento para sus protestas antidrogas.

La empresa de Bjorn Janssen estaba entre un café y un bar de sushi en una calle que desembocaba en la Stresemannstrasse. Era un local estrecho, lleno de cosas, en el que vendía libros, artículos diversos y obras de arte, que parecían de segunda mano y vagamente New Age.

Bjorn Janssen no era exactamente lo que Fabel tenía en mente cuando visualizaba a un vikingo. Es cierto que tenía el pelo rubio, pero era un tono o dos más oscuro que el cabello del propio Fabel, y lo llevaba peinado con cuidado para ocultar, sin lograrlo, el brillo rosado de una calvicie incipiente. Janssen era un hombre bajito y bastante regordete que hablaba alemán a la perfección, pero con la musicalidad de un claro acento danés. La imagen de Janssen con casco de acero, saltando de un barco vikingo y blandiendo un hacha de guerra, estaba más allá de lo cómico y lo físicamente posible.

Janssen estaba detrás de un mostrador atestado de cosas y extendió la mano por entre el desorden cuando los dos agentes de policía se acercaron. Janssen tenía una actitud solapada, y Fabel vio que los ojos azules acuosos se le iban furtivamente a las piernas y los pechos de Maria. Ella lo pilló y le lanzó una mirada que llevaba escrita con mucha elocuencia la palabra «asqueroso».

– Herr Janssen -dijo Fabel, sonriendo educadamente-. Mi compañera Frau Klee me ha dicho que pertenece usted a un culto odinista y que puede ofrecernos su ayuda en un caso en el que estamos trabajando.

Janssen le devolvió la sonrisa y negó con la cabeza. Su expresión era de cansada indulgencia.

– No, no, no, Herr Fabel. Yo no participo en ningún culto. Soy el Gothi, el Sumo Sacerdote, del Blot de Asatru. Soy practicante del sistema de fe original del norte de Europa.

– Lo que sea. Me gustaría que nos contara algo sobre el sistema de creencias que tiene. Estamos investigando unos asesinatos que tienen un componente ritual. Creemos que este componente quizá esté influido por antiguos rituales escandinavos.

– Puedo asegurarle, Herr Fabel, que Asatru es una fe de paz y armonía.

– Dos valores por los que los vikingos eran especialmente célebres -dijo Maria, aplicando a su tono de voz cierta sorna. Janssen le sonrió y continuó.

– Asatru era la fe de todos los pueblos germánicos del norte y del oeste: los svear, que se convirtieron en los suecos; los daner, que se convirtieron en los daneses; los anglos, que se convirtieron en los ingleses, y las diversas tribus que se convirtieron en los alemanes. Hombres y mujeres, granjeros y guerreros, personas libres y esclavos. Era tanto la religión de los asaltantes como el cristianismo lo era de los nazis. El caso es que la etimología de la palabra «vikingo» no está clara. Algunos dicen que viene de Vik, que significa «aldea»; que los vikingos tan sólo eran aldeanos que emprendían viajes comerciales y llevaban a cabo asaltos cuando las cosechas no cubrían las necesidades de una población cada vez mayor. Sus creencias se fundaban más en la naturaleza que en la guerra.

– Pero realizaban sacrificios de sangre -dijo Fabel.

– Sí. Y seguimos haciéndolos. El hlautbowl es el cuenco de la Blot. Hoy en día lo llenamos con aguamiel y nos la bebemos antes de ofrecer a los dioses su parte correspondiente. Blot es la antigua palabra escandinava para «sangre». Antaño, el hlautbowl se llenaba con la sangre de un animal sacrificado. Es un error creer que era un acto bárbaro o excepcional. La gente mataba al animal para extraerle la Blot de un modo bastante similar a como lo harían para compartir un festín con un visitante. Asatru tiene una relación más inmediata con sus dioses, y se los trataba como elementos reales, vivos y participativos de la vida cotidiana normal.

– ¿Y el sacrificio ya no tiene ningún papel en Asatru?

– Oh, sí…, y tanto. El Blot sigue siendo un ritual de sacrificio. Pero en Asatru, el concepto de sacrificio se entiende más en el sentido de ofrenda. A veces vertemos el aguamiel en el suelo, para honrar a la Madre Tierra. Se la ofrecemos a cambio de lo que ella nos ofrece a nosotros. Nuestros sacrificios y simbolismos han sido subsumidos en el cristianismo. La misa católica romana, por ejemplo, o las fiestas de la cosecha. Y la Pascua es el rapto de la diosa Eostre, que se transformó en una liebre y escondió huevos dorados por los campos. Por eso en Pascua los niños buscan huevos.

– ¿Cumplen las mujeres alguna función en su religión? -preguntó María.

– Pues sí, Frau Oberkommissarin. -La sonrisa de Janssen se detuvo al borde de la lascivia-. Las mujeres son las creadoras de la vida. En Asatru son veneradas, y a menudo no es el Gothi sino la Gythia , o sacerdotisa, quien preside el Blot.

Maria no pareció impresionada.

– ¿Y cuál es la «ofrenda» especial que se supone que hacen las mujeres?

– No entiendo su pregunta… -contestó Janssen, pero su expresión sugería que sí la había comprendido.

Fabel metió la mano en el bolsillo interior de su chaqueta y sacó una copia de una fotografía de la frente de Michaela Palmer tomada en el Stadtkrankenhaus de Cuxhaven.

– Creo que es la runa Gebo.

Janssen se encogió de hombros.

– Podría ser sólo una cruz. Una X.

– Pintaron esta marca en la frente de una chica a la que obligaron a tomar parte en una especie de ritual escandinavo. La víctima fue violada repetidamente por hombres que llevaban máscaras de un personaje con barba y un solo ojo.

Janssen se estremeció.

– Wotan… u Odín… -Se quedó pensando un momento-. Sean quienes sean estas personas, Herr Fabel, no sólo están cometiendo un crimen horrible, sino una ofensa a una fe pacífica y apacible. Asatru, a diferencia de otras confesiones, cree que las libertades y derechos del individuo son inviolables. Les ayudaré en todo lo que pueda. -Janssen miró más detenidamente la fotografía-. Sí… sí…, podría ser la runa Gebo. Gebo está específicamente vinculada al Blot. Es el símbolo de la ofrenda y del sacrificio. Como ya le he dicho, los dos conceptos están estrechamente relacionados.

– Asegura que ninguno de sus devotos participaría en algo así.

– ¡Por supuesto que no! Es una corrupción de nuestra fe. Igual que las misas negras son una corrupción del catolicismo. -Janssen se quedó callado, como si sopesara algo.

– ¿Qué sucede, Herr Janssen?

– Hará un par de años… corrió un rumor.

– ¿Sobre qué? -La impaciencia afloró con claridad en la voz de Maria. Fabel le lanzó una rápida mirada.

– Hay algunos grupos Asatru en Hamburgo y alrededores. Todos compartimos las mismas creencias y nos oponemos a cualquier interpretación negativa o violenta de las mismas. Pero como en cualquier otra religión, puede haber un aspecto más oscuro. Hace un par de años se habló de un grupo escindido. Se suponía que eran un número reducido de personas, y oí que era un grupo muy selecto.

– Y se supone que les interesaba el lado oscuro de esta… -Maria se esforzó por encontrar la palabra- religión.

Janssen asintió con la cabeza.

– Se supone que se centraban en el seidhr; es la tradición chamanística del odinismo. Antes me ha preguntado por la función de las mujeres en Asatru. Bueno, según la tradición, las mujeres son las principales practicantes del seidhr. Sin embargo, se supone que este grupo estaba integrado principal y exclusivamente por hombres.

– ¿Tiene idea de quién formaba parte de este grupo?

– No lo sé. Como le he dicho, fue todo un rumor que surgió entonces. Pero lo que sí sé es que había gente muy importante. También oí que en el grupo había un extranjero.

Fabel y Maria se miraron.

– ¿Sería posible que la violación en forma de ritual formara parte de sus ceremonias? -preguntó Fabel.

– De un modo tradicionalmente legítimo, no. Pero uno de los elementos del Blot es el concepto de autosacrificio: darse uno mismo. Quizá sea una interpretación pervertida de esa idea. Sin duda, la runa Gebo está asociada con la «ofrenda» o el sacrificio. Se recita como un galdr, o canto ritual, durante un Blot. También existe el concepto de ond. Significa «éxtasis». En realidad, significa «alegría»; pero supongo que puede prestarse a interpretaciones pervertidas. Y no le negaré que los antiguos practicantes cometían algunos actos oscuros. Un observador árabe vio cómo en el funeral de un jefe vikingo una mujer practicaba el sexo con siete hombres distintos antes de subirse al barco funerario y morir quemada junto al cuerpo del jefe.

– Pues sí que es una religión pacífica y apacible, la suya -dijo Maria.

– Y los cristianos quemaban en la hoguera a herejes y a supuestas brujas -dijo Janssen, con una sonrisa fría y una miradita a la blusa de Maria-. Como toda filosofía o religión, Asatru puede prestarse a los abusos. La verdad es que no sé si los rumores sobre esta secta eran ciertos o si están relacionados con el crimen que están investigando. Sólo intento ayudarles.

– Y lo ha hecho, Herr Janssen -dijo Fabel lanzando un mirada elocuente en dirección a Maria-. Mucho. ¿Oyó alguna mención sobre de dónde podía ser ese «extranjero»?

Janssen negó con la cabeza.

– Lo siento.

– ¿O dónde celebraba sus reuniones este grupo?

– No. Me temo que no. Se supone que eran muy herméticos.

– Gracias otra vez por su ayuda -dijo Fabel, y le estrechó la mano a Janssen. Éste se tomó la gran molestia de salir de detrás del mostrador y acompañarlos hasta la salida.

– Cuando quieran -dijo Janssen. Les abrió la puerta a los dos, pero reservó su sonrisa exclusivamente para Maria.

Habían cogido el coche de María y lo habían aparcado a la vuelta de la esquina. Ella desconectó la alarma del coche con el mando, y Fabel se detuvo, con la mano en el tirador de la puerta, y miró a Maria por encima del techo del coche.

– ¿Qué? -dijo ella a la defensiva. Fabel sonrió.

– No te ha gustado mucho Herr Janssen, ¿verdad?

Maria fingió un repentino escalofrío, hizo una mueca y soltó un «uurgh».

– Qué pena -dijo Fabel, y se subió al coche-. Diría que le has hecho tilín.

Maria no arrancó el motor de inmediato. Estaba pensativa y tenía la mirada perdida.

– Es raro, ¿verdad?

– ¿El qué? -preguntó Fabel.

– El modo en que la gente quiere siempre agarrarse a algo. Y a veces ese algo da un miedo terrible.

– ¿Te refieres al grupo escindido que ha mencionado Janssen? ¿El elemento marginal del elemento marginal?

– Sí. ¿Crees que Janssen cree de verdad en toda esa mierda de Asatru? ¿Y la gente que comete estas violaciones? ¿Creen que tienen algún tipo de justificación religiosa?

Fabel frunció la boca.

– Lo dudo, Maria. No a un nivel significativo, quiero decir. En cuanto a Janssen…, puede ser. Como dices, hay mucha gente que se aferra desesperadamente a una esperanza moral, que intenta dar forma y sentido a sus vidas. De lo contrario, éste es un universo oscuro y solitario.

Maria arrancó el motor y se incorporó al tráfico.


Viernes, 20 de junio. 12:00 h


Polizeipräsidium (Hamburgo)


Parecía que la única misión de la secretaria de Norbert Eitel era evitar que el mundo exterior tuviera algún contacto con su jefe. Al final pasó la llamada de Fabel, pero sólo después de que la amenazara con presentarse sin previo aviso con un equipo de agentes y empezar a detener a todo el mundo que los obstruyera.

– Diga, Herr Kriminalhauptkommissar… -Norbert Eitel parecía distraído, como si estuviera leyendo algo mucho más importante mientras hablaba con él-. ¿Qué puedo hacer por usted?

– Me gustaría mucho ir a hablar con usted… y con su padre, si pudieran estar los dos disponibles a la vez.

– ¿Puedo preguntarle con relación a qué?

– Tengo entendido que conocía a Angelika Blüm.

– Ah… sí…, un asunto horrible, horrible. Pero ¿en qué puedo ayudarle? -Fabel advirtió que ahora Eitel le prestaba toda su atención.

– Información, básicamente.

– Pero mi padre no conocía a Angelika. Creo que sólo se vieron una vez y muy poco tiempo… No veo de qué podría servirle hablar con él.

– Bueno, creo que eso mejor lo discutimos cuando nos reunamos. ¿Podría hacerme un hueco esta tarde a las dos y media?

– Bueno…, supongo que sí, pero no puedo hablar por mi padre. Él no trabaja aquí. Tiene sus propios negocios.

– Está bien, Herr Eitel. Si su padre no puede venir, podemos enviarle un coche a recogerlo para que lo traiga al Präsidium… No quisiera causarle ninguna molestia.

La voz de Eitel se volvió fría y áspera ante la amenaza.

– Veré lo que puedo hacer… -dijo, y colgó.


Fabel pidió a la cafetería que trajeran comida para todo el mundo a la Mordkommission. Mostró mucho interés en que Anna expusiera sus instrucciones para la operación MacSwain de la noche siguiente. Tan sólo había realizado algunos cambios respecto a su propuesta inicial. Pidió dos agentes más para el equipo de vigilancia, con lo que los integrantes pasaron a ser ocho, sin contarse a ella misma. Fabel aprobó la seguridad añadida y sospechó que Paul Lindemann había insistido en este punto. Como Fabel había esperado, Anna había elegido a Paul para dirigir los equipos de refuerzo. Habría cinco vehículos. El vehículo principal sería una furgoneta en la que estarían dos agentes del MEK armados hasta los dientes, Paul y Maria y el equipo electrónico para escuchar el micro de Anna. La furgoneta sería el centro de mando, haría el seguimiento de la actividad y daría las instrucciones al resto del equipo. Dos miembros del equipo irían en moto, lo cual les permitiría competir en velocidad con el Porsche de MacSwain, y habría dos coches, con un agente de la Mordkommission en cada uno. De ese modo podrían ir cambiando a los perseguidores de MacSwain continuamente para evitar sospechas, y si daba un paso en falso, los agentes de policía se le echarían encima en cuestión de segundos. Como ya había señalado Van Heiden, era una operación cara para realizarla basándose en la intuición de Fabel y la improvisación de Anna. Era la operación más segura que podían llevar a cabo con el presupuesto que tenían que justificar.

Después de la reunión, Fabel llamó a su despacho a Anna, Paul, Werner y Maria. Les habló de su cita con los Eitel para aquella tarde y les preguntó a Maria y a Werner si podían acompañarlo.

– Quiero superarlos en número…, o como mínimo ser los mismos que ellos -contestó Fabel cuando le preguntaron por qué-. Ellos son dos, y sospecho que al menos llevarán a un abogado. Sólo quiero que nuestra presencia se haga notar.

Fabel tenía el arma homicida de Klugmann y el informe completo de Brauner. Puso al día a todo el mundo respecto a los antecedentes del arma y lo que Hansi Kraus había dicho sobre los asesinos. Fabel les invitó a opinar.

– A mí me parece que su intención era que encontráramos la pistola -sugirió Maria-, y como Kraus estaba allí y la cogió primero, fastidió sus planes. Alguien quería que pensáramos que se trataba de un trabajo de los ucranianos.

– Pero tenían que saber que parecería artificial -dijo Fabel.

– Nos lo parece porque tenemos a alguien que los oyó y puede declarar que eran alemanes -dijo Werner-. Si no tuviéramos eso, podríamos haber interpretado que habían dejado deliberadamente el arma ahí para enviarnos algún mensaje…, una forma de reivindicar la acción. -Frunció el ceño-. Hay algo raro en ese Hansi Kraus, jefe.

»Anoche le tomé declaración y repasamos algunas fotos de los archivos policiales. Luego lo llevé a la cafetería para que comiera algo. No sé qué diablos le agarró, pero de repente me dijo que tenía que irse. Le pregunté a qué venía tanta prisa, pero lo que me contestó no tenía ningún sentido. Me prometió que volvería hoy, pero le dije que tenía que quedarse un poco más para mirar más fotos. Hice que se sentara a una mesa y fui a la barra; cuando volví, se había marchado. Fue cuando intentaste localizarme… Lo estaba buscando por todas partes.

– Pero ¿tienes su declaración? -preguntó Fabel. Werner confirmó que sí-. Yo no me preocuparía porque se fuera, Werner. Tiene que alimentar una adicción, y cuando lo vi por última vez, estaba bastante mal. Si no viene, iremos a buscarlo. -Fabel se volvió hacia Maria-. ¿Tienes la información que te pedí sobre los Eitel?

Maria le entregó a Fabel una carpeta que había traído debajo del brazo.

– No es agradable investigar a Eitel padre. Todas mis notas están ahí dentro, pero a modo de resumen… Wolfgang Eitel tiene 79 años. Es originario de la región de Passau en la Alta Baviera. Fue miembro de las Juventudes Hitlerianas hasta 1942, cuando se alistó en las SS. Como la mayoría de cabrones de las SS, parece sufrir una amnesia selectiva; pero los informes, con todo lo fiables que puedan ser, dicen que comenzó como teniente segundo de las SS, y que cuando lo detuvieron los aliados, era capitán.

Fabel sacó una fotografía en blanco y negro de un joven arrogante, de no más de veintiún años, pero que intentaba adoptar la actitud de alguien mayor y, por lo tanto, más autoritario. Llevaba un uniforme de las SS. Fabel esperó ver la doble S con forma de relámpago en el cuello. De repente, recordó que si la hubiera visto, habría estado mirando de nuevo una antigua runa germánica. Los nazis se habían apropiado de la Sigrunen -la antigua runa que significaba victoria- y la habían utilizado como la insignia de la doble S de la Schutzstaffel. Pero no aparecía en aquella fotografía. En su lugar, la insignia en la parte derecha del cuello de Eitel era un león blanco rampante sobre fondo negro. Fabel giró la fotografía hacia Maria.

– ¿Qué significa esta insignia?

Maria esbozó una ancha sonrisa.

– Eso nos lleva a un terreno interesante. No tengo ninguna duda de que se trata de una coincidencia, pero es la insignia de la 14 Waffen-Grenadier Division de las SS. También conocida como la Division-Galizien, la División Gálata. Y como sabéis, Galacia era la región histórica que abarcaba parte de la Ucrania moderna. La División Gálata de las SS estaba integrada por ucranianos que consideraban que era una forma de liberar su país de Stalin.

– Hombres ucranianos, pero oficiales alemanes.

– Exacto. Y Eitel era uno de ellos. Después de su derrota en la batalla de… -Maria hizo una pausa y consultó sus notas- Brody la división regresó a Austria. Fue allí donde Eitel se rindió a los aliados; lo último que quería era caer en manos de los soviéticos. Después de la guerra, pasó cuatro años en la cárcel. Fundó Eitel Importing en Múnich en 1956 y para mediados de los sesenta ya era multimillonario. Su última esposa era de Hamburgo y trasladó su oficina central aquí en 1972. Ayudó a su hijo a crear el Grupo de comunicación Eitel y hace diez años vendió Eitel Importing al Grupo. Eso le permitió centrarse en su carrera «política». Fundó el BDD (el Bund Deutschland-für-Deutsche) en 1979. No tuvo mucha repercusión hasta la caída del Muro y la Wende. Incluso entonces el apoyo que recibió era débil y esporádico. En resumen, un tipejo asqueroso.

Fabel miró a Maria como si examinarla fuera a ayudarle a procesar mejor la información que acababa de proporcionarle. Luego dijo:

– Es curioso la de veces que ha surgido una conexión ucraniana en este caso.

– Como ya he dicho, esta vez lo más probable es que sea una coincidencia -dijo Maria.

Fabel se encogió de hombros.

– Supongo. -Hizo una pausa-. ¿Qué hay del hijo, Norbert?

– Es un editor de tabloides con ambiciones políticas. Estudió en Hamburgo y en Heidelberg y creó Schau Mal! con el apoyo de su padre, que incluía ayuda económica. A través de diversas adquisiciones y de su propio crecimiento, el Grupo Eitel participa en todas las formas de medios de comunicación, incluido internet…

– Por eso necesitan a alguien como MacSwain -le interrumpió Werner.

Maria continuó.

– El Grupo también publica tabloides en Holanda, Polonia y la República Checa. Además de medios de comunicación, tiene un negocio inmobiliario y una constructora pequeña. A todo esto hay que añadir el negocio de importación-exportación que Norbert le compró a su padre. Políticamente, es de centro-derecha. Más de derechas que de centro. Pero se presenta como independiente. Es obvio que es consciente que ser candidato del BDD sería un hándicap. Insiste en que no es neonazi ni pertenece a la extrema derecha. Pero su plataforma se posiciona principalmente contra la inmigración y a favor de la ley y el orden. Está casado con una aristócrata, Martha von Berg.

– ¿Tiene algo que ver con Jürgen von Berg, el senador? -preguntó Fabel.

– No lo sé, jefe. Lo que sí sé es que ha mantenido su nombre de soltera y que durante un tiempo él se hacía llamar Norbert von Berg Eitel. Pero ahora ya no. Al incluir el apellido aristocrático de su mujer, la gente creyó que adoptaba la costumbre moderna de alemanes más liberales de combinar su apellido con el de la esposa. Eso no encajaba con la imagen tradicionalista de Eitel. También tenía fama de mujeriego, y se ha esforzado mucho por quitarle importancia al asunto.

Fabel se frotó la barbilla.

– Buena gente. -Miró la hora-. Creo que ha llegado el momento de hacerles una visita.


Viernes, 20 de junio. 14:30 h


Neustadt (Hamburgo)


El Grupo de comunicación Eitel tenía sus oficinas en un monolito comercial de acero bruñido y cristal situado en el corazón del distrito financiero de Neustadt. A Fabel le interesaba la buena arquitectura; razón por la cual aquel edificio no despertó su interés. Era una caja corporativa sin alma acabada con accesorios caros, pero tenía la personalidad de un vestíbulo de hotel. El conserje de uniforme, que atendía el mostrador de recepción de la planta baja, condujo a Fabel y a su séquito hasta los ascensores.

Los dos primeros pisos del edificio estaban ocupados por las oficinas editoriales de Schau Mal!; el tercero, por TVEspresso, una guía semanal de la programación televisiva publicada por el Grupo Eitel. La cuarta planta se denominaba Departamento de Comunicación. El piso de arriba estaba dedicado a las oficinas corporativas y administrativas del Grupo. Era allí donde Norbert Eitel tenía su despacho.

Cuando las puertas del ascensor se abrieron a una gran oficina, vieron a una mujer de mediana edad con expresión imperturbable que los estaba esperando. Fabel supuso que era la persona con quien se las había tenido por teléfono. Su semblante revelaba que no estaba acostumbrada a que burlaran su autoridad.

– ¿Vienen a ver a Herr Eitel?

Fabel mostró su placa oval de la Kriminalpolizei.

– Soy el Hauptkommissar Fabel.

Examinó a los demás con un desdén estudiado y presuntuoso, que Werner reventó al momento con una carcajada.

– Síganme -dijo la mujer de mala gana.

Condujo a Fabel, Werner y Maria a una triste área de recepción situada en el otro extremo de la oficina, una orilla donde iba a romper el murmullo de voces procedentes de un mar de mesas. Al cabo de diez minutos, la secretaria imperturbable los llevó a una sala de reuniones con una pared de cristal.

Norbert Eitel entró en la sala un minuto después. No llevaba chaqueta, se había subido las mangas de la camisa por encima de las muñecas y aflojado la corbata. Les ofreció una sonrisa educada, pero su lenguaje corporal expresaba que era un hombre que tenía cosas más importantes que hacer. Sujetó la puerta a un hombre mayor, alto y enjuto, de aspecto aristocrático y pelo abundante color marfil que se negaba a desaparecer del lugar que había ocupado durante sesenta años. Fabel reconoció en aquel hombre mayor al oficial de las SS de la fotografía, sólo que ahora había alcanzado por completo la madurez autoritaria que tanto se había esforzado por proyectar cuando era un joven arrogante. A Eitel lo seguía un hombre de estatura media y unos treinta y cinco años.

– Buenos días, Herr Hauptkommissar Fabel -dijo Norbert Eitel-. Le presento a mi padre, Wolfgang Eitel… -Eitel padre extendió la mano e hizo un saludo brusco con la cabeza. Fabel casi esperó oír cómo chocaba los talones-. Y a Wilfried Waalkes, nuestro jefe de asuntos legales.

Fabel y Maria se miraron. El abogado. Fabel presentó a Werner y a Maria. Examinó un momento al abogado. Waalkes era un nombre frisio, pero el letrado dijo «Guten Tag» en un Hochdeutsch que no permitía un rastreo geográfico.

– ¿En qué puedo ayudarle? -dijo Norbert Eitel, y con un gesto de la mano les indicó que deberían ocupar un asiento en torno a la mesa de reuniones oval. Antes de que Fabel pudiera responder, añadió-: ¿Les apetece algo…, un café, un té?

– Nada, gracias. -Fabel contestó por todos. El abogado y Eitel padre ocuparon sus asientos-. Nos gustaría hacerle unas preguntas sobre Angelika Blüm. ¿Podría decirme qué tipo de relación tenía con ella, a nivel personal y profesional?

– Personalmente, no tenía demasiada relación con ella; y profesionalmente, no tenía ninguna. Para serle sincero, Angelika despreciaba nuestras publicaciones. Consideraba que ella jugaba en una liga distinta.

– ¿Y usted no está de acuerdo con su opinión?

Norbert Eitel se rió.

– Tenía un gran concepto de las aptitudes de Angelika. Pero también considero que nuestros títulos son un producto de calidad. El principal contacto que tuve con Angelika fue a través de eventos de negocios y amigos comunes. Éramos conocidos.

– Y usted, Herr Eitel -Maria se dirigió a Eitel padre-, ¿qué trato tenía con Frau Blüm?

Wolfgang Eitel echó la cabeza hacia atrás y miró a Maria con aires de superioridad.

– Ninguno. Bueno, sólo nos vimos una vez, en el Altona Krone…, hará un par de semanas.

– Pero me atrevería a decir que no gozaba de mucha popularidad entre ustedes dos precisamente… -Maria dejó la idea en el aire.

– No entiendo… -Norbert Eitel utilizó la jovialidad de sus facciones para esbozar una sonrisa confusa mientras su padre permanecía impertérrito.

– Frau Blüm estaba a punto de publicar un artículo en el que afirmaba que estaban ustedes involucrados en temas de especulación inmobiliaria con participación de intereses extranjeros. -Maria habló con un tono de voz uniforme y autoritario. Fabel miró fijamente a Norbert Eitel, quien estaba resuelto a no demostrar sorpresa alguna por el farol que se había marcado Maria. La sonrisa de Eitel no dio muestras de cambiar, y al mantenerla durante tanto rato, se volvió falsa. Maria había dado en el clavo. Pero fue el padre de Norbert quien habló.

– Herr Hauptkommissar Fabel, desconocíamos que Frau Blüm tuviera intención de publicar un artículo sobre mi hijo o sobre mí. Es cierto que tenemos intereses inmobiliarios. Es cierto que hacemos negocios con otros países. Mi propia carrera profesional estaba basada en las importaciones y las exportaciones. Si Frau Blüm iba a publicar un artículo sobre nosotros, no sólo lo desconocíamos por completo, sino que puedo asegurarle que no tenemos ni idea de cuáles serían los motivos del artículo en cuestión.

Fabel cambió de táctica.

– Creo que sirvió usted en el Ostfront durante la guerra. Estaba al mando de un batallón de ucranianos, ¿verdad?

Una chispa se convirtió en una llama que se convirtió en un fuego intenso en los ojos de Eitel. Pero nada de aquello se filtró a su voz, su expresión, sus movimientos.

– La verdad es que no veo qué tiene eso que ver, Herr Hauptkommissar… -Fabel tuvo la sensación de estar mirando el corazón de un reactor nuclear a través de un metro de cristal con óxido de plomo; como si fuera testigo de algo excepcionalmente poderoso y mortal, pero contenido.

– Sólo lo digo porque Ucrania tiene un papel destacado en nuestra investigación. -Era cierto, pero ¿cómo lo interpretaría Eitel? Fabel hizo una pausa para invitarle a que hiciera algún comentario.

Wolfgang Eitel se alisó el pelo de marfil de las sienes con las manos. Sin embargo, fue su hijo quien habló.

– Tenemos intereses empresariales por toda Europa y fuera de ella. Somos propietarios de publicaciones en Holanda, Polonia, Hungría. En nuestros negocios inmobiliarios participan empresas de Estados Unidos así como de Ucrania. No veo que eso tenga, en sí mismo, ningún interés periodístico especial.

Bingo. Fabel y Maria intercambiaron una mirada rápida y furtiva. Fabel se esforzó porque la euforia del descubrimiento no se reflejara en su expresión. Volvió a dirigirse a Wolfgang Eitel.

– Creo que todos sabemos que el artículo de Frau Blüm se basaba en algo más que un simple negocio con socios de la Europa del Este, ¿verdad?

– En ese caso, sabe usted más que yo, Herr Fabel.

Waalkes, el abogado, los interrumpió.

– Creo que esto ya ha ido demasiado lejos, Herr Hauptkommissar. Hemos accedido a tener esta entrevista porque a todos nos ha horrorizado el asesinato de Frau Blüm y nos sentimos con la obligación de hacer todo lo posible para ayudar a atrapar a este monstruo. Pero tengo que decirles que su línea de interrogatorio es impertinente e irrelevante. Parece que pretendan implicar a mis clientes en un tema que no tiene absolutamente nada que ver.

– No me ha parecido que hayamos acusado a nadie de nada -dijo Maria-. Sólo intentamos descubrir la conexión entre el Grupo Eitel y Frau Blüm.

– Y yo creo que eso ya ha quedado claro. -Norbert Eitel se puso en pie para indicar que la discusión había acabado. Ninguno de los agentes de policía lo imitó. Fabel se dirigió a Waalkes.

– Creo que sería bueno para todo el mundo que sus clientes nos proporcionaran una relación de sus movimientos en los días de los asesinatos que estamos investigando, junto con los nombres de las personas que puedan corroborar dicha relación. Y les agradecería mucho que lo hicieran con la mayor brevedad posible…

– ¡Esto es indignante! -rugió la voz de Eitel padre mientras se levantaba con una rapidez que no se correspondía con su edad-. ¿Nos está acusando a mí o a mi hijo de participar en estos actos?

– Es una petición bastante rutinaria, Herr Eitel -dijo Fabel con calma y sin moverse de la silla. Maria le entregó una hoja en la que había escrito la hora y día de cada asesinato. Fabel se puso en pie y se dirigió de nuevo a Eitel padre-. En cualquier caso, Herr Eitel, pensaba que ya tenía experiencia en contestar preguntas difíciles…

Esta vez fue Waalkes quien explotó.

– ¡Ya es suficiente, Herr Fabel! Esto es intolerable. Pienso notificárselo a sus superiores…

Fabel entregó el papel a Waalkes.

– Horas, lugares, testigos… Necesito una relación completa de sus dos clientes. -Se volvió hacia Norbert y Wolfgang Eitel. Los ojos de Eitel padre echaban chispas debajo de las gruesas cejas blancas-. Buenos días, caballeros -dijo Fabel, y salió de la sala seguido de Maria y Werner.

No hablaron hasta que estuvieron dentro del ascensor. En cuanto se cerraron las puertas, Fabel, Maria y Werner intercambiaron grandes sonrisas.

– Creo que tenemos muchas cosas que investigar, ¿no os parece? -dijo Fabel.

– Me pondré con ello enseguida -dijo Maria-. Han sido muy amables al apuntarnos en la dirección correcta. Empezaré por conseguir una relación de todos los contactos ucranianos que han tenido Eitel Importing y el Grupo Eitel.

– Has hecho un trabajo excelente, Maria -dijo Fabel.

– Gracias, jefe.

Werner no dijo nada.

– Por cierto -dijo Maria cuando se abrieron las puertas al vestíbulo-, quería comentártelo antes… Tengo los detalles de los contactos entre policías de Hamburgo actualmente en servicio y los cuerpos de seguridad ucranianos. No vas a creer qué nombre ha salido.

– ¿Cuál?

– El tuyo.

– ¿Qué? No he estado en Ucrania en mi vida.

– ¿Recuerdas que escribiste una ponencia para la convención de la Europol sobre asesinos en serie psicóticos, sobre los asesinatos de Helmut Schmied?

– Sí…

– Al parecer, forma parte del material que se utiliza en el centro de psicología forense y criminología de Odesa, que es donde la policía ucraniana recibe formación sobre cómo atrapar a asesinos en serie.

Werner y Maria se dirigieron hacia las enormes puertas dobles de cristal y cromo de la salida. Fabel se quedó un momento mirando a sus compañeros, antes de seguirlos hasta la calle.


Viernes, 20 de junio. 19:00 h


Polizeipräsidium (Hamburgo)


Los compañeros de Anna Wolff estaban tan acostumbrados a su habitual aspecto neopunk consistente en maquillaje excesivo, una chaqueta de piel dos tallas grande y unos vaqueros ajustados que se sobresaltaron un poco cuando la vieron entrar en la oficina principal de la Mordkommission. Werner y un par de tipos del equipo de refuerzo la piropearon con silbidos, Maria alabó su aspecto y Fabel aplaudió. Paul Lindemann puso cara de preocupación.

Anna había moderado el maquillaje y sólo había acentuado sutilmente la estructura marcada de los pómulos y suavizado el estilo de su pelo corto y oscuro. Un vestido negro atado al cuello que acababa a medio muslo acentuaba las curvas de su cuerpo y dejaba al descubierto sus piernas torneadas. Debajo del vestido, encajado incómodamente en el sujetador sin tiras, llevaba el transmisor portátil y el micrófono que Maria le había ayudado a colocarse. La sección técnica ya había comprobado que funcionaba.

– Diría que estamos listos para echar el anzuelo -dijo María con una sonrisa.

– Bien -dijo Fabel-. Repasemos el plan otra vez. ¿Anna?

Anna Wolff repasó la operación al detalle una vez más. Dejó la parte más importante para el final.

– Recordad mi frase de alarma. Si oís que digo «No me encuentro muy bien», es la señal para que entréis a por mí. -Anna había elegido con cuidado las palabras. Era algo que podía decir de repente y en cualquier contexto. La sala era un hervidero de expectativas, nervios y adrenalina-. ¿Estás seguro de que no quieres venir, jefe?

– No, Anna…, es tu operación. Pero me mantendré en contacto con el equipo para asegurarme de que todo va bien. Buena suerte.

– Gracias.

El equipo siguió a Anna hasta el aparcamiento, por lo que Fabel y Werner se quedaron solos en la Mordkommission. La sala se quedó vacía y silenciosa, sin la electricidad que reinaba hacía unos segundos. Fabel y Werner no dijeron nada durante un minuto; luego, Werner se volvió hacia Fabel.

– ¿Ahora?

Fabel asintió.

– Pero mantente alejado de la zona de la operación. Tan sólo sigue lo que vaya sucediendo y escucha la radio. No quiero que Anna y Paul piensen que no confío en que puedan sacar la operación adelante ellos solos. Dejaré encendido el móvil toda la noche por si surge algún problema.

– Claro, Jan.

– Y Werner… -dijo Fabel-. Te agradezco que hagas esto. Me quedo más tranquilo sabiendo que tienen tu pericia y experiencia a la vuelta de la esquina.

Werner encogió su cuerpo robusto y sonrió.

– Todo irá bien -dijo. Sacudió las llaves del coche que llevaba en la mano, se volvió y salió del despacho.


Viernes, 20 de junio. 20:00 h


Sankt Pauli (Hamburgo)


Una gran furgoneta Mercedes Vario azul oscuro, con el logo de la empresa Ernst Thoms Elektriker a los lados, estaba aparcada frente a la entrada de la discoteca. Los transeúntes apenas habrían advertido su presencia: los asientos del conductor y del copiloto estaban vacíos, y no había más señal de vida que la rejilla de ventilación que giraba sin parar y en silencio. Lo que la mayoría de gente tampoco habría advertido es que la segunda rejilla no giraba, sino que estaba abierta, de cara a la discoteca.

Anna Wolff sonrió para sí misma mientras el portero le abría la puerta; era evidente que no reconoció en Anna a la misma mujer que había demostrado de un modo tan espectacular la flexibilidad de las articulaciones de su pulgar. Antes giró un poco la cabeza y miró con naturalidad hacia la furgoneta Mercedes. Se dio unos golpecitos con los dedos en el pecho en un gesto distraído, se dio la vuelta y entró en la discoteca. Sabía que Paul y Maria, sentados en la oscura parte trasera de la furgoneta, observando la imagen de la cámara de la rejilla en el monitor, la habrían visto dar los golpecitos y también la habrían oído. Si no había sido así, alguien iría a sacarla de ahí de inmediato. Era una sensación desconcertante. Estar sorda, pero no muda. Sus observadores de la furgoneta podían oír todo lo que pasaba a su alrededor, cada palabra que decía o que le decían; sin embargo, ella no podía escucharles. Si llevara un auricular, podrían detectarlo deprisa y con facilidad. Sabía, no obstante, que dentro de la discoteca ya había dos miembros del equipo, ambos equipados con radios con auriculares, que seguirían todos sus movimientos.

Anna respiró hondo y empujó la puerta que daba a la pista de baile principal de la discoteca. El ritmo de la música la envolvió, pero no logró hacer desaparecer la sensación de inquietud que sentía en el estómago.


Viernes, 20 de junio. 20:00 h


Alsterpark (Hamburgo)


Fabel quedó con Susanne para cenar algo y tomar una copa en Póseldorf. Estuvo distraído durante toda la comida y se disculpó con Susanne.

– Tengo a un agente en una operación encubierta -le explicó-. Y no puedo decir que me haga mucha gracia.

– ¿Tiene que ver con el caso del Hijo de Sven?

Fabel asintió.

– Bueno, podría ser. He permitido que se utilice de cebo a una agente joven.

– ¿Para el Hijo de Sven? -Susanne se quedó muy impactada-. Nos enfrentamos a un psicótico sumamente peligroso, impredecible e inteligente. Haces bien en estar preocupado, Jan. Tengo que decirte que es una irresponsabilidad.

– Muchas gracias -dijo Fabel, con tristeza-. Ahora me siento mucho mejor. Pero no estoy seguro del todo de que se trate de nuestro hombre; aunque bien podría tener algo que ver con los secuestros con violación.

– Lo único que puedo decir es que espero que tu agente sepa cuidar de ella misma.

– Es Anna Wolff. Es mucho más dura de lo que aparenta. De hecho, es muchísimo más dura que la mayoría de nosotros. Y tiene a un equipo completo respaldándola.

Susanne no parecía muy convencida. Su preocupación hizo que Fabel llamara a Werner, que estaba escuchando la radio del equipo de vigilancia. No había novedades. Era la tercera vez que lo llamaba, y el tono de Werner era el de una canguro que tranquiliza a un padre sobreprotector. Le contó a Fabel que Anna estaba en posición, esperando a que apareciera MacSwain, y lo tranquilizó una vez más diciéndole que si pasaba algo significativo, le informaría de inmediato.

Después de cenar, Fabel y Susanne cruzaron paseando el parque y la ciudad hasta llegar al muelle, y se sentaron en uno de los bancos orientados al agua. El sol estaba poniéndose a sus espaldas y alargaba sus sombras delante de ellos.

– Siento no ser muy buena compañía esta noche -dijo sonriendo débilmente a Susanne, quien se acercó a él y lo besó con ternura en los labios.

– Ya lo sé. Es por el caso. -Volvió a besarlo-. Vamos a tu casa a emborracharnos un poco.

Fabel sonrió.

– De acuerdo.

Acababan de levantarse cuando le sonó el móvil. Fabel abrió la tapa, esperando oír la voz de Werner.

– Jan… Soy Mahmoot.

– Dios santo, Mahmoot, ¿dónde has estado? Comenzaba a…

Mahmoot lo interrumpió.

– Jan, necesito que te reúnas conmigo ahora. Es importante y no quiero hablar por teléfono.

– De acuerdo. -Fabel miró la hora y luego a Susanne, con un gesto de disculpa-. ¿Dónde estás?

Mahmoot le dio una dirección en Speicherstadt.

– ¿Qué demonios haces allí? -se rió Fabel-. ¿Has ido a por café?

Parecía que Mahmoot había perdido su habitual sentido del humor.

– Ven hacia aquí. Ya.

– De acuerdo. Llegaré dentro de diez minutos.

– Y, Jan…

– ¿Sí?

– Ven solo.

Colgó. Fabel cerró la tapa del móvil y se quedó mirándolo. En todos sus encuentros, jamás había comprometido el anonimato esencial de Mahmoot llevando a otro agente con él. No podría haber dicho nada más redundante. Sólo tenía sentido si alguien le había dicho que lo dijera: alguien que quisiera asegurarse de tener a Fabel solo. Se volvió hacia Susanne.

– Lo siento mucho. Tengo que irme…

– ¿Es algo relacionado con el Hijo de Sven?

– No… Creo que un amigo podría estar en apuros.

– ¿Quieres que te acompañe?

– No. -Fabel sonrió y le dio las llaves de su piso-. Pero ve calentando la cama.

– ¿Es peligroso? ¿No deberías pedir ayuda?

Fabel acarició la mejilla de Susanne.

– No pasa nada. Como te he dicho, sólo es un amigo que necesita mi ayuda. Tengo que ir a buscar el coche. A ver si encontramos un taxi…


Viernes, 20 de junio. 21:00 h


Sankt Pauli (Hamburgo)


Al principio, Anna se mostró educada y se disculpó; pero después de que el quinto tipo se le acercara para ligar con ella, sus respuestas habían pasado a ser bruscas y antipáticas. Cuando oyó que otro Romeo le decía «¡Hola!», se dio la vuelta enseñando los dientes.

MacSwain retrocedió con las manos en alto.

– Lo siento… -dijo Anna avergonzada-. Pensaba que eras otra persona, bueno, cualquier otra persona, supongo…

– Me siento halagado.

– Pues no deberías. La competencia es malísima. -Anna lo miró de arriba abajo-. Empezaba a pensar que no ibas a venir.

– He tenido que quedarme a trabajar. Lo siento. -Extendió la mano-. Me llamo John MacSwain… -Y añadió en inglés-: Encantado de conocerte…

– Sara Klemmer… -dijo Anna, utilizando el nombre de una antigua compañera de colegio-. ¿Eres inglés?

– Casi -contestó MacSwain-. ¿Tienes hambre?

Anna se encogió de hombros para no concretar nada.

– Salgamos de aquí…


Desde el puesto de mando en el interior de la furgoneta aparcada, Paul Lindemann alertó a los agentes que estaban dentro de la discoteca.

– Preparaos; nos movemos. -Se volvió al agente del MEK vestido con un mono de electricista-. Cuando los dos coches principales estén en posición, nos marchamos.


Viernes, 20 de junio. 21:00 h


Speicherstadt (Hamburgo)


Speicherstadt significa «ciudad de los almacenes». El Speicherstadt es uno de los paisajes urbanos más sorprendentes de Europa. La arquitectura gótica de los enormes almacenes de ladrillo rojo y siete pisos de altura, coronados con torrecillas de cobre cubiertas de verdín, se eleva desde el muelle con una seguridad abrumadora. Los almacenes monumentales se entrelazan con calles y canales estrechos, y las galerías se extienden de un edificio a otro, a menudo a cuatro pisos de altura.

Speicherstadt también es el mayor almacén de depósito del planeta: millones de toneladas de café, té, tabaco y especias se amontonan en dos mil quinientas hectáreas, junto con otros artículos más modernos como ordenadores, productos farmacéuticos y muebles. En los últimos años, se había producido una gran afluencia de marchantes de antigüedades que se habían establecido junto a las oficinas de los negocios marítimos y comerciales, y algunas de las empresas cafeteras habían abierto cafés para el público. Sin embargo, seguía siendo una parte muy activa de la vida de Hamburgo como una de las ciudades portuarias más importantes del mundo que era.

Fabel aparcó en la Deichstrasse, por fuera del propio Speicherstadt controlado por la aduana. Desenfundó la Walther P 99, comprobó el cargador y lo cerró de nuevo con la base de la mano antes de guardarla en la funda. Se bajó del coche y cruzó a pie el Kornhausbrücke, que se extendía sobre el estrecho Zollkanal; a su espalda, las torres de la Sankt Katharinen Kirche y de la Sankt Nikolai Kirche perforaban el cielo. Mientras atravesaba el puente, miró hacia el canal, rodeado por las fachadas de ladrillo rojo de los almacenes amenazadores. Ahora el sol estaba más bajo y daba mayor intensidad al rojo vivo de los ladrillos. Fabel sentía algo más que inquietud en el pecho. Pasó por el puesto de aduana y se dirigió hacia Sankt Annenufer. Dobló un par de esquinas y llegó a la estrecha calle adoquinada que Mahmoot le había mencionado por teléfono.

Estaba más oscuro en Speicherstadt que en la ciudad que se extendía más allá. Ahora el sol estaba tan bajo que no podía colarse por entre las descomunales catedrales de comercio victorianas. En aquella avenida no había oficinas ni cafeterías a nivel de calle; las ventanas de los almacenes estaban oscuras. Fabel oía cómo resonaban sus pasos en la calle vacía. Casi pasó de largo del número que le había dado Mahmoot. Un pequeño cartel indicaba que el almacén estaba ocupado por Klimenko International. Había una puerta doble en forma de arco y ninguna ventana a nivel de calle. Fabel giró el pomo de hierro y empujó; estaba abierto. Entró en un espacio amplio puntuado por hileras de columnas de ladrillo y hierro que soportaban el peso de las plantas superiores. El local tendría casi nueve metros de altura, y Fabel calculó que habría unos cuatrocientos metros cuadrados de superficie. No había nada, excepto un despacho modular elevado situado en el otro extremo del almacén. Estaba oscuro. Sólo uno de los muchos fluorescentes estaba encendido; al fondo del almacén, las ventanas, que más bien eran arcadas acristaladas, tenían una capa espesa de polvo, y el atardecer veraniego quedaba reducido a un débil resplandor naranja. Detrás de él, la puerta se cerró de golpe, lo cual provocó que Fabel se sobresaltara y el ruido retumbara en la inmensidad del almacén. Si ahí dentro había alguien, Fabel acababa de anunciarle su llegada.

Desenfundó la Walther y empujó la cureña hacia atrás. Escudriñó el almacén, comprobando que no hubiera ningún movimiento en las columnas, aunque eran bastante estrechas y un hombre habría tenido serias dificultades para esconderse detrás. Si había alguien, estaba en el despacho modular o detrás del mismo. Fabel se desplazó a su derecha, acercándose a la pared para reducir su vulnerabilidad y, apoyando la mano derecha en la izquierda, extendió el arma, manteniéndola a la altura de los ojos. Avanzó hacia la pared hasta que estuvo paralelo al despacho. Preparado para disparar, dio un paso rápido y decidido hacia un lado para inspeccionar la parte trasera. No había nadie. Relajó la tensión de los brazos un poco y avanzó con rapidez por el exterior del despacho. Fabel apoyó la espalda en la pared. El enladrillado sobre el que descansaba el módulo le quedaba a la altura de la cintura, así que calculó que la cabeza le quedaría justo a la altura del suelo. Pegó el oído a la pared, pero no oyó nada. Con cuidado, Fabel rodeó el despacho hacia los escalones y los subió despacio, con la automática apuntando a la puerta. Seguía sin oír ningún sonido procedente del interior. Acababa de colocar la mano en el pomo de la puerta cuando lo notó: el disco duro y frío de la boca de una pistola presionándole la nuca.

– Por favor, Herr Fabel. No se mueva… -Era una voz de mujer y hablaba alemán con un acento muy fuerte-. Retire el índice del gatillo y levante el arma por encima de la cabeza.

Fabel obedeció y notó que le arrebataba la Walther con un movimiento rápido y fluido. Se quedó mirando la pintura verde desconchada de la puerta del despacho y se preguntó si aquélla sería la última imagen que retendría su cerebro. Su mente trabajaba a toda velocidad, intentando recordar desesperadamente las estrategias de negociación para situaciones como aquella que había aprendido en los seminarios de formación. Entonces, la puerta del despacho se abrió. Delante de él, apareció un hombre bajito y fornido de unos setenta años. Fabel reconoció las facciones eslavas de su rostro. Pero sobre todo reconoció los ojos verdes, casi luminosos y penetrantes del hombre que le había atacado en el piso de Angelika Blüm.


Viernes, 20 de junio. 21:10 h


Sankt Pauli (Hamburgo)


Mientras MacSwain le abría la puerta del copiloto del Porsche plateado, Anna paseó la mirada tranquilamente por la calle. El maltrecho Mercedes amarillo del equipo de vigilancia estaba aparcado unos veinte metros más abajo, y vislumbró un débil movimiento detrás del parabrisas. Estaban en posición y preparados. Anna sonrió a MacSwain y subió al coche. Miró el reducido espacio del asiento trasero del Porsche y vio una gran cesta de mimbre sobre la tapicería de piel. MacSwain ocupó su lugar al volante y se fijó en su mirada de curiosidad.

– ¿La has visto? -dijo sonriendo con complicidad-. He pensado que podríamos hacer un picnic.

La sonrisa de Anna sugería que estaba intrigada y tranquila, pero el nudo que tenía en la boca del estómago se tensó: una cesta de picnic sugería una ubicación remota. Y cuanto más remota fuera la ubicación, más difícil le resultaría al equipo de refuerzo seguirlos sin pasar desapercibido. Tuvo que recurrir a toda su fuerza de voluntad para no mirar por el retrovisor exterior de MacSwain y comprobar que sus refuerzos iban detrás.

– Bueno… -comenzó en un tono intrigado-, ¿adónde vamos?

– Es una sorpresa -dijo MacSwain con una sonrisa, pero sin apartar la vista de la carretera.

Anna estaba sentada medio girada, observando el perfil de MacSwain. Había adoptado una postura relajada y cómoda, pese a la tensión fría que sentía en cada mínimo movimiento.

Anna repetía por dentro la frase «No me encuentro muy bien» una y otra vez, como si quisiera colocarla en un primer plano de su mente y tenerla a mano.

Salieron de Sankt Pauli. Fueron hacia el este y luego al sur.

«No me encuentro muy bien»: Anna coreó la frase de nuevo, y su mente se aferró a ella como una mano avariciosa.


Viernes, 20 de junio. 21:05 h


Speicherstadt (Hamburgo)


Fabel estaba en lo cierto: no había espacio detrás de las columnas para que se escondiera un hombre. Pero sí para que una mujer delgada y ágil, de pelo rubio iridiscente y un aura de juventud, esperara sin ser vista; colocada estratégicamente para situarse con pasos rápidos y silenciosos detrás de cualquier persona que intentara subir los escalones de la puerta del despacho.

En cuanto la mujer lo desarmó, la boca del arma dejó de presionarle la nuca, y el temor de Fabel disminuyó un poco. Al mirar detrás del eslavo, que estaba en la puerta, vio a Mahmoot sentado al fondo del despacho. No parecía nada relajado y tenía un moratón en la parte derecha de la frente. Aparte de eso, parecía estar bien. El eslavo se hizo a un lado para dejar entrar a Fabel. Si quería hacer algún movimiento, tenía que ser ahora. Pero no pudo hacer nada. Era como si el eslavo le hubiera leído el pensamiento.

– Por favor, Herr Fabel, no haga ningún movimiento precipitado. -El acento encajaba con su rostro. Fabel se preguntó si aquel hombre sería uno de los ucranianos del Equipo Principal; si estaría mirando a Vasyl Vitrenko-. No tenemos intención de hacerle ningún daño ni a usted ni a su amigo.

– Tranquilo, Jan -dijo Mahmoot desde el fondo del despacho-. Son policías… más o menos. No te habría hecho venir si hubiera pensado que existía un peligro real.

El eslavo señaló una segunda silla, junto a Mahmoot.

– Por favor, Herr Fabel. Siéntese. -Cuando Fabel obedeció, el hombre se dirigió a la chica y le habló en alemán-: Martina, por favor, devuélvele al Hauptkommissar su arma.

La chica retiró con pericia el cargador de la empuñadura del arma y se los entregó a Fabel por separado. El enfundó la Walther y se guardó el cargador en el bolsillo. Al hacerlo, advirtió que la chica llevaba el mismo modelo de automática que Hansi Kraus había recogido de la Schwimmhalle abandonada. La única diferencia era que su pistola no estaba decorada con incrustaciones y filetes. Se dirigió a Mahmoot.

– ¿Estás bien?

Mahmoot asintió con la cabeza.

– Lo siento, Jan. Pero creo que deberías escuchar lo que tienen que decirte. Creen que van detrás del mismo tipo que tú. Llevan un tiempo vigilándote, y a mí me siguieron después de que nos reuniéramos en el transbordador.

Fabel se volvió hacia el eslavo, cuya sonrisa no casaba con sus fríos ojos verdes.

– ¿Es usted algún tipo de agente de la ley ruso? Si es así, ¿por qué no ha procedido siguiendo los canales apropiados? Tengo que decirle que ha infringido diversas leyes federales alemanas; la ciudad está plagada de policías que lo buscan después de que me atacara.

Mahmoot se volvió deprisa en la silla e hizo por levantarse. La chica rubia movió el cañón de la automática para indicarle que se quedara sentado.

– ¿Te atacaron?

Fabel asintió con la cabeza.

– Tus amigos no son tan adorables como puedan parecer.

– Siento lo sucedido, Herr Fabel -dijo el eslavo-. Pero no podía permitirme la complicación que suponía en aquel momento que me detuviera. Seguro que entenderá que podría haberle causado un daño grave y permanente si hubiera querido.

Fabel no hizo caso a aquel comentario.

– ¿Quién es usted? ¿Para quién trabaja?

De nuevo, la sonrisa del eslavo no se trasladó a sus fríos ojos verdes.

– Por ahora, cómo me llame carece de importancia. Mi compañera -señaló con la cabeza a la chica rubia- y yo somos agentes de la policía antiterrorista ucraniana. El Berkut.

– ¿El servicio secreto ucraniano?

– No. Eso es el SBU (el Sluzhba Bespeky Ukrayiny), que, por desgracia, seguramente también tiene su papel en esta historia.

– ¿Y qué tienen que ver estos asesinatos con el terrorismo?

– ¿Directamente? Nada. Se lo explicaré todo a su debido tiempo, Herr Fabel. Me temo que hay mucho que contar, y mi alemán tiene sus límites, así que le pido que sea paciente. Lo principal es que creo que ambos podríamos beneficiarnos de un intercambio mutuo de información.

Fabel lanzó una dura mirada al eslavo. Le parecía que hablaba alemán con bastante solidez, a pesar del fuerte acento.

– ¿Qué hacía en el piso de Angelika Blüm? ¿Y qué hacía por fuera de la escena del crimen de Sankt Pauli?

– Como ha señalado su amigo, tenemos interés en el mismo caso. Antes de morir, Frau Blüm estaba investigando ciertas transacciones inmobiliarias en las que participaba el grupo de empresas Eitel, ¿verdad?

Fabel se encogió de hombros para no concretar su respuesta. El eslavo sonrió.

– Estos negocios inmobiliarios se pusieron en marcha para beneficiar a Klimenko International, que es un consorcio con sede en Kiev. Este local en el que estamos estaba ocupado hasta hace poco por Klimenko International.

– ¿Eran negocios ilegales? -preguntó Fabel.

El eslavo hizo un gesto con la mano para quitar importancia a esa cuestión.

– ¿Técnicamente? Es probable. Dependían de la información que pasaban a Klimenko fuentes oficiales del gobierno de Hamburgo, quizá de un modo más predecible de lo que habrían querido las autoridades.

– Deje que lo adivine, ¿estos negocios se centrarían en la sociedad Neuer Horizont?

– Quizá esté usted más familiarizado con la situación de lo que creía. Sí, Herr Fabel, es correcto. Hay propiedades inmobiliarias por todo Hamburgo que tienen, por sí mismas, muy poco valor comercial. Pero en cuanto se anuncia que una zona va a rehabilitarse o a someterse a una urbanización importante, el valor del suelo en el que está la propiedad inmobiliaria aumenta de un modo espectacular.

– Así que Klimenko International y Neuer Horizont pueden hacer una fortuna comprando barato y antes de tiempo.

– Esa era la idea. Ahora le diré algo que no volveré a repetir y que jamás será capaz de demostrar. Klimenko International es una tapadera de mi Gobierno. Ucrania es un país pobre, Herr Fabel. Sin embargo, tiene el potencial para convertirse en una parte de Europa muy rica y con mucha influencia. Hay gente que utilizaría cualquier instrumento o arma -y quiero decir cualquiera- que tenga a su disposición para asegurarse de que ese potencial se desarrolla. Klimenko International era una de estos instrumentos. Respondiendo a su pregunta…, la razón por la que estaba en el piso de Frau Blüm era descubrir si había algo allí que incriminara a mi Gobierno o pudiera ayudarme a llevar a cabo la misión que tengo encomendada. Luego le explicaré cuáles son los objetivos de esa misión. Pensé que quizá habían pasado por alto algún papel o información que no estuviera relacionado directamente con el asesinato, sino con la operación Klimenko. Los subestimé.

– No fue cosa nuestra. La persona que mató a Angelika Blüm borró todos los archivos de su ordenador, y tenemos la sospecha de que se llevó carpetas de su piso.

El eslavo se quedó mirando perplejo a Fabel y se pasó la mano por la cabeza, tocándose el abundante pelo blanco; luego, continuó hablando con su alemán de acento fuerte y gramaticalmente perfecto:

– Hay un tercer elemento en juego. Un elemento que, en parte, ya conoce. -Hizo una breve pausa, como queriendo puntuar la información proporcionada para enfatizar la importancia de lo que iba a seguir-. El testaferro en Hamburgo de la operación Klimenko era Pavlo Klimenko, el jefe putativo del consorcio. Klimenko es, en realidad, un agente del servicio secreto del SBU con una hoja de servicios impresionante en el ejército. Por desgracia, para aquellos que están detrás de esta empresa, hace algún tiempo se pusieron en juego otros intereses. ¿Le suena el nombre de Vasyl Vitrenko?

Fabel asintió con la cabeza.

– Supuestamente, es el jefe de una organización criminal ucraniana. Una banda nueva que está absorbiendo las actividades de todas las demás bandas de la ciudad.

– Vasyl Vitrenko es… era un alto coronel del Berkut. Vitrenko tiene una hoja de servicios que muchas personas admiran hasta el punto de adularlo. Otras lo consideran un monstruo. El diablo. En otro tiempo, en otro lugar, me encomendaron la responsabilidad de encontrar a Vitrenko y poner fin a sus peores excesos. Vitrenko ha reunido a diez de sus ex oficiales subordinados, hombres que sirvieron a sus órdenes en Chechenia o Afganistán, o en ambos sitios. Estos hombres tienen un historial de valentía extraordinaria y crueldad extrema. Cada uno de estos oficiales se mantiene absolutamente leal a Vitrenko. Más aún, Vitrenko ha prometido hacerlos millonarios. Una promesa que ya está muy cerca de cumplir. Uno de estos oficiales era un tal comandante Pavlo Klimenko.

– ¿Así que Vitrenko le robó el plan de corrupción delante de sus narices? -Fabel soltó una risa amarga.

Los ojos verdes del eslavo brillaron bajo la sombría luz artificial del despacho modular.

– Así es, Herr Hauptkommissar. Pero antes de que empiece a relamerse demasiado, querría señalar que su Gobierno también es capaz de llevar a cabo negocios turbios. ¿Cuál era el objetivo de la operación en la que participaba el desventurado Herr Klugmann?

– No estoy dispuesto a hablar de eso con usted.

– ¿No? Muy bien, Herr Hauptkommissar. Permítame que responda yo a mi pregunta. Usted cree que Herr Klugmann realizaba una operación de vigilancia para recabar información sobre las actividades de Vasyl Vitrenko y su banda. ¿Correcto?

Fabel se encogió de hombros y asintió con la cabeza.

– Pues no, Herr Fabel. Herr Klugmann sólo tenía un objetivo: contactar y negociar con Vasyl Vitrenko. Klugmann era un agente del BND y tenía que ofrecerle un trato. Su Gobierno, que conoce perfectamente el pasado asesino de Vitrenko y su presente delictivo, está dispuesto a ofrecerle la inmunidad y un negocio lucrativo.

– ¿Por qué diablos el Gobierno federal alemán haría negocios con un importante criminal?

– Por los atentados del 11 de septiembre de 2001.

– ¿Qué?

– Ocho de los diez terroristas suicidas que llevaron a cabo los ataques contra el World Trade Centre de Nueva York vivieron o pasaron por Hamburgo justo antes del ataque. Ha sido un episodio bastante bochornoso tanto para la ciudad como para el país. En resumen, ustedes los alemanes harían lo que fuera para ayudar a los norteamericanos. Y los norteamericanos necesitan toda la ayuda que puedan obtener. Vasyl Vitrenko es un hombre sumamente inteligente y culto; también es un experto destacado en Afganistán y en el terrorismo islámico. La CIA ha dejado claro al BND que quedarían muy agradecidos si pudieran pescarles a Vitrenko. Su compañero, Klugmann, recibió la orden de iniciar las negociaciones, y el piso en el que mataron a la chica era el lugar donde se llevaban a cabo.

Fabel miró con dureza al eslavo y luego a la chica rubia. No sería la primera vez que la conveniencia y el imperativo de un «bien mayor» primaban sobre la ley. El eslavo lo miraba impasible, dejando que se tomara su tiempo para considerar su respuesta. Al final, Fabel dijo:

– Pero el único contacto que tuvo Klugmann con la nueva banda ucraniana era alguien llamado Vadim. Aparte de él, no estableció ningún contacto.

– No exactamente. Lo que tiene que preguntarse, Herr Fabel, es quién es la fuente de esa información y si tiene algún interés en confundirle. Vadim es, en realidad, uno de los hombres de Vitrenko, Vadim Redchenko, y Klugmann tendría contactos con él en calidad de intermediario principal. Pero Klugmann se reunió tres veces con Vitrenko. El resultado final de estas reuniones tan sólo puedo suponerlo. Pero las pruebas de la decisión de Vitrenko son sanguinariamente evidentes.

– ¿Quiere decir que Vitrenko está cometiendo estos espantosos asesinatos?

– No tengo ninguna duda, Herr Hauptkommissar.


Viernes, 20 de junio. 21:25 h


Altona (Hamburgo)


Anna lograba charlar con MacSwain de forma relajada, pero apartaba la vista de su perfil de vez en cuando para mirar por la ventanilla o al parabrisas del Porsche y lanzar así cuerdas de seguridad, anclándose cada vez a un panel de señalización o algún punto de referencia. Iban en dirección al Elba. ¿Dónde diablos la llevaba?

– Estoy intrigada -dijo Anna, trasladando a su voz la máxima calma.

MacSwain sonrió con complicidad.

– Tengo en mente una cosa muy especial para ti, Sara. Te prometo que es algo que no olvidarás…


Paul Lindemann se estremeció, como si la frase de MacSwain, escuchada a través del micro de Anna, le hubiera afectado profundamente. Se volvió hacia Maria, que estaba sentada a su lado en la parte de atrás de la furgoneta Mercedes.

– Esto no me gusta nada…

– Todavía no ha dicho o hecho nada que sugiera que deberíamos intervenir. Anna se está desenvolviendo bien. Y los estamos siguiendo de cerca. Intenta relajarte.

La mirada inexpresiva que Paul lanzó a Maria no sugería que los comentarios de ésta le hubieran convencido o tranquilizado. Se llevó la radio a los labios y pidió a los dos vehículos de seguimiento que lo pusieran al día. Ambos le confirmaron que el contacto visual era bueno y que los vigilaban de cerca.

– El objetivo acaba de entrar en Helgoländer, dirección sur -informó la voz del principal coche de vigilancia-. Parece que nos dirigimos hacia Landungsbrücken…

Paul agarró más fuerte la radio, como si al hacerlo pudiera extraer de ella información más satisfactoria.

– Kastor cuatro-uno a Kastor cuatro-dos… -El primer coche llamó al segundo-. Voy a retirarme. Adelántame y ponte a la cabeza. Kastor cuatro-cuatro… -El coche principal llamaba ahora a uno de los motociclistas-. Mira a ver si puedes colocarte delante y entrar en Landungsbrücken…

Se produjo otro silencio.

– Kastor cuatro a Kastor cuatro-cuatro… -A Paul se le acabó la poca paciencia que le quedaba-. Informa…

– Hemos entrado en Landungsbrücken… -Hizo una pausa y luego añadió con un tono perplejo-: Parece que nos dirigimos a Baumwall y el Niederhafen… o el Hanseboothafen… Ahora el objetivo está en Johannisbollwerk.


Anna sintió que el nudo que tenía en el estómago se tensaba. MacSwain salió de la carretera portuaria principal y pasó por los pontones que separaban los muelles del Niederhafen y del Schiffbauerhafen, que ofrecían atracaderos para los expositores y visitantes de la Feria del barco Hanseboot. Aparcó el

Porsche y rodeó el coche para abrirle la puerta a Anna. Ella se quedó quieta un momento. Oía el chirrido, el tintineo y los zumbidos del bosque de mástiles de los yates que la rodeaban.

– Vamos -dijo MacSwain sin impaciencia-. Quiero enseñarte algo.

Anna tembló involuntariamente al bajarse del coche, aunque la noche no era fría. MacSwain no lo vio, porque estaba cogiendo la cesta de mimbre del asiento trasero. Cerró la puerta y utilizó el mando del llavero para cerrar el coche y poner la alarma. Con la cesta en la otra mano, extendió el codo para que Anna lo agarrara del brazo. Ella sonrió y lo hizo. Cruzaron el pontón hacia Überseebrücke. De repente, MacSwain se detuvo junto a un barco a motor pequeño pero elegante y que parecía caro.

– Ya hemos llegado. Es pequeño, pero cómodo y rápido. Nueve metros de eslora. Tres metros de ancho.

Anna se quedó mirando la embarcación. Era de un blanco inmaculado y tenía una única raya azul pintada en el casco. En prestigio y elegancia, era el equivalente acuático del Porsche de MacSwain.

– Es precioso… -La voz de Anna sonó apagada y vacía. En aquel momento no tenía ni idea de qué iba a hacer.


– ¡Joder! Tiene un barco. -Paul miró a Maria con los ojos desorbitados-. Si Anna sube y MacSwain sale del puerto, los perderemos. Mierda. No se nos ocurrió que podía tener un barco. Voy a llamar al equipo para que la saque de ahí…

Maria Klee frunció el ceño.

– Pero eso tirará por tierra toda la operación. No podemos detenerlo por nada; no ha hecho nada malo. Lo único que haremos será descubrir la tapadera de Anna y alertar a MacSwain de que está bajo sospecha. Y Anna aún no nos ha pedido que intervengamos.

– Dios santo, Maria, si la saca al río, estará totalmente desprotegida. No podemos dejarla así de expuesta… -Cogió la radio. Maria puso la mano sobre la suya.

– Espera, Paul -dijo Maria-. Podemos avisar a la Wasserschutzpolizei y quizá incluso podamos solicitar un helicóptero. Estamos justo entre la policía portuaria de Landungsbrücken y la Wache de Speicherstadt; podemos conseguir refuerzos en el río en cuestión de minutos. Dile al equipo que avance, pero que se mantenga a distancia. Si sospechamos que Anna tiene problemas, podemos hacerles intervenir antes de que salga del atracadero. -Maria cogió su móvil con un gesto decisivo-. Llamaré a la Wasserschutzpolizei…


La mente de Anna iba a toda velocidad. Aquél era un elemento que no había previsto en su plan. Simplemente, se quedó mirando perpleja las líneas elegantes del barco como si mirara un arma cargada que apuntara en su dirección. Había bajado la guardia, y MacSwain lo notó.

– ¿Sara? ¿Pasa algo? Esperaba que te impresionaría…

La voz de MacSwain devolvió a Anna al instante a la tarea que tenía entre manos.

– Lo siento. Es que los barcos no son lo mío, precisamente.

– ¿Cómo? -MacSwain estaba escandalizado-. Eres de Hamburgo, ¿no? ¡Llevas el mar en la sangre! -MacSwain bajó por la pequeña escalera metálica, sujetando con cuidado la cesta con la mano que tenía libre. La dejó sobre la cubierta y extendió la mano para ayudar a Anna a bajar del muelle.

– No…, en serio, John… Tengo un problemilla con los barcos. Me mareo. Y me dan miedo…

MacSwain esbozó una gran sonrisa y sus ojos verdes brillaron bajo la luz tenue.

– No te pasará nada. Sube a ver qué tal. Ni siquiera lo pondré en marcha. Si no estás a gusto, iremos a cenar a la ciudad… Sólo pensé que sería bonito ver las luces de la ciudad desde el agua.

Anna tomó una decisión.

– De acuerdo. Pero si no estoy a gusto, vamos a otro sitio… ¿Trato hecho?

– Trato hecho…


En la furgoneta de mando, Paul miró a Maria muy serio y le dijo:

– Llama a Fabel.


Viernes, 20 de junio. 21:30 h


Speicherstadt (Hamburgo)


– Yo fui comandante de las fuerzas del Ministerio del Interior soviético. Del MVD Kondor. Los norteamericanos suministraron a las fuerzas rebeldes las armas más sofisticadas, y pronto la guerra en Afganistán se convirtió en el Vietnam de la Unión Soviética. Fue una época terrible. Había sido siempre una guerra muy violenta, pero cada vez volvían más chicos en bolsas de plástico. Y lo que era peor, muchos de ellos desaparecían sin dejar rastro. Era evidente que no estábamos ganando el conflicto, y las actitudes eran cada vez más inflexibles. -El eslavo sacó una cajetilla de tabaco con letras cirílicas del bolsillo de su abrigo y se lo ofreció primero a Fabel y luego a Mahmoot. Los dos dijeron que no con la cabeza. El hombre se encogió de hombros, sacó un cigarrillo sin filtro y se lo colocó entre los labios ligeramente carnosos. Sacó del bolsillo un pesado encendedor de cromo; Fabel vio que tenía una especie de emblema con un águila. Las hebras de tabaco crujieron cuando encendió el cigarrillo y dio una larga calada-. No me siento orgulloso de todo lo que pasó durante esa época oscura, Herr Fabel. Pero la guerra es la guerra. La guerra se alimenta, por desgracia, de represalias. En Afganistán, las represalias se volvieron cada vez más extremas. En ambos bandos.

El eslavo expulsó el humo soplando con fuerza antes de proseguir.

– Sólo la gran cantidad de misiles tierra-aire que los norteamericanos habían proporcionado a los rebeldes ya hacía prácticamente imposible obtener ayuda o provisiones por aire. Las unidades se quedaron aisladas. A menudo simplemente se las abandonaba, y tenían que buscarse una salida ellas solas o caer en manos de fanáticos enloquecidos. Una de estas unidades fue un Spetznaz de la policía de campo del MVD Kondor.

– ¿Comandada por Vitrenko?

El eslavo movió el cigarrillo en dirección a Fabel, lo cual provocó que una pequeña nube de ceniza gris cayera despacio al suelo.

– Exacto… -Hizo una pausa-. Creo que ahora debería contarle un par de cosas sobre las habilidades especiales del coronel Vitrenko. Mandar es un don. Mandar a hombres en una batalla es como ser su padre. Tienes que hacerles creer que su confianza en ti es total y absoluta; que sólo tú puedes guiarlos hasta la luz y la seguridad; que sólo tú puedes protegerlos. Y si no puedes protegerlos y les ha llegado la hora de morir, tienen que creer que ése era el único lugar donde podían morir…, que sobrevivir y vivir en otro lugar y otro tiempo sería una traición. Todo esto significa que las estrategias más importantes de quien tiene el mando son psicológicas, no militares. Vasyl Vitrenko es un hombre muy especial y una persona que manda a los hombres de un modo único. De niño, vieron que tenían una inteligencia especial, poderosa. Por desgracia, también vieron que ciertos rasgos de su personalidad eran potencialmente problemáticos. Nació en el seno de una familia de militares, y consideraron que estas singularidades de su carácter estarían mejor controladas si hacía una carrera militar.

Dio otra larga calada al cigarrillo.

– Destacó como soldado, y pronto se vio que tenía una habilidad muy especial para convertirse en un líder. Podía conseguir que la gente hiciera cosas de las que no se creían capaces…, cosas excepcionales. Lo que más incomodaba a las autoridades era su condición casi de ídolo. Propagaba una filosofía del «soldado eterno»…, los hombres que tenía a su mando se consideraban descendientes de una larga estirpe de guerreros que se remonta a hace dos mil años. -El eslavo se inclinó hacia delante y apoyó los codos en las rodillas. Una voluta de humo le acarició la pequeña barbilla y subió por la mejilla, y le hizo entrecerrar los ojos verdes al notar el escozor-. Su asesino tiene una misión noble, ¿verdad? ¿Se considera un guerrero vikingo que devuelve a su pueblo a la verdadera fe nórdica?

Fabel sintió una presión en el pecho al oír una repetición casi perfecta de la descripción que le había dado Dorn.

– Sí…, pero ¿cómo…?

El eslavo lo interrumpió.

– Y usted, por lo tanto, está buscando a un alemán o a un escandinavo.

– Bueno, sí…

– Me decepciona, Herr Fabel. Usted estudió historia medieval, ¿verdad?

Fabel asintió con frialdad.

– ¿Qué intenta decirme?

– Pues que pensaba que habría enfocado el tema desde una perspectiva más amplia…, tanto geográfica como históricamente.

La observación era cierta y a Fabel le sentó como una patada.

– Mierda… -Los ojos de Fabel se movían con rapidez mientras procesaba la información que iba extrayendo de un almacén profundo-. La Rus de Kiev…

– Eso es, Herr Fabel. La Rus de Kiev. Los fundadores de Kiev y Novgorod que dieron su nombre a Rusia. Pero no eran eslavos.

Ante aquella revelación, Fabel notó el mismo estremecimiento que en el despacho de Dorn. Ahí estaba. El enlace final. La conexión entre el elemento ucraniano y el resto del rompecabezas.

– No… -dijo Fabel-. No lo eran. Eran suecos. Vikingos suecos.

– Exacto. Remontaron el Volga y establecieron sus puestos y ciudades comerciales en puntos estratégicos a lo largo del río. Eran guerreros. Y Vitrenko halló en este origen la inspiración necesaria para su filosofía casi religiosa de cómo tenía que ser un soldado. Inculcó a sus subordinados la creencia de que eran los herederos de un código guerrero que se remontaba a los orígenes vikingos de la Rus de Kiev. Les hizo creer que aquello por lo que luchaban no importaba lo más mínimo; que lo que realmente importaba era la lucha en sí misma, la camaradería en la batalla y las pruebas de coraje individual y colectivo…, nada más. Podían formar parte de las tropas soviéticas, ser mercenarios, o incluso luchar por Occidente… Vitrenko los invistió con la creencia que sólo el acto de la guerra en sí mismo era la única verdad inalienable e indisoluble. Y creo que disfrazó esta filosofía con códigos semimíticos de los vikingos. En sus hombres, el resultado fue algo que estaba más allá de cualquier definición de lealtad… Eran una dedicación y una devoción totales. Vitrenko tenía, y sigue teniendo, la capacidad de convencer a la gente para que cometa los actos más atroces. Incluso para que sacrifiquen su vida sin pensarlo. -El eslavo bajó la vista al suelo antes de tirar la ceniza distraídamente. Luego, miró a Fabel a los ojos del modo más sincero e inflexible que recordaba haber visto jamás-. Tengo la impresión de que mis palabras son insuficientes para describir el poder descarnado, absoluto, que Vitrenko puede ejercer sobre los demás… o para describir el horror de los actos de los que es capaz. -Era como si el eslavo se hubiera quedado sin fuerzas; como si hubiera agotado las últimas reservas de energía que almacenaba en sus hombros robustos.

– Puedo entender por qué todo esto le lleva a sospechar que Vitrenko es el responsable de estos asesinatos, pero usted ha dicho que sabía que era el asesino. ¿Cómo lo sabe?

El eslavo se levantó y se acercó a una de las ventanas anchas y planas. Fabel sabía que aunque miraba hacia el vacío oscuro del almacén, estaba viendo otra cosa y otro lugar. Otro tiempo.

– Como ya le he dicho, la unidad de Vitrenko se quedó aislada en territorio rebelde. Y sin apoyo aéreo. Decir que estaban incomunicados sería utilizar el lenguaje de la guerra convencional, y aquélla no fue en absoluto una guerra convencional.

»Para regresar a territorio amigo, tenían que atravesar un valle controlado por los rebeldes. Tardaron diez días en pasar de un lado al otro, realizando viajes breves y rápidos por la noche de un punto seguro al siguiente. Cada noche moría algún hombre… y, lo que era peor, a algunos tenían que abandonarlos heridos y los capturaban los rebeldes. Y durante todos los días que pasaron en ese valle, inmovilizados e incapaces de salir de su refugio, los supervivientes oían los gritos de sus cama-radas apresados mientras los muyahidin los torturaban. Bastó para destrozar el espíritu del soldado más dedicado y leal. Pero en aquel valle pasó algo, entre Vitrenko y sus hombres: algo indestructible se forjó entre ellos.

Se apartó de la ventana, se llevó el cigarrillo a los labios y abrió el encendedor.

– De una unidad de más de cien hombres, sólo unos veinte llegaron al otro lado del valle. De esos, algunos estaban heridos, así que los mandaron a suelo seguro. Pero en lugar de regresar a territorio soviético, Vitrenko y sus hombres se alejaron sólo un poco del valle antes de dar media vuelta y adentrarse en la oscuridad. Los muyahidin, por supuesto, no esperaban que regresarían. Vitrenko y sus hombres pagaron a los rebeldes con su misma moneda, llevándose a las montañas y acechando a cualquier grupo pequeño de soldados que encontraban a su paso. Mataban a todos los prisioneros que hacían en combate menos a uno. A este prisionero lo torturaban sin piedad para sacarle información y luego lo crucificaban; lo dejaban gritar durante horas hasta que moría. Al principio, los rebeldes intentaron rescatar al compañero, pero Vitrenko colocó a francotiradores para liquidarlos. Después de las bajas que sufrieron con estos intentos de rescate, los muyahidin aprendieron a vivir con los gritos. Vitrenko y sus hombres se convirtieron en una especie de bandidos, en forajidos; estaban más allá del control de cualquier mando militar. También se convirtieron en héroes para el soldado soviético corriente que luchaba en Afganistán. Fue sólo cuestión de tiempo que el GRU -el Glavnoye Razvedyvatelnoye Upravleniye-, nuestro servicio de inteligencia principal de campo, comenzara a sentirse frustrado: sabían que Vitrenko y sus hombres estaban recabando información importante que no les transmitían. Luego, las historias se volvieron más horripilantes. Llegaban noticias de asesinatos masivos en las zonas controladas por los rebeldes; de asaltos y violaciones.

– No pensaba que eso pudiera ofender las sensibilidades soviéticas en aquella época -dijo Fabel. El ucraniano estudió la expresión de Fabel en busca de sarcasmo. No lo encontró.

– No. Tiene razón. Pero en aquella fase de la guerra sufríamos el síndrome de Vietnam: librábamos una batalla desigual donde por superioridad numérica, tecnológica y de recursos tendríamos que habernos asegurado una victoria fácil, pero nos estaban derrotando con contundencia y estábamos desesperados por encontrar una salida que supusiera la mínima deshonra. Eso hizo que en 1987 y 1988 las autoridades soviéticas se volvieran un poco más sensibles a la opinión mundial. Y las acciones de Vitrenko eran cada vez más… -se esforzó por encontrar la palabra- desagradables. Así que el GRU me envió con dos destacamentos Spetznaz para que localizara y restableciera el control de Vitrenko y su unidad.

– ¿Y lo logró?

El ucraniano se apoyó en la pared y se encendió otro cigarrillo. Luego hizo una seña a la chica rubia, que le entregó un sobre de color beige.

– Sí. Con el tiempo. Y Vitrenko y sus hombres fueron elogiados por su coraje excepcional en territorio enemigo. -Le lanzó el sobre a Fabel, quien lo cogió con torpeza-. Pero las cosas con las que me encontré por el camino… En serio, Fabel, he visto cosas horribles en mi vida, como ya puede imaginarse, pero fue como seguirle la pista al mismísimo diablo…


Viernes, 20 de junio. 21:40 h


Nlederhafen (HAMBURGO)


Los dos hombres de la vigilancia no pudieron acercarse lo suficiente al barco para ver qué estaba pasando. Paul ordenó a los dos agentes del Mobiles Einsatz Kommando, con sus chalecos, monos y cascos oscuros, que se acercaran. Uno logró llegar a una posición lo suficientemente avanzada como para apuntar con su Heckler & Koch al torso de MacSwain mientras éste se sentaba en la parte trasera del barco y le daba una copa de Sekt a Anna Wolff.

En la furgoneta de mando, la Wasserschutzpolizei devolvió la llamada de Maria: tenían una lancha en camino que desde su posición controlaría la salida del Niederhafen a las rutas de tráfico fluvial principales del Elba. Si MacSwain salía al río, podrían alcanzarlo y seguirlo, manteniendo una distancia discreta. La única preocupación de la Wasserschutzpolizei era que el barco de MacSwain era rápido y su lancha podía sudar tinta. Maria ya había solicitado el apoyo de un helicóptero. Ninguna de aquellas precauciones logró que Paul Lindemann dejara de fruncir el ceño. A su preocupación se añadía el hecho de que María no pudiera encontrar a Fabel en el móvil, y que saltara el contestador. ¿Por qué tenía el teléfono apagado cuando había prometido que estaría localizable toda la noche?


Había refrescado, y Anna tembló involuntariamente cuando MacSwain le dio una copa de Sekt espumoso.

– Un momento… -MacSwain abrió dos pequeñas puertas, cuya forma se adaptaba a la curva suave del revestimiento. Se abrían a los escalones que bajaban a un camarote pequeño pero muy iluminado. Mientras MacSwain le daba la espalda, Anna olisqueó el champán y dio un sorbo de prueba. No olió ni saboreó nada que no fuera la frescura del champán alemán; pero sabía que el Rohypnol o el GHB eran casi imposibles de detectar en cualquier bebida. Bebió un buen trago y repitió mentalmente su mantra silencioso: «No me encuentro muy bien».

MacSwain reapareció con una chaqueta de lana azul oscuro y se la puso sobre los hombros.

– Podemos bajar si tienes mucho frío -le dijo. Anna negó con la cabeza. MacSwain sonrió y le dio un plato con paté, pan y ensalada de arenque-. Ahora, relájate -le dijo-. Quiero enseñarte algo. Sé que te mareas con facilidad, Sara, así que te prometo que iré despacio. -Miró a Anna como pidiéndole permiso. Ella, como MacSwain, no había visto que los hombres del MEK se ponían en posición, pero supuso, esperó, que ya estarían allí, escondidos entre las sombras. Ahora tendría que confiar en que Paul hubiera dispuesto la cobertura necesaria por si MacSwain ponía en marcha el barco.

Resistió la tentación de escudriñar los pontones en busca de los refuerzos, y siguió mirando a MacSwain fijamente y sin parpadear.

– De acuerdo… -dijo, y asintió con la cabeza; y para su público invisible, añadió-: Creo que no habrá ningún problema.

Paul Lindemann ordenó a los MEK que no intervinieran. María avisó a la lancha de la Wasserschutzpolizei, que ahora tenía contacto directo por radio con el equipo, de que MacSwain se había puesto en marcha.

MacSwain quitó las amarras de proa y popa del barco y arrancó el motor. El murmullo grave y gutural inquietó a Anna, cuya intuición le decía que en aquel ruido sordo había mucha potencia y gran velocidad. MacSwain, tal como había prometido, sacó el barco de su atracadero despacio y con suavidad. Anna advirtió la facilidad relajada, casi despreocupada con que maniobraba la embarcación. Miró hacia atrás al atracadero que estaban dejando atrás y distinguió una sombra tenue que se movía baja y rápida hacia los pontones.

El Elba se extendía delante de ellos, negro e insondable, bordeado en la otra orilla por las luces del astillero. MacSwain viró el barco para ponerlo paralelo a la orilla y apagó el motor. Pulsó un botón en el cuadro de mandos, y Anna oyó el traqueteo rápido de una cadena pesada mientras el ancla se hundía en el río oscuro. Con el motor apagado, Anna oía los sonidos del agua que los rodeaba; tenía la sensación de estar sobre un ente vivo y enorme cuyo aliento y piel chocaban contra el casco del barco mientras su cuerpo infinito se mecía debajo de ellos. MacSwain desconectó las luces.

– ¿No te parece espléndido? -dijo, recorriendo con la copa de champán la orilla distante. En cualquier otra situación, Anna se habría quedado cautivada: Hamburgo brillaba en la noche, y el Elba reproducía su belleza, animando el reflejo centellador de la ciudad.

– Es precioso… -dijo Anna-. De verdad. Me alegro de que me hayas traído aquí…

– Me encanta esta ciudad -dijo MacSwain-. Es mi lugar. Siempre querré estar aquí.

– Pero me has dicho que eras británico, ¿verdad? ¿No echas de menos… -Anna intentó pensar en algo británico que pudiera echarse de menos- la lluvia? -Se rió al decirlo.

MacSwain también se rió.

– Hamburgo ya tiene lluvia más que suficiente para matar cualquier sentimiento de añoranza por el clima lluvioso, créeme. Pero no, no echo de menos nada de Gran Bretaña. Hamburgo me proporciona todo lo que necesito de lo británico; a veces es como si viviera en el barrio situado más al este de Londres. Hamburgo es una ciudad única en el mundo. No me marcharía por nada del mundo.

Anna se encogió de hombros.

– Yo… podría quedarme o marcharme.

El rostro de MacSwain se animó.

– No lo entiendo. Sólo se tiene una vida. El tiempo que tenemos es demasiado precioso como para desperdiciarlo. ¿Por qué querría uno vivir en un sitio que le es indiferente?

– Por inercia, supongo. Requiere menos esfuerzo quedarse. Supongo que me da pereza reunir la energía necesaria para alcanzar la velocidad de escape.

– Pues me alegro de que no lo hayas hecho, Sara. Si no, no estaríamos aquí. -Se sentó a su lado-. Me encantaría enseñarte tu ciudad… con los ojos de un extranjero. Estoy seguro de que podría cambiar lo que sientes por ella. Y así tendría la oportunidad de conocerte mejor…

Se acercó. Anna olió el perfume sutil de una colonia cara. Lo miró a los ojos verdes y brillantes y examinó sus facciones perfectamente definidas. Anna se dio cuenta de que dudaba mucho de que MacSwain tuviera algo que ver con los asesinatos que estaban investigando o incluso que fuera quien había drogado a esas chicas para utilizarlas en actos de sexo con carácter ritual. MacSwain tenía una belleza clásica; se apreciaba con claridad que debajo de la ropa tenía un cuerpo musculado y de proporciones perfectas; era cortés, inteligente e inspiraba confianza. Todo en él tendría que resultarle atractivo. Sin embargo, cuando MacSwain acercó la cara a la de ella y su boca envolvió la suya, tuvo que combatir una arcada que le subió por el pecho.


La Barthel WS 25 de quince metros de eslora era la lancha más nueva de la policía portuaria de Hamburgo, pero no la más rápida. El Kommissar Franz Kassel había ordenado apagar todas las luces en contravención de las normas portuarias que él mismo obligaba a respetar todos los días. Kassel alzó los binoculares y examinó el barco a motor de MacSwain, que se alejaba del muelle. Refunfuñó algo para sí mismo cuando vio que la embarcación era un Chris Craft 308 o un Express Cruiser 328. Ideal para navegar. También era rápida. Mucho más, si el propietario quería, que los veintidós kilómetros por hora que alcanzaba la VVS 25. Pero no era más rápida que las ondas de radio o el radar. Si el barco intentaba escapar, Kassel podía pedir refuerzos a cualquiera de los Kommissariats de la WSP que había a lo largo del río de allí a Cuxhaven. Con todo, sabía que había una agente de policía en aquella embarcación. Y, por lo que le había contado la Oberkommissarin Klee por radio, si se producía una llamada de socorro, la capacidad de reacción podía significar la diferencia entre la vida y la muerte.

Kassel tenía un aspecto fantasmal: era increíblemente alto y delgado, de pelo rojizo y con pecas que parecían haber surgido después de veinte años de exposición al aire, al sol y al rocío salobres del puerto. Se dejó colgados al cuello los binoculares, se quitó la gorra de la WSP y se pasó los dedos huesudos por el pelo rubio, seco y ralo.

– Chico malo… -farfulló, y cogió la radio.


Anna apartó a MacSwain, colocándole la mano en el pecho y empujándolo; no con fuerza, pero sí con la firmeza suficiente como para que captara el mensaje. Mientras se separaban, Anna se aseguró de sonreír.

– ¿Qué pasa, Sara? -La voz de MacSwain sugería una preocupación que no transmitían sus fríos ojos verdes.

– Nada… -dijo Anna. Luego, casi con coquetería, dijo-: Es que quiero ir despacio. Apenas te conozco. No te conozco.

– ¿Qué hay que saber? -MacSwain intentó besarla de nuevo. Anna se apartó. Esta vez el empujón que le dio con la mano en el pecho fue más en serio.


Maria Klee se volvió hacia Paul Lindemann, sosteniendo aún el transmisor de la radio a medio camino de la boca.

– El capitán de la lancha de la WSP dice que, si queremos, hay un modo de acabar con esto ahora mismo sin alertar a MacSwain de que lo estamos vigilando.

A Paul se le iluminó la mirada.

– ¿Cómo?

– MacSwain está haciendo un pequeño recorrido nocturno por Hamburgo. El capitán de la lancha dice que ha apagado las luces del barco. Y eso está prohibido… Está cerca de una ruta de navegación principal y podría representar un peligro. Por suerte, nuestro hombre de la WSP también ha apagado las luces. Dice que puede abordar a MacSwain antes de que se dé cuenta, escoltarlo hasta su atracadero y multarlo. Sería un modo de fastidiarle la noche a MacSwain… y de llevar a Anna a tierra firme.

– ¿Tú qué opinas?

– Anna no nos ha indicado que quiere que la saquemos de allí. Y no hemos obtenido ninguna información útil. Creo que deberíamos ceñirnos al plan. Sin embargo, por otro lado, en cuanto vuelva a encender las luces de navegación, nuestra excusa se debilitará. Tú decides, Paul.


Viernes, 20 de junio. 21:40 h


Speicherstadt (Hamburgo)


El cigarrillo sin filtro ardía peligrosamente cerca de los labios del ucraniano, y éste los apretó con fuerza al dar la última calada. Cogió el pitillo diminuto con el índice y el pulgar, lo tiró al suelo y lo apagó con el tacón.

Fabel sacó una docena de fotografías del sobre beige. Cuando vio las primeras imágenes, fue como si recibiera un martillazo en el pecho. Tres fotos en color mostraban a la misma mujer, desde ángulos distintos; le habían abierto y desgarrado el abdomen y extraído los pulmones. Fabel notó un regusto de bilis en la boca. Más horror. Vio que la chica rubia volvía la cabeza para mirar por la pequeña ventana el espacio vacío del almacén, como si quisiera evitar que su mirada recayera en las fotos. Con un gesto de la mano, el ucraniano no quiso hablar de aquellas imágenes.

– Ya llegaremos a ese caso después… -El ucraniano le indicó a Fabel que pasara al siguiente grupo de fotos. La chica dejó de mirar por la ventana y se dio la vuelta. Las siguientes imágenes no se habían tomado con luces extras para iluminar la escena, sino que se había confiado en el flash de la cámara para que lanzara un foco de luz y viveza intensas. Por alguna extraña razón, la fotografía no profesional con flash daba a cada escena una inmediatez y un realismo de los que carecía la objetividad clínica de la fotografía forense. Con cada estremecimiento de horror, Fabel se descubrió mirando una nueva imagen de mujeres, algunas aún niñas, despedazadas del mismo modo. Pero en cada foto, acechando en los bordes oscuros de los flashes de la cámara, Fabel vio que había otras víctimas. Pasó a la última imagen.

– Dios santo… -Fabel se quedó mirando la imagen con estupor, como si la atrocidad que tenía ante él fuera imposible de creer. Una chica, que no tendría más de dieciséis o diecisiete años, estaba clavada a la pared de madera. En las manos y en la carne y los músculos de la parte superior de los brazos le habían incrustado clavos, que más bien parecían escarpias de hierro rudimentarias. La habían desgarrado y abierto siguiendo el mismo método del Águila de Sangre de las otras víctimas, pero las masas oscuras y ensangrentadas de sus pulmones también estaban clavadas en la pared. De algún modo, a pesar del asco que le retorcía el estómago, alguna parte analítica y profunda del cerebro de Fabel procesó la similitud que había entre aquella fotografía y los lienzos que había visto en la exposición de Marlies Menzel. La foto se le cayó de las manos. Mientras la imagen planeaba boca arriba, vio las marcas que sus pulgares habían dejado en ella. Miró al ucraniano, casi suplicándole, como si buscara alguna explicación que pudiera hacer menos terrible lo que acababa de ver.

– Fue el último pueblo al que llegamos antes de alcanzar a Vitrenko. Estaba en pleno territorio rebelde, y la batalla que tuvimos que librar para llegar hasta allí fue terrible. No estábamos seguros de si la unidad de Vitrenko había pasado por aquel lugar o si éste estaba tomado por los rebeldes. Al final, resultó ser una aldea normal sin combatientes. Pero teníamos que asegurarnos: así que pasamos medio día bajo un sol implacable, recibiendo el azote continuo del polvo y la arena. Luego, justo después del mediodía, el viento cambió de dirección y nos trajo el hedor a muerte del poblado. Entonces supimos que Vitrenko había estado allí. Mandé a un pelotón de reconocimiento que nos hizo señas para que entráramos. Cuando me acerqué al jefe del pelotón, vi por su cara que la cosa pintaba mal.

El ucraniano hizo una pausa y señaló con la cabeza la imagen que ahora descansaba entre los pies de Fabel.

– Fue en una especie de granero o almacén de la aldea. Si existe el infierno, debe de parecerse bastante a lo que encontramos en aquel granero. Habían pegado un tiro a todos los hombres. Estaban todos apilados justo al lado de la puerta. Tenían las manos y los pies atados, y les habían obligado a arrodillarse antes de dispararles. Luego estaban las mujeres. Seguramente, todas las mujeres del pueblo. Unas veinte. De todas las edades: desde niñas a ancianas. A todas las habían desgarrado y les habían extraído los pulmones, igual que a sus víctimas. A un par las habían clavado a la pared del granero, con los brazos y las piernas separados como si fuera una especie de exposición… -El ucraniano hizo una pausa. Sus ojos buscaban en una escena invisible los detalles que le permitirían dar una descripción precisa-. Igual que los coleccionistas de mariposas presentan sus mariposas.

– ¿Lo hizo Vitrenko? -preguntó Fabel.

– No personalmente. Ésa es la cuestión: ordenó a otros que lo hicieran por él. Tiene talento para ello. Creó esta galería espantosa de piezas expuestas sin mancharse las manos de sangre. Sus hombres lo hicieron por él. Fue como una especie de examen…, una prueba. Fue como un ritual que los unió a su líder.

– ¿Y sólo se lo hicieron a las mujeres? -preguntó Mahmoot, que había escuchado el relato del ucraniano en silencio. Éste asintió con la cabeza.

– Recuerdo que el jefe del equipo de reconocimiento dijo que al menos los hombres habían tenido una muerte más fácil. Pero luego vimos que no. Vitrenko había obligado a los hombres a presenciar el horror. Antes de matarlos, les hizo observar cómo morían las mujeres.

Fabel y Mahmoot se miraron. El pequeño despacho modular se sumió en el silencio. De nuevo, Fabel se descubrió pensando en las imágenes que Marlies Menzel presentaba en su exposición y se imaginó en la galería espantosa de un granero cerrado y sofocante, situado en un paisaje desierto, contemplando los cadáveres destrozados de veinte mujeres: la obra de arte pervertida de la creatividad propia de un psicópata.

– ¿Le dieron alcance?

– Al final, sí. Mis órdenes eran llevarlos de vuelta a él y a sus hombres a territorio controlado por los soviéticos. Y es lo que hicimos; pero después de arduas negociaciones. De hecho, cuando le dimos alcance, los hombres de Vitrenko tomaron posiciones defensivas. Tuve que ordenar a mis hombres que se pusieran a cubierto. No entendían por qué sus camaradas les apuntaban. Pero aquellos hombres ya no eran soldados soviéticos. Eran soldados de Vitrenko. Bandidos. Muy bien entrenados, muy motivados, muy eficientes…, pero bandidos, en definitiva. Y su lealtad era exclusivamente para con Vitrenko.

»Después de la guerra de Afganistán, se convirtió en un héroe. Los detalles de sus atrocidades quedaron eclipsados por la popularidad de que gozaba entre los hombres normales y corrientes. Para serle sincero, a pocas personas, fuera cual fuese su rango, les importaba lo que le pasara a un puñado de musulmanes extranjeros, siempre que diera buenos resultados. Vitrenko pronto fue reconocido como un experto en terrorismo islámico. Después de la desintegración de la Unión Soviética, se convirtió en un miembro muy valioso de las nuevas fuerzas antiterroristas ucranianas. Se alistó en el Berkut, las «Águilas Doradas». De nuevo, su hoja de servicios fue ejemplar. Vitrenko es una persona muy inteligente y culta, y estudió todas las formas de criminología, psicología y antiterrorismo. Esto, combinado con su experiencia en el campo de batalla, lo convirtió en un experto muy respetado. Pero entonces, tuvieron lugar en Kiev una serie de violaciones y asesinatos brutales. -El ucraniano señaló de nuevo las fotos-. La primera fotografía que ha visto era de una de las víctimas, una joven periodista de una emisora de radio independiente de Ucrania. Detuvimos a alguien por los asesinatos, un joven de unos veinticinco años. Encajaba en todos los criterios de asesino en serie y confesó ser el autor de los crímenes, pero estábamos bastante seguros de que no actuaba solo. De hecho, Herr Hauptkommissar, no estoy convencido de que fuera el asesino. Corría el rumor de que detrás de estos crímenes había una especie de culto, y se mencionaba el nombre de Vitrenko. También sospechábamos que un agente de policía o de seguridad bien situado estaba dirigiendo la actividad del crimen organizado, pero no pudimos relacionar nunca a Vitrenko con este asunto. Luego, hará unos tres años, desapareció. Poco después, se perdió de vista a doce de sus antiguos subordinados… o, de hecho, desertaron de sus puestos en los ejércitos de Rusia, Bielorrusia y Ucrania.

Fabel soltó una risa amarga.

– Y se han trasladado a Hamburgo, donde las ganancias son mayores. Supongo que se trata de las personas a las que nuestra división de crimen organizado llama el «Equipo Principal»…

El ucraniano se encogió de hombros.

– La llame como la llame, la unidad de Vitrenko ha tomado de forma sistemática el control de las principales actividades mafiosas de su ciudad. Verá, para ellos, su queridísimo Hamburgo no es distinto de Afganistán, Chechenia o cualquier otro escenario de operaciones. Simplemente es otro paisaje. La lealtad que se tienen y que tienen para con su líder, su compromiso para alcanzar el objetivo de su misión… es lo único que les importa, nada más.

– Pero Vitrenko está loco -protestó Fabel, consciente de la pobreza de su argumento.

– Eso no viene al caso. Yo también creo que está demente, que es un psicópata. Pero su locura se ha convertido en su mayor activo. Como carece totalmente de inhibición y, bueno, de restricciones morales, puede utilizarla para aterrorizar a quienes subyugaría y cautivar a aquellos que utilizaría como instrumentos suyos.

– Iván el Terrible… -dijo Fabel entre dientes.

– ¿Cómo?

– Nada, he recordado una cosa que alguien me dijo hace poco -dijo Fabel-. ¿Por qué me cuenta todo esto?

Pareció que algo apagaba su mirada verde. Fabel casi podría haberlo definido como tristeza. La chica rubia interpretó una vez más la orden silenciosa del ucraniano y le entregó una carpeta. Él la abrió, sacó otra fotografía y se la dio a Fabel. Era una foto de archivo militar de un hombre de unos cuarenta años. El ucraniano se rió en voz baja al ver la contusión de Fabel mientras éste miraba primero la foto y luego al ucraniano y después de nuevo la foto. El rostro de la fotografía tenía exactamente la misma forma y los mismos ojos verdes que el anciano; pero la mandíbula era más ancha y robusta, y la amplia frente estaba encuadrada por una melena rubia. Por un instante, Fabel se preguntó si sería una foto del ucraniano de joven; pero a pesar de las similitudes desconcertantes, había demasiadas diferencias fundamentales y estructurales entre los dos rostros. Fabel recorrió más camino en tan sólo un par de segundos que en toda la investigación hasta la fecha. Se recostó en la silla y miró al anciano con una compasión perceptible.

– ¿Se apellida usted Vitrenko?

El ucraniano asintió con la cabeza. Fabel volvió a mirar la cara de la fotografía.

– ¿Es su hermano?

El ucraniano negó lentamente con la cabeza, como si la tuviera de plomo.

– Es mi hijo. Soy el padre de Vasyl Vitrenko.


Viernes, 20 de junio. 22:00 h


Niederhafen (Hamburgo)


Ahora que no corrían el riesgo de que MacSwain los viera, habían abierto la puerta corredera de la furgoneta Mercedes que servía de puesto de mando. Los hombres del MEK estaban fuera fumando. Dentro, el aire era más limpio, pero el ambiente seguía crispado. Todo el mundo escuchaba la conversación que tenía lugar en el barco, en algún punto de las aguas negras. La voz de Anna sonaba relajada y segura. Paul Lindemann abrió las manos sobre las rodillas, frotó las palmas en el tejido de los pantalones y soltó el aire despacio antes de levantarse de repente con un gesto decidido.

– Comunica a la lancha de la WSP que se mantenga a la espera. Si Anna quisiera que la sacáramos de allí, nos haría una señal.

Maria levantó el auricular de la radio, pero no comunicó.

– ¿Estás seguro, Paul?

– Diles que se mantengan a la espera. Pero quiero que se aseguren de que tienen contacto visual en todo momento, aunque corran el riesgo de que los vea. No quiero perder de vista a Anna.

– Creo que tomas la decisión correcta, Paul. Lo del barco ha sido una sorpresa desagradable, pero ahora que tenemos a la policía portuaria vigilando, controlamos de nuevo la situación. -Maria hizo una pausa-. Si quieres, también podemos subirnos nosotros a una lancha…

Paul negó con la cabeza.

– No. Volverán a tierra firme… de un modo u otro. Y lo lógico es que regrese a su atracadero. Quiero vigilarlo de cerca cuando vuelva.


MacSwain pulsó un botón en el panel blanco junto al timón del barco. Las luces de navegación y las luces interiores de la cabina de mando volvieron a encenderse. Levantó la botella de Sekt y arqueó una ceja. Anna alzó la copa.

– ¿Tú no quieres? -le preguntó ella, y comprobó, tanto como le fue posible sin que se notara, que era la misma botella que había abierto antes de apagar las luces.

MacSwain sonrió.

– Cuando estoy al timón del barco, sólo tomo una copa…; pero tú bebe, por favor. -Le llenó la copa y volvió a dejar la botella en la cubitera. Anna tomó un sorbo de champán. ¿Había algo en la bebida que antes no estaba? ¿Un regusto? Notó el hormigueo de un sudor frío en la frente y retuvo el líquido en la boca, llevando al límite las capacidades analíticas de su paladar. Anna tragó el champán, mientras repasaba mentalmente su frase de alarma, como si fuera un chaleco salvavidas al que pudiera agarrarse al primer indicio de hundimiento. Sonrió débilmente a MacSwain, cuyo rostro seguía inexpresivo y oscuro. El momento pasó. No se mareó ni sintió confusión.

– ¿Cuánto hace que te interesan los barcos? -Fue lo único que se le ocurrió preguntar.

– Bueno…, desde pequeño. Mi padre me llevaba a navegar en Escocia. Siempre he andado entre barcos y cerca del agua.

– ¿Estás muy unido a tu padre?

MacSwain se rió.

– Nadie está unido a mi padre. Es un aburrido. La verdad es que nunca nos hemos llevado bien. Me metieron en un internado, y sólo veía a mis padres en vacaciones. Incluso entonces, aparte de llevarme con él cuando iba a navegar, o acompañarlo en viajes al extranjero, mi padre no me dedicaba demasiado tiempo. -Se encogió de hombros con filosofía-. Mi madre es alemana y siempre he conectado más con su rama de la familia. ¿Quieres comer algo más?

– No, gracias… Debe de ser duro… para un chico, quiero decir, no tener una buena relación con su padre.

MacSwain se ofendió un poco.

– Ya no soy un niño pequeño. -Esbozó una sonrisa forzada-. Empieza a hacer frío aquí fuera… ¿Quieres que entremos en el camarote y tomemos un café?

Anna se rió.

– ¿No se te ocurre nada mejor? ¿O es que quieres enseñarme tu colección de sellos?

MacSwain levantó las manos.

– Si lo único que quieres es un café, un café es lo único que te voy a dar.

Anna tensó los músculos de las mejillas para mantener la sonrisa. Café. Otra bebida donde esconder algo menos inocuo.

– De acuerdo…

El camarote era pequeño pero luminoso y elegante, de polímero blanco moldeado con detalles de madera. A cada lado había dos ojos de buey ovalados y tres en el techo de la cubierta. A la derecha, había un pequeño sofá encajado en un hueco; una cocina compacta y un cubículo que Anna imaginó que era el baño se ajustaban en el espacio disponible a la izquierda. Una cama de matrimonio ocupaba el extremo de la proa. En el camarote flotaba un aroma intenso procedente de la cafetera embutida en la pared de la cocina. MacSwain le indicó a Anna que se sentara en el sofá. Ella vio que servía los dos cafés de la misma cafetera y se sintió aliviada cuando MacSwain se sentó en el borde de la cama en lugar de forzar cierta intimidad apretujándose en el pequeño espacio que quedaba en el sofá.

– ¿Así que trabajas en una agencia de viajes? -le preguntó MacSwain.

Anna sintió un escalofrío en el pecho. Era una parte de su tapadera que no quería someter demasiado al examen de MacSwain. Escarbó en su memoria en busca de las emociones verdaderas que le había suscitado su breve paso por Meier Reisen.

– Sí. Es el trabajo más aburrido del mundo. Mandas a la típica familia alemana dos semanas de vacaciones a Tenerife o a Gran Canaria y luego tienes que escuchar cómo se quejan de que en el menú del hotel no había Bratwurst… ¿Por qué lo preguntas?

– ¿Has enviado alguna vez a alguien a un lugar del que no quisiera regresar…? Un lugar que despertara un sentimiento instintivo en su interior… Que le hiciera sentir que aquél era su lugar.

Anna se encogió de hombros.

– No… No lo creo…

– Así me sentí yo la primera vez que vi Hamburgo. Y a veces también pasa eso con las personas. -Un fuego se encendió en los ojos de MacSwain-. A veces encuentras a alguien y es como si os conocierais desde hace una eternidad. Como si fuera la última variación de una melodía que lleva sonando mil años.

– Qué romántico… ¿Es una frase que utilizas con las mujeres?

La expresión de MacSwain se ensombreció.

– No tiene nada que ver con las mujeres o el sexo. Estoy hablando de algo mil veces más importante que, bueno, el amor. Estoy hablando de un vínculo verdadero entre una persona y un lugar…, entre una persona y otras. -MacSwain frunció el ceño como si buscara un punto de referencia, una señal, que pudiera mostrar a Anna-. En alemán hay una palabra que no tiene traducción en inglés…

– Hay unas cuantas…

MacSwain desechó el comentario de Anna con un gesto de la mano.

Heimat. El concepto de un lugar, un tiempo, y unas personas que son tu gente. Está entre los conceptos de «hogar» y «patria».

Anna asintió con la cabeza distraídamente. Era una palabra que ella asociaba con provincianismo y estrechez de miras; con las películas anodinas políticamente descafeinadas y afectadas que se habían rodado en Alemania durante el período posterior a la segunda guerra mundial: una época en la que albergar cualquier sentimiento de germanidad parecía inadecuado o incluso de mal gusto.

– A lo largo de la vida, encuentras y forjas relaciones que te proporcionan ese sentimiento interno de Heimat, de pertenencia. Pero no tiene por qué estar necesariamente vinculado a un lugar. Cuando te encuentras con esa persona, donde sea que vuelvas a encontrarla, sientes que estás en casa. -La intensidad desapareció de los ojos de MacSwain. Se encogió de hombros y bebió otro sorbo de café-. Por eso mi padre ya no forma parte de mi paisaje, sólo es un personaje secundario. He aprendido que hay vínculos mucho más importantes entre las personas que los meramente genéticos. Bueno…, ya basta de hablar de mí…

Se trasladó al sofá. Anna se vio obligada a moverse para hacerle sitio. Él se acercó más y aproximó la cara a la de ella. Una vez más, Anna se fijó en sus facciones de una belleza casi perfecta y le asombró que se le revolviera el estómago cuando MacSwain posó sus labios en los de ella. Se apartó con tranquilidad de él y sonrió.

– Hora de volver a puerto, capitán -le dijo Anna con la esperanza de que su jocosidad no sonara tan falsa por fuera como le sonó a ella por dentro. MacSwain sonrió con sequedad y soltó un suspiro.

– Claro…


MacSwain había sido amable y educado, pero Anna lo notó frío de regreso al embarcadero. A medida que las luces de la orilla se acercaban, sintió que la invadía una sensación de energía y alivio. Declinó la invitación de MacSwain de llevarla a casa, aduciendo que tenía el coche aparcado por la discoteca, pero él insistió en acercarla hasta allí. Cuando MacSwain entró en su atracadero, Paul Lindemann y el equipo de vigilancia ya se habían retirado, y habían vuelto a seguirle la pista de camino a la discoteca.

– Aquí ya está bien… -dijo Anna mientras se detenían por fuera del club. De nuevo, MacSwain esbozó una sonrisa educada.

– ¿Dónde tienes el coche? -le preguntó. Anna hizo un gesto impreciso con la mano.

– A la vuelta de la esquina. -Anna sacó una libretita del bolso sin asas y anotó el número de móvil que le habían asignado para la operación-. Escucha… Creo que esta noche no he sido la mejor de las compañías… Llámame y podemos quedar para otro día.

– Empezaba a pensar que no te gustaba, Sara. Parecías, bueno, inquieta o algo así.

Anna se acercó a MacSwain y le dio un beso prolongado en los labios. Se retiró y sonrió.

– Ya te lo he dicho… Me mareo en los barcos. Eso es todo. Llámame. -Abrió la puerta del Porsche y sacó las piernas-. La próxima vez quedamos en tierra firme…


Uno de los coches de vigilancia partió detrás del Porsche de MacSwain manteniendo una distancia segura. Anna se quedó en la acera mirando cómo el coche doblaba por la esquina de Albers-Eck. Sólo después de que el equipo de vigilancia confirmara que MacSwain había salido del Kiez, la Mercedes Vario se detuvo junto a Anna. La primera en bajar fue Maria, que le pasó un brazo por los hombros en un gesto de afecto torpe y poco habitual.

– Lo has hecho la hostia de bien, Anna -le dijo.

– Menudo susto nos ha dado con la maniobra del barco. -Paul Lindemann había salido de la furgoneta y estaba junto a Maria-. No sé cómo coño has estado tan tranquila.

Anna soltó una risita infantil y se dio cuenta de que le temblaban las piernas.

– Yo tampoco.

– Le pedimos a la Wasserschutzpolizei que te vigilara -le explicó Paul-. Has estado segura todo el tiempo… Si hubieras necesitado ayuda, la tenías a unos segundos.

Maria iba a decir algo cuando le sonó el móvil. Retrocedió unos pasos y contestó.

– Tengo que decirte que lo has hecho muy bien, Anna -dijo Paul-. Pero no hemos sacado demasiado. No ha dicho ni hecho nada que sugiera que está relacionado con los secuestros o con los asesinatos.

Anna no contestó, pero siguió mirando en la dirección que había tomado MacSwain. El fantasma de la náusea que había sentido cada vez que MacSwain la tocaba se retorcía en algún lugar de su estómago.

– Tengo un presentimiento sobre MacSwain -dijo sin mirar a Paul-. He tenido una reacción física muy real y poderosa hacia él.

Paul soltó una risita.

– ¿Intuición femenina?

– No. -Anna contestó con un hilo de voz, pero con un tono fuerte y claro-. Intuición de policía.

– Bueno -dijo Paul-. Parece que has pasado por todo eso para nada. Sospecho que Mister MacSwain no es más que un yuppie mujeriego.

– Parece que tienes razón. -Maria cerró la tapa de su móvil-. Era Fabel…, por fin. Parece ser que también ha tenido una noche movidita. MacSwain queda fuera. Ya tenemos un nombre para nuestro asesino. Vasyl Vitrenko.

Anna se volvió para mirar a sus compañeros. Sus ojos negros brillaban con frialdad bajo el destello de neón del Kiez.

– Me da igual lo que haya descubierto Fabel. Sé que MacSwain tiene algo maligno. Es nuestro asesino. Lo sé y punto.


Sábado, 21 de junio. 1:04 h


Harburg (Hamburgo)


Pese a que la noche era suave, Hansi Kraus temblaba debajo de las sábanas pestilentes y raídas y del grueso abrigo militar que lo acompañaba a todas partes. Su cuerpo magro se convulsionaba, le castañeteaban los dientes y era como si una rata le royera constantemente las tripas. Quizá no tendría que haber vuelto a la casa abandonada; pero necesitaba un sitio cálido donde, tal vez, poder mendigar, pedir prestado o robar el dinero suficiente para pagarse el pico que tanto necesitaba. Desafortunadamente para Hansi, no había tenido la oportunidad de explotar ninguna de las tres opciones. Allí estaba expuesto, pero tenía que aclararse. Iría a ver al turco por la mañana y le diría lo que había visto en el Polizeipräsidium. Los turcos sabrían qué hacer; quizá, por una vez, incluso le anticiparían algo. También le había escrito una carta a su madre, la primera prueba que le daba en cinco años de que todavía respiraba. En ella, le expresaba lo más parecido a una disculpa de que era capaz; le pedía perdón por haber destruido a su único hijo y haber acabado con todas las esperanzas y sueños que había depositado en él. Era irónico que, después de una década de miedo y amenazas, y cinco años durante los cuales su madre y sus hermanas probablemente lo habían dado por muerto, Hansi aceptara que seguramente había llegado su hora. Ahora reparaba en el daño que había causado; ahora dejaba un mensaje que perduraría cuando él ya no estuviera.

Hansi tenía miedo. Hansi siempre tenía miedo, era su estado natural; pero ahora ese miedo había subido una marcha. En algún lugar, inyectados en sus huesos, tenía recuerdos de infancia que no se habían evaporado con la carne que en su día dio forma a su cuerpo. Cuando Hansi estaba enfermo o tenía miedo, su madre dejaba que durmiera con la luz de la mesilla encendida. El Hansi espectro recurría ahora al Hansi niño, y recordaba la luz tenue y cálida, el olor de las sábanas limpias, la sensación de piel aseada después del baño y el cosquilleo de alegría y seguridad acogedora que sentía al acurrucarse en la cama. Ahora, veinte años después, lo único que le quedaba a Hansi era una triste bombilla que brillaba sombría e ineficazmente en el techo, como un talismán frente a los escalofríos, los dolores y los miedos que convulsionaban su cuerpo débil y ansioso. Oyó unos pasos en el rellano. En circunstancias normales, no habría bocho caso: siempre había actividad en la casa, gente que entraba y salía, borracha o colocada, que se peleaba o gritaba en sueños. Sin moverse, escuchó con atención, pero los pasos se habían detenido. No se habían ido apagando. Se habían detenido.

Había comenzado a ponerse en pie apoyándose en un codo cuando la puerta se abrió despacio. A Hansi le dio tiempo de pensar que creía que abrirían la puerta de golpe, en lugar de empujarla suavemente y sin hacer ruido, como hacía su madre cuando entraba en su habitación para comprobar que todo estaba bien. El hombre más viejo sostuvo la puerta para que entrara el más joven, el que parecía culturista, que recorrió deprisa y silenciosamente la corta distancia que había hasta la cama. El grito que comenzó a salir de la garganta de Hansi quedó aplacado por la mano enorme y poderosa del joven que le tapó la boca con fuerza y firmeza. El anciano entró y cerró la puerta. Sonriendo a Hansi, sacó una cajita metálica del bolsillo de su abrigo de piel oscuro. Aún con una sonrisa y con la cabeza ligeramente ladeada, alzó la cajita alargada entre el dedo índice y el pulgar y la agitó, como un padre que provoca a su hijo con un caramelo.

– Hora de ponerse alegre, Hansi -dijo con una voz casi amable mientras sacaba una aguja hipodérmica desechable-. Más alegre que nunca…

Hansi intentó gritar, pero el joven le metió un trapo apestoso en la boca antes de obligarle a estirar el brazo y subirle la manga.

En la fracción de segundo que transcurrió antes de que la heroína letalmente pura entrara en su organismo, los ojos de Hansi miraron veloces de un hombre al otro. Las palabras «Sé quiénes sois… Os vi y sé quiénes sois…» murieron en su lengua inmovilizada por el trapo sucio que le habían metido en la boca. La heroína tan sólo tardó unos segundos en invadir el cuerpo magro de Hansi Kraus. Mientras le sacaban el trapo de la boca y le daban la espalda para dejarle morir solo, a Hansi le pareció percibir el olor de unas sábanas recién lavadas.


Sábado, 21 de junio. 4:00 h


Polizeipräsidium (Hamburgo)


El ambiente de la sala de investigaciones era una extraña mezcla de excitación y agotamiento. A aquellas horas de la noche previas al amanecer, los agentes que acababan de levantarse y aquellos que, como Fabel, María, Paul y Anna, llevaban despiertos y activos desde el día anterior se esforzaban por sacudirse de encima el cansancio físico que se pegaba a ellos y apagaba la emoción que suponía estrechar el cerco sobre su presa. Había un zumbido de voces que hablaban por teléfono, despertando a agentes contrariados de toda Europa, desde Hamburgo a Kiev.

Y ahí, en primer plano, aumentados y clavados en el centro de la pizarra, los fríos ojos verdes de Vasyl Vitrenko, como si fueran la mirada malévolamente heroica de algún dictador de la Europa del Este, se posaban con aire de desafío sobre aquellos que lo perseguirían. Al lado de la imagen de Vitrenko estaban las copias de las fotos del granero que les había dado su padre. Cuando Fabel pegó las imágenes en la pizarra, una incredulidad atónita acalló por un momento el vocerío de la sala.

Maria, que hablaba inglés razonablemente bien y un poco de ruso, perseguía por teléfono a los agentes de policía reacios de Odesa y Kiev. También había revisado las bases de datos de la Europol y la Interpol, en las que encontró un dato aquí y otro allá que les ayudaron a formarse una idea de la persona que había detrás de la imagen colgada en la pizarra.

Fabel aprovechó un momento de relativa tranquilidad en la sala para convocar a la mayoría de su equipo, que esperó a que los compañeros que seguían al teléfono finalizaran sus llamadas.

Fabel se colocó delante de la pizarra y se apoyó en la mesa, apretando los nudillos en la superficie de cerezo pulida. Respiró hondo antes de comenzar el informe sobre lo que le había contado el ucraniano. La sala quedó en silencio, reinaba una calma intensa, como si alguien hubiera atado el aire y lo estuviera tensando, mientras Fabel reproducía el relato del anciano sobre cómo había perseguido a su hijo por las montañas y llanuras medio desiertas de Afganistán, siguiendo un rastro de atrocidad cada vez mayor, que había culminado en el descubrimiento del granero. Luego, les hizo un resumen de lo que sabía sobre los asesinatos de Kiev.

– Muy bien, gente. Tenemos un sospecho principal claro; pero, mientras conseguimos los datos necesarios para que la fiscalía del estado tramite la orden para proceder a su detención e interrogatorio, no tenemos ninguna prueba sólida para trincarlo. -Fabel se dio la vuelta y dio un golpe con la palma de la mano en el retrato ampliado-. Coronel Vasyl Vitrenko, ex agente del Berkut ucraniano o unidad antiterrorista Águilas Doradas. Cuarenta y cinco años. Y un hijo de puta duro y desalmado. Tenemos a un testigo ocular, aunque posterior a los hechos, que afirma que Vitrenko orquestó asesinatos en masa siguiendo exactamente el mismo modus operandi que hemos visto aquí en Hamburgo. También tenemos una serie de asesinatos idénticos en Kiev… Pero, de nuevo, estos episodios no nos sirven de mucho porque no podemos relacionar de forma concluyente a Vitrenko con estos crímenes, especialmente porque la policía ucraniana cree que ya tiene al autor. Pero lo que sí tenemos es un posible móvil. Parece ser que al menos dos de nuestras víctimas tenían información, potencialmente muy dañina, sobre un gran chanchullo inmobiliario en el que estarían implicados nuestros amigos los Eitel y contactos ucranianos. ¿María?

Maria Klee cogió sus notas y las hojeó. Comenzó a hablar, pero el cansancio le había resecado la garganta, y tosió un poco antes de empezar.

– He hablado con la policía ucraniana de Kiev, la unidad antiterrorista del Berkut y el servicio secreto SBU. Como era de esperar, el SBU no se ha mostrado muy comunicativo, pero la policía sí me ha dado información sobre los asesinatos de Kiev. Parece que piensan que nuestro asesino es un imitador, porque, como ha dicho el Hauptkommissar Fabel, juran que detuvieron al verdadero culpable. -Volvió a mirar sus notas-. Un tal Vladimir Gera… -Maria se atrancó con el apellido y volvió a intentarlo-. Vladimir Gerassinenko. Al parecer, era un tipo brillante que trabajaba de interventor de ferrocarril. Hubo tres víctimas. Dos de ellas fueron, bueno, sacrificadas como parte de una especie de rito. Había la sospecha de que en los rituales participaron otras personas, pero a Gerassinenko lo condenaron por el tercer asesinato.

– ¿La periodista? -preguntó Fabel.

– Sí. Y la mató en su casa.

– Igual que a Angelika Blüm. -Fabel expuso aquella obviedad para remarcar el hecho, pero su voz sonó apagada y cansada-. ¿Hay alguna posibilidad de mandar a alguien a Ucrania para que interrogue a este tal…?

– Gerassinenko… -Maria ayudó a Fabel con el nombre-. No es probable. Ucrania firmó una moratoria de la pena de muerte en 1997 y la abolió en 2000…, pero Gerassinenko fue ejecutado en 1996.

Fabel soltó un suspiro.

– ¿Qué más has descubierto?

– Bueno… Tu hombre, el padre de Vitrenko, ya no está en servicio activo en ninguna sección de la policía ucraniana. He hablado con una persona del Ministerio del Interior, la única que han querido sacar de la cama, y, según él, el comandante Stepan Vitrenko se retiró hace años del Berkut. Al tipo con el que he hablado he podido sacarle que para Vitrenko padre dar caza a su hijo se ha convertido en una especie de cruzada individual. Al parecer, los soviéticos lo mandaron tras Vitrenko en Afganistán, y desde entonces se ha convertido en una obsesión para él.

– Imagino por qué -dijo Fabel.

– Tengo que añadir -dijo Maria- que la única razón por la que los ucranianos dan más importancia a la desaparición de Vitrenko que a la de una persona desaparecida normal y corriente es porque se trata de un gran especialista en antiterrorismo y crimen organizado. Por lo que a ellos se refiere, el único delito que ha cometido es desertar de su puesto.

– ¿Qué hay del Berkut, esta unidad antiterrorista a la que perteneció? -preguntó Fabel.

– Básicamente, es la unidad antidisturbios y antiterrorista multiusos. Amnistía Internacional ha mostrado su inquietud respecto a su forma de actuar. Depende del Ministerio del Interior ucraniano. Por lo que he averiguado, el cometido de Vitrenko estaba más allá de los parámetros operativos habituales del Berkut. Era un agente muy prometedor con pericia en crímenes civiles, políticos y terroristas. Ucrania tiene un problema grave con el crimen organizado, y las tensiones entre la población de minoría rusa y la de mayoría ucraniana son importantes. A esto cabe añadir el hecho de que seguramente es el país con el mayor número de asesinos en serie del mundo; razón por la cual tienen los mejores expertos mundiales en encontrar a este tipo de asesinos.

Fabel se frotó la barba de veinticuatro horas.

– Si el padre de Vitrenko ha emprendido una cruzada individual para encontrarlo, ¿quién es la chica que trabaja con él? ¿Y por qué?

– Creo que tengo la respuesta -dijo Maria, y volvió a buscar en sus notas para encontrar el dato relevante-. Creo que es la teniente Martina Onopenko. Hasta hace poco era agente de la policía de Kiev.

– ¿Una inspectora?

– No…, era policía uniformada. Pero también tiene experiencia militar. También resulta que es la hermana pequeña de la periodista asesinada. Al parecer, comparte la convicción del anciano de que el verdadero culpable del asesinato de su hermana es Vitrenko. Dimitió de la policía cuando se negaron a reabrir el caso.

– Qué asociación más improbable -dijo Fabel en tono meditativo-. La hermana de una víctima y el padre del sospechoso principal…

Maria se encogió de hombros.

– Sólo es una suposición mía sobre quién puede ser la chica. Sirvieron juntos en Ucrania después de la desaparición de Vitrenko, de eso no hay duda. -Maria le pasó a Fabel una fotografía de una mujer joven-. Me la han enviado por correo electrónico nuestros amigos ucranianos…

Fabel examinó la fotografía. En muchos sentidos, la chica de la imagen se parecía a la ayudante del anciano ucraniano, pero tenía el pelo más oscuro y la cara más ovalada.

– Se parece, pero no es…

– Ya lo sé. Ésta es la periodista de Kiev asesinada. Valerie Onopenko.

– Pues entonces seguro que es la hermana de la mujer que va con Vitrenko padre. Parece que este caso trata de asuntos familiares.

– Hablando de eso -Werner se acercó al frente del equipo reunido-, he investigado a nuestros amigos los Eitel. Ya sé que no nos centramos en ellos como autores de los asesinatos, pero los dos tienen coartadas sólidas para el primer asesinato. El padre tiene una coartada confirmada para el segundo, y Norbert Eitel, para el tercero. He hablado con algunos de nuestros hombres de la unidad de delitos económicos y empresariales del segundo piso, pero me han dicho que ahora mismo no están investigando a los Eitel por nada, aunque han mostrado mucho interés por estas acusaciones de fraude inmobiliario. Les he pasado una copia de nuestro expediente. Me han dado una relación completa de las empresas y negocios registrados que controlan los Eitel o de aquellos por los que tienen interés. Y, en efecto, son los directores de Neuer Horizont. -Ahora le tocaba a Werner repasar sus notas-. También tienen intereses en Gallada Trading. Es un holding que al parecer está haciendo negocios con la rama inmobiliaria del Grupo Eitel. Este dato es el que ha avivado el apetito de la unidad de delitos económicos y empresariales. He podido establecer que Gallada Trading está codirigida por Wolfgang Eitel, Norbert Eitel, Pavlo Klimenko y un hombre de negocios estadounidense llamado John Sturchak. Gallada Trading ha comprado bastantes propiedades inmobiliarias en Hamburgo últimamente.

– Y Pavlo Klimenko es uno de los hombres de Vitrenko. -Fabel se quedó pensando un momento-. ¿Qué sabemos del estadounidense?

– No mucho, pero me están traduciendo un correo electrónico al inglés para mandarlo al FBI y a la Interpol.

– Deberíamos hablar otra vez con los Eitel -dijo Fabel-. Y creo que en esta ocasión en vez de disfrutar nosotros de su hospitalidad empresarial, ellos deberían disfrutar de la nuestra.

Anna Wolff se puso en pie. Aún llevaba el vestido elegante que había elegido para la cita con MacSwain, pero se había puesto su característica chaqueta de piel encima. Tenía la cara demacrada y pálida bajo el maquillaje.

– ¿Qué hay de MacSwain?

– ¿Qué pasa con él?

– ¿Sigue siendo sospechoso o no? -A pesar del cansancio, había un tono desafiador en su voz.

– Para estos asesinatos, no. Pero lo mantendremos bajo vigilancia de todas formas. Sigo pensando que es posible que tenga algo que ver con los secuestros, y ahora creo que no están relacionados con el caso principal. Pero tengo que tener cuidado, Anna. Al Kriminaldirektor Van Heiden cada vez le inquietan más los gastos: cree que si MacSwain se da cuenta de que hemos estado vigilando todos sus movimientos sin tener pruebas sustanciales que indiquen que es sospechoso, nos podría caer una demanda embarazosa.

Anna volvió a sentarse.

Fabel, que seguía de pie, se quedó un momento callado antes de dirigirse de nuevo a todo el equipo.

– Y ahora, clase de historia. -Había puesto una caja archivadora encima de la silla que estaba junto a otra en cuyo respaldo había colgado su chaqueta Jaeger. Levantó la tapa y sacó un fajo de papeles. La audiencia se revolvió impaciente. Los inmovilizó con una mirada fría-. Es necesario. Nos enfrentamos a un modus operandi con forma de ritual que tiene mil años de historia. Nuestro asesino, Vitrenko, vive tanto en el pasado como en el presente. Tenemos que comprender qué sentido perturbado de la historia y del destino le impulsa a actuar. He descubierto bastantes cosas que nos interesan…

Fabel no mencionó que había despertado a Mathias Dorn con una llamada telefónica. El profesor Dorn le había proporcionado los datos clave que necesitaba o pistas por dónde seguir buscando. Y lo que era más importante, Dorn había recordado el nombre del rey vikingo que había ocupado el lugar del rey Inge I cuando éste se negó a llevar a cabo el sacrificio que se celebraba cada nueve años en Uppsala. Fabel cogió una fotocopia de entre los papeles y la clavó en la pizarra, junto a la imagen de Vitrenko y casi encima de ella. Era la fotocopia de una ilustración en plancha de cobre del siglo XIX. Aparecía un guerrero de espaldas improbables montado sobre un corcel de aspecto temible. Tenía el pelo claro y con tirabuzones, un bigote enorme y una barba con trenzas y cuentas. Llevaba una guerrera y una manta de piel enorme a modo de capa sobre los improbables hombros. Le cubría la cabeza un casco con alas de águila.

– Éste es el verdadero padre de Vasyl Vitrenko -dijo Fabel-; no el ucraniano que lo persigue. Al menos, creo que eso es lo que piensa Vitrenko.

Fabel esperó a que cesara el parloteo repentino, incluidas algunas risas.

– Sólo es una suposición mía. La someteré a la opinión de Frau Doktor Eckhardt mañana…, quiero decir esta mañana… Pero éste, damas y caballeros, es Sven. Como en Hijo de Sven. Su nombre completo es Blot Sven, Sven el Sanguinario o Sven el Sacrificador, dependiendo de cómo se interprete. Fue rey de Suecia entre 1084 y 1087. Su hermanastro, el rey Inge I, se convirtió al cristianismo y se negó a realizar ritos paganos de sacrificio en el templo de Uppsala. Sven recuperó los sacrificios, y de ahí su nombre. Inge huyó a Västergötland, y Blot Sven se convirtió en rey de Suecia, o Svealand. Puede que os preguntéis, ¿qué relación hay entre un loco ucraniano y Suecia? -Fabel clavó una segunda ilustración, igualmente heroica, junto a la de Blot Sven-. Este caballero es Rurik, el primer gran príncipe de Kiev. Supuestamente, Rurik era un príncipe vikingo de esta zona de Alemania, quizá de Frisia. Los guerreros a los que guió a la conquista de Novgorod y Kiev eran los rus; de ahí viene el nombre de Rusia. Además de los rus, la banda de Rurik también estaba compuesta por varegos y otros mercenarios. La historia, por muy improbable que pueda sonar, es que los eslavos asentados en lo que ahora es Ucrania y Rusia vivían en la anarquía e invitaron a Rurik y a su hermano para que establecieran el orden. Es la misma fábula que se cuenta sobre los sajones en Inglaterra; en este caso, los hermanos fueron Hengist y Horsa. El caso es que Rurik y sus hombres eran extranjeros que subyugaron a una tierra extraña. Se debían lealtad exclusivamente los unos a los otros. Y su recompensa era riquezas y éxito. Acabarían convirtiéndose en la élite de aquella nueva tierra y en los fundadores de las aristocracias rusa y ucraniana. Vitrenko y sus hombres están haciendo lo mismo aquí…, y Vitrenko lo ha envuelto todo con sus conceptos semimíticos de hermandad en el campo de batalla y rituales vikingos secretos.

– Pero todo esto son gilipolleces -dijo Werner-. No pueden creer en serio que son un grupo de vikingos que ocupan una tierra nueva.

– Sí que pueden. Y a pesar de que todo esto es una gilipollez, puedes decir lo mismo de cualquier religión o sistema de creencias si no los compartes. Lo importante no es aquello en lo que se cree, sino el acto de creer en sí. Da igual lo extraño o extremo que pueda parecerle a los demás. Es lo que hace que jóvenes por lo demás cuerdos estrellen aviones en edificios llenos de gente.

Werner meneó la cabeza, más porque sentía un desconcierto triste y desanimado que porque no estuviera de acuerdo. Fabel continuó:

– Para empezar, no tengo ni idea de si Vitrenko creía en estas historias o si utilizó el mito como estratagema para manipular a quienes estaban bajo su mando -prosiguió Fabel-. Pero estoy plenamente convencido de que ahora cree en todo esto…

Hizo una pausa y recordó el final de la conversación que había tenido con el viejo soldado ucraniano. Había hundido los fuertes hombros al hablar de cómo era Vitrenko de niño. El chico pálido con los ojos de su padre que era capaz de tanto y que había mostrado tener una sed temprana y enorme de crueldad. Historias sobre cómo había manipulado, intimidado y engatusado a otros niños para que llevaran a cabo actos de tortura contra animales pequeños. Luego, contra otros niños. Fabel siguió:

– Y también tengo la seguridad de que Vitrenko es un psicópata desde que tiene memoria. Pero en lugar de tratarlo y tenerlo controlado, lo mandaron a academias militares soviéticas de élite donde sus habilidades naturales, y su psicopatía, se aguzaron. -Fabel cogió los papeles de la mesa y los agarró formando un cono. Los sostuvo delante de él como si estuvieran en llamas; como si fueran una antorcha encendida que ofrecía a sus compañeros-. Vasyl Vitrenko es la persona más peligrosa a la que nos hemos enfrentado. Matará a cualquiera que suponga una amenaza para él. Y eso os incluye a vosotros. Y me incluye a mí.

Fabel no sabía qué más decir. Inundaban su mente las imágenes de las víctimas, de los ojos del padre de Vitrenko mientras lo agarraba por la garganta…, los mismos ojos fríos color esmeralda que su hijo. Un escalofrío le recorrió el cuerpo al imaginar a Ursula Kastner, Tina Kramer y Angelika Blüm mirando esos ojos gélidos y brillantes mientras la vida se les escapaba. El resto del equipo debía de estar en un lugar oscuro parecido, porque durante unos segundos el silencio fue absoluto. Fue Maria Klee quien lo rompió.

– ¿Qué hay del padre de Vitrenko? ¿Lo has traído?

Fabel negó con la cabeza.

– Pero atacó a un agente de policía. A ti. No podemos permitir que quede impune.

– Puedo y lo haré. Fue a mí a quien atacó, y he suspendido su búsqueda. Ha accedido a ponerse en contacto conmigo cuando necesitemos volver a compartir información. Creo sinceramente que lo único que quiere es detener a su hijo. -Mientras hablaba, el primer mensaje de correo electrónico resonó en su mente: «Podrá detenerme, pero nunca me atrapará».

– ¿Y qué hace mientras tanto el padre de Vitrenko? -El ceño fruncido de Maria era casi un gesto de enfado.

– Hace exactamente lo que hacemos nosotros: intenta encontrar y detener a Vitrenko.

– ¿Y si lo encuentra él primero? -Werner retomó el hilo de Maria.

Fabel recordó haberle preguntado lo mismo al anciano mientras salían del despacho modular y se adentraban en la penumbra resonante del almacén. El ucraniano se había vuelto hacia él y con voz tranquila y apagada le había dicho: «Pondré fin a todo esto». Fabel miró fijamente a Werner y mintió.

– Me ha dado su palabra de que nos entregará a Vitrenko y cualquier prueba que descubra. Por eso no quiero detenerlo. Quiero que se lo trate como un confidente clave. ¿Entendido? -Se inclinó de nuevo hacia delante, con los nudillos sobre la mesa; su rostro serio y tenso no traslucía el cansancio-. Necesito que empiecen a pasar cosas ya. Primero, quiero tener a los Eitel aquí para interrogarles. Ya. Si protestan, quiero que se los detenga bajo sospecha de ser cómplices de asesinato. Y, Werner, que los chicos de la división de delitos económicos y empresariales recopilen todas las preguntas que quieran hacerles. Estaría bien someterlos a un interrogatorio conjunto. -Werner asintió con la cabeza.

«Segundo -prosiguió Fabel-. Quiero que busquéis e investiguéis a todos los confidentes ucranianos. A fondo. Quiero los lugares donde opera la banda de Vitrenko y quiero tenerlos antes de que acabe el día. Y para dejarlo bien claro, no me importa una mierda si nuestros colegas del LKA7 se ofenden. Yo también lo haré, además de exprimir a nuestros colegas del BND. -La expresión de Fabel aún se ensombreció más-. Nadie va a decirnos qué tenemos que saber. Y eso es todo por ahora. La Oberkommissarin Klee y el Oberkommissar Meyer os asignarán vuestras tareas. Werner, quédate un momento, quiero hablar contigo.

– Claro, jefe…

La sala tardó unos minutos en vaciarse. Werner se quedó sentado, y Anna Wolff rodeó la mesa de reuniones para acercarse a Fabel. Tenía la mirada ensombrecida, pero algo parecido a una actitud de desafío ardía en sus ojos.

– Bueno, ¿qué le digo si me llama?

– Si te llama ¿quién?

– MacSwain. Le he dado el teléfono que me asignasteis para la operación.

– Cancela el número. No quiero que vuelvas a tener contacto con él. No puedo justificar ante Van Heiden más operaciones secretas caras. Tenemos que comprobar más cosas sobre él, pero no es prioritario.

– Creo que es nuestro hombre, jefe.

Fabel frunció el ceño.

– ¿Por qué, Anna? Ya has visto lo que tenemos sobre Vitrenko.

– MacSwain es un depredador. Por el modo en que te mira… Por cómo se mueve a tu alrededor. Como si fueras una presa. -Meneó un poco la cabeza, como si la irritara la pobreza de su descripción. Entonces clavó en Fabel una mirada intensa, seria y decidida-. Es el violador, jefe. Y sospecho que es un asesino. Nuestro asesino.

Fabel miró un momento a su subordinada sin decir nada. No podía condenar a un agente joven por reaccionar a la intuición que tenía sobre un caso o un sospechoso: él funcionaba igual; en algún rincón de su cerebro, procesaba los detalles más pequeños sobre cómo alguien se movía o hablaba, o las minucias de una escena. Y a partir de estos procesos internos podía llegar a una conclusión de la que estaría convencido, como Anna, aunque no pudiera racionalizarla con una prueba sólida. Después de todo, sólo era una impresión, una opinión sobre cómo había reaccionado MacSwain al ver a dos agentes de la policía de Hamburgo en su puerta, lo que había hecho que Fabel sospechara de él.

– De acuerdo, Anna. Confío en tu juicio, pero no puedo decir que esté conforme con tu conclusión. -Una vez más, volvió a rascarse la barba incipiente con los dedos-. Pondré a alguien a vigilar a MacSwain, sólo para asegurarnos. Pero no quiero por nada del mundo que vuelvas a verlo, sobre todo si tu intuición respecto a él es cierta. Puede que Werner y yo le hagamos una visita oficial para comprobar dónde estaba en las fechas clave. Claro que eso le alertará sobre el hecho de que lo estamos vigilando. -Fabel soltó un suspiro-. Pero debo decirte que creo que estás equivocada, Anna. Puede que no tengamos una prueba definitiva contra Vitrenko, pero las circunstanciales le apuntan de forma bastante concluyente.

– Ya lo sé -contestó Anna-. Ya lo veo. Pero gracias por no cerrarte a la posibilidad de que sea MacSwain.

– De nada. -Fabel miró a Anna fijamente. Parecía agotada. Él no había trabajado nunca en una operación secreta, pero conocía a muchos agentes que sí. Para un agente de policía, era uno de los retos más agotadores tanto física como emocional y mentalmente. Le vino a la cabeza la imagen de Klugmann, sentado frente a él en la sala de interrogatorios de la Davidwache. Recordó haber pensado que tenía los ojos enrojecidos por las drogas. Pero seguramente era por el estrés. Y seguramente los restos de anfetaminas encontrados en la autopsia eran la forma que tenía Klugmann de sobrellevarlo. Ahora Fabel detectaba la misma tensión nerviosa en los movimientos pesados de Anna, el mismo enrojecimiento y las mismas ojeras-. Escucha, Anna. He dispuesto que tengas libres las próximas veinticuatro horas. Vete a casa y duerme un poco.


Sábado, 21 de junio. 10:00 h


Polizeipräsidium (Hamburgo)


Al menos Fabel se sentía más limpio, y cambiarse de ropa fue como mudar una capa de piel arrugada; pero el par de horas que durmió no disipó la sombra de cansancio que seguía aferrándose a él, y tuvo que hacer un gran esfuerzo por eliminarla de su mente y movimientos. Como le había prometido, Werner recogió a Wolfgang Eitel poco antes de las ocho de la mañana, y un segundo equipo, dirigido por Paul Lindemann, pasó a buscar a su hijo a la misma hora. Eitel padre y Eitel hijo estaban en salas separadas, pero sus amenazas furiosas de demandar a los agentes individualmente, a la policía de Hamburgo en general y al gobierno regional habían sido casi idénticas. De hecho, Fabel sabía que si no daban con algo sólido contra los Eitel, tendrían que tomarse aquellas amenazas en serio.

Para subrayar el hecho, un reducido grupo de asesores legales, incluido Waalkes, esperaba en la sala de espera principal del Präsidium cuando llegó Fabel. Waalkes lo vio justo cuando iba a entrar en el ascensor y partió encolerizado hacia él. Fabel gritó un entusiasta «¡Buenos días, Herr Waalkes!» mientras las puertas del ascensor se cerraban, dejando a Waalkes a medio camino en el área de recepción y sin poder verbalizar su protesta enfurecida.

Fabel hizo salir a Werner de la sala de interrogatorios número uno, donde estaba entreteniendo a Wolfgang Eitel, quien exigía hablar de inmediato con sus asesores legales.

– Abajo hay un montón -dijo Fabel-. Dile que está autorizado a que esté presente un representante legal, pero deja primero que los chicos de delitos económicos y empresariales lo ablanden. Haz lo mismo con Norbert.

Fabel fue a su despacho y cerró la puerta. Cogió el teléfono y llamó a Susanne al Institut für Rechtsmedizin. Había hablado con ella después de marcharse del Speicherstadt la noche anterior y había percibido un tono preocupado en su voz. La había tranquilizado diciéndole que estaba bien, pero que tendría que ir al Präsidium, y que intentara dormir. Al colgar, se había sentido un poco culpable porque había experimentado una sensación agradable al ver que alguien volvía a preocuparse por él. Ahora la llamaba para resumirle las pruebas que había descubierto y explicarle brevemente su teoría sobre Vitrenko y su «padre espiritual», Blot Sven.

– Supongo que tiene algo de sentido -dijo Susanne, pero no parecía muy convencida.

– ¿Pero?

– No lo sé. Como te he dicho, tiene sentido. Y creo que tienes razón. Al menos en lo principal. No tengo ninguna razón profesional sólida para dudar de tu teoría. Tan sólo me inquieta el ámbito de participación.

– ¿Qué quieres decir, Susanne?

– No actúa solo. Puede que él ni siquiera participe. ¿Te acuerdas de Charles Manson en Estados Unidos, de los asesinatos en masa en las casas de Tate y LaBianca? Manson ni siquiera estuvo presente en la casa de Sharon Tate, y de la residencia de LaBianca se marchó después de ordenar a sus seguidores que mataran a las víctimas, pero antes de que se llevaran a cabo los asesinatos. Así que Manson no cometió los crímenes personalmente. Sin embargo, eran sus crímenes. Manipuló a otras personas para que los cometieran por él. Fue el artífice de un ámbito de participación que no sólo incluía a su «familia», sino que lo excluía a él.

Fabel reflexionó sobre lo que decía Susanne. Había estudiado en profundidad los asesinatos de Manson: Manson fortaleció los vínculos en su «familia» acostándose con todas las «chicas de Charlie», las integrantes femeninas de su grupo. Era el mismo truco que había utilizado Svensson para ganarse la lealtad de sus acólitas, como Marlies Menzel y Gisela Frohm, a la que Fabel se vio obligado a matar hacía tantos años en un muelle del puerto. Se dio cuenta de que él y Gisela no estuvieron solos en ese muelle. Svensson también estuvo allí. Invisible, insidioso. Su presencia sólo fue evidente para Gisela. Fabel soltó un suspiro sonoro, como si quisiera expulsar de su cabeza aquellos fantasmas.

– No lo sé, Susanne. Veo a Vitrenko como un carnicero práctico. Y si tengo razón, él se considera el heredero natural de Blot Sven, el maestro del sacrificio…

Fabel la oyó respirar al otro lado del teléfono.

– Tú ten cuidado, Jan. Ten mucho cuidado.


Werner entró en el despacho de Fabel justo antes de mediodía. Los agentes de delitos económicos y empresariales aún estaban con Wolfgang y Norbert Eitel; dos detectives les interrogaban por separado.

– Markmann, de delitos empresariales, opina que hay algo en este negocio inmobiliario, pero que aún no tenemos pruebas sólidas -dijo Werner desanimado-. Está formando equipos para hacer una redada en las oficinas de Gallatia Trading y del Grupo Eitel, pero la fiscalía no ve claro lo de tramitar una orden con unas pruebas tan endebles.

Fabel asintió. Ya había recibido una llamada de Heiner Goetz, el fiscal general del estado, quien le dejó clara su preocupación por poner bajo sospecha a unos personajes tan destacados. Fabel conocía a Goetz desde hacía años, y ambos se tenían un respeto mutuo, pero sabía que era un fiscal prudente y metódico a quien no le gustaba echar por el atajo. También sabía que Goetz pillaría cualquier mentira, así que tuvo que admitir que se estaba arriesgando mucho con los Eitel. Todo se reducía a una decisión de juicio, y Goetz estaba dispuesto a dar cierta flexibilidad a Fabel. Él, sin embargo, decidió no contarle a Goetz, en aquel momento, su plan de llamar a MacSwain para interrogarle: Fabel esperaba que MacSwain querría fingir que estaba dispuesto a colaborar.

– Los de delitos empresariales dicen que están jodidos si la fiscalía no acepta que han establecido motivos razonables para proceder a la detención -dijo Werner-. Y sin papeles que demuestren que han cometido un delito, no pueden presentar cargos.

Fabel endureció el rostro, cogió con rabia el teléfono y marcó el número de móvil que le había dado el ucraniano.

– No esperaba que me llamara tan pronto, Herr Fabel -dijo Vitrenko padre, en su alemán perfecto pero con mucho acento.

Fabel le explicó la situación con la fiscalía.

– Necesito algo concreto, lo que sea, que nos dé un motivo para retener o los Eitel más tiempo y meter mano a sus archivos. Los Eitel son la única posible conexión que tenemos con la organización de su hijo.

Hubo un silencio al otro lado del teléfono. Luego, el ucraniano dijo:

– No sé si puedo ayudarle. Ahora mismo no puedo darle nada. Pero quedemos esta noche a las ocho en el almacén de Speicherstadt.

La determinación seria del rostro de Fabel no se diluyó al colgar el teléfono.

– Werner, ve a buscar a Maria. Vamos a hacer una visita al BAO.

Maria hablaba mientras el trío caminaba enérgicamente por el pasillo que iba del ascensor al despacho de Volker. Le entregó a Fabel tres o cuatro hojas de papel grapadas.

– He hecho algunas averiguaciones sobre Vitrenko. No creo que consigamos más información sobre él. Por los datos que tengo, el Berkut se está convirtiendo en una unidad importante de lucha contra el terrorismo y el crimen organizado, aunque su función principal hasta ahora ha sido básicamente actuar como policía antidisturbios. Como unidad de operaciones, se parece al GSG9 de Alemania. Están muy bien adiestrados, de eso no hay duda. Me he puesto en contacto con su sede central en Kiev; se han mostrado dispuestos a colaborar, pero no han estado muy comunicativos respecto a Vitrenko. Parece que fue uno de sus expertos en terrorismo islámico más destacados, sobre todo por el tiempo que pasó en Afganistán y Chechenia. Lo único que les he sacado ha sido el currículo de Vitrenko. Entre todos los datos había esto… -Maria dio la vuelta a un par de páginas que sostenía Fabel. Había una hoja encabezada con lo que supuso que sería el emblema del Ministerio del Interior ucraniano en la parte superior de un texto escrito en cirílico. La siguiente página era la traducción al alemán-. Mira esto: dos semanas de entrenamiento en una unidad de perfiles de asesinos en serie en Odesa.

Fabel se detuvo.

– ¿Y dijiste que mi trabajo para la Europol sobre los asesinaros de Helmut Schmied circulaba por Ucrania?

– Exacto. Aún no me han respondido, pero me juego lo que quieras a que formaba parte del programa del curso o estaba disponible.

Fabel sintió el ansia del cazador cuando está cerca de su presa.

– Por eso estamos tratando con un caso clásico de asesino en serie psicótico; porque se basa en casos de manual. Y me ha elegido a mí porque resulta que leyó el trabajo que publiqué sobre asesinos en serie.

Werner soltó una risa amarga.

– Y pensó que podría mover todos los hilos para despistarte.

– Sólo que no lo ha conseguido -añadió Maria.

Fabel le devolvió el expediente a Maria.

– Vamos -dijo, y Maria y Werner lo siguieron.


La secretaria hizo lo que pudo para detener el tren formado por Fabel, Maria y Werner que pasó a toda velocidad delante de ella y entró en el despacho de Volker. Éste estaba sentado a su mesa y hablaba en inglés con dos hombres en mangas de camisa sentados frente a él. Fabel supuso que los dos norteamericanos eran miembros del equipo de seis agentes del FBI que habían trasladado a la policía de Hamburgo tras los atentados del 11 de septiembre al World Trade Centre. Volker ocultó tras una sonrisa la irritación que le produjo que le molestaran.

– ¿Supongo que se tratará de un asunto importante, Herr Hauptkommissar?

Fabel no respondió, sino que se quedó mirando con toda la intención a los dos norteamericanos.

– Lo siento, caballeros -dijo Volker en un inglés que a Fabel le pareció excelente-. ¿Les importa que concluyamos la reunión más tarde?

Al salir, los norteamericanos lanzaron una mirada a Fabel que estaba a medio camino entre la curiosidad y el enfado. Volker se recostó en el sillón de piel y extendió la mano, como invitándole a que desembuchara. Era un gesto de tranquilidad arrogante cuya intención, según advirtió Fabel, era hacerle explotar y, por lo tanto, inclinar la balanza de cualquier intercambio de palabras a favor de Volker. Como reconoció la estrategia de Volker, Fabel se quedó callado un momento antes de hablar, se acercó y ocupó una de las sillas que había dejado vacante uno de los estadounidenses.

– Sí, Oberst Volker, se trata de un asunto importante. Y urgente. Tengo intención de convocar una rueda de prensa acerca de los asesinatos que estoy investigando -mintió Fabel-. Debo aclarar unas cosas a la opinión pública. De hecho, tengo intención de hacerle una especie de favor. -Fabel sonrió con frialdad.

– ¿Ah, sí? ¿Y eso?

– Bueno, he preparado una declaración que desmiente rotundamente que el BND esté protegiendo al asesino, un ex agente antiterrorista ucraniano llamado Vasyl Vitrenko, sólo porque pueda ser una fuente útil de información sobre Al-Qaeda y otras organizaciones terroristas islámicas.

Fabel se dio cuenta de que Volker estaba empleando toda su fuerza de voluntad para que su rostro no traicionara sus emociones. Prosiguió:

– Voy a hacer hincapié en que usted, personalmente, nunca tendría nada que ver con una maniobra de encubrimiento como ésa y en que todos los rumores que afirman lo contrario son falsos.

Los labios de Volker mostraron sus dientes y esbozaron una sonrisa indescriptible.

– No será capaz.

– ¿No seré capaz de qué? ¿De proteger su reputación ante estos rumores difamatorios?

– No existen tales rumores…

Fabel miró la hora.

– ¿No? Entonces no es cierto que el Stern y el Hamburger Morgenpost hayan recibido unas informaciones incriminatorias y anónimas… -Fabel se inclinó hacia delante y casi le escupió las últimas dos palabras a Volker-: por ahora.

– Como ya le he dicho, no será capaz… -dijo Volker, pero su voz revelaba una sombra de duda.

– Oberst Volker, le agradecería mucho que pudiera cumplir nuestro acuerdo original y compartiera con nosotros toda la información de que dispone que sea relevante para esta investigación. Empecemos con la relación de los Eitel con un cártel basado en Kiev que se está beneficiando ilegalmente de iniciativas de reurbanización en Hamburgo. En estos momentos el departamento de delitos económicos y empresariales les está interrogando a ambos. Cuando vaya abajo después de esta reunión, Herr Oberst, me gustaría entregarles una prueba lo suficientemente sólida como para que la fiscalía del estado tramitara una orden de búsqueda y captura. Además de esto, quiero saber dónde encontrar al ex camarada Vitrenko y a sus principales oficiales. Ahora bien, si todo esto sucediera, quizá no sería necesario filtrar estos documentos ni convocar la rueda de prensa que he mencionado.

Volker lanzó una mirada larga y oscura a Fabel.

– Podría complicarle muchísimo la vida, Fabel. Lo sabe, ¿verdad?

– Qué amable de su parte recordármelo, Volker. En especial delante de dos testigos.

– ¿A qué cree que nos dedicamos exactamente, Fabel? ¿Cree que sólo somos una especie de departamento que se dedica a hacer putadas?

Fabel se encogió de hombros.

– Soy policía. Me gusta que sean los hechos los que hablen. Y por el momento, los hechos me dicen no sólo que ha estado ocultándome pruebas, sino también que es obvio que tiene sus propios planes respecto a Vitrenko.

Volker soltó una risa amarga.

– Para ser un agente de alto rango que investiga unos crímenes tan graves, parece que tiene la costumbre de hacer que los hechos encajen en su agenda particular de prejuicios.

– ¿Niega que esté intentando cerrar un trato con Vitrenko?

– No. No se lo niego. Pero no hasta el punto de pasar por alto estos asesinatos, si es a eso a lo que se refiere. Y no niego que nuestros amigos norteamericanos quizá tengan menos remilgos a la hora de hacer tratos con el diablo, si con ello consiguen cazar a quien persiguen. Pero no. Si… -Volker enfatizó la palabra y la repitió-. Si Vitrenko es su asesino, no nos plantearíamos hacer ningún trato con él, por supuesto; aunque querríamos hablar con él. Y en cuanto a que no hemos estado muy comunicativos con la información… ¿Nunca se le ha ocurrido preguntarse si existía la posibilidad de que hubiera otra razón para mostrarnos tan reacios?

– ¿Como cuál?

Volker se levantó y se apoyó en la mesa.

– Como que quizá no se pueda confiar en usted. Como que quizá uno de los agentes de su queridísima policía de Hamburgo acepta sobornos. Y quizá por eso asesinaron a Klugmann, alguien a quien recluté personalmente y un buen hombre.

– Eso es una cortina de humo, Volker. -Fabel también se puso en pie.

– ¿Sí? Klugmann descubrió que había filtraciones reales que salían de la policía de Hamburgo. Averiguó que alguien, alguien con un cargo importante, quizá incluso un Kriminalhauptkommissar, ha estado vendiendo información de alto nivel a los ucranianos.

Fabel se tomó unos segundos antes de responder. En aquellos segundos construyó a toda prisa una red de cables y la lanzó sobre la ira que le invadía.

– ¿Me está diciendo que por eso ha estado ocultando información sobre Vitrenko? No me lo creo.

– Pregúnteselo a Van Heiden. Él lo sabe todo. Alguien de este Prásidium o de una Polizeidirektion importante está vendiendo información a Vitrenko que le ayuda a cargarse a sus principales rivales, quedarse con sus operaciones y apropiarse de sus negocios, como pasó con el negocio con los colombianos en el que liquidaron a Ulugbay

– Pero usted dijo que Klugmann dio información a los ucranianos…

– Así es. Y creemos que por eso está muerto. Klugmann tenía la sensación de que su contacto, Vadim, se estaba distanciando de él. Claro que cuando uno trabaja de infiltrado, se vuelve extremadamente paranoico; pero a Klugmann le preocupaba mucho que los ucranianos pudieran sospechar de él.

Fabel no dijo nada, pero recordó el miedo que había pasado Sonja cuando su equipo hizo la redada en el piso buscando a Klugmann. Y recordó que Klugmann se había buscado un refugio más oculto para, al final, acabar en el fondo de una piscina llena de porquería. Volker vio que Fabel consideraba sus palabras, y se recostó despacio en su sillón. Fabel lo imitó. Cuando Volker continuó, lo hizo en un tono notoriamente menos agresivo:

– Puede que recuerde, Herr Hauptkommissar, que se mostró más que crítico respecto a la forma en que, a través de Klugmann, proporcionamos información a los ucranianos sobre el negocio en el que Ulugbay acabó siendo asesinado. Bueno, no somos tan estúpidos o despiadados como usted parece creer. Nos aseguramos de que hubiera lagunas cruciales en los detalles que Klugmann suministró sobre el negocio de Ulugbay con los colombianos. Para asesinar a Ulugbay, había que saber más, mucho más, de lo que proporcionó Klugmann. Y quien realmente dio la información debió darse cuenta de que el confidente que Klugmann tenía en el departamento de narcóticos del MEK era inventado.

– ¿Está diciendo que fue un agente de policía el que mató a Klugmann? -Fue Maria Klee quien se adelantó a la pregunta de Fabel.

Volker se encogió de hombros.

– ¿Directamente? Quizá, no lo sé. ¿Indirectamente? Es probable. La persona que ha estado vendiendo información ha estado exigiendo un precio muy alto, y estoy bastante seguro de que haría lo que fuera para protegerse. Pero no tuvo que ensuciarse las manos necesariamente. Si avisó a la banda de Vitrenko de que Klugmann era un policía secreto, los ucranianos habrían aceptado gustosos la carga de eliminarlo.

– Jefe… -Werner, que se había quedado de pie al lado de Fabel, habló en voz baja y tensa.

– Mierda… Claro. Trajimos a nuestro testigo al Präsidium. Joder, Volker, si hubiéramos sabido todo esto antes, no lo habríamos puesto en peligro. Nunca pensamos, ni por un momento, que traerlo aquí lo señalaría. -Fabel se volvió hacia Werner-. Pon a Hansi en protección policial desde ya.

– Ahora mismo, jefe -dijo Werner, y salió del despacho.

Maria se sentó en la silla vacante que había al lado de Fabel. Este puso cara de incredulidad.

– ¿Así que afirma que por eso ha estado ocultando pruebas para esta investigación? -preguntó Fabel.

Volker soltó un suspiro.

– Yo no he estado ocultando nada. Si cree de verdad que Vitrenko está detrás de estos asesinatos, haré todo lo que esté en mi mano para ayudarle. De hecho, a raíz de la muerte de

Klugmann ya no estamos dispuestos a hacer tratos con Vitrenko. -Volker se pensó mucho sus siguientes palabras-. No le caigo muy bien, ¿verdad, Fabel?

– No lo conozco. No me cae ni bien ni mal.

Volker soltó una risita ácida.

– Bueno, digamos que no le gusta lo que represento.

– No puedo decir que me guste demasiado.

– Ha dejado muy claro que para usted estoy a un paso de la Gestapo, mientras que su policía de Hamburgo representa todo lo que es bueno y puro. Pues deje que le diga una cosa, Fabel: tengo suerte de estar aquí sentado. Si la policía de Hamburgo se hubiera salido con la suya, mi árbol genealógico habría acabado en la prisión de Fuhlsbüttel de la policía de Hamburgo.

Fabel abrió más los ojos.

– ¿Sorprendido? Mi padre era socialdemócrata y sindicalista. Un idealista de diecinueve años. Así que, inevitablemente, fueron a buscarlo en plena noche. Pero no fueron ni las SS ni la Gestapo quienes llamaron a su puerta. Fue su queridísima policía de Hamburgo quien se llevó a mi padre a la cárcel de Fuhlsbüttel. Pronto le cambiaron el nombre, ¿verdad, Fabel? Konzentrationslager Fuhlsbüttel: un campo de concentración para la policía de Hamburgo. Claro que usted preferiría olvidarse de todo eso.

Fabel conocía bien la historia: el campo de concentración de Fuhlsbüttel, conocido como Kola-Fu. Era el capítulo más oscuro, más infame, de la historia de la policía de Hamburgo. Después de que en marzo de 1933 los nazis subieran al poder en Hamburgo, la policía de la ciudad había sido la responsable de las redadas contra comunistas y activistas socialdemócratas. En septiembre de aquel mismo año, las SS pasaron a dirigirla, pero aquellos seis meses de control policial fueron suficientes para empañar la historia de la policía de Hamburgo para siempre.

– De acuerdo -dijo Fabel al final-, acepto lo que dice. Pero no veo a qué viene.

La respuesta de Volker a las palabras de Fabel fue inmediata.

– Viene a que usted tiene un montón de teorías sobre poiqué entré en el BND. Pues bien, deje que le diga la verdad. Entré en el BND porque quería defender lo único que puede hacer que la historia de Alemania no vuelva a repetirse: la democracia y la Grundgesetz. Usted se considera un defensor de la ley. Bueno, yo me considero un defensor de la Ley fundamental: la Constitución. Lo hago porque creo que el único modo justo de gobernar que existe es una democracia liberal de verdad. -Se recostó en su sillón de piel-. ¿Sabe qué soy en realidad, Fabel? Un bombero. -Señaló la ventana con la cabeza-. Ahí fuera, Fabel…, ahí fuera hay toda clase de perdedores y desgraciados a quienes les gusta jugar con cerillas. De extrema derecha, de extrema izquierda, fundamentalistas religiosos chiflados… Están todos ahí fuera jugando con fuego en la oscuridad. Y mi trabajo consiste en apagar las chispas antes de que se conviertan en llamas.

– De acuerdo, supongo que le debo una disculpa -dijo Fabel-. Pero el hecho sigue siendo que nos ocultó pruebas.

– No nos debemos nada, Fabel, aparte de respeto mutuo y no hacernos el trabajo más complicado de lo que ya es. -Volker levantó el teléfono de la mesa, pulsó un botón y ordenó que le trajeran el expediente sobre Vitrenko.

Después de que se le entregara la carpeta a Volker, éste la abrió y sacó una hoja. Se la dio a Fabel. Contenía varias filas de iniciales y números. La examinó un par de veces antes de pasársela a María.

– No me dice nada -dijo Fabel. Miró a María, quien se encogió de hombros.

– Pero a sus compañeros de delitos empresariales, sí. -Volker echó hacia atrás la butaca de piel y entrelazó los dedos-. Son los rastreos de las transacciones. Detallan los movimientos de fondos entre cuentas, horas, fechas y cantidades. -Dejó que la butaca se moviera hacia delante de nuevo y entregó a Fabel dos hojas más de la carpeta-. Ésta es la clave de las cuentas. Detalla a quién pertenece cada una. También hay una orden de un tribunal federal… -Volker sonrió, casi con malicia-, para demostrar que obtuvimos la información de manera legal.

En la lista de titulares de las cuentas estaba Gallada Trading, Klimenko International, Eitel Importing y otras empresas que Fabel no reconoció.

– Ahí tiene datos suficientes para conseguir una orden. Si los de delitos fiscales escarban en algunas de estas cuentas falsas, encontrarán un rastro que los llevará directamente a los Eitel. Y a ellos en persona, quiero decir; no a sus negocios. Puede que también halle alguna que otra sorpresa más.

Fabel levantó una ceja.

– Que sus expertos lo investiguen todo. -Volker se inclinó hacia delante, descansando el peso de sus anchos hombros sobre los codos-. En cuanto a Vitrenko… De verdad que no puedo darle ninguna pista sobre dónde encontrarlo. Es como un fantasma. No obstante, sí que tenemos localizados a un par de sus lugartenientes.

De nuevo, buscó en la carpeta y sacó un par de fotografías. Las dejó sobre la mesa y las giró para que Fabel y Maria las vieran. Eran las típicas imágenes de las vigilancias estrechas: estaban tomadas a distancia con teleobjetivo. Los dos hombres tendrían casi cincuenta años; uno era enjuto y nervudo; el otro, corpulento. Los dos tenían el aspecto peligroso de los soldados veteranos. Volker dio unos golpecitos con el dedo sobre la imagen del hombre enjuto.

– Éste es Stanislav Solovey. Fue él quien le señaló a Yari Varasouv las ventajas de la jubilación. El otro es Vadim Redchenko.

– ¿El contacto de Klugmann? -preguntó Maria.

– Y su posible ejecutor -añadió Volker.

Fabel negó con la cabeza.

– Hans Kraus dijo que los asesinos hablaban alemán y no tenían acento. Y que dejaron deliberadamente la pistola de los servicios de seguridad ucranianos para que la encontráramos. Creo que intentaban despistarnos.

– Bueno, Redchenko es un asesino hasta la médula, aunque no liquidara él a Klugmann. Vivía en Reinbeck, donde dirigía un laboratorio de drogas y una red de tráfico desde una fábrica abandonada. Hicimos una redada conjuntamente con la unidad de narcóticos del MEK hace un mes.

– Deje que lo adivine -dijo Maria-. No había nadie.

– Exacto. De hecho, la fábrica se incendió antes de que tomáramos posiciones. Una especie de mina soviética y cubas de sustancias químicas inflamables colocadas estratégicamente se encargaron de hacer el trabajo. Un trabajo muy profesional y minucioso. Cualquier prueba que pudiéramos haber encontrado quedó destruida. Desde entonces, no hemos podido localizar a Redchenko en ninguna dirección concreta, aunque sí sabemos que visita con regularidad un par de negocios. Cada vez que lo hace, ponemos a alguien a seguirlo, y cada vez nos da esquinazo. Esta gente está muy bien adiestrada. Fíjese en el propio Vitrenko: no nos ha resultado fácil sacar información a los ucranianos; pero por lo que hemos descubierto, no sólo sirvió en las brigadas MDV Kondor y Alpha, sino también en la brigada Vysotniki, igual que algunos hombres de su banda. Vysotniki se basaba, y aún se basa, en el modelo del servicio especial aéreo británico, que está formado por pequeñas unidades operativas de once hombres. Por lo que hemos podido sacarles a nuestros contactos, Vitrenko estableció una unidad como ésas en Afganistán y la reactivó en Chechenia. Pero en lugar de once hombres, tenía trece. Creemos que es el número de hombres que tiene aquí.

– Encaja con la información que tenemos nosotros -dijo María.

Volker se puso las manos detrás de la cabeza.

– Nuestra operación con Klugmann y Tina Kramer estaba pensada para recabar información sobre Vitrenko. Nunca le engañé en eso, Fabel. Admito que nuestro objetivo último era ofrecerle una especie de trato: no procesarle por sus actividades mafiosas a condición de que colaborara con los norteamericanos y, por supuesto, pusiera fin a todas sus actividades ilegales. Pero es difícil que la inmunidad te parezca atractiva cuando parece casi imposible que te encuentren, y más aún que te detengan y reúnan las pruebas suficientes como para procesarte. Y, por supuesto, si Vitrenko está realmente detrás de estos asesinatos, retiraremos todas las ofertas. -Bajó los brazos y se inclinó hacia delante-. Me cree, ¿verdad, Fabel?

– Si me dice que es la verdad, Herr Volker -dijo Fabel.

Volker guardó todas las fotografías y papeles en la carpeta y se la entregó, empujándola por la mesa.

– Es la versión íntegra, no expurgada. No vaya a perderla.


Cuando Fabel y María regresaron a la Mordkommission, había llegado un mensaje de correo electrónico del FBI, dirigido a Werner. María lo imprimió y lo llevó al despacho de Fabel.

– Escucha esto… -Se sentó a la mesa frente a él-. John Sturchak… ¿El socio de negocios norteamericano de los Eitel?

Fabel asintió con la cabeza.

Maria examinaba el documento e iba informando a Fabel.

– El FBI está muy interesado en cualquier información que podamos tener sobre John Sturchak o los negocios en los que esté involucrado. Al parecer, Sturchak es hijo de Roman Sturchak, un agente de la División Gálata de las SS durante la misma época que Wolfgang Eitel. Sturchak fue uno de los ucranianos que regresaron a Austria para rendirse a los norteamericanos cuando finalizó la guerra. Si el Ejército Rojo lo hubiera capturado, lo habría matado. A Roman le permitieron emigrar a Estados Unidos y crear un negocio de importación. Es posible que este último negocio no sea la primera colaboración entre las familias Eitel y Sturchak. El negocio de Sturchak tiene su sede en Nueva York, y según el FBI, sospecharon que Roman Sturchak tenía relaciones con el crimen organizado, pero nunca fue acusado de ningún delito. John Sturchak asumió el control del imperio empresarial Sturchak cuando su padre murió en 1992. Cuando cayó el muro, hubo una avalancha de inmigrantes ucranianos, legales e ilegales, hacia Estados Unidos. Según esta información, se sospecha que John Struchak ayudó a algunos a entrar sin pasaporte o visado válidos. Los norteamericanos tienen ahora un grave problema con la mafia de Odesa, asentada en Brighton Beach, en Brooklyn, Nueva York. -Maria levantó la vista del documento-. Ya he oído hablar de ellos; la mayoría son ucranianos y rusos. Comparados con ellos, los de la mafia italiana son unos angelitos. -Maria volvió a mirar el documento-. Existe la sospecha de que John Sturchak tiene una relación estrecha con grupos mafiosos rusos y ucranianos.

Fabel esbozó una gran sonrisa.

– O sea que ésa es la conexión que Wolfgang Eitel, defensor de la ley y el orden, no puede permitirse que salga a la luz: que hace negocios con la mafia ucraniana.

Maria siguió leyendo el documento:

– Mierda. Escucha esto. Una de las razones por las que el FBI ha sido incapaz de presentar cargos contra Sturchak es por cómo funciona la mafia de Odesa. Opera de un modo totalmente distinto al de la mafia italiana. Está organizada en células dirigidas por un Pakhan o jefe. Cada célula está integrada por cuatro grupos que operan por separado. Nadie tiene contacto directo con el Pakhan, que los controla a través de un «general». A esto hay que añadir que tiene la costumbre de reclutar equipos de «sicarios» que puede que ni siquiera sean de origen ruso o ucraniano y que hacen un trabajo, cobran, y no tienen ni idea de para quién han trabajado realmente. Así que las probabilidades que tiene el FBI de llegar hasta Sturchak son prácticamente nulas.

– ¿Por eso tienen tanto interés en saber si hemos encontrado algo que lo relacione directamente con actividades criminales?

– Exacto. Pero aún hay más. Al parecer, las mafias rusa y ucraniana no hacen muchos negocios de drogas. Andan metidas en chanchullos financieros y de alta tecnología, pero su actividad principal son las transferencias financieras ilegales: montar negocios de importación-exportación falsos para blanquear el dinero que recaudan con sus actividades mafiosas en Rusia y Ucrania hacia y desde Estados Unidos, normalmente vía bancos europeos o inversiones en negocios inmobiliarios.

– Como éstos de aquí en Hamburgo. -Fabel se permitió un instante de satisfacción. Las piezas empezaban a encajar en una esquina del rompecabezas. Puede que sólo fueran los Eitel, pero al menos existía la posibilidad de encerrar a alguien por su participación en todo aquel caos. Se puso de pie de repente y con decisión, agarrando con fuerza la hoja de rastreo de las cuentas y la clave que la acompañaba.

– Vamos a hablar con nuestros compañeros de delitos económicos y empresariales.


Sábado, 21 de junio. 13:30 h


Polizeipräsidium (Hamburgo)


Markmann vestía acorde a su cargo: era más contable que policía. Era un hombre bajito y pulcro cuyo traje azul inmaculado parecía buscar unos hombros más robustos en los que asentarse. Estrechó la mano de Fabel con exagerada firmeza.

– He repasado los detalles de las cuentas que me ha suministrado, Herr Fabel. -Markmann ceceaba un poco-. No hay duda de que plantean cuestiones suficientes como para conseguir una orden de incautación de los archivos de todas las empresas y todos los individuos principales implicados. Sin embargo, no creo que podamos retener a los Eitel mucho más tiempo sin, como mínimo, comenzar a hablar de una acusación específica. Empiezan a intensificar las presiones, o mejor dicho, su equipo de caros abogados empieza a ganarse la minuta. A menos que tenga algo…

Fabel sonrió.

– Sólo una sospecha… y un farol. Veamos al menos si puedo picarles un poco. Primero lo intentaremos con el padre.


La escena era la que cabía esperar en una sala de interrogatorios. Cuatro hombres, dos a cada lado de la mesa. Un hombre de pie, con los brazos extendidos y apoyados sobre la mesa, miraba al que tenía delante, quien, a su vez, con aire de desafío, intentaba transmitir que no le intimidaba el acoso del otro. Sin embargo, había algo que no encajaba en la imagen. Eran los policías que estaban sentados a la sombra de Wolfgang Eitel. Fabel advirtió que a lo largo de toda la entrevista, la balanza psicológica se había ido inclinando lenta, hábil y decididamente a favor de Eitel. Se dio cuenta de que tenía que dar un golpecito rápido al platillo.

– ¡Siéntese! -dijo Fabel al entrar en la sala.

Eitel se puso derecho irguiendo toda la longitud considerable de su cuerpo y miró a Fabel alzando la nariz aguileña.

– Deje ya esa pose aristocrática, Eitel. -La voz de Fabel estaba llena de desprecio-. Todos sabemos que es hijo de un campesino bávaro. Es fácil mirar a la gente por encima del hombro cuando te has pasado media infancia metido entre la mierda de los cerdos. ¡He dicho que se siente!

A Fabel le sorprendió que el asesor legal de Eitel fuera Waalkes, el jefe de asuntos jurídicos del Grupo Eitel. El abogado se enfureció y se puso en pie de un salto.

– Usted no puede… No puede… -Las palabras se le encallaron por la indignación-. Esto es intolerable. No voy a permitir que le hable así a mi cliente. Es insultante…

Eitel sonrió de manera cómplice y le indicó a Waalkes que se sentara, y éste le obedeció. Fue como ver a un pastor dirigiendo en silencio a su perro.

– No pasa nada, Wilfried. Creo que Herr Fabel intenta alterarnos a propósito.

Dichas estas palabras, Eitel volvió a ocupar su asiento. Markmann indicó con un movimiento de cabeza a los dos agentes que llevaban el interrogatorio que se marcharan, y él y Fabel ocuparon su lugar.

– Vaya, cambio de equipo -dijo Eitel-. Ahora merezco un interrogador de rango superior.

– Lo cual, Herr Fabel -dijo Waalkes-, sugiere que cada vez está más desesperado por encontrar alguna razón para seguir acosando a mi cliente. -Otro gesto de la mano de Eitel silenció una vez más a Waalkes.

– No me dejo intimidar con facilidad -dijo Eitel, echando de nuevo la cabeza hacia atrás y sacando todo el provecho de su mayor estatura, incluso sentado-. Cuando acabó la guerra, todos probaron sus técnicas. Los norteamericanos eran groseros y directos: también recurrían mucho al insulto y la amenaza. Los británicos eran en general más sutiles y profesionales: indefectiblemente corteses, pero infatigables e implacables. Hacían que te sintieras respetado, incluso admirado, mientras intentaban que les dieras lo suficiente para colgarte. Como puede ver, Fabel, ninguno lo consiguió.

Pareció como si Fabel no hubiera oído nada de lo que había dicho Eitel. Levantó el teléfono y marcó el número de extensión de Maria. Cuando ésta contestó, le pidió que le llevara los archivos del FBI y demás a la sala de interrogatorios. Luego se quedó sentado en silencio. Waalkes abrió la boca para protestar.

– Cállese -dijo Fabel, con tranquilidad y sin ira.

– Ya está -dijo Waalkes, y volvió a ponerse de pie-. Nos vamos.

– ¡Siéntate! -ladró Eitel-. ¿Es que no ves que Herr Fabel intenta provocar alguna clase de incidente?

Cuando Maria llegó con los archivos, el ambiente en la sala silenciosa estaba cargado de electricidad.

– Maria -dijo Fabel en tono alegre-, ¿por qué no te unes a nosotros?

Maria acercó una silla que estaba junto a la puerta y la colocó al final de la mesa de interrogatorios. Eso suponía una invasión del territorio neutral que hizo que Waalkes chasqueara la lengua y ladeara la silla un poco hacia Eitel. Fabel vio que el hecho de que Waalkes cediera un centímetro de terreno enfurecía a su cliente.

– ¿Podemos empezar ya? -dijo Waalkes-. ¿O quiere invitar al resto de su departamento?

Fabel no le hizo caso. Le cogió la carpeta a Maria, la abrió y habló sin alzar la vista.

– Herr Eitel…, hace usted negocios con la mafia de Odesa, como la llaman nuestros amigos norteamericanos, ¿verdad?

Waalkes fue a hablar. Eitel hizo otro movimiento con la mano.

– No tengo ningún contacto con ningún tipo de mafia, Herr Fabel. -Su voz era tranquila y serena, pero tenía un tono amenazador-. Y le sugiero que tenga un poco más de cuidado con sus acusaciones.

– ¿Tiene usted negocios con John Sturchak?

– Pues sí, los tengo, igual que los tenía con su padre, de lo cual estoy muy orgulloso.

Fabel levantó la vista del expediente.

– Pero Sturchak es una especie de padrino, una especie de jefe… -Fingió esforzarse por recordar la palabra.

Pakhan -dijo Maria, sin dejar de mirar a Eitel.

– Sí; una especie de Pakhan importante. ¿No es así? Alguien que se dedica al fraude, a clonar teléfonos móviles, a la prostitución y al tráfico de drogas…

La mirada de Eitel se endureció y en su voz apareció ahora un tono gélido.

– Eso es una calumnia. Es una calumnia injustificada, infundada, difamatoria y no contrastada contra un hombre de negocios respetable.

Fabel sonrió. Había conseguido su objetivo: sacar de quicio n Eitel.

– Venga ya. John Sturchak sólo es un estafador ruso, igual que su padre.

A Eitel se le encendieron las mejillas; el fuego le subió hasta las sienes.

– Roman Sturchak fue un soldado valiente y un genio militar. Y un verdadero patriota ucraniano, añadiría. No voy a permitir que alguien… -Eitel adoptó un aire despectivo: el tipo de cara que pone alguien cuando aparta algo nocivo y maloliente de su cuerpo- que alguien como usted le difame.

Fabel se encogió de hombros con tanta indiferencia como pudo.

– Venga ya. Roman Struchak era un mercenario de los nazis. Mató a sus propios compatriotas a instancias de una panda de gánsteres de Berlín.

Era como si Eitel estuviera agarrándose a una cuerda, intentando refrenar airadamente la ira que crecía en su interior.

– Roman Sturchak luchó por su país. Lo único que le preocupaba era liberar Ucrania de Stalin y sus secuaces. Era un guerrero de la libertad y un hombre mejor de lo que usted pueda soñar ser algún día.

– ¿En serio? ¿Y cómo mide esa calidad? ¿Por el número de compatriotas a los que asesinó? ¿O por la cantidad de dinero sucio que ha amasado en Estados Unidos gracias al fraude y la corrupción? No, tiene razón. Creo que nunca podré aspirar a ser un Roman Sturchak.

Eitel comenzó a levantarse de su asiento. Fue entonces cuando Waalkes empezó a ganarse el sueldo.

– Herr Fabel, lo único que está consiguiendo es enfadar a mi cliente. No voy permitir este acoso ni un segundo más. A menos que tenga preguntas específicas relacionadas con irregularidades financieras, doy por terminado el interrogatorio.

– Creo que su cliente está blanqueando dinero para las mafias rusa y ucraniana, seguramente a través de empresas falsas que monta con John Sturchak. -Mientras hablaba, Fabel notó que Markmann se ponía tenso. Sabía que estaba mostrando las cartas. Y no llevaba una mano ganadora-. Pero hay otros delitos, más graves incluso, que tenemos que tratar.

– ¿Como cuáles? -Eitel había recobrado la compostura.

Fabel vio que el anciano se daba cuenta de que se estaba marcando un farol.

– Ya volveremos a eso. Mientras tanto, voy a dejarle en manos de Herr Markmann. -Fabel se puso de pie, y Maria hizo lo mismo-. Volveré dentro de un momento, y hasta entonces se quedará aquí.

Al salir, Fabel hizo un gesto con la cabeza a los dos detectives de delitos económicos y empresariales, que volvieron a unirse a Markmann en la sala de interrogatorios.

– Nos estamos agarrando a un clavo ardiendo, jefe -dijo Maria.

– Tienes razón -dijo Fabel en tono grave-. Vamos a ver al Eitel número dos.


Esta vez, cuando Fabel entró en la sala de interrogatorios, lo hizo sin decir nada y ocupó un lugar en la pared del fondo. Maria se colocó a su lado. La intención era señalar que era un observador del interrogatorio, no un participante, pero también inquietar a Norbert Eitel. Después de todo, ¿por qué un policía de homicidios estaría interesado en una investigación por fraude?

Otro abogado con otro traje caro estaba sentado junto a Norbert Eitel. Los dos Kommissars de delitos empresariales revisaban una copia de la hoja de transacciones. Al cabo de diez minutos, Fabel se acercó a uno de los agentes y le susurró algo al oído. El policía asintió con la cabeza, y dejaron su sitio a Fabel y Maria.

– Gracias, chicos… -dijo Fabel-. Será sólo un momento.

Norbert puso cara de sufrida indulgencia cuando Fabel le preguntó una vez más sobre la conexión con los Sturchak. Sin embargo, esta vez no logró provocar en Norbert más que una impaciencia irritada.

– Esto no nos lleva a ninguna parte -dijo el asesor de Norbert. Y Fabel no pudo evitar estar más de acuerdo con él. No tenía absolutamente nada sobre el padre o el hijo con lo que poder sacarles información sobre Vitrenko. Fabel se puso en pie e indicó con un gesto de la cabeza a los dos agentes antifraude que podían reanudar su interrogatorio. Fue entonces cuando Norbert Eitel sonrió en señal de victoria. Olvidó su actitud desinteresada y se levantó, con una mueca de odio y desprecio en el rostro. Clavó en el pecho de Fabel el dedo índice de la mano izquierda.

– Voy a acabar con usted, Fabel. -Norbert habló apretando los dientes-. Esto no va a quedar así. -Volvió a clavar el dedo en el pecho de Fabel, dándole un empujón adicional como si apartara de sí algo despreciable. Fabel alzó la mano con rapidez y agarró la muñeca de Norbert.

– No me toque.

Norbert intentó soltarse, pero Fabel le sujetaba la mano con fuerza. El policía bajó la vista y se dispuso a devolverle la mano a Norbert empujándola contra su pecho. Pero en lugar de eso, se quedó paralizado. Fabel se quedó mirando perplejo el puño cerrado de Norbert, y éste intentó zafarse de nuevo. Y de nuevo, sólo se movió de un lado a otro como si estuvieran echando un minipulso. Fabel agarró con más fuerza la muñeca de Norbert, y el puño se volvió rojo intenso. Levantó la vista del puño y miró a Norbert a los ojos. Sonrió con frialdad y malevolencia.

– Le tengo -dijo Fabel, y su voz destilaba un triunfo sereno y amargo-. Ya le tengo.

Los ojos de Norbert Eitel examinaron el rostro de Fabel para entender qué quería decir. Fabel se permitió mirar otra vez. Allí estaba, en el dorso de la mano izquierda de Norbert Eitel. Una cicatriz. O más bien dos cicatrices que se cruzaban para formar el dibujo de una espoleta ligeramente deformada. Como había descrito Michaela Palmer.


Fabel consiguió borrar la sonrisa de sus labios antes de abrir la puerta de la sala de interrogatorios número uno. No entró; sólo se asomó. Wolfgang Eitel, Waalkes y los dos agentes de delitos empresariales detuvieron su intercambio de palabras y se volvieron hacia la puerta, como sorprendidos por los faros de un vehículo que se aproximara.

– Sólo quería hacerle saber que, en lo que a mí respecta, es libre de marcharse cuando estos caballeros acaben su interrogatorio. -Un gesto de triunfo frío y malicioso iluminó el rostro de Wolfgang Eitel. Fabel se dispuso a marcharse, pero entonces se detuvo en seco y volvió a asomarse, como si acabara de ocurrírsele de repente un detalle secundario-. Ah, por cierto, su hijo Norbert está acusado de violación e intento de asesinato y es sospechoso de complicidad en un asesinato.

Fabel cerró la puerta y permitió que la sonrisa regresara a sus labios mientras oía el estallido de voces en la sala de interrogatorios.

Había recorrido medio pasillo cuando Paul Lindemann se le acercó corriendo.

– Jefe, acabo de hablar con Werner por teléfono. Quiere que vayas a Harburg. Ha encontrado a Hansi Kraus. Muerto.


Sábado, 21 de junio. 15:30 h


Harburg (Hamburgo)


A lo largo de sus veinte años como policía, la mayoría de los cuales habían sido en la Mordkommission, Fabel había visitado muchas escenas de muerte. Era algo a lo que uno se acostumbraba o no. Él nunca se había habituado a familiarizarse con la muerte. Cada escena nueva dejaba su propia cicatriz diminuta en algún lugar muy dentro de él. A diferencia de sus compañeros, jamás había sido capaz de separar la humanidad del cadáver; el espíritu, de la carne.

La variedad de disfraces de la muerte es muy imaginativa. Cada uno encierra su propia repugnancia, y Fabel los había visto casi todos. Estaban los horrendos: el cuerpo sacado del Elba después de pasar un mes entre anguilas, o el retablo sangriento que este último asesino diseñaba para él. Estaban los extraños: los juegos sexuales que acababan mal, o la elección insólita del arma homicida. Estaban los surrealistas: el traficante de drogas a quien pegaban un tiro en la nuca mientras comía en la mesa de la cocina y que, una vez muerto, seguía sentado muy erguido, con el tenedor aún en la mano apoyada sobre la mesa, como si descansara entre bocado y bocado, y con el plato salpicado de fragmentos de hueso, cerebro y de sangre. Luego estaban los patéticos: aquellos en los que las víctimas habían intentado huir de una muerte inevitable escondiéndose tras una cortina o debajo de la cama en un intento desesperado por ocultarse de sus asesinos; con el cuerpo en posición fetal, abrazándose y empequeñeciéndose.

El fallecimiento de Hansi Kraus estaba a medio camino entre lo patético y lo sórdido. La habitación pequeña y mugrienta en la que había dejado este mundo no podía ser más desagradable. La pintura, las paredes, todas las superficies del cuarto e incluso la solitaria bombilla que colgaba tristemente del techo estaban cubiertas de polvo grasiento. A pesar de que Werner había abierto la única ventana del cuarto, un hedor viciado flotaba en el aire como un espíritu maligno que se resistiera a un exorcismo.

Hansi, que ya no podía sentir ni frío ni calor, yacía con el grueso abrigo medio tapándole las piernas. Tenía los ojos abiertos, los globos oculares hundidos en las cuencas de su cara de calavera. Fabel pensó con amargura que la descomposición había comenzado por la cabeza, gracias a que Hansi había participado activamente en reducir su cuerpo a un esqueleto. Tenía subida hasta la mitad del magro bíceps izquierdo la manga de una camisa que en su día tuvo algún diseño. Aún tenía atada, aunque floja, una goma a modo de torniquete justo por encima del codo, y se veía una punción reciente en el antebrazo, perceptible entre otras marcas horribles, el mapa de una década de viajes por una fuerte adicción. En la flácida mano derecha, Hansi sostenía una jeringuilla vacía.

«Buen intento», pensó Fabel. Inspeccionó la sórdida escena. Muy buen intento. Era un asesinato disfrazado de muerte por sobredosis que pasaría a engrosar las estadísticas rápidamente y sin hacer ruido. Era la clase de muerte anónima y nada sorprendente que recibiría un tratamiento oficial rutinario por parte de la policía: otro yonqui que al final lograba matarse con una sobredosis. Sólo que este yonqui tenía una historia que contar y alguien le había silenciado antes de que pudiera hacerlo.

– ¿Ya has avisado a la policía local?

Werner negó con la cabeza.

– Primero quería que lo vieras. Muy oportuno, ¿verdad?

– Y una coincidencia enorme. Quiero que se encargue el equipo de Holger Brauner. Informa a la Polizeidirektion local, pero diles que lo estamos tratando como posible asesinato. -Fabel volvió a mirar a Hansi. De nuevo, no pudo evitar ver más allá del cadáver, del yonqui, al hijo de alguien, a una persona que un día debió de tener sueños, esperanzas y ambiciones.

– ¿Dijiste que te pareció que Hansi de repente se ponía nervioso en el Präsidium, en la cafetería? -le preguntó a Werner.

– Sí. Pensé que era muy extraño que de repente pareciera incómodo y tuviera tantas ganas de marcharse.

– Y yo te dije que seguramente lo que le pasaba es que tenía que meterse ya el siguiente pico. Pero ¿y si no fue eso? ¿Y si, después de enseñarle una foto y otra y otra, vio a los dos asesinos justo allí, en el Prásidium?

– Al principio se encontraba bien… Había algunos policías de uniforme en la cafetería, algunos de la Kriminalpolizei: la mezcla habitual. No empezó a ponerse nervioso hasta que nos sentamos a la mesa. De hecho, llevábamos un rato sentados cuando comenzó a… -El rostro de Werner se quedó sin expresión, y sus ojos se movieron como si estuviera viendo reproducidas las imágenes del recuerdo-. ¡Eso es! -Entonces, el brillo repentino que había asomado a su mirada se apagó con la misma rapidez. Miró a Fabel muy serio-. Mierda…


Sábado, 21 de junio. 17:30 h


Polizeipräsidium (Hamburgo)


En cuanto regresaron de la miseria de la casa abandonada de Hansi Kraus, Fabel y Werner fueron directos al despacho de Van Heiden. Mientras los acompañaban, a Fabel le pareció que aún podía oler el hedor a moho y suciedad que impregnaba el aire, como si éste hubiera penetrado parcialmente en el tejido de su chaqueta. Sintió la necesidad, casi una obsesión compulsiva, de irse a casa a ducharse y cambiarse de ropa.

Era evidente que Van Heiden no estaba de humor para chácharas.

– ¿Estás seguro, Fabel? -El Kriminaldirektor hizo la pregunta casi sin esperar a que las puertas del despacho se cerraran. Volker, que ya estaba sentado frente a la mesa de Van Heiden, no se levantó de su silla, pero saludó a Fabel con la cabeza cuando él y Werner entraron. Fabel vio que había dos carpetas rojas (expedientes laborales) sobre la mesa-. Es una acusación muy grave…

– No, Herr Kriminaldirektor, no estoy seguro. En realidad, lo único que tenemos es un puñado de hechos de los que podemos estar razonablemente seguros… -Fabel y Werner estaban ahora delante de la ancha mesa de Van Heiden. Éste les indicó que ocuparan las dos sillas vacías que había junto a Volker. Los dos se sentaron, y Fabel continuó-: Según la información que tiene Herr Volker, hay alguien dentro de la policía de Hamburgo que vende información a esta banda ucraniana nueva y, por lo que sabemos, a otras organizaciones criminales. Sea quien sea el responsable de esta filtración, él, ella o ellos tienen motivos para matar a cualquiera que pueda identificarlos. El Oberst Volker cree que descubrieron que Klugmann era un agente federal secreto y que o bien lo desenmascararon ante los ucranianos o bien lo mataron ellos mismos.

– Y parece que saben cómo lavar sus trapos sucios -agregó Werner-. Hansi Kraus nos dijo que los asesinos que vio eran alemanes, no extranjeros. Y disfrutaron con su trabajo. Según el patólogo forense, los muy cabrones torturaron a Klugmann antes de matarlo. Y, por supuesto, dejaron allí la automática de fabricación ucraniana que encontró Hansi para despistarnos.

Fabel siguió con la historia.

– Y cuando trajimos a Kraus aquí para enseñarle fotos del archivo policial, Werner lo llevó a la cafetería, donde vio algo o a alguien que le asustó tanto que salió pitando. Y lo siguiente que sabemos es que encontramos a Kraus muerto en su guarida de una sobredosis perfectamente orquestada.

Van Heiden escuchó todo el tiempo con expresión adusta.

Fabel había advertido que Volker no había centrado su atención en lo que decía Fabel, sino en la reacción de Van Heiden a lo que le contaban.

– De acuerdo. Las pruebas apuntan a que hay policías corruptos. Pero ¿qué pruebas tenemos contra estos dos agentes en particular? -dijo Van Heiden, y cogió las carpetas rojas con los expedientes laborales y las lanzó por la mesa para que acabaran justo delante de Fabel.

– No tenemos pruebas objetivas sólidas todavía, Herr Kriminaldirektor -respondió Fabel-. Pero las descripciones físicas que nos dio Hansi coinciden perfectamente. Y aún hay más… -Fabel abrió la primera carpeta y clavó un dedo en la fotografía en la esquina superior derecha de la primera página-. Cuando estuve en su despacho, vi que tenía varios trofeos de boxeo, y que uno era de un combate júnior de pesos semipesados de Hamburgo-Harburg. Es donde se crió. Hansi Kraus mencionó que el mayor de los dos ejecutores se quejó de que la zona en la que creció estaba hecha un asco. -Fabel abrió la segunda carpeta-. Kraus también dijo que el segundo hombre, el joven, el que apretó el gatillo, tenía pinta de forzudo. No se me ocurre una descripción mejor para este tío.

– Parecen pruebas muy endebles y circunstanciales -dijo Van Heiden.

– Lo son hasta que obtengas pruebas sólidas contra ellos -dijo Fabel-. Hemos iniciado un examen forense completo de la escena del crimen. La policía local sabe que lo estamos tratando como un asesinato, y estoy seguro de que ya ha llegado a oídos de nuestros amigos; pero la prueba subjetiva más convincente es la reacción de Kraus en la cafetería del Präsidium. -Fabel miró a Werner.

– He intentado establecer con exactitud el momento en que Hansi comenzó a ponerse nervioso -dijo Werner-. Entonces me acordé de que estos dos -señaló las carpetas- entraron y se sentaron no muy lejos de donde estábamos nosotros. Fue entonces cuando Kraus empezó a comportarse como si le hubieran metido un hilo conductor por el culo. Incluso me preguntó quién era el fortachón musculoso. Y se lo dije.

– Me ha preguntado si estaba seguro. Bueno, estoy seguro de que son nuestros hombres. -Fabel señaló con la cabeza las carpetas abiertas, las dos caras que miraban inexpresivas a sus acusadores desde las ventanas de sus fotografías-. Están en la posición adecuada para vender información valiosísima; ocupan un alto cargo y están en el departamento adecuado. -Clavó una mirada sincera en Van Heiden-. ¿Estoy seguro de poder probarlo? No. Que podamos conseguir o no las pruebas suficientes para condenarlos ya es otra cuestión.

Hubo otro silencio mientras todos miraban las fotografías del Kriminalhauptkommissar Manfred Buchholz y del Kriminalkommissar Lothar Kolski de la división de crimen organizado.


Sábado, 21 de junio. 20:00 h


Speicherstadt (Hamburgo)


Como había hecho el día anterior, Fabel aparcó en la Deichstrasse y entró a pie en el Speicherstadt. Otra vez, las enormes siluetas de los almacenes se recortaban en un cielo crepuscular; sus ladrillos rojos parecían tizones moribundos en la luz agonizante. Fabel volvió sobre sus pasos hasta el antiguo almacén de Klimenko y abrió la pesada puerta de un empujón. Estaba más oscuro que la última vez que entró, y parecía que las entrañas del edificio habían engullido la negra noche; cualquier atisbo de luz que pudiera filtrarse por alguna ventana lejana o de la puerta era arrastrado al olvido. Fabel se maldijo por no haber traído una linterna. Sabía que había fluorescentes repartidos por todo el almacén y que colgaban como trapecios del alto techo; los ucranianos los habían encendido después de su encuentro para que Mahmoot y él pudieran encontrar la salida. Pero el interruptor estaba en algún rincón del despacho, y aunque suponía que debía de haber uno cerca de la puerta, no tenía ni idea de en dónde.

– ¡Comandante Vitrenko!

Su voz resonó contra las paredes antes de ser devorada por la oscuridad. Masculló una palabrota antes de gritar una vez más:

– ¡Vitrenko!

A pesar de su irritación, Fabel se percató inevitablemente de la ironía que implicaba la exclamación de aquel nombre. Era prácticamente una analogía de su investigación: perseguía a un espectro monstruoso en las tinieblas. No hubo respuesta. Fabel fijó la mirada en el interior del almacén y entrecerró los ojos, inclinándose hacia delante, como si así pudiera distinguir algo en la penumbra. Creyó ver una débil luz rectangular en las profundidades de la oscuridad. De memoria, le pareció que la luz podría venir de una de las estrechas ventanas del despacho. Gritó su nombre una vez más. Silencio. Algo no iba bien. Miró la esfera iluminada de su reloj. Eran más de las ocho, y sabía que un hombre tan acostumbrado a la disciplina y a la precisión militar como el ucraniano no llegaría tarde. Buscó por la chaqueta y desenfundó la Walther. Se maldijo por su falta de previsión: no pensó que hubiera ningún peligro en quedar de nuevo con el ucraniano. Nadie sabía que Fabel estaba allí. Estaba solo. Alargó el brazo, pegó la palma de la mano izquierda a la pared y a tientas empezó a buscar el interruptor, pero no lo encontró.

Un sonido. En algún lugar del negro abismo, algo emitió un ruido tan indefinido e imperceptible que no pudo identificarlo. Se quedó totalmente quieto y apuntó con la pistola en la dirección del sonido. Aguzó el oído. Nada. Fijó la mirada en aquella débil luz de la ventana y fue avanzando hacia ella. Al cambiar de vez en cuando su posición hacia un lado, podría identificar el lugar donde estaban las columnas, y entonces, al llegar a una, podría tantear con la mano para buscar el interruptor de la luz.

Lo escuchó otra vez. Un gemido. Quizá una voz ahogada.

– ¿Vitrenko?

Lo llamó de nuevo, pero esta vez había un deje de duda en su voz, como si no estuviera seguro de que Vitrenko, padre o hijo, fuera a responder. La respuesta llegó en forma de llanto débil y ahogado, como de alguien que está amordazado. Bruscamente, Fabel giró la cabeza en la dirección del sonido. Aguzó el oído todo lo que pudo, pero en aquel silencio tan solo podía oír el martilleo sordo de su propio pulso. Sujetó el arma con fuerza, consciente de que tenía las palmas de las manos, y también la cara, empapadas de sudor.

Ahora estaba cerca del despacho. Supuso que las escaleras se encontraban a tan sólo unos pasos. Llegó a otra columna y extendió la mano que tenía libre. Notó el relieve del conducto de cables que bajaba por el pilar. Deslizó la mano y encontró la caja cuadrada del interruptor. En silencio, Fabel respiró hondo y despacio; retrocedió y se alejó de la columna, alargando los brazos y con los dedos de la mano izquierda aún en el interruptor. De nuevo, aflojó y volvió a sujetar con fuerza la pistola, y se preparó para disparar a lo que fuera que estaba al acecho cuando encendiera las luces.

Fabel pulsó el interruptor, y una docena de fluorescentes dispuestos en filas empezaron a parpadear, como si fueran reacios a encenderse, e iluminaron una escena infernal.

La chica de cabellos dorados, que había estado tan llena de vida y energía, estaba ahora muerta, clavada a la pared del despacho. Su cuerpo desnudo y mutilado, y los pulmones arrancados de su cavidad, habían sido clavados como los de las víctimas que había visto en las fotografías tomadas hacía dos décadas en un país lejano. La sangre y las vísceras resplandecían como si fueran pintura reciente salpicada en la pared del gran despacho. Al perder la vida, la muchacha había perdido toda su humanidad. Fabel se esforzó en ver a la persona que había sido antes, en lugar de dejarse llevar por la impresión de que tan sólo era el cadáver retorcido y grotesco de un pájaro con cabeza de mujer. Apartó ese pensamiento, pues eso era exactamente lo que el asesino había querido suscitar. Luchó por recobrar el aliento y se tambaleó hacia atrás, apoyándose contra una columna. Desesperadamente, intentó no mirar, pero no podía apartar los ojos del cuadro macabro que tenía delante.

De nuevo, Fabel escuchó un gemido débil y ahogado. Como si fuera un sonámbulo que se despierta de repente, se volvió, pistola en mano, hacia donde provenía el sonido. El viejo ucraniano estaba de pie apoyado en la columna, de cara al horror de la pared del despacho. Estaba fuertemente atado con un alambre, cuyo lazo pasaba por encima y por detrás de su cabeza, para luego bajar y ajustarse con firmeza debajo de la mandíbula.

El alambre le había producido cortes profundos en la carne, y tenía la camiseta empapada de sangre roja, ennegrecida. Tenía la boca sellada con una cinta adhesiva ancha. Fabel advirtió que el eslavo aún estaba vivo y que sus ojos delirantes lo miraban. Se dio cuenta de algo que le revolvió el estómago: Vitrenko había obligado a su propio padre a mirar. Había repetido su misma historia y había obligado al pobre infeliz a presenciar cómo arrancaba los pulmones aún palpitantes del cuerpo de la chica. Se abalanzó hacia él y le agarró la cabeza con las manos. Esa mirada verde del eslavo se clavaba en la de Fabel con intensidad. Intentaba decirle algo.

– Espere…, espere… -dijo Fabel, examinando aquel enredo de alambres mortal, sin saber tan siquiera por dónde empezar a desatar al eslavo antes de que se desangrara-. Lo sacaré de aquí.

El ucraniano sacudió la cabeza violentamente, haciendo que el alambre se le introdujera aún más en la piel, y, bajo la cinta, emitió algo parecido a un grito. Fabel, sorprendido, se echó hacia atrás.

– Por el amor de dios, no se mueva… -Enfundó el arma y empezó a despegarle la cinta de la boca. El ucraniano reaccionó otra vez con violencia, inclinando bruscamente la cabeza hacia un lado y hacia abajo. Fabel siguió la dirección de sus ojos verdes.

Entonces lo vio.

Al lado de los tobillos del viejo, atado a la columna con una correa, había un disco grueso de metal que reconoció como una especie de carga antitanque. Sujetado a la mina con una abrazadera, se encontraba un mecanismo eléctrico negro del tamaño de un puño, con una luz verde que parpadeaba. El miedo sobrecogió a Fabel al darse cuenta de que los dos cables gruesos que salían del mecanismo eran los mismos que ataban al ucraniano a la columna. Todo su cuerpo estaba listo para hacer explosión. Y la luz verde que centelleaba indicaba la presencia de algún temporizador. Una vez más, el hombre atado empezó a hacer gestos insistentes con la cabeza y los ojos, como si quisiera empujarlo hacia la puerta del almacén.

Fabel apenas podía hablar.

– No puedo… No puedo dejarlo aquí…

Algo parecido a la calma se asomó a los ojos verdes del ucraniano, y junto a ella, una resignación convencida y silenciosa. Cerró los ojos e hizo un ligero movimiento con la cabeza, un gesto de liberación: liberaba a Fabel de toda obligación, de la muerte; y él mismo se liberaba de una vida turbulenta.

– Pediré ayuda… -dijo Fabel, aunque ambos sabían que ya no había remedio para el ucraniano. Retrocedió, sin apartar los ojos de los del eslavo, y acto seguido se dio la vuelta y aligeró el paso hasta que echó a correr, cruzando rápidamente la gran extensión vacía hacia la puerta, hacia la vida.

Fabel salió despedido a la acera, al exterior del edificio, con tanta fuerza que habría caído de cabeza al canal de no haber sido por la valla contra la que se estrelló. Sus pies resbalaron y rozaron el adoquín mientras corría hacia el almacén de al lado. Se sentó en el suelo, con la espalda pegada a la pared enladrillada, preparado para lo que sabía que iba a suceder. Y sucedió.

Oyó un estruendo ensordecedor desde el interior del almacén, como si un puño gigante hubiera golpeado el edificio, y sintió la onda expansiva a través de la pared y el suelo bajo sus pies. La explosión arrancó del marco la pesada puerta del almacén, y las ventanas del segundo piso estallaron lanzando una lluvia de partículas centelleantes. Fabel se echó al suelo, se cubrió la cabeza con los brazos y se llevó las rodillas al pecho, adoptando una postura fetal. Una llamarada ondulante blanca y roja irrumpió brillante a través de la puerta y de las ventanas hechas añicos y volvió después al interior, como si fuera una bestia salvaje que, gruñendo, vuelve a su guarida. El aire estaba cargado del polvo asfixiante de los ladrillos, del humo y de la mugre. Después de la inusitada violencia de la explosión, parecía como si el mundo se hubiera callado y paralizado de repente. Entonces, las alarmas de todos los almacenes contiguos empezaron a sonar o a zumbar en señal de emergencia leve. Fabel se apartó y se quedó sentado durante lo que le pareció una eternidad. Cerró los ojos con fuerza, pero no logró apagar el fuego de los ojos verdes del anciano que ardía en su mente. Los ojos de aquel hombre cuya mirada se había clavado en la de Fabel a medida que la presión alrededor de su cuello hacía que perdiera el conocimiento en casa de Angelika Blüm. Los mismos ojos verdes que habían liberado a Fabel de toda obligación de quedarse con él. Los mismos ojos de padre que, hacía casi dos décadas, habían visto el horror de la obra de su propia carne y sangre.

En la distancia, podía oír el zumbido ascendente de las sirenas aproximándose al Speicherstadt. Apoyando las manos contra la pared, Fabel se puso de pie. Le había entrado polvo en la boca y la nariz, y tosía para poder aclararse la garganta. Seguía aferrado a la pared, temiendo moverse por si se perdía entre el remolino de polvo y la oscuridad; cerró los ojos y vio de nuevo el horror que Vasyl Vitrenko había pintado para él con carne y sangre en la pared del despacho. Vio al hombre atado a la columna, obligado a contemplar el horror y a escuchar los gritos de una muchacha al ser despedazada ante él. Ésa había sido la obra de arte de Vitrenko. Y Fabel debía estar allí para verla. Al pensar eso, cayó en la cuenta de que Vitrenko había querido que Fabel sobreviviera. Lo había preparado y cronometrado todo a la perfección, dándole tiempo para que viera su obra de arte, se atormentara inútilmente pensando en cómo liberar al viejo de su muerte inevitable y pudiera escapar después. De ese modo, Vitrenko había introducido dos imágenes indelebles en la cabeza de Fabel que lo perseguirían durante el resto de su vida: la chica mutilada y la resignación del viejo ante la muerte. Y al haber asegurado esas imágenes en su cabeza, él podía reducirlas a la nada: las había borrado de su realidad, colocándolas únicamente en el archivo de memoria de Fabel.

Se dejó caer hasta quedarse sentado y sintió que el llanto empezaba a subir por su garganta. Reprimió el sollozo y apoyó la cabeza contra la pared, esperando a que llegara la ayuda.


Sábado, 21 de junio. 20:30 h


Polizeipräsidium (Hamburgo)


El informe del jefe de bomberos explicaba lo que Fabel ya sabía: «Además de la carga explosiva adherida a la columna, hemos hallado rastros de algún tipo de acelerador en el interior o alrededor del despacho; suponemos que era petróleo. No quedó mucho más en el despacho después de la explosión, y sea lo que sea que hubiera dentro, prendió de inmediato. Encontramos abiertos un par de contenedores de cinco litros. De todos modos, destruyó todas las pistas forenses de la escena del crimen».

Apesadumbrado, Fabel le dio las gracias al jefe, y el bombero salió de la oficina. Entonces hubo un silencio desalentador que Maria intentó llenar.

– Holger Brauner y su equipo de forenses están allí ahora -dijo Maria-, aunque no ha quedado mucho que recoger.

Fabel habló sin mirar ni a Maria, ni a Werner, ni a Paul.

– Está jugando con nosotros; conmigo. Quería que lo viera y que viviera para contarlo. Eso explica por qué dejó a esas mujeres colgadas en aquel maldito granero de Afganistán como si fueran trofeos; quería que los demás fueran testigos. -Fabel miró a sus colegas, y, por primera vez, éstos lo vieron perdido e indefenso-. Esto es arte, igual que esos cuadros que Marlies Menzel expone en Bremen.

– ¿Y ahora qué, jefe? -Werner no le preguntaba: lo decía en un tono desafiador.

– Pues ahora me voy a casa a darme una ducha. -Fabel ya había tenido bastante muerte por aquel día. Tenía la piel y el pelo cubiertos de polvo y la boca y la garganta irritadas.

– Nos vemos en el Prásidium sobre las diez.

– De acuerdo, jefe. ¿Quieres que reúna al equipo?

Fabel sonrió. Maria nunca se quejaba, y hacía todo lo que hiciera falta para terminar el trabajo.

– Sí, por favor…, pero no cuentes con Anna. Le he dado el día libre. Creo que la operación MacSwain la ha dejado agotada.

Maria asintió.

– ¿Podrías ponerte en contacto con el Krimninaldirektor Van Heiden para confirmar su asistencia a la reunión?

– Sí, jefe.


Sábado, 21 de junio. 21:30 h


Polizeipräsidium (Hamburgo)


Los tres mensajes que había en el contestador de Fabel eran como vínculos con la vida de un mundo que existía más allá de la violencia y la muerte. El primero era de su hija Gabi. Mientras escuchaba el mensaje, oía el tintineo que había en su voz desde que empezara a pronunciar sus primeras palabras. Escuchar la voz de Gabi en momentos como aquél era como si alguien descorriera las cortinas pesadas y polvorientas de una habitación lóbrega y siniestra, inundándola de luz. Sin embargo, hoy tan sólo era una habitación dentro de una mansión tenebrosa.

Gabi quería recuperar el fin de semana que habían podido pasar juntos, quedándose el próximo, si a él le iba bien. Había un concierto al que quería ir, de Die Fantastischen Vier. Fabel no podía acabar de comprender el concepto de rap -un género musical nacido en los guetos de Nueva York, Chicago y Los Angeles, anclado en una forma particular de inglés callejero- cantado en alemán. Pero eso era cosa de Gabi: uno de los incontables puntos de divergencia cada vez más numerosos a medida que los niños se hacen mayores y se convierten en una persona independiente de los padres. Suspiró profundamente. No tenía ninguna certeza de que la presión insidiosa que ejercía este caso en su vida hubiera disminuido el fin de semana.

El segundo mensaje era de Susanne, que le pedía que la llamara para decirle cómo estaba. El tercero era de su hermano, Lex.

Lex era el hermano mayor, pero a menudo Fabel sentía que el espíritu incontrolable, desafiador y juvenil de su hermano le hacía parecer diez años más joven. No era el único contraste fuerte: Lex era más bajo que él, tenía el pelo oscuro y un sentido del humor celta y mordaz que le hacía fruncir tanto la piel de alrededor de los ojos que se le habían quedado unas arrugas permanentes. Lex era propietario de un hotel restaurante en Sylt, una de las islas frisias del norte que en su día sólo fue conocida por la pesca, pero que ahora atrapaba en sus redes peces mucho más rentables: los poderosos, ricos y famosos de Hamburgo y Berlín. El restaurante de Lex descansaba sobre una cumbre de baja altitud tras las dunas, con unas vistas espectaculares de la ancha guadaña de arenas blancas y de la paleta cambiante del mar del Norte. Fabel había pasado muchas temporadas en el hotel de su hermano, que se había convertido en algo parecido a un refugio para él. Fue allí donde se había recuperado después de que le dispararan, y también fue allí donde hizo su retiro espiritual para intentar aceptar el hecho de que había dejado de ser miembro de una familia. Ya no era ni marido ni padre a jornada completa.

Lex no tenía ningún motivo especial para llamarlo. Era tan sólo un hermano que quería estar en contacto con su otro hermano: un intercambio que -se lamentó Fabel- no solía ser recíproco. Al escuchar la voz de su hermano, ardió en deseos de escapar de Hamburgo y pasarse semanas contemplando el océano, siempre mutable; de abandonar su ropa elegante y su estilo urbano y holgazanear sin tener que afeitarse y poder andar en sudadera, vaqueros y náuticos. En su cabeza veía una imagen con toda claridad: volver a su refugio preferido; pero esta vez la imaginación le añadía una compañera, Susanne. En aquel mismo instante tomó la decisión de que, en cuanto resolviera este caso escabroso, le pediría a Susanne que lo acompañara a Sylt.

Antes de devolver ninguna llamada, llamó al móvil de Mahmoot. Había estado con él cuando conoció al padre de Vitrenko en Speicherstadt. Dos de las cuatro personas entonces presentes estaban ahora muertas, y Fabel quería asegurarse de que Mahmoot no fuera la tercera. Cuando escuchó su voz, soltó un suspiro de alivio. Le explicó lo que había sucedido al volver al almacén y se sorprendió al notar que le temblaban las manos mientras se lo contaba. Mahmoot escuchó en silencio durante un rato.

– Joder, Jan. Creía que vivía en un mundo oscuro -dijo al final-, pero el tuyo me acojona. No puedo creer que estén muertos. No puedo creer que le hiciera eso a su propio padre. -Hizo una pausa como si estuviera pensando en algo-. Escucha, Jan, voy a desaparecer una temporada, me iré de Hamburgo. No sé si este supervikingo me considera un cabo suelto, pero no quiero acabar como una especie de brocheta nórdica.

– Lo entiendo -dijo Fabel. Mahmoot colgó.

Llamó a Gabi. Fue la típica conversación corta y animada que solía tener con su hija. Tenían una jerga especial que consistía en condensar los párrafos de sus historias y los significados en tan sólo unas palabras. A Fabel le preocupaba que este caso siguiera robándole gran parte del tiempo, pero quería que fuera a verlo. Ella le dijo que no se preocupara si tenía que trabajar. El tiempo que pasaba con su hija era más valioso que el oro, y apreciaba cada oportunidad para estar con ella. La misma economía que usaban para las palabras les permitía condensar un gran valor en muy poco tiempo.

Después de colgar, se dio cuenta de que no había comido. Fue a la cocina y se preparó una ensalada y un café solo demasiado fuerte. Mientras preparaba la cena, empezó a marcar el número de Lex; pero colgó antes del primer tono porque cayó en la cuenta de que, posiblemente, aún estaría entretenido en la cocina o en el comedor. Decidió llamar a Susanne. Se mostró horrorizada al escuchar el relato de los hechos sucedidos en el Speicherstadt e insistió en ir a su casa de inmediato; pero él la disuadió, explicándole que tenía que volver al Prásidium para asistir a una reunión sobre el caso. Estaba bastante alterada y preocupada, pero cuando Fabel le comentó su idea de pasar un tiempo juntos en Sylt, su voz se relajó.

– Me encantaría, Jan. Y creo que sería una idea excelente para los dos. Estoy preocupada por el precio psicológico que vas a tener que pagar por todo este horror.

«Yo también», pensó Fabel.

Después de hablar con Susanne, se comió la ensalada sin entusiasmo, se preparó otro café y fue al salón. Encendió la luz y se sentó en el sofá, observando su propio reflejo en los cristales de la ventana. Suspiró profundamente y miró la hora. Necesitaba aliviar la gran tensión acumulada en el cuello y los hombros antes de volver al Präsidium. Se inclinó hacia la mesa de café y cogió el diccionario de apellidos ingleses que Otto le había regalado. Soltó una risita. Sólo Otto podía saber que Fabel encontraba paz en los volúmenes de etimología inglesa o alemana. Le encantaban las obras de referencia. Eran océanos en los que se podía navegar sin rumbo; en un principio buscando cierto conocimiento, y luego desviándose en otra dirección siempre tangencial, pero igualmente seductora. Por pasar el rato, empezó por su apellido. Sabía que «Fabel», además de en Alemania, también se encontraba en Dinamarca y en los Países Bajos. Se desilusionó un poco al no encontrarlo listado entre los apellidos de las islas Británicas. Se devanó los sesos en busca de apellidos británicos que hubiera oído recientemente. Hubo uno que se le ocurrió al instante porque estaba relacionado con el caso. Fue pasando las páginas hasta que encontró la prolija sección dedicada a los apellidos que empezaban por «Mc» y «Mac», que predominaban en Irlanda y Escocia.

Encontró la entrada de «MacSwain».

Fabel se quedó de piedra. La taza de café se quedó suspendida a medio camino entre el platillo y sus labios. El silencio era sepulcral. Entre latidos, se vio atrapado en aquel momento, con la sangre congelada en sus venas. Entonces se rompió el encantamiento. Colocó la taza de café sobre el plato con decisión, derramando un remolino de líquido negro y viscoso. Se había puesto de pie y ya estaba cruzando la habitación antes de darse cuenta de que ya no estaba sentado. Aún tenía el libro abierto en la mano izquierda y los ojos fijos en la entrada. Su mano derecha encontró el inalámbrico y pulsó una única tecla, que marcaba automáticamente el número de teléfono de la Mordkommission.

– Mierda, mierda… -murmuró Fabel, ya que el tono de llamada parecía no tener fin. Fue Maria quien cogió el teléfono. Fabel ni siquiera se identificó.

– Maria, Anna tenía razón… Dios mío, estábamos equivocados del todo. Es MacSwain. MacSwain es el Hijo de Sven.

Maria parecía confundida y poco convencida, pero Fabel disipó su incredulidad con un torrente de palabras.

– Nos ha estado diciendo desde el principio quién era. Y no lo vimos. Nos lo ha pasado por las narices en cada mensaje de correo electrónico. ¿Aún tenemos un equipo vigilando a MacSwain?

– Sí, al menos hay un agente ahora mismo. Está delante de su apartamento.

– ¡Que alguien vaya allí de inmediato! Diles que esperen hasta que lleguemos, a menos que MacSwain intente escapar, en cuyo caso quiero que lo detengan bajo el cargo de sospechoso de asesinato. Que todo el mundo vaya a la sala de investigación. Y dile al abogado de Eitel que voy a hablar con Norbert dentro de diez minutos, esté él presente o no. Os veré allí dentro de quince minutos.


Sábado, 21 de junio. 21:00 h


Eimsbüttel (Hamburgo)


Anna se sumergió en el lago tibio, oscuro y profundo de un sueño tranquilo. Cuando regresó a su apartamento desde el Prásidium, no esperaba poder dormir: se sentía exhausta, y las escenas de la velada con MacSwain le pasaban ante los ojos como secuencias dispares, como si cambiara los canales de televisión al azar. El cansancio había entorpecido los dedos de Anna y había hecho que sintiera los brazos y las piernas como si fueran de plomo mientras llevaba a cabo las tareas que se interponían entre ella y el sueño. Le había dado de comer a Mausi, su gato atigrado, se había desmaquillado y se había metido en la cama.

Cuando se despertó, eran casi las cinco de la tarde, y Mausi estaba sentado al pie de la cama, mirándola con arrogancia e indiferencia. Ya no sentía la pesadez en las extremidades, pero una franja de dolor se había instalado ahora en su cabeza mientras dormía. Se levantó y se tomó dos codeínas antes de sumergirse en un baño tibio. Yacía inmóvil, con una toallita sobre los ojos, y dejó que el agua que la envolvía le pusiera la carne de gallina. El silencio que reinaba en el lavabo era casi perfecto, roto tan sólo por el sonido del agua al moverse y por el momento en que gritó «¡Mausi!» en el tono más severo que pudo, y sin quitarse la toallita de los ojos, al oír ruido en la cocina.

Anna se examinó las yemas de los dedos, arrugadas y blanquecinas, y se levantó sin ganas de la bañera. Se secó el cuerpo y el pelo con la toalla y se dirigió a la cocina, donde vio a Mausi sentado en una esquina, con un aire de inusitada timidez.

– ¿Qué has hecho, Spitztube?

Anna miró la cocina en busca de las pruebas del crimen felino. Abrió de par en par la ventana de la cocina por la que Mausi accedía al pequeño balcón, y el gato salió de un brinco. Se encogió de hombros y fue a la nevera a por agua fría, que bebió a pequeños sorbos. Volvió a la habitación y acababa de vestirse cuando oyó que alguien llamaba a la puerta. Debía de ser algún vecino, porque los visitantes solían usar el portero electrónico. Antes de abrir la puerta, supo que sería Frau Kreuzer, la anciana que vivía en el piso de arriba. Como sabía a qué se dedicaba, la mujer solía ir a contarle historias sobre personajes sospechosos que había visto en el supermercado del barrio, en la biblioteca o merodeando por la calle del edificio. Anna siempre la escuchaba con paciencia, le ofrecía una taza de té verde y dejaba que desviara el tema de su supuesto interés por el bien comunitario hacia la cháchara y el cotilleo general. Era consciente de que las inquietudes de la anciana eran tan sólo una treta para crear un oasis de compañía en el desierto solitario de sus días, pero no le importaba. Sin embargo, hoy podría apañárselas sin aquella distracción. De hecho, a pesar de haber dormido durante tanto rato, al ir hacia la puerta se sintió muy mareada.

– Buenas tardes, Frau Kreuz… -empezó a decir Anna mientras abría la puerta. Le pareció que se le paraba el corazón y se le congelaba la voz al mismo tiempo al encontrarse el fuego verde y frío de la mirada de John MacSwain.

– Hola, Anna -dijo MacSwain.

Anna parecía confundida. A modo de respuesta, MacSwain levantó las llaves y las hizo oscilar en su dedo índice. Anna se volvió. Al mover la cabeza, se mareó y se le nubló la vista. Buscó la SIG-Sauer de nueve milímetros que usaba en el trabajo y que había tirado, con funda y todo, sobre la mesa del recibidor de al lado de la puerta; pero ya no estaba. En ese instante ató cabos: los ruidos en la cocina, el agua, el nerviosismo del gato. Se volvió hacia MacSwain y tuvo que ladear la cabeza momentáneamente para poder verle bien la cara. No pudo evitar comparar su fría mirada verde con el desinterés que Mausi solía manifestar al mirarla. «Eso es -confirmó para sus adentros-: él no es humano.» Eso era lo que había intentado explicarle a Fabel: que a MacSwain le faltaba un elemento esencial y decisivo para ser humano. Se tambaleó y fue a apoyarse en el canto del armario de la cocina, pero MacSwain se adelantó y la cogió por debajo de los brazos.

– Cuidado -dijo él, sin pretender ser solícito-. Creo que te irá bien beber un poco más de agua.

Mientras el preparado de droga que MacSwain había echado en el agua empezaba a nublar la conciencia de la chica, Anna se vio obligada a hablar.

– No me encuentro bien -dijo de modo que sólo él pudo oírla, y sin poder recordar por qué tenía que decirlo.


Sábado, 21 de junio. 21:40 h


Polizeipräsidium (Hamburgo)


Maria, Werner, Paul y Van Heiden ya estaban allí cuando llegó Fabel. Maria también había llamado a los dos agentes del equipo ampliado que aún estaban de servicio. Fabel, con el libro que le regaló Otto bajo el brazo, entró con aire decidido en la sala de investigación y se paró delante de la pizarra.

– Dejadme que vaya al grano -dijo Fabel-. Tenemos a un nuevo sospechoso principal o, como mínimo, otro más: John MacSwain, veintinueve años, ciudadano británico residente en Alemania.

– ¿Y qué pasa con Vitrenko? -preguntó Van Heiden.

– Vasyl Vitrenko aún es una parte importante de todo esto. Creo que nos encontramos ante un maestro y su aprendiz; o un sumo sacerdote y su acólito. Vitrenko es un manipulador consumado. Sus hombres lo siguen con una devoción incondicional que está fundada en un refrito deficiente de mitos y creencias nórdicas. Pero no sólo controla a los hombres: utiliza a todo tipo de personas para conseguir sus objetivos. Y eso incluye a gente con problemas psicológicos. John MacSwain es un ejemplo, igual que el tipo en Ucrania que fue ejecutado por una serie de crímenes similares a mediados de los noventa. -Fabel hizo una pausa, y en la sala se hizo un silencio sepulcral-. Vitrenko ha tenido acceso a material que yo escribí sobre un caso de asesinatos en serie en Hamburgo. También ha estudiado en uno de los institutos criminológicos más importantes, que está en Ucrania; y por lo que sabemos, este país tiene el índice más alto de casos de asesinos en serie del mundo. Eso explica por qué todo a lo que nos hemos enfrentado hasta ahora parece un caso de manual; pues porque está extraído de un manual. Con toda probabilidad, Vitrenko conoció a MacSwain a través de los Eitel, para los que trabajaba este último. Los Eitel están implicados, junto con Vitrenko, en una estafa inmobiliaria en la que también está involucrada la mafia de Odesa. Además, hemos relacionado directamente a Norbert Eitel en los casos de secuestro y violación de chicas según una especie de ritual. Tiene una cicatriz muy característica en la mano izquierda que coincide con la descripción que hizo una de las víctimas. Creo que Vitrenko está usando estos rituales como si fueran un tipo de vínculo. Además, me imagino que descubriremos que hay otros peces gordos enredados en todo esto.

Fabel hizo otra pausa. Le resultaba extraño ponerle voz al asunto, como si verbalizara lo que hasta el momento había sido un proceso puramente interno. Su público permanecía casi inmóvil y en absoluto silencio. Como no hubo preguntas, Fabel prosiguió.

– Respecto a los asesinatos, Ursula Kastner, la abogada que trabajaba para el gobierno regional, debió de encontrarse con irregularidades en los negocios inmobiliarios relacionados con la sociedad Neuer Horizont. Sospecho que destapó algún tipo de implicación de alto nivel y prefirió acudir a la prensa antes que a las autoridades. Y la prensa, en este caso, era Angelika Blüm. A Tina Kramer, la agente del BAO-BND, la asesinaron porque la identificaron como un contacto de primera línea de Klugmann, cuya tapadera había sido descubierta por dos agentes de policía; unos agentes que estaban sobornados y asesinaron a Klugmann en la Schwimmhalle y dejaron un arma de los servicios de seguridad ucranianos tras de sí para acabar de embrollarlo todo. Tres víctimas; un asesino. John MacSwain. El aprendiz.

Fabel señaló las imágenes de las tres mujeres asesinadas y después se dirigió hacia las fotografías tomadas en Afganistán.

– Esto, por otro lado, es la obra del maestro. Y yo he visto la obra de arte con mis propios ojos. El asesinato de hace unas horas del padre de Vitrenko y su ayudante llevaba su firma, y Vitrenko es lo bastante egoísta como para querer que yo lo viera antes de destruir las pruebas: su propio padre y la hermana de una de las víctimas de Kiev. Vitrenko no iba a confiárselo a MacSwain: ésta era su obra de arte.

– Pero, aparte de este último asesinato, ¿dices que MacSwain es el asesino? -preguntó Van Heiden.

– Sí. Vitrenko sabía qué teclas tocar con MacSwain. Es evidente que MacSwain es un sociópata. Vitrenko se dio cuenta. Supongo que entre ellos se reconocen. De todas maneras, John MacSwain se llevaba bastante mal con su padre, y me imagino que Vitrenko adoptó esa función paternal, y lo envolvió todo con una especie de galimatías vikingo. Seguramente, al principio MacSwain se encargaba de encontrar a las mujeres para los rituales que organizaba Vitrenko y que, en realidad, no eran otra cosa que violaciones en grupo disfrazadas. Debió de ver hasta dónde llegaba la locura de MacSwain. Recordad que estamos hablando de alguien que sabe qué busca. Fue entonces cuando dejó que el inglés se ocupara de sus misiones más sagradas. Supongo que MacSwain enviaba los mensajes de correo electrónico, pero que el texto se lo dictaba Vitrenko.

– Pero ¿por qué sospechas de MacSwain ahora, después de tanto tiempo? -preguntó María.

– Por su nombre. Lo hemos tenido delante todo el tiempo. -Fabel abrió el libro sobre la mesa que tenía delante-. El origen del apellido MacSwain. Es la forma anglosajona de un apellido gaélico irlandés y escocés. El prefijo Mac es patronímico: significa «hijo de». La parte Swain viene de los invasores vikingos que se asentaron en las islas occidentales de Escocia. Es una forma gaélica y anglicanizada del nombre nórdico antiguo Svein, que significa «chico».

Fabel calló. Podía sentir la electricidad suspendida en el aire. Todos sabían lo que estaba a punto de decir, pero tenían que escucharlo de su boca.

– MacSwain significa «Hijo de Sven».

– ¡Lo sabía! -dijo Werner-. Y Anna también. Había algo que no le cuadraba con respecto a MacSwain.

– Acabo de tener una charla con Norbert Eitel -continuó Fabel-, que aún sigue detenido en el piso de abajo. Le he dicho que lo sabía todo sobre la participación de Vitrenko y MacSwain en las violaciones. No me ha contestado, pero sus ojos lo decían todo. Era la mirada de un hombre que está hasta el cuello de problemas. Está claro que MacSwain es nuestro hombre. -Fabel se volvió hacia Maria-. ¿Aún lo tenemos vigilado?

– He enviado a otro hombre, pero el agente que lo ha estado vigilando dice que no se ha movido en toda la tarde.

– Muy bien -dijo Fabel-. Quiero que todo el mundo se prepare para actuar dentro de veinte minutos. Maria, diles a los del equipo de vigilancia que no se muevan de allí.

Una agente uniformada llamó y sacó la cabeza por la puerta de la sala de reuniones.

– Hay alguien en la recepción que quiere verlo, Herr Hauptkommissar. Una tal Frau Kraus…


Margarethe Kraus podría haber tenido entre cuarenta y cinco y sesenta y cinco años. Era una de esas mujeres cuya compensación por tener aspecto de mujer madura de jóvenes era probablemente seguir pareciéndolo cuando llegaban a los setenta. Cualquier parecido familiar que hubiera habido entre madre e hijo debió de borrarse de las facciones de Hansi tras tantos años consumiendo heroína. Frau Kraus tenía la cara redonda y vacía y unos pequeños ojos marrones que tenían un aire de cansancio inmenso, como si nunca hubiera dejado atrás ningún momento de su vida, sino que lo hubiera llevado siempre consigo.

Estaba sentada en la sala de espera, cerca de la ventana, que brillaba en la noche como si fuera de obsidiana. Tenía las pequeñas manos juntas encima de un sobre. Se levantó con torpeza cuando entró Fabel.

– ¿Frau Kraus? -Sonrió y le extendió la mano-. Le acompaño en el sentimiento.

Margarethe Kraus sonrió con amargura.

– Perdí a Hansi hace muchos años; la diferencia es que ahora tenemos un cuerpo al que llorar.

Fabel no supo qué decir. Asintió con una mezcla de simpatía y comprensión. Después de un silencio que pareció más largo de lo que en realidad fue, dijo:

– Quería hablar conmigo, Frau Kraus. ¿Era referente a Hansi?

La mujer de aspecto eternamente maduro no habló, sino que se limitó a entregarle un sobre. Fabel estaba confundido.

– Es de Hansi -dijo la mujer.

Fabel abrió el sobre. La carta estaba escrita a lápiz, pero la letra era impecable. Era como si una lejana memoria de disciplina escolar se hubiera manifestado en la escritura. Para Hansi, ésta había sido una carta importante, por razones obvias. Era demasiado doloroso leerla. Gran parte de ella era de una naturaleza muy personal: básicamente, Hansi le pedía perdón a su madre por haberles causado tanto dolor y sufrimiento a ella y a sus hermanas. Fabel empezaba a preguntarse por qué Frau Kraus había decidido compartir algo tan íntimo con él cuando llegó a los párrafos finales.


La razón por la cual te escribo ahora, Mutti, después de tantos años es porque creo que mis problemas se han acabado. No quiero que estés triste o que te asustes, pero tengo que decirte que creo que alguien vendrá a por mí. Si estoy en lo cierto, no creo que nos veamos nunca más. Si me ocurre algo malo, quiero que lleves esta carta al Kriminalhauptkommissar Jan Fabel, al Präsidium de la policía. Es un hombre honrado, creo, y podrá encontrar a la gente que hizo conmigo lo que sea que haya hecho.

Había dos policías en la cantina del Prásidium cuando estuve allí con Herr Meyer. Estaban sentados detrás de nosotros, a la izquierda. Uno de los hombres era viejo, y el otro, joven. El joven tenía el pelo rubio muy corto y tenía aspecto de forzudo o de levantador de pesas. Le pregunté a Herr Meyer quién era el de los músculos, y me dijo que era Lothar Kolski. Es el hombre al que vi en la piscina. El viejo que compartía mesa con él fue quien le ordenó que lo hiciera. No dije nada entonces porque me quedé helado cuando los vi en el cuartel general de la policía. Pensé que quizá la policía estaba detrás del asesinato, pero ahora sé que no es verdad. Herr Fabel sabrá qué hacer.

Tengo miedo, pero no tanto como pensaba. Soy un inútil, siempre lo he sido. Quizá sea mejor así.

Lo siento mucho, Mutti. No fui el hijo que te merecías, y tú fuiste mejor madre de lo que merecí.

Siempre tuyo,

Hansi


Cuando acabó de leer, Fabel se quedó mirando la carta durante un buen rato. Luego miró a Margarethe Kraus.

– Lo siento muchísimo, Frau Kraus. Gracias por traerme la carta.

– ¿Es verdad que a Hansi lo mató un policía?

– A Hansi lo asesinaron unos criminales, Frau Kraus. -La miró fijamente y con sinceridad. Aquello no era ninguna mentira-. Pero le prometo que los atraparemos -dijo Fabel, sosteniendo la carta en alto-. Y los detendremos gracias a esto.

Margarethe Kraus sonrió con educación, como si alguien le acabara de decir cómo llegar a la estación de autobuses.

– Será mejor que me vaya; es muy tarde.

Fabel le estrechó la mano. Estaba fría y un poco húmeda.

– Lo lamento, pero tendrá que quedarse un rato más. Necesito que un agente le tome una declaración completa, y después la llevarán a casa. Me temo que deberemos tenerla bajo vigilancia durante unos días, sólo hasta que resolvamos todo esto.

Frau Kraus se encogió de hombros con resignación.

– Entonces esperaré aquí -dijo, y volvió a sentarse, plegando las manos sobre su regazo, pero esta vez sin la última carta de su hijo debajo.


Van Heiden estaba esperando a Fabel en la recepción. Este le entregó la carta y le señaló el párrafo clave.

– Supongo que puedo dejar que se encargue usted de esto, ¿no, Herr Kriminaldirektor? -preguntó Fabel. Van Heiden no respondió, pero pudo leer el futuro próximo en su mirada furiosa: Buchholz y Kolski no lo sabían, pero un tren expreso iba a embestirlos.

– He venido a darte esto, Fabel -le dijo, y le entregó un mensaje de correo electrónico.


Mordkommission de la policía de Hamburgo


DE: HIJO DE SVEN

PARA: ERSTER KRIMINALHAUPTKOMMISSAR JAN FABEL

ENVIADO: 21 de junio de 2003, 21:30 h

ASUNTO: LA HIJA DE DAVID

CREE QUE ESTÁ CERCA DE MÍ, PERO SOY YO EL QUE SE ESTÁ ACERCANDO A USTED. LE HE REGALADO MUCHAS EXPERIENCIAS MEMORABLES, HERR FABEL. Y ÉSTA NO LA OLVIDARÁ NUNCA. VOY A DISFRUTAR DE ELLA MÁS QUE DE NINGUNA.

ENGAÑAR ESTÁ EN LA NATURALEZA DE LA MUJER. NACE ENVENENADA CON ASTUCIA Y FALSEDAD, Y SE PASA LA VIDA PERFECCIONANDO SUS HABILIDADES PARA MENTIR Y TRAICIONAR. ¿ACASO NO ES POÉTICO QUE EL HIJO DE SVEN EXTIENDA LAS ALAS DE LA HIJA DE DAVID?

HIJO DE SVEN


Sábado, 21 de junio. 22:00 h


Harvestehude (Hamburgo)


Fabel había luchado por mantener al equipo en los límites de la emergencia sin caer en el pánico absoluto. El significado del mensaje estaba más claro que el agua. La Hija de David. El intento de engaño a MacSwain. Iba a por Anna. Maria había intentado hablar con ella por teléfono, pero no obtuvo respuesta. Fabel ordenó que una patrulla fuera de inmediato al apartamento de Anna en Eimsbüttel y que forzara la puerta si era necesario. Mientras, Fabel dirigiría el asalto a la casa de MacSwain.

El agente encargado de la vigilancia por fuera del bloque de MacSwain confirmó que el británico no había salido desde que volviera a las 17:56. No había habido ningún movimiento' claro en el piso, aparte de cuando encendió las luces a eso de las 19:30. El agente incluso se había acercado a comprobar que el Porsche de MacSwain siguiera en su plaza de aparcamiento del Tiefgarage. Fabel envió a medio equipo, encabezado por Maria, escaleras arriba; él y Werner subieron con los demás, y con la pesada palanca, en el ascensor de acero.

Sólo había una puerta de entrada y de salida del apartamento. La otra única manera de salir era acceder al balcón y saltar a la calle desde el tercer piso. Dos agentes con chalecos antibalas del MEK empezaron a hacer girar la palanca, contando en silencio al compás, hasta que a la de cuatro presionaron la puerta e hicieron saltar la cerradura. La puerta voló hacia dentro y el equipo armado del MEK irrumpió en el piso, peinando el espacio vacío con sus metralletas Heckler & Koch.

Al instante, Fabel supo que no había nadie en el piso. Después de tres o cuatro minutos, el equipo confirmó sus sospechas.

– ¡Mierda! -dijo Werner-. ¿Cómo es posible que nos haya vuelto a pasar?

– Pues porque estábamos mirando hacia otra dirección -dijo Fabel-. Debí haber escuchado a Anna y tener a un equipo entero vigilando a este cabrón.

Al mencionar el nombre de la policía, los dos agentes intercambiaron una mirada de complicidad, asustados.

– Habla con el equipo y averigua si han encontrado a Anna.

Werner abrió la tapa de su teléfono móvil con brusquedad.

– Jefe, ven a ver esto… -Maria le hizo señas para que entrara en un pequeño trastero, más bien un gran armario, situado en un extremo del piso. MacSwain se las había ingeniado para meter una mesa de ordenador pequeña y una silla en aquel lugar tan minúsculo. Las paredes estaban cubiertas de fotografías, recortes y notas escritas a mano. Dos reflectores en el techo iluminaban el mural, como si fuera una obra expuesta en un museo, y enfocaban directamente a una máscara tallada en madera, una réplica muy parecida a la imagen que Fabel había visto en el libro que le regaló Otto; un libro que también tenía MacSwain. El rostro barbudo tenía la boca torcida a modo de gruñido; el único agujero para el ojo quedaba ensombrecido por culpa del ángulo en que los reflectores proyectaban la luz.

Maria tuvo que echarse hacia atrás para que Fabel pudiera entrar en el trastero. Se imaginó la puerta cerrada tras de sí, y las garras de la claustrofobia lo oprimieron aún más. Fabel se dio cuenta de que aquella habitación era algo más que un lugar asignado para un propósito especial: era otra dimensión, un mundo aparte. MacSwain solía sentarse allí, con la puerta cerrada y tan densa e impenetrable como un puente levadizo de hierro; inmerso en un universo de verdades, costumbres y creencias alternativas que se habían conjurado a su alrededor. Pero Fabel no estaba seguro de cuánto había conjurado él y cuánto de Vitrenko había en todo aquello.

Algo dorado brillaba bajo la luz de los reflectores: la silueta ovalada de una placa de la Kriminalpolizei colgada de su cadena en un clavo en la pared. Esa placa debió de ser la llave al apartamento de Angelika Blüm y a su confianza; lo que la habría engañado haciéndole creer que su asesino era Fabel. Maria pasó por su lado y le señaló un recorte de periódico que estaba sujeto con una chincheta encima de las otras capas de papel.

– Dios mío… -murmuró-. Eres tú.

El artículo era de hacía un año y lo había recortado del Hamburger Morgenpost. La fotografía de Fabel estaba encima de un par de columnas dedicadas a la detención de Markus Stümbke. Éste había acosado y asesinado a una miembro del Senado, Lise Kellmann. Era obvio que la noticia era la continuación del artículo principal, porque tal como prometía el titular, explicaba con gran detalle la experiencia profesional de Fabel y su historial en la policía de Hamburgo. MacSwain había subrayado una referencia a sus orígenes británicos y alemanes y al hecho de que, a menudo, lo llamaban der englische Kommissar. Fabel recorrió con la mirada el resto de la exposición. Estaba dedicada, casi por completo, a la mitología e historia vikingas. Un mapa del norte de Europa mostraba las rutas que siguieron los vikingos; bajando por el Volga hasta llegar al corazón de Ucrania, siguiendo las costas del mar del Norte y del Báltico y, marcada otra vez en rojo, la ruta que tomaron para asaltar y asentarse en la costas del norte de Escocia. Con aquel rotulador rojo, MacSwain había trazado la línea de una historia personal falsa; una red fina pero inquebrantable de justificación perversa para sus acciones.

– ¿No ves que aquí falta algo? -preguntó a Maria, y ella asintió.

– No hay fotografías ni cosas de las víctimas… No hay trofeos.

– Exacto.

Los asesinos en serie tratan de establecer una relación con aquellos a los que asesinan, aunque el primer contacto hubiera sido el asesinato mismo. Aquí no había referencias: ni a Ursula Kastner, ni a Angelika Blüm, ni tampoco a Tina Kramer. No había ninguna fotografía de las víctimas antes de su muerte. No había prendas de ropa. No había trofeos.

– Eso es porque él no eligió a sus víctimas -dijo Fabel-. Alguien las seleccionaba por él. El objeto de la obsesión de MacSwain no es su víctima, sino la persona que lo guía, su padre espiritual: Vitrenko. Y es éste quien ocupa el lugar que dejó un padre natural a quien le importaba una mierda su hijo.

Algo más llamó la atención de Fabel.

– No hay documentos del piso de Angelika Blüm. Y la cámara de vídeo desaparecida tampoco está aquí. Se los ha entregado a Vitrenko. Él le dijo cómo asesinar y qué debía llevarse de las escenas.

Werner apareció a su espalda. Con Maria y Werner detrás de él, se sintió atrapado en ese espacio tan pequeño y asfixiante. Se dio la vuelta y les indicó el espacio abierto del comedor con un movimiento de cabeza tajante. Los tres salieron del trastero.

– Es Anna, jefe. -La preocupación nublaba el rostro de Werner-. Malas noticias. No está en su apartamento y se ha dejado el bolso y el móvil.


Sábado, 21 de junio. 22:00 h


El Elba, cerca del Landungsbrücken (Hamburgo)


El día que acababa intentaba ser recordado en un cielo pintado de rojo y en la calidez placentera de la brisa vespertina. Franz Kassel se quitó la gorra y se alisó los finos mechones rubios. Su turno estaba a punto de terminar, y esperaba con ganas tomarse una cerveza fría, o quizá unas cuantas. Había sido un turno tranquilo, y pudo saborear lo que le había atraído de la Wasserschutzpolizei en primer lugar: escuchar el delicado sonido del agua y el suave crujido y zumbido de los barcos amarrados; observar la luz cambiante al pasar bajo los cascos enormes e imponentes mientras patrullaba. Pero sobre todo, había sido por la perspectiva diferente que ofrecía. Las cosas siempre parecían diferentes desde el agua; uno veía más. El Hamburgo que él veía cada día era totalmente distinto del que se veía desde tierra firme. Se sentía privilegiado por tener ese punto de vista único.

Sabía que no todo el mundo compartía aquella sensación de privilegio, como Gebhard, el Polizeiobermeister, que estaba al mando y guiaba el WS25 de vuelta a la estación de Landungsbrücken. Para Gebhard, la WSP era tan sólo un trabajo. Hacía solamente tres años que estaba allí, y no hacía más que decirles a los otros tripulantes que quería entrenarse y ser transferido a la base terrestre del MEK.

Kassel observaba cómo Gebhard gobernaba el barco hasta la orilla. Estaba capacitado para el trabajo, pero le faltaba el «sentido» del agua que Kassel consideraba esencial para cualquier policía fluvial de verdad. Era algo que un marinero nato llevaba dentro: la conciencia de que el río es un ser vivo. Sin embargo, Gebhard trataba el Elba como si fuera una carretera anegada y él no fuera más que un policía de tráfico. Kassel dejó a Gebhard al timón y se fue a la cubierta. La brisa le refrescaba la cara, y suspiró como suspira el hombre feliz que ha encontrado su lugar y lo sabe. Fue entonces cuando vio cómo un barco que le era familiar salía del atracadero cerca del Überseebrücke. Kassel levantó los binoculares. Era el yate Chris Craft 308 que habían tenido que vigilar la otra noche. Entró rápidamente en la cabina y ordenó a Gebhard que siguiera a la lancha, pero a una distancia prudencial.

– Pero si ya acabamos el turno, jefe -protestó. Kassel le respondió con una mirada vacía, y Gebhard se encogió de hombros y dirigió el WS25 hacia el Elba otra vez. Kassel no tenía ni idea de si la chica de la Mordkommission aún estaba interesada en esa embarcación, pero pensó que sería mejor comprobarlo. Descolgó la radio y pidió que lo pusieran en contacto con la Oberkommissarin Klee de la Mordkommission.


Sábado, 21 de junio. 22:00 h


El Elba, cerca de Hamburgo


La conciencia de Anna carecía de una forma clara. Si la confusión pudiera definirse como forma, entonces sería ésa la forma más aproximada que adoptó su mente. Pero incluso la confusión se relaciona con otros sentimientos, otras emociones. Uno puede estar confuso y enfadado, confuso y asustado, o confuso y entretenido. Sin embargo, lo de Anna era la confusión en sí misma, desvinculada por completo de cualquier otra cosa. Tenía un momento de lucidez y después la perdía. Era como volar a través de bancos de nubes espesas; de vez en cuando, el avión sale de la nube y el resplandor del cielo azul deslumbra un instante para volver a desaparecer después.

Estaba despierta. Reconoció el interior del barco de MacSwain. Tenía las manos atadas a la espalda y estaba recostada en la cama. Ahora sabía dónde estaba y qué le había ocurrido. MacSwain la había drogado. Había estado en su apartamento. Había preparado un cóctel mezclando flunitrazepam o clonazepam con gamahidroxibutirato en el agua. No llevaba ni la pistola ni el móvil encima. Fabel le había dado el día libre, así que nadie la echaría en falta. Estaba sola y tendría que arreglárselas para escapar. Durante unos segundos, todos esos datos estaban claros como el agua. Un momento después, se habían esfumado. No tenía ni idea de dónde estaba ni de qué estaba pasando. Entonces algo parecido al sueño la envolvió.

La despertó la voz de MacSwain. Estaba hablando con alguien y lo hacía rápido, sin respirar ni detenerse. No podía entender qué decía, estaba demasiado sumergida en las profundidades de su propia conciencia, pero nadaba hacia arriba, hacia la voz.

Rompió la superficie. La cabeza le retumbaba de dolor, un dolor que vibraba contra las paredes del cráneo. MacSwain seguía hablando. Anna abrió los ojos. Él estaba sentado enfrente, clavando una mirada fría e inerte en ella, sin parpadear; su boca era lo único en su cara que tenía vida. Era como si alguien hubiera abierto un grifo que no podría cerrarse hasta que todo el contenido de la sucia mente de MacSwain se hubiera vaciado.

– Él me lo explicó todo -continuó, con un tono urgente y nervioso-. Nosotros creamos nuestros propios mitos, los modelamos a partir de las leyendas y obtenemos las leyendas de nuestra historia. Odín es un dios, el dios de todos los vikingos, porque todos los vikingos creen que él es su dios. Antes de que el mito dijera que era un dios, las leyendas decían que era un rey. Y antes de que las leyendas lo convirtieran en rey, la historia nos dice que seguramente era un cacique de una aldea de Jutlandia. Pero no importa lo que fue, sino en lo que se ha convertido. Si hablas de Odín, nadie piensa en el cacique desaliñado de un pueblo. Cuando nombras a Odín, el mundo tiembla. Ésa es la auténtica verdad. Eso es lo que el coronel Vitrenko me explicó. Me enseñó que todos somos variaciones de un mismo tema y que estamos ligados a nuestra historia y a nuestros mitos.

Paró de repente. Anna se estaba incorporando para sentarse. MacSwain se levantó y en sólo dos pasos ya estaba encima de la chica. Le golpeó con fuerza en la sien, y el dolor que sentía en la cabeza explotó. El mundo se oscureció un poco para Anna, pero no se desmayó. Yacía de lado y miraba a MacSwain, que continuaba hablando como si se hubiera tomado un momento para matar a una mosca.

– El coronel Vitrenko me enseñó que hay gente con la que tenemos un vínculo, como él y yo. Dijo que nuestra similitud está en los ojos, que debíamos de haber tenido el mismo padre vikingo en un pasado. Y también como el Hauptkommissar Fabel y yo. El coronel me dijo que Herr Fabel y yo compartíamos la misma mezcla de sangre, que somos mitad alemanes, mitad escoceses, y que ambos hemos escogido nuestro lugar. Eso es lo que lo convierte en mi oponente.

Anna sintió que recobraba las fuerzas. Sus pensamientos nadaban con más libertad y agilidad a través del denso barro que cubría su mente. Miró a MacSwain; era grande y de complexión fuerte, pero, aunque el puñetazo le había dolido, le faltó fuerza. Aparte del sonido del agua, no se oía nada más. Anna supuso que MacSwain había apagado el motor del yate y había bajado para mantener una charla íntima con ella. Debía de ser eso. Quizá había llegado su hora. Pero no estaba tan drogada como él creía. Pelearía una y otra vez, hasta el final. No iba a arrebatarle la vida tan fácilmente.

– Pero no estamos unidos únicamente a los que comparten nuestro tiempo. -MacSwain seguía con su monólogo-. También están los que han llegado antes y los que vendrán después. Y nosotros somos la historia de los que vendrán después, y ellos nos convertirán en leyenda. Yo seré una leyenda, y el coronel Vitrenko también lo será. Y entonces, con el tiempo, ocuparemos nuestro lugar al lado de Odín. -De repente, una maldad fría asomó a los ojos de MacSwain. Se levantó y se dirigió hacia Anna-. Pero antes hay que hacer sacrificios -dijo, inclinándose sobre ella.

La primera patada de Anna le dio en la sien, pero su difícil posición y los efectos debilitantes de las drogas minaron la potencia del golpe. MacSwain retrocedió, más por la sorpresa que por el daño. A Anna le dio el tiempo suficiente para bajar las piernas de la cama y ponerse de pie; pero en cuanto se incorporó, la cabeza le dio vueltas. Vio que MacSwain se levantaba. El camarote era pequeño y estrecho; una desventaja para él, que era muy alto, más que para ella. Corrió hacia la chica y ella le dio una patada enérgica y rápida en el pecho, clavándole los tacones en el esternón. A su captor se le vaciaron los pulmones, y cayó de rodillas, aspirando todo el aire de la cabina como si estuviera atrapado en el vacío.

Anna dio un paso adelante y a un lado, con los movimientos dificultados por tener las manos atadas. Se tomó su tiempo para apuntar con cuidado y lanzó una fuerte patada a la sien de MacSwain. Éste salió despedido por la fuerza del golpe y fue a caer en la cocina. Gimió y se quedó quieto. Anna corrió hacia la escotilla y la golpeó con los hombros, pero no cedió. Recordó que era una trampilla corrediza y se retorció para pasar los brazos y las muñecas por detrás del cuerpo. Tras ponerse de cuclillas y sentarse, deslizó las manos por detrás de las rodillas y, seguidamente, levantó los pies para pasarlas por encima. Miró a MacSwain de reojo, que gimió de nuevo. Con las manos aún atadas, Anna intentó abrir la escotilla. Estaba a punto de conseguirlo. Hacia fuera y hacia un lado. Tenía más posibilidades en el agua que encerrada en un barco, medio drogada, con un psicópata.

La puerta de la escotilla se atrancó. Anna hizo acopio de fuerzas y la empujó con toda su alma. Al final la puerta se abrió, golpeando con fuerza el marco de la trampilla. El olor a gasolina del río inundó el camarote. Anna saltó hacia la oscuridad de la noche. Oyó un grito animal detrás de ella y notó cómo le caía encima todo el peso de MacSwain. Se golpeó la cara con el escalón superior que daba acceso a la escotilla. El sabor a hierro de la sangre le llenaba la nariz y la boca. MacSwain tomó una profunda bocanada de aire y cogió a Anna por la cabeza, empujándola otra vez hacia el interior del camarote. Le dio un golpe en el cuello con el puño, pero Anna notó que no había sido un puñetazo. Sintió el frío metal en el cuello y la dura punzada de una aguja hipodérmica. Entonces, la noche que tanto había deseado alcanzar se cernió sobre ella, llamándola.


Sábado, 21 de junio. 22:15 h


El Elba, entre Hamburgo y Cuxhaven


Franz Kassel vio que el yate se detenía. Estaba fuera de los canales de navegación principales, debidamente iluminado, no como el WS25 que lo había seguido con sigilo. Vio que el hombre alto salía a cubierta. En la oscuridad y a esa distancia, Kassel no podía estar seguro; pero cuando el hombre se secó la cara con una toalla, habría jurado que estaba manchada de negro, como si fuera sangre. Se apartó los binoculares y se volvió hacia Gebhard.

– Intenta contactar con la Oberkommissarin Klee. Y si no la localizas, me acercaré como si nada.

Volvió a mirar hacia la embarcación. Había una fina capa de espuma, blanca por contraste con la seda negra del río.

– Se mueve…


Sábado, 21 de junio. 22:25 h


Harvestehude (Hamburgo)


Las paredes de azulejos blancos del baño de MacSwain relucían antisépticas, y los grifos y toalleros caros tenían un brillo nítido y frío, como de un bisturí. Fabel, Maria y Werner observaban una figura humana. Un traje de buceo de color rojo y azul oscuro colgaba de la barra de la ducha y goteaba sobre las baldosas brillantes. Tenía el desconcertante aspecto del pellejo de una serpiente que acabara de mudarse de piel. Tendido sobre el borde de la bañera, había un gorro de buceo.

Werner señaló el traje con un ligero movimiento de barbilla.

– ¿Crees que es lo que se ponía?

Fabel escudriñó la bañera. Otras dos gotas tamborilearon en su interior. Creyó ver que las gotas tenían un tono rosado pálido que contrastaba con la blancura del esmalte. Se sacó un bolígrafo del bolsillo y subió la palanca para cerrar el desagüe.

– Si así es, es una mala elección para limpiar la sangre. Puede que un traje de buceo sea impermeable, pero el cuello, los tobillos y los puños son de neopreno. No importa cuántas veces lo lave, siempre quedará algo de sangre en el neopreno. Que nadie toque nada hasta que llegue Brauner.

Fabel decidió volver a sumergirse en la claustrofobia del pequeño trastero sin ventanas de MacSwain. Había capas y capas de material enganchado o clavado en las paredes. En lugar de examinarlo todo al detalle (una tarea que asignaría a Werner), dejó que su mirada paseara a su antojo por el paisaje de la locura de MacSwain; una topografía de la psicosis que Fabel exploró en su totalidad y no parcialmente. Había artículos sobre la guerra soviético-afgana y recortes de revistas y libros. Uno en particular le llamó la atención, y lo que le extrañó fue que tan sólo era un fragmento de lo que pudo haber sido un artículo mucho más largo. Lo había recortado con cuidado, aunque la primera y última frase estaban a medias.


…la discordia que vino a continuación. Incapaces de encontrar un soberano adecuado entre ellos, los crivichos, los chudos y los eslavos acordaron buscar a un príncipe o rey extranjero para que gobernara y consolidara el imperio de la ley. Buscaron entre los vikingos del sur de Francia llamados normandos. Buscaron también entre los anglos de Jutlandia e Inglaterra, y entre los svear o suecos de Suecia. Entre los moros, a estos suecos se los conoce como los rus, y además, por sus tres hermanos insignes: Rurik, Sineus y Truvor, que se desplazaron allí con sus familias y ejercieron el dominio sobre las gentes del río Dnipro. Rurik, el mayor, se convirtió en rey de Novgorod, y a los dominios y a los habitantes de esa región se los conoció como rusos. Los dos hermanos de Rurik murieron poco después, y éste acabó siendo el único soberano. Se le informó de que había una ciudad en el sur que estaba en peligro. Había sido fundada por el barquero poliano Kii, sus hermanos Shchek y Khoriv, y su hermana Lybed. Esta ciudad había tomado el nombre de Kii, se la conocía como Kievetz o Kiev, y había sido bien gobernada y con prudencia. Sin embargo, tras la muerte de Kii y sus familiares, la ciudad se encontraba en gran peligro y sufría en las crueles manos de las tribus turcas de los khazar. A Rurik le conmovió la difícil situación de…


Fabel releyó el fragmento. ¿Era así como se definían él y Vitrenko: el coronel, como un Rurik moderno, y MacSwain, como su leal pariente? Paseó la mirada por el paisaje de psicosis meticulosa. Otro recorte. Éste versaba sobre el lugarteniente del príncipe Igor, un varego llamado Sveneld o Sveinald; un nombre distante, tanto en el tiempo como geográficamente, pero que compartía la misma raíz que MacSwain y estaba sometido a la lupa de su locura. Siguió mirando. Representaciones de Odín, el dios de un ojo. Una página con el panteón de los doce dioses principales de los aesir. Otra sobre las divinidades de los vanir, encabezadas por Loki. Había fragmentos descargados de internet sobre Asatru. El elemento más grande era una reproducción del grabado de madera de un fresno gigante, con sus ramas y raíces retorciéndose y estirándose como tentáculos para abrazar las representaciones de una docena de mundos diferentes. En la rama más alta, descansaba un águila enorme. Fabel sabía que se trataba de Yggdrasil, el árbol del universo y la pieza central de las creencias nórdicas. Era Yggdrasil el que establecía las relaciones: mortales con dioses, el pasado con el presente, el cielo con el infierno, lo bueno con lo malo.

La voz de Maria lo sobresaltó.

– La unidad que enviamos al puerto nos ha informado de que el barco de MacSwain se ha ido.

Shit! -Fabel escupió la palabra inglesa en el espacio reducido del trastero.

– Pero también tenemos buenas noticias, jefe -dijo Maria, con unos brillantes ojos color azul pálido-. He hablado con el Kommissar Kassel de la WSP, el hombre que nos ayudó cuando MacSwain salió con el yate la otra noche.

Fabel asintió con impaciencia.

– Está siguiendo un barco en estos momentos. Se dirige al oeste, bordeando la costa del Elba. Está seguro de que se trata de MacSwain…

Fabel salió corriendo, y María tuvo que retroceder con rapidez para no caer al suelo.

– Paul, Werner, Maria… Quiero que me acompañéis. -Se volvió hacia los otros dos agentes de la Mordkommission -. Landsmann, Schüler… Esperad aquí por si aparece.

Fabel abrió la tapa del móvil y empezó a hablar mientras salía con brío del apartamento de MacSwain, dejando atrás a Werner, Paul y Maria.

– Ponme con el Kriminaldirektor Van Heiden inmediatamente.


Van Heiden lo había dispuesto todo para que un helicóptero estuviera esperando para recoger a Fabel y a su equipo en la plataforma de la Landespolizeischule, al lado del Präsidium. Buchholz y Kolski estaban detenidos, y, tal como Fabel había pedido, habían informado al abogado de Norbert Eitel de que MacSwain había secuestrado a una agente de policía. Como había predicho Fabel, el abogado de Eitel se mostró muy interesado en permitir que su cliente declarara lo antes posible.

Fabel y los demás corrieron hacia el helicóptero agachados. Las palas del rotor ya cortaban el aire, denso por el olor a gasolina. Cuando se abrocharon los cinturones, el copiloto le facilitó a Fabel un mapa grande a escala del río y unos cascos con micrófono, y le hizo un ademán para que se los pusiera. Ahora Fabel podría hablar con la tripulación.

– ¿Sabe adónde nos dirigimos?

El piloto asintió de forma tajante, con el casco ya puesto.

– Entonces, vamos. Y póngame en contacto con el capitán de la WSP.

La posición actual de Kassel era cerca de la orilla sur de la parte del Elba conocida como el lago Mühlenberger. Estaban llegando a Stade y pronto entrarían en la zona donde el Elba se ensanchaba y desembocaba en el mar del Norte. Kassel le contó que habían perdido el contacto visual con el barco de Mac-Swain (al parecer era más rápido que ellos), pero que lo tenía localizado por radar, y que había enviado dos lanchas de la Polizeidirektion de la WSP de Cuxhaven.

Fabel procesó la información. Pronto pasarían cerca de la orilla de tierras bajas y llanas donde habían dejado a las chicas drogadas. Ese pensamiento lo golpeó como si fuera un martillo de vapor. Les hizo señas a Maria, Paul y Werner para que se acercaran. Fabel empujó el micrófono hacia abajo y gritó por encima del silbido de los motores del helicóptero.

– No llevaron a las chicas en coche al lugar donde las violaron. Probablemente, MacSwain las trajo aquí en su barco; y después, él u otra persona involucrada en el ritual las llevó en el coche y las dejó en algún lugar cercano. -Se llevó el micrófono otra vez a los labios-. Póngame con la policía de Cuxhaven. Necesito hablar con el Hauptkommissar Sülberg ya.

Cuando escuchó la voz de Sülberg al otro lado de la radio, ya estaban lejos de la ciudad. Fabel le explicó que MacSwain no sabía que lo tenían localizado y que posiblemente se dirigía a la zona general donde habían abandonado a las otras dos.

– Pero esta vez -añadió Fabel-, hay una agente que puede identificarlo. No tiene intención de dejarla ir, ya sea drogada o de otro modo.

– Ahora mismo enviaré algunas unidades -dijo Sülberg-. Tomaremos posiciones y esperaremos sus instrucciones.

En cuanto Sülberg estuvo fuera de la línea, el copiloto informó a Fabel de que Kassel se había puesto en contacto otra vez. MacSwain se había detenido en algún lugar pasado Freiberg.

Fabel consultó el mapa.

– La zona de Aussendeich -dijo con una voz que los otros no pudieron escuchar por el estruendo de los rotores.


Domingo, 22 de junio. 00:10 h


A orillas de Aussendeich, entre Hamburgo y Cuxhaven


El barco de MacSwain estaba amarrado en un embarcadero de madera abandonado que parecía que se desmoronaría y sería engullido por las aguas negras sólo con la estela de un barco que pasara cerca. Kassel estimó que llevaba allí unos diez minutos antes de que llegara el WS25: el tiempo suficiente para que MacSwain hubiera sacado a Anna del barco y la hubiera llevado a través del campo pantanoso que refulgía bajo la luz de la luna. Kassel y Gebhard desembarcaron, empuñando las armas, y se introdujeron con sigilo entre los arbustos que bordeaban el campo. Mientras se agazapaban entre los matorrales, Kassel notó el entusiasmo electrizante de Gebhard; éste era el tipo de acción que había soñado. Kassel lo miró.

– Vamos a tomarnos esto con calma, ¿de acuerdo, Gebhard? He hablado con la Kriminalpolizei de Hamburgo por radio, y ellos tomarán las riendas a partir de ahora. Nosotros vigilaremos que este tipo no vuelva sobre sus pasos e intente escapar en el barco.

Gebhard asintió con impaciencia, como un adolescente al que no le dan permiso para ir a una fiesta. Kassel escudriñó el campo con sus binoculares. La cruda luz de la luna no era brillante, pero Kassel estaba bastante seguro de que no había nadie allí. MacSwain debía de haber pasado al otro lado. Elevó los prismáticos al grado mínimo y enfocó al horizonte. Había dos edificios abandonados tras unos setos, a lo lejos; parecían unos graneros vacíos. Los tuvo en el punto de mira durante un momento antes de volver a recorrer el horizonte oscuro del campo con los binoculares. Algo le hizo enfocar los graneros de nuevo: una luz, una luz débil y trémula dentro del edificio de la izquierda. Kassel le dio unos golpecitos a Gebhard con el dorso de la mano, le tendió los binoculares y señaló los graneros.

– ¡Allí! -susurró. Levantó la radio y se la llevó a los labios, pulsó el botón de transmisión y repitió la señal del helicóptero dos veces.


Manipular las conversaciones de radio era como hacer malabarismos a cuatro manos. Fabel mantenía informado al Präsidium: una unidad del MEK ya estaba de camino, pero aún tardaría una hora en llegar. Fabel le dijo a Kassel que no se moviera y que le pasara los detalles de la ubicación al piloto del helicóptero, así como a Sülberg y a las unidades de la Schutzpolizei de Cuxhaven. El piloto confirmó que podría aterrizar cerca de los graneros.

– No, no quiero alertar a MacSwain tan pronto de nuestra presencia. Podría costarle la vida a Anna. Aléjate de los graneros y aterriza en la carretera principal. Allí nos reuniremos con Sülberg.

Le pasó el comunicado por radio a Sülberg, y éste le dio una referencia en el mapa. Fabel se volvió hacia Werner, María y Paul. Los tres tenían un aire de determinación en la cara. En la de Paul había algo más: una preocupación que desentonaba con los instintos de Fabel y que le hizo sentirse realmente incómodo.


El helicóptero aterrizó en un claro cerca de la carretera principal. Mientras corría medio agachado bajo las palas cortantes del helicóptero, Fabel vio que se encontraban muy cerca del lugar donde habían dejado a las dos chicas. La silueta achaparrada y desgarbada de Sülberg se aproximó corriendo hacia Fabel y los demás.

– Tenemos los coches en la carretera principal. Vamos.

Sülberg ordenó a los coches patrulla que apagaran los faros en cuanto llegaran al camino de tierra que conducía a los graneros. En el primer vehículo iban el conductor, Sülberg, Fabel y Maria. El camino estaba surcado de hoyos y no parecía ser muy transitado, si es que alguna vez lo había sido, y el Mercedes verde y blanco iba dando bandazos mientras reseguía esa errática topografía. Se aproximaron a una curva donde un seto elevado y descuidado los protegió de los graneros. Sülberg le ordenó al conductor que parara, y los otros tres coches patrulla se detuvieron detrás.

Sülberg y Fabel se adelantaron, agachándose para ocultarse detrás del seto. Delante del granero, había dos BMW aparcados, desocupados. MacSwain no estaba solo.

En una pared del edificio había una ventana más bien grande que vertía una luz débil y mortecina en la noche, pero tenía un ángulo difícil para que Fabel y Sülberg pudieran ver el interior. Con cuidado, retrocedieron hasta donde los esperaban Werner, Maria, Paul y los cuatro agentes de Cuxhaven. Hicieron un corrillo, como un equipo de fútbol americano que está eligiendo la jugada.

– Werner, tú y el Hauptkommissar Sülberg iréis a la parte trasera del edificio para ver si hay alguna entrada. Paul, tú y yo nos ocuparemos de la puerta principal. Maria, tú sitúate en el exterior, para ver por esa ventana lateral, por si alguien intentara escapar por ahí. -Miró a Sülberg antes de dirigirse a los agentes de Cuxhaven. Sülberg asintió en señal de aprobación-. Vosotros dos cubriréis ese lado del granero. Si pasara algo, aseguraos de que no es ninguno de nosotros antes de empezar a disparar. Y vosotros dos… -Fabel señaló a los agentes restantes de la Schutzpolizei -. Poneos al lado de la Oberkommissarin Klee. La WSP tiene cubierto el camino de vuelta al barco.

Un grupo desorganizado de nubes plateadas se dispersaba con lentitud delante de la luna, y las sombras que envolvían los graneros y se cernían sobre los campos vecinos parecían alargarse y extenderse hacia la noche, como la tinta negra en un papel secante ya manchado.

– Muy bien -dijo Fabel-, en marcha.


Parecía que la noche quisiera vaciarse de cualquier ruido, y eso hizo que Fabel tuviera plena conciencia de los sonidos de su respiración y de la tierra que crujía bajo sus pies mientras corrían hacia los BMW aparcados. Fabel desenfundó su Walther y echó la cureña hacia atrás para introducir una bala en la recámara. Paul, Werner y Sülberg hicieron lo mismo. Fabel le hizo un gesto con la cabeza a Sülberg, y él y Werner se dirigieron al lado del granero que no tenía ventanas. Fabel les dio treinta segundos que parecieron eternos, y entonces le hizo una seña a Paul.

En cuestión de segundos, ya estaban situados en la otra parte del granero. Paul y Fabel tomaron sus posiciones respectivas, con las armas preparadas, uno a cada lado de la puerta.

Fabel ejerció una leve presión en la puerta maciza, y ésta cedió. Era obvio que no la habían cerrado porque se sentían seguros en su reclusión.

Llegó la hora de demostrar una profesionalidad impasible; pero allí dentro tenían retenida a Anna, y Fabel sentía que la rabia y el odio le hervían en la sangre. Paul tenía apretada la mandíbula, y los músculos sinuosos de su rostro parecían cables bajo su piel. Una vena palpitaba en su cuello de forma visible. Se volvió hacia él, y sus ojos ardían de rabia. Fabel puso una cara que le preguntaba en silencio: «¿Estás bien?». Paul asintió de un modo que no acabó de tranquilizar a su jefe. Fabel levantó la radio hasta los labios y susurró una sola palabra:

– ¡Ya!

Paul abrió la puerta de un portazo con la suela de las botas, y Fabel entró primero. Vio cuatro figuras. Habían improvisado un altar a partir de una vieja mesa de roble; Anna estaba estirada encima, aún vestida y libre, salvo por las ataduras de las drogas, que atenazaban su deseo de escapar. MacSwain estaba medio inclinado sobre ella, y sus manos tocaban ya la blusa de la chica. Miró a Fabel y a Paul sin comprender nada y después volvió la cabeza hacia el otro lado cuando Werner y Sülberg irrumpieron por la otra puerta. Fabel y Paul se desplegaron, cerciorándose de que la línea de fuego no estuviera dirigida a los dos policías que tenían enfrente.

Fabel detectó dos figuras más. Uno de los hombres parecía contener una energía violenta bajo su cuerpo fuerte y musculoso. Fabel lo reconoció por las imágenes de vigilancia: era Solovey, uno de los lugartenientes de Vitrenko. La otra figura era más alta y llevaba un abrigo negro largo. Incluso en la distancia y bajo la luz mortecina, sus ojos ardían con un verde casi luminoso.

Vitrenko.

Algo resplandecía en su mano derecha: un cuchillo de hoja ancha. La hoja tenía el grosor de una espada, pero era más corta y tenía un doble filo que terminaba en una punta afilada. A Fabel no le cupo la menor duda de que estaba ante el arma homicida.

– ¡Policía! Pongan las manos en la cabeza y arrodíllense. -Su voz sonó alta y tajante.

Los tres hombres no se movieron. MacSwain, por la sorpresa y la indecisión. Los otros dos, por algún tipo de estrategia, supuso Fabel. Era evidente que Paul Lindemann también compartía esa idea.

– Como saquéis algo, os voy a volar la cabeza. Y lo digo en serio. -La voz de Paul estaba tan cargada de tensión como la suya. Y no le cabía ninguna duda de que Paul hablaba en serio.

– Seguro que sí -dijo Vasyl Vitrenko, clavando sus ojos verdes en los de Paul.

Ocurrió tan deprisa que Fabel apenas se dio cuenta. Solovey cayó como si se hubiera abierto una trampilla bajo sus pies, y su mano desapareció bajo la chaqueta negra de piel mientras se tiraba al suelo. Sonó el chasquido fuerte de una pistola, y Fabel oyó un golpe sordo a su lado. En ese instante, y sin girar la cabeza para verlo, supo que Paul estaba muerto. Vitrenko se desplazó ágilmente hacia el costado, pareció rebotar como un resorte y se precipitó por la ventana. Fabel disparó al suelo, donde Solovey había caído. El aire olía a cordita y, cuando Werner y Sülberg abrieron fuego, se llenó de un coro ensordecedor de disparos. MacSwain se lanzó a un rincón y se acurrucó en una postura fetal.

Fabel se volvió hacia donde había caído Paul. Yacía en el suelo con los ojos en blanco mirando al techo, la furia ya extinguida de su cara al morir. La bala de Solovey lo había alcanzado justo en el centro de la frente ancha y pálida.

Werner y Sülberg se precipitaron hacia ellos. Sülberg le dio una patada a Solovey, que estaba boca abajo en el suelo cubierto de suciedad; metió un pie debajo del hombro del ucraniano y lo empujó un par de veces hasta que pudo darle la vuelta. Era evidente que estaba muerto.

Werner ya se encontraba junto a Anna. Pasó las manos con rapidez por su cuerpo, buscando desesperadamente algún rastro de sangre. Miró a Fabel y, por un momento, también posó su mirada en Paul.

– Anna está bien, Jan. No le han dado.

Fabel agarró la radio que llevaba en el bolsillo interior de la chaqueta. La antena se le quedó enganchada, y forcejeó con una furia tan inútil que desgarró el forro. Cuando pudo sacar el receptor, pulsó el botón de transmisión.

– Maria… Vitrenko se nos escapa. Ha saltado por la ventana oeste y se dirige hacia ti.

– ¡Lo veo! ¡Lo veo! -La estridencia en la voz de Maria se vio acentuada por el zumbido estático de la radio.

– Maria, ve con cuidado. Voy para allá. Que todas las unidades asistan a la Oberkommissarin Klee.

Soltó el botón de la radio y se dirigió con rapidez hacia MacSwain, que aún estaba agazapado en un rincón. En los movimientos de Fabel se adivinaba una decisión certera. Cuando llegó a su lado, estiró el brazo y le clavó la boca de la pistola en la mejilla. MacSwain gimoteó y cerró los ojos con fuerza, esperando a que Fabel le arrancara la cara y la vida de un disparo.

– Tú, hijo de… -dijo Fabel con una voz tranquila y pausada. Miró a Werner y a Sülberg, que permanecían callados. Volvió a mirar a MacSwain. Soltó un poco la presión en la pistola y volvió a asirla con fuerza. Tenía el rostro desfigurado en una especie de mueca de desdén. En un solo segundo, una docena de imágenes le pasó por la cabeza: la mirada asustada y atormentada de Michaela Palmer; cuatro mujeres destripadas, preparadas para morir de la misma manera; los ojos sin vida de Paul Lindemann… Pero éste era el aprendiz, no el maestro. La de MacSwain era una mente enferma manipulada por una inteligencia mayor y aún más retorcida. Fue Vitrenko quien mató a la chica ucraniana y al anciano, a su propio padre. No era un trabajo para un aprendiz; era una obra maestra. Fabel apartó la pistola de la cabeza de MacSwain.

– ¡Vigílelo! -le gritó a Sülberg, que asintió resuelto y se acercó a MacSwain-. Werner, tú cuida de Anna.

– ¿Qué pasa con Vitrenko?

– Yo me ocupo de él -dijo Fabel. Y corrió hacia la puerta.

Fabel desapareció en la noche. Se detuvo y escudriñó los campos extensos y llanos. Se llevó la radio a los labios.

– ¿Maria?

Silencio.

– ¿Maria? Contéstame.-Seguía sin haber respuesta.

Sülberg, que estaba en el granero, debía de haberle escuchado. Su voz brotó de la radio preguntando a cada una de las unidades de Cuxhaven si habían visto a Vitrenko o a la Oberkommissarin Klee. Tres respondieron negativamente. El cuarto, igual que María, no respondió. Fabel entrecerró los ojos e inspeccionó en la oscuridad en busca de algún movimiento por las hileras verdes y negras de árboles y matorrales en el extremo más alejado de los campos. Vio algo muy poco definido, tanto que ni siquiera podía identificarse como una persona. Echó a correr en esa dirección.

– ¡Se dirige a la costa! ¡En dirección contraria al barco! -Fabel gritaba por la radio entre jadeos-. ¡Voy a perderlo entre los árboles!

Empezó a sentir una quemazón en los pulmones. El corazón le latía con fuerza.

Primero encontró al agente de la Schutzpolizei de Cuxhaven. Yacía de lado, con la SIG aún en la mano, arropado por las hierbas altas en la depresión que su propio cuerpo moribundo había formado al caer. A Fabel, la postura del policía muerto le recordaba a los cuerpos momificados de las víctimas de antiguos sacrificios que los arqueólogos aún rescataban de la turba en aquella parte de Alemania. Justo debajo de la oreja, recorriendo su garganta exactamente por debajo de la mandíbula, brillaba una cuchillada que, en la mortecina luz de la luna, resplandecía negra en la hierba. Para el joven agente de la Schutzpolizei, el silencio y la muerte habían llegado a la vez, y le habían robado el derecho a gritar mientras se le escapaba la vida.

– ¡María! -gritó Fabel en la oscuridad. Silencio. Entonces oyó algo parecido a un suspiro. Fabel giró unos sesenta grados a la derecha. A unos diez metros, Maria yacía medio escondida por las hierbas. Fabel corrió hacia ella y se dejó caer de rodillas a su lado. Estaba tumbada sobre la espalda, con la cara dirigida al cielo oscuro, en una postura que parecía casi relajada, como si hubiera buscado un momento de soledad para contemplar la luna y las estrellas. Sin volver la cabeza, movió los ojos para mirar a Fabel. Tenía los labios apretados con fuerzo y respiraba por la boca en pequeñas y profundas bocanadas. La empuñadura del cuchillo ceremonial le sobresalía del abdomen, justo por debajo del esternón. Le había introducido la hoja entera, sin tocar el corazón a propósito para no provocarle una muerte instantánea, sino para causarle suficientes daños internos como para que la supervivencia de Maria pendiera de un hilo.

Fabel se inclinó sobre ella y colocó las manos con cuidado a ambos lados de su rostro, acercando su cara a la de ella hasta casi besarla.

– No quiero morir, Jan…-dijo con voz de niña pequeña-. Por favor, no dejes que me muera.

– No vas a morir, Maria. -La voz de Fabel era una mezcla de dulzura y determinación a partes iguales-. Mírame. Escúchame. Piensa en lo que te voy a decir: Vitrenko podría haberte matado si hubiera querido, pero no lo ha hecho. Y no lo ha hecho porque quería que estuviera aquí, cuidando de ti, en lugar de perseguirlo. No eres una de sus víctimas, Maria. Eres un entretenimiento, una táctica de distracción… -Podía sentir su aliento débil en la cara-. No vas a morir.

Sin embargo, no estaba completamente seguro de que le estuviera diciendo la verdad. Maria sonrió, y un hilo de sangre oscura le brotó por la comisura de los labios.

Una voz más allá del universo que formaban él, Maria y el pequeño círculo de hierba oscura; una voz por la radio: Werner.

– Anna está bien, jefe. Repito… Anna está bien. ¿Tienes a Vitrenko? Corto.

Fabel pulsó el botón de transmisión y escuchó su propia voz, apagada y llana, informando acerca del asesinato del policía de Cuxhaven y notificando que había una agente herida de gravedad que necesitaba ser transportada con urgencia con un helicóptero medicalizado.

– Pronto vendrán a ayudarnos, Maria. Vas a ponerte bien, te lo prometo. Tenemos a MacSwain.

Maria sonrió débilmente. Cada vez respiraba con mayor dificultad.

Fabel levantó la mirada. Creyó ver una figura alta en un rincón muy alejado del campo. Era Vitrenko, que se adentraba en el bosque. Al correr, la gabardina ondeaba tras él, como si tuviera un par de alas oscuras. Fabel se puso de pie, desenfundó la pistola y disparó, a sabiendas de que Vitrenko estaba fuera de alcance. Mientras vaciaba el cargador y escuchaba el chasquido impotente del percutor en la recámara vacía, volvió a acordarse de las palabras del mensaje de correo electrónico. Esas palabras que MacSwain había escrito, pero que había dictado Vitrenko:


Podrá detenerme, pero nunca me atrapará.

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