Capítulo Nueve

Nick se despertó en la oscuridad. A juzgar por lo que podía percibir con los sentidos que todavía le funcionaban, estaba tumbado de espaldas. Por la brisa que sentía en la parte baja de su cuerpo, asumió que la ventana estaba abierta. Y la restricción de aire en sus pulmones le indicó que Danielle estaba tumbada sobre su pecho.

También estaba desnuda, cosa que a él le pareció de maravilla.

La apartó sonriente y se acomodó entre sus piernas. La mujer murmuró algo somnolienta y lo abrazó.

– ¿Nick?

Aquella voz conseguía provocarle sensaciones que no estaba preparado para afrontar, así que se concentró en lo que ella le hacía físicamente.

Y físicamente volvía a desearla otra vez.

– Sí. Soy yo. Eres muy hermosa, Danielle.

– Está oscuro.

– No importa.

– ¡Oh, Nick!

– Ábrete para mí.

La mujer se arqueó y le pasó las piernas en torno a las caderas.

– Sí, así -levantó el rostro para que él lo besara y él entró de nuevo en su cuerpo y volvió a poseerla. A entrar con ella en un lugar donde nunca había estado con nadie.


La próxima vez que Nick se despertó, la luz de la mañana entraba por las ventanas, obligándolo a cerrar los ojos mientras buscaba a… nadie.

Notó que la almohada que había compartido toda la noche con Danielle estaba fría y se sentó en la cama con el corazón en la garganta.

Y se encontró cara a cara con un monstruo, un monstruo enorme de ojos oscuros bordeados de rojo y colmillos capaces de devorarlo de un bocado.

Echó la cabeza hacia atrás con un respingo de susto.

El monstruo también retrocedió, y soltó un ladrido sorprendido.

– ¡Maldita sea! -Nick, tumbado de espaldas en mitad de la cama, miró el techo y se esforzó por recuperar el pulso normal-. Vas a hacer que me salgan canas.

Dos patas gruesas golpearon la cama, que se movió bajo el peso.

Nick giró la cabeza a un lado y miró a Sadie con cautela.

– Supongo que crees que es divertido.

La perra bajó la cabeza, lanzando un chorro de saliva a las sábanas, lo miró y se lamió el hocico.

Nick se apartó con rapidez.

– Ni lo sueñes. No soy comestible.

– Yo no diría lo mismo.

Nick levantó la cabeza y miró a Danielle, que acababa de entrar en la estancia. Llevaba otros pantalones caquis cortos y una blusa sin mangas, roja es vez. Estaba muy hermosa, aunque parecía algo nerviosa. Llevaba la mochila colgada al hombro y el ordenador portátil bajo el brazo. Sostenía las fotos que él le había dado.

No parecía que hubiera muchas probabilidades de que pudiera convencerla para que volviera a la cama.

– Quería darte las gracias de nuevo -dijo ella con suavidad.

Oh, oh. Definitivamente, tenía que empezar a hablar deprisa si quería tener posibilidades.

– Estás vestida -dijo.

– Tengo que irme.

Nick no quería. No porque no pudiera dejarla marchar. No. Él podía dejar marchar a todo el mundo. No era un hombre que buscara ataduras, pero…

¡Maldición! No podía dejarla marchar.

– Espera.

Miró a la perra, salió de la cama y rodeó al animal con cautela, sintiéndose vulnerable en su desnudez. Buscó un par de pantalones vaqueros.

– Por lo menos, déjame que te dé de desayunar.

Danielle se movió un poco, intentando no mirar detrás de los vaqueros levantados, pero sin poder evitarlo, lo cual sirvió para alimentar un poco el ego masculino.

Y por supuesto, alentó su erección mañanera.

– Nick…

Otra vez aquella voz, aquel tono suave y estrangulado que lo impulsó a ponerse el pantalón vaquero a toda prisa.

Danielle tenía la mirada clavada en los dedos que intentaban cerrar los botones. Lanzó un suspiro.

– Te dije que tendría que irme por la mañana -dijo con rapidez.

– Sí, pero eso fue antes de lo de anoche -antes de que hicieran el amor. Ahora que lo habían hecho, pensaba que ella no sería capaz de marcharse.

O quizá era él el que sentía así.

No. Había calor y deseo en los ojos de ella, pero también algo más. Ansiedad y un afecto pesaroso. Muy pesaroso.

Nick la imaginó alejándose de su casa y sintió dolor de estómago.

– ¿A qué viene tanta prisa?

– Tú sabes por qué tengo prisa.

– Solo es un desayuno, Danielle. No una proposición de matrimonio.

La mujer se sonrojó.

– No necesito ninguna de las dos cosas. He llamado a Emma, la amiga que me prestó el coche, y necesita que se lo devuelva hoy. Vendrá aquí con un amigo y luego me llevará a ver a Donald, el director artístico del que te hablé.

– Y tú le enseñarás las fotos de Sadie y él te pagará lo suficiente para comprar otro coche y tú te apresurarás a empezar una nueva vida y Sadie y tú viviréis felices y comeréis perdices, ¿verdad? -Movió la cabeza-. Dime que no eres tan ingenua.

– Podría ocurrir.

– Sí, pero también hay muchas cosas que podrían salir mal -se acercó al armario, sacó una camisa y se la puso-. Demasiadas.

Se oyó un claxon fuera, en la calle.

Danielle se quedó inmóvil y miró a Nick.

– Ya está ahí.

Cuando se volvió para salir, él la detuvo por el brazo.

– Espera.

– No puedo. Tengo que…

– Sí, lo sé. Tienes que irte. ¿Pero conoces bien a esa Emma? ¿Y a Donald? ¿Son amigos tuyos? ¿Buenos amigos?

– Por supuesto -pero no lo miró a los ojos-. Los conozco a través del trabajo, sí, pero… -sonó de nuevo el claxon y ella lo miró suplicante-. Por favor. No hagas esto más duro de lo que ya es.

– Amigos del trabajo -la siguió por el pasillo, con los ojos clavados en las caderas de ella. Pensó que sería feliz si pudiera seguirla, todas las mañanas así, como un perrito.

Danielle abrió la puerta y saludó con la mano a Emma, quien estaba de pie al lado de su coche. Luego se volvió hacia Nick.

– Tengo que irme.

Había lágrimas en su voz, y eso lo emocionó. Se inclinó, sacó la cabeza por la puerta y levantó un dedo a Emma, que cruzó los brazos con aire… ¿incómodo?

¿Una amiga que corría en su ayuda y parecía triste por ello? No le gustaba.

– ¿Cómo la conociste? -preguntó Nick a Danielle, observando a Emma sacar su teléfono móvil.

La joven jugueteó con el collar de Sadie, con aire de estar ocupada.

Nick le sujetó ambos brazos y la obligó a mirarlo.

– ¿Cómo, Danielle?

– La conocí en una competición, ¿de acuerdo? -se soltó de él-. Fue lo único bueno que saqué de mi relación con Ted. Que me presentó a algunas personas estupendas.

– Dile que te llevaré yo con Donald.

– Nick, ya hemos hablado de esto. Si todavía necesito el coche después de ver a Donald, ella me lo prestará más tiempo.

– Díselo.

Emma cerró el teléfono móvil y miró directamente a Nick.

Este sintió que se le erizaba el vello de los brazos, como le ocurría siempre que presentía algo raro en el transcurso de su trabajo.

– Hazlo por mí -le pidió a Danielle.

– Nick…

El hombre pasó a su lado y se acercó a Emma.

– Buenos días -dijo con cortesía-. ¿Adónde se dirigen las dos?

Emma miró a Danielle, que lo había seguido.

– Emma -dijo esta-. Te presento a Nick Cooper. Y…

– Y usted es Emma -Nick le lanzó su mirada más amenazadora-. ¿Y bien?

– Llevaré a Danielle adonde ella quiera ir -repuso Emma, sonriendo a la joven-. ¿Preparada?

– ¿A ver al director artístico? -insistió Nick.

– Sí, claro -Emma evitó su mirada y tomó a Danielle del brazo.

Nick le quitó el teléfono móvil de la mano y apretó la tecla de rellamada.

– ¡Eh!

Sonrió con aire sombrío y mostró la pantallita a Danielle.

– ¿Reconoces este número?

La joven lo miró y palideció.

– Es el de Ted -se volvió hacia Emma-. ¿Acabas de llamar a Ted?

Emma la miró con preocupación.

– No te enfades conmigo, me ha dicho lo mucho que lo quieres y que esto es un malentendido. Él también te quiere de verdad, Danielle. Está destrozado por esta separación. Cuando vino a buscarte, me suplicó que lo llamara en el momento en que supiera algo, por eso lo he hecho. Solo quiere verte, hablar contigo.

– ¿Le has dicho dónde estaba aunque te pedí que me guardaras el secreto?

Emma tendió la mano hacia ella.

– Danielle…

– Yo confiaba en ti. ¡Dios mío! -soltó una risita amarga y retrocedió-. ¿Cuándo voy a aprender? -Señaló el coche de Emma-. Ya puedes irte.

– Danielle, escucha. Somos amigas.

– ¿Amigas? ¿Es una broma? Sadie…

– No es el perro lo que me preocupa -dijo Emma, implorante-. Ted dice que solo quiere recuperarte…

– ¿Recuperarme? -Danielle casi se mordió la lengua-. Si quiere recuperarme, Emma, ¿por qué ha llamado a la policía?

– Bueno…

– Dime que no le has dicho adonde pensabas llevarme.

– No, aún no.

– No se lo digas. Si te importo algo, no se…

– Claro que me importas.

– Pues no se lo digas.

– Danielle…

– Por favor, vete.

– Pero…

– Vete, Emma.

Nick observó a Danielle ver alejarse a su supuesta amiga. Vio que tenía los hombros levemente hundidos. La vio frotarse las sienes con ademán derrotado y exhausto.

En cualquier momento, recuperaría el aliento, enderezaría los hombros y le lanzaría una mirada fría antes de decirle que ella también tenía que irse.

Antes de que tuviera tiempo de hacerlo, le tomó la mano y la correa de Sadie.

– Nos vamos de aquí.

– ¿Qué? -Danielle le lanzó la mirada fría que él estaba esperando-. No nos vamos juntos.

– Ahora sí.

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