Capítulo 10

Por un momento se cruzaron sus miradas en el espejo.

– Me estás despedazando, Casey. No sé cuánto más podré continuar con esta farsa.

Casey notó los círculos negros bajo sus ojos y en sus mejillas. Era claro que él estaba sufriendo tanto como ella e impulsivamente giró en el asiento para tomarle la mano.

– Gil -en ese momento llamaron a la puerta y empezó a abrirse-. No podemos hablar ahora.

– ¿Casey? -era Jennie-. Falta un cuarto para… Oh, lo siento, señor Blake.

– Gil, por favor -él bajó las manos de los hombros de Casey-. Tú debes de ser Jennie -se acercó a estrecharle la mano-. Perdón. Temo que he impedido que Casey cumpla con sus obligaciones. Ya estamos listos.

Bajaron por la escalera y luego Casey presentó a Jennie con Michael, y ella le agradeció con tanta gracia que fuera su acompañante esa noche que Casey sintió que iba a explotar en carcajadas histéricas, aunque las reprimió.

Michael se volvió hacia Gil y ambos se miraron con cautela, como dos gallos de pelea evaluando al rival, y luego estrecharon sus manos. Después todos se dirigieron al salón de baile donde los esperaban Charlotte con su novio y Darlene con Peter.

Gil y Michael parecieron olvidar que debían odiarse y las risas de su mesa pronto captaron las miradas de los demás asistentes, más tranquilos. Gil titubeó un instante cuando Michael invitó a Casey a bailar con él.

– Muchas felicidades, muchacho travieso -le murmuró ella mientras bailaba-. ¿A qué hora piensan escaparse?

– Ahora mismo. Jennie ya me está esperando afuera en el coche, pero yo no quería irme sin darte las gracias. Sólo tengo que recoger sus cosas allá arriba -tenía el rostro serio-. Quería pedirte un último favor.

– Cualquier cosa, Michael. ¡Excepto que informe a tu madre!

– Eso no será necesario. Ya le dejé una nota que encontrará mañana. ¿No quieres acompañarme para disimular? No quisiera encontrarme a mi madre con el equipaje de Jennie cuando baje por la escalera.

– Entonces sí que tendrías que explicarle -ella se rió-. Iremos tan pronto acabe esta pieza.

– Gracias, Casey.

– Me da gusto poder ayudarte. Y deseo que sean muy felices -lo abrazó impulsivamente.

Terminó el vals y Casey miró hacia su mesa. Gil no estaba allí, para su alivio. No iba a ser fácil explicarle que se escabullía para ayudar a escapar a un par de recién casados, sobre todo cuando estaban otras cuatro personas presentes. Ya se lo diría más tarde.

Siguió a Michael hasta el vestíbulo. No había nadie; ios que no bailaban fueron a sentarse junto a la piscina. Riendo como niños, subieron aprisa por la escalera. Casey abrió la puerta y Michael entró.

– Esas son las maletas -indicó Casey señalando las que estaban al pie de la cama. Michael las levantó y miró hacia la puerta.

– ¡Oh, Gil! Has descubierto nuestro pequeño secreto -Gil entró y le dio un golpe a Michael en la quijada, mandándolo al otro extremo de la habitación.

Casey miró a su esposo horrorizada, luego cayó de rodillas para colocar la cabeza de Michael en su regazo.

– ¡Michael! -gritó. Luego miró a Gil-. ¿Qué demonios crees que estás haciendo?

Por un momento él se quedó parado contemplando la escena sin notar la sangre en sus nudillos.

– Lo siento. Me imagino que perdí la cabeza. Quería ser civilizado -se desplomó en un extremo de la cama-. No es cosa de todos los días ver que tu esposa haga planes tan elaborados para huir con su amante.

Michael trató de incorporarse mientras Casey corrió al baño a traer agua.

– Me diste un golpe muy fuerte, Blake -se quejó Michael, estremeciéndose cuando Casey le aplicó una toalla mojada y fría en el rostro-. Tengo que manejar hasta llegar a Francia hoy en la noche.

– Casey puede manejar -señaló Gil con voz opaca-. Pero no tienen por qué ir tan lejos. Toma -le echó un montón de llaves, y Casey palideció al reconocer la etiqueta.

– ¿Annisgarth?

– Sí. Annisgarth. Ya de una vez pueden tener también la casa. Ya no voy a necesitarla. Sólo le pido a Dios que sean felices allí. Uno de los dos debería tener la oportunidad de ser feliz, y no importa qué haga, les puedo asegurar que no voy a ser yo -declaró con amargura.

– ¿Compraste Annisgarth para mí? -susurró Casey levantando las llaves. Su corazón latía con la ridícula sensación que podía muy bien ser de felicidad, pero hacía tanto tiempo qué no sentía esa emoción que no estaba segura.

– Sí. Y tu padre me la vendió muy cara. De todas maneras, qué importa. Sólo es dinero, y Dios sabe que tengo más que suficiente -se puso de pie-. No necesitan preocupársele nada. Yo me encargaré de llegar a un acuerdo contigo, y Peter va a ocuparse de la compañía. Ya me cansé de venganzas.

Michael aclaró su garganta y logró ponerse de pie sosteniendo la toalla en su barbilla.

– ¿Me permiten decir unas palabras?

– ¿Falta todavía algo? -Gil lo miró con frialdad-. Ya tienes todo lo que yo quise… ¿no es bastante?

– Sería preciso que te explicara…

Se abrió la puerta y apareció Jennie, puso las manos en su cintura y exclamó:

– Michael Hetherington, si tengo que esperarte un minuto más tendrás que irte de luna miel solo -declaró. Luego notó la toalla y la sangre y gritando corrió hacia él Gil los observó y luego miró a Casey anonadado.

– Se casaron esta mañana. Se suponía que era un secreto.

– ¿Se casaron? -exclamó Gil-. ¡Pero si se acaban de conocer!

– Bueno… no exactamente. Las presentaciones fueron para engañar al público. Por razones que no nos incumben, Michael y Jennie no querían que nadie supiera de sus relaciones.

– Pero yo te vi y… -él señaló a Michael con la mano- subiéndose aquí a escondidas como un par de conspiradores.

– Michael vino por las maletas de Jennie. Yo me iba a encargar de la vigilancia. Como verás, con poco éxito.

– ¡Dios mío! Oh, Dios mío. Michael… ¿Qué te puedo decir, Michael?

– Puedes felicitarme por mi buena suerte -Michael sonrió-. Y a la vez -le sugirió-, discúlpate con tu esposa -los observó de manera extraña.

– Deberías ofrecerte de chofer hasta Francia -dijo Casey acalorada-. ¿O todavía quieres que lo haga yo? -continuó con peligrosa calma.

– No hace falta. Yo podré arreglármelas – se apresuró a decir Michael-. Si no nos apuramos perderemos el transbordador -arrojó la toalla a un lado.

– Yo llevaré las maletas -se ofreció Gil-. Si alguien me ve, estoy seguro que podré inventar alguna excusa.

– Siempre lo haces -Casey lo miró con ojos encendidos.

– ¿Dónde está el auto? -preguntó Gil un poco incómodo.

Jennie respondió y unos minutos después lo siguieron por la escalera. Jennie se recargaba en el brazo de Casey. Quedaron en pretextar un fuerte dolor de cabeza en caso de encontrarse con alguien que les preguntara. Nadie se fijó. Casey y Gil vieron como el auto se perdía de vista y luego se miraron de frente.

– Le pudiste romper la quijada -dijo ella con reproche.

– Eso fue lo que intenté hacer.

– Oh -ella miró sus pies y comenzó a sonreír. Luego lo miró a través de sus pestañas-. Después de vengar tu honor, ¿estabas dispuesto a dejarme ir con él?

– Quería que fueras feliz Casey -él colocó su mano y levantó su barbilla-. Ya te he lastimado mucho y pensé que si era lo que querías tendría que dejarte ir.

– ¿Pero de preferencia con la quijada de Michael partida en dos?

– Bueno, soy humano -la observó sin parpadear, intrigado.

– ¿Lo bastante humano como para besarme? -susurró ella.

– Claro que sí -dijo él, y estrechándola en sus brazos le demostró con detalle cuánto quería besarla. Cuan humano podía ser. Cuando finalmente levantó la cabeza, ella sonrió.

– No creo que el estacionamiento sea el lugar apropiado para terminar esta conversación.

– No podía estar más de acuerdo, señora Blake.

– Es un poco descortés abandonar el baile -le recordó ella.

– ¿Cuál baile?

El la condujo manejando fuera del pueblo arriba hasta Annisgarth. Estaba empotrada en la noche semioscura del verano, envuelta en el aroma de rosas que embriagaban el ambiente en su camino hasta la puerta principal. Gil deslizó la llave en 1a cerradura, pero Casey detuvo su mano.

– No, aquí no -cuando él se volvió intrigado, ella miraba abajo de la colina hacia la oscura sombra del bosque y sonrió comprendiendo.

– Voy a traer un tapete del coche.

– No teníamos tapete antes -le recordó ella.

– Usabas jeans en esa ocasión. Creo que tafetán y brillantes merecen un tapete -señaló él e hizo una pausa para besarla.

– Creo que tienes razón -asintió ella y no muy convencida le permitió ir por él. Cuando Gil regresó tenía un tapete en un brazo y con el otro la abrazó.

– ¿No tienes frío?

– No. Es una noche bellísima.

– Perfecta.

El tendió el tapete y se recostaron en el claro, respirando el aroma de los pinos. Gil quiso abrazarla, pero ella lo detuvo.

– No, todavía no. Tengo que decirte por qué quería venir aquí.

– No quiero hablar -murmuró él besándole el cuello.

– Es importante, Gil. Fue aquí donde todo empezó a ir tan mal.

– Silencio, Casey. Ya todo pasó.

– No -insistió ella convencida-. Si no revelamos uno al otro lo que sentimos y lo que sentíamos, puede irnos mal de nuevo -él la besó en la frente y se recargó en un codo.

– Trataré de ser paciente. Tenemos toda la noche para nosotros.

– Quiero contarte acerca del día que te traje aquí. Antes de mi cumpleaños.

– Sí, lo recuerdo -respondió él en voz baja.

– Quería que vieras la casa porque pensaba… esperaba… que me quisieras tanto como para casarte conmigo y traté de que supieras que podía ser posible -él abrió la boca para hablar, pero ella prosiguió rápidamente-. No habías dicho que me amabas. Pero yo creía que sí. No tenía mucha experiencia en estas cosas.

– Y yo todo lo interpreté mal.

– Y por lo que dijiste… por la forma en que actuaste… me convencí de que estaba equivocada. Para ti era yo una diversión, algo con que presumir con tus amigos.

– Oh, Casey. Catherine. Amor mío. ¿Podrás algún día perdonarme por ser tan tonto? -ella rió al escuchar su nombre en sus labios.

– ¿No lo sabes, Gil? ¿No lo sabes amor mío, cuántas veces me repetí que fui una tonta, y cómo esperé a que regresaras?

– ¿Pero, Michael?

– Michael era un buen amigo. Un amigo cariñoso, si quieres. Pero nunca un amante. Jamás pudo hacer que te olvidara Gil. Le dije a Michael que no podía casarme con él un día después de que tú nos oíste en el Bell.

– Y entonces aparecí yo con mi estúpido ultimátum, cuando lo único que tenía que hacer era decirte que te quiero.

– Por eso dejé que mi papá vendiera la casa. Pensé que si cambiaba todo eso, podíamos empezar de nuevo. Cuando vi que no, tuve la esperanza de que mi amor fuese suficiente para los dos.

– ¿Me estás diciendo la verdad, Casey? ¿Fue por amor? ¿No por dinero?

– Si lo que quería era casarme por dinero, Gil Blake, pude ser la señora de Michael Hetherington hace dos años -bajó la vista-. ¿O quieres que te lo demuestre?

– ¡Dios mío, Casey, te quiero tanto! -él recargó su rostro en la nuca de ella, y la hizo suspirar a medida que la besaba hasta la hendidura de sus senos cubiertos por la tafetán. Ella se arqueó cuando él buscó la cremallera y deslizó el vestido hasta su cintura. Por un momento la contempló admirado, bañada por la luz de la luna que se filtraba entre los árboles. Luego, le besó los senos.

Hicieron el amor lentamente, dándose tiempo para gozar uno del otro y recibir un placer con tal intensidad como ella nunca había conocido, ni imaginado.

Estaba amaneciendo cuando caminaron somnolientos de regreso a Annisgarth.

– ¿Podemos empezar de nuevo, señora Blake? -le dijo Gil cuando abrió la puerta-. ¿Una nueva casa? ¿Un nuevo principio?

– ¿Podríamos? ¿Sería posible? -el beso de Gil le aseguró que lo era. Y luego ella dejó escapar un grito cuando la levantó en brazos y la llevó hasta la cocina.

– ¿Me estás sugiriendo algo? -preguntó ella riendo.

– Nada sutil, mujer. Me muero de hambre -él abrió el refrigerador, sacó huevos, tocino, hongos, algunas salchichas y las pasó a Casey.

– ¡Está completamente surtido! -exclamó ella, luego levantó una mano. No me digas. La supereficiente Darlene.

– Claro que no -replicó él insultado-. Yo fui personalmente al supermercado. Y de paso, toma esto, te pertenece -le entregó un sobre de manila largo que ella abrió con curiosidad. Era un acartonado documento legal, la escritura de la casa-. Tienes que llevarlo con un notario y será sólo tuya.

– Michael nunca entró a esta casa -murmuró ella conmovida hasta las lágrimas-. Nunca compartí Annisgarth con nadie más que contigo -se rió temblorosa entre lágrimas-. Y aunque no lo creas, extrañaré Ladysmith Terrace.

– ¿De veras? -él besó sus húmedas mejillas-. No entiendo por qué. Pero si quieres vivir allí…

– No creo. No porque está…

– ¿En un callejón?

– No -dijo ella ruborizándose-. Es sólo que es, bueno, muy pequeña, y… vamos a necesitar otro baño.

– ¿Un bebé? -preguntó él abriendo los ojos de asombro. Y cuando ella asintió con la cabeza lanzó un grito de alegría y la estrechó en sus brazos-. ¿Vamos a tener un hijo? -ella asintió, llorando de felicidad y abrumada por la emoción-. Ven, siéntate -le acercó una silla de la cocina-. No. Mejor acuéstate. Santo Dios. No debiste permitirme… no sobre el pasto húmedo.

– ¡Gil! -protestó ella, riéndose-. Estoy embarazada, no enferma. Y también estoy muy hambrienta. Por favor, vamos a cocinar algo para desayunar.

– Yo me encargo… tú descansa. ¿No preferirías recostarte?

– No. No lo preferiría -se sonrojó-. Al menos, no hasta que tú lo hagas conmigo. Ya hemos desperdiciado tanto tiempo.

No perdieron más tiempo durante su primer año de matrimonio, decidió Casey, parada junto a su marido al frente, con los dedos entrelazados mientras su hija recibía las aguas bautismales.

Sostenida firmemente en los brazos de su madrina, Rose Mary Blake emitió una pequeña protesta cuando el vicario mojó su cabecita con el agua bendita. Charlotte sonrió tranquilizándola, contemplando a la pequeña con expresión extasiada… Cuando salieron al sol de la tarde Gil se inclinó y murmuró en el oído de su esposa:

– Pronto tendremos boda, si no me equivoco. Está muy conmovida.

– Bueno, dicen que está de moda tener hijos -respondió viendo que Jennie se acercaba a ver al bebé.

– ¿Crees que llegará a casa antes del parto? -preguntó Gil dudando.

– No te preocupes. Le tocará a Michael correr al hospital. Y la llegada inminente de un nieto ha hecho milagros con su madre que es ahora muy dulce.

– "El trayecto del verdadero amor"-murmuró Gil.

– ¡Casey! -Charlotte interrumpió su charla-. Es hora de irnos. Una Rosa de cualquier especie no huele así.

– Dámela a mí -ordenó la señora O'Connor-. Las abuelas no tenemos nariz -y tomó el control con firmeza, llevándose al bebé a su recámara tan pronto llegaron a la casa, y reapareciendo sonrojada y con su elegante sombrero fuera de lugar, pero satisfecha de su primera aventura con un bebé en más de veinte años-. Se quedó dormida como un angelito-dijo con orgullo y Gil le entregó con solemnidad una copa dé champaña a su suegra.

– Me parece que le vendrá bien tomársela -le dijo y se inclinó a besarla en la mejilla, lo que la hizo sonrojarse aún más.

– Pronto recuperaré toda mi habilidad -dijo ella- Es un como montar en bicicleta. Si uno ya sabe, nunca lo olvida.

– Nunca aprendiste a montar en bicicleta -señaló James O'Connor con sequedad, y levantó su copa para que se la llenaran de nuevo mientras todos se reían-. Pero casi todo lo demás lo haces a la perfección.

– ¿Casi? -inquirió su esposa indignada.

– Nunca te pude enseñar a cazar faisán.

Gil y Casey cruzaron miradas y decidieron sin decir más que era el momento apropiado para conducir a sus invitados al comedor donde estaba servido el té.

– Michael, ¿podrías encargarte de servir el champaña? -le pidió Gil-. Estoy seguro de que escuché a Rosie llorar-agarró a Casey de la mano y salió casi corriendo de la habitación.

– ¡Cazar faisán! ¡Ilegalmente! ¿Con qué clase de familia me he casado? -le preguntó a Casey cuando cerró la puerta del dormitorio de la niña y la estrechó en sus brazos sacudiéndose de risa.

– ¿Quieres tu libertad? -preguntó Casey, feliz.

– Nunca -replicó él de pronto muy serio-. Ni siquiera en broma -la besó con total dedicación hasta que un hipo en la cuna lo distrajo.

Estaban inclinados ante la pequeña cuando se abrió la puerta y Charlotte se asomó.

– Pensé que querrían saber que Michael acaba de llevar a Jennie al hospital.

– Te dije que no llegaría al final del día -comentó Gil con presunción.

El teléfono despertó a Casey en la madrugada. La voz de Michael estaba llena de júbilo cuando le anunció que acababa de nacer su hijo.

– Muchas felicidades. Y mis mejores deseos a Jennie. Iré a verla hoy mismo -colgó el auricular. Un ruido detrás la hizo volverse y sonrió al ver a Gil caminar hacia ella, con su hija dormida en los brazos.

– Se despertó cuando sonó el teléfono -le murmuró, con una expresión de indescifrable ternura en el rostro, mientras contemplaba a su bebé.

– Jennie tuvo un niño -le anunció Casey y luego añadió-: vas a echar a perder a tu hija, Gil Blake, si la cargas cada vez que murmura, pero no resistió acariciar los deditos que la asieron, a pesar de estar dormida.

– Gracias, Casey -ella levantó la vista, sorprendida por la intensidad en su voz-. Jamás fui tan feliz.

– Sí, Gil. Yo también. A veces me despierto en la noche y me pellizco para estar segura de que no estoy soñando.

– ¿De veras?

– De veras.

– La próxima vez me despiertas. Yo lo haré con mucho gusto.

– Shh -ella rió-. No vayas a despertar a Rosie -y como si ya supiera su nombre, Rose Mary Blake abrió los ojos y contempló a sus padres.

– Vamos señorita. De regreso a su camita -Gil la llevó a su recámara y la acostó en la cuna. Abrió la boca para quejarse, pero se quedó dormida antes de lograrlo.

– Pellízcame, Gil -suspiró Casey, recargándose en el hombre que la había hecho tan feliz.

– Con mucho gusto, querida. Pero aquí no -la levantó en sus brazos y la llevó a su recámara-. Ahora. ¿Por dónde quieres que empiece? -le preguntó.

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