Capítulo Diez

Danielle estaba lo bastante alterada como para dejarle el control a Nick. Lo bastante para mirarlo mientras él anulaba todo rastro de su presencia allí, razón por la que incluso metió las sábanas en la lavadora.

Midió la cantidad de detergente que quería poner y tiró también la basura, que incluía, como ella bien sabía, tres preservativos. Solo vaciló cuando se acercó a los excrementos que había dejado Sadie en el jardín delantero. Pero buscó una pala y dispuso también de ellos, aunque lanzó a la perra varias miradas sombrías que el animal devolvió libre y abiertamente.

Después, metió una bolsa de viaje en el maletero de su coche y salieron de allí. Sadie había entrado en el vehículo dócilmente, seguramente porque Danielle ya estaba allí, pero lanzó un ladrido cuando se pusieron en marcha.

Danielle sentía deseos de hacer lo mismo.

Veinte minutos después, Nick paró delante de un hotel. Apagó el motor y se volvió hacia la joven. Le tomó la mano y la observó con atención.

– ¿Estás bien?

– De maravilla.

– Supongo que eso quiere decir que no.

Danielle cerró los ojos.

– Me cuesta creer que haya sido tan estúpida. Me había metido yo sola en una trampa.

– No has sido estúpida. Simplemente confiabas en ella.

– Sigo olvidando que no se puede confiar.

Nick le introdujo los dedos en el pelo para masajearle la parte trasera del cuello, hasta que ella lo miró.

– En mí puedes confiar.

– Yo… -vio la expresión de fiereza de él y decidió reprimir su negativa-. No quiero confiar en nadie -susurró.

– Lo sé -repuso él, y la apretó lentamente contra él.

Le produjo una sensación sólida y cálida, y ella se dejó abrazar por un momento. Y luego, de pronto, encontró las fuerzas que tanto necesitaba y se apartó.

– ¿Qué hacemos aquí?

– Tomaremos una habitación y luego buscaremos a tu Donald y comprobaremos que es de fiar antes de hablar con él.

– ¿Una habitación? -Volvió el rostro hacia el hotel-. ¿Aquí?

– No podemos quedarnos en mi casa.

– Juntos no. Pero tú sí puedes.

Nick esperó a que lo mirara con rostro casi inexpresivo, pero ella lo conocía ya mejor y no se le pasó por alto su determinación.

– No pienso dejarte afrontar esto sola -dijo-. Así que olvídalo.

¿Por qué no se marchaba? ¿Por qué tenía que seguir allí sentado con tan buen aspecto?

– No puedo permitirte hacer esto, Nick. No tengo dinero para la habitación y…

– Pues da la casualidad de que yo sí -dijo él; le puso un dedo en los labios para evitar que hablara-. No te gusta que te ayuden, pero me parece que por el momento tienes que resignarte a mi presencia -abrió la puerta, salió y le tendió la mano.

Danielle lo siguió, y Sadie también.

– Puede que no admitan a la perra -dijo la joven cuando entraron en la zona de recepción.

– Después de haber limpiado personalmente sus cosas esta mañana, yo lo comprendería -repuso él con sequedad-. Pero este hotel admite perros -señaló el cartel de «perros bienvenidos». En esta zona es muy corriente viajar con animales domésticos, perros sobre todo. ¿Cuántas habitaciones necesitamos?

Danielle pensó que tenía unos ojos increíbles… y su cuerpo se tensó en respuesta a la pregunta de él.

¿Cuántas habitaciones? Su cuerpo ansiaba pedir una sola. Pero su cerebro estaba al mando.

– No deberíamos acostumbrarnos a…

– No -Nick ocultó bien su reacción a esas palabras, se volvió a la recepcionista y reservó dos habitaciones.


Después de instalarse y dejar las bolsas en las habitaciones, Nick llevó a Danielle a ver a Donald. Cuando llegaron, encontraron su oficina cerrada y un cartel que anunciaba que se habían mudado.

El hombre sacó su teléfono móvil, marcó el número nuevo que aparecía en el cartel y se lo pasó a Danielle, que habló con el ayudante del director artístico.

Cuando terminó de hablar, descubrió que Nick la observaba con atención.

– ¿Y bien?

– No puedo verlo hasta mañana -dijo ella.

– Ya te he oído. Lo que no he oído es cómo te ha afectado eso.

– Estoy bien.

Nick sonrió.

– Me alegro. Ahora tienes un día entero de vacaciones por delante.

La mujer soltó una carcajada.

– ¿Vacaciones?

– Lo dices como si fuera una palabra fea.

– Es que nunca he tenido vacaciones.

– En ese caso… -Nick tomó la correa de Sadie con una mano y le pasó el otro brazo a Danielle por los hombros; echó a andar despacio hacia su coche, tirando de la perra, que no quería que nadie aparte de Danielle llevara su correa-. Seguid conmigo -dijo a las dos hembras recelosas-. Yo os enseñaré a relajaros.

Pero eso era precisamente lo que temía Danielle. Si se relajaba, tenía que bajar la guardia. Y si bajaba la guardia, él se colaría en su corazón y se instalaría allí.


En el hotel, Nick esperó fuera de la habitación de ella hasta que metió la tarjeta en la ranura y abrió la puerta.

– Danielle -dijo; cuando se volvió a mirarlo, la apretó contra la jamba y le dio un beso rápido y apasionado.

– ¿A qué viene eso? -preguntó ella, sin aliento.

El hombre sonrió y le acarició el labio inferior con el pulgar.

– Quería recordarte que, aunque yo esté en otra habitación, no estás sola.

Toda su vida había estado rodeada de gente, y siempre había tenido que luchar con una soledad que no comprendía. Ahora que solo tenía la compañía de aquel hombre, no se sentía sola en absoluto.

– Quizá otro beso me ayudaría a recordarlo mejor -dijo con suavidad-. Solo por si lo olvido.

Nick se inclinó con una sonrisa sexy, pero ella le puso una mano en el pecho.

– Y quizá… -se interrumpió.

– ¿Quizá? -repitió él.

– Quizá esta vez no tenga que ser tan rápido.

La miró con intensidad.

– Entendido -acercó los labios a un centímetro de los de ella y se detuvo-. ¿Algo más que quieras ya que estoy aquí? -susurró, con su aliento mezclándose con el de ella.

– Bueno… -podía hacerle olvidar cualquier cosa, incluido el hecho de que su vida era un desastre. Podía hacer que se sintiera segura con solo mirarla. Y desvergonzada. Anulaba sus inhibiciones.

– Quizá una cosa más.

– Lo que quieras -la apretó contra sí para que notara lo duro que estaba-. ¿Quieres lo que querías anoche? ¿Los besos apasionados? ¿Las caricias que te hacían temblar? -Bajó la voz-. ¿Lo de mi lengua en…?

– Eso -susurró ella, temblorosa-. Eso es lo que quiero.

– ¡Ah!

Con ojos brillantes, bajó la cabeza para un beso largo y glorioso que anuló más de la mitad de sus neuronas. Cuando levantó la cabeza en busca de aire, la empujó hacia su habitación. Cerró la puerta con el pie y avanzó con ella hasta que las piernas de la joven chocaron con la cama.

– Vivo para dar placer -dijo con malicia. La empujó sobre el colchón y la siguió con su cuerpo largo y duro.

Danielle le echó los brazos al cuello y buscó un beso, pero Nick se quedó inmóvil de pronto; movió el cuello primero a un lado y luego al otro, buscando algo.

– ¿Nick? -Quería que le hiciera olvidar todo, aunque fuera solo un rato-. ¿Qué haces…?

– ¿Sadie?

¿Ahora quería hablar de la perra?

– Nick, creo que puede esperar…

– ¡Sadie! -el hombre se puso en pie y miró a su alrededor con aire sorprendido-. ¿Dónde se ha metido?

Danielle se incorporó sobre los codos. La habitación era lo bastante pequeña como para ver enseguida que allí no había ningún perro gigante oculto.

– ¡Oh, Dios mío! -se puso en pie-. Ha debido alejarse cuando estábamos en la puerta.

Nick había abierto ya la puerta.

– En el pasillo no está -anunció-. Yo voy por la derecha, tú ve por la izquierda.

Danielle salió por la puerta y giró a la izquierda hasta llegar a unas escaleras. Se preguntó si debía subir o bajar y optó por esto último. Sadie habría bajado, sin duda. Era lo más fácil, y después de todo, la perra era increíblemente perezosa.

Al llegar abajo, empujó una puerta entornada que llevaba a un jardín. El resplandor del sol la obligó a levantar la mano para protegerse los ojos.

Flores de todos los tonos y colores cubrían cada rincón. En los senderos, donde paseaba bastante gente, se alineaban bancos. Parecía que el hotel estaba ofreciendo una recepción de algún tipo, ya que había bastantes personas bien vestidas que sostenían copas de champán y platos llenos de comida.

Y en el centro del jardín, en un lecho de flores que había aplastado por completo, se hallaba Sadie, con la lengua colgando fuera, la piel cubierta de tierra de las plantas y moviendo la cola.

Danielle suspiró aliviada, a pesar de que frunció el ceño ante los daños que había causado la perra en las flores, pero su alivio no duró mucho. Porque al lado de Sadie, con la lengua también colgando y moviendo la cola perezosamente, había… otro perro.

Un perro aún más grande, de pelo largo y oscuro y un tamaño impresionante que no podía ser otra cosa que un perro de Terranova.

Cuando Danielle se detuvo a verlos, el Terranova se puso en alerta y se colocó delante de Sadie.

No hacía falta ser muy listo para ver que era un macho y que acaba de reclamar a Sadie como propiedad privada.

En más de un modo.

Nick llegó a su lado y se detuvo también al ver a Sadie con su enamorado; los dos mostraban una expresión somnolienta, feliz y sedada.

– Vaya -Nick miró a Danielle-. No sabía que los perros pudieran parecer tan… relajados.

– ¡Oh, no! -gimió ella-. Esto no puede ser cierto.

– Adivino que ella no está… operada.

– Pensaba cruzarla antes o después, pero con uno de su raza.

El novio de Sadie seguía sentado con aire satisfecho y la lengua colgando.

Nick se frotó la barbilla; tenía aspecto de estar reprimiendo la risa.

– Parece un perro bastante decente -comentó.

El animal levantó una pata con elegancia y empezó a lamerse.

Nick soltó una carcajada.

Danielle gimió, negándose a reconocer que la risa de Nick poseía un poder de contagio tal que daban ganas de unirse a él.

– Tú tienes la culpa.

– ¿Yo? -Nick parpadeó; hizo una mueca cómica de sorpresa-. ¿Y por qué?

– Me has distraído con ese beso; de no ser así, no me habría olvidado de Sadie ni un segundo -tiró de la correa de la perra. Y tuvo la mala suerte de que justo en ese momento empezaran a funcionar los aspersores.

– No digas ni una palabra -advirtió a Nick; salió de la tierra sin dignidad y empapada-. Ni una sola palabra.

Sadie, que estaba llena también de agua y barro, se sacudió con fuerza sobre Danielle y lanzó un aullido, volviendo la cabeza para lanzar una última mirada a su amante con ojos brillantes.

El amante devolvió el aullido y soltó un ladrido agudo.

Nick, apartado de la tierra y el agua, se mantenía seco y… sospechosamente divertido.

Danielle no sabía si quería golpearlo o levantar el cuello hacia él y aullar también.


– ¿Tú no te lo preguntas? -inquirió Nick cuando volvieron a pararse delante de sus habitaciones.

Danielle se preguntaba si alguna vez el sonido de su voz dejaría de provocarle escalofríos en la espina dorsal.

– ¿Qué me pregunto?

Nick le habló al oído.

– Si ella ha disfrutado tanto como disfrutaste tú conmigo.

– Apártate -dijo ella, que seguía goteando. Abrió la puerta-. O vas a terminar tan mojado y caliente como yo.

El pecho de él rozó su espalda y su mandíbula subió por el pelo de ella. Una simple caricia, pero… bueno, no tan simple, ya que las rodillas de ella chocaron entre sí.

– Lo digo en serio -le advirtió ella.

– ¿De verdad estás caliente y mojada? -preguntó él con voz suave-. ¿Y qué más? ¿Estás también cremosa?

Como sus palabras hicieron que se le acelerara el pulso, lo ignoró y metió a Sadie en el cuarto de baño, cerrando luego la puerta.

Se miró en el espejo la piel brillante, los ojos, que estaban más vivos de lo que los había visto nunca, y respiró hondo.

– Es una vergüenza que él me vuelva tan loca -se dijo.

Porque podía encariñarse mucho, mucho con él.


Nick no había huido de un reto en su vida, y la puerta cerrada del baño era un reto sin precedentes.

Teniendo en cuenta eso, que Danielle acababa de abrir los grifos de la ducha, y que a él no le gustaba perderse ninguna diversión, tendió la mano hacia el picaporte.

No había cerrado con pestillo… buena señal. Se asomó por la puerta y vio a Danielle, todavía completamente vestida, que intentaba convencer a una Sadie somnolienta de que entrara en la ducha.

– Vamos -resoplaba empujando a la perra desde atrás-. Estás muy sucia. Tienes que… ¡Agh!

Dio la vuelta y probó a tirar del animal; al retroceder entró de pleno bajo el chorro y cerró los ojos cuando el agua la golpeó de pleno.

Sadie se limitó a gruñir y empujar en sentido contrario, hasta que las manos de Danielle resbalaron y ella cayó contra la pared de la ducha.

Sadie salió huyendo.

Danielle, todavía debajo del chorro, cerró los ojos y movió la cabeza.

Nick, sonriente, entró de puntillas y se metió en la ducha con ella completamente vestido.

– Eh, puedes lavarme a mí si quieres. De la cabeza a los pies.

La abrazó y la apretó con fuerza, dando gracias en su interior porque el agua que le caía en la cara fuera caliente.

– Estás loco -gruñó ella, pero le echó los brazos al cuello-. Completamente loco.

– Sí -bajó la cabeza y le mordisqueó el cuello-. Sabes muy bien.

Empezó a quitarle la ropa mojada, impaciente por tocar la piel caliente y húmeda.

– Nick -soltó un gemido cuando él le agarró las nalgas, acercándola al bulto inconfundible de sus pantalones. Un sonido que sugería que ya se sentía menos gruñona-. No podemos.

Nick bajó la boca por su cuello y su hombro desnudo, que mordió con gentileza, haciendo que se aferrara a él. Le gustaba cómo lo abrazaba, como si no quisiera soltarlo nunca.

– No podemos hacer esto delante de Sadie.

– ¿Te refieres a la perra que hacía lo mismo hace un rato? -señaló el suelo, donde roncaba Sadie con los ojos cerrados y la boca abierta-. No creo que le importe mucho en este momento. Está agotada -bajó las manos por el cuerpo de ella y le tomó los pechos, pasando los pulgares por sus pezones-. Vamos a cansarnos nosotros también.

Los ojos grises de ella se llenaron de deseo, y se apoyó en él, provocando que a Nick le diera un vuelco el corazón. Quería que en el rostro de ella se quedara permanentemente esa expresión… la que indicaba que él era el centro de su universo. Para lograrlo, se apoyó en el deseo que lo inundaba, dejándose llevar por la pasión, el anhelo, el deseo desesperado, hasta que ambos estuvieron jadeantes. Solo cuando ella había perdido ya el control una vez, la penetró llevándola consigo al paraíso.


Mucho rato después, Nick llamó al servicio de habitaciones. Mientras esperaban, Danielle abrió su ordenador portátil.

Nick no se había molestado en vestirse y, mientras ella esperaba conectar con internet, se maravilló de lo desinhibido y cómodo consigo mismo que parecía, estudiando la carta del servicio de habitaciones, apartando con aire ausente una bolsa de galletas para perro que había en la mesa.

La bolsa crujió y Sadie, que dormía en el suelo, se despertó en el acto.

Nick miró a la perra. Esta lo miró a él… las dos criaturas de la vida de Danielle que todavía no se habían hecho amigos.

Nick movió la bolsa.

Sadie se puso en pie. Inclinó la cabeza. Miró la bolsa.

Nick sacó una galleta y la miró con atención.

Sadie gimió y se acercó más.

– Bueno -Nick enarcó una ceja-. ¿Ahora te gusto más?

Sadie se lamió el hocico, con los ojos clavados en la galleta.

Nick levantó los ojos al techo y se la lanzó.

– Eres una perra muy fácil.

El animal se tragó la galleta, se lamió el hocico y volvió a gemir.

Y Nick metió la mano en la bolsa y le lanzó otra.

Danielle sintió que se derretía por dentro. Ted solía mostrarse encantador con todos los perros. Con la gente también. Pero ella acabó por darse cuenta de que era una simpatía falsa, de la que no llegaba hasta los ojos. Además de eso, estaba el hecho desconcertante de lo mucho que le importaba lo que pensaban los demás, sobre todo de él.

En Nick no había nada de falso. Era seguro de sí, atractivo, y posiblemente el hombre más relajado que había conocido en su vida. No le importaba lo que pensaban los demás, ni de sí mismo ni de ningún otro.

¿Y por qué le gustaba tanto aquello?

Estaba tan atareada pensando en eso, pensando y mirando el cuerpo magnífico de Nick, que casi se le pasó por alto.

Su página web tenía instalado un tablón de anuncios para poder organizar citas de trabajo en la red. También respondía a preguntas y ofrecía consejos, y anunciaba las exhibiciones caninas a las que acudiría.

Entre sus mensajes había uno anónimo que la dejó sin aliento.


Puedes huir pero no puedes esconderte.

Загрузка...