Capítulo 10

El domingo, Devon despertó en su propio dormitorio. Su padre había regresado la noche anterior y su aspecto había cambiado completamente, estaba contento y deseoso de burlarse de ella por sus salidas con Grant.

Se levantó, vistiéndose para bajar, confiando en que su padre no siguiera, por la mañana, sus burlas de la noche anterior.

Mientras entraba en la cocina pensó que él no se daba cuenta de que su libertad aún estaba en peligro. Anoche le había dicho que no tenía la menor idea del motivo por el que Grant le pidió que regresara pero aunque todavía no hubiera decidido si podría volver a la oficina el lunes, de todas formas había traído bastante trabajo con el para trabajar toda la semana siguiente en la casa.

– Aunque -añadió con los ojos brillantes de burla- no me extrañaría que hablara con alguno de nosotros dos antes del lunes.

Se había ruborizado, dándose vuelta, al ver en los ojos de su padre, a quien le resultaba imposible pensar que cualquier hombre que hubiera salido con ella un par de veces no lo siguiera haciendo. Comprendió que debería prevenirlo para el terrible destino que le esperaba pero no encontró palabras para hacerlo.

– Me quedé dormido -le dijo Charles Johnston, al entrar alegre en la cocina-. Sólo quiero algo ligero de desayunar y me pondré a trabajar en el comedor. ¿Crees que podremos comer en la cocina?

– Claro que sí, nunca soñaría en interrumpir tu trabajo -le afirmó Devon, sonriéndole, deseando en su interior decirle que no perdiera el tiempo haciendo trabajos que no eran necesarios… pero comprendió que no podría hacerlo.

Su padre regresó a la cocina a la hora de la comida, que se alargó más que el desayuno. Durante la misma, Devon se dio cuenta de que la estaba contemplando con cuidado.

– ¿Hay algo que te preocupa, Devon? -le preguntó con el rostro serio, al ver que apenas había probado la comida.

Esa era la oportunidad de decírselo, pero al ver el rostro querido, el cabello prematuramente blanco, sintió que debería dejarlo sentirse feliz durante un poco más de tiempo.

– No, nada -le contestó sonriendo… pero su padre la conocía muy bien, aunque, desde luego, no se podía imaginar de lo que se trataba.

– No te preocupes, estoy seguro de que Grant te hablará -le dijo con tono afectuoso, aunque ella sabía bien que la única comunicación que recibirían de Grant sería a través de su abogado. Después añadió, como si de repente se diera cuenta de lo que sucedía-: Ah, ¿no se trata de Grant, no es cierto? Es tu cita con el doctor McAllen mañana. Siempre te has puesto nerviosa antes de ir a verlo.

Cuando él salió de la cocina para volver al trabajo, Devon sintió deseos de llorar. Tuvo que hacerle creer que su único problema era la cita de mañana con el médico. Había estado a punto de llorar cuando él trató de tranquilizarla diciéndole:

– El doctor Henekssen dijo que tu última operación fue un éxito, ¿no es cierto? -ella le había sonreído y lo abrazó, sintiendo que no era justo: él cometió un robo, pero no en beneficio propio sino para el de ella.

Todavía no era muy noche cuando sonó el timbre de la puerta. Su padre había regresado a trabajar al comedor, después de un breve descanso, para tomar una taza de té y un emparedado, por lo que Devon fue a abrir la puerta.

Recordando lo que él había dicho de que Grant le hablaría, aunque incrédula, Devon no pudo evitar que le latiera el corazón con rapidez, mientras se dirigía a la puerta. Sin embargo, cuando la abrió y vio a Grant allí, mirándola con tranquilidad, como si nunca le hubiera dicho aquello de que: "la forma más segura de matar el deseo en un hombre es que una mujer se le lance a los brazos". Lo invitó a que pasara, volviéndose de espaldas a él, para que no viera el color rojo intenso en su rostro.

Fue Grant quien cerró la puerta y fue quien habló primero, pues ella no encontraba las palabras para decirle algo.

– He venido a ver a tu padre -le dijo con frialdad y el temor que sintió ella, hizo que se volviera con rapidez, mirándolo al rostro arrogante-. En privado -añadió.

– ¿Para qué quieres verlo? -le preguntó con sequedad, amándolo pero al mismo tiempo deseando golpearlo-. Si vas a preocuparlo quiero estar con él en ese momento -le dijo con vehemencia, sin importarle la mirada irritada que le dirigió.

– ¿Preocuparlo? -le preguntó molesto-. ¿Es que todavía no me conoces? Cielos, mujer, hemos vivido juntos…

– ¡Cállate! -le replicó-. No quiero que mi padre…

El escuchar que se abría la puerta del comedor, hizo que se callara. Era su padre que venía hacia el vestíbulo con la mano extendida, mientras decía:

– Me pareció haber escuchado su voz, Grant -al ver cómo le estrechaba la mano, Devon se sintió tranquila, pues sí su padre hubiera escuchado el comentario de Grant, nunca lo habría hecho.

– ¿Cómo va ese estudio? -le preguntó a su padre.

– Estoy trabajando en él.

– Si no le importa, quisiera verlo -le dijo Grant y los dos hombres entraron en el comedor, sin hacerle caso a ella. Grant regresó y cerró la puerta.

¡Canalla, cerdo! pensó, regresando a la sala, pero dejando la puerta abierta, mientras se sentía bañada en sudor. Una parte de su ser deseaba entrar y hacer que Grant Harrington dijera lo que tuviera que decir, frente a ella, mientras que la otra parte le recordaba que él le había dicho: "¿Es que todavía no me conoces?" En ese momento pensó: ¿cómo podría vivir con este hombre, reír con él, amarlo, si al final privaría a su padre de su libertad?

Tenía que haber algo en Grant que no fuera duro, agresivo y brusco, para que ella lo amara. Recordó sus tiernas caricias, pero no era sólo eso. Era sarcástico, pero también bondadoso. Había insistido en comprarle un traje de baño para que pudiera solearse. También fue considerado con ella, pero al mismo tiempo recordó que en dos ocasiones pensó que lo había olvidado todo y perdonado a su padre, sólo para percatarse de que no era cierto.

Le pareció que había transcurrido una hora antes de que oyera abrirse la puerta del comedor y cuando Grant salió, ya estaba allí, esperándolo y mirándolo furiosa.

– ¿Has estado escuchando junto a la puerta, Devon? -le preguntó frunciendo el ceño.

Ella pasó por alto su sarcasmo y le preguntó:

– ¿Qué le has dicho? -sin esperar su respuesta, intentó entrar, diciéndole-: Tengo que ir con él.

Una mano firme evitó que entrara, obligándola a acompañarlo hasta la puerta principal; allí se quedó parado, mirándole el rostro, serio y hostil. Era evidente que no pensaba contarle lo que habían hablado; en vez de ello, le preguntó:

– ¿Es para mañana tu cita con el médico?

¡Ya esto era intolerable! se dijo Devon, haciendo un tremendo esfuerzo para contener la furia que sentía al ver que la obligaba a quedarse allí con él, cuando lo que deseaba era ir a ver a su padre.

– ¿No me digas que lo has olvidado? -le replicó con tono lleno de sarcasmo.

– ¿A qué hora es la cita?

Furiosa, pero aparentando calma, Devon comprendió que cuanto más pronto le contestara la pregunta más rápido la dejaría ir.

– A las cuatro -le dijo con sequedad… y escuchó sorprendida cómo él, después de pensarlo un rato, le respondía:

– Tal vez exista la posibilidad de que a esa hora me encuentre libre para que te lleve en mi auto al consultorio.

– ¿Que tú me… -sin poder creerlo, lo contempló; después, recuperándose le recriminó de inmediato con firmeza-. ¡No quiero nada de ti, Grant Harrington!

Ahora que ya conocía su forma de mirar, comprendió que lo que le iba a decir no le gustaría.

– No me pareció que opinaras así, ayer por la mañana.

– ¡Canalla! -le dijo con violencia, pero sonrojándose la mismo tiempo.

– Cuando te veo así -le respondió Grant, arrastrando las palabras y con una mirada maliciosa, al observar su intenso sonrojo-, me siento inclinado a olvidar mis principios.

Ella había visto antes esa mirada, esa mirada diabólica en sus ojos que le decía que, sin importar si en aquellos momentos lo había desilusionado, en este instante volvía la necesidad que sentía de poseerla. Sin embargo, estaba segura de que había destruido a su padre con lo que le mencionó, estaba convencida de ello y por ese motivo le dijo con frialdad:

– Mi padre me llevará a la cita -y sin poder evitarlo le replicó con amargura-. Ya debe estar bastante molesto con lo que le has hecho, sin que yo añada a ello el quitarle el placer de acompañarme a mi última cita -al ver cómo Grant alzaba la vista hacia el techo, añadió-: Mi padre ha estado esperando tanto por esta última visita al médico como yo.

De pronto él le soltó el brazo.

– Está muy lejos de mi deseo el privarlo de cualquier anhelo -le declaró y se dio vuelta para abrir la puerta.

Mientras cerraba la puerta, una vez que él salió, Devon pensó que ése había sido el momento más sarcástico de Grant; no sólo estaba lejos de no desear privarlo de nada, sino que, además, estaba a punto de privarlo de su libertad.

Pero al regresar al comedor comprendió que nunca había estado más equivocada.

– Pensé que preferirías que te dejara acompañar a Grant hasta la puerta -le dijo Charles Johnston sonriendo feliz, al ver cómo se sonrojaba.

Aquí hay algo raro, pensó. No parecía deprimido en lo más mínimo.

– Este… ¿Grant estuvo contigo mucho tiempo? -le preguntó, esperando su respuesta.

– Estaba revisando el trabajo que hice -le respondió, después de un rato. Entonces su sonrisa se hizo todavía más amplia, estaba bastante feliz para no contárselo todo-. Tan pronto como haya terminado este trabajo regresaré a mi viejo empleo.

Esa noche, en la cama, Devon lloró. Se dijo que no era más que el alivio que sentía de la tensión que la había dominado desde el regreso de Suecia, pero sabía bien que no era cierto. Grant había sido mucho más generoso de lo que pudo pensar; sin hacerle pagar la deuda que tenía con él, le dijo a su padre que terminara el proyecto en el cual estaba trabajando y que, aunque posiblemente en estos momentos no hicieran la planta nueva, le interesaba mucho su opinión sobre ese asunto.

Lloró de nuevo al recordar lo que su padre le había mencionado, con esa mirada llena de felicidad.

– Le dije a Grant que esperaba terminar los cálculos durante el fin de semana y él me contestó, como si fuera la cosa más natural del mundo: "Entonces, dentro de una semana, a partir del lunes, espero verlo de nuevo en su escritorio, Charles". Cuando lo miré sorprendido, me estrechó la mano y me dijo: "Ya ha sufrido bastante, hombre".

¡Oh, Grant! se dijo llorando y sintiendo que lo amaba aún más. Debió haberlo conocido mejor y no lo había hecho. Debió darse cuenta de la forma en que la trató, cómo la había hecho descansar, incluso en contra de su voluntad, a pesar de lo mucho que le dolió que su padre rompiera la confianza que él y su padre le habían depositado; existía una bondad en él que compensaba su dureza.

Esa noche, su mente estaba tan llena de Grant que, al levantarse la mañana siguiente, se dio cuenta sorprendida de que, aunque le pareciera imposible, ni en un solo momento había recordado que hoy tenía que ir a la consulta del doctor McAllen.

En ocasiones anteriores, cuando tenía que ir al médico, siempre pasaba la noche sin dormir, pero ahora tuvo que reconocer que la noche anterior la había dedicado por completo a Grant, sin haber tenido tiempo de recordar su cita de las cuatro de la tarde.

Su padre se reunió con ella en la cocina a la hora de la comida y, cuando se levantó para regresar al trabajo, esperó que le mencionara si él pensaba acompañarla a la clínica; al ver que no lo hacía tuvo la impresión de que, a pesar de lo mucho que la quería, se había olvidado de ella.

– Me iré a las tres y cuarto -le comentó, para recordárselo. Hubo un momento en que le pareció que se sentía incómodo y añadió-: Ya soy una persona mayor, papá, ¿te importaría que fuera sola?

Él la miró con seriedad y después le dijo con tono sincero.

– Quiero lo que tú desees, Devon.

Lo besó, diciéndole que regresara a trabajar, comprendiendo que el motivo por el que prefería quedarse trabajando en vez de acompañarla a su última cita era que como no podía pagar a Grant lo que le debía, deseaba demostrarle el interés que ponía en el trabajo.

Mientras esperaba su turno para ver al doctor McAllen, no podía dejar de pensar en aquella palabra: "pagarle". Cada vez se sentía más preocupada por lo que le debían a Grant.

– Hola, Devon -le dijo el doctor McAllen cuando, apretando nerviosa el bolso de mano, entró a verlo-. Vamos a revisarte, ¿quieres?

Al salir del consultorio se sentía llena de felicidad y aún recordaba lo que el doctor McAllen le había dicho.

– Me imagino que no lamentarán no tener que volver a verme.

– ¿Quiere decir que no tengo que volver de nuevo? -le preguntó con voz entrecortada.

Consciente de su nerviosismo, le había sonreído.

– Estás completamente sana -le aseguró-. El doctor Henekssen te realizó una magnífica operación, Devon… tienes que estarle muy agradecida.

Lo primero que tendría que hacer sería escribir al doctor Henekssen la mejor carta de agradecimiento que nunca hubiera recibido. El doctor McAllen tenía razón, tenía mucho que agradecerle, pensó al llegar a un parque lleno de flores de colores brillantes y alegres, tal como se sentía ella.

Y no sólo a él, pensó, mientras se sentaba en un banco; también al doctor McAllen. Y a su padre… nunca podría pagarle lo que había hecho por ella, no sólo por todos esos años de cuidados, mimos, comprensión y felicidad, sino ese último y enorme gesto que había tenido hacia ella… el sacrificio de su integridad.

Sentía amor por su padre, pero también gratitud y admiración, pues había demostrado valor para hacer lo que hizo, aunque para los ojos del mundo fuera incorrecto. Tuvo que costarle mucho hacerlo, pero si no hubiera sido por Grant le habría costado aún mucho más.

Sabía que no podría transcurrir mucho tiempo sin pensar en Grant, pero al enterarse por medio de las palabras del doctor McAllen que estaba completamente sana, comprendió que tenía que darle las "gracias" a Grant. Era su obligación, sin embargo él no quería su pago. Sus palabras, rechazándola por haberse lanzado a sus brazos todavía la lastimaban. Y, sin embargo, la noche anterior observó de nuevo esa mirada de fuego en sus ojos cuando le comentó: "Cuando te veo así me siento inclinado a olvidar mis principios".

¿De qué principios hablaba? ¿Era, como le había dicho en una ocasión, que no estaba dispuesto a exigirle el cumplimiento de su compromiso hasta que hubiera visto al doctor McAllen?

No tuvo idea del tiempo que permaneció allí sentada. Estaba envuelta en una confusión que no le permitía pensar con claridad. Comprendía que le debía un acto de agradecimiento a Grant, pero esa gratitud estaba mezclada con pensamientos relacionados con su integridad, pensamientos de que le debía algo más que un agradecimiento, contradichos por otros que le indicaban que su compromiso había quedado cancelado por lo que le había dicho. De todas formas, al recordar la forma en que lo maltrató se dijo: "¿Cómo ir a donde estaba él para decirle que los Johnston siempre pagaban sus deudas?" ¿Y quería hacerlo? Temblorosa, se levantó del banco y se retiró del parque, aún pensando en Grant y en lo que le debía. En ese instante se dio cuenta de que se encontraba en una zona de la ciudad en la que si se dirigía hacia un rumbo iría directamente a su casa, mientras que si tomaba el otro llegaría a la casa que había compartido con Grant.

Lo amo, se dijo y, sin pensarlo más, se dirigió hacía su casa. Durante el resto del camino Devon trató de no pensar. Ya se sentía lo bastante confundida, sin tener que meditar en lo que le diría cuando lo viera. En realidad, no sabía por qué iba a su casa, aunque algo en su interior la obligaba a hacerlo.

Contempló su reloj al llegar a la avenida en donde vivía Grant y se sorprendió al ver que eran las seis y media. El doctor McAllen, como siempre, se había retrasado, pero ¿era posible que hubiera estado sentada en el parque todo ese tiempo?

Al acercarse a la casa, pensó que esa hora con seguridad Grant se encontraría de regreso de la oficina, pero al llegar frente a la misma observó que su coche no estaba… Grant no estaba en casa.

No pudo explicarse por qué siguió caminando, estaba bastante confundida para pensar en nada; incluso tocó el timbre de la puerta una vez que subió los escalones.

Era evidente que nadie le abriría, pero, a pesar de todo, no pudo moverse de allí. Su terquedad no le permitía reconocer su derrota, no después de haber llegado tan lejos, pues sabía con seguridad que si no veía hoy a Grant, no lo vería nunca más, y nunca tendría el valor para visitarlo de nuevo.

Cuando estaba allí parada, recordó de repente que tenía en el bolso la llave de la casa. Al mismo tiempo, pensó que su padre estaría en casa y que tal vez estaría preocupado por su tardanza.

Eso pareció decidirla. Dependiendo del tránsito, todavía le quedaban a su padre otros cuarenta y cinco minutos para empezar a preocuparse por ella porque no regresaba.

Abrió la puerta principal y entró en la sala, donde sabía que encontraría un teléfono. Sin embargo, después de marcar el número de la casa y decir a su padre que estaba sana, que el médico McAllen le había dicho que su colega Henekssen hizo una operación perfecta, se dio cuenta de que no comprendía lo que decía su padre sobre algo relacionado a que había una "equivocación".

– ¿Desde dónde me hablas, Devon?

Después de despedirse de él, había colgado el auricular y fue entonces que, asombrada, se preguntó qué estaría pensando su padre por la respuesta que le había dado:

– Estoy en casa de Grant.

Sintiéndose de repente débil, se sentó e hizo un esfuerzo para recuperarse. Diez minutos después lo logró parcialmente, pudiendo comprender que, feliz ante lo que le había dicho el doctor McAllen, llena de amor hacia Grant, necesitando estar con él… había inventado disculpas para verlo, cuando la realidad era que había deseado que Grant fuera el primero en enterarse. ¡En medio de la necesidad que sentía de compartir su alegría con él, no había recordado que aquel a quien ella quería no la amaba a su vez!

Se levantó y se dirigió hacia la puerta a toda prisa, sonrojándose al pensar qué diría Grant si entrara y la encontrara allí, sentada en su sofá. Cruzó el vestíbulo, abrió la puerta y salió al exterior, quedando paralizada al escuchar el rugido del motor del auto que llegaba a toda velocidad.

Se detuvo el coche y vio que Grant saltaba de él, dirigiéndose con rapidez hacia donde ella se encontraba. Vio la expresión sombría de su rostro y no le extrañó cuando la tomó por el brazo y le gritó:

– ¿Qué demonios haces aquí?

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