16

Sophy observó, entre una mezcla de amor y rabia, cómo caía la última prenda de Julián al piso. Él seguía sosteniéndola por la muñeca mientras concluía con el proceso de desvestirse.

Ya desnudo, se acostó sobre ella, encerrándola con sus fuertes manos. Tenía los ojos brillantes y una evidente expresión de excitación sexual.

– Te diré esto una vez más y sólo una vez más -le dijo él, mientras empezaba a desvestirla-. Nunca te he confundido con Elizabeth. Al decirte que estabas loca sólo empleé un modismo, una forma de hablar. No quise insultarte. Pero es imperativo que entiendas que no puedes vengarte en persona.

– No puedes detenerme, milord.

– Sí, Sophy -contestó él mientras le quitaba el camisón-. Puedo y lo haré. Aunque entiendo muy bien tu escepticismo en este aspecto. Hasta el momento, te he dado pocos motivos para que creas en mi capacidad para cumplir mis deberes de esposo en su totalidad. Has causado gran sensación en la ciudad, ¿verdad? Y yo, como un pobre tonto, siempre quedo a la zaga, como si estuviera siguiéndote por todas partes, pero a gran distancia, tratando de alcanzarte desesperadamente. Pero esta locura está en su punto final, querida.

– ¿Me estás amenazando, Julián?

– Para nada. Simplemente estoy explicándote que has llegado demasiado tejos. Claro que no necesitas preocuparte. Tomaré todas las precauciones necesarias para protegerte. -Desató las trencillas de la camiseta plisada de batista.

– No necesito tu protección, mílord. Ya he aprendido bien la lección. Los maridos y las mujeres de la alta sociedad, supuestamente, deben llevar sus vidas separadas. Tú no debes involucrarte en mis actividades, ni yo en las tuyas. Ya te he dicho que estoy dispuesta a regirme por los códigos de la tan mentada sociedad refinada.

– Eso es una tontería y lo sabes. Dios sabe que no hay modo en el que yo pudiera ignorarte, por más que me lo propusiera. -Terminó de quitarle la última de las prendas y se detuvo un momento para devorarla con la mirada-. Por otro lado, mi dulce Sophy, no pienso ignorarte.

Sophy sintió el apetito apasionado de Julián y la respuesta sensual en su propio cuerpo. Supo que su marido tenía razón. Por lo menos en la cama, ninguno de los dos podía ignorar al otro. Cuando Julián le acarició el muslo, se le despertó una sospecha.

– Tú no me golpearías -dijo ella lentamente.

– ¿No? -Sonrió, con un gesto breve pero pícaro, que a Sophy le resultó tan erótico como las caricias que dibujaba sobre todo su cuerpo-. Sería divertido darte una buena paliza -comentó, mientras le apretaba suavemente la nalga.

Sophy notó que iba tomando temperatura con esas caricias y meneó la cabeza, resignada.

– No. No eres la clase de hombre que pierde el control de sus emociones hasta el punto de recurrir a la violencia contra una mujer. Eso mismo le dije a lord Waycott cuando me dijo que tú habías golpeado a tu primera esposa.

La sonrisa cautivante de Julián desapareció.

– Sophy, no quiero hablar de Waycott ni de mi primera esposa en este momento. -Bajó la cabeza y le mordió un pezón con suma delicadeza.

– Pero sí bien estoy convencida de que no usarías una fusta conmigo -continuó Sophy, mientras sentía que Julián, con el dedo, le separaba las piernas- se me ocurre que bien podrías usar otros medios para asegurarte… para asegurarte de que yo haga lo que quieras.

– Es probable -le concedió él, totalmente despreocupado por tal lógica. Le besó el cuello, el hombro y finalmente, los labios. Se detuvo allí lo suficiente, hasta que ella se aferró a él, gimiendo casi imperceptiblemente. Entonces, Julián apenas levantó la cabeza para mirarla-. ¿Te preocupan las tácticas que podría usar para convencerte de seguir mis consejos, querida?

Sophy pareció clavarle dardos con la mirada y trató de pensar con claridad, a pesar de que su cuerpo sólo se concentraba en el placer que aquellas manos le brindaban.

– No creas que puedes controlarme de este modo, milord.

– ¿De qué modo? -Julián metió dos dedos profundamente en ella y luego los separó en el interior.

Sophy gimió, tensa por la excitación.

– De este modo.

– Jamás. No sería tan presumido como para creer que soy un amante tan estupendo que realmente podría persuadirte para que abandones todos tus principios por mi culpa. -Retiró los dedos con una lentitud crucial-. Ah, mi dulce. Te humedeces como miel tibia para mí.

– ¿Julián?

– Mírame -murmuró-. Mira lo erecto y preparado que estoy para ti. ¿Sabías que sólo tu olor me basta para excitarme de esta forma? Tócame.

Sophy suspiró. No pudo resistirse a una súplica tan sensual. Cuando ella le tomó el miembro, delicadamente entre sus dedos, lo sintió latir aceleradamente. Le mimó el pecho.

– Sigo pensando que no es éste el camino correcto para solucionar nuestras diferencias, milord.

Julián se sentó y le rodeó la cintura con las manos.

– Basta de conversaciones, Sophy. Hablaremos después.

– La levantó en el aire y la sostuvo hasta que Sophy se arrodilló, frente a él-. Abre las piernas y súbete a mí, cariño. Móntame. Yo seré tu semental y tú la que controle la pasión de ambos.

Sophy se tomó de los hombros de Julián. Abrió los ojos desmesuradamente, mientras trataba de adaptarse a esa nueva posición. Sintió que la virilidad de su esposo rozaba su vagina. Decidió que le agradaba esa pose. Era excitante estar arriba.

– Sí, Julián. Oh, sí, por favor.

– Toma lo poco o lo mucho que desees: rápida o lentamente, como tú quieras. Estoy a tus órdenes.

Sophy sintió que se le erizaba la piel al advertir que sería ella quien impusiera el ritmo del amor esa vez. Cuidadosamente, se colocó sobre el miembro erecto, saboreando la lenta penetración. Cuando oyó los gemidos sofocados de deseo por parte de él, le apretó con fuerza los hombros.

Julián.

Eres tan encantadora cuando te pones apasionada-murmuró él-. Suave, cálida y tan dispuesta a entregarme todo. -Le cubrió el cuello con una lluvia de cálidos besos, mientras Sophy seguía bajando sobre su miembro, hasta llegar al tope.

La muchacha aguardó un momento, permitiendo que su cuerpo lo aceptara y se tensara en su entorno. Luego, cautamente, empezó a moverse.

– Sí, mi dulce señora. Oh, Dios, sí…

Sophy sintió que Julián crecía en su interior y que ella se ponía cada vez más tensa. Le clavó tas uñas en los hombros y cerró muy fuerte los ojos. Sólo se concentró en encontrar el ritmo ideal para liberar toda esa ardiente pasión hasta el momento contenida. Entonces, nada importaba más que saborear su placer al mismo tiempo que complacía a Julián. Se sentía infinitamente poderosa, poseedora de una única fuerza femenina.

– Háblame de tu amor, cariño. Di esas palabras. -La voz de Julián fue suave y convincente-. Necesito esas palabras. Hace mucho que no me las dices. Ya me das tanto, mi pequeña. ¿No puedes entonces regalarme unas poquitas palabras? Las guardaré para siempre como el más preciado tesoro.

Una sensación fervorosa e incontrolable comenzó a desatarse dentro de Sophy. Ya no podía razonar, ni pensar. Nada podía hacer más que entregarse a sus emociones. Las palabras que él buscaba surgieron espontáneamente en sus labios.

– Te amo -susurró-. Te amo con todo mi corazón, Julián.

Se convulsionó delicadamente alrededor de él. Los pequeños temblores de su climax la arrastraron en una marea dorada.

A distancia, escuchó el gemido de Julián, en respuesta. Luego sintió que los músculos de su espalda se tensaban completamente hasta que él también experimentó su orgasmo.

Por un momento permanecieron inmóviles, en un bálsamo eterno, donde nadie podía interferir en ese momento de pura intimidad. Después, con una expresión de satisfacción, Julián se echó hacia atrás, sobre las almohadas, trayendo a Sophy consigo.

– No vuelvas a pensar qué existe la posibilidad de que pueda confundirte con Elizabeth -dijo él, sin abrir los ojos-. Con ella, no había paz, ni satisfacciones, ni dicha de la que gozar bajo ninguna circunstancia. Ni siquiera… no importa. Ya no tiene ninguna importancia. Pero créeme cuando te digo que ella no daba nada de sí. Tomaba todo y luego exigía más. En cambio, tú te entregas totalmente, cariño. Es un encanto especial. No creo que tú imagines lo bien. que uno se siente como receptor de toda tu generosidad.

Era lo máximo que Julián había expresado respecto de su primera esposa. Sophy decidió que era suficiente, pues ahora era totalmente suyo. Estaban juntos. Y si lo que ella había empezado a sospechar la semana anterior era cierto, en esos momentos ya llevaba una parte de Julián en sus entrañas.

Sophy se desperezó y luego cruzó los brazos sobre el pecho de él.

– Lamento haberte arrojado el cisne.

Julián abrió un ojo y luego le sonrió.

– Estoy seguro de que, en los próximos años, habrá varias oportunidades en las que me recordarás que tú también tienes tu carácter.

Sophy abrió más grandes sus ojos, inocentemente.

– No me gustaría que fueras totalmente complaciente, tampoco.

– Seguramente, tú me librarás de ese destino. -Entrelazó los dedos en su cabellera y la atrajo hacia sí para besarla. Se apoderó de su boca violentamente por un breve instante y cuando la soltó, la expresión se le tornó seria-. Bien, señora. Ahora como estamos más serenos que antes, tal como yo lo había vaticinado, estamos en mejores condiciones de concluir la conversación que habíamos empezado.

Gran parte del lánguido placer del que Sophy aún estaba gozando, se esfumó cuando la realidad la golpeó repentinamente.

– Julián, no hay nada más que decir al respecto. Seguiré adelante con mis investigaciones.

– No -dijo él, manteniendo la calma-. No puedo permitírtelo. Es demasiado peligroso.

– No puedes detenerme.

– Puedo y debo. He tomado mi determinación. Regresarás a Ravenwood mañana.

– No regresaré a Ravenwood. -Conmocionada y furiosa, Sophy se apartó de él y llegó al borde de la cama, para tomar sus prendas. Aferrando el camisón con ambas manos, lo afrontó desafiante-. Ya una vez intentaste enclaustrarme en el campo. No tuviste éxito entonces y tampoco lo tendrás ahora. -Alzó la voz-. ¿Crees que me someteré a tus órdenes sólo por lo que nos pasa cuando estamos en la cama?

– No, aunque facilitaría mucho las cosas que lo hicieras.

La tranquilidad en la voz de Julián fue mucho más alarmante de lo que había sido su furia previa. Entonces Sophy decidió que su esposo era mucho más peligroso cuando estaba así que cuando desataba toda su ira en los gritos. Se ocultó detrás de su ropa y lo observó, inquieta.

– Mi honor demanda que complete mi tarea. Quiero encontrar y castigar al hombre que causó la muerte de Amelia. Pensé que habías entendido y aceptado mis sentimientos respecto del honor, milord. Teníamos un acuerdo.

– No niego tus sentimientos al respecto, pero existe un problema porque tu sentido del honor te pone en conflicto con el mío. Mi honor demanda que te proteja.

– Yo no necesito tu protección.

– Si crees eso, entonces eres mucho más inocente de lo que creía. Sophy, lo que estás haciendo es extremadamente peligroso y no puedo permitirte seguir adelante. Le dirás a tu dama de compañía que empiece a empacar tus cosas de inmediato. Terminaré mis asuntos de negocios aquí en la ciudad y me reuniré contigo en Ravenwood lo antes posible. Es hora de que volvamos a la Abadía. Ya me estoy cansando de la ciudad.

– Pero yo apenas he comenzado mi trabajo de detective. Y no me he cansado para nada de la ciudad. De hecho, ya empiezo a disfrutar de esta vida.

Julián sonrió.

– Ya lo creo. Tu influencia se hace notar en todo salón de baile y sala de recepción que voy. Te has convertido en una líder de la moda. Un logro muy importante para una mujer cuya primera temporada de presentación en sociedad fue desastrosa.

– Julián, no trates de convencerme con zalamerías. Para mí, esta cuestión es muy importante.

– Me doy cuenta. ¿Si no, por qué habría yo de haber tomado una decisión tan poco popular? Créeme que no es porque deseo que sigas arrojándome adornos por la cabeza.

– No volveré a Hampshire, milord, y es definitivo. -Sophy lo miró con airada determinación.

Él suspiró.

– En ese caso, me veré obligado a concertar una cita personal en Leighton Field.

Sophy se quedó aturdida.

– ¿A qué te refieres, Julián?

– A que si permaneces en la ciudad, tarde o temprano, me veré en la obligación de batirme a duelo con alguien para defender tu honor, como una vez tú lo hiciste por el mío.

Ella meneó la cabeza.

– No, no, eso no es cierto. ¿Cómo puedes insinuar semejante cosa? Yo no haría nada que en algún momento exigiera que tú retaras a duelo a otro hombre. Ya te lo he dicho. Y tú dijiste que me creías.

– No enriendes. No es de tu palabra de lo que dudo, Sophy. Me sentiría obligado a vengar el insulto que te hicieran. Y no habrá excepciones. Si te permito entrar en jueguecitos con hombres de la casta de Utteridge, Varley y Ormiston, no me caben dudas de que los insultos aparecerán inexorablemente.

– Pero yo no les permitiría insultarme. No me pondría en una situación así. Te lo juro, Julián.

Julián sonrió.

– Sophy, ya sé que tú no te expondrías voluntariamente a una situación indecorosa o comprometedora. Pero estos hombres son muy capaces de manipular las cosas de manera que una mujer inocente no tenga más posibilidades. Y una vez que ello sucediera, yo tendría que exigir una compensación.

– No. Nunca. Jamás debes sugerir tal posibilidad. No soporto la idea de verte mezclado en un duelo.

– Pero esa posibilidad ya existe, Sophy. Has hablado ya con Utteridge, ¿no?

– Sí, pero he sido muy discreta. Es imposible que él tenga una idea de lo que yo quería averiguar.

– ¿De qué hablasteis? -La presionó Julián-. ¿Por casualidad, salió el tema de Elizabeth?

– Sólo al pasar. Lo juro.

– Entonces habrás despertado su curiosidad. Y eso mi pequeña inocente e inexperta, es el primer paso al caos con un hombre del carácter de Utteridge. Para cuando hayas concluido de interrogar a Utteridge, Varley y Ormiston, los duelos me llegarán al cuello.

Desolada, Sophy lo miró. Se daba cuenta de que estaba en una trampa de la que no tenía escapatoria. No podía arriesgarse a que Julián tuviera que batirse a duelo para defender su honor. Esa idea la hizo estremecer de miedo.

– Te prometo que seré extremadamente cautelosa, milord -intentó una vez más, tímidamente, aunque sabía que era inútil.

– Hay mucho riesgo en juego. Lo único inteligente es sacarte de la ciudad. Quiero que estés a salvo con tus amigos y tu familia en el campo.

Sophy aceptó, con las lágrimas ardiendo en sus ojos.

– Muy bien, Julián. Me iré si crees que no hay otra solución. No quiero que arriesgues tu vida por mí.

La expresión de Julián se ablandó.

– Gracias, Sophy. -Extendió la mano y enjugó con el dedo una pequeña lágrima que le rodaba por la mejilla. Sé que esto es mucho pedir para una mujer cuyo sentido del honor es tan fuerte como el mío. Créeme que comprendo tu sed de venganza.

Impacientemente, Sophy se secó las lágrimas con el dorso de la mano.

– Todo es tan injusto. Nada está resultando como yo planeé al aceptar casarme contigo. Nada. Todos mis planes, todos mis sueños, todas mis esperanzas, lo que acordamos. Todo se ha convertido en nada.

Julián la observó en silencio total por un rato.

– ¿Tan mal están las cosas de verdad, Sophy?

– Sí, milord, sí. Y sobre todas las cosas, tengo razones para sospechar que estoy… embarazada. -No se volvió para mirarlo cuando salió corriendo hacia el otro extremo de la habitación.

– ¡Sophy! -Julián se levantó de la cama como un resorte y corrió tras ella-. ¿Qué acabas de decir?

Sophy contuvo más lágrimas y seguía aferrándose a su camisón.

– Creo que me has oído bien.

Julián se le acercó y la miró, a pesar de que ella le estaba volviendo la espalda.

– ¿Estás embarazada?

– Posiblemente. La semana pasada me di cuenta de que hace mucho que me falta mi período menstrua!. Tendrá que pasar más tiempo para que tenga la certeza total, pero sospecho que realmente llevo tu bebé dentro de mí. De ser así, tendrías que sentirte muy contento, milord. Aquí estoy, embarazada y rumbo al campo, donde no pueda interferir en tu vida. Con esto tendrás todo lo que pretendías de este matrimonio. Un heredero y nada de problemas. Confío en que estarás satisfecho.

– Sophy, no sé qué decir. -Julián se pasó la mano por el cabello-. Si lo que dices es verdad, entonces no puedo negar que me complace. Pero yo tenía la esperanza… quiero decir, que tal vez, tú… -Se interrumpió, buscando la manera adecuada de terminar la frase-. Yo esperaba que tú también te pusieras contenta -logró decir finalmente.

Sophy lo miró, furiosa, aún con la cabeza gacha. Sus lágrimas ya se le habían secado en el rostro ante tan típica arrogancia masculina.

– Indudablemente, creíste que la perspectiva de esta inminente maternidad me convertiría en una esposa feliz y dulce, ¿verdad? En una mujer que estuviera deseosa de abandonar al olvido todas sus aspiraciones para dirigir tu casa de campo y criarte los hijos, ¿no?

Julián tuvo la decencia de sonrojarse.

– Tuve la esperanza de que estuvieras feliz, sí. Por favor, Sophy, créeme que prefiero que estés contenta con nuestro matrimonio.

– Oh, vete, Julián. Quiero tomar un baño y descansar.-Nuevas lágrimas ardieron en sus ojos-. Hay mucho que hacer si quieres enviarme a Hampshire mañana.

Julián no dio señales de querer abandonar la habitación. Se quedó allí, contemplándola, con una expresión extrañamente desolada.

– Sophy, por favor, no llores. -Le abrió los brazos.

Sophy lo miró un momento más, entre sus ojos cargados de lágrimas. Detestó su falta de control ante tales emociones. Después, tragándose un sollozo, fue directamente hacia los brazos de Julián. El la apretó muy fuerte contra su pecho, al que ella empapó con sus lágrimas.

Julián la mantuvo así hasta que la tormenta pasó. No trató de animarla, ni de consolarla ni de hacerle reproches. Simplemente se limitó a ampararla en sus brazos hasta que el último de sus acongojados sollozos terminó.

Sophy se recuperó lentamente, consciente de la calidez que había sentido en ese abrazo. Se dio cuenta de que era la primera vez que Julián la abrazaba para ofrecerle algo distinto que la pasión, que lo compelía a estrecharla cada vez que deseaba besarla o hacerle el amor. Por un rato, Sophy ni se movió, sino que se dedicó a saborear la sensación agradable que le producía esa enorme palma masajeándole la espalda.

Finalmente, de muy mala gana, se apartó de él.

– Perdón, milord. Es que últimamente ni yo misma me entiendo. Te aseguro que rara vez lloro. -Sophy no lo miró mientras retrocedía. Simplemente, buscó a tientas el pañuelo que debía estar en su bata de noche. Como no pudo encontrarlo, maldijo por lo bajo.

– ¿Estás buscando esto? -Julián recogió el pañuelito bordado que había caído sobre la alfombra.

Avergonzada, pues aparentemente ni siquiera podía mantener un simple pañuelo en su sitio, Sophy se lo arrebató de la mano.

– Sí, gracias.

– Permíteme traerte uno limpio. -Julián avanzó hacia el vestidor de la muchacha y tomó otro pañuelo.

Cuando se lo entregó con un aire de gran preocupación, ella se sonó la nariz con todas sus energías. Lo empapó y se lo metió en el bolsillo.

– Gracias, milord. Por favor, disculpa esta escena melodramática- No sé qué me pasó. Ahora, seriamente, debo tomar un baño y atender unos cuantos detalles.

– Sí, Sophy-dijo él con un suspiro-. Te disculpo. Lo único que ruego es que algún día tú me disculpes a mí. Recogió sus prendas y salió del cuarto sin acotar nada más.


Mucho más tarde, esa noche, Julián estaba sentado solo en su biblioteca, con las piernas extendidas hacia adelante y una botella de clarete sobre la mesa que estaba a su lado. Estaba de un humor de perros y lo sabía. Por primera vez en las últimas horas, la casa estaba en silencio. Hasta poco tiempo atrás, había habido mucho alboroto por los preparativos del viaje de regreso de Sophy. Esa conmoción lo había deprimido- Se sentiría muy solo sin ella.

Julián se sirvió otra copa de clarete. Se preguntó si Sophy seguiría llorando hasta quedarse dormida. Se había sentido como un bruto al comunicarle que pensaba enviarla de regreso a Ravenwood Abbey, pero no tenía opción y lo sabía. Una vez que se enteró de los planes de Sophy, no tuvo alternativa más que sacarla de la ciudad. Sophy estaba moviéndose en aguas peligrosas y Julián no sabía cómo evitar que se ahogara en ellas.

Mientras tragaba el vino, trató de decidir si debía sentirse o no culpable por el modo en que la había manipulado esa mañana. Desde un principio, Julián se había dado cuenta de que Sophy no aceptaría razones, por lógicas que fueran, concernientes a su seguridad personal, pues su sentido del honor superaba toda consideración de ese tipo. Y Julián tampoco podía usar la fuerza física para lograr sus fines.

En consecuencia, no le quedó más alternativa que la de recurrir al último acercamiento que se le había ocurrido, aunque no estuviera seguro de que resultara efectivo. Había abusado de los sentimientos de Sophy para obligarla a hacer lo que él quería.

Vaya impresión la que Julián se llevó cuando la vio retroceder casi de inmediato en su determinación, ante la perspectiva de que su esposo podría poner en peligro su vida por un reto a duelo para defenderla. Realmente debía estar enamorada de él.

Ninguna otra emoción podría ser tan fuerte como para superar a la de su sentido del honor. Por el bien de él, Sophy había abandonado sus deseos de venganza.

Julián se sintió algo humillado ante la profundidad de los sentimientos de Sophy hacia él. No cabía duda de que la joven se había entregado a él…, que le pertenecía de un modo que hasta el momento le había parecido imposible.

Pero aunque esa realidad era gloriosa para él, Julián descubrió que Sophy debía de ser muy infeliz y que él era el causante directo. «Todo es tan injusto. Nada está resultando como yo planeé al aceptar casarme contigo.»

Y ahora, lo más importante era que probablemente, Sophy estaba embarazada. Se estremeció al recordar que una de las cosas que ella le había pedido era que no la presionara para ser madre de inmediato.

Julián se dejó caer más pesadamente en su silla, preguntándose si alguna vez podría reivindicar su imagen frente a los ojos de Sophy. En ese momento, te parecía que había hecho todo mal, desde un principio. «¿Qué debía hacer un hombre para convencer a su esposa de que era merecedor de su amor?», se preguntó. Era un problema que jamás había imaginado tener. Y después de todo lo sucedido entre él y Sophy, sería muy difícil resolverlo.

La puerta se abrió a sus espaldas, pero él no se volvió.

– Vete a acostarte, Guppy, y despide al personal por esta noche. Quiero quedarme un rato más aquí y no tiene sentido que os quedéis levantados por mí. Yo me encargaré de las velas.

– Ya he ordenado a Guppy y al personal que se retirasen por esta noche -dijo Sophy, cerrando suavemente la puerta.

Julián se quedó helado al escuchar la voz de ella. Apoyó la copa sobre la mesa y se puso de pie de inmediato para mirarla cara a cara. Se la veía muy delgada y frágil con ese vestido rosado, de cintura alta. Era difícil creer que pudiera estar embarazada, pensó Julián. Tenía el cabello recogido bien alto, con una cinta que ya empezaba a desatarse. La muchacha le sonrió.

– Pensé que estarías acostada a esta hora -le dijo él. Se preguntó de qué humor estaría. No estaba llorando, pero aparentemente tampoco venía a discutir, ni a regañarlo ni a suplicarle nada-. Tienes que estar descansada para emprender el viaje.

– Vine a despedirme, Julián. -Se detuvo frente a él, con los ojos luminosos.

Julián se sintió aliviado. Al parecer, no estaba en el mismo estado depresivo que horas atrás.

– Pronto me reuniré contigo -le prometió.

– Bien. Te echaré de menos. -Delineó los pliegues de la corbata con los dedos-. Pero no quiero que nos despidamos con rencores.

– Te aseguro que no hay rencor. Por lo menos, no de mi parte. Sólo quiero lo mejor para ti. Debes creer eso, Sophy.

– Lo sé. Sé que a veces te pones muy obstinado y arrogante, pero realmente creo que lo haces para protegerme. Pero lo más importante, es que no permitiré que arriesgues tu vida por mí.

– ¿Sophy? ¿Qué estás haciendo? -Azorado, la vio desanudarle la corbata-. Sophy, te juro que creo que lo mejor es que vuelvas a Ravenwood Abbey. No será tan malo estar allí, querida. Podrás ver a tus abuelos y seguramente tendrás amistades a quienes invitarás para que vayan a visitarte.

– Sí, Julián. -Cuando terminó con la corbata, empezó a desabotonarle la chaqueta.

– Si realmente estás embarazada, el aire del campo será mucho más saludable para ti que el de la ciudad -continuó él, buscando desesperadamente en su mente otras razones por las que Sophy pudiera desear marcharse.

– Sin duda tienes razón, milord. El aire de Londres parece denso, ¿no? -Se dedicó entonces a la camisa blanca.

– Estoy seguro de que tengo razón. -La novedad de verla desvistiéndolo lo alteró. Tenía dificultades para pensar y los pantalones le ceñían el miembro.

– Veo que los hombres siempre están seguros de que tienen razón. Hasta cuando están equivocados.

– ¿Sophy? -Tragó saliva cuando su esposa empezó a acariciarle el pecho. Sophy, sé que a veces te resulto arrogante, pero te aseguro…

– Por favor, Julián, no digas nada más. No quiero hablar de la lógica que hay en mi regreso a la Abadía ni tampoco quiero discutir tu desgraciada tendencia a la arrogancia. -Se puso de puntillas y le ofreció sus labios-. Bésame.

– Oh, Dios, Sophy. -Tomó la boca de su esposa, maravillado por su buena fortuna. Aparentemente, Sophy había cambiado de ánimo totalmente. Si bien él no sabía por qué, tampoco era el momento de preocuparse de ello.

Cuando ella se presionó contra él, Julián logró echar mano de la poca cordura que le quedaba para volver a hablar.

– Sophy, querida, vayamos arriba. Rápido.

– ¿Por qué? -Le mimó el cuello.

Julián observó sus rizos.

– ¿Por qué? -repitió-. ¿Me lo preguntas a estas alturas de las cosas? Sophy, ardo por ti.

– Todo el personal está en sus respectivos cuartos. Estamos solos, tú y yo. Nadie nos molestará.

Julián finalmente se dio cuenta de que Sophy estaba dispuesta a hacer el amor allí, en la biblioteca.

– Ah, Sophy -le dijo, medio riendo, medio quejándose-, realmente eres una caja de sorpresas. -Le quitó la cinta del cabello.

– Quiero que me recuerdes bien cuando estemos separados, milord.

– No hay nada en este mundo que pueda hacerme olvidarte, mi dulce esposa. -La levantó y la acomodó delicadamente en el sofá.

Cuando la depositó allí, Sophy le sonrió con una eterna promesa femenina. Cuando le estrechó los brazos, Julián acudió a ellos con incuestionable entusiasmo.

Pocos minutos después, Julián decidió que el sofá era demasiado estrecho para ambos. Rodó sobre la alfombra y llevó a Sophy consigo. Ella lo siguió, feliz, con sus senos desnudos y su garganta teñidos de un rosado pálido muy seductor. Julián se tendió de espaldas. Su esposa estaba sobre él, delgada, esbelta, sin ropa. Mentalmente, apuntó que repetiría la misma escena en la biblioteca de Ravenwood en la primera oportunidad que se presentara para volver a estar juntos de ese modo.

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