Capítulo 5

A la mañana siguiente, cuando se reunieron para desayunar ella y su padre, comprendió que habían dormido muy poco, por la apariencia de los dos.

No podía dejar de pensar en lo que le había dicho Grant Harrington: "Llámeme por teléfono el viernes". ¿Había querido decirle que le daba hasta ese día para que decidiera si se iba a vivir con él, o que entonces llamaría a sus abogados?

– Anoche te acostaste enseguida que llegaste -le dijo su padre mientras secaba los platos que ella acababa de lavar-. No me diste la oportunidad de preguntarle cómo había estado la película.

Por su propio bien, Devon tenía que mentirle y fingir que había ido al cine. ¡Le daría un infarto si le dijera en dónde estuvo y lo que se había hablado allí!

– He visto mejores películas en la televisión -le contestó.

Se sintió aliviada cuando él le dijo que pensaba ir a la biblioteca para entregar los libros que tenía y tomar otros. El tiempo que le llevaría eso le permitiría a ella hacer lo que deseaba.

– Si quieres estar de vuelta para la hora de la comida, es mejor que te marches ya.

– Sí, cuando voy allí pierdo la noción del tiempo, ¿no es cierto?- reconoció él haciendo un esfuerzo para sonreírle.

Media hora más tarde, después de verlo alejarse por la ventana de la sala, tomó el teléfono y marcó con dedos temblorosos el número de la empresa en la cual él había estado trabajando durante los últimos veinticinco años.

El conseguir hablar con la secretaria de Grant Harrington no fue difícil. Al decirle su nombre, sonrojándose profundamente, pensó que la eficiente empleada no habría olvidado las instrucciones que le había dado su jefe.

– Le aseguro que el señor Harrington está esperando mi llamada -le insistió cuando la secretaria le dijo con firmeza que podía dejar cualquier mensaje y que ella se lo daría.

Se quedó esperando, segura de que Wanda contaría hasta veinte y después le diría que el señor Harrington no deseaba hablar con ella.

– ¿Sí? -le preguntó una voz cortante que no esperaba oír.

– Oh… este… hola, señor Harrington… este… Grant -le respondió, luchando para encontrar las palabras adecuadas-. Soy Devon John…

– Ya lo sé.

– ¿Puedo ir a verlo?

– Estoy muy ocupado. Además, sólo hay una palabra que quiero oír de usted. No tiene que venir a verme, para decirme "sí" o "no".

– Yo… quería… preguntarle algo -sabía que no se encontraba en posibilidad de poner condiciones, pero el recuerdo del rostro agotado de su padre la hizo insistir-. Es muy importante.

Se produjo un largo silencio, durante el cual comprendió que él estaba pensando, al igual que ella.

– Tengo una junta en una media hora… pasaré por su casa.

El que no le hubiera colgado el teléfono antes de despedirse era una cortesía que no había esperado, se dijo. También le demostró con toda claridad que no quería que ninguno de la familia Johnston le manchara la alfombra de su elegante oficina. Pero el que le dijera que iría a verla era algo que nunca había pensado. Sin preocuparse por preguntarle si su padre se encontraba en la casa o no, venía a verla para discutir su terrible proposición.

Unos minutos después, se detuvo frente a la casa un coche elegante y, como sabía que el tiempo de Grant Harrington era muy valioso, estaba esperándolo en la puerta cuando él atravesó el jardín.

– Pase -lo invitó sin necesidad, pues él, sin hablarle, ya había entrado-. Vamos a la sala.

Una vez que entraron y sin siquiera sentarse le habló.

– Anoche le dije que mi padre está muy mal. Lo que deseaba pedirle, hablar con usted, era… este… la posibilidad de que usted le dijera que no pensaba acusarlo ante los tribunales.

Él la comprendió de inmediato.

– ¿Está queriendo decirme que si hoy tranquilizo a su padre su respuesta sería sí?

– Amo a mi padre -fue lo único que le contestó y sintió deseos de golpearlo cuando le contestó con sarcasmo.

– ¡Qué pena me da!

No le respondió de inmediato y sintió todos los nervios en tensión al ver cómo sus ojos la recorrían y observó de nuevo aquella luz en su mirada que había visto en una ocasión anterior en su oficina.

– Venga acá. Dado lo que me va a costar esto, quisiera probar la mercancía antes de comprometerme a algo semejante.

Al parecer no lo obedeció con la suficiente rapidez, pues sus brazos largos se extendieron y la sujetaron con fuerza, acercándola contra él. Para besarla la alzó del suelo y en ese instante sintió un intenso dolor en la cadera que le hizo lanzar una exclamación de dolor y en el momento en que la besaba.

Grant Harrington la dejó en el suelo y la apartó, mirándola con frialdad mientras la amenazaba.

– Si no va a cooperar, es mejor que nos olvidemos de todo.

– Cooperaré -le dijo de inmediato, olvidando todos los temores que sentía por la operación-. Siento… mucho lo que acaba de pasar. Es sólo que… en ese momento estaba pensando en muchas cosas. Estaba…

– Si tan sólo me dice una palabra sobre ese cuento fantástico de su operación le haré tragar todas sus mentiras.

La forma agresiva en que le habló le demostró que Grant Harrington no estaba acostumbrado a que sus besos dejaran fría a una mujer. Reconociendo por primera vez que tenía cierto atractivo y que seguramente tenía muchas mujeres deseando sus besos, aunque desde luego no ella, le dijo enseguida:

– Ya me olvidé de esa… esa historia. La realidad es que me preocupa mucho lo que diré a mi padre… no tengo la menor idea de lo que voy a decirle cuando me vaya a vivir con…

– ¿Qué es lo que normalmente le dice cuando se va a viajes de ese tipo?

– Yo… yo pensaré en algo -le replicó, ansiosa de volver a presentarle la solicitud de que le dijera a su padre que no tendría que enfrentarse a una acusación.

– Estoy seguro de que lo hará -le dijo sin la menor duda.

– Y usted… -vaciló y después continuó-: ¿Usted le hablará por teléfono?

– Hablaré con él.

Aún no se sentía tranquila y tenía otra cosa que preguntarle.

– ¡Puedo pedirle que… que no le diga… lo que hemos convenido?

La forma en que la miró la hizo comprender que no le iba a gustar lo que le diría.

– ¿Aún sigue pensando que usted es tan inocente como hacen creer esos grandes ojos de niña? -le preguntó y era evidente que no creía en su apariencia de inocencia. Eso la irritó, pero comprendió que no podía darse el lujo de provocarlo.

– ¿No piensan todos los padres que sus hijas son perfectas?

Antes de marcharse, él dijo con dureza.

– No seré yo quien destruya sus ilusiones.

Pero él no llamó por teléfono a su padre. Durante el resto del día, después de que Charles Johnston regresó de la biblioteca, Devon contestó sobresaltada el teléfono cada vez que sonaba. Transcurrió la comida, la hora del té y, poco después de que terminaron de cenar, sonó el timbre de la puerta. ¡Quizá fuera Grant!

– Abriré -le dijo su padre y, como ya estaba a mitad de camino hacia la puerta, Devon tuvo que dejarlo.

Sin embargo se sentía muy nerviosa para esperar tranquilamente, así que se levantó y lo siguió al vestíbulo, llegando en el preciso momento en que él abría la puerta y exclamaba:

– ¡Grant!

Él entró y, después de lanzarle una rápida mirada a ella, le dijo a su padre:

– Quisiera hablar un momento en privado con usted, Charles, si es posible.

Deseaba con desesperación enterarse de lo que hablaban en el comedor, a donde había llevado su padre a Grant. Incluso llegó a pensar en entrar con una bandeja con café para interrumpirlos y poder darse cuenta, por la expresión de sus rostros, cómo se desarrollaba la conversación. Le costó trabajo contener ese impulso.

Estaba segura de que su padre no le diría una sola palabra a Grant sobre su operación, pero temía lo que pudiera decir Grant.

Cuando finalmente se abrió la puerta del comedor, Devon se encontraba en el vestíbulo, pues no soportó quedarse sentada tranquila en la sala. ¡Una rápida mirada al rostro de su padre le hizo comprender que Grant Harrington había cumplido lo prometido!

Se sintió llena de felicidad al ver cómo en treinta minutos su padre se había quitado de encima una carga insoportable. Al ver la alegría que brillaba en sus ojos, comprendió que, cualquier cosa que Grant le hubiera dicho, no la había mencionado.

– Acompañaré al señor Harrington hasta la puerta, papá -le dijo al ver acercarse a los dos hombres.

Charles Johnston vaciló y después le sonrió, pensando, con seguridad, en la diferencia que había entre la actual Devon y aquella otra que nunca antes había acompañado a alguien hasta la puerta, para que no la vieran caminar cojeando.

– Lo dejo en tus manos -le dijo aún sonriente; estrechó la mano a Grant y entró en la sala.

Sintiéndose feliz al ver contento a su padre, Devon ni siquiera pensó en el precio que tendría que pagar por hacerlo feliz. Al llegar a la puerta principal, estuvo a punto de decirle palabras de agradecimiento a Grant, pero fue él quien habló primero.

– ¿Ya pensó en algún motivo que explique su ausencia de la casa? -le preguntó en tono suave.

– Este… no -le contestó y en ese instante Grant le avisó:

– Creo que no será necesario que busque una disculpa.

Devon no comprendió con exactitud lo que quería decirle, pero le sonrió y lo miró con ojos llenos de alegría y gratitud.

– Oh, gracias, Grant.

– Me imagino que puede decir "gracias" con más calor, ¿no es cierto? -le dijo con un leve tono de burla, pero mirándola fijamente al rostro.

Cuando los brazos de Grant se cerraron alrededor de ella y alzó el rostro para besarlo, comprendió que eso era lo que él deseaba. En esa ocasión no pudo quejarse de falta de cooperación, pues con todo gusto, aunque de forma inexperta, lo besó, agradándole cómo su boca le hizo abrir ligeramente los labios.

Estaba casi sin aliento cuando al fin él la soltó, pero estaba dispuesta a darle las gracias de nuevo. Ella pensó que, cuando le había dicho que no era necesario que buscara una disculpa, sólo podía referirse a una cosa… que Grant Harrington no sólo perdonó a su padre sino que era evidente que lo había pensado otra vez y que canceló por completo la deuda… esto quería decir que ya no era necesario que fuera a vivir con él.

– Esto ha estado mucho mejor -le dijo Grant-. Aunque estoy seguro de que podrá mejorarlo.

Su sonrisa comenzó a desaparecer.

– Yo… este… -tartamudeó sintiéndose como alguien que no sabe nadar y lo lanzan a unas aguas profundas. No estoy… este… segura… pensé que usted había querido decir que… que… lo que habíamos convenido quedaba cancelado -él no hizo el menor esfuerzo para ayudarla-. Que… -luchó para encontrar las palabras-, que no tendría que ir a vivir con usted.

Ahora fue él quien sonrió y no le gustó a Devon, pues no había sinceridad en esa sonrisa, mientras extraía del bolsillo del pantalón una llave.

– No soy tan filantrópico -fue directo al punto, dándole instrucciones-. Tengo que salir varios días en viaje de negocios, lo cual le dará el tiempo necesario para recoger su equipaje -mientras ella lo miraba sin poder creerlo aún, le ordenó-: Regresaré el viernes… ¡esté allí!

– ¿Que esté allí? -repitió y escuchó lo último que tenía que decirle antes de salir.

– Si no cumple lo que me prometió, Devon Johnston, no sentiré remordimiento alguno en cancelar lo que acabo de decir a su padre.

Despacio, Devon regresó a donde su padre se encontraba, esperándola con dos copas de jerez ya llenas.

– Esto requiere celebrarlo -le dijo con tanta felicidad que tuvo que sobreponerse a su tristeza. ¡Hoy era martes y estaba temblando y temerosa por lo que sucedería el viernes!

En los días siguientes, su padre le contó la conversación que había sostenido con Grant Harrington, dejándola sin aliento ante la ingenuidad del hombre y entonces pudo comprender con claridad el comentario que había hecho Grant y que ella malinterpretó.

Su padre le explicó que Grant estaba decidido a acusarlo pero, después, al pensar en los muchos años que había servido con lealtad a la empresa, y lo que hubiera pensado su padre, si mandaba encarcelar a su viejo amigo, comprendió que no podría hacerlo.

Lleno de alegría añadió que, aunque Grant le dijo que tenía que pensarlo muy bien antes de volver a darle su antiguo trabajo, había algo que podía hacer por él, para mantenerlo en la nómina y que nadie pudiera pensar que había dejado la empresa por algún problema.

Naturalmente su padre había aceptado la oportunidad; se trataba de un estudio de factibilidad en una zona alejada de Escocia. La idea era que después de que él terminara los estudios de costos, se decidiría si se montaba una planta allí. En apariencia Grant había pensado en él para el trabajo debido a su habilidad con las cifras.

– Por supuesto que esto es totalmente secreto -le había dicho Charles Johnston y Devon se vio obligada a sonreír. Sabía muy bien que Grant Harrington nunca abriría una planta en ese pueblo lejano de Invercardine.

Su padre siguió diciéndole las cosas que tendría que llevar con él y eso le hizo recordar que tendría que buscarle ropa de más abrigo. Pero, mientras lo escuchaba, en su mente se repetía la pregunta: ¿por qué era ese interés de Grant Harrington de enviar lejos a su padre?

– ¿Cuánto tiempo tendrás que estar por allá? ¿Te dijo algo sobre ello el señor Harrington? -le preguntó, sospechando algo.

– Grant piensa que puedo terminar el trabajo en un mes -maldito canalla, pensó, confirmando con su respuesta, lo que había sospechado-. Estuve a punto de preguntarle si podías venir conmigo, pero en el transcurso de la conversación él mencionó que quizá tuviera que quedarme un poco más de tiempo; entonces recordé que pronto tendrás que ir a ver por última vez al doctor McAllen, así que decidí no preguntarle.

– ¿No le hablaste de la cita que tengo con el doctor McAllen?

Él le sonrió, tranquilizándola antes de contestarle.

– ¿Por quién me tomas?

Ella le sonrió de nuevo, pues tenía mucha importancia para ella que no sospechara sus problemas. Después lo escuchó, mientras le hablaba sobre lo intensamente que iba a trabajar para hacer todo lo posible para estar de regreso para acompañarla a la cita con el médico.

Él la había acompañado a todas las citas anteriores y parecía justo que la acompañara ahora en que era casi seguro que recibirían buenas noticias. Al pensar en todo lo que él había hecho por ella, tuvo que hacer un esfuerzo para contener las lágrimas.

– Tengo que buscarte ropas de abrigo, así que mejor me dices para cuándo piensas marcharte.

– Tengo que partir el viernes por la mañana -le contestó y ella no se sorprendió-. Aunque sólo Dios sabe cuándo llegaré allá; por lo que parece es un lugar en los páramos.

Observando cómo se alejaba de la estación el tren que llevaba a su padre, Devon se sintió contenta recordando su apariencia y pensando cómo era posible que se hubiera recuperado tanto desde el pasado martes. Sin embargo, se sintió furiosa cuando regresó a la casa y comenzó a guardar en la maleta las prendas que se llevaría con ella, aunque comprendió que todo ese enfado era inútil, pues cumpliría su parte del terrible convenio que le había obligado a aceptar Grant Harrington.

Canalla, pensó maldiciéndolo, mientras cerraba la segunda de las maletas, sin agradecerle la facilidad con la cual le había quitado del camino a su padre. Sin duda alguna que a Harrington le sobraban los expertos que podían hacer el tipo de estudio que había encargado a su padre.

Después de la comida, pensando que ya no podría aplazar más lo que tenía que hacer, Devon comprobó que llevaba la llave que Grant le había dado y salió con las maletas. No pudo conseguir un taxi y tuvo que hacer el viaje en autobús y después caminar casi un cuarto de kilómetro cargando las maletas.

Cuando llegó a la casa, se sintió agotada y dejó las maletas junto a la puerta, mientras tocaba el timbre. Como ya se lo había imaginado nadie le abrió, por lo que, usando la llave entró a la casa.

Con expresión decidida en el rostro, subió las maletas hasta la planta alta y revisó varios de los dormitorios. El que por lógica era el de él era una habitación grande, de techo alto y en la que había la cama más enorme que nunca hubiera visto. Salió de la habitación e hizo un esfuerzo para no pensar en la enorme cama, diciéndose que necesitaba una cama tan grande por ser un hombre muy alto, pero que ella no iba a dormir… dormir ahí con él.

El siguiente dormitorio le pareció mucho mejor, con su cama sencilla, y ahí dejó sus maletas.

Pasó la siguiente hora ocupada en encontrar ropa de cama para preparar la suya y después vaciar las maletas y colgar la ropa. Cuando terminó, se sentó en un pequeño sillón de la habitación para descansar. La cadera comenzaba a molestarla, lo cual no era sorprendente pues en ningún momento había descansado como le había ordenado el doctor Henekssen. Además hoy había cargado las maletas.

Dejó escapar un sollozo y, de súbito, sintió que no podría soportar estar en esa casa extraña durante más tiempo. Recogió su bolso de mano y salió a la calle.

Caminó un kilómetro aproximadamente y en el primer café que se encontró se sentó a descansar. Cuando bebió la segunda taza de té ya se había tranquilizado y se sintió lista para regresar; aunque no deseaba vivir con Grant Harrington, al menos se sentía más calmada, pensando que al hacerlo, su padre podría disfrutar de un futuro lleno de tranquilidad.

Al llegar a la parada del autobús se percató de que acababa de pasar uno, pero no se preocupó, pues Grant Harrington no le había dicho una hora específica a la cual regresaría y, suponiendo que cuando lo hiciera pasaría primero por la oficina, no debería llegar a la casa antes de las cinco y treinta. Miró su reloj y vio que aún eran las cuatro y cuarenta y cinco.

No había muchos autobuses en esa zona de la ciudad y como era la hora de más tránsito no fue sino hasta casi las seis cuando llegó a la casa de Grant Harrington.

Vio el automóvil largo y elegante estacionado frente a la puerta y se detuvo un momento, pensando si debería llamar y esperar a que le abriera. Al fin se decidió por abrir con su llave… ahora vivía aquí, ¿no era así?… temporalmente. Durante muy poco tiempo, si podía lograrlo.

Entró en la sala pensando que, como él con seguridad acababa de llegar, no estaría molesto con su tardanza. Pronto se dio cuenta de que estaba equivocada, al ver la expresión sombría en el rostro de Grant Harrington, mientras la miraba acercarse. Comprendió que estaba bastante furioso y no perdió el menor tiempo en hacérselo saber.

– ¡En dónde demonios ha estado! -exclamó con violencia, antes de que pudiera explicarle que había perdido un autobús-. ¡Le dije que estuviera aquí cuando yo regresara -le gritó lleno de ira.

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