El sábado por la mañana, cinco días antes de Navidad, Carter estaba en la cama con la vista clavada en el techo. Todo el día anterior había tenido un nudo en el estómago mientras intentaba continuar con las declaraciones de la mejor manera posible. Pero sentía que algo en él cedía a… suponía que era un corazón roto.
Alargó la mano para recoger la pluma de la mesilla de noche y se sintió un poco mejor, aunque no mucho. Por motivos que no podía imaginar, Mallory había pasado de ser una mujer firme, de confianza, a una mujer manipuladora. Jamás habría pensado que podría suceder. La había considerado uno de los seres humanos más éticos que había conocido.
A pesar de todos sus esfuerzos, no lograba imaginar que se acostara con un hombre al que no respetara. Ésa era otra cosa que le había gustado de ella. «Me gustan tantas cosas de ella».
Pero se había equivocado al valorar su ética, al valorar su necesidad de respetar al hombre al que se entregara, porque era evidente que no lo respetaba en absoluto.
Necesitaba marcharse de esa suite. El St. Regis seguía al completo, pero Nueva York disponía de miles de plazas hoteleras. Tenía que irse. Pero, para irse, tenía que hacer las maletas. Para ello, tendría que recoger todo lo que había desperdigado por la suite y ordenar miles de papeles diseminados por todas partes.
Le devolvería a Mallory el dinero que había gastado en comprar los adornos de navidad, ya que pensaba llevarse el árbol. Le dejaría el muérdago para recordarle cómo lo había engañado para darle el primer beso.
Pero él iba a tener que buscar el nuevo hotel, ya que Brenda no regresaría al bufete hasta el lunes. Iba a tener que pensar un modo de llevarse el árbol desde la suite hasta… donde fuera… sin que se rompieran los adornos.
O podía seguir allí tumbado. Sería lo más fácil. Tal vez Mallory tomara la decisión de trasladarse ella.
Vestida con los pantalones y la chaqueta negros originales, Mallory estaba sentada en la cama con las piernas cruzadas mientras organizaba el maquillaje y los artículos de tocador.
En todo caso, era él quien debería irse. Todo eso era culpa suya. Pero como no daba la impresión de realizar el más leve intento de hacer lo correcto, se suponía que era ella quien iba a tener que guardar su ropa, la vieja y la nueva, para ir por las calles nevadas a su nueva habitación de hotel, dando por hecho que pudiera encontrar uno.
Podía terminar sin un lugar donde dormir, acurrucada en un portal. Los ojos se le llenaron de lágrimas.
Se irguió. Pensaba llevarse consigo el árbol de navidad, eso lo tenía claro. ¿Podría transportarlo a pie? Parecía un gran esfuerzo. ¿Y sólo por ahorrarse tres días de vivir con la presencia silenciosa y acusadora de Carter?
Su vista se posó en el libro de Ellen Trent y recordó lo que Maybelle había dicho de tener el corazón encerrado hasta haber limpiado la casa. Era hora de abandonar el sistema de Ellen Trent y hacer espacio para la vida. Se levantó con expresión sombría, tomó el libro con dos dedos y lo tiró a la papelera.
Pero el verdadero problema era que Carter había tenido razón. Había planeado seducirlo. Lo que él desconocía era que lo había hecho porque lo amaba.
Se asomó y oyó el ruido de la ducha en la habitación de él. Bajó a desayunar y por la ventana pudo ver que la tormenta había pasado y que en ese momento sólo nevaba. Con un torrente de pensamientos recorriéndole la cabeza, rompió una de sus reglas básicas, jamás usar un teléfono móvil en público, y llamó al despacho de Maybelle.
– No tiene mucho sentido volver a verla -le informó a Richard-, pero me gustaría ir esta tarde a liquidar las cuestiones económicas. ¿Voy a mi hora habitual, a las cuatro?
– Oh, cielos -musitó Richard-. Pensó que no querrías volver a verla y le dio al presidente una cita doble para poder ahondar más en la mejora de su comunicación verbal. ¿Podrías venir a las seis?
– Claro. ¿Por qué no? -en su vida no iba a suceder nada más. Primero iría de compras, luego a ver a Maybelle.
Carter oyó el sonido de una aspiradora y aceleró el proceso de vestirse. Al terminar, asomó con cautela la cabeza. Al no ver a Mallory por ninguna parte del salón, salió más confiado.
– Puede limpiar mi habitación -le indicó a la camarera, que en ese momento sacaba la aspiradora de la habitación de Mallory. Después de despedirse con un gesto de la mano, salió de la suite.
La camarera había dejado una bolsa para la basura justo más allá de la puerta. En lo alto había un libro. Giró la cabeza para leer el título. Viaje Eficiente, de Ellen Trent. ¿Trent? ¿Pariente de Mallory?
Lo recogió. Había caído tan bajo como para robar de la basura. Dentro había una nota que comenzaba: Queridísima hija-. ¿Ellen Trent era la madre de Mallory?
Se llevó el libro y salió a la nieve, en busca de una de esas librerías con cafetería donde podría sentarse a beber un café y a comer algo tan poco saludable como un bollo. Tenía que leer.
– ¿Richard?
– Sí, señor Wright. Aunque supongo que ahora puedo llamarlo señor Compton.
– Claro, claro -dijo Carter-. Llámeme lo que quiera. Sólo quería confirmar mi cita de las tres de la tarde para hoy.
– Oh, cielos -dijo Richard-. Pensó que estaría demasiado enfadado con ella y no querría volver a verla, por lo que le dio al presidente una cita doble para poder ahondar más…
– ¿El presidente?
– No el nuestro -explicó Richard-. Otro presidente. En cualquier caso, no puede verlo a las tres, pero podría a las seis.
– Perfecto. Allí estaré. Téngame preparada la factura, ¿de acuerdo?
Se levantó del sitio del que apenas se había movido desde que la cafetería había abierto aquella mañana. Sólo se había incorporado para rellenar la bandeja con sándwiches y bebidas y comprar un par de libros más de Ellen Trent. Se sentía bizco de leer con celeridad y mareado por una sobredosis de carbohidratos.
Y abrumado por lo que había aprendido. Ya sabía lo que le sucedía a Mallory. Su madre estaba loca, ésa era la explicación. Lo de comprobar las fechas de caducidad de todo en la casa antes de salir de viaje… de hecho, la llamaría psicótica. Nada de colada sucia. ¿Desde cuándo no se tenía una colada que no estuviera sucia?
Experimentaba una simpatía nueva hacia Mallory por haber crecido con una madre loca que le había enseñado a ser un autómata en vez de una mujer cálida.
También había comprendido otra cosa. Mallory se había convertido en una mujer cálida. Incluso había abandonado casi todas las rutinas con que le habían lavado el cerebro con el fin de hacer el amor con él. Habían comido en la cama, ensuciado la habitación… sí, había comprado esa ropa sexy para atraparlo, pero también había cambiado de otras formas.
¿Era posible que realmente le importara, o su conducta sólo era un acto de rebelión hacia su madre loca, siendo él una excusa conveniente para dejar atrás todas sus inhibiciones?
Era lo que pretendía hablar con Maybelle. Le sobraba tiempo. Demasiado. Al este vislumbró Bloomingdale's y recordó el vestido que había visto desde las escaleras mecánicas la primera vez que fueron a los grandes almacenes a comprar calcetines. Cuando de pronto había tenido ganas de besarla. Cuando su vida había cambiado para siempre.
Aceleró el paso.
Mallory tenía la mano en la nueva aldaba de Maybelle cuando oyó pisadas en la acera. Giró y vio a Carter, titubeante.
Sin intercambiar una palabra, él se volvió y emprendió la marcha hacia el este mientras ella bajaba a la acera y se dirigía hacia el oeste. Maybelle logró frenarla en la esquina, y al regresar, Mallory vio que Richard empujaba a Carter hacia la mansión.
– Vosotros dos -reprendió Maybelle-, os vais a sentar y vais a hablar, os guste o no. Kevin -gritó-, ¡abre la puerta antes de que se larguen!
Mallory se dejó guiar hacia el despacho de Maybelle. Carter parecía lo bastante furioso como para querer ocuparse de los otros dos hombres a puñetazos, pero siendo civilizado, se dejó guiar también. Delante de la mesa de Maybelle, una mesa nueva y muy conservadora, había dos sillones, y cuando les hicieron sentarse a ambos, Maybelle también se sentó, flanqueada por Richard y Kevin, quienes estaban plantados con las manos a la espalda, parecidos a guardaespaldas.
Como mínimo, era una escena impresionante.
– ¿Qué está haciendo aquí Kevin? -preguntó Carter.
– Siento que fui yo quien empezó todo esto al darle la tarjeta a Mallory.
– Fui yo quien inició todo esto al convencer a Mallory de que se pusiera ropa sexy en vez de decirle que dejara que su interior se manifestara en su exterior -replicó Maybelle-. Le envié ese árbol con la esperanza de que si la emocionaba un poco…
– ¿Tú enviaste el árbol? -preguntaron los dos al unísono.
Se miraron unos instantes y con rapidez apartaron la vista.
– Bueno, yo sólo inicié lo del café -indicó Richard-, y es lo que voy a hacer de nuevo.
– De hecho, quien lo empezó fue Bill -comentó Mallory- al asignarme al caso, pero la culpa no la tiene él. La tengo yo -suspiró y retorció las manos-. Yo lo inicié al decidir atrapar a Carter, hacer que me viera como una mujer, porque…
– Yo lo empecé -afirmó Carter con brusquedad.
Mallory giró el sillón para mirarlo fijamente.
– Yo le pedí a Bill que te asignara al caso.
Desde la distancia les llegó el sonido del molinillo de café, pero en la habitación sólo se oyó el jadeó asombrado de Mallory.
– ¿Por qué? -preguntó al final.
La mirada de sus ojos estaba llena de dolor.
– Para empezar, porque confiaba en ti. Pero el otro motivo, bueno, es que quería demostrarte que había crecido. Demostrarte que era un buen abogado. No, un gran abogado. Un hombre al que podías respetar.
– Pero yo siempre te he respetado -susurro Mallory-. Todos esos años pasados, te respeté por no rendirte. Siempre fuiste tan inteligente, inteligente de formas que yo no lo era. Pero nadie esperaba nunca buenas notas de ti, de modo que jamás aprendiste a estudiar. En realidad, eso es lo único que hice por ti, mostrarte que podías tener éxito.
– Vaya -comentó Maybelle-. Hace un minuto. Mallory iba a comentar por qué quería que la vieras como una mujer. ¿Por qué?
Bajo la mirada intensa de Maybelle, Mallory supo que había llegado el momento de la verdad.
– Porque creo, desde tiempos que se remontan incluso a la facultad de Derecho, que eso es lo que realmente quería.
– Hiciste un buen trabajo ocultándolo -manifestó Carter con un gruñido intenso.
– Lo sé. Temía que me rechazaras. Todas las mujeres que conocía te deseaban. ¿Por qué ibas a elegirme a mí? -lo miró y sacó el valor para añadir-: Lo único que pretendía hacer aquí en Nueva York era, bueno, dejar de ocultarlo.
– Y, Carter -prosiguió Maybelle de forma inexorable, como si la tensión en la habitación no fuera casi explosiva-, ¿por qué te importaba a ti lo que pensara Mallory?
– Supongo que siempre ha sido un tema delicado que me viera como a un donjuán idiota que no podría haber acabado Derecho sin ella -musitó. Tenía la vista clavada en el suelo.
– ¿Por qué era un tema delicado? Vamos, Carter, ¿o voy a tener que sacar mi martillo neumático? -la voz de Maybelle se elevó.
– Porque… -comenzó como desesperado-. Porque me…
– Continúa, cariño -instó Maybelle-. Terminarás por conseguirlo.
– Porque me… gustaba.
– ¿Si? -Mallory sintió que la invadía una sensación extraña en la que se mezclaba el alivio, el deseo creciente y el afecto.
Por el rabillo del ojo, vio que Kevin se marchaba en silencio de la habitación. Pero se hallaba centrada en Carter, quien se movió incómodo en la silla.
– Sí -corroboró.
– Ojalá lo hubiera sabido -dijo ella-. Lo único que sabía… -la abochornó sentir que el llanto subía por su garganta- era que yo era la única mujer de la facultad de Derecho a la que nunca te insinuaste. Ni siquiera cuando pasamos la noche a solas en tu apartamento.
– Disculpadme.
Apenas oyeron el susurro de Maybelle.
– Quise besarte aquella noche -dijo, con el esbozo de una sonrisa, traviesa-, pero no pensé que quisieras que lo hiciera, aparte de que intentaba comportarme como uno de los chicos buenos.
Mallory se puso de pie, cansada de esa conversación lado a lado, cuando tenía que decir las cosas más importantes que diría en toda la vida. Nervioso, Carter la imitó.
– Carter -comenzó con gentileza-, si me hubieras besado aquella noche, habría hecho el amor contigo allí mismo, encima de Roe contra Wade.
Él pareció realmente desconcertado.
– ¿Lo habrías hecho?
– Probablemente, no -suspiró ella-. Probablemente, primero hubiera guardado Roe contra Wade en una carpeta con la etiqueta Roe contra Wade.
– Podría haberlo soportado -se acercó a ella y la rodeó con los brazos.
Sus bocas se encontraron, y a ninguno le importó quién había sido el primero en buscar al otro. Lo único que contaba era que se habían encontrado.
– Hablemos de un acuerdo -le dijo Carter a Phoebe cuando el lunes por la mañana la atraparon en su despacho.
– Vamos a ir a juicio.
– Phoebe, he investigado a fondo esta clase de demandas e ir a juicio es una apuesta arriesgada -comentó Mallory-. Aun cuando los demandantes ganan, a menudo no ganan lo suficiente como para quedar contentos.
– Un acuerdo es lo mejor para tus clientes y para ti -añadió Carter-. Fue la opinión del juez después de revisar las pruebas y leer las transcripciones de la estenógrafa hasta la fecha. Estabas presente. Tú misma lo oíste.
Phoebe apretó los labios.
– No lo entendéis. He de ir a juicio. Tengo que ganar. Tengo que demostrar… -miró hacia la pared que había detrás de Mallory y Carter, donde estaba el cuadro de su padre.
– No tienes que demostrarle nada a tu padre -indicó Mallory con suavidad.
– ¿Qué sabes sobre mi padre y sobre lo que yo tengo o no tengo…?
– Porque tengo una madre. ¿Has oído alguna vez hablar de Ellen Trent?
– Claro. Es como Martha Stewart, pero sin el encanto.
Mallory hizo una mueca interior.
– Eso es.
– ¿Es tu madre?
– Sí.
– Si llegaras a un acuerdo en un caso cuando ella te había dicho que aguantaras hasta el juicio…
– Me repudiaría.
– Y no te importaría.
– Me importaría. Pero seguiría haciendo lo que sabía que estaba bien.
– De hecho -intervino Carter-, no tienes que trabajar con tu padre.
La tez cetrina de Phoebe palideció.
– Claro que no tengo que hacerlo. Trabajo con él porque…
– Trabajas con él porque te ha convencido de que jamás conseguirías un trabajo con alguien más.
– ¡No es así!
– No con tantas palabras.
– Supongo que sí -se derrumbó.
– Se equivoca -afirmó Carter-. Eres buena en tu trabajo. Eres muy buena -sonrió- Mira por lo que nos has hecho pasar.
– ¿De verdad crees…?
– Lo sé con certeza. Estaría más que encantado de escribir una carta de recomendación a mi empresa en tu nombre…
Mallory le dio una patada. Él la miró.
– … para un puesto que hay en la sucursal de Rendell & Renfro de San Francisco -continuó sin dejar de mirar a Mallory-. Tengo entendido que buscan a un par de abogados experimentados e incisivos.
Mallory contuvo el aliento durante el prolongado silencio. Al final, con una determinación férrea en sus ojos, Phoebe dijo:
– De acuerdo. ¿Cuál es vuestra oferta?
Carter le entregó varias hojas grapadas.
– Ése es un resumen de la oferta. El documento completo está siendo preparado en este mismo instante y lo tendrás a tu disposición esta tarde. Como puedes ver -continuó-, ofrecemos una compensación en la cantidad de los daños, duplicada. Vosotros recibís la mitad, los clientes la otra mitad.
Phoebe asintió, luego alzó la vista.
– ¿Qué es esto de una cinta de demostración?
– Estudiamos las transcripciones y observamos que la mayoría de tus clientes tiene aspiraciones al mundo del espectáculo. En realidad, tampoco es tan sorprendente en Nueva York.
Phoebe asintió.
– Sensuous le ofrece a cada cliente interesado la oportunidad de grabar una cinta de demostración. Será grabada y dirigida por profesionales, algo que el agente de Kevin pueda emplear para conseguirle audiciones, algo que la señora Ross pueda usar para conseguir un agente para la pequeña…
Mallory le proporcionó el nombre, que recordaba de los interrogatorios.
Él carraspeó.
– La pequeña Desiree -repitió con calma-. Pobrecilla.
Phoebe volvió a guardar silencio y a reanudar la lectura.
– Trasladaré esta oferta a mis clientes para ver qué piensan -les dedicó una ligera sonrisa-. Quizá tengáis algo más que celebrar cuando os vayáis a casa para Navidad.
– ¿Podemos tener nuestra propia Navidad esta noche? -preguntó Carter, mientras volvían andando al hotel.
Marchaban cansados pero victoriosos, aferrándose a la buena sensación de que se habían esforzado al máximo y todos habían ganado.
– No estoy para una gran celebración -afirmó Mallory, recalcándolo con un bostezo-, pero un poco de champán junto al árbol sería agradable. Es nuestra última noche en la suite -añadió con sincero pesar-. Mañana volvemos a Chicago. Lo primero que tengo que hacer es repasar el correo…
– Lo primero que tienes que hacer es pasar la noche en mi apartamento -corrigió Carter.
– De acuerdo. De ese modo no sentiré que haya podido recibir correo.
– Y no desordenaremos tu apartamento.
– Bien dicho.
– Luego pasamos la Navidad con mis padres -dijo Carter.
– Y la Nochevieja con los míos. Intenta no desordenar nada mientras estés en casa de mi madre -indicó-. Y recuerda que nada de zapatos en la casa, y después de ducharte, se supone que debes limpiar los azulejos.
– Me comportaré como un buen chico -prometió-. ¿No crees que tu madre se sentirá halagada de que haya leído su libro?
– Hasta que le digas lo que te pareció.
– ¡Jamás! ¿O sí? -protestó. ¿Llegaré a conocer al invisible Macon?
El día anterior habían dedicado un montón de tiempo a conocerse, a contarse historias de la infancia, a hablar de las excentricidades de sus padres. Mallory rió.
– Finalmente esta mañana contestó mi último correo electrónico. Realizaba un trabajo de alto secreto en Pennsylvania, donde ha conocido a una mujer que jamás ha tocado un ordenador…
– ¡No! -exclamó Carter.
– Pero ya sí -lo miró-. Existe una posibilidad, una gran posibilidad, de que venga a Chicago con él. Carter, creo que los niños Trent al fin han crecido.
Él se mostró pensativo un momento, luego le dedicó su arrebatadora sonrisa.
– También el niño Compton.
– Y muy bien, he de reconocer -llegaron a la suite-. Voy a ponerme algo más cómodo -le dijo.
– ¿Qué te parece si vamos a la cama?
– Champán junto al árbol, ¿recuerdas? -regresó con el camisón y la bata rosados, llevando la caja que contenía la camisa para Carter, y notó que él estaba sentado en el sofá con una caja de regalo idéntica. Se detuvo en seco-. ¿Cuándo me compraste un regalo?
– El sábado.
– No es posible. Volvimos al hotel justo después…
– Lo compré antes de ir a reunirme con Maybelle -se puso de pie para tomarla en brazos.
Ella le rodeó el cuello.
– Yo compré el tuyo aquel primer día en Bloomingdale's.
Él le sonrió.
– Vamos a abrirlos ahora.
– Eres como un niño -bromeó.
– Sí, porque creo que sé qué es el mío -arrancó el papel y sacó la camisa a rayas-. ¿Cómo voy a poder mantenerte si piensas comprarme camisas de marca? -gruñó.
Pudo ver que se sentía complacido, pero en ese momento centró su atención en el vestido de color champán que había sacado de la caja. Era exquisito, ceñido y, si no se equivocaba, hacía juego con su pelo.
– Carter, es precioso -musitó.
– Igual que lo eres tú -la tomó en brazos y le dio un beso que la dejó sin aliento.
– Podemos probarnos la ropa nueva por la mañana.
– Como muy pronto.
Se preguntó cuándo dejaría de renovar su amor por él cada vez que lo mirara. Y supo que nunca.