PEQUEÑAS INFAMIAS

Una vez despojada la libreta de todo vestigio culinario, y bajo ese título escrito con la letra diminuta y redonda de Néstor Chaffino, Chloe apunta las primeras líneas de una historia a la que piensa dar forma más adelante, y que comienza así:


Tenía los bigotes más rígidos que nunca; tanto, que una mosca podría haber caminado por ellos igual que un convicto por la plancha de un barco pirata.


La niña se detiene para tomar aliento y pensar cómo será el próximo párrafo de Pequeñas infamias, una novela escrita por Eddie Trías.

Y al esbozar la siguiente línea:


Sólo que no hay mosca que sobreviva dentro de una cámara frigorífica a treinta grados bajo cero: y tampoco Néstor Chaffino, jefe de cocina, repostero famoso por su maestría en el chocolate fondant, el dueño de aquel bigote rubio y congelado.


Chloe descubre que es muy fácil, a partir de una muerte real, de unas líneas maestras, ir tejiendo toda una historia de pasiones, infamias y mezquindades, porque las mentiras suenan a verdad cuando se apoyan en un dato verídico.

¿Y ahora, cómo podríamos continuar?, pregunta antes de escribir:


Y así habrían de encontrarlo horas más tarde: con los ojos abiertos y atónitos, pero aún con cierta dignidad en el porte; las uñas garfas arañando la puerta, es cierto, pero en cambio conservaba el paño de cocina colgado de las cintas del delantal, aunque uno no esté para coqueterías cuando la puerta de una cámara Westinghouse del año 80, dos metros por uno y medio, acaba de cerrarse automáticamente a sus espaldas con un clac…


Y mientras da forma a los primeros párrafos de Pequeñas infamias, la niña ignora que, sobre el felpudo de la casa de Las Lilas, una cucaracha mueve sus antenas.

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