Capítulo Doce

Cooper's Corner estaba situado en el corazón de las colinas del norte de Berkshire. Tal y como Nick había prometido, era una aldea rural pintoresca, clásica de Nueva Inglaterra. Una calle principal con pequeñas tiendas y una heladería en una esquina.

– Típico USA -dijo Danielle con una sonrisa cuando cruzaron el pueblo.

– No dejes que los de aquí te oigan decir eso -el advirtió Nick; sonrió a su vez-. Se creen que son originales.

En el pueblo abundaban el encanto y la personalidad. En las calles viejas había grandes árboles que parecían llevar allí muchas generaciones. Las aceras tenían bultos debidos a las raíces de los árboles y las fachadas de las tiendas antiguas habían sido pintadas con colores en otro tiempo brillantes y apagados ya por el tiempo. El sol daba brillo a todo el conjunto y Danielle contuvo un momento el aliento y dejó que ese resplandor alcanzara las profundidades de su alma.

Allí se sentía en paz. A salvo.

Pero eso era una tontería. No sabía nada de aquel pueblo, nada de su gente, nada en absoluto aparte de que estaba demasiado cerca de sus humildes comienzos para estar tranquila.

Cruzaron Cooper's Corner, subieron una colina y entraron en un camino curvado, donde una señal de madera les daba la bienvenida a la posada Twin Oaks.

– Es aquí -comentó Nick, doblando la última curva.

La posada estaba delante; una granja remodelada, enorme, rodeada de verde. Desde su posición en lo alto dominaba el pueblo. Danielle la miró con el corazón en la garganta. Ese era un lugar para instalarse, para descansar. Cargar baterías.

– Es hermoso -susurró. Y se sintió un poco tonta por haberse dejado conmover de ese modo.

– La construyó mi bisabuelo, Warren Cooper, en 1875. Esos ciento sesenta acres fueron todo un legado.

Habían decidido dejar a Sadie en el coche hasta que hubieran hecho las presentaciones. Nick salió y movió la cabeza maravillado mirando la casa.

– Es increíble todo lo que le han hecho desde que la vi. Increíble. Deberías haber visto lo descuidada que estaba la propiedad hace solo seis meses.

– Es… confortable -no se le ocurría otra palabra.

– Sí -le tomó la mano justo en el momento en que se abría la puerta. Salió una mujer, que se cubrió los ojos con la mano a modo de visera para verlos mejor.

A Danielle le latió con fuerza el corazón. Aquello era el principio del fin. Desde allí iría a ver a Laura Lyn, la criadora de Sadie, y luego acabaría todo.

Nick se marcharía.

Se había dicho que era lo que ella quería, pero no era cierto. Verlo marcharse iba a ser lo más difícil que había hecho nunca.

– ¡Nick! -gritó la mujer. Se acercó corriendo y se abrazó a él. Era una mujer de treinta y pocos años, vestida con pantalón tejano y camiseta, y cubierta de pintura seca de varios colores-. Dime que traes noticias de la civilización.

– Te dije que después de una semana en el campo te volverías loca -repuso Nick, abrazándola-. Pero confiesa que esto te encanta.

La mujer se apartó con una sonrisa.

– Esto me encanta.

– ¿Y estás bien?

– Mejor que bien -saludó a Danielle con una inclinación de cabeza-. Hola.

– Maureen -dijo Nick-. Ella es Danielle. Mi…

Al ver que no terminaba la frase, la joven volvió la vista hacia él.

Nick la miraba con una expresión indefinible que de pronto la asustó. ¿Le contaría la verdad a Maureen después de haber prometido no hacerlo? No, no lo creía así, pero sí parecía que ocurría algo raro, porque la miraba como pidiéndole perdón, y ella no entendía por qué.

– Es mi prometida -dijo. Danielle dio un respingo.

Nick sonrió como si su reacción fuera perfectamente normal.

– Aunque todavía no se ha acostumbrado a oírlo. Hemos venido por aquí para dar una sorpresa a sus familiares.

Maureen lo abrazó de nuevo con un gritito de alegría. Nick miró, por encima de la cabeza de su prima, a Danielle, que estaba tan sorprendida, que una brisa ligera podría haberla tirado al suelo.

– ¿Prometida? -dijo con los labios, sin emitir sonido.

– Siento no haber avisado -comentó Nick para Maureen, pero mirando a Danielle-. Sabemos que aún no estáis listos para abrir y tenemos un perro enorme, pero esperábamos…

– Claro que podéis quedaros aquí -la mujer se apartó para darle un beso en los labios-. Voy a preparar una habitación. El interior sigue siendo un desastre lleno de pintura y otras cosas, y todavía no hay servicio…

– No importa -le aseguró su primo-. No necesitamos gran cosa.

– ¡Oh, Nick! ¡Qué emocionante! Estoy deseando contárselo a todos…

– Respecto a eso -el hombre la sujetó antes de que pudiera alejarse-. Esperamos guardar el secreto unos días más.

La mujer dejó de sonreír.

– ¿Es secreto?

– Por favor.

– ¿De verdad?

– De verdad.

Maureen emitió un suspiro hondo.

– Lo haré por ti, pero no me pidas que lo guarde mucho tiempo porque es demasiado sabroso. ¡Prometido! ¡Imagínate! -Se volvió a abrazar a Danielle sin previo aviso-. No sé cómo lo has atrapado, querida, pero me alegro mucho.

Danielle se sentía tonta con los brazos colgados a los costados, así que acabó abrazando desmañadamente a la otra.

– Bienvenida a la familia -dijo Maureen con tal calor, que Danielle se sintió llena de culpabilidad, que aumentó aún más cuando la otra entró en la casa.

– ¿Prometida? -preguntó con incredulidad mientras iban a sacar a Sadie del vehículo.

– No se me ha ocurrido un modo de decirle la verdad e impedir que se entrometiera. Querría ayudar.

– Oh.

– Y tú no quieres ayuda.

– Claro -tenía que recordar eso.

– No será por mucho tiempo.

Eso tampoco debía olvidarlo. Se prometió que no lo haría y sacó a Sadie del coche.


Danielle se acercó a la ventana de la habitación que les habían preparado y miró la ladera de la colina procurando no pensar.

Una habitación, una cama.

Preguntarse cómo había ocurrido aquello no servía de mucho. Su intención había sido estar sola, combatiendo el pánico, desde luego, pero también dispuesta a iniciar una nueva vida que no incluía nada ni a nadie aparte de a Sadie y a sí misma.

Pero no había podido librarse de Nick. No lo había intentado mucho porque, hora tras hora, minuto tras minuto en su compañía, riendo, hablando, huyendo… era toda una experiencia que no olvidaría nunca. A cada segundo que pasaba sabía que sería más difícil alejarse cuando llegara el final.

Y habría un final, siempre había un final.

Pero la expresión de su rostro cuando le dijo a Maureen que se iban a casar… Sabía que era solo parte de la historia que había tenido que inventar, pero se mostraba tan fiero, tan protector tan… satisfecho de considerarla suya.

Se recordó que estaba actuando. Y era muy buen actor. Maureen y Clint se habían mostrado muy amables. La mujer insistió en que se considerara como en su casa y le ofreció compartir las comidas e incluso prestarle el coche si lo necesitaba.

Y aquello hizo que se sintiera peor aún. Traicionaba su confianza al no decir la verdad, pero no podía decirla.

– Siento lo de la habitación para los dos.

No se volvió a mirar al hombre que la había rescatado ya más de una vez, el hombre que se había abierto paso hasta su corazón.

– Lo hice para reforzar la historia.

– Ah, sí, la historia -sintió que se acercaba hasta que su aliento le tocó el pelo.

– Maureen me conoce bien -dijo él-. No se habría tragado que no durmiera con mi prometida.

Danielle se volvió a él. Sus cuerpos no se tocaban, pero entre ellos emanaba un calor especial de todos modos.

¿Lo sentía también él?

Miró sus ojos verdes, cálidos y llenos de afecto, y pensó que tal vez sí. Forzó una sonrisa.

– Lo del compromiso sí parece que le ha sorprendido.

Nick hizo una mueca.

– Digamos que no tengo fama de ser hombre de compromisos.

– Seguro que lo entenderán cuando te marches. Les diremos que tienes que ocuparte del estudio de tus hermanas y que yo…

– No pienso irme.

Danielle tragó saliva con fuerza.

– Claro que sí. Es preciso. Tú volverás y yo iré a buscar a la criadora de Sadie y… -tenía la boca tan seca que no podía tragar-. Y luego seguiré mi camino.

– Quiero acompañarte a ver a la criadora.

– Eso no es necesario.

– Lo sé -colocó una mano en el alféizar detrás de ella, aprisionándola con su cuerpo-. Eres dura -dijo con gentileza-. Resistente y fuerte. Puedes afrontar lo que sea, ya lo he visto -le tomó una mano-. Me quedo por mí, no por ti. Quiero saber que esto acaba bien.

Casi nunca acababa nada bien para ella, pero confiaba en que esa vez fuera diferente.

Nick la miraba de aquel modo que la hacía temblar por dentro, y como empezaba a debilitarse, se apartó y estuvo a punto de tropezar con Sadie, que dormía en el suelo.

– ¿Cómo puede dormir así? -preguntó él, admirado, mirando a la perra, que, tumbada de espaldas, con las cuatro patas en el aire y la boca abierta, emitía un ronquido suave cada pocos segundos. Pasó encima de ella y se acercó a la cama-. Bueno, ¿cuándo nos vamos?

Danielle buscó algo en su expresión, aunque no sabía qué. ¿Compasión? ¿Pena? Algo que le posibilitara un ataque de orgullo que le permitiera apartarlo.

Pero él sonrió con la misma paciencia de siempre.

– Y cuando hagamos esto, ¿te irás y volverás a tu vida? -inquirió ella.

– Tienes mucha prisa por librarte de mí.

– ¿Te irás?

La sonrisa de él murió lentamente.

– Si consigues lo que buscas, me iré.

– De acuerdo -repuso ella con suavidad. Tomó la mochila-. Este es tan buen momento como cualquier otro.


Laura Lyn Miller, de Perros de Espectáculos Miller, no estaba en casa. En la puerta había un tablón con chinchetas para que las visitas dejaran notas, y teniendo en cuenta las fechas de las notas, llevaba al menos una semana fuera.

– Está en una exhibición -dijo Danielle con una voz neutral que no consiguió engañar a Nick.

Sabía que estaba contrariada y por primera vez en mucho tiempo se sintió indefenso.

Porque ella quería que se fuera y la dejara en paz.

Pero no podía dejarla hasta que supiera que se encontraba bien. El hecho de que además quisiera quedarse por otras razones pertenecía a su infierno particular.

– Solo necesito sus archivos -dijo la joven, mirando todavía la puerta cerrada-. Papeles que prueben que yo estuve en la vida de Sadie desde el principio, con mi propio dinero. Yo pagué la mayor parte de las vacunas y la comida y todo lo que necesitaba, y como Laura Lyn y yo estuvimos en contacto en las competiciones, ella podría ser testigo de ello.

– Volverá -Nick la llevó de vuelta al coche-. Y nosotros también.

La joven guardó silencio hasta que estuvieron en la carretera de regreso a la posada.

– Si está en el circuito que yo creo, estará fuera otra semana. Y…

Nick sabía que aquello no le iba a gustar.

– ¿Y?

– No está muy lejos de aquí.

– Pero Ted puede ir a buscarte allí.

– Es probable.

– Entonces esperaremos.

– Esperaré yo. Tú no puedes quedarte aquí una semana.

Cierto. Tenía una vida.

Cooper's Corner apareció a la vista, la aldea hermosa que siempre lo había atraído. Pequeña, personal. Única. Pensó que Danielle lo afectaba del mismo modo.

Cuando llegaron a la posada, la joven salió del coche antes de que él acudiera en su ayuda.

– Voy a sacar a Sadie a pasear un rato.

Sola. Aquello estaba muy claro.

Muy bien. Él también practicaría lo de estar solo. La observó alejarse, sujetar la correa de Sadie como si la perra fuera todo lo que tenía en el mundo.

Deseó llamarla, pero le pareció patético, así que volvió hacia la casa, donde podría estar solo y pensar. Tal vez incluso hablar con Maureen.

Le había pedido que investigara un poco a Ted, discretamente, sin explicarle por qué se lo pedía. Y confiaba en que obtuviera resultados. Lo que fuera. Y eso, combinado con el mensaje amenazador, el testimonio de Danielle sobre cómo había tratado a Sadie y lo demás que él pudiera encontrar, tal vez sirviera para volver las tornas a favor de la joven.

La joven que en ese momento se alejaba de él todo lo que podía.

En el porche de atrás, que cubría toda la longitud de la casa, había dos jóvenes a las que reconoció como las limpiadoras de Maureen.

Ambas le sonrieron.

– De descanso -dijo la pelirroja con buen ánimo. Se había desabrochado todos los botones de la blusa menos uno para poder atársela entre sus generosos pechos.

La otra se había subido el pantalón corto hasta una altura casi pornográfica y, como estaba tumbada boca abajo en la tumbona, se veía bien su trasero casi desnudo. La mujer sonrió por encima del hombro.

– ¿Quiere unirse a nosotras?

– Ahhh.

Decididamente, algo raro le pasaba, ya que vaciló y se volvió para ver si descubría a Danielle en la distancia.

Pero ella había desaparecido hacía rato.

Y su libido también.

Aterrorizaba pensar que hubiera podido robarle sus impulsos lujuriosos en tan corto espacio de tiempo, por lo que se volvió a las mujeres y miró sus cuerpos, decidido a obtener respuestas del suyo.

Nada de nada.

No había que darle vueltas. Lo que deseaba, lo que anhelaba, era a la esbelta, dulce y sexy Danielle de ojos húmedos.

Pero había un problema: a ella no le sucedía lo mismo.

Sabía que era medianamente guapo. No era presunción, sino realidad. También sabía que no era malo en la cama. El modo en que ella se aferraba a él, lo miraba a los ojos sorprendida, como si nadie le hubiera hecho sentir nunca lo mismo así lo indicaba.

Tampoco era su compañía, porque, aunque quisiera fingir otra cosa, le gustaba; lo veía en sus ojos y lo saboreaba en sus besos.

Y aunque no quisiera admitirlo, confiaba en él. Le había contado la verdad. Confiaba en él para ayudarla.

No había dejado que nadie más hiciera aquellas cosas.

Pero no quería confiar en él. No quería dejarle entrar.

Y sin eso, no tenían nada.

La pelirroja de los pechos generosos se movía en la tumbona, buscando acomodarse mejor, mientras lo observaba entre las pestañas para asegurarse de que él no se lo perdía.

– Lo siento, señoritas -dijo Nick, consciente de que estaba loco.

Pero algo en su interior le indicaba que se avecinaban problemas y su instinto no se equivocaba nunca. Se volvió y siguió a Danielle.

No estaba en el sendero. No estaba en los jardines. No estaba en ninguna parte.

Había desaparecido.

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