La casa de estilo Nantucket, con tejas de madera oscura y porches blancos, parece haber sido desplazada cuatro mil quinientos kilómetros por un movimiento de tierras del continente para venir a descansar aquí, en las colinas de California sobre el Pacífico. Cuando te aproximas, la casa, con el patio que da a una extensión de tierra de media hectárea en la que crecen los pinos, emana la gracia, el encanto y el calor de la familia que habita entre sus muros.
Todas las ventanas estaban a oscuras, pero dentro de poco aparecería una luz en alguna de ellas. Rosalina Ramírez se levanta temprano para prepararle el desayuno a su hijo, Manuel, que pronto volverá de la guardia doble, siempre que no se haya retrasado debido al papeleo provocado por la muerte del jefe Stevenson. Como era mejor cocinero que su madre, Manuel hubiera preferido prepararse él mismo el desayuno, pero comía lo que ella le preparaba y lo agradecía. Rosalina todavía estaba durmiendo; tenía un dormitorio grande que antes pertenecía a su hijo, pero que dejó de utilizar después del fallecimiento de su esposa cuando dio a luz a Toby.
Junto al patio trasero, a juego con la casa y con las ventanas con postigos blancos, hay un pequeño granero con el tejado a la holandesa. Como la propiedad se encuentra en el extremo sureste de la ciudad, da acceso a inclinados senderos y a las colinas. El antiguo propietario tenía establos para caballos en el granero. Ahora es un estudio en el que Toby Ramírez trabaja el vidrio.
Cuando me aproximaba a través de la niebla, vi un tenue brillo detrás de unas ventanas. A veces Toby se despierta mucho antes del amanecer y se va a su estudio.
Apoyé la bicicleta contra la pared del granero y me dirigí a la ventana más próxima. Orson apoyó una pata en el antepecho de la ventana y escudriñó el interior.
Cuando voy a visitar a Toby, normalmente no acudo al estudio. Los paneles fluorescentes del techo brillan demasiado. Y como el cristal de boro silicato se trabaja a temperaturas superiores a los doscientos grados Fahrenheit, emite gran cantidad de luz que si puede dañar los ojos de otros, más dañaría los míos. Si Toby esta trabajando apaga las luces y sale a charlar un rato.
Ahora llevaba puestas unas gafas protectoras con lentes de didimio y estaba en su silla de trabajo ante la mesa de vidriero, frente al quemador Fisher Multi-Flame. Acababa de dar forma a un bonito vaso con aspecto de pera con cuello largo que todavía estaba tan caliente que emitía un resplandor rojo y dorado; ahora lo estaba templando.
Cuando se saca repentinamente de una llama una pieza de vidrio, se enfría con tanta rapidez que se rompe. Para evitarlo, debe templarse, es decir, enfriarla por etapas.
La llama se alimenta con gas natural mezclado con oxigeno puro de un tanque presurizado que está sujeto con una cadena a la mesa de vidriero. Durante el proceso de templado, Toby va suministrando oxigeno y va reduciendo gradualmente la temperatura, dando a las moléculas el tiempo suficiente para estabilizarse.
Como el trabajo del vidrio alberga muchos peligros, hay gente en Moonlight Bay que piensa que es una irresponsabilidad por parte de Manuel permitir a su hijo discapacitado practicar este trabajo de artesanía. Algunos incluso predicen horribles catástrofes que esperan con impaciencia.
Al principio, el primero en oponerse al sueño de Toby era Manuel. Durante quince años, el granero había servido de estudio para el hermano mayor de Carmelita, Salvador, artesano vidriero de primera categoría. Cuando era niño, Toby se pasaba las horas al lado de su tío Salvador, observando su trabajo, y en raras ocasiones se ponía unos mitones para trasladar un jarrón o un cuenco al horno de templado. Parecía que pasaba todas esas horas en un estado de estupefacción, con una mirada estúpida y una sonrisa vacía, pero en realidad estaba aprendiendo sin que le enseñaran directamente. El muchacho discapacitado demostró una paciencia sobrehumana. Toby se sentaba allí día tras día, año tras año, mirando y aprendiendo lentamente. Cuando Salvador falleció hace dos años, Toby -que entonces solo contaba catorce años- le pidió a su padre continuar el trabajo del tío. Manuel no se tomó en serio la petición e intentó, con buenas palabras, desanimar a su hijo de lo que el consideraba un sueño imposible.
Una mañana, antes del amanecer, encontró a Toby en el estudio. En un extremo de la mesa de trabajo, ante la parte superior del Ceramfab resistente al fuego, había un cisne. Junto al cisne, un jarrón recién formado y templado en el que había introducido una mezcla calculada de impurezas compatibles que proporcionaba al cristal unos misteriosos remolinos azul medianoche con un brillo plateado como de estrellas. Manuel se dio cuenta de que la pieza era igual a los mas finos jarrones que Salvador había producido nunca y que Toby había templado una pieza sorprendente.
El muchacho había aprendido los aspectos técnicos del trabajo del vidrio de su tío y, a pesar de su retraso mental, conocía los procedimientos adecuados para no hacerse daño. La magia de la genética también tuvo algo que ver porque poseía un talento que no podía aprenderse. No era un mero artesano sino un artista y no solo un artista, sino quizás un idiota sabio al que la inspiración del artista y las técnicas del artesano le llegaban con la misma facilidad que las olas a la orilla de la playa.
Tiendas de objetos de regalo de Moonlight Bay, de Cambria, y más al norte como Carmel, compraban todo el cristal que producía Toby. En unos años podía ser autosuficiente.
A veces la naturaleza lanza un hueso a aquellos a quienes ha mutilado. Prueba de ello es mi habilidad para componer frases y párrafos con cierta facilidad.
Ahora, en el estudio, la luz naranja brillaba y se hinchaba desde la llama larga y espesa del templado. Toby giró con cuidado el jarrón para que el fuego lo bañara uniformemente.
Con su cuello grueso, los hombros redondeados, los brazos cortos desproporcionados y las piernas torcidas, parecía un gnomo del cuento contemplando el fuego en las profundidades de la tierra. Con las cejas oblicuas y gruesas, el puente de la nariz achatado, las orejas demasiado bajas en una cabeza demasiado pequeña para el cuerpo, sus rasgos suaves y el pliegue del epicanto de los ojos le daban un aspecto de ensoñación perpetua.
Sin embargo, en la alta silla de trabajo, girando el vidrio en la llama, ajustando el flujo de oxigeno con intuitiva precisión, el rostro brillando bajo los reflejos de la luz, los ojos ocultos tras las gafas protectoras, Toby no dejaba traslucir su discapacidad, no hacía nada que dejara entrever su condición. Por el contrario, contemplado en su elemento, en el acto de la creación, aparecía exaltado.
Orson resopló alarmado. Retiró las patas de la ventana y se alejó del estudio.
Cuando me volví vi la sombra de una figura que cruzaba el jardín y venía hacia nosotros. A pesar de la niebla y de la oscuridad, lo reconocí enseguida por su manera de caminar. Era Manuel Ramírez: el padre de Toby, el número dos en el Departamento de Policía de Moonlight Bay, pero ahora temporalmente elevado de categoría por el fallecimiento de su jefe.
Metí las manos en los bolsillos de la chaqueta. Y cerré la derecha al rededor de la Glock. Manuel y yo éramos amigos. No me sentiría bien apuntándolo con el arma y no hubiera sido capaz de dispararle. A menos que ya no fuera Manuel. A menos que, como Stevenson, se hubiera convertido en otro.
Se detuvo a ocho o diez pasos de nosotros. A la luz de la llama que emitía un brillo naranja, próxima a la ventana, observé que Manuel llevaba su uniforme caqui. Aunque tenía los pulgares metidos en el cinturón, hubiera podido sacar la pistola al menos con tanta rapidez como yo la Glock del bolsillo.
– ¿Ya has acabado el turno de guardia? -pregunté, aunque sabía que no era así.
– Espero que no quieras una cerveza, tamales y Jackie Chan a estas horas -dijo en lugar de responder a mi pregunta.
El rostro de Manuel, demasiado arrugado para sus cuarenta años, tenía habitualmente una expresión amistosa. Hasta bajo la luz de ese Halloween, su sonrisa seguía siendo contagiosa y segura. Desde donde me encontraba, la única luminosidad que vi en sus ojos fue el reflejo de la luz procedente de la ventana del estudio. Claro está que el reflejo podía enmascarar las mismas fluctuaciones efímeras de brillo animal que vi en los de Lewis Stevenson.
Orson se había adelantado pero permanecía a la expectativa.
Manuel no mostraba la rabia y la energía de Stevenson. Como siempre, su voz era suave, casi musical.
– No viniste a la comisaría después de tu llamada.
– Sí fui -repuse tras haber decidido decir la verdad.
– Cuando me telefoneaste estabas cerca -apuntó.
– A una manzana. ¿Quién es el tipo calvo con el pendiente?
Manuel meditó antes de responder y siguió mi decisión de responder con la verdad.
– Se llama Cari Scorso.
– ¿Quién es?
– Una basura. ¿Cuánto hace que has empezado todo esto?
– Ahora.
Se quedó en silencio, incrédulo.
– He empezado una cruzada -admití-, pero sé cuándo me han derrotado.
– Esto es nuevo, Chris Snow.
– Aunque pudiera ponerme en contacto con las autoridades de fuera o con los medios de comunicación, no comprendo la situación lo suficiente como para convencerles de nada.
– Y no tienes pruebas.
– Nada importante. De todos modos creo que no podría hacer el contacto. Si pudiera traer a alguien a investigar, no creo que yo o alguno de mis amigos quedase con vida para cuando llegara. Manuel no contestó, pero su silencio fue la respuesta que necesitaba.
Podía seguir siendo un fan del béisbol. Podía seguir gustándole la música country y Abbott y Costello. Y saber tanto sobre las limitaciones humanas y seguir sintiendo la mano del destino como antes. Hasta podía seguir queriéndome, pero ya no era mi amigo. No hubiera sido capaz de dispararme, pero podía encargar a otro que lo hiciera por él.
El corazón se me llenó de tristeza y sentí un desaliento próximo a la náusea.
– Todo el departamento de policía está implicado, ¿no es cierto?
La sonrisa desapareció de su rostro. Parecía cansado.
Cuando en su rostro apareció aquella expresión de fatiga, intuí que iba a decirme más de lo que debiera. Atrapado en un sentimiento de culpabilidad, no podría mantener ocultos todos sus secretos.
Hasta sospeché que una de sus revelaciones tendría que ver con mi madre. Estaba tan poco dispuesto a escucharlo, que estuve a punto de marcharme. Sólo a punto.
– Sí -contestó-. Todo el departamento.
– Y tú también.
– Oh, mi amigo, especialmente yo.
– ¿Estás infectado?
– «Infección» no es la palabra apropiada.
– Pero se aproxima bastante.
– Todo el mundo en el departamento la tiene. Pero yo no. No que yo sepa. Todavía no.
– Quizá los otros no pudieron elegir y tú sí.
– Decidí cooperar porque podían obtenerse muchos beneficios de lo que había salido tan mal.
– ¿Del fin del mundo?
– Están trabajando para descubrir qué es lo que ha sucedido.
– ¿Trabajando fuera de Wyvern, en algún sitio bajo tierra?
– Allí y en otros lugares, sí. Y si encuentran la forma de combatirla… entonces conseguirán maravillas.
Mientras hablaba apartó su mirada de mí y la dirigió a la ventana del estudio.
– Toby.
Los ojos de Manuel volvieron a clavarse en mí.
– Esto, esta plaga, sea lo que sea, ¿esperas que puedan controlarla, pueden utilizarla para ayudar a Toby?
– Tú también eres parte interesada, Chris.
Desde el tejado del granero un bufo replicó cinco veces en rápida sucesión, como si sospechara de todo el mundo en Moonlight Bay.
– Es la razón por la que mi madre trabajó en investigación biológica para los militares. La única razón. Porque allí tenía la oportunidad de encontrar algo que curara mi XP -dije tras lanzar un profundo suspiro.
– Y algo puede hacerse todavía.
– ¿Era un proyecto de armamento?
– No la culpes, Chris. Sólo un proyecto de armamento podía disponer de diez billones de dólares. Nunca hubiera podido hacer su trabajo de otra manera. Hubiera sido demasiado caro.
Indudablemente esto era cierto. Sólo un proyecto de armamento contaría con los recursos necesarios para llevar a cabo la complicada investigación que requería poner en práctica las teorías de mi madre.
Wisteria Jane (Milbury) Snow era especialista en teoría genética. Esto significa que ella pensaba lo que otros científicos ponían en práctica. No pasaba mucho tiempo en laboratorios o trabajando en el laboratorio virtual de una computadora. Su laboratorio era su mente y estaba magníficamente equipado. Ella teorizaba y, guiados por sus teorías, otros las comprobaban.
Ya he dicho que era una mujer muy brillante, pero quizá no he dicho que lo era de una manera extraordinaria. Así era ella. Podría haber elegido cualquier universidad del mundo para enseñar. Todas la querían.
A mi padre le gustaba Ashdon, pero la hubiera seguido a cualquier parte. Se hubiera adaptado a cualquier ambiente académico.
Se quedó en Ashdon por mi causa. La mayor parte de las universidades importantes se encuentran en ciudades grandes o medianas, en las que hubiera estado limitado durante el día como lo estaba en Moonlight Bay pero en las que no hubiera podido disfrutar de la vida por la noche. Las ciudades siguen brillando después de la puesta del sol. Y en algunas zonas oscuras de una ciudad no hay espacio en el que un muchacho y su bicicleta puedan aventurarse a salvo entre el anochecer y la madrugada.
Redujo su vida para ampliar la mía. Se confinó en una ciudad pequeña, abandonando muchas de sus facultades, para darme la oportunidad de ampliar las mías.
Las pruebas que determinan daños genéticos en el feto no estaban muy desarrolladas cuando yo nací. Si los instrumentos de análisis hubieran estado lo suficientemente avanzados para detectar el XP en las semanas siguientes a mi concepción, quizás hubiera decidido no traerme a este mundo.
Cómo me gusta el mundo con toda su belleza y rareza.
Por mi causa en los años venideros el mundo se hará aun más extraño, y quizá menos hermoso.
Si no hubiera sido por mí, se hubiera negado a poner su inteligencia al servicio del proyecto de Wyvern, nunca les hubiera permitido tomar nuevos caminos en la investigación. Y no hubiéramos seguido uno de esos caminos hacia el precipicio en el que ahora nos encontramos.
Mientras Orson se apartaba para dejarle pasar, Manuel se aproximó a la ventana. Se quedó mirando a su hijo y en su rostro más iluminado ahora no observé ninguna luz salvaje sino un amor sobrecogedor.
– Aumentar la inteligencia de los animales -dije- ¿que aplicación militar podía tener?
– Por un lado ¿que mejor espía que un perro tan inteligente como un ser humano entre las filas enemigas? Un disfraz imposible de descubrir. Y los perros no necesitan pasaportes ¿Que mejor explorador en un campo de batalla?
Diseñas un perro excepcionalmente poderoso que es mas inteligente pero además de una violencia salvaje cuando ha de tenerla. Y tienes un nuevo tipo de soldado; una maquina asesina con capacidad para la estrategia.
– Creía que la inteligencia dependía del tamaño del cerebro.
Se encogió de hombros.
– Solo soy un poli.
– O del número de pliegues en la superficie del cerebro.
– Evidentemente ellos descubrieron la diferencia. Hubo un éxito previo, hace unos años, creo que se llamaba proyecto Francis. Un golden retriever de una inteligencia sorprendente. La operación Wyvern se inició para capitalizar lo que habían aprendido de la anterior. Y en Wyvern no se trabajó precisamente con la inteligencia animal. Se intentaba aumentar la inteligencia humana, en muchos aspectos, en demasiados aspectos.
Toby, en el estudio, con las manos enguantadas, colocó el jarrón en un recipiente lleno hasta la mitad con vermiculita. Empezaba la etapa siguiente del proceso de templado.
– ¿Demasiadas cosas? ¿Qué? -pregunté sin moverme del lado de Manuel.
– Querían aumentar la agilidad, la velocidad y la longevidad humanas, no solo transfiriendo material genético de una persona a otra sino de una especie a otra.
De una especie a otra.
– Oh, Dios mío -me oí exclamar.
Toby vertió mas vermiculita granular en el jarro, hasta que quedó cubierto. La vermiculita es un magnifico aislante que permite que el cristal siga enfriándose muy despacio y a velocidad constante.
Recordé algo que me había dicho Roosevelt Frost: que perros, gatos y monos no eran los únicos sujetos de experimento en el laboratorio de Wyvern, sino que había algo peor.
– Personas -dije aturdido-, ¿experimentaban con personas?
– Con soldados sentenciados en tribunales militares por asesinato, condenados a sentencias de por vida en prisiones militares. Podían pudrirse allí o tomar parte en el proyecto y quizás obtener la libertad como recompensa.
– Pero experimentar con personas…
– Dudo que tu madre estuviera enterada de todo esto. No siempre le comunicaban como aplicaban sus ideas.
Toby debió de oír nuestras voces a través de la ventana, porque se quitó los guantes aislantes y las gafas protectoras para mirarnos. Nos dirigió un saludo con la mano.
– Todo fue a peor -siguió diciendo Manuel- No soy un científico. No me preguntes cómo. Pero fue a peor en muchos sentidos. Se veía en su rostro. De repente sucedieron cosas que ellos no esperaban. Cambios que no habían considerado. Los animales y los prisioneros para los experimentos su material genético sufrió unos cambios que no esperaban y que no se podían controlar.
Esperé un momento, pero al parecer no iba a decirme nada más.
– Se escapo un mono. Un rhesus. Lo encontraron en la cocina de Angela Ferryman -insistí.
La mirada inquisitiva que me dirigió Manuel fue tan penetrante que me dio la sensación de que había visto el interior de mi corazón, que sabía el contenido de cada uno de mis bolsillos y hasta había contado las balas que me quedaban en la Glock.
– Volvieron a capturar al rhesus -dijo-, pero cometieron la equivocación de atribuir su escapada a un error humano. No comprendieron que lo habían soltado, liberado. No comprendieron que algunos científicos del proyecto se estaban… transformando.
– ¿Transformando en que?
– Solo… transformando. En algo nuevo. Cambiando.
Toby apago el gas. El quemador Fisher se tragó sus propias llamas.
– ¿Cambiando como? -le pregunte a Manuel.
– Sea cual fuere el sistema que desarrollaron para insertar nuevo material genético en un animal o un prisionero de laboratorio ese sistema cobró vida independiente.
Toby apagó todos los paneles fluorescentes menos uno para que yo pudiera entrar.
– Material genético de otras especies se introducía en el cuerpo de los científicos del proyecto sin que ellos se dieran cuenta. De pronto algunos empezaron a tener muchas cosas en común con los animales.
– Dios.
– Quizá demasiado. Hubo algún episodio. No conozco los detalles. Fue extremadamente violento. Hubo muertos. Y todos los animales escaparon o fueron liberados.
– El grupo.
– Alrededor de una docena de monos inteligentes y violentos, sí. Pero también perros y gatos… y nueve prisioneros.
– ¿Y todavía andan sueltos?
– Tres de los prisioneros murieron cuando se intento capturarlos. La policía militar vino a ayudarnos. Fue cuando la mayoría de los polis del departamento se contaminó. Pero los otros seis y todos los animales… no se encontraron.
La puerta del granero se abrió y apareció Toby en el umbral.
– ¿Papa? -acercó su pesado cuerpo al de su padre y lo abrazó con fuerza. Luego me sonrió-. Hola, Christopher.
– Hola, Toby.
– Hola, Orson -dijo el muchacho, soltando a su padre y poniéndose de rodillas para saludar al perro.
Orson lamió a Toby, se comportaba como una mascota mimada.
– Ven a visitarnos -añadió Toby.
– Ahora hay un nuevo grupo -le dije a Manuel-. No es violento como el primero. O al menos todavía no lo es. Todos sus miembros llevan emisores, lo que significa que los han soltado con un propósito ¿Por que?
– Para encontrar al primer grupo y descubrir donde se oculta. Son tan evasivos que todos los intentos para localizarlos han fracasado. Es un plan desesperado, un intento de hacer algo, antes de que el primer grupo se haga demasiado grande. Pero tampoco funciona. Se acaba de crear otro problema.
– Y no solo por culpa del padre Eliot.
Manuel se me quedo mirando fijamente un buen rato.
– Sabes mucho, ¿no es cierto?
– No lo bastante. Y demasiado.
– Tienes razón, el padre Tom no es el problema. Solo ha visto a algunos. Se sacan los emisores unos a otros. Este nuevo grupo no son violentos pero son muy inteligentes y desobedientes. Desean ser libres. A toda costa.
Abrazando a Orson, Toby me repitió su invitación.
– Ven a visitarnos, Christopher.
Antes de que pudiera responder, Manuel se adelantó.
– Ya casi amanece, Toby. Chris ha de irse a casa.
Contemplé el horizonte hacia el este, el cielo nocturno empezaba ya a clarear en esa dirección la niebla me había impedido ver el cambio.
– Hemos sido amigos durante algunos años -dijo Manuel-. Te he dado algunas respuestas. Siempre te has portado bien con Toby. Ahora ya sabes bastante. He hecho lo que debía por un buen amigo. Quizá demasiado. Vete a casa ahora -sin que me diera cuenta, había deslizado la mano derecha hacia la pistola en la cartuchera. Dio una palmadita al arma-. Nunca más veremos juntos una película de Jackie Chan.
Me estaba diciendo que no volviera. Yo no hubiera intentado mantener nuestra amistad, pero hubiera podido volver a ver a Toby de vez en cuando.
Llamé a Orson a mi lado y Toby, reacio, lo dejó marchar.
– Una cosa más -dijo Manuel cuando yo agarré el manillar de la bicicleta-. Los animales que han sido liberados, los perros, los gatos, los nuevos monos, conocen sus orígenes. Tu madre… bueno, podría decirse que para ellos es una leyenda… su hacedora… casi como su dios. Saben quien eres, te reverencian. Ninguno de ellos te hará daño. Pero el grupo original y la mayor parte de las personas que han sufrido alteraciones… sea cual sea el nivel al que han llegado, odian a tu madre por lo que han perdido. Y te odian a ti por razones obvias. Más pronto o más tarde, van a actuar. Contra ti. Contra las personas más próximas a ti.
Asentí. Ya lo sabía.
– ¿Y no puedes protegerme?
No contestó. Puso el brazo alrededor de su hijo. En la nueva Moonlight Bay, la familia todavía era importante, pero el concepto de comunidad ya había desaparecido.
– ¿No puedes o no quieres protegerme? -pregunté, y sin esperar otro silencio como respuesta continué-. No me has dicho quién es Carl Scorso -refiriéndome al calvo del pendiente que al parecer se había llevado el cuerpo de mi padre a una sala de autopsias, a un lugar seguro que todavía operaba en algún rincón alejado de Fort Wyvern.
– Es uno de los prisioneros que se comprometieron a participar en los experimentos. El daño genético relacionado con su comportamiento sociopático previo ha sido identificado y erradicado. Ya no es peligroso. Es uno de sus éxitos.
Fijé en él la mirada pero no pude leer sus pensamientos.
– Asesinó a un vagabundo y le arrancó los ojos.
– No. Fue el grupo quien asesinó al vagabundo. Scorso sólo encontró el cuerpo en la carretera y se lo llevó a Sandy Kirk. Sucede ahora y antes… Conductores, autoestopistas… siempre ha habido muchos moviéndose arriba y abajo de la costa de California. En esta época, algunos no van más lejos de Moonlight Bay.
– Y tú también vives con esto.
– Yo hago lo que me ordenan -replicó con frialdad.
Toby rodeó a su padre con los brazos, como si lo protegiera, y me dirigió una mirada de consternación por el modo en que había desafiado a su padre.
– Hacemos lo que nos ordenan. Es la única manera, en estos días que corren, Chris. Las decisiones han sido tomadas a muy alto nivel. A muy alto nivel. Supongo que el presidente de Estados Unidos estaba interesado en el proyecto científico y vio la oportunidad de hacer historia invirtiendo grandes sumas de dinero en ingeniería genética, igual que Roosevelt y Truman subvencionaron el proyecto Manhattan y Kennedy el de poner un hombre en la Luna. Supongo que él y todos los que están a su alrededor, y los políticos que los apoyan, quieren tapar todo esto.
– ¿Y qué es lo que ha sucedido?
– Ninguno de los de arriba quiere correr el riesgo de que se haga público. Es posible que lo que les dé miedo no sea que los echen de los despachos, sino que los juzguen por crímenes contra la humanidad. Temen que los aparten masas indignadas. Quiero decir… soldados de Wyvern y sus familias, que podrían estar contaminados, que ya se han marchado. ¿Cuántos de ellos lo han contagiado? Cundiría el pánico en las calles. Pondrían en cuarentena a todo el país. Porque el poder que cree que todas las cosas deben seguir su curso sin mayores consecuencias, pronto se agota y luego desaparece.
– ¿Ha cambiado algo?
– Quizá.
– No lo creo.
Se encogió de hombros y con una mano acarició el cabello de Toby que se había despeinado al sacarse las gafas protectoras.
– No todas las personas con síntomas de cambio son como Lewis Stevenson. Se dan infinitas variantes. Algunos que atraviesan una mala fase… luego la superan. Fluctúan. Es un proceso. No es nada parecido a un terremoto o a un tornado. Es un proceso. Si hubiera sido necesario, me hubiera encargado de Lewis yo mismo.
– Quizás era más necesario de lo que te imaginas -dije, sin admitir nada.
– Nadie puede ir por ahí tomándose la justicia por su mano. Ha de mantenerse el orden y la estabilidad.
– Pero si ya no hay nadie.
– Estoy yo -contestó.
– ¿Es posible que estés infectado y no lo sepas?
– No. No es posible.
– ¿Es posible que estés cambiando y no te des cuenta?
– No.
– ¿Transformándote?
– No.
– Me tranquilizas, Manuel.
El búho ululó otra vez. Una débil brisa removió la sopa de niebla como si fuera una cuchara.
– Vete a casa -dijo Manuel-. Pronto se hará de día.
– ¿Quién ordenó el asesinato de Angela Ferryman?
– Vete a casa.
– ¿Quién?
– Nadie.
– Creo que fue asesinada porque quería hacerlo público. No tenía nada que perder, según me dijo. Se estaba… transformando.
– La asesinó el grupo.
– ¿Quién controla al grupo?
– Nadie. Y no podemos encontrar a esos jodidos.
Pensé que yo sabía un lugar donde se ocultaban: la alcantarilla de drenaje en las colinas, donde encontré la colección de cráneos. Pero no iba a compartir la información con Manuel, porque en ese momento no podía estar seguro de quién era mi enemigo más peligroso: el grupo o Manuel y los otros polis.
– Si nadie los envió tras ella, ¿por qué lo hicieron?
– Tienen su propia manera de actuar. Quizá nos sorprenda. A ellos no les gusta nuestro mundo. Su mundo no es este. Su futuro es el nuevo mundo que viene. Si alguno de ellos se enteró de los planes de Angela, se encargaron de ella. No tienen un cabecilla, Chris. Entre todas estas facciones, animales benignos, los malvados, los científicos de Wyvern, la gente que ha cambiado a peor, la gente que ha cambiado a mejor. Muchas facciones compitiendo. Es el caos. Y el caos llevará a lo peor antes de que todo mejore. Ahora vete a casa. Y renuncia. Renuncia antes de convertirte en el objetivo de alguien, como le pasó a Angela.
– ¿Es una amenaza?
No contestó.
Cuando me alejaba con la bicicleta por el patio trasero, Toby dijo jugando con el significado de mi apellido:
– Christopher Nieve. Nieve por Navidad. Navidad y Santa Claus. Santa Claus y trineo. Trineo sobre la nieve. Nieve por Navidad. Christopher Nieve -rió con deliciosa inocencia, entretenido con el desmañado juego de palabras y satisfecho ante mi expresión de sospecha.
El Toby Ramírez que había conocido no hubiera sido capaz ni siquiera de un simple juego de asociación de palabras como ese.
– Ya te han empezado a pagar por tu cooperación, ¿no es cierto? -le dije a Manuel.
La expresión de orgullo tras la exhibición de la nueva habilidad verbal de Toby era tan evidente y tan triste que me fue imposible sostener su mirada.
– A pesar de todo lo que no tenía, siempre era feliz -dije refiriéndome a Toby-. Había encontrado una finalidad en la vida. Y ahora que pueden conseguir que se sienta insatisfecho con lo que es… ¿pueden convertirlo en una persona normal?
– Lo harán -repuso Manuel con un convencimiento que podía no estar justificado-. Lo harán.
– ¿Los mismos que han creado esta pesadilla?
– No sólo existe un lado oscuro.
Recordé los lastimeros gemidos del visitante en el ático de la rectoría, la calidad melancólica de su voz cambiante, los terribles gritos en su desesperado intento de dar significado a un chillido. Y recordé a Orson en aquella noche de verano, desesperado bajo las estrellas.
– Que Dios te ayude, Toby -dije, porque él también era mi amigo-. Que Dios te proteja.
– Dios tuvo su oportunidad -contestó Manuel-. Desde ahora, nosotros nos labraremos nuestra propia suerte.
Sentí que tenía que marcharme de allí, y no sólo porque pronto iba a amanecer. Volví a cruzar el patio de atrás con la bicicleta, y no me di cuenta de que estaba huyendo hasta que salí de la casa y me encontré en la calle.
Cuando me volví a mirar hacia la casa, la vi diferente. Más pequeña de lo que recordaba. Una masa confusa. Prohibida.
En el este se estaba formando una claridad gris plata, arriba, encima del mundo: o iba a aparecer el sol o llegaba el día del Juicio.
En doce horas había perdido a mi padre, la amistad de Manuel y Toby, muchas ilusiones y mucha inocencia. Me sobrevino la terrible sensación de que más y quizá peores pérdidas me estaban esperando.
Orson y yo nos dirigimos apresuradamente a casa de Sasha.
La casa de Sasha es propiedad de la KBAY y es un signo de su puesto directivo en la emisora. Es un edificio pequeño de estilo Victoriano con elaborada fábrica realzando el frente de las buhardillas, los bordes de los frontones, los aleros, las puertas y ventanas y las barandas del porche.
La casa sería un joyero si no la hubieran pintado con los colores de la emisora. Las paredes en amarillo canario. Las contraventanas y las barandas del porche, rosa coral. El resto parece una muestra de un pastel de lima. El resultado es como si un grupito de fans de Jimmy Buffett, achispadas con margaritas y piña colada, hubieran pintado el lugar durante un largo fin de semana de fiesta.
A Sasha no le importa el llamativo exterior. Dice que vive en el interior de la casa, y no fuera donde puede verlo.
El porche de la parte de atrás de la casa está cerrado con cristal y con la ayuda de un calentador eléctrico en los meses más fríos, Sasha ha transformado el interior en un invernadero. Sobre las mesas y los bancos y fuertes rejillas de metal, hay centenares de macetas de terracota y bandejas de plástico en las que cultiva estragón y tomillo, angélica y maranta, cerafolio, cardamomo, corlando y achicoria, menta verde y perifollo cloroso, ginseng, hisopo, melisa y albahaca, mejorana, menta y verbasco, eneldo, hinojo, romero, camomila y tanaceto. Utiliza estas hierbas para cocinar, para hacer unas mezclas deliciosas, de sutiles aromas y unos tés muy sanos que son un desafío para el reflejo de la náusea, a no ser que te lo esperes.
No tengo llave. Hay escondida una copia en una maceta de terracota en forma de sapo, bajo las hojas amarillentas de una planta. Cuando el incipiente amanecer había adquirido un brillo gris claro y el mundo se preparaba para sueños de asesinato, me metí en el refugio de la casa de Sasha.
Fui a la cocina e inmediatamente conecté la radio. Sasha estaba en la última media hora de su programa, dando una información del tiempo. Todavía estábamos en la estación húmeda y se aproximaba una tormenta por el noroeste. Llovería un poco al anochecer.
Si hubiera predicho que íbamos a tener olas de treinta metros y erupciones volcánicas con grandes ríos de lava, lo hubiera escuchado con placer. Cuando oí su voz suave y un poco ronca de la radio, en mi rostro apareció una sonrisa estúpida y aun en esta mañana próxima al fin del mundo, no pude impedir sentirme sedado y estimulado al mismo tiempo.
Cuando el día empezaba a despuntar tras las ventanas, Orson se dirigió directamente a dos cuencos de plástico que había en una esterilla de plástico, en un rincón. Llevaban impreso su nombre tanto en casa de Bobby como en la de Sasha, Orson es de la familia.
Cuando era un cachorro, le dimos varios nombres, pero él no respondía a ninguno. Tras observar con que concentración miraba viejas películas de Orson Wells cuando las poníamos en el vídeo -y, sobre todo, cuando Wells aparecía en escena- lo rebautizamos en broma con el nombre del actor. Desde entonces ha respondido a este apelativo.
Como los dos cuencos estaban vacíos, Orson cogió uno de ellos con la boca y me lo trajo. Lo llené con agua y lo volví a poner en la esterilla de goma, para evitar que cayera en el suelo de cerámica blanca.
Alzó el segundo cuenco y me miró con expresión suplicante. Como cualquier perro, los ojos y la cara de Orson están mejor adaptados para una mirada suplicante que los expresivos rasgos de la mayoría de los actores con talento que pisan los escenarios.
Cuando estábamos a bordo del Nostromo, con Roosevelt, Orson y Mungojerrie ante la mesa, me acordé de aquellas pinturas bien ejecutadas de perros jugando al póquer, y se me ocurrió que mi subconsciente había estado intentando decirme algo importante porque la imagen del recuerdo había sido muy vívida. Ahora lo entendí. Los perros de aquellos cuadros representan un tipo humano familiar, más inteligente que cualquier ser humano. En el Nostromo, debido al juego que habían practicado Orson y el gato «burlándose de sus estereotipos», pensé que algunos de esos animales salidos de Wyvern podían ser más inteligentes de lo que había imaginado, tan inteligentes que yo aún no estaba preparado para enfrentarme a la verdad. Si podían sostener los naipes y hablar, podían ganar una mano al póquer, y hasta podrían dejarme pelado.
– Es algo temprano -dije, cogiendo el plato de comida de Orson- Pero has estado muy activo esta noche.
Tras verter en el cuenco su comida para perros preferida, cerré las persianas de la cocina para evitar la amenaza de la luz del día. Estaba bajando la última, cuando oí que una puerta de la casa se cerraba suavemente.
Me quedé inmóvil, escuchando.
– ¿Hay alguien? -murmuré.
Orson alzó la vista del cuenco, husmeó el aire, movió la cabeza y volvió a concentrarse en su comida.
Las trescientas pistas del circo de mi mente.
Me lavé las manos en el fregadero y me rocié la cara con un poco de agua fresca.
Sasha mantiene su cocina inmaculada, brillante y aromática, pero está desordenada. Es una cocinera magnífica, y montones de exóticos artefactos ocupan al menos la mitad del espacio. Hay tantos potes, sartenes, cacerolas y utensilios colgados de rejillas en la pared, que te da la sensación de que te encuentras en una caverna donde de cada pulgada del techo penden estalactitas.
Fui por la casa cerrando cortinas y sintiendo el vibrante espíritu de Sasha en cada rincón. Está tan viva que deja un aura que se mantiene aun después de haberse ido.
El interior de la casa no es de diseño, los muebles y los objetos artísticos no hacen juego. En su lugar, cada habitación es la manifestación de una de sus pasiones. Es una mujer de muchas pasiones.
Todas las comidas se hacen en la mesa de la cocina, porque el comedor está dedicado a su música. En una de las paredes hay un teclado electrónico, un sintetizador a gran escala con el que podría componer para una orquesta si lo deseara, y al lado la mesa de composición con pentagramas en blanco que esperan su lápiz. En el centro de la habitación hay un mezclador. En una de las esquinas, un cello de alta calidad con un taburete bajo. En otra esquina, junto a un atril, un saxofón colgado de un soporte de latón. También hay dos guitarras, una acústica y la otra electrónica.
La sala de estar está llena de libros, otra de sus pasiones. Las paredes están forradas de estanterías que desbordan con libros bien encuadernados y libros de bolsillo. Los muebles no son de estilo: sillas de tono neutral y sofás elegidos por su comodidad, perfectos para sentarse y charlar o para pasar muchas horas con un libro.
En el segundo piso, la primera habitación después de la escalera alberga una bicicleta estática, un aparato de remos, un juego de pesas de medio kilo a diez, cuyo peso se incrementa de medio en medio kilo y una tabla de ejercicios. También es su habitación de medicina homeopática, donde guarda multitud de potes de vitaminas y minerales y practica yoga. Cuando se monta en la bicicleta, no baja hasta que está bañada en sudor y ha recorrido al menos cuarenta y cinco kilómetros. Luego, en el aparato de remos, hace ejercicio hasta que ha cruzado el lago Tahoe y mantiene el ritmo cantando temas de Sarah McLachlan o Julia Hartfield, Meredith Brooks o Sasha Goodall. Cuando hace abdominales y ejercicios de piernas, la colchoneta bajo su cuerpo empieza a echar humo cuando todavía no ha acabado los ejercicios. Y cuando acaba, acalorada y vigorosa, siempre tiene más energía que cuando empieza. Al finalizar una sesión de meditación con distintas posturas de yoga, la intensidad de su relajación es tan poderosa, que hasta podría hacer estallar las paredes de la habitación.
Dios, cuánto la quiero.
Salí del gimnasio al rellano y me sobrevino nuevamente la premonición de una pérdida inminente. Me puse a temblar de tal manera que tuve que apoyarme en la pared hasta que el episodio hubo pasado.
Nada podía sucederle a ella a la luz del día, nada en los diez minutos de coche, desde la emisora en Signal Hill y en el centro de la ciudad. El grupo ronda por la noche. Durante el día se esconden en algún lugar, quizás en los canales de drenaje bajo el suelo de la ciudad o en las colinas, donde encontré la colección de cráneos. Y las personas que ya han perdido toda esperanza, los mutantes como Lewis Stevenson, se controlan mejor bajo el sol que bajo la luna. Como con el hombre animal en La isla del doctor Moreau, lo salvaje que hay en ellos no se puede reprimir por la noche. Con la oscuridad pierden el control de sí mismos, una sensación de aventura se apodera de ellos, y hacen cosas que ni soñarían hacer durante el día. Seguramente nada le va a suceder a Sasha, ahora que el amanecer se cierne sobre nosotros. Quizá por primera vez en mi vida sentí alivio por la salida del sol.
Finalmente entré en su dormitorio. Aquí no encuentras instrumentos musicales, ni libros, ni macetas o bandejas de yerbas, potes de vitaminas ni aparatos de gimnasia. La cama es sencilla, con un cabezal plano, sin pies y está cubierta con una colcha blanca de felpilla. No hay nada digno de ser señalado acerca del vestidor, las mesillas de noche y las lámparas. Las paredes son de un tono amarillo claro, la sombra de una nube en la luz del sol de la mañana. Ningún objeto artístico interrumpe las lisas superficies. Para algunos, la habitación podría parecer austera, pero cuando Sasha esta presente, el espacio está tan decorado como la habitación barroca de un castillo francés y tan serena como cualquier rincón de meditación de un jardín zen. Nunca duerme a intervalos, sino tan profundamente como una piedra en el fondo del mar; a veces te encuentras alargando la mano para tocarla, para sentir el calor de su piel o el latido del pulso, para apaciguar el repentino temor por ella que te sobrecoge de cuando en cuando. Como con tantas otras cosas, siente pasión por el sueño.
Y también le apasiona la pasión y cuando hace el amor contigo, la habitación desaparece, estás en un tiempo sin tiempo, en un lugar sin lugar, donde sólo existe Sasha, sólo su luz y su calor, su luz gloriosa que arde pero no quema.
Cuando pasé junto a los pies de la cama y me dirigí hacia la primera de las tres ventanas para cerrar las cortinas, vi que había un objeto sobre la colcha. Era pequeño, irregular y muy pulimentado: un fragmento de porcelana china pintada a mano. Una boca sonriente, la curva de una mejilla, un ojo azul. Un pedazo del rostro de la muñeca Christopher Snow que se había hecho pedazos contra la pared de la casa de Angela Ferryman justo antes de que se apagaran las luces y el humo cubriera la escalera.
Al menos un miembro del grupo había estado aquí durante la noche.
Me puse a temblar otra vez, pero ahora mas por la furia que por el miedo. Saqué la pistola de la chaqueta y revisé la casa, desde el ático hasta la planta baja, cada habitación, cada armario, cada esquina, cada rincón en el que una de aquellas odiosas criaturas pudiera esconderse. Maldiciendo, lanzando amenazas que estaba dispuesto a cumplir. Abrí puertas violentamente, cajones, comprobé debajo de los muebles con la escoba. Creé una tensión tal que Orson vino corriendo a mi lado esperando encontrarme luchando por mi vida, luego me siguió a una distancia prudencial, como si temiera que, en ese estado de agitación, pudiera dispararme a los pies y a él en las patas si se acercaba más.
En la casa no había ningún miembro del grupo.
Cuando finalice la búsqueda, llené un cubo con agua amoniacal y con una esponja limpie todas las superficies que el intruso o intrusos pudieran haber tocado: paredes, suelos, escalones y barandillas, muebles. No porque creyera que podían haber dejado algún microorganismo que pudiera infectarnos, sino porque los creía sucios en sentido espiritual como si no hubieran salido de los laboratorios de Wyvern, sino de un agujero de la tierra desde el cual se elevan humos de sulfuro, una luz terrible y los gritos lejanos de los condenados.
Desde el teléfono de la cocina llame a la línea directa de la KBAY. Antes de marcar el último número recordé que Sasha ya no estaba en el aire, sino de camino a casa. Colgué y marque el número del móvil.
– Hola, Snowman -dijo.
– ¿Donde estas?
– A cinco minutos.
– ¿Has cerrado las ventanillas?
– ¿Que?
– Por el amor de Cristo, ¿has cerrado las ventanillas?
– Ahora si -repuso después de un momento de vacilación.
– No te detengas por nada. Por nada. Ni siquiera si encuentras a un amigo o un poli. Especialmente un poli.
– ¿Y si atropello a una viejecita?
– No será una viejecita. Solo lo parecerá.
– Estas espantoso, Snowman.
– Yo no. El resto del mundo. Escucha, quiero que permanezcas al teléfono hasta que estés frente a la casa.
– Explorer a torre de control la niebla casi ha desaparecido. No me subestimes.
– No te subestimo. Eres tu quien lo hace. Estoy inquieto.
– Ya lo he notado.
– Necesito oír tu voz. Hasta que estés en casa, necesito oír tu voz.
– Suave como la bahía -dijo, intentando animarme un poco.
La tuve al teléfono hasta que metió el coche en el cobertizo y apagó el motor.
Con sol o sin sol, quise salir y estar a su lado cuando abriera la puerta del coche. Quería estar a su lado con la Glock en la mano mientras se acercaba al porche trasero de la casa, que era la entrada que siempre utilizaba.
Me pareció que había pasado una hora hasta que oí sus pasos en el porche, entre las mesas llenas de hierbas embotelladas.
Cuando entró por la puerta abierta yo estaba bajo la brillante luz de la mañana que iluminaba la cocina. La cogí entre mis brazos, cerré la puerta de golpe tras ella y la apreté tan fuerte que por un momento ninguno de los dos pudo respirar. Luego la bese, era tan calida, tan real, tan real y gloriosa, tan gloriosa y tan viva.
No importaba lo fuerte que la abrazara, la dulzura de sus besos. Todavía persistía el presentimiento de que iba a sufrir terribles pérdidas.