Carter entró en el despacho de Maybelle el martes por la noche y la descubrió repasando lo que parecía ser un catálogo de universidades.
– Hola, Jack -saludó, guardando el catálogo con celeridad en un cajón.
El miró el conjunto impresionante de diplomas, tardó un segundo en especular si estaría pensando en añadir otra experiencia académica, luego se sentó y comenzó a hablar. Lo primero que mencionó fue la idea de Mallory de determinar lo que quería cada demandante para tratar de conseguírselo como un modo de solucionar el caso.
– Parece una mujer verdaderamente brillante -afirmó Maybelle.
Exhibía esa expresión peculiar que él ya le había notado varias veces. Pero había renunciado a tratar de descifrar su significado.
– Lo es -convino-. Y creo que empieza a pensar que yo también soy bastante brillante -bajó la cabeza.
– ¿Qué ha dicho? -Maybelle sonó encantada.
Carter parafraseó el cumplido de ella acerca de lo bien que manejaba el interrogatorio de los testigos. No quería sonar como si alardeara.
– ¡Hurra! -exclamó ella-. ¡Querías hacer ese pequeño cambio en tu imagen y lo has conseguido! -por su cara pasó una expresión de alivio-. Ya no me necesitas más.
– Sí que te necesito.
Ella hizo un gesto de cansancio. Con el ceño fruncido, Carter pensó si sus problemas serían tan aburridos.
– Mi jefe sigue siendo un problema -desde el principio, había tenido cuidado de no mencionar nombres-. Prácticamente me pidió que sedujera a la oposición si quería solucionar este caso lejos de los tribunales.
– ¿Hombre o mujer?
– Mujer.
– En todo caso, eso es un plus -cuando él la miró con ojos centelleantes, ella preguntó-: ¿Quieres seducir a la dama?
– No.
– Entonces, no lo hagas.
– No pretendo hacerlo.
– Bien. Ya hemos aclarado eso -Maybelle pareció satisfecha.
– No hemos aclarado nada -Carter sintió que enrojecía-. La cuestión es que prácticamente me pidió que le hiciera el amor a la abogada de la oposición. Es poco ético y profesional.
– Inverosímil.
– Mucho.
– Supongo que porque estás cautivado por esa otra chica.
– No, sólo porque es poco ético y profesional.
Maybelle bufó y él cruzó los brazos.
– Me da la impresión de que estás más interesada en ella que en mí.
– ¿Qué ella?
– En la mujer por la que… tengo ciertos sentimientos… aunque decir que estoy «cautivado» es ir demasiado lejos. Creo que buscas una respuesta fácil a mi problema.
También ella lo imitó y cruzó los brazos.
– Quizá es porque tu problema tiene una respuesta fácil. Abre los ojos, y de paso la boca. Ve a casa y piensa en ello.
Desde el punto de vista de Carter, no fue una sesión satisfactoria. Quizá fuera hora de que Maybelle regresara a la universidad.
El miércoles por la tarde se hallaba en la sala de conferencias de Phoebe leyendo la nota que le había dejado Mallory. Voy a comprar una maleta. Regresaré al hotel poco después de las ocho.
Bajo ningún concepto podía creer que Mallory pudiera hacer el amor con él con un placer tan evidente y al mismo tiempo ver a otro. Sin embargo, en la mano tenía prueba de lo contrario. Por segunda vez esa semana, había ido a alguna parte sin él. Le habría encantado haberla ayudado a elegir una maleta, pero no lo había invitado. Ergo, tenía una vida que no lo incluía a él, en la que posiblemente estaba incluido otro hombre. Si algo había aprendido con la práctica de la abogacía, era a ser lógico.
Estaba apretando los dientes, mordiéndose el labio y jugando con la pluma al mismo tiempo cuando un ligero ruido lo alertó del hecho de que no era la única persona en la sala. Giró y a su espalda vio a Phoebe.
Ella se había quitado la chaqueta y lucía una camiseta que no tenía espacio suficiente para sus pechos y que no terminaba por cubrirle la cinturilla de la falda muy corta. Además, lo miraba con ojos entornados.
«Sí, estoy metido en problemas».
– Hola, Phoebe -empleó el tono animado que usaba con las mujeres cuando intentaba comunicarles que no estaba interesado-. Ya me iba. Nos vemos por la…
Le bloqueaba el paso.
– No te vayas -su voz fue tan suave, que costaba creer que pertenecía a Phoebe la abogada-. Tengo una botella de un vino maravilloso en mi despacho. Ven a probarlo.
De pronto, se le ocurrió que, en un momento u otro, iba a tener que enfrentarse al problema, y bien podía ser allí mismo, cuando estaba un poco furioso con Mallory.
– De acuerdo -aceptó-. Gracias.
Al llegar, observó que ella había atenuado las luces. «Gran problema». Comenzó a abrir el vino, sin hablar, mirándolo mientras giraba el sacacorchos, tal como una serpiente podría hacer con un ratón. Pero ni Phoebe parecía una serpiente ni él se sentía como un ratón. Aunque sabía que lo que ella tenía en mente era devorarlo.
Se le ocurrió hablar de los más cercano.
– Ya casi estamos en Navidad -dijo-. ¿Qué quieres de la Navidad, Phoebe?
Lo miró con anhelo.
– A ti -susurró.
– ¿Cuál es tu segunda elección? -habló con tanta gentileza como fue capaz.
Lo miró fijamente, y él se sintió horrorizado al ver que sus ojos parecían brillantes.
– ¿Quieres decir lo que quiero realmente de la vida? -la voz le tembló.
Carter asintió tontamente, con un susto de muerte de que fuera a contárselo.
– Lo que quiero es que, por una vez, mi padre me diga que he llevado bien un caso -tartamudeó-. Todo esto… -con la mano abarcó el vino, la camiseta- fue idea suya. Yo no quería hacerlo de esta manera. No es la correcta y, además, cualquiera con dos ojos puede ver que estás enamorado de Mallory.
Carter le entregó el pañuelo del bolsillo del pecho y una de las tarjetas de Maybelle, luego permaneció allí un rato, palmeándole el hombro y preguntándose si tenía razón. ¿Amaba a Mallory?
Cada mañana Mallory se preguntaba cómo podía ser más perfecta la vida. El jueves al amanecer mientras reflexionaba sobre ello supo cómo podía ser más feliz. No soportaba que a veces Carter se fuera sin que ella supiera adónde iba. Claro que ella también lo hacía.
El día anterior por la tarde, se había escabullido del bufete de Phoebe mientras Carter juntaba algunas cosas, dejándole una nota en la que le decía que iba a comprar una maleta nueva y que lo vería en el hotel. Había comprado la maleta en diez minutos y luego tomado un taxi hasta la boutique en el Upper East Side, donde Maybelle y ella habían charlado y elegido dos vestidos de noche y dos chaquetas más.
– La variedad es la salsa de la vida -había dicho Maybelle.
Y mientras ella se había mostrado todo lo considerada que podía con los sentimientos de Carter, el martes por la noche él había dicho: «Tengo que hacer un recado. Te veré a las ocho».
Lo había dicho como si no le debiera una explicación, y, desde luego, así era. Era su fama de seductor lo que le preocupaba. Quizá sólo la viera como otra de sus mujeres, mientras que para ella…
En ese momento, dormía de cara a ella, y tuvo que reconocerse que, si ya no le hubiera dado parte de su corazón, no se habría mostrado tan decidida a practicar el sexo con él.
Pero Carter jamás había dicho que la amara ni indicado de ninguna manera que se sintiera comprometido con la relación que mantenían. Debía aceptar la posibilidad de que quizá nunca lo hiciera.
«Salvo por eso», pensó con tristeza; «todo es perfecto».
– Hola -dijo él con la voz ronca del que acaba de despertarse.
Esbozó una sonrisa lenta, cálida y del todo irresistible.
Las delicias de primera hora de la mañana hicieron que resultara del todo incomprensible que aquella noche dijera con indiferencia:
– Le dije a un tipo que conocí en la universidad que quedaría con él para tomar una copa. No te importa que me vaya un rato, ¿verdad?
La verdad era que le importaba mucho. Mientras se distraía con algunas cosas en su escritorio, tratando de permanecer ocupada durante su ausencia, sonó el teléfono. Era Bill Decker, quien después de intercambiar unas palabras amenas con ella, dijo que quería hablar con Carter.
No sabía por qué necesitaría decirle algo a él que no pudiera compartir también con ella, pero no quería sonar celosa o competitiva, de modo que repuso:
– En este momento no se encuentra aquí, Bill. Con franqueza, no sé dónde está, pero…
La risita de Bill la interrumpió.
– Creo que lo adivino.
– ¿Dónde? -espetó.
– De acuerdo, seré franco contigo. No iba a hacerlo, ya que pensaba que podía avergonzar a Carter, pero le he estado hablando de Phoebe Angel.
– ¿Oh? -en esa ocasión logró suavizar su voz-. ¿Qué pasa con Phoebe?
Más risitas. Deseó que se atragantara y que no hubiera nadie cerca que supiera hacerle la maniobra de Heimlich.
– En una conversación que tuve con ella -continuó cuando consideró que ya había reído bastante-, quedó claro que estaba interesada en él. A Carter le sugerí que le prestara un poco de atención.
– Cuando regrese de prestarle atención -indicó, sintiéndose muy fría por dentro- le diré que te llame.
Permaneció quieta lo que le pareció una hora entera. Luego supo lo que tenía que hacer. Debía ir a ver a Maybelle. Sabría que se trataba de una emergencia. Le encontraría un hueco en su agenda. Se puso el abrigo y las botas y salió a la noche.
– Has hecho bien, cariño -Maybelle le dijo a Carter después de que éste le describiera su encuentro con Phoebe-. Eres un buen hombre y has realizado un acto amable. Seguiste los dictados de tu propia conciencia sin hacerle más daño del que debías. Y… -resaltó eso apuntándole con una uña dorada -averiguaste lo que ella más deseaba en el mundo.
Le sorprendió lo bien que lo hacía sentir el cumplido de Maybelle.
– Y he estado pensando en lo de los deseos de los demandantes.
– Se agradecen todas las ideas.
– Creo que esta es buena. Podríais producir un programa con gente verde y que aparecieran todos tus testigos, es decir, si están dispuestos a alcanzar un acuerdo. Aunque en realidad no es tan buena idea. Hablé con alguien del mundo del cine que conozco y rechazó de pleno la idea. Según él, el concepto, no lo entusiasmó.
La mente de Carter iba a toda velocidad.
– No, esa idea era excesiva -confirmó despacio-, pero creo que has podido darme una que quizá funcione.
El resto de la sesión no fue tan productivo. Maybelle parecía decidida a hacerlo reconocer que estaba enamorado de Mallory y, más aún, a revelarle su amor a ella y comprobar qué tenía que decir ella al respecto. Pero no tenía intención de volverse vulnerable ante Mallory hasta que tuviera la certeza de que la respuesta de ella sería: «Yo también te amo».
Mallory corrió alocadamente hasta la puerta de Maybelle. Tenía una aldaba nueva. Una mano cerrada en un puño, como si se hallara a punto de llamar. Eso hizo. Apareció Richard. Pareció sobresaltado de verla. De todos modos, ella pasó a su lado.
– Necesito ver a Maybelle. Sólo un minuto.
– Está con un cliente -susurró, señalando la puerta cerrada y cruzando dos dedos sobre sus labios.
– Esperaré.
– No le gusta que sus clientes se encuentren -dijo Richard, tratando de hacerla retroceder hacia la puerta-. Es una cuestión de intimidad.
– No conoceré a la persona -insistió ella-. No soy de esta ciudad, ¿recuerdas? No pasará nada.
– Creo que no -Richard empezaba a ponerse pomposo. Esto es lo que haremos. Ve a casa y Maybelle te llamará en cuanto quede libre.
– No puedo ir a casa -afirmó Mallory-. Estoy demasiado alterada -oyó voces detrás de la puerta cerrada-. ¿Lo ves? -dijo-. Ya casi han terminado. Así que voy a esperar y…
La puerta se abrió y Carter salió por ella.
Él abrió mucho los ojos al tiempo que palidecía.
– ¿Qué haces aquí? -susurró ella.
– La pregunta es -replicó Carter- ¿qué haces tú aquí?
El recibidor se sumió en un silencio atronador, pero no por mucho rato.
– Oh, Dios mío, sabía que esto iba a suceder, lo sabía -chilló Maybelle desde alguna parte detrás de Carter.
– Intenté mandarla a casa, Maybelle, de verdad -indicó Richard con expresión desolada-. Pero es una mujer muy decidida.
– ¿Has estado consultando a Maybelle? -le preguntó Mallory a Carter-. ¿Por qué? ¿Y cómo la encontraste? -sin importar lo sobresaltada que estuviera de verlo, le hacía feliz saber que las ausencias eran por Maybelle y no por Phoebe.
– Vaya, qué alivio -Maybelle salió al recibidor-. Ahora los dos sabéis adónde ha ido el otro. ¿No es estupendo? Y ahora vayamos a sentarnos y a mantener una pequeña…
– No quiero sentarme -cortó Carter-. Sólo quiero saber por qué consultabas a Maybelle.
– Asuntos personales. ¿Por qué la veías tú? -sólo sentía curiosidad. En lo que a ella se refería, Carter era perfecto, no necesitaba cambiar nada.
– Asuntos personales -le devolvió la misma respuesta.
– Oh, de acuerdo, te lo contaré -capituló ella-. Había algunas cosas de mí que pensé que debía cambiar -¿tendría alguna vez el valor de decirle que ya debía haberlo amado en los tiempos de la facultad y que anhelaba que la viera como a una mujer? Aunque encontrara el coraje, no lo diría allí. No delante de Maybelle y Richard.
– Mmm. Creo que sé por qué consultaste a una creadora de imagen. Un montón de cosas empiezan a encajar en mi mente.
– ¿Qué? -Maybelle se interpuso preocupada entre Mallory y Carter.
– Eso explica la ropa, los zapatos, las cosas… y el muérdago. Le pediste a Maybelle que te cambiara de la mujer que eras a la mujer que me sedujo -movió la cabeza con expresión triste-. Pensé que eras diferente, pero no lo eres. Eres como las demás -dio la vuelta y comenzó a marcharse.
– ¿Qué quieres decir con eso de «como las demás»? -esa no era más que una tonta coincidencia que debía causarles gracia. Pero Carter parecía muy molesto y no podía imaginar la causa.
Él se volvió para mirarla.
– Pensé que empezabas a respetarme porque llevaba bien los interrogatorios, aunque en realidad poco te impresionaba mi habilidad legal. Lo único que querías era meterte en mi cama -entonces encaró a su mutua creadora de imagen-. De hecho, es probable que tú le aconsejaras que me halagara, que le dijeras que los hombres son tan vanidosos que terminan por creerse todo.
– No, no lo hizo -explicó Mallory, sintiéndose desesperada-. Llevaste muy bien a los testigos. Estaba siendo sincera contigo. ¡No sé qué he hecho para enfurecerte tanto!
– Lo que me enfurece tanto -le dedicó una sonrisa carente de humor-, es que me traten como a un gigoló de cabeza hueca. No soy eso, y sólo quería que tú, entre todo el mundo, lo supieras.
– De cabeza hueca… -ni siquiera era capaz de seguir su razonamiento.
– Lo que hiciste fue algo deliberado, Mallory, un plan tramado por tu mente inteligente. Esperaba que fuera algo salido del corazón -volvió a mover la cabeza-. Se acabó. A partir de ahora somos compañeros de trabajo, nada más.
Antes de que pudiera recuperarse, él había cruzado la puerta y bajaba a la acera.
– Aguarda -gritó Mallory-. ¿Sobre qué consultabas tú a Maybelle?
Se había ido. Pero Maybelle no.
– Quería que la gente dejara de pensar en él como en un gigoló sin nada en la cabeza -comentó con pesar-. Eres tan inteligente, que deberías haber sido capaz de descubrirlo por tu propia cuenta. Dickie, he de encontrar un nuevo campo de trabajo. Éste no me brinda ninguna satisfacción y el dinero también es decepcionante.
Mallory se dejó caer al suelo dominada por el llanto.
– No llores, cariño -Maybelle la levantó con asombrosa fuerza-. Todavía no he dejado mi trabajo. Pasa y tomemos una taza de café de verdad para calmarnos. Pensaremos en algo. No te preocupes.