Capítulo XIV

Alan estaba ya despierto del todo y rogó a Hawkes que le explicara en qué consistía el tal negocio. El tahúr tomó entonces la palabra:

—El Banco de la Reserva Mundial tiene que transportar dinero a una de sus sucursales el viernes próximo. Son por lo menos diez millones de créditos que meterán en un camión acorazado. El amigo Hollis, aquí presente, ha podido averiguar el tipo de onda de los robots que custodiarán el camión. Y Al Webber tiene un equipo que puede paralizar a los robots guardianes si se sabe la longitud de onda a que éstos operan. Siendo así, no parece cosa difícil el dejar el camión sin guardianes. Se espera hasta que esté cargado, se eliminan los robots y los guardianes humanos y nos vamos nosotros con el camión.

Alan, pensativo, frunció el ceño.

—¿Puedo saber por qué se me cree tan indispensable para llevar a cabo este negocio?

El joven no tenía el menor deseo de robar, ni el dinero del Banco ni ninguna otra cosa.

—Porque eres el único de nosotros que no está inscrito en el Registro de No Agremiados, y, por tanto, no tienes número de televector. No podrán dar contigo.

Alan vio claro de súbito.

—¿Por eso no me deja usted que me inscriba? ¿Me ha protegido usted para que no pueda negarle mi colaboración?

—Sí. En la Tierra es como si tú no existieras. Si uno de nosotros se marcha con el camión, la policía no tiene otra cosa que hacer que trazar las coordenadas del camión y seguir los diagramas del televector del hombre que conduce el vehículo. De ese modo la detención del hombre es inevitable. Pero si eres tú el conductor no es posible averiguar el camino que sigas. ¿Comprendes?

—Comprendo —respondió Alan, que dijo para su capote: «no me gusta hacer eso»—. Dejadme que lo piense un poco. Lo consultaré con la almohada y mañana os daré la contestación.

Los rostros de los ocho tertulianos de Hawkes expresaban la turbación de sus dueños. Webber empezó a decir algo, pero Hawkes le interrumpió diciendo:

—El chico tiene sueño. Necesita tiempo para acostumbrarse a la idea de hacerse millonario. Mañana por la mañana os telefonearé. ¿Conformes?

Los ocho se fueron en seguida. Solos ya Hawkes y Alan, el tahúr miró al joven. No existía ya el afecto fraternal que el jugador había profesado al muchacho. En el rostro de Hawkes se pintaba la fría gravedad del hombre de negocios.

—¿Qué es eso de que quieres consultarlo con la almohada? ¿Quién te ha dicho que tienes libertad para hacer lo que te venga en gana?

—¿Es que no voy a poder hacer nada en mi vida? ¿Y si no quiero ser ladrón? Usted no me dijo…

—No tenía porqué decírtelo. Mira, niño; no te traje aquí para que salvaras mi alma. Te traje porque vi en ti facultades para hacer este trabajo. Te he protegido durante tres meses. Te he dado educación para que sepas vivir en este planeta. Ahora te pido que me des muestras de que agradeces un poco lo mucho que he hecho por ti. Byng ha dicho la verdad. Eres indispensable para llevar a buen fin el negocio. En este momento tus sentimientos personales no cuentan para nada.

—¿Cree usted?

—Sí.

Alan miró con frialdad a Hawkes, al Hawkes que se había quitado la máscara que ocultaba su verdadero rostro.

—Max, no crea usted que pido que se me concedan ventajas aprovechándome de la tentadora proposición que me hacen de ingresar en ese Sindicato. Es que no me interesa ser su socio. Pero sí quiero saldar la deuda que tengo con usted. Le he entregado a usted las ganancias que he hecho en el juego, que ascienden a algunos miles de créditos. Déme quinientos créditos, quédese el resto, y en paz. Y usted siga su camino, que yo seguiré el mío.

Hawkes soltó la carcajada.

—¡Qué bonito! Me propones que me quede con el dinero y te deje ir. ¿Tan tonto me crees? Sabes los nombres de los componentes del Sindicato, conoces nuestros planes, lo sabes todo. Muchos pagarían por poder tomar parte en este negocio. Yo andaré por mi camino y tu andarás por mi camino también. Y si te niegas… ¿Sabes lo que te pasaría si te negases?

—Que me matarían. ¡Vaya un modo que tiene usted de entender la amistad! O robo o… lo otro.

Cambió la expresión del rostro de Hawkes. El tahúr sonrió, y con acento que era casi zalamero habló así:

—Escúchame, Alan. Hace meses que venimos madurando este negocio. He pagado las deudas de tu hermano, siete mil créditos, para asegurarme tu colaboración. No hay peligro, te lo digo yo. No he querido amenazarte, sino hacerte ver mi punto de vista. Tienes el deber de ayudarme.

Alan miró al jugador con curiosidad.

—¿Por qué tiene tanto empeño en que se cometa ese robo Max? Gana usted un dineral cada noche. ¿Qué falta le hace un millón de créditos más?

—A mí, ninguna. Pero a algunos de mis amigos no les vendría mal. Johnny Byng necesita dinero. Y Kovak también, porque debe a Bryson treinta mil créditos.

Y como disculpándose, como suplicando, añadió Hawkes:

—Estoy fastidiado, Alan, fastidiado como tú no puedes llegar a figurarte. El juego me hastía, porque soy demasiado buen jugador. Sólo pierdo cuando quiero perder. Por eso quiero dejar la profesión y dedicarme a los… negocios. Pero el negocio que quiero hacer ahora no puedo hacerlo sin ti.

Guardaron silencio por un momento. Durante este instante Alan pensó que Hawkes y sus socios eran hombres en estado de desesperación, que a él no le dejarían vivir si se negaba a ayudarlos. Díjose el joven que se había llevado un gran desengaño al saber que Hawkes lo había protegido para cobrarse la protección haciendo de él un ladrón.

Intentaba persuadirse Alan de que no podía elegir, de que este mundo era una selva donde no se conocía la moralidad y que el millón de créditos que ganaría podría emplearlo en hacer experimentos para lograr la hiperpropulsión. Pero tan sutiles argumentos no contenían convicción alguna. Lo que él iba a hacer no tenía justificación.

Pero Hawkes no le dejaba pararse en escrúpulos. Estaba en una cueva de ladrones y no podía salir de allí más que ladrón o cadáver.

—Lo haré; pero, después de hecho, cobraré mi parte y me iré. No quiero más tratos con usted.

Hawkes parecía estar ofendido, pero disimulaba su emoción bastante bien.

—Eso es cuenta tuya, Alan. Me alegro de que accedas. Hubiese sido mala cosa para los dos si te hubieras negado. Si te parece, nos iremos a acostar.

Poco durmió Alan esa noche. Hubiera querido tener una puerta en la cabeza para abrirla y dejar escapar por ella a sus pensamientos.

La conducta de Hawkes le enfurecía. El tahúr le había amparado, no por socorrerle, sino porque creía que él reunía las condiciones necesarias para llevar a cabo un plan urdido mucho tiempo antes. Las lecciones que le daba Hawkes no tenían otro objeto que el de prepararle para que desempeñara bien el papel que había de hacer en el proyectado robo.

La situación en que se encontraba le entristecía. Aunque obraba a la fuerza, no por eso era menos delincuente. Su conciencia le decía que era tan delincuente como Hawkes o Webber.

Decidió no atormentar más su mente. Una vez realizado el atraco, tendría dinero para hacer realidad su sueño: la navegación hiperespacial. Se separaría de Hawkes y se iría a vivir a otra ciudad. Si lograba ese propósito, podría alegar que había en su delito circunstancias atenuantes, atenuantes hasta cierto punto.

Los días de aquella semana transcurrían con desesperante lentitud. El joven hacía mal su trabajo en la casa de juego. No estaba su cabeza para eso. No podía concentrar su atención. Muy pocas combinaciones le salían bien. Perdió dinero, aunque no mucho.

Los componentes del Sindicato se reunían cada noche en el domicilio de Hawkes para ultimar los detalles del plan. Ya estaba hecho el reparto de papeles. El de Alan era el más corto y más difícil; pero tenía que actuar en la escena final. Su papel consistía en burlar a los guardianes y escapar con el camión y el dinero.

Llegó el día del atraco, un día de otoño claro y frío. Alan estaba nervioso, aunque más sereno de lo que había supuesto. A la caída de la tarde la Policía ordenaría su busca y captura. Se preguntaba si valía la pena verse así aunque fuera por un millón de créditos. Quizá fuese mejor arrostrar la ira de Hawkes o desaparecer de la ciudad antes de la comisión del delito.

Pero Hawkes era un ser astuto que adivinaba los pensamientos y conocía las intenciones de los hombres. No dejaba a Alan ni a sol ni a sombra. Empujaba al joven al crimen.

Hollis había averiguado que el camión saldría a las 12.40. Poco después de las doce salieron de casa de Hawkes, éste y Alan. Tomaron el tubo.

Llegaron al Banco a eso de las doce y media. El camión acorazado estaba parado delante de la puerta, guardado por cuatro robots imponentes colocados uno junto a cada rueda. Había, además, tres policías humanos, que estaban allí para impresionar. Si había intento de atraco eran los robots los que tenían que frustrarlo.

El edificio del Banco tenía cien pisos de altura y estaba situado en el barrio comercial de la ciudad.

Ordenanzas armados con pistolas sacaban del Banco los saquitos llenos de billetes y los ponían en el camión. Las calles estaban llenas de gente, porque a aquella hora salían de las oficinas los empleados para irse a comer.

Alan se dijo que no iba a ser cosa fácil llevarse el camión.

Todo estaba sincronizado exactamente, Hawkes y Alan avanzaban hacia el Banco. Alan vio a Kovak en la acera, haciendo ver que leía el periódico. Los otros estaban escondidos.

Alan sabía que Webber se hallaba en aquel momento en una oficina desde la que se veía y dominaba la entrada del Banco. Webber, a las 12.40 en punto, haría funcionar el amortiguador de ondas que paralizaría a los robots guardianes.

Así que estuvieran paralizados los robots, entrarían en acción los otros cómplices. Jensen, Mc-Guire, Freeman y Smith, enmascarado el rostro, se arrojarían sobre los policías. Byng y Hawkes, que estarían dentro del Banco, simularían un altercado y se darían de puñetazos para crear confusión y no dejar salir a la calle a más individuos armados de los que tenía a su servicio el establecimiento de banca.

Hollis y Kovak vigilarían la puerta y todo lo que hubiera que vigilar. Una vez reducidos a la impotencia los policías, harían bajar por las buenas o por las malas al conductor del vehículo. Entonces Alan se pondría al volante y haría correr el camión a toda velocidad. Los otros nueve desaparecerían mezclándose con la gente, y seguirían direcciones diferentes, si podían. Byng y Hollis esperarían a Alan en determinado lugar; allí sería descargado y abandonado el camión.

Si todo salía bien, la acción duraría quince segundos.

En aquel momento eran las 12.35.

A las 12.37 entraron en el Banco Hawkes y Byng. El uno lo hizo por la derecha y el otro por la izquierda de la puerta, como si no fueran juntos.

La hora señalada para empezar la función era las 12.40. Faltaban aún tres minutos. Alan iba perdiendo su falsa serenidad. Imaginaba lo peor.

A las 12.38 sincronizaron sus relojes todos los actores.

Las 12.39. Las 12.39:30.

Faltaban treinta segundos. Alan se agregó a un grupo de personas que estaban mirando cómo cargaban el camión.

Faltaban quince segundos, diez, uno…

A las 12.40 los robots estaban cerrando y sellando el camión. Los robots se quedaron inmóviles.

Webber había obrado en el momento oportuno. Alan, tensos los nervios, sólo pensaba en aquel instante de agitación en el papel que tenía que representar.

Los tres policías, confusos, se miraban los unos a los otros.

Jensen y McGuire se arrojaron sobre ellos…

Y los robots resucitaron…

Sonaron detonaciones dentro del Banco. Alan se estremeció. Cuatro guardias salieron del edificio, pistola en mano. ¿Qué les pasaba a Hawkes y Byng? ¿Por qué no estaban obstruyendo la puerta, como había sido convenido?

Era grande la confusión que reinaba en la calle. Corría la gente en todas direcciones. Alan vio que las manos de acero de un robot tenían sujeto a Jensen. ¿Había fracasado el plan de Webber? Al parecer sí.

Alan no podía moverse de donde estaba, veía correr a Freeman y McGuire, perseguidos por la policía. Hollis estaba al lado interior de la puerta del Banco, mirando como alelado. Alan vio que Kovak corría hacia él.

—Todo ha salido mal —dijo en voz baja y rápida Kovak—. Lo ha impedido la policía. Byng y Hawkes están muertos. ¡Huye, si quieres salvarte!

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