Capítulo 8

– Aquí tiene una buena taza de café, señorita Johnston.

Devon apartó sus pensamientos sombríos al ver el rostro de la señora Podmore, la mujer que hacía la limpieza de lunes a viernes, desde las nueve de la mañana hasta el mediodía y que le traía la taza de café de las once de la mañana hasta el sillón en donde estaba recostada, tomando el sol.

Al saber que era inútil protestar y decirle que ella podía prepararse su propio café y, si era necesario, el de la señora Podmore inclusive, Devon le contestó con un cortés, "gracias, señora Podmore". La buena señora, comprendiendo que la convaleciente no parecía dispuesta a charlar, regresó a la casa.

Sin prestar atención al café, Devon volvió de nuevo a sus pensamientos no muy felices. Ya llevaba más de una semana en casa de Grant y aún no había ocurrido nada. Además de sentirse nerviosa e intranquila, comenzaba a estar cansada de la situación. Cansada de Grant Harrington y su lengua brusca e irónica. Aunque parecía cuidarla en extremo y no le permitía hacer nada en la casa, no le ocultó que aún seguía pensando en poseerla… así que, ¿por qué demonios no hacía algo de una vez?

Hoy hacía una semana que le había presentado a la señora Podmore, diciéndole:

– La señorita Johnston se está recuperando aquí mientras su padre está fuera en viaje de negocios -después de advertirle que acababa de salir del hospital en donde había sufrido una delicada operación, añadió-: Puede ser que la señorita Johnston quiera ayudarla en asuntos de la casa, pero le agradeceré mucho, señora Podmore, que procure que descanse todo lo posible.

– Yo puedo arreglar mi propia habitación -había comentado Devon interrumpiéndolo, sólo para recibir una mirada protectora de Grant, quien, dándole unos golpecitos en el brazo, había dicho:

– Querida Devon, sabes muy bien que todavía no puedes hacer la cama -después se volvió hacia la señora Podmore, que ahora sonreía tranquila, al ver que no compartían la misma cama, y le había dicho-: La señorita Johnston aún no debe alzar y dar vuelta a los colchones, aunque estoy seguro que lo negará.

La señora Podmore recibió una prueba adicional de que la historia de Grant sobre su operación era cierta, cuando aquella noche él le trajo un traje de baño que le había comprado, entregándoselo mientras le decía:

– Toma un poco de sol mañana.

No tenía intención de usar nada que él le hubiera comprado, pero al siguiente día hizo tanto calor que a las once ya se había puesto el traje de baño y había salido a tomar el sol, pensando que sus rayos, con toda seguridad, le harían bien a la cicatriz. Cuando la señora Podmore vino a traerle un refresco y vio las cicatrices le dijo:

– Pobre niña.

A partir de ese momento la había cuidado como si hubiera sido sólo ayer cuando se había operado. La única satisfacción que le quedó a Devon en esa situación fue hacerse la cama temprano por la mañana, antes de que llegara la señora Podmore.

Distraída, extendió la mano para tomar la taza de café, mientras pensaba en aquello que realmente la preocupaba. Grant la había llevado a cenar fuera un par de veces, aunque lo más frecuente era que la señora Podmore le preparara alimentos que sólo tenían que calentar por la noche para cenar. Ayer, al igual que el domingo anterior, la había llevado a dar un paseo en coche, por lo que en realidad no podía decir que estaba aburrida de quedarse siempre en la casa. Sin embargo, lo que la mantenía despierta por las noches era la creciente ansiedad, el creciente temor, pues comprendía que él aún quería recibir su pago, pero cada noche la enviaba a su dormitorio y el tiempo seguía pasando… sin que intentara cobrarse. No podía mantener a su padre en Escocia indefinidamente; su padre era demasiado astuto para no darse cuenta de que había algo extraño si después de terminar sus estudios le decía que debía permanecer allá. Y ella tenía que estar de regreso en la casa cuando él llegara.

Le tembló la mano, obligándola a dejar con rapidez la taza de café sobre la mesa, al recordar la pregunta que le había hecho Grant en una de sus charlas después de cenar, sobre la afirmación que había hecho de que no soñaría en casarse con nadie hasta que su médico la diera de alta por completo. Le había insistido que, aunque sus temores de un retroceso de su estado eran cada vez menores, seguía necesitando recibir esa última confirmación del doctor McAllen, antes de que pudiera estar segura de que podía ser como cualquier otra joven.

Recordó que se había burlado de ella un poco, pero no la hizo cambiar de opinión… y, al darse cuenta de ello, él se había quedado pensativo.

De nuevo, Devon comenzó a sentirse dominada por el pánico al ver su aspecto pensativo. Aunque a él no le importaba con quién se casara, siempre y cuando no fuera con él, ¿habría decidido esperar para tomarla hasta que hiciera su última visita al doctor McAllen? ¡Oh, Dios, pensó, su cita era dentro de dos semanas! Sólo Dios sabía cuánto tiempo le tomaría después de eso a Grant para cansarse de ella. Y si no se cansaba enseguida… su padre regresaría… ¡Oh Dios!…

Deseando terminarlo todo antes del regreso de su padre, recordó aterrorizada que él siempre la había acompañado a todas las citas. ¿Qué sucedería si decidía regresar rápidamente para acompañarla a su última cita? Sus pensamientos coincidían en un hecho… para tranquilidad de su padre, todo tendría que estar terminado antes de que regresara. Y tenía que ser pronto, pues cuanto más pronto se hiciera, con más rapidez se terminaría.

En ese momento, llegó la señora Podmore a recoger la taza de café, pero la dejó al ver que no la había terminado.

– De nuevo usted se hizo la cama -la regañó, como todos los días-. De veras que no tiene por qué hacerlo, señorita Johnston.

Sabía que era inútil decirle que se sentía bien.

– Es la fuerza de la costumbre -le contestó sonriendo.

– Está muy pálida… ¿se siente bien? -le preguntó la señora Podmore, mirándola con fijeza.

– Nunca me sentí mejor -le contestó Devon levantándose-. Tan es así que creo que voy a subir a lavarme el cabello.

Aunque se escapó de la señora Podmore, Devon no pudo escaparse de sus pensamientos. A pesar de su ironía y de su burla, Grant la trataba con gran cuidado y como si fuera una convaleciente. Fueron incontables las veces en que quiso ayudarlo en algo, sólo para que él le dijera que se sentara a descansar. Estaba segura de que todo era porque no quería que, cuando llegara el momento, todo fracasaría de nuevo. Eso significaba que estaba esperando hasta que el médico McAllen le dijera que era tan normal como cualquier otra joven.

La señora Podmore se fue al mediodía y durante la tarde el teléfono sonó en distintas ocasiones, pero Devon no lo contestó. Lo escuchó sonar pero lo ignoró, siguiendo adelante con su plan de acción.

Grant regresó alrededor de las seis de la tarde y Devon lo esperaba, con el cabello recién lavado y su vestido más bonito, el cual, como por accidente, tenía desabotonada la parte superior del escote en V, para entregarle un vaso con whisky.

Le sonrió, ofreciéndole el vaso, pero nunca llegó a pronunciar el: "Hola, Grant" que había estado ensayando. Vio su rostro sombrío, a pesar de que no dejó de darse cuenta del cabello brillante y la blusa abierta de forma tentadora.

– ¿En dónde demonios estuviste esta tarde? -le reclamó sin preámbulo alguno. Al ver que no tomaba el vaso que le ofrecía, lo dejó sobre la bandeja, preguntándose qué habría sucedido.

– Estuve aquí toda la tarde -le contestó.

– ¿Entonces por qué no contestaste el teléfono?

– No sabía que eras tú -le dijo comenzando a perder la calma-. No tengo ningún deseo de que todos sepan que estoy aquí como tu… invitada -se mordió el labio inferior, reconociendo que no era esa forma en que debía tratarlo-. ¿Para qué llamaste? ¿Se trataba de algo importante?

– Voy a cambiarme -le dijo, saliendo bruscamente y dejándola pensando que, en escenas de seducción, no era más que una aficionada.

Fue más tarde, casi al terminar la cena, cuando Devon comprendió que, a pesar de todo el esfuerzo que había hecho para ser agradable, no iba a dar resultado. Había visto los ojos de Grant fijos en ella en bastantes ocasiones para saber que estaba consciente de su presencia, pero incluso, en las ocasiones en que en vez de pedirle que le alcanzara la vinagrera, se había inclinado para tomarla ella misma, mostrándole el nacimiento de los senos, en ningún momento le había hecho uno de esos comentarios acostumbrados que la hacían sonrojar.

Desencantada, al darse cuenta de que no daban resultados los esfuerzos que hacía para que él tomara la iniciativa, casi al terminar la cena, Devon no se pudo contener y le preguntó directamente:

– Dímelo de una vez, Grant Harrington -le dijo con voz fría-, ¿piensas esperar hasta que yo vea al doctor McAllen para que… nosotros?… -no supo cómo continuar y sólo pudo añadir-: ¿O qué?

– Ah -le contestó con toda calma y haciéndola desear tener algo en las manos para lanzárselo a la cabeza, al ver cómo se reclinaba y la observaba-. Desde que llegué has estado tratando de decirme algo, ¿no es cierto?

Él sabía con seguridad lo que estaba tratando de decirle, pensó, furiosa porque él había permitido que hiciera todos los intentos de llamarle la atención, mientras se daba cuenta con claridad de lo que deseaba. Decidió que no le daría la satisfacción de saber que tenía la razón.

– ¿De qué se trata, Devon? -le preguntó mientras su mirada burlona iba desde la blusa desabotonada hasta su rostro-. ¿Has llegado a la conclusión de que. después de todo, no soy tan canalla? ¿O ya te sientes tan ardiente que quieres aprovecharte de mí?

Ella no estaba para comedias.

– Ninguna de las dos cosas -le contestó con toda claridad; eso era demasiado importante para ella para mentirle-. Mi cita con el médico es hasta dentro de dos semanas y…

– No lo he olvidado -la interrumpió con frialdad.

– Ni tampoco lo habrá olvidado mi padre -le dijo con brusquedad. Sabía que era mejor dejar a su padre fuera del asunto, pero ya no pudo contenerse-. Él siempre me ha acompañado a todas las citas, así que no puedo… no puedo dejar de preocuparme de que quizá se tome unos días para venir y acompañarme.

– Ya me he dado cuenta de que a él le gusta tomar algunas cosas.

De nuevo era el hombre duro que había conocido desde el principio, y era evidente de que le costaba trabajo no hacer comentarios hirientes sobre su padre. Sin embargo, habiendo llegado ya tan lejos, siguió adelante.

– Para ti es igual -siguió diciéndole, mientras pensaba que nunca en su vida habría querido tener una conversación como esa-. Preferiría… este… terminar de una vez este asunto antes de que regrese mi padre.

– Vaya, de veras que me quieres decir algo -le replicó con frialdad, pero con burla.

– ¡Maldito seas! -le gritó furiosa-. Si aún me deseas, entonces…

– Oh, claro que todavía te deseo, Devon Johnston -la interrumpió, sonriendo al ver cómo se sonrojaba-. Y… en cuanto a la visita a tu médico… no me atribuyas virtudes que en realidad no tengo.

¡Eso quería decir que no tenía intención de esperar hasta que viera al doctor McAllen! Pero antes de que pudiera hacerle alguna otra pregunta, la hizo ruborizarse con violencia al decirle:

– Además, mi querida Devon, tengo un recuerdo tan hermoso de ti y de tus… encantos… desnuda junto a mí, que pienso que el mes que envié fuera a tu padre no va a ser suficiente para satisfacer mi deseo.

Si estaba tratando se asustarla, lo había logrado. Era muy claro que envió a su padre a un trabajo inútil, pero lo que le preocupaba más era que tenía que lograr satisfacer ese deseo lo más pronto posible. Tenía que ser ahora.

– Aquella noche -le dijo, reuniendo toda la calma que pudo-, aquella noche que nosotros… -oh, Dios, qué terrible era esto-, había hecho mucho esfuerzo… incluso cargué las maletas desde la parada del autobús pero… -se detuvo al ver cómo él fruncía el ceño-. Bueno, de todas formas -le dijo sintiendo el rostro ardiendo-, hace casi una semana que no he tenido la menor molestia.

– ¿Y eso qué?… -le preguntó, fingiendo no comprenderla. Ya era demasiado. Él sabía muy bien lo que le quería decir, incluso antes de que lo hiciera.

– ¡Maldito seas! -explotó, desapareciendo toda la turbación que sentía ante la forma en que la provocaba-. Lo que estoy tratando de decirte es que, al no tener ya dolor, no es necesario que duermas solo en esa gran cama.

Tenía el rostro encendido al decir esas últimas palabras y tuvo que hacer un gran esfuerzo para controlarse, mientras Grant la miró durante un largo rato, sin hablar. Tuvo que hacer un esfuerzo aún mayor para no golpearlo en el rostro cuando le dijo con lentitud, arrastrando las palabras.

– ¡Vaya, qué invitación tan grata!

Aspirando con fuerza y sintiendo cómo tenía los ojos clavados en su pecho, Devon le dijo con tono seco:

– ¿Es una invitación que no piensas aceptar esta noche?

Durante un momento pensó que había ganado, al ver la mirada ardiente en sus ojos, cuando estos se apartaron de sus senos y se fijaron en su rostro. Incluso comenzó a sentir una emoción de un tipo diferente al pánico al ver a Grant levantarse de su silla, pensando que vendría hacia ella.

Sin embargo se quedó sorprendida cuando, en vez de abrazarla como esperaba, lo vio darse vuelta y escuchó que le decía con tono cortante:

– Esta noche deseo una mujer más experimentada.

Se quedó allí petrificada, mirándolo estupefacta, mientras él se dirigía hacia la puerta, diciéndole antes de salir:

– Deja la loza para mañana… la señora Podmore la lavará cuando llegue.

Furiosa, Devon comenzó a lavar los platos. ¡Maldito sea, maldito sea! pensó, rompiendo sin intención un plato, pero sin preocuparla, deseando que fuera de su mejor vajilla, ¡maldito sea!

Se acostó y, sin poder dormir, se dijo que, desde luego, no le importaba a qué hora regresaría de estar con esa "mujer experimentada". Sin embargo, no pudo dejar de pensar en la atractiva Vivien y no pudo apartar de su mente ese pensamiento. Maldito sea, pensó de nuevo… segura de que no era despecho lo que sentía; podía irse con una docena de mujeres como Vivien y no le importaría.

Otra vez Devon pasó una mala noche, pero no fue sino hasta media mañana del día siguiente cuando se dio cuenta, aunque le pareciera imposible, ¡de que no había sido la preocupación por su padre lo que la había mantenido despierta en esa ocasión!

Al mediodía del lunes, ya no podía soportar el voto de celibato de Grant Harrington… en lo que a ella se refería… la insistencia de la señora Podmore y esa casa en general.

El lunes anterior no fue la única noche en que Grant había salido. De nuevo el jueves intentó convencerlo y otra vez salió. Claro que era comprensible que después no quisiera acostarse con ella, pensó con amargura.

Durante diez minutos más, Devon pensó furiosa en Gran Harrington y en el hecho de que no se sentiría segura acerca de su padre hasta que hubiera hecho que ese canalla saciara sus malvados deseos con ella. Entonces, recordando con claridad que no le había gustado el que aquel día no contestara el teléfono, pensando que había salido, esperó hasta que la señora Podmore se hubiera retirado… y ella también salió.

Regresó a su casa, sintiéndose encantada al ver que su padre había tenido tiempo para escribirle una carta. Le decía que estaba bien, pero con mucho trabajo. Leyendo entre líneas adivinó que estaba haciendo un gran esfuerzo para presentar un buen trabajo que le probara a Grant que no le fallaría por segunda vez. Viendo, por el sello de la oficina de correos, que la carta ya había estado allí por lo menos durante una semana, se dijo que tendría que escribirle pronto. Si no tenía noticias de ella, comenzaría a preocuparse.

La ira que sentía contra Grant Harrington se fue desvaneciendo después de pasar varias horas en la tranquilidad de su casa. Sin embargo, a las cinco, comprendiendo que no tenía otra alternativa, Devon tomó el autobús para regresar a casa de Grant. En esta ocasión tuvo más suerte con el servicio público de transportación y llegó a la casa unos quince minutos antes de la hora en la cual normalmente regresaba.

Al ver el coche estacionado frente a la casa, comprendió que ese día Grant había roto con su rutina habitual y, preparándose para una buena discusión con él, alzó la barbilla… por todos los cielos, no era una prisionera, se dijo, aunque en su interior comprendió que sí lo era. Prisionera de los deseos del hombre que con toda seguridad haría encarcelar a su padre si ella no brincaba cuando él ordenaba "brinca".

La expresión sombría de su rostro se lo dijo todo al entrar.

– No pensé que ya hubieras regresado. Fui a la casa… para ver si había correspondencia.

– ¿Por supuesto que habrás ido en taxi? -le preguntó con tono seco.

– No se me ocurrió…

– ¡Tomaste un autobús… caminaste desde aquí hasta la parada de autobuses y después de regreso! Eso es más de medio kilómetro, además de lo que hayas caminado después.

A Devon le pareció que estaba más preocupado por lo que había caminado que por el hecho de que no estuviera aquí a su regreso. Ya se sentía cansada del exceso de protección que le daba.

– El ejercicio es bueno para mí -le replicó enfadada.

– Lo recordaré -le respondió, mirándola con ojos llenos de fuego, pero a pesar de ello no intentó acercársele. La dejó sorprendida cuando, extendiendo la mano le dijo-: Las llaves.

– ¿Las llaves? -le preguntó frunciendo el ceño.

– Las llaves de tu casa. Yo recogeré las cartas que te lleguen.

Al acostarse esa noche, Devon pensó de nuevo que era un canalla, ¡canalla, canalla! Por supuesto que había tenido que entregarle las llaves, pues había insistido en ello, aunque pensó, sonriendo, que sabía con exactitud bajo qué maceta en el jardín tenía escondida una llave adicional de la puerta principal.

Disfrutando de ese pequeño triunfo, al siguiente día se despertó menos enfadada, pero cuando Grant regresó esa noche un poco más tarde de lo normal y le entregó una tarjeta postal de su padre y le dijo que había dado la casualidad que había llamado mientras él estaba en la casa, sintió deseos de golpearlo con un martillo.

– ¡Que contestaste el teléfono! -gritó, añadiendo con rapidez-: ¿Qué dijo? ¿Qué le dijiste? -pudo ver la preocupación de su padre en su mente y no ayudó en nada la calma de Grant mientras ella se sentía a punto de explotar, cuando le contestó la segunda pregunta.

– Le dije que te había invitado a cenar y que estabas en el piso superior, arreglándote.

– ¿Qué… qué contestó él?

– Me dijo que había llamado por teléfono un par de veces y que con toda seguridad estabas fuera -le replicó Grant con toda tranquilidad. Con un brillo malicioso en los ojos, añadió-: Le dije que te había visto mucho últimamente, pero que esperaba… verte mucho más.

– Eso no tiene nada de gracioso -le replicó con dureza, sintiendo deseos de golpearlo por su burla-. ¿Y qué te contestó?

– ¿Qué podías esperar? Se comportó como un padre normal, olvidando que era su jefe y me dijo que no eras como las demás jóvenes -se detuvo, observando su mirada asombrada cuando añadió-: Le dije que sabía todo sobre la operación.

– Pero no le dijiste, que sabías la causa por la que él había… robado.

Desapareció la sonrisa y la voz era dura y fría como el hielo cuando le contestó:

– No hablamos del dinero.

Deprimida, observó cómo cambiaba de nuevo la expresión de su rostro, aunque fingía estar leyendo los encabezados del periódico de la noche. Después añadió:

– Aunque pareció pensar que al haberme contado sobre tu operación, me tenías en gran estima.

No se sentía tan deprimida para no contestarle lo que se merecía.

– ¡Qué ideas tan tontas tienen los padres en ocasiones! -pero nunca esperó su respuesta.

– Eso es cierto, aunque… estoy seguro de que piensa que mis intenciones son honorables.

Esa noche le escribió una carta larga y alegre a su padre y, por temor a que sospechara que sucedía algo si no lo contaba, le dijo que en un par de ocasiones había salido con su jefe y que lo había disfrutado mucho.

Pero, después de cerrar la carta y acostarse, preocupada por el hecho de que no le gustaba mentir a su padre, de repente Devon se dio cuenta de que no le había mentido. ¡Había salido un par de veces con Grant y lo había disfrutado! Se cubrió la cabeza con la sábana y trató de dormir. Lo menos que se sentía era confundida.

Y confundida se sintió la mañana siguiente cuando, al despertarse aún muy temprano, ¡vio que Grant se encontraba en su dormitorio! Al instante, con la garganta seca, pensó que había escogido ese momento para reclamar lo que deseaba. Se encontraba bastante aturdida para darse cuenta de que estaba vestido y que, por lo tanto, era poco probable que se quisiera acostar en su estrecha cama.

– No te asustes -le dijo observando los ojos muy abiertos y leyendo con facilidad sus pensamientos-. Tendré que estar fuera durante varios días… y pensé que quizá me quisieras dar un beso de despedida.

Desapareció el pánico que la dominaba, al percatarse de que estaba vestido con traje pero, por algún motivo, le pareció imposible que no regresara esa noche.

– Con todo gusto -le contestó, haciendo todo lo posible para mostrar ironía en la voz.

Hizo un esfuerzo para incorporarse, pero se dio cuenta de que no era necesario, pues Grant se había sentado en el borde de la cama y la había tomado en sus brazos. Mientras él le cubría la boca con la suya, sintió el íntimo contacto de su cuerpo, por lo que, cuando su beso se hizo más intenso, Devon le pasó las manos por los hombros, encontrándose pronto recostada y con el cuerpo de él sobre el suyo.

Pensándolo más tarde, se dijo que ella no lo abrazó, pero su beso la había perturbado… eso sí tuvo que reconocerlo. De pronto, Grant se apartó y se dirigió con rapidez hacia la puerta, como si se le hiciera tarde. A pesar de ello, le quedó tiempo para dirigirle una última mirada y decirle con tono burlón.

– Trata de no extrañarme mucho -pero después, con tono serio, añadió-: Y procura estar aquí el viernes cuando yo regrese.

Загрузка...