Cuando al fin llegó el lunes, a Devon le pareció que ese fin de semana que acababa de pasar, después de su infructuosa visita a Grant Harrington, había sido el peor de su vida.
La apariencia de su padre había empeorado aún más y lo peor de todo era que cada vez que sus miradas se cruzaban, él intentaba aparentar alegría, como si no tuviera preocupación alguna, ahora que ella había regresado completamente curada.
Se sobresaltó al ver que el cartero dejaba un sobre, sintiéndose aliviada al ver que era la cuenta de la compañía de electricidad. Había pensado que se trataba de un citatorio a los tribunales… aunque en realidad no tenía la menor idea de cómo se recibía un aviso de ese tipo, si a través de un policía o por correo. De lo único que estaba segura era de que ese canalla de Grant Harrington haría la denuncia.
Le entregó el sobre a su padre y pasó el resto de la mañana sin que ninguno de los dos hablara de lo que tenían en mente. Era el mes de mayo, pero hacía frío.
– Hoy te hice tu comida preferida -le dijo Devon al observar que, al igual que ella, apenas había probado el desayuno.
– ¡Oh, qué bueno! -exclamó él, pero Devon comprendió que el pobre no tenía apetito.
Durante la tarde él se entretuvo cortando el césped del jardín al frente de la casa y Devon lo observó desde la ventana de la sala, dándose cuenta de lo deprimido que estaba, ahora que no fingía al pensar que no lo estaban viendo.
El timbre del teléfono la apartó de esos pensamientos y se dirigió hacia él, extrañada, pues muy pocas personas les hablaban.
Alzando el auricular Devon contestó, quedándose prácticamente paralizada durante un momento y a punto de dejar caer el aparato, pues la voz que la saludó, tan descortés como la última vez que la había escuchado, era bien reconocida por ella.
– Soy Grant Harrington -le dijo él y, mientras sus pensamientos corrían alocados, añadió-: Quiero verla.
– ¿A mí? -exclamó con voz ronca por la tensión y la sorpresa. Después, sintiendo una leve esperanza, añadió enseguida-: Sí, claro, iré ahora mismo.
– Ahora no -le replicó con dureza-. Ya perdí bastante tiempo de trabajo con usted.
Segura de que si se lo pedía tomaría el próximo cohete a la luna, hizo un esfuerzo para controlar el nerviosismo y le preguntó:
– ¿En dónde? ¿Cuándo?
– Venga a mi casa esta noche a las siete y media.
Sin esperar que protestase, le dio la dirección, que Devon reconoció era en la zona más exclusiva de la ciudad y, de inmediato le colgó.
Sólo entonces, después de que le colgó, pudo ordenar sus pensamientos. No había duda alguna que lo consideraba abusivo, arrogante y descortés; además canalla era una palabra demasiado suave para el hombre que sabía que la tenía en su poder. El demonio arrogante sabía, por la forma en que le suplicó, que haría cualquier cosa que le pidiera.
Pensó que quizá al considerar de nuevo lo que ella le dijo tal vez llegó a creerla, a creer que fue operada. ¡Quizá se había arrepentido de acusar a su padre!
Sin embargo, lo que la extrañaba era por qué Grant Harrington no le había pedido hablar con su padre. ¿Por qué no era a él a quien solicitara para que fuera a verlo por la noche a su casa?
A la hora del té, confiando en que su padre no se molestaría porque lo abandonara en un momento en que necesitaba de compañía, le dijo que pensaba ir al cine esa noche.
Charles Johnston la miró con seriedad durante un largo rato y después le sonrió con afecto, diciéndole:
– Ve, querida.
Eran las siete cuando se bajó del autobús que la dejó a corta distancia de la casa en donde tenía que presentarse. Se sentía nerviosa por los resultados de esa entrevista, pero no podía pensar que Grant Harrington le hubiera hecho concebir esperanzas para después hundirla de nuevo en la desesperación, como una especie de castigo por ser la mujer despreocupada que, evidentemente, él pensaba que era.
Cuando llegó a la casa que buscaba, le dolía un poco la cadera y comprendió que se había apresurado mucho. Llegó algo temprano y se preguntó si eso no la perjudicaría ante él.
Demasiado nerviosa para quedarse afuera, tocó el timbre y esperó. Fue el propio Grant Harrington quien le abrió la puerta sonriente.
– Me temo que llegué un poco temprano -se disculpó nerviosa, al ver cómo sus ojos recorrían el traje sueco… después de mucho pensar, había decidido ponérselo, pues era lo más elegante que tenía. Sin decir palabra, él se apartó dejándola entrar; después cerró la puerta y le dijo.
– No esperaba que llegara tarde.
Al ver que no le contestaba, le indicó con una seña que lo siguiera mientras cruzaba el vestíbulo y después se apartaba para dejarla pasar a una enorme sala con gruesas alfombras, en la que había dos sillones y un sofá frente a la chimenea, en donde había fuego encendido.
– Hace… hace bastante frío para la época del año, ¿no le parece? -le dijo con el fin de romper la tensión.
– Siéntese -fue su respuesta. Esperó a que se sentara en el sofá y después él a su vez, se sentó en uno de los sillones.
Había llegado ahí sólo por una esperanza y mientras más pronto descubriera si sus deseos se realizarían sería mejor para ella.
– Usted me pidió que viniera a verlo -le comentó, al ver que no hablaba, contentándose con observarla, reclinado en el sillón, estudiando con lentitud el rostro delicado.
– Estaba en lo cierto al pensar que era hermosa -le contestó él.
Eso de ninguna forma era una respuesta a lo que ella le había dicho, por lo que lo miró con los ojos muy abiertos… ¿le habría pedido que viniera aquí tan sólo para mirarla de nuevo y confirmar si era hermosa?
– Mi padre…
– Ah, sí -le dijo él, pero en apariencia seguía sin prisa alguna, mientras sus ojos recorrían lentamente la belleza de la boca perfecta.
– Él… está terrible -comprendió que se había equivocado al decirle esas palabras, al escuchar su respuesta.
– Lo contrario habría que decir de usted.
Era obvio que, por algún milagro, no se notaban las noches que había pasado sin dormir, pero de todas formas no quería que la discusión se centrara en ella.
– Él está muy… molesto.
– Entonces ya somos dos -afirmó él con tono seco.
– Lo… siento.
– Me pregunto qué tanto lo siente.
Lo miró. Era cierto que no podía decir con toda sinceridad que simpatizara con Grant Harrington y ese sentimiento evidentemente se observaba en sus ojos al mirarlo, pues de repente la tranquilidad que había mostrado hasta ahora desapareció al decirle:
– El viernes usted me dijo que estaba dispuesta a hacer cualquier cosa para salvar a su padre -le recordó, aunque no era necesario hacerlo. Lo había dicho y fue sincera-. ¿Sigue pensando lo mismo?
– Claro que sí -le contestó enseguida, sintiéndose llena de esperanza-. Haré cualquier cosa. Sólo dígame qué desea.
– Para comenzar puede llamarme Grant -añadiendo con una sonrisa burlona-: Su padre me llama así.
– Sí, por supuesto -le dijo forzando una sonrisa-. Haré cualquier cosa… Grant.
– Bien -le contestó él, pero sin que desapareciera de su boca la sonrisa burlona-. ¿Cuándo puede usted cambiarse para acá?
– ¿Cambiarme… para acá?
– Le estoy pidiendo que venga a vivir conmigo -le aclaró con toda frialdad.
Devon no trató de ser torpe, pero como desde el primer momento él le había demostrado lo que pensaba de ella, en ningún momento pensó otra cosa más que lo que se le vino a la mente.
– ¿Como su… ama de llaves? -acostumbrada como estaba a manejar la casa de su padre sin mucho problema, no creía que le costaría mucho trabajo hacer lo mismo con la de Grant Harrington, a pesar de que era una casa grande.
La forma lenta en que él movió la cabeza de un lado a otro le mostró que se había equivocado.
– Tengo una persona que viene de lunes a viernes y estoy completamente satisfecho con ella -le dijo mirándola con fijeza, mientras ella pensaba que con seguridad deseaba que le hiciera la limpieza los sábados y los domingos-. Además, no es ese tipo de trabajo en particular lo que le estoy pidiendo que haga.
¿Entonces a qué tipo de trabajo en particular se refería? se preguntó, dándose cuenta de que, en forma muy velada, él estaba diciendo que pensaba que ni siquiera sabría cómo manejar una escoba. De repente, lo comprendió. Sólo podía querer decir una cosa, por lo que, sorprendida, le dijo:
– ¡Quiere decir… quiere decir que quiere casarse conmigo! -gritó y su exclamación mostró sin duda alguna que la idea de casarse con él le horrorizaba y que, además, no pensaba casarse con nadie.
– ¿Casarme con usted? -exclamó, mostrándose tan sorprendido como ella-. ¡Cielos! ¡Ya estoy pagando lo suficiente sin tener que cargar con usted para siempre!
Después de ese comentario poco halagador, él le preguntó:
– Aparte del hecho de que el matrimonio entre nosotros sería algo que ninguno de los dos soportaría… ¿qué tiene usted contra la vida matrimonial?
– Yo no… tengo nada… en contra -negó Devon vacilante-. Pero… -se detuvo.
Antes de la operación, estaba por completo segura de que nunca se casaría. Sin embargo, después, durante las largas horas en el hospital, llegó a la feliz conclusión de que si se llegaba a enamorar y alguien la quería lo suficiente para casarse con ella, lo haría. Pero para eso tendría que esperar hasta que estuviera por completo segura de que la cadera sanaría. Si había un retroceso en su estado entonces nunca…
– ¿Pero? -insistió Grant-. Normalmente usted puede inventar las mentiras con más rapidez… ¡no me diga que está fallando!
– Debe usted saber… -en el momento en que comenzaba a contestarle, comprendió de repente lo que él había querido decirle y sintió que se sonrojaba con intensidad. Al rechazar la idea de casarse con ella, pero añadiendo después, "le estoy pidiendo que venga a vivir conmigo", con toda seguridad que quería decir…
– Normalmente usted no se sonroja cuando está inventando una de sus grandes mentiras y créame que apenas puedo esperar a escuchar ésta. No me mantenga intrigado, vamos, Devon, cuénteme sobre ese gran "pero" que tiene en contra del matrimonio.
– Yo… este… es decir… -comenzó a decirle, pero no sabía cómo seguir. ¿No se habría equivocado?-. No puedo… soñar en casarme hasta que…
– No se detenga, ¿hasta qué? -le preguntó con tono de burla, seguro de que le diría una mentira.
– Hasta que no sea dada de… -¿él no podía estar pensando lo que ella creía? ¡Si ni siquiera le agradaba!-, de alta por mi médico.
Las carcajadas que lanzó una vez que ella terminó de hablar, le indicaron con toda claridad que pensaba que nunca había sentido sobre ella el bisturí de un cirujano.
– ¡Oh, Dios! -gimió-. Ya no es necesario que me de más información. ¿Pensaba contarme todos esos deliciosos detalles, como el número de puntadas que le dieron?
No esperó por su respuesta, fue directo al grano y dijo con tono desdeñoso.
– Ya que no pensamos casarnos, no será necesario que espere el regreso de su médico de las vacaciones para darme la respuesta -y por si acaso había olvidado cuál fue su pregunta, le ofreció dos alternativas-. ¿Va su padre a la cárcel… o viene usted a vivir conmigo?
Ahora comprendía con perfección lo que quería decir, pero se aferró a una última esperanza de que lo hubiera malinterpretado.
– ¿Cómo su… esposa… sin matrimonio?
– Vaya, al fin -le contestó, al parecer divirtiéndose mucho-. ¡Sabía que era tan inteligente como parecía!
La primera reacción de Devon, al comprender que no se había equivocado, fue pensar que no, no, no, ¡no podía hacerlo! Pero, aunque en su interior estaba pensando cómo era posible que ese cínico y canalla esperara que ella se acostara con él, otra parte de su ser estaba dispuesto a hacer cualquier sacrificio con tal de salvar a su padre eso la obligó a quedarse sentada en el sofá, ¡a pesar de que todos sus instintos le indicaban que se levantara y saliera de esa casa!
Tratando de no escuchar aquella voz interior que le decía que no podía hacerlo, le preguntó con frialdad.
– ¿Durante… cuánto tiempo sería? -casi perdió el control al ver cómo su mirada le recorría todo el cuerpo, mientras pensaba la respuesta; de inmediato, añadió-: Sabiendo que usted no desea soportarme de forma permanente, ¿puedo suponer que mi… residencia… aquí será durante un tiempo determinado?
Pensó que tendría que haber algo en su rostro, en su figura, que había hecho que la deseara. Oh, Dios, no podría hacerlo, pensó al ver cómo la contemplaba, sin apresurarse en contestarle.
– Quiero decir, ¿cuánto… tiempo, normalmente, necesita usted para aburrirse de sus… mujeres?
La forma burlona en que la miró la hizo comprender que pensaba que estaba fingiendo toda esa turbación.
– Una semana -le dijo despacio, haciéndola confiar que sólo tendría que estar con él durante ese tiempo. Después, para atormentarla, añadió-: Algunas veces un mes -lo odió más, pues sabía que si le decía un año, de todas formas no estaba en situación de protestar-. Sin embargo, como usted será la primera mujer que venga a vivir a mi casa, puede ser que no tarde tanto.
El que un hombre le dijera que una vez que la hiciera suya el deseo que sentía por ella se desvanecería, que ya no la desearía más, la enfureció. ¡Ella no era juguete de ningún hombre, no era algo con lo que ningún hombre pudiera jugar! ¡No lo haría!
Al recordar la situación de su padre, fue cediendo poco a poco el enfado, pero, al pensar que su padre había insistido en que Grant Harrington había sido muy justo con él, volvió a encenderse la ira.
– Mi padre lo respetaba -le dijo con violencia, poniendo todo el odio que pudo en esas palabras.
Pero lo único que consiguió fue hacer que Grant Harrington se levantara y le replicara con violencia:
– ¡Y yo lo respetaba mucho! -con voz cortante añadió-: No había un solo hombre en mi empresa a quien respetara más por su integridad que a Charles Johnston.
Se apartó de ella y de la chimenea y se dirigió al armario de las bebidas. Había una expresión inescrutable en su rostro, mientras se sirvió un poco de whisky y después, de repente, cambió la expresión del rostro, demostrando cansancio y algo en su interior le dijo que ese hombre, que había pensado era tan insensible, se había sentido profundamente lastimado por lo que había hecho su padre. ¡Se sintió asustada al pensar que cambiara de idea!
– Grant… -comenzó a decirle mientras se levantaba, sintiendo la necesidad de que él supiera que haría todo lo que quisiera.
Lo miró y tuvo la terrible sensación, por la dureza de su mirada, de que si le decía una sola palabra en el sentido de que estaba dispuesta a aceptar las condiciones que él fijara, su padre podría tener la posibilidad de evitar ir a la cárcel.
– Ya sabe cómo salir de aquí -le dijo con voz cortante.
Se sintió llena de desesperación, temerosa de hablar, temerosa de que esa expresión en su rostro significara que había perdido la única oportunidad que tenían ella y su padre. Y, sin embargo no podía irse… como lo deseaba Grant Harrington.
Él tomó un sorbo de whisky y después la miró y Devon comprendió que él sabía muy bien por qué no se había movido.
– Llámeme por teléfono el viernes -le dijo mientras se servía otro vaso.
Dejó la botella sobre la mesa con un golpe seco y en ese momento Devon comprendió que, a pesar de que deseaba quedarse y llegar a un acuerdo con él en ese momento, Grant Harrington quería que cuando se diera vuelta de nuevo, ya ella no estuviera allí. Sin decir una palabra más, abandonó la casa.