Capítulo VIII



La lista

—Soy hombre de palabra —confirmó Japp.

Sonriendo, extrajo de su bolsillo un fajo de hojas de papel escritas a máquina.

—Aquí tiene usted. Lo tiene ahí todo apuntado minuciosamente. Y admito que hay algo muy curioso en todo esto. Ya hablaremos cuando haya usted leído esa lista.

Poirot esparció las hojas sobre la mesa y empezó a leerlas. Fournier se levantó para ojear por encima del hombro del belga.

James Ryder

Bolsillos: pañuelo de hilo marcado con una «J». Billetera de piel de cerdo, siete billetes de una libra esterlina, tres tarjetas de visita. Carta de su socio, George Ebermann, en que confía en que «el préstamo se haya negociado con éxito. De otro modo estamos en la ruina». Carta firmada por Maudie citándole en el Trocadero para la noche siguiente (papel barato y mala letra). Pitillera de plata. Librillo de cerillas. Estilográfica. Manojo de llaves. Moneda fraccionaria francesa e inglesa.

Maletín: un fajo de papeles referentes a negocios de cementos. Un ejemplar de

Bootless Cup

(prohibido aquí). Un botiquín de urgencia.

Doctor Bryant

Bolsillos: dos pañuelos de hilo. Billetera con 20 libras y 500 francos. Moneda fraccionaria francesa y inglesa. Agenda. Pitillera. Encendedor. Estilográfica. Manojo de llaves.

Flauta en estuche.

En mano:

Memorias de Benvenuto Cellini

y

Las enfermedades del oído

.

Norman Gale

Bolsillos: pañuelo de seda. Monedero con una libra y 600 francos. Moneda fraccionaria. Tarjetas de visita de dos industriales franceses fabricantes de instrumentos para dentistas. Caja de cerillas Bryan & May vacía. Encendedor de plata. Pipa de escaramujo. Tabaquera de plástico. Llave.

Maletín: chaqueta de hilo blanco. Dos espejitos de dentista. Rollos de algodón.

La Vie Parisienne. The Strand Magazine. The Autocar.

Armand Dupont

Bolsillos: billetera con 1.000 francos y 10 libras esterlinas. Gafas con estuche. Moneda fraccionaria francesa. Pañuelo de algodón. Paquete de cigarrillos. Librillo de cerillas. Tarjetas de visita en una cajita. Mondadientes.

Maletín: manuscrito del informe dirigido a la Royal Asiatic Society. Dos publicaciones alemanas de arqueología. Dos hojas de papel con toscos dibujos de cerámica. Tubos largos ornamentales (calificados de pipas kurdas). Cestita de paja. Nueve fotografías, todas de piezas de cerámica.

Jean Dupont

Bolsillos: billetera con 5 libras esterlinas y 300 francos. Pitillera. Boquilla (marfil). Encendedor. Estilográfica. Dos lápices. Libreta llena de notas. Carta en inglés de L. Marriner invitándole a comer en un restaurante, junto a Tottenham Court Road. Moneda fraccionaria francesa.

Daniel Clancy

Bolsillos: pañuelo (manchado de tinta). Estilográfica (rota). Billetera con 4 libras y 100 francos. Tres recortes de periódico con relatos de delitos recientes (un envenenamiento con arsénico y dos desfalcos). Dos cartas de corredores de fincas con pormenores sobre casas de campo. Agenda. Cuatro lápices. Cortaplumas. Tres recibos y cuatro facturas no pagadas. Carta de Gordon con membrete del barco

S.S. Minotau

r. Crucigrama a medio descifrar recortado del

Times

.

Cuaderno con notas de intrigas. Moneda fraccionaria italiana, francesa, suiza e inglesa. Cuenta del hotel de Nápoles, pagada. Manojo de llaves.

Bolsillo del abrigo: notas manuscritas de

Asesinato en el Vesubio

. Guía de ferrocarriles continentales. Pelota de golf. Un par de calcetines. Cepillo de dientes. Cuenta de hotel de París, pagada.

Señorita Kerr

Bolso de mano: lápiz de labios. Dos boquillas, una de marfil y otra de jade. Polvera. Pitillera. Librillo de cerillas. Pañuelo. Dos libras esterlinas. Moneda fraccionaria. Una carta de crédito. Llaves.

Maletín: botellitas, cepillos, peines, etc. Bártulos de manicura. Neceser con cepillo para los dientes, esponja, polvos dentífricos, jabón. Dos tijeras. Cinco cartas de la familia y de amigos de Inglaterra. Dos novelas. Fotografías de dos perros de aguas.

En mano: Revistas

Vogue y Good Housekeeping

.

Señorita Grey

Bolso de mano: lápiz de labios, polvera. Llave y llavero. Lápiz. Pitillera. Boquilla. Librillo de cerillas. Dos pañuelos. Cuenta del hotel de Le Pinet, pagada. Calderilla francesa e inglesa caducada. Libro de frases francesas. Billetera: 100 francos y 10 céntimos. Una ficha del casino por valor de 5 francos.

En el bolsillo de la gabardina: seis postales de París, dos pañuelos y una bufanda de seda. Una carta firmada «Gladys». Un tubo de aspirinas.

Lady Horbury

Bolso de mano: dos lápices de labios, polvera. Pañuelo. Tres billetes de 1.000 francos. Seis libras esterlinas. Moneda fraccionaria francesa. Un anillo con un solitario. Cinco postales francesas. Dos boquillas. Un encendedor con su estuche.

Maletín: equipo completo de cosméticos y de manicura (en oro). Botellita etiquetada en tinta, con ácido bórico en polvo.

Cuando Poirot dio por terminada la lectura, Japp señaló con el dedo el último párrafo.

—El agente que dictó la relación demostró ser muy listo. Le pareció que aquello no armonizaba con los demás objetos. ¡Ácido bórico, válgame Dios! ¡El polvo blanco de la botellita era cocaína!

Poirot entreabrió los ojos y asintió lentamente.

—Quizá eso no tenga mucha importancia para este caso —señaló Japp—. Pero no me negarán ustedes que una cocainómana no es precisamente un modelo de virtud. Me parece a mí que esa dama no repararía en nada para satisfacer sus deseos. Con todo, dudo de que tuviera el valor necesario para llevar a cabo un acto como el que comentamos y, francamente, no veo cómo hubiera podido realizarlo. Eso parece un rompecabezas.

Poirot reunió las hojas dispersas y las leyó de nuevo. Luego las dejó con un suspiro.

—A la vista de esta relación, se señala claramente el autor del crimen. Y no obstante, no veo el por qué ni el cómo.

Japp se le quedó mirando.

—¿Pretende decirnos que con solo leer esta lista se ha formado ya una idea de quién cometió el crimen?

—Eso creo.

Japp le arrebató las cuartillas para leerlas de cabo a rabo, pasándoselas a Fournier en cuanto las hubo leído. Luego las dejó sobre la mesa para observar a Poirot.

—¿Pretende usted burlarse de mí, monsieur Poirot?

—No, no. Quelle idee!

—¿Qué le parece eso a usted, Fournier?

El francés se encogió de hombros.

—Tal vez parezca tonto, pero no veo que esa lista nos permita adelantar.

—Por sí sola, no —reconoció Poirot—. Pero ¿y si la relacionamos con ciertas circunstancias del caso? En fin, tal vez me halle en un error, un gran error.

—Bueno, exponga su idea —pidió Japp—. Tengo mucho interés en oírla.

Poirot meneó la cabeza.

—No. Como usted dice, no es más que una idea, una simple idea. Esperaba encontrar una cosa determinada en esa lista. Eh bien, la he encontrado. Ahí está, pero parece señalar en la dirección errónea. La pista correcta, pero en la persona equivocada. Esto quiere decir que tenemos mucho trabajo por delante, y la verdad es que lo veo todo muy oscuro. No veo bien mi camino. Solo ciertos hechos permanecen en pie y armonizan entre sí. ¿No les parece a ustedes? No, ya veo que no son de mi opinión. Vamos, pues, y sigamos cada cual con nuestras respectivas ideas. No es que yo esté seguro de la mía, pero tengo mis sospechas.

—Creo que está usted hablando para sí mismo —comentó Japp levantándose—. En fin, otro día será. Yo trabajaré en Londres. Usted, Fournier, vuelva a París. Y usted, monsieur Poirot, ¿qué piensa hacer?

—Yo aún deseo acompañar a monsieur Fournier a París, ahora más que nunca, precisamente.

—¿Más que nunca? Me gustaría saber qué antojo se le ha metido en la cabeza.

—¿Antojo? Ce n'est pas joli, ça!

Fournier le estrechó la mano ceremoniosamente.

—Buenas noches y muy agradecido por su deliciosa hospitalidad. ¿Nos veremos mañana por la mañana en Croydon pues?

—Eso es. Á demain.

—Y espero que no nos maten en route.

Los dos inspectores salieron juntos.

Poirot permaneció un rato inmóvil como si soñara. Luego se levantó, arregló todo lo que estaba en desorden, vació los ceniceros, colocó las sillas en su lugar y, acercándose a una mesa arrinconada, cogió un ejemplar de la revista Sketch, cuyas hojas pasó hasta encontrar lo que buscaba.

«Dos adoradores del sol». Este era el título. «La condesa de Horbury y el señor Raymond Barraclough en Le Pinet». Contempló aquellas dos sonrientes figuras en traje de baño, cogidas del brazo, y pensó:

«Me pregunto si podría conseguir algo con esas líneas. Quizá sí.»

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