«Siéntete sexy». Aún la obsesionaba la idea mientras bajaba en las escaleras metálicas desde el piso de maquillaje hasta la primera planta. Allí se detuvo, pensó y trazó un plan. Hasta el momento mágico en que empezara a sentirse sexy por dentro, ¿cómo iba a progresar con Carter? Encontró las escaleras mecánicas de subida y fue a la octava planta, entrando en otro mundo de fantasía de árboles muy decorados en el que todo estaba a la venta, árboles y adornos. Y allí, colgando en el umbral de una puerta, había una bola de muérdago.
Unos minutos más tarde, poseía su propia bola. Era dueña de algo salido de Bergdorf's por lo que había pagado ella.
En cuanto cruzó la puerta de la suite, descubrió que Carter y ella también tenían un árbol de navidad. Era uno diminuto, vivo, metido en una maceta de terracota, y alguien lo había colocado sobre la pequeña mesa redonda que podían usar para cenar si alguna vez cenaran allí. Dio por hecho que se trataba de un regalo de cortesía del St. Regis hasta que vio la tarjeta.
De una amiga, ponía. Espero que todos tus deseos de navidad se hagan realidad.
Con tristeza, pensó que probablemente era de una de las mujeres de Carter. Pero olía bien. Los árboles de su madre no olían nada. Se preguntó qué conclusión sacaría Maybelle del libro de su madre. Lo sabría pronto, porque había descubierto que Maybelle no era una mujer que se callara, y cuanto antes fuera, mejor.
Distribuyó el nuevo maquillaje sobre la encimera de mármol de su cuarto de baño y abrió la caja del muérdago. La bola venía con un colgador propio, así que acercó una silla hasta el arco que conducía a su dormitorio.
Entonces, titubeó, reflexionó un minuto y desarrolló la escena en su cabeza. Parecería demasiado obvio si lo hacía retroceder hasta la puerta de su dormitorio, por lo que decidió arrastrar la silla hasta el arco que llevaba al dormitorio de Carter.
Se veía hermoso ahí arriba, y con el árbol, la suite había adquirido un maravilloso aire navideño.
En ese momento ya podía concentrarse en el caso hasta que Carter regresara. Siempre y cuando pudiera ver a través de las pestañas.
– Los tipos de interés están bajando y yo, personalmente, considero que esta tendencia va a continuar.
– Hmmm -musitó Carter. Esa noche comía mollejas de ternera en un restaurante de la parte baja de la ciudad, Chanterelle, porque la noche anterior las mollejas de Mallory habían tenido buen aspecto. Por otro lado, la conversación de Brie no avivaba el fuego.
– Esperamos algunas ofertas nuevas y atractivas de municipios de todo el país. Muy elevadas, Carter, y en tu franja impositiva… -frunció el ceño con aparente preocupación de verdad deberías pensar en invertir ahí.
– Hmmm -empezaba a preguntarse, tal como había hecho con Athena, qué lo había hecho pensar que Brie podría ser la mujer con la que quisiera sentar la cabeza. Era preciosa, aparte de una mujer dedicada a su trabajo, y seria, lo que representaba una cualidad perfecta en una mujer para largo plazo. Pero no había recordado lo seria que era.
– Podría llamar a tu agente de bolsa por la mañana -indicó Brie-. De hecho, me gustaría establecer una relación con tu firma de valores. Todos sus clientes deberían subirse a este caballo ganador y pronto.
– Hardy & White -dijo Carter.
– ¿Qué?
– Mi firma de valores en Chicago es Hardy & White. Son tuyos si me dejas irme a casa-. Si no te enfadas cuando te diga que en cuanto acabe la cena he de irme al hotel. El caso empieza a complicarse. Aún no he terminado el trabajo del día.
– Pensé que sólo estabas tomando declaraciones -entrecerró un poco los ojos.
Supuso que ésa era la causa por la que la había incorporado a su lista de posibles esposas. Había mostrado un interés en los asuntos legales.
– Y así es -respondió mientras el camarero se llevaba los platos y les presentaba el menú de los postres-. Pero las pruebas han expuesto algunas ramificaciones, potencialmente complicadas, que…
– Yo tomaré la créme brúlé y un expreso -le dijo Brie al camarero.
– Lo mismo -se apresuró a pedir Carter, porque la boca de ella ya estaba preparada para el siguiente ataque.
– ¿Por quién debería preguntar al llamar a Hardy & White?
– Dan Whitcomb. Ahora bien, esas ramificaciones deben abordarse antes de que nos encontremos en una situación de crisis de la que no podamos salir…
– Estoy segura de que podrás encontrar un minuto por la mañana para prepararme el terreno con Dan Whitcomb -dijo ella, escribiendo algo en la pantalla de su agenda.
– Será lo primero que haga -le aseguró con vehemencia. Por una simple llamada de teléfono, podría recuperar su alma y regresar a casa para averiguar qué había estado haciendo Mallory esa noche.
Parecía un precio pequeño.
Carter no había querido ir a almorzar con Phoebe Angell ese día, pero ella casi lo había arrinconado. Tampoco había disfrutado de la cita con Brie, pero al menos había tenido una excusa para no «retomarlo donde lo dejamos» con Phoebe, que era lo que ella le había sugerido para esa noche. En su apartamento. No tenía muchas dudas sobre lo que planeaba.
Los dos encuentros poco satisfactorios deberían haberle brindado la oportunidad de quitarse a Mallory y sus secretos de la mente, al menos durante un rato, pero habían surtido el efecto contrario. No era la misma persona a la que había conocido en la facultad, y el cambio resultaba perturbador. Mordiéndose el labio, entró en la suite. Se sorprendió al ver las pestañas de Mallory.
– Hola -saludó, casi tartamudeando. Sentada con aspecto inocente al escritorio, delante de su portátil, ella volvió a mover las pestañas, por dos veces.
– Hola -repuso-. Ninguno de los dos parece ser ave nocturna.
– En todo caso, no ahora. La presión del trabajo, el estrés… -calló, fascinado por la línea azul verdosa bajo los ojos de ella, que incluso podía ver a través de las pestañas inferiores, tan asombrosas como las superiores.
– Mira en la mesa -dijo ella a continuación mientras tecleaba algo-. Alguien te envió un árbol de navidad.
Se acercó al árbol y leyó la tarjeta.
– No sé quién -indicó-. Quizá alguien te lo enviara a ti -ella tenía que saber quién se lo había mandado. Uno de los hombres a los que había estado viendo, o peor, con el único con el que había salido las tres noches que llevaban en Nueva York.
Pareció titubear antes de responderle, y cuando lo hizo, no le ofreció una contestación definitiva.
– Quizá -fue todo lo que dijo-. Sea como fuere, tenemos un árbol.
Había esperado que le dijera «estoy segura de que no».
– Feliz navidad -felicitó al no ocurrírsele otra cosa-. No sé tú, pero mi deseo de Navidad es alcanzar un acuerdo para este caso -«y ganarme tu eterna admiración y sentirme lo bastante hombre como para cortejarte». Se acercó para disfrutar de otra visión de sus pestañas-. ¿En qué trabajas?
– He decidido investigar un poco las fundas de porcelana.
– No te hacen falta fundas -ya casi babeaba. En un esfuerzo por dejar de mirarle las pestañas, la inspeccionó a ella. Se había quitado la chaqueta que hacía juego con sus ojos, y en ese momento llevaba los pantalones ceñidos y el top que se había puesto debajo de la chaqueta. Casi podía ver la sombra provocada por sus pechos. ¿Habría salido con ese tipo, quienquiera que fuera, con esa ropa?
– No son para mí -explicó con paciencia. Pestañeó-. Quería saber si la testigo de los demandantes podía blanquearse los dientes.
– ¿Qué has averiguado? -le importaba un bledo, pero necesitaba una distracción.
– Nada.
– Eso está bien -lo tenía hipnotizado la diferencia de su aspecto. Cada línea de su rostro parecía más… impresionante, o algo.
– No, Carter, no está bien -se volvió para mirarlo, y esbozó una sonrisa deslumbrante-. Tienes que estar cansado. Quizá sea hora de que nos acostemos.
«Oh, vaya, ¿de verdad lo crees? ¿No piensas que necesitamos conocernos un poco mejor? ¿Compartir primero unos besos? ¿Una o dos citas románticas? De acuerdo, si para ti está bien ahora, por mí no hay problema».
Con gran dificultad, logró salir de su sueño utópico. Mallory no había querido decir que se acostaran juntos. Menos mal que se había tomado unos segundos para reflexionar antes de hablar.
Ella se puso de pie.
– Desde luego, si quieres tomar una infusión primero, o un café… -avanzó hacia él. Y Carter retrocedió un paso de forma instintiva.
Su cabello brillaba a la luz de la lámpara. Parecía un poco revuelto, lo que le preocupó, ya que Mallory jamás lo tenía revuelto, aunque el lápiz de labios estaba perfecto, lo que lo tranquilizó.
– ¿Ha llamado Phoebe para informarnos de los testigos que irán mañana? -lo que de verdad quería saber era el tiempo que llevaba en casa.
– Acabas de perderte su llamada -respondió Mallory. Movía la boca de forma diferente, más despacio-. La supermamá McGregor Ross consiguió una canguro, de modo que vamos a disponer de nuestros dos testigos -la sonrisa que exhibía se ampliar-. Phoebe pareció decepcionada de no encontrarte aquí.
– En tu imaginación -repuso Carter. Aún no la había llamado al teléfono de su casa que le había dado, y durante el almuerzo ella le había mencionado la omisión.
Mallory se acercó un poco más.
– No es mi imaginación. Tienes algo.
Él tragó saliva y retrocedió otro paso. Pero ella avanzó. Repitieron esa coreografía un par de ocasiones hasta que se dio cuenta de que lo había hecho retroceder hasta la puerta de su dormitorio. ¿Qué pretendía ella?
Mallory lo miró directamente a los ojos. Entreabrió los labios.
– Mira arriba -pidió-. Te he atrapado bajo el muérdago.
– ¿Qué muér…? -soltó, pero la súbita presión de la boca de Mallory le cortó la palabra. No era más que un beso amistoso, una tradición navideña, entonces, ¿por qué se sintió tan acalorado?
La sintió jadear sobre su boca. Ésa era la señal que había estado esperando. La sangre pasó de temperatura ambiente a hervir en un segundo al experimentar la súbita visión de cómo sería Mallory en la cama. Tímida al principio, por una vez sin tomar la iniciativa, aunque tampoco fingiendo que era reacia, para estallar bajo su contacto en calor y llamas, en oro líquido vertiéndose sobre él con una intensidad ardiente.
El sudor rompió en su frente y las rodillas estuvieron a punto de cederle cuando la sangre se precipitó hacia su creciente erección. Apoyó una mano a cada lado de la cara e ella, la mantuvo quieta y se permitió besarla como había anhelado hacerlo, de una forma profunda, cálida y apasionada. Pero quería más, quería sentirla en sus brazos y por ello la rodeó y extendió las manos en la espalda de ella, aplastándole los pechos contra su torso. Luego bajó las manos a la cintura, empujando las deliciosas curvas contra la dura tensión de su cuerpo.
Ni siquiera eso fue suficiente. Quería aferrar ese pequeño trasero, apretarla más contra él, pero cuando las manos comenzaron a descender por la espalda de Mallory, una voz dijo: «¿Qué diablos estás haciendo?»
No fue la voz de Mallory, sino una voz dentro de su cabeza. Ella no había solicitado eso de él… sólo un beso inocente bajo el muérdago. A regañadientes, se obligó a soltarla.
Estaba acalorada, con la boca inflamada, los ojos entornados. Carter se preguntó si lo había imaginado o si de verdad los labios de ella se habían aferrado a los suyos hasta el último momento. Lo había imaginado. No encajaba con Mallory que no lo instara a parar.
– Vaya -murmuró ella con voz ronca-. Besa a Phoebe Angell de esa forma una vez y no tendremos ningún problema en convencerla de alcanzar un acuerdo.
Lenta, dolorosamente, dejó caer las manos a los lados. ¿Bromeaba o hablaba en serio? Retrocedió, alejándose del muérdago, de la mirada de esos ojos que en una ocasión había considerado fríos y que en ese momento veía como el interior de una sauna.
– No es así como quieres que solucione este caso, ¿verdad?
– No -repuso con expresión inescrutable.
– Bien, porque yo tampoco quiero solucionarlo así -entró en su habitación y cerró la puerta con un clic definitivo. Habría sido… infantil dar un portazo.
Mallory no podía dormir. Al final se levantó, se puso una práctica bata de viaje, que de pronto odió, y salió de puntillas al salón. Había una mezcla de chocolate caliente en la pequeña cocina. Se prepararía una taza para ver si así conseguía dormir.
Desde donde se hallaba, podía ver la puerta de Carter a través del arco del que colgaba el muérdago. No pudo resistirlo. Los pies se dirigieron hacia esa puerta. Con cuidado, apoyó la oreja contra la superficie. Desde dentro le llegó el ronquido suave que había imaginado en la fantasía con él, el ronquido que vibraría contra su piel desnuda. Un ronquido que la ayudaría a dormir.
El palpitar que sentía entre los muslos se hizo casi insoportable. Se apoyó en la puerta y dejó que ésta la mantuviera erguida mientras lo deseaba con una intensidad de la que no se creía capaz. La puerta se abrió y, con un chillido, cayó en el dormitorio.
La luz se encendió. Él se sentó en la cama y parpadeó con gesto somnoliento.
– ¿Mallory? -la miró con ojos apenas abiertos.
– Mmm, sí -se levantó del suelo-. Cielos, lo siento tanto. No podía dormir, así que fui a prepararme un chocolate caliente y…
«Está desnudo bajo las sábanas. Y su habitación es un caos».
– Y tropecé con la banqueta, ya sabes, la pequeña que hay delante del sillón de terciopelo beige -continuó, agrandando la mentira a medida que proseguía-. Temí haberte despertado, así que escuché detrás de la puerta para cerciorarme de que seguías dormido.
Pudo ver que él empezaba a despertarse. La miraba con expresión extraña, incluso mientras se subía la sábana por el pecho.
Probablemente fuera por su bata. No la hacía sentirse nada sexy.
– Entonces la puerta se abrió y me caí. Lo siento mucho, mucho, vuelve a dormirte porque no volverá a suceder.
Ya estaba. Había logrado salir viva. Después de volver a humillarse, huyó de la habitación, cerró la puerta y permaneció un momento fuera. De haber dejado pasar un minuto, se habría metido con él en la cama. O se habría puesto a ordenarle el cuarto.
Carter aún pensaba en lo sucedido mientras se duchaba al día siguiente y trataba de enfriarse. La había tenido a su alcance, y había tenido que luchar consigo mismo para no arrastrarla a la cama. Había estado preparado para ella, caliente, adormilado y drogado por un deseo que había ido creciendo tanto en su interior, que apenas te permitía mantener el control.
Pero no lo habría respetado por aprovecharse de ella. Habría lamentado haberlo despertado. Después de todo, el episodio se había debido a una casualidad.
Gruñó, salió de la ducha y se secó. Una casualidad más y no sabía cómo respondería. Tenía que hacer tantas cosas al mismo tiempo. Solucionar ese caso, impresionar a Mallory, hacerla desear hacer el amor con un hombre tan inteligente y con éxito como él.
Lo que tenía que hacer era lograr que lo considerara inteligente y con éxito, arreglara o no el caso. Se vistió deprisa. Luego fue al salón.
Como siempre, Mallory ya estaba allí, con un aspecto más nervioso que la mañana anterior, cuando no podía encontrar su tarjeta de crédito. Llevaba puesto el traje negro. La miró mejor. No era el traje negro de siempre, sino otro, completamente distinto. Hasta era posible que no llevara ningún top debajo, sólo la chaqueta ceñida y los pantalones ajustados.
Era irresistible.
Pero debía resistir. Necesitaba distraerse. Miró en torno al salón.
– ¿Has perdido otra cosa?
– No, no, bueno, buscaba la tarjeta de una peluquería que me dio alguien, porque voy a necesitar un corte si nos quedamos mucho más tiempo o pareceré una reencarnación de los setenta, y quería estar preparada, ya sabes, pedir una cita para luego poder cancelarla si volvíamos a casa antes…
Arrojaba tarjetas profesionales como una loca. De pronto, las recogió todas y dijo:
– La verdad es que me siento muy abochornada por lo sucedido anoche. Me siento realmente estúpida.
Por una vez en la vida, Carter iba a comportarse como un verdadero caballero.
– ¿Qué pasó anoche? -preguntó, con la esperanza de exhibir una expresión desconcertada.
– ¿No lo recuerdas? -dejó de hurgar entre las tarjetas.
– Anoche. Claro que recuerdo anoche. Llegué, tú investigabas las fundas de porcelana en Internet, nos regalaron un árbol y me besaste bajo el muérdago.
Ella se ruborizó.
– Me dejé llevar por el espíritu navideño. Pero después de eso… ¿no recuerdas nada después de eso?
– Sí, hoy a las siete de la mañana.
Lo miró fijamente.
– Pero me hablaste.
– Siempre te hablo. ¿De qué me estás hablando?
– De nada -esbozó una sonrisa leve y bonita-. Creo que ya estamos listos para bajar a desayunar.
Aunque las pestañas no parecían tan largas como el día anterior, sí estaban mucho más largas que de costumbre y no quería empezar a obsesionarse con ellas o en lo que pudo haber pasado y no pasó, de modo que se situó detrás de ella y la guió hacia la puerta, sin permitirse mirarle el trasero en esa ocasión.
Casi habían salido cuando tuvo una ocurrencia. Sería una nimiedad, pero ayudaría a que la habitación se impregnara aún más del espíritu navideño. Después de todo, ella había comprado muérdago para recordar las fiestas.
– He olvidado una cosa dijo-. Ve delante y elige mesa. Bajaré en el siguiente ascensor -la empujó hacia el pasillo y cerró la puerta.
Tardó tres minutos en localizar lo que buscaba debajo del montón de ropa que se había puesto y quitado desde que habían llegado. Cinco minutos más tarde, el árbol de navidad exhibía un único adorno, el que había comprado en Bloomingdale's como su contribución a la fiesta de navidad que iba a celebrarse en su bufete. Era una bola de cristal enorme con líneas doradas y plateadas. Empequeñecía el árbol diminuto, pero le pareció que quedaba muy bonita. Esperó que Mallory la notara.
De camino al ascensor, vio una tarjeta en el suelo del pasillo. Se agachó para recogerla. Y como tuvo que esperar unos minutos a que llegara, la leyó.
M. Ewing. Creadora de Imagen.
¿Creadora de imagen?
Pensó en su imagen. En la imagen que quería cambiar.
Esa gente solía engañar.
Aunque algunos expertos no lo hacían. Importantes figuras públicas pagaban por los servicios de creadores de imagen.
Nunca sabría si esa persona era una impostora o no. No necesitaba que nadie lo ayudara. Sólo necesitaba…
O quizá sí. Tal vez necesitara ayuda. No estaría de más que guardara la tarjeta. Llegó el ascensor. Guardó la tarjeta en el bolsillo y bajó para desayunar con Mallory, y esa mañana pensaba volver a los huevos. Al cuerno su corazón. Necesitaba toda la energía que pudiera conseguir.