Capítulo 1

– Sonríe, cariño, se supone que éste es el día más feliz de tu vida.

Casey O'Connor ni siquiera pestañeó para fingir que no había escuchado las palabras que le murmuró la alta figura vestida de gris de Gil Blake, mientras él tomaba con firmeza su mano derecha entre la suya.

Ella tenía la vista fija al frente, su rostro era casi del mismo color qué el elegante y sencillo vestido de seda color marfil. El vicario sonrió irradiando confianza y miró a Gil. Y prosiguió con la boda religiosa.

– Yo, Gilliam Edward Blake te tomo a ti Catherine Mary O'Connor…-la voz firme de Gil resonaba en la iglesia; la congregación que había asistido a testificar la asombrosa y repentina boda de Casey O'Connor con el alto y bronceado extranjero, quien se la había arrebatado al soltero más codiciado de Melchester, podía escuchar cada palabra con toda claridad.

El sacerdote quedó satisfecho con la respuesta del novio, luego se volvió para ver a la mujer.

– Yo Catherine Mary O'Connor te tomo a ti Gilliam… -apuntó.

Cuando ella escuchó las palabras que los unirían, tuvo la inquietud de salir corriendo de ahí. Acaso no estaba segura de si de hecho había dado un paso hacia atrás, o había sido sólo su imaginación que Gil le hubiera presionado posesivamente su mano con los dedos. Lo miró con disimulo; se sentía nerviosa. Los ojos grises del hombre la observaban sin pestañear, pero sin sombra de ternura que la animara á contestar. El le estaba exigiendo sumisión completa.

Un acceso de ira y la promesa en su interior de que él pagaría caro este momento de triunfo prestaron firmeza a su voz al repetir ella las palabras. Un ligero apretón en los labios de Gilliam sugería una sonrisa; nadie hubiera podido dudar de la sinceridad de sus palabras cuando colocó el anillo en el dedo de Catherine.

– Con este anillo te desposo, con mi cuerpo te idolatro… -esbozó una sonrisa de burla de sí mismo cuando añadió-: Y te hago partícipe de todos mis bienes terrenales.

Para cuando escuchó al fin las palabras: "Los declaro marido y mujer", Casey estaba tan tensa que pensó que se iba a desmoronar.

– ¿Catherine? -murmuró Gil, cuando ella lo miró a la cara, y un brillo apareció en sus ojos-. Nunca supe que ese era tu nombre.

– ¿Gilliam? -ella no pudo igualar la sonrisa, pero estaba decidida a copiar el tono burlón-. ¿Qué clase de nombre es ese? -él levantó un hombro, titubeó por un momento y luego rozó sus labios con los suyos-. Es el nombre del hombre con el que te acabas de casar. No te atrevas a olvidarlo.

Afuera los esperaba el tañir de las campanas, el confeti y las felicitaciones. El fotógrafo los obligó a tomar diferentes poses y Casey concluyó que para los asistentes debió haber sido una boda normal. Luego divisó a Michael, pálido e incrédulo, entre las columnas del patio de la iglesia. El tierno y agradable Michael que nunca exigía nada. Gil observó su mirada y endureció su boca, que formó una línea.

– ¡Basta! -regañó al fotógrafo y sin advertirle la levantó en brazos y la cargó por el sendero arenoso hasta el Jaguar que esperaba afuera. La depositó sin aliento y furiosa en el asiento trasero, y azotó la puerta tras de ella. Vamonos -le ordenó al chofer que lo miraba sorprendido. El frustrado fotógrafo todavía trataba de tomar fotos de ellos subiendo al auto, pero a Gil Blake no le interesaban las fotografías; toda su atención estaba concentrada en la novia-. Michael Hetherington tuvo su oportunidad, Casey. La desperdició. ¡Olvídalo! -antes de que ella pudiera retroceder la tomó de la cintura y la acercó junto a él. La besó presionando sus labios, para quitarle la menor duda de que intentaba ocuparse de que ella lo olvidara.

Consciente del chofer, Casey no resistió. Se quedó rígida en los brazos del hombre, mientras su cabeza trataba de controlar el impulso natural de su cuerpo, y ya cuando sentía que se debilitaba, él la soltó.

– Olvídalo -murmuró él con voz ronca cuando el auto se detuvo frente a la hermosa y vetusta mansión de sus padres.

Fue tan súbita la boda de ella que su madre tuvo que abandonar la idea de lo que consideraba una apropiada recepción para su única hija, y se conformó con un pequeño desayuno de boda para la familia y para los amigos más cercanos, en su casa, aunque no dejó pasar ninguna ocasión para repetirle a Casey lo que sentía. Las reiteradas y pacientes aseveraciones de Casey de que "no estaba embarazada" sólo añadían escarnio a la herida.

Mientras jugaba con su salmón ahumado Casey notó con triste solaz que su compañera de apartamento tomaba plena ventaja de su posición como dama de la novia para sitiar al padrino de Gil. Sin duda esperaba averiguar un poco más acerca del hombre que se apareció de pronto, logró que Casey O'Connor perdiera la cabeza y la desposó en las narices del hombre que intentaba hacerlo un año atrás. Por la frustrada expresión de su amiga, Casey adivinó que no estaba consiguiendo mucha información.

Sintió un gran alivio cuando escapó a toda esa especulación y se retiró al dormitorio que ocupaba antes de que ella abandonara su casa. Charlotte la ayudó a quitarse el vestido de satén; lo desabotonó de la espalda y luego lo sacó con cuidado por la cabeza.

– Bueno, linda, hacen una bonita pareja -Casey permaneció callada-. ¿Ya te dijo donde piensa llevarte de luna de miel?-Casey trató de hablar y descubrió que tuvo que aclararse la garganta.

– No.

– ¿Sorpresa, eh? -Charlotte se rió. Si fuera yo, te aseguro que no me importaría -quitó unos confetis del cabello peinado en moño de Casey y sostuvo su saco.

Casey se contempló en el espejo. El pálido tono azul de la sencilla falda de seda combinaba perfectamente con los zapatos de tacón alto, los cuales la hacían parecer un poco más alta, aunque de todas maneras pequeña junto a Gil. Era un lujo que no se permitió cuando salía con Michael. Alisó el saco azul más oscuro sobre sus caderas. Charlotte le entregó el sombrerito de seda azul que hacía juego con su falda y ella lo sujetó con un pasador. Logró esbozar apenas una sonrisa algo burlona frente al espejo. Todo lo apropiado…

En algún momento de locura, estuvo tentada a usar algo estrafalario, pero ya era bastante enfrentar a Gil Blake, hubiera sido una tontería hacerlo enojar cuando era innecesario.

Alguien llamó a la puerta y ella regresó a la realidad. Charlotte abrió y Gil irrumpió en la habitación, vestido ahora con traje gris oscuro, camisa blanca y corbata de seda color vino. Tendría que acostumbrarse a su forma de ser.

– ¡Buena suerte! -Charlotte sonrió y murmuró las palabras detrás de él; luego salió de la habitación.

Gil escudriñó la apariencia de la chica, sin que su rostro traicionara ninguna emoción. Luego, aparentemente satisfecho, contempló el resto de la habitación. Fijó su vista en la cama con su elegante edredón de encaje blanco.

– Encantadora -levantó la vista y descubrió que ella lo estaba mirando-. Temo que te va a llevar algún tiempo arreglar tu nueva casa -sonrió-. No es que me agrade este estilo -señaló la cama individual-. Por si tenías alguna duda -no hizo mención de dónde iban a vivir y ella evitó darle la satisfacción de preguntarle.

Sólo lo vio en una ocasión desde que él emitió su ultimátum, y la rígida y corta entrevista cuando se lo presentó a sus asombrados padres no había sido el momento ideal para una charla íntima. Sin embargo, ahora el matrimonio era un hecho, y aislarse sería más difícil.

– ¿A dónde vamos… a vivir nosotros? -se le dificultó decir la palabra nosotros, y Gil lo sabía.

– Pensé que me lo preguntarías antes.

– No estabas de humor para que te lo preguntara -le recordó con frialdad. Luego se volvió y recogió su bolso-. Además, me es completamente indiferente.

– En ese caso, amor mío, puedes esperar un poco más para averiguarlo.

– Entre más tiempo, mejor -replicó ella en tono frío, y era cierto. No le importaba. Habían vendido Annisgarth, la casa de piedra dorada que estaba en la colina, junto a Melchester. Ahora ya no podría vivir ahí, y ese era el único lugar donde había soñado residir.

– Ahora iremos allá -Casey se estremeció.

– ¿A dónde?

– A casa, señora Blake -Casey sintió que el corazón le daba un vuelco traicionero, al escuchar que la llamaba de esa manera.

– ¿Que… no vamos… -logró decir- de luna de miel?

Gil se acercó a ella quien con nerviosismo retrocedió hasta que se topó con el lecho que estaba detrás de sus rodillas.

– ¿Estás desilusionada? -él colocó su mano en la cintura de ella. Su mirada era impenetrable-. Una luna de miel no necesita de sitios elegantes, Casey -le murmuró-. Cuando dos personas se aman el duro suelo del bosque es suficiente. Ella se quedó boquiabierta y le gritó:

– ¿Cómo te atreves? -y empezó a golpearlo, pero él la tomó de los brazos y se los sujetó a los costados de su cuerpo, con facilidad.

– Así, así es como me atrevo-luego la besó con fuerza, lastimándole los labios. Casey luchó con furia hasta que él apartó la cabeza; él sonrió y se burló de su ira. Cuando la soltó, ella abrió la boca para protestar, pero no emitió sonido. Y esta vez el beso fue diferente. La carnosa boca de Gil la estremeció, acariciándola a medida que deslizaba su lengua sobre la de ella. Su cuerpo reaccionó ante la cercanía del hombre, que ella no pudo resistir, y empezó a responder, primero tentativamente, después con tal pasión que la regocijó y la aterró al mismo tiempo. El frío dominio que mantuvo sobre sus emociones desde que Gil Blake retornó a su vida se desvaneció al sentir el ardor de sus labios. Casi sin aliento se separaron y sus miradas se encontraron.

– Creo que he sido claro, ¿no crees, Casey? -comprendiendo que había hecho el ridículo, ella se liberó, y esta vez él no puso resistencia.

– Te aprovechaste para dejarlo claro -gritó furiosa-. Es la última vez que me dejo engañar así -él la miró con frialdad.

– Eso es exactamente lo que opino. Cualquier sitio serviría para el tipo de luna de miel que tienes en mente, ¿verdad? -se alejó y acomodó su corbata frente al espejo-. Acabo de invertir hasta el último centavo que he ganado con mucho esfuerzo, en una compañía que tiene problemas. Pude haber dejado a tu padre en la bancarrota, Casey. Dejar que todos sufrieran -la miró a través del espejo-. Pero tú… sacrificio permitió que su orgullo quedara intacto.

– ¡Compraste una ganga! -le gritó ella. El se incorporó y se volvió a ella.

– Eso está por verse. Sin embargo, no quedó dinero para gastarlo en una luna de miel lujosa y además tengo que estar presente para solucionarlos problemas del trabajo. Y tú, Catherine Mary Blake, tendrás que esperar a que me desocupe.

Ella se sonrojó por la ira. El adivinó sus intenciones y de pronto ella comprendió que no sería tarea fácil mantener a su marido fuera de su lecho. No mientras él estuviera decidido a compartirlo, aunque por el momento parecía haber aceptado la situación y suponía que debía estar agradecida por ese respiro. Secó las lágrimas de sus ojos y huyó de la habitación. El la alcanzó al borde de la escalera y la tomó del brazo, se detuvo cuando notó que su Jaguar estaba decorado con latas, botas viejas y globos.

– Veo que han estado muy ocupados -bromeó con naturalidad ante el pequeño grupo de personas que se había reunido para despedirlos. Ella cambió de expresión y sonrió.

Su padre la abrazó. Al menos se había recuperado lo suficiente para poder casarla, y eso hacía que el sacrificio mereciera la pena. Su madre le entregó su arreglo de flores y la abrazó por un momento.

– ¿Casey…? -luego, besó a la chica en la mejilla y dio un paso atrás.

Ella aspiró profundamente el aroma de las flores, luego Gil abrió la puerta del auto y Casey hizo un esfuerzo por mostrar alegría; sonrió y gritó:

– ¡Agárrenlo! -y arrojó el ramo de flores al grupo, antes de entrar con rapidez al auto para que no vieran sus mejillas húmedas por las lágrimas. Cuando atravesaron las rejas, la mujer dejó escapar un largo suspiro que la estremeció y cerró los ojos, sólo los abrió de nuevo cuando Gil paró el auto en la carretera.

– Sal de aquí.

– ¿Qué? ¡Ese es mi auto! -exclamó ella al ver su pequeño Metro rojo-. ¿Quién es ese?

El chofer salió y le entregó las llaves a Gil, quien abrió la cajuela del Jaguar y sacó una pequeña maleta, para colocarla en el portaequipajes del auto rojo. Luego entregó las llaves de su auto al chofer y le dio un cheque.

– Con eso puedes mandarlo a lavar. Gracias Steve.

– Ha sido un placer, Gil. Cuando quieras -respondió él y miró con disimulo a la pasmada novia.

– Espero que sólo sea una vez.

– Claro que sí -dijo el chofer y soltó una carcajada mientras se subía al gran auto, luego ajustó el asiento a sus piernas más cortas.

– ¿Quieres manejar por el pueblo así? -preguntó Gil divertido por la confusión de Casey.

– No -replicó ella disgustada. ¿Pero como…?

– Tu padre me ayudó. Además, hoy tenía que regresar el coche a la compañía donde lo renté; Steve lo lavará y lo entregará por mí.

– ¡Un auto rentado!-Gil sonrió.

– ¿De verdad creíste que me pertenecía?

Ella no respondió. Claro que pensó que era de él. Casey abrió la puerta del Metro y entró en éste, luego abrochó e1 cinturón de seguridad. Si la había engañado acerca del auto, ¿qué otras cosas serían falsas? Por supuesto que nunca le dijo que era suyo. Ella se lo creyó por idiota.

Dentro del auto, él estaba mucho más cerca de ella. Casey se recargó lo más que pudo en la puerta, tratando de evitar el contacto, pero el hombro de él rozaba el suyo cada vez que cambiaba la velocidad.

Viajaron rumbo a la ciudad, en silencio. Rodearon el centro y Gil manejó por calles aledañas para evitar el tráfico y los autos que estaban estacionados por ser sábado; finalmente se detuvo frente a una pequeña casa con terraza.

– Bienvenida a casa, señora Blake -ella se estremeció nerviosa al escuchar su nuevo nombre.

– ¿Dónde estamos? -preguntó.

– En Ladysmith Terrace número veintidós. Nuestra nueva casa. Mejor dicho tu nuevo hogar. Este siempre ha sido el mío.

Ella contempló la despintada y maltratada puerta principal marcada con el número veintidós. Quedó consternada.

– ¿Y esperas que viva aquí?-preguntó con horror.

– ¿Por qué no? Yo nací aquí. Este fue el hogar de mis padres. Hasta hace poco todavía lo era de mi tía Peggy -Casey pasó saliva.

– ¿Y qué les sucedió? -él palideció.

– Mi padre falleció en un accidente de construcción cuando yo tenía diez años y mi madre se descuidó por completo desde entonces.

– Cuánto lo siento -él la miró.

– Peggy me crió, pero ahora se fue a vivir con su hija a Birmingham.

– Y te dejó su casa -comentó y miró alrededor con desencanto. -No, es mía. La compré para mi madre tan pronto como gané un poco de dinero.

– ¿Y aquí es donde viviremos? -sin luna de miel ni auto ni una casa decente donde vivir, pensó ella-. Dime, Gil. Antes de que salga del auto y entre a Ladysmith Terrace número veintidós. ¿He sido objeto de un engaño?

– ¿Engaño? -preguntó él-. ¿Por qué dices eso? -Casey notó las blancas líneas en sus mejillas y comprendió que estaba furioso, pero no le importó. -Entiendes muy bien. Me tomaste a cambio de rescatar de la quiebra a la compañía de mi padre.

– Así es. Construcciones O'Connor está a salvo, pero yo tuve que arriesgar hasta el último centavo que poseo para salvarla -apretó el volante hasta que los nudillos de la mano se pusieron blancos-. Incluyendo la escritura de esta casa. Lo mismo que tu padre, de hecho… -mostró los dientes en un simulacro de sonrisa-… al menos estás al tanto de la situación. Una cortesía que creo que Jim O'Connor nunca mostró a tu madre.

– ¿Cómo averiguaste todo eso? -preguntó ella.

– Me interesa estar informado -se tranquilizó-. La compañía estará tan bien organizada como yo quiera. No habrá sobreabundancia ni quiebra. En doce meses Construcciones O'Connor será el deleite de cualquier contador -ella respiró de alivio sin darse cuenta-. Ese fue el trato, Casey. Yo no prometí una mansión ni una limosina. Si existe engaño, no es por mi culpa. Tú sola lo soñaste.

Tenía razón, comprendió Casey. Había evitado todo contacto con Gil desde el momento en que había hecho sus ultrajantes demandas y el colapso de su padre la forzó a acceder a ellas. Lo hizo por orgullo. Quizá debió de pensarlo mejor y buscar su compañía para averiguar cuál era la verdadera situación. Al menos no se hubiera engañado totalmente.

Satisfecho por haber dejado todo en claro, Gil prosiguió:

– Si te portas bien y no despilfarras el dinero, es probable que adquiera una de las casas en la nueva propiedad, dentro de unos meses -Casey lo contempló con incredulidad-. Una de las más pequeñas -añadió, pensándolo bien.

– No, gracias. Prefiero vivir aquí. Al menos nadie de los que conozco podrá ver lo que ha sido de mí -abrió la puerta y salió del auto; se dio cuenta de que varias personas la estaban observando con mucho interés.

– Hola, Snowy. Te ves muy bonita -alguien gritó del otro lado de la calle-… ¿Vas a vivir allí?

Casey se volvió, asustada y observó una sonrisa en el rostro de Gil, que pronto desapareció. No tardaron mucho en descubrir su secreto.

– Hola, Amy -dijo contenta-. Sí, seremos vecinas -era una de sus Brownies. Recordó ahora que el nombre le era familiar. Varias niñas vivían en Ladysmith Terrace. Bueno, al menos no tendría que ir lejos los sábados en la mañana.

– ¿Snowy? -preguntó Gil mientras introducía la llave en la puerta.

– Buho Snowy -él estaba sumamente intrigado-. Amy es una Brownie -explicó ella.

– ¿Una Brownie? -preguntó con incredulidad-. ¿Tienes una fábrica de Brownies? ¿Usas uno de esos sombreritos cafés?

– No seas ridículo -replicó ella con enfado. El abrió la puerta.

– ¿Estás lista? -y sin esperar respuesta, la levantó en brazos, la cargó y traspasó el umbral, luego cerró la puerta con un pie. Por un momento se recargó en ella, sosteniéndola cerca del pecho, y Casey pudo sentir los latidos de su corazón. Su cuerpo tras la delgada tela de su traje estaba cálido y confortante. Y ella necesitaba que la consolaran; alguien que la abrazara y que le asegurara que todo estaría bien mañana.

– No tenemos que estar en guerra, Casey -murmuró él. De pronto, alguien llamó a la puerta y los asustó. Gil la bajó y abrió.

– ¿Está Snowy? -era Amy.

– Dime, Amy -contestó Casey, luego se asomó un poco mareada a la puerta.

– Mi mamá te manda esto -la niña sostenía una maceta de tulipanes amarillos y tenía la vista fija en Gil.

– Están preciosos. Qué amable. ¿No gustas pasar?

– No. Mi mamá dijo que no debería quedarme. Pero que si necesitabas cualquier cosa que la buscaras en el número seis.

– Bueno, pasaré a visitarla en unos días. Dale las gracias de mi parte.

– Está bien. Adiós -contempló a la niña correr por la calle y luego se volvió a ver a Gil, pero él parecía haber perdido el interés en ella. Colocó la planta dentro de la chimenea, y notó la gruesa capa de polvo que cubría los ladrillos.

– Siento que la pequeña te haya molestado -él se encogió de hombros y sonrió.

– ¿De verdad lo sientes? Llegó en el momento más indicado, ¿no crees? Por allí está la cocina. ¿No quieres poner a hervir el agua en la tetera mientras yo recojo tu maleta?

– ¡Maldición! -Casey se despojó del sombrero, lo aventó en una silla y entró a la cocina donde encontró la tetera. ¿Por qué se había disculpado? Le temblaban las manos al tratar de abrir las anticuadas llaves del agua que estaban duras y chirriaban; los tubos empezaron a sonar. Llenó la tetera hasta la mitad y la colocó en la vieja estufa de gas para buscar cerillos. Rompió tres antes de encender la llama con manos temblorosas. El silbaba fuerte mientras ella buscaba las tazas.

No tuvo que buscar mucho, estaban en anaqueles ocultos con una cortina de cuadros verdes. Pasó el dedo por el anaquel. Al menos allí estaba limpio, y miró con culpa a Gil cuando se apareció en la puerta,

– ¿Encontraste todo?

– ¿Hay té, leche? ¿Hay refrigerador? -preguntó la joven en tono cortante.

– Esta en el anexo de la cocina. Por allí -señaló él, luego abrió lo que parecía ser la puerta trasera, entró a una habitación fresca, larga y estrecha. Un moderno refrigerador ocupaba casi todo el muro de enfrente y ella lo abrió y sacó medio litro de leche.

– No hay casi nada aquí.

– He estado demasiado ocupado para ir de compras. Y pienso que te gustará surtir la despensa.

– Me muero de ansias -replicó con un gesto de fastidio-. No se te olvide dejar algo de dinero para la casa. No mucho, claro -él ignoró su sarcasmo.

– La tetera está hirviendo. El té está en este anaquel -le entregó él una cajita y sus dedos se rozaron sin-querer, ella retiró la mano como si se hubiera quemado y la cajita cayó al suelo derramando el té.

– Estoy…

– Casey…

Ambos empezaron a hablar al mismo tiempo y luego se callaron, cruzaron sus miradas por un instante antes de que Gil se acercara a ella.

– Vi allá un frasco de café -dijo ella y entró con rapidez al anexo de la cocina. Gil se quedó inmóvil y luego se encogió de hombros.

– El recogedor de basura está debajo del fregadero -salió para ir a la sala donde se recostó en un sillón. Casey ignoró el tiradero en el suelo.

– Aquí está tu café-le dijo y azotó la taza al colocarla sobre la mesa a un lado de él-. ¿No quisieras mostrarme el resto de la casa mientras se enfría mi bebida? Estoy segura de que no tomará mucho tiempo.

– Es verdad. Tenemos que pensar en otra cosa para pasar el tiempo -Casey se echó atrás con tal rapidez que lo hizo reír.

Empezaron por la parte superior. La habitación estaba llena de polvo y se notaba que hacía mucho que nadie la usaba. Casey se acercó a la ventana y limpió el vidrio con la mano. Podía ver más allá de los techos un pequeño jardín.

– Esto podría ser bonito -comentó y se alejó de la ventana.

– Me perdonas, pero creo que tienes mucha imaginación. Ven -bajaron un piso y encontraron dos puertas. Gil abrió la primera.

– Este solía ser mi dormitorio -le dijo^. Hay una gran diferencia con la torre de marfil donde te criaste -era una pequeña habitación cuadrada, con un librero y un guardarropa. Nada más. Casey se inclinó para ver los libros, estos eran antiguos y por el lomo descubrió que la mayoría eran premios de la escuela dominical.

– Estos no eran tuyos -declaró Casey.

– De la tía Peggy -le confirmó él-, y de mi padre. Pero los leí todos. Son muy instructivos. La mayoría sobre gente que recibió su merecido -salió de allí y cruzó hasta la otra puerta-. Esta es nuestra habitación -la suite debió ser maravillosa, de nueva. Quizá cuando construyeron la casa. Dos grandes roperos y un amplio vestidor llenaban las paredes. Sus maletas y cajas, que había recogido la mudanza el día anterior, ocupaban casi todo el resto de la sala. La cama, recién arreglada con limpias sábanas blancas y un grueso y anticuado edredón de color de rosa, aparecía en el centro. La cabecera era alta y elaborada y Casey se acercó a examinarla de cerca. La frotó con la mano y sintió el confortante espíritu de todas las mujeres que habían amado, dado a luz y muerto en esa habitación-; Quizá deberíamos comprar una nueva cama… -empezó Gil a decir.

– ¿Tenemos con qué? -Gil la miró divertido.

– En realidad no. Entonces sólo un colchón. Siempre me gustó esa cama.

– Es un estilo que ha vuelto a estar de moda. Creo que vale la pena conservarla. ¿Dónde está el baño?

– Hablas como decoradora de interiores. Tu padre me contó que tú amueblaste las casas de muestra para él:

– Sí. Me dio un anticipo y… -de pronto se percató de que Gil habló en tiempo pasado-. ¿Hice?

– Yo no pienso darle a nadie extravagantes anticipos. Ese tipo de trabajo se pondrá en oferta -se encogió de hombros. Puedes competir si quieres. A menos -añadió con cortesía-, que tengas un contrato. No recuerdo haberlo visto.

Casey no daba crédito a sus oídos. Siempre había decorado las casas de muestra para su padre, y había recibido comisiones de las casas privadas. Estaba muy orgullosa de su trabajo.

– Claro que no tengo contrato. ¿Para qué habría de necesitarlo? -él colocó el dedo índice en su barbilla y la forzó a mirarlo a los ojos.

– Porque, así son los negocios, Catherine Mary Blake. Necesitas un contrato, y tienes que leer la letra pequeña. Recuérdalo; te ahorrará muchas desilusiones. Bueno, dijiste que querías ver el baño.

La tomó con firmeza de la mano y con creciente animosidad ella lo siguió para bajar por la escalera, a través de la cocina y su anexo hasta un pequeño patio dónde al fin le soltó la mano. Una regadera galvanizada colgaba de la pared.

– La metemos a la cocina durante el verano -explicó Gil sonriente-. Pero en invierno la colocamos frente a la chimenea. Es muy cómodo -Casey se ruborizó.

– Estás bromeando -exclamó al fin ella.

– ¿Por qué crees que es broma?

– Pues es positivamente… medieval.

– ¿Tan reciente? Bueno estoy seguro de que te encantará saber que hay un lavabo y un W.C. fuera del anexo de la cocina.

– ¿De veras? -preguntó ella en tono de desafío-. ¿Y funciona el W.C?

– Yo no apostaría -el rubor en sus mejillas denotaba disgusto. Casey dejó escapar un grito de susto cuando él la tomó por la muñeca y la forzó a seguirlo. Ella trató de liberarse, pero la sujetó con más fuerza, y al llegar a la escalera, la asió por la cintura y tiró de ella mientras la chica gritaba y le golpeaba las espinillas frenéticamente, con sus tacones. Ya arriba en la recámara principal, la empujó sobre el gran lecho de caoba.

– Ya he sido demasiado condescendiente con tu familia todo este día, Casey Blake. Tu padre piensa que me está haciendo un favor al permitirme que compre su deuda, y tu madre con esa cara de sepulcro… ¿tiene la más remota idea de lo cerca que estuvo de perderlo todo, incluyendo su casa? Eres mi mujer en la riqueza y en la pobreza. Si esto es lo más modesto que tenemos, puedes considerarte afortunada. Yo he conocido peores situaciones. Mucho peores -arrojó su elegante saco al suelo y se quitó la corbata.

– ¡Gil! -le suplicó ella-. No. No hay necesidad de esto -él la ignoró y ella reaccionó demasiado tarde. Rodó en la cama cuando el entró, pero éste logró detenerla del saco. Frenética, desabrochó los botones y trató de escapar, pero era demasiado tarde. E! la sujetó del brazo y la detuvo con facilidad a pesar de su lucha. Con la mano libre le desabrochó el único botón de la falda.

– ¡No quiero… Gil… Suéltame! -sin hacer caso de los puños que lo golpeaban y de sus desesperadas súplicas, la inmovilizó en la cama sujetándola con una mano mientras que con la otra terminaba de desnudarla.

– ¿Crees que no sé lo que habías planeado, Casey? ¿Creíste que podrías mantenerme alejado de ti? Lo lograste una vez, pero ahora eres mi esposa y esta vez, te lo juro, serás mía -su tono era duro y ronco por la excitación de la lucha.

Mientras contemplaba aquellos ojos ensombrecidos por el deseo, Casey se quedó inmóvil. Era una lucha sin sentido e indigna y había ' sido muy tonta al creer que podría controlarlo. Sintió el vello del pecho contra sus pezones, y una nueva y desconocida sensación recorrió todo su cuerpo, ni siquiera quería eso. Era orgullo lo que la mantenía reacia y rígida. Pasó un minuto hasta que él se dio cuenta de que ella había dejado de oponerse.

– ¿Casey? -murmuró él con ternura. Fue sólo orgullo lo que la hizo esconder su cara.

– Anda, Gil. Acaba de una vez -pálido, él retrocedió como si lo hubiera golpeado.

– Qué atractivo. ¿Acaba de una vez? -sonrió con desprecio-. Casi tan atractivo como hacerle el amor a un pescado muerto.

– No creo que el amor tenga algo que ver con esto, ¿y tú?

El gimió, deslizó las piernas y se sentó en el borde de la cama.

– ¡Oh, Dios mío! ¿Qué he hecho? -Casey se quedó mirando el techo segura de que no necesitaba respuesta.

El lecho rechinó cuando Gil se levantó y abrió la puerta del ropero, y cuando se acercó a verla, de nuevo, llevaba puestos unos jeans y una sudadera.

– Te pido mil disculpas, Casey -dijo con frialdad-. Perdí el control, no lo hice a propósito y te juro que no volverá a suceder. Cuando decidas que quieres ser mi esposa legítima quiero que me lo digas.

– ¡No antes del día del juicio! -juró ella y lo decía en serio.

– ¿Tan pronto? -colocó una mano en su corazón y fingió una caravana de burla-. Más de lo que me merezco, estoy seguro -abrió la puerta y ella escuchó sus pisadas por la escalera. Se estremeció cuando él azotó la puerta principal al salir.

Ella esperó lo que le pareció mucho tiempo, pero él no regresó. Al fin se cubrió con las colchas y se soltó a llorar en silencio.

Se preguntó cuántas mujeres habrían llorado en ese lugar. Con seguridad ninguna, porque ella tenía demasiado orgullo para admitir que amaba al hombre con quien se había casado. Era difícil cuando se trataba de un contrato comercial y el amor no estaba en la agenda.

Permaneció acostada en el enorme lecho mucho tiempo, antes de conciliar el sueño. A pesar de lo cansada que estaba, no dejaba de pensar en su situación. Una y otra vez repasaba los acontecimientos del último mes y el ultimátum a sangre fría de Gil.

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