HOSPITAL DE ULLEVÅL
19 de Mayo de 2000
Bjarne Møller halló a Harry en la sala de espera de la sección de oncología.
El jefe se sentó junto a Harry y le guiñó el ojo a una niña pequeña que se volvió con el ceño fruncido.
– Me han dicho que se acabó -dijo Møller.
Harry asintió.
– Esta noche, a las cuatro. Rakel ha estado aquí todo el tiempo. Oleg está dentro ahora. ¿Qué haces aquí?
– Quería hablar contigo.
– Necesito un cigarrillo -dijo Harry-. Salgamos fuera.
Encontraron un banco a la sombra de un árbol. Unas nubes atravesaron el cielo sobre sus cabezas. Parecía que hoy también haría calor.
– ¿Así que Rakel no sabe nada? -preguntó Møller.
– No, nada.
– O sea, que los únicos que conocemos la verdad somos Meirik, la comisario jefe, el ministro de Justicia, el primer ministro y yo. Y tú, claro.
– Tú sabes mejor que yo quién sabe qué, jefe.
– Sí, naturalmente. Sólo estaba pensando en voz alta.
– Bueno, ¿de qué querías hablar conmigo?
– ¿Sabes una cosa, Harry? Algunos días pienso que me gustaría trabajar en otro lugar. En un lugar donde haya menos política y más trabajo policial. En Bergen, por ejemplo. Pero luego, te levantas un día como hoy, te colocas junto a la ventana del dormitorio y contemplas el fiordo y la isla de Hovedøya y oyes el trino de los pájaros y…, ¿me comprendes? Y, de repente, ya no quieres estar en ningún otro lugar.
Møller observó una mariquita que caminaba por su muslo.
– Lo que quería decirte, Harry, es que queremos que las cosas sigan como están.
– ¿De qué cosas estamos hablando?
– ¿Sabías que ningún presidente estadounidense de los últimos veinte años ha terminado su candidatura sin que se descubran diez intentos de atentado contra él, como mínimo? ¿Y que los autores, sin excepción, han sido atrapados sin que el asunto llegue a los medios de comunicación? Nadie sale ganando con que se sepa que se había planeado un atentado contra un jefe de Estado, Harry. En especial si, en teoría, tenía posibilidades de éxito.
– ¿En teoría, jefe?
– No son mis palabras. Pero la conclusión es, en cualquier caso, que esto se silenciará. Para no sembrar la sensación de inseguridad. O desvelar puntos débiles en las medidas de seguridad. Tampoco éstas son palabras mías. Los atentados producen un efecto de contagio, exactamente igual que…
– Sí, ya sé lo que quieres decir -atajó Harry dejando escapar por la nariz el humo de su cigarrillo-. Pero, ante todo, lo hacemos por consideración a aquellos que son responsables, ¿no es cierto? Aquellos que podían y debían haber dado la alarma antes.
– Ya te digo -intervino Møller-. Hay días en que Bergen parece una buena alternativa.
Guardaron silencio durante un rato. Un pájaro avanzó dando sal-titos ante ellos, movió la cola, picoteó la hierba y miró cauto a su alrededor.
– La lavandera blanca -dijo Harry-. Motacilla alba. Un ave cautelosa.
– ¿Qué?
– Manual para los amantes de las aves. ¿Qué hacemos con los asesinatos cometidos por Gudbrand Johansen?
– Para esos asesinatos ya teníamos la solución antes, ¿no es cierto?
– ¿A qué te refieres?
Møller se movió inquieto.
– Lo único que conseguiremos si removemos ese asunto será abrir las viejas heridas de los afectados y arriesgarnos a que alguno empiece a devanar el ovillo de toda la historia. Esos casos estaban resueltos.
– Exacto. Even Juul. Y Sverre Olsen. Pero ¿qué me dices del asesinato de Hallgrim Dale?
– Nadie tiene interés en averiguarlo. Después de todo, Dale era…
– Tan sólo un viejo borracho del que nadie se preocupaba, ¿no?
– No seas así, Harry, no hagas esto más difícil de lo que ya es. Tú sabes que a mí me resulta tan desagradable como a ti.
Harry apagó el cigarrillo contra el brazo del banco y guardó la colilla en el paquete.
– Tengo que volver dentro, jefe.
– Ya, bueno, ¿podemos contar con que te guardarás para ti lo que sabes?
Harry sonrió lacónico.
– ¿Es cierto lo que he oído sobre la persona que va a quedarse con mi puesto en el CNI?
– Por supuesto -dijo Møller-. Tom Waaler ha dicho que va a solicitarlo. Meirik piensa incluir toda la sección de actividades neonazis bajo ese puesto, de modo que servirá de trampolín para los puestos de verdadera envergadura. Y pienso recomendarlo a él, por cierto. Supongo que te alegrarás de que desaparezca ahora que tú estás de vuelta en el grupo de delitos violentos, ¿no? Ahora que el cargo de comisario queda libre en nuestro grupo.
– ¿De modo que ésa es la compensación que recibo por mantener la boca cerrada?
– Pero, hombre, ¿qué es lo que te hace pensar tal cosa? Ese puesto será para ti porque tú eres el mejor. Has vuelto a demostrarlo. Tan sólo me pregunto si podemos confiar en ti.
– ¿Sabes en qué caso quiero trabajar?
Møller se encogió de hombros.
– El asesinato de Ellen ya está resuelto, Harry.
– No del todo -objetó-. Hay un par de cosas que aún no sabemos. Por ejemplo, qué se hizo de las doscientas mil coronas de la compra de armas. Tal vez hubiese más de un intermediario.
Møller asintió.
– De acuerdo. Halvorsen y tú disponéis de dos meses. Si no encontráis nada en ese tiempo, daremos el caso por cerrado.
– Me parece bien.
Møller se levantó dispuesto a marcharse.
– Hay una cosa más sobre la que me gustaría preguntarte, Harry. ¿Cómo adivinaste que la contraseña era Oleg?
– Bueno, Ellen siempre me decía que lo primero que se le ocurría solía ser lo acertado.
– Impresionante -dijo Møller asintiendo para sí-. De modo que, lo primero que se te ocurrió fue el nombre de su nieto, ¿no?
– No.
– ¿Ah, no?
– Yo no soy Ellen. Yo necesito pensar las cosas dos veces.
Møller lo miró receloso.
– ¿Estás quedándote conmigo, Harry?
Harry sonrió. Y miró hacia la lavandera blanca.
– En el manual sobre las aves leí que nadie sabe por qué las lavanderas menean la cola cuando se detienen. Es un misterio. Lo único que se sabe es que no pueden evitarlo…
COMISARÍA GENERAL DE POLICÍA
19 de Mayo de 2000
Harry acababa de poner los pies sobre el escritorio y de encontrar la posición perfecta cuando sonó el teléfono. Con el fin de evitar tener que encontrar esa posición una vez más, se estiró y puso a trabajar los músculos de los glúteos, intentando guardar el equilibrio en aquella silla, cuyas traicioneras ruedas siempre estaban bien engrasadas. Alcanzó el auricular con las puntas de los dedos.
– Aquí Hole.
– Harry? Esaias Burne speaking. How are you? [21]
– Esaias! This is a surprise! [22]
– ¿Seguro que es una sorpresa? Sólo te llamaba para darte las gracias.
– Las gracias, ¿por qué?
– Porque no pusiste nada en marcha.
– ¿Que no puse nada en marcha? ¿A qué te refieres?
– Ya sabes a qué me refiero, Harry. A que no se puso en marcha ninguna iniciativa diplomática sobre el indulto de la pena y cosas de ésas.
Harry no respondió. En cierto modo, sí que se esperaba aquella llamada. La postura que tenía sobre la silla empezaba a no ser tan cómoda. Recordó de pronto los ojos suplicantes de Andreas Hochner y la voz suplicante de Constance Hochner: «¿Me promete que hará cuanto esté en su mano, señor Hole?».
– ¿Harry?
– Sí, sigo aquí.
– Dictaron sentencia ayer.
Harry clavó la mirada en la fotografía de Søs, que colgaba de la pared de enfrente. Aquel año habían tenido un verano más caluroso de lo habitual, ¿no? Se bañaron incluso en los días de lluvia. Sintió que lo invadía una tristeza indescriptible.
– ¿Pena de muerte? -se oyó preguntar a sí mismo.
– Sin posibilidad de apelación.
RESTAURANTE SCHRØDER
1 de Junio de 2000
– ¿Qué vas a hacer este verano, Harry?
Maja le dio el cambio.
– No lo sé. Hemos hablado de alquilar una cabaña en algún lugar de Noruega. Enseñarle a nadar al chico y esas cosas.
– No sabía que tuvieras hijos.
– No. Bueno, es una larga historia.
– ¿Ah, sí? Espero que me la cuentes algún día.
– Ya veremos, Maja. Quédate con el cambio.
Maja hizo una profunda reverencia y se marchó con una sonrisa descarada. El local estaba algo vacío para ser viernes. Seguramente, el calor empujaba a la mayoría de la gente a buscar las terrazas de los restaurantes de St. Hanshaugen.
– ¿Y bien? -preguntó Harry.
El viejo miraba al fondo de su pinta de cerveza y no contestó.
– Ya está muerto, Åsnes. ¿No estás contento?
El Mohicano alzó la cabeza y miró a Harry.
– ¿Quién está muerto? -preguntó-. Nadie está muerto. Sólo yo. Yo soy el último de los muertos.
Harry suspiró, se guardó el periódico bajo el brazo y salió al calor sofocante de la tarde.