8

– ¿Cómo rayos van a encontrarnos Fanny y Harry en medio de todo este lío? -Sophy examinó ansiosamente la multitud de carruajes que colmaban Haymarket, cerca del teatro King-. Debe de haber más de mil personas aquí esta noche.

– Tres mil personas diría yo. -Julián la tomó firmemente por el brazo y la condujo hacia el interior del elegante teatro-. Pero no te preocupes por Fanny y Harry. Ellas se encargarán de localizarnos. No tendrán problemas para ello.

– ¿Por qué no?

– Porque el palco que usan es mío -explicó Julián, mientras se abrían paso entre el gentío.

– Oh, ya veo. Un arreglo muy conveniente.

– Fanny siempre lo pensó así. Le ha ahorrado el costo de tener que comprarse uno propio.

Sophy lo miró.

– No te importa que lo use, ¿verdad?

Julián sonrió.

– No. Es una de los pocos miembros de la familia que tolero durante todo el tiempo.

Pocos minutos después, Julián la escoltó a un lujoso palco, bien ubicado entre otros cinco similares- Sophy se sentó y contempló fascinada el enorme auditorio en forma de herradura.

Las mujeres llevaban valiosas joyas y los hombres, elegantes trajes. En la concavidad del mismo, los dandis y mequetrefes, con sus prendas a rayas, paseaban airadamente, exhibiendo la última moda. Al ver toda esa ropa tan extravagante, casi desfachatada, Sophy se dio cuenta de que secretamente agradecía que Julián prefiriese cortes y géneros más discretos y conservadores.

Pero muy pronto se evidenció que el verdadero espectáculo no tenía lugar ni en la concavidad del auditorio ni sobre el escenario, sino en los palcos.

– Es como mirar cinco hileras de escenarios en miniatura -exclamó Sophy, riendo-. Todo el mundo se viste para exhibirse y se fija quién tiene puesta tal o cual joya o quién visita a quién en tal palco. No enriendo por qué la ópera te resulta tan aburrida cuando tantas cosas suceden entre los espectadores.

Julián se apoyó contra el respaldo de la silla de terciopelo y arqueó una ceja, mientras miraba el auditorio.

– Has dado en el clavo, querida. Hay más acción aquí arriba que allí abajo, en el escenario.

Durante largo rato, Julián examinó las hileras de palcos en silencio. Sophy le siguió la mirada y advirtió que se detenía en un palco en particular, donde había una mujer llamativamente vestida, rodeada de varios admiradores masculinos. Sophy la observó durante un momento. Sintió una repentina curiosidad por saber quién sería la rubia que, al parecer, era el centro de tanta atención.

– ¿Quién es esa mujer, Julián?

– ¿Qué mujer? -preguntó Julián, ausente, siguiendo el recorrido visual entre los demás palcos.

– La de la tercera hilera, vestida de verde. Debe de ser muy famosa. Aparentemente está rodeada de hombres. No veo ninguna otra mujer en el palco.

– Ah, esa mujer. -Julián volvió brevemente la mirada atrás-. No necesitas preocuparte por ella, Sophy. Es muy poco probable que la conozcas personalmente.

– Una nunca sabe, ¿no?

– En este caso, estoy seguro.

– Julián, no soporto el suspense. ¿Quién es ella?

Julián suspiró.

– Una de tas Impuras Elegantes -explicó él, con un tono que indicó que el tema le parecía de lo más aburrido-. Esta noche, hay muchas presentes, porque estos palcos son una especie de escaparate de exhibición para ellas, por así decirlo.

Sophy abrió los ojos desmesuradamente.

– ¿Auténticas mujeres de la vida? ¿Tienen palcos en el teatro King?

– Como ya te he dicho, tos palcos son escaparates para mostrar, eh, su mercadería.

Sophy estaba atónita.

– Pero debe de costar una fortuna tener un palco aquí durante toda la temporada.

– Bueno, no es para exagerar, pero tampoco es nada barato -admitió-. Creo que estas golfas lo consideran como una inversión necesaria para su negocio.

Sophy se le acercó con un gesto cómplice.

– Señálame otras Impuras Elegantes, Julián. Te juro que es imposible distinguirlas de las damas de buen vivir con sólo mirarles el aspecto, ¿no?

Julián la miró brevemente, con una expresión medio de comicidad y medio de represión.

– Interesante observación, Sophy, y en muchos casos precisa, me temo. Pero existen algunas excepciones. Algunas mujeres poseen un aire inconfundible de calidad que siempre se evidencia, independientemente de la ropa que llevan puesta.

Sophy estaba demasiado ocupada observando los palcos como para reparar en la intensa mirada de Julián.

– ¿Cuáles son las excepciones? Muéstrame una o dos. Realmente me encantaría ver si puedo distinguir una mujerzuela de una duquesa a simple vista.

– No importa, Sophy. Ya he complacido tu lamentable curiosidad lo suficiente por una noche. Creo que es hora de que cambiemos de tema.

– Julián, ¿te has dado cuenta de que tienes la virtud de cambiar de tema justo cuando la conversación empieza a ponerse interesante?

– Sí. ¡Qué maleducado soy!

– No creo que tengas nada que decir de tu educación. Oh, mira, allí está Anne Silverthorne y su abuela. -Sophy señaló a su amiga con el abanico y recibió un cordial saludo por parte de Anne, desde un palco cercano-. ¿Podemos ir a visitarla a su palco, Julián?

– Tal vez entre actos.

– Será divertido. Anne está muy bonita esta noche, ¿no? Ese vestido amarillo va muy bien con el rojizo de su cabello.

– Algunos dirían que el vestido es demasiado escotado para una joven soltera -dijo Julián, dirigiendo una breve y crítica mirada al atuendo de la joven.

– Si Anne tiene que esperar a estar casada para ponerse un vestido que esté de moda, entonces tendrá que esperar toda la vida. Me ha dicho que nunca contraerá matrimonio. Para ella, el sexo masculino es muy poco respetable y la institución del matrimonio no la atrae en lo más mínimo…

A Julián se le borró la sonrisa.

– ¿Debo entender que conociste a la señorita Silverthorne en una de las reuniones de los miércoles en el club de mi tía?

– Sí, ésa es la verdad.

– A juzgar por lo que acabas de decirme, no estoy muy seguro de que ella sea la clase de mujer que deba hacer sociabilidad contigo, mi querida.

– Probablemente tengas bastante razón -dijo Sophy, animadamente-. Anne es una influencia terrible. Pero me temo que el daño ya se ha hecho. Como verás, nos hemos convertido en íntimas amigas y uno no debe dejar plantada a una amiga, ¿verdad?

– Sophy…

– Estoy casi segura de que tú jamás volverías la espalda a uno de tus amigos. No sería honorable.

Julián la miró, un tanto cansado.

– Bueno, Sophy…

– No te alarmes, Julián. Anne no es mi única amiga. Jane Morland es otra de las muchachas que acabo de conocer y no dudo de que la aprobarás. Es muy seria. Siempre habla razonando las cosas y conservando la línea.

– Es un alivio -dijo Julián-. Pero Sophy, es mi deber advertirte que tienes que ser cautelosa al elegir tus amigas tanto como al elegir tus amigos.

– Julián, si tuviera que ser tan cautelosa para seleccionar mis amistades como tú pretendes, sin duda pasaría una vida muy solitaria. O de lo contrario, me aburriría hasta la muerte en compañía de criaturas sosas.

– No puedo imaginarme semejante situación.

– Yo tampoco. -Sophy miró a su alrededor, buscando alguna distracción- Debo decir que Harry y Fanny se han demorado bastante. Espero que se encuentren bien.

– Ahora eres tú la que cambia de tema.

– Tú me has enseñado las técnicas. -Sophy estuvo a punto de continuar la frase cuando se dio cuenta de que la impactante cortesana rubia, con el vestido verde, la miraba directamente a ella, a pesar de la vasta distancia que las separaba.

Por un momento, Sophy le correspondió la mirada, intrigada por la desfachatez de la mujer. Quiso preguntarle a Julián el nombre de la mujer pero una repentina y estruendosa conmoción en la galería indicó que la ópera estaba por comenzar. Sophy olvidó a la mujer de verde y prestó atención al escenario.

La cortina que estaba detrás de Sophy se abrió en la mitad del primer acto. Sophy se volvió para ver si eran Fanny y Harry que entraban precipitadamente al palco, pero se trataba de Miles Thurgood, a quien Julián le indicó con un ademán que tomara asiento. Sophy le sonrió.

– Creo que Catalani está en buena forma esta noche, ¿no? -murmuró Miles al oído de Sophy-. Oí que tuvo una seria disputa con su último amorcito antes de subir a escena… Se corrió la voz de que le vació un orinal en la cabeza y el pobre hombre tiene que salir en el próximo acto. Esperemos que pueda asearse a tiempo.

Sophy rió, ignorando la represora mirada de Julián.

– ¿Y cómo se enteró de eso? -murmuró a Miles.

– Porque las escapadas de Catalani detrás de escena son legendarias -le explicó Miles con una sonrisa.

– No hay necesidad de entretener a mi esposa con esas historias -dijo Julián severamente-. Búscate otros temas de conversación si deseas permanecer en este palco.

– No le preste atención-dijo Sophy-. Julián es demasiado estricto en ciertos aspectos…

– ¿Es cierro, Julián? -exclamó Miles inocentemente-. ¿Sabes? Ahora que tu esposa lo menciona, creo que tiene razón.

Empiezo a creer que últimamente has estado muy malhumorado. Deben de ser los efectos del matrimonio.

– Sin duda -dijo Julián fríamente.

– Catalani no es la única que está dando que hablar esta noche -continuó Miles-. Parece que otros miembros de la alta sociedad han recibido notas chantajistas por parte de la Gran Featherstone. Vaya mujer. Hay que tener agallas para estar sentada aquí, rodeada de todas sus víctimas.

Sophy se volvió de inmediato.

– ¿Charlotte Featherstone está aquí esta noche? ¿Dónde?

– Suficiente, Thurgood -lo interrumpió Julián decidido.

Pero Miles ya estaba asintiendo con la cabeza, en dirección al palco donde se hallaba la imponente rubia, que había estado mirando tan abiertamente a Sophy sólo momentos atrás.

– Es aquella que está allá.

– ¿La dama de verde? -Sophy trató de mirar a pesar de la oscuridad reinante en el teatro, buscando a la infame cortesana.

– Maldición, Thurgood, dije que basta -gruñó Julián.

– Lo siento, Ravenwood, no quise decir nada fuera de lugar. Pero todos saben quién es Featherstone. No es precisamente un secreto.

Los ojos de Julián estaban sombríos.

– Sophy, ¿re agradaría un poco de limonada?

– Sí, Julián, me encantaría.

– Excelente, estoy seguro de que Miles se sentirá feliz de ir a buscarte una copa, ¿verdad, Thurgood?

Miles se puso de pie e hizo una reverencia a Sophy.

– Será un honor, lady Ravenwood. Pronto regresaré. -Se volvió para desaparecer tras las cortinas del palco pero se detuvo por un segundo-. Le ruego me disculpe, lady Ravenwood

– dijo con una amplia sonrisa-, pero la pluma de su cabello parece estar por caerse. ¿Puedo acomodársela?

– Oh, Dios. -Sophy extendió la mano para acomodar la ofensora pluma justo en el momento en que Miles se le acercaba para ayudarla.

– Ve a buscar la limonada, Thurgood -le ordenó Julián, tomando él la pluma-. Soy perfectamente capaz de encargarme del atuendo de Sophy personalmente. -Ajustó la pluma entre los rizos de Sophy mientras Miles se escurría del palco.

– Realmente, Julián, no tenías necesidad de echarlo sólo porque me señaló a Charlotte Featherstone. -Sophy lo miró con reprobación-. Sucede que he sentido mucha curiosidad por esa mujer.

– No me imagino por qué.

– Vaya, porque he estado leyendo las Memoirs -explico Sophy, inclinándose hacia adelante una vez más, para tratar de ver a la dama de verde.

– ¿Que has estado leyendo qué? -La voz de Julián sonó sofocada.

– Estamos estudiando las Memoirs de Featherstone en las reuniones de los miércoles por la tarde con Fanny y Harry. Debo agregar que es una lectura fascinante. Qué visión tan peculiar de la sociedad. No vemos la hora en que salga el próximo fascículo.

– Maldita sea, Sophy. Si hubiera sospechado que Fanny te expondría a esa basura, jamás te habría permitido que asistieras a esas reuniones de los miércoles. ¿Cuál es el significado de toda esa tontería? Se supone que debes estar estudiando literatura o filosofía natural, no los mamarrachos chismosos que escribe una golfa.

– Cálmate, Julián. Soy una mujer casada de veintitrés años, no una adolescente de dieciséis que aún va a la escuela. -Le sonrió-. Yo tenía razón. De veras eres demasiado estricto en muchos aspectos.

Julián la miró con los ojos entrecerrados, apenas controlando su ira.

– Estricto es un término demasiado suave para calificar el modo en que me siento ahora, sobre este tema en particular. Te prohibo que leas más fascículos de las Memoirs. ¿Has entendido bien?

Parte del buen humor de Sophy comenzó a desaparecer. Lo último que deseaba hacer era arrumar la velada con una discusión, pero sentía que debía aclarar su posición. La noche anterior había cedido en uno de los puntos más cruciales de su pacto nupcial y no estaba dispuesta a ceder en otro.

– Julián -le dijo ella suavemente-. Debo recordarte que antes de que nos casáramos discutimos el tema de la libertad que gozaría yo respecto de la literatura escogida.

– No me eches en cara ese tonto acuerdo, Sophy. No tiene nada que ver con este asunto de las Memoirs de Featherstone.

– No es ningún acuerdo tonto y está completamente relacionado con este asunto. Estás tratando de dictar lo que puedo y lo que no puedo leer. Hemos convenido claramente que no lo harías.

– No quiero reñir contigo por esto -dijo Julián, apretando los dientes.

– Excelente. -Sophy le dirigió una sonrisa de alivio-. Yo tampoco quiero reñir contigo por esto, milord. ¿Ves? Podemos coincidir en ciertas cosas fácilmente. Es una buena señal, ¿no crees?

– No me malinterpretes -estalló Julián-. No debatiré esto contigo. Estoy diciendo elocuentemente que no quiero que leas más fascículos de las Memoirs. En mi carácter de esposo, te lo prohibo terminantemente.

Sophy inspiró profundamente, sabiendo que no podía permitirle que tiranizara de ese modo con ella.

– Me parece que yo ya he hecho un compromiso muy grande en cuanto a nuestro pacto de matrimonio, milord. No puedes pretender que haga otro. No es justo y yo creo que, en el fondo, tú eres un hombre honesto.

– No es justo. -Julián se le acercó y le tomó una de las muñecas-. Sophy, mírame. Lo que sucedió anoche entre los dos no puede calificarse como compromiso. Simplemente lo pensaste y te diste cuenta de que ese punto en particular era irracional y antinatural.

– ¿De verdad? Qué perspicaz de mi parte.

– No es para que te burles, Sophy. En un principio, cometiste un error al insistir en que se incluyera esa cláusula, y a última hora tuviste la sensatez de enmendar ese error. Este asunto de leer las Memoirs es otra cosa distinta, en la que estás equivocada. Debes permitirme guiarte en este tipo de cosas.

Ella lo miró.

– Sé razonable, milord. Si te cedo esto también ahora, ¿qué me exigirás en un futuro? ¿Que ya no controle mí herencia?

– Al demonio con tu herencia -vociferó Julián-. No quiero tu dinero y lo sabes.

– Eso dices ahora. Pero hace pocas semanas también decías que no te importaba lo que leyera. ¿Qué seguridad puedo tener de que no cambiarás de parecer también respecto de mí herencia?

– Sophy, esto es agraviante. En nombre de Dios, ¿por qué tanto interés en leer las Memoirs.

Porque me parecen fascinantes, milord. Charlotte Featherstone es una mujer de lo más interesante. Sólo piensa en lo que ha tenido que pasar.

– Ha pasado por muchos hombres y no quiero que tú te enteres de todos los detalles sobre todos y cada uno de sus amoríos.

– Me encargaré de no volver a mencionar este tema, milord, ya que, obviamente, lo ofende mucho.

– Te encargarás de no volver a leer sobre el tema. -La corrigió ominosamente. Luego suavizó la expresión-, Sophy, cariño, no vale la pena que riñamos por esto.

– No podría estar más de acuerdo contigo, milord.

– Lo que quiero de ti simplemente es que seas racionalmente circunspecta respecto de tus elecciones literarias.

– Julián, por fascinante e instructiva que pueda ser la cría animal y las técnicas de manejo agropecuario, a veces el tema se torna un poco tedioso. Sencillamente, debo tener un poco de variedad en las cosas que leo.

– Seguramente no querrás rebajarte a los chismes baratos de las Memoirs, ¿no?

– Te advertí expresamente el día que convinimos en que nos casaríamos que tengo un lamentable gusto por los chismes entretenidos.

– No te permitiré fomentarlo.

– Aparentemente, sabes mucho sobre los chismes que se escriben en las Memoirs. ¿Por casualidad, estás leyéndolas también? Quizá podríamos encontrar terreno de debate.

– No. No las estoy leyendo y no tengo la intención de hacerlo. Además…

La voz de Fanny sonó en la entrada, interrumpiendo la siguiente frase de Julián.

– Sophy, Julián, buenas noches. ¿Pensasteis que no vendríamos? -Fanny atravesó las cortinas, vestida en seda color bronce. Harriette Rattenbury estaba detrás de ella, resplandeciente con su característico vestido lila y un turbante.

– Buenas noches a todos. Lamentamos tanto el retraso.-Harriette sonrió a Sophy-. Querida, estás preciosa esta noche. Ese celeste te queda muy bien. ¿Por qué las caras largas? ¿Sucede algo malo?

Inmediatamente, Sophy esbozó una sonrisa y liberó su muñeca del puño de Julián.

– En absoluto, Harry. Sólo estaba preocupada por ustedes.

– Oh, nada por lo que alarmarse -le aseguró Harriette, mientras se sentaba con un suspiro de alivio-. Me temo que fue toda mi culpa. El reumatismo empezó a afectarme temprano esta tarde y me di cuenta de que me he quedado sin mi tónico especial. La querida Fanny insistió en enviar a buscar más y por eso nos retrasamos en vestirnos para asistir al teatro. ¿Cómo está la actuación? ¿Catatani está en buena forma?

– Me enteré de que vació un orinal en la cabeza de su amante justo antes de salir a escena -dijo Sophy de inmediato.

– Entonces, probablemente esté haciendo una actuación espectacular -rió Fanny-. Todos saben que da lo mejor de sí cuando se pelea con uno de sus amantes. Le brinda fuerza y vivacidad a su trabajo.

Julián miró la aparentemente serena expresión de Sophy.

– La escena más interesante de todas es la que está teniendo lugar en este mismo palco, tía Fanny, y tú y Harry sois las causantes.

– Altamente improbable -murmuró Fanny-. Nunca damos escenas, ¿verdad, Harry?

– Dios me ampare, no. Sería muy impropio.

– Suficiente -gruñó Julián-. Acabo de enterarme de que estáis estudiando las Memoirs en tus reuniones de los miércoles por las tardes. ¿Qué rayos pasó con Shakespeare y Aristóteles?

– Se murieron -señaló Harriette.

Fanny ignoró la risita disimulada de Sophy y meneó la mano con lánguida gracia.

– Julián, no dudo de que, como hombre razonablemente bien educado, debes saber el amplio espectro que abarcan los intereses de una persona inteligente. Y todos los miembros de mi pequeño club son inteligentes. No deben interponerse obstáculos en la infinita búsqueda por aprender.

– Fanny, te lo advierto, no quiero que Sophy quede expuesta a estas tonterías.

– Demasiado tarde -objetó la muchacha-. Ya he quedado expuesta.

Julián se volvió con una expresión sombría.

– Entonces debemos limitamos a mitigar los efectos. No leerás más fascículos. Te lo prohibo. -Se puso de pie-. Ahora, si ustedes me excusan, señoras, iré a ver qué está retrasando tanto a Miles. Enseguida regreso.

– Ve, Julián -susurró Fanny, alentadoramente-. Estaremos bien.

– Sin duda -coincidió fríamente-. Haz todo lo que esté a tu alcance para evitar que Sophy se caiga del palco en sus intentos por ver mejor a Charlotte Featherstone.

Asintió una vez, dirigió una última y gélida mirada a Sophy y se retiró. Sophy suspiró cuando las cortinas se cerraron detrás de él.

– Es bueno en el arte de retirarse con la última palabra, ¿no? -señaló.

– Todos los hombres lo son -comentó Harriette, mientras extraía su monóculo de su bolso bordado-. Las usan frecuentemente, pues es como si siempre se estuvieran yendo. De la escuela, de la guerra, de casa para ir al club o a ver a sus amantes.

Sophy consideró el comentario por un momento.

– Yo diría que no es exactamente un caso de salir a algún sitio sino de escapar.

– Una observación excelente -dijo Fanny muy animada-. Qué razón tienes, querida. Lo que acabamos de presenciar ha sido decididamente una retirada estratégica. Está claro que Julián aprendió muchas tácticas bajo las órdenes de Wellington.

Veo que estás aprendiendo a ser una buena esposa muy rápidamente.

Sophy hizo una mueca.

– Sinceramente, espero que no prestes atención alguna a los esfuerzos de Julián por dictar qué clase de libros debemos estudiar en las reuniones de los miércoles.

– Querida, no te preocupes con esas trivialidades -dijo Fanny airadamente-. Por supuesto que no le haremos caso. Los hombres son tan limitados respecto de sus conceptos sobre lo que las mujeres deberíamos hacer, ¿no?

– Julián es un buen hombre, Sophy, pero tiene sus cosas-dijo Harriette, llevándose los binoculares a los ojos para mirar a través de ellos-. Por supuesto que no puede culpársele después de todo lo que pasó con su primera condesa. Y además, creo que sus experiencias en el campo de batalla han servido para reforzar un concepto más sobrio sobre la vida en general. Julián ha desarrollado un fuerte sentido del deber, ya sabes y… aja. Allí está ella.

– ¿Quién? -preguntó Sophy, distraída, con los pensamientos en Elízabeth y en los efectos que la guerra provocan en un hombre.

– La Gran Featherstone. Esta noche está de verde. Y tiene puesto el collar de diamantes y rubíes que le regaló Ashford.

– ¿De verdad? Qué audacia de su parte, ponérselo después de todas las cosas que dijo de él en el segundo fascículo de las Memoirs. Lady Ashford debe de estar que arde. -Fanny se apuró a sacar del bolso el nuevo monóculo que había comprado para la ópera y lo enfocó sin pérdida de tiempo.

– ¿Me los presta? -le preguntó Sophy a Harriette-. No se me ocurrió comprarme binoculares.

– Seguro. Esta semana te compraremos un par. No se puede venir a la ópera sin binoculares. -Harriette sonrió serenamente-, Hay tanto para ver aquí, que una no querría perderse nada.

– Sí -coincidió Sophy, mientras enfocaba los binoculares en la impactante rubia de verde-. Tanto para ver. Tenía razón con lo del collar. Es espectacular. Se entiende perfectamente por qué una esposa se pondría furiosa al saber que su marido regaló semejante joya a una mujer así.

– Especialmente, si esa esposa se ve obligada a lucir alhajas de muy inferior calidad -dijo Fanny, pensativa, con los ojos fijos en el pendiente solitario que Sophy llevaba sobre el cuello-. ¿Por qué todavía Julián no te ha dado las esmeraldas de los Ravenwood?

– No necesito esmeraldas. -Sophy, aún mirando el Palco de Featherstone, vio que un hombre de cabellos muy claros entraba. Reconoció a lord Waycott de inmediato. Charlotte se dio la vuelta para saludarlo con un grácil movimiento de su mano colmada de sortijas. Waycott se inclinó sobre los brillantes anillos con elegante aplomo.

– Si me preguntas -dijo Harriette a Fanny-, yo creo que tu sobrino ha visto demasiado esas esmeraldas en su primera esposa.

– Mmm, puede que tengas razón, Harry. Elizabeth no le causaba más que dolor cada vez que él la veía con esas esmeraldas. Puede ser que Julián no quiera ver esas piedras en ninguna otra mujer. El verlas sólo le traería penosos recuerdos de Elizabeth.

Sophy se preguntó si ésa sería la verdadera razón por la que Julián todavía no le había dado las gemas de la familia. Ella creía que podría haber otras razones, menos halagadoras. Se necesitaba que una mujer tuviera buen porte y la estatura y cultura perfectas para llevar joyas finas, especialmente sí se trataba de piedras dramáticas, como las esmeraldas. Tal vez Julián pensaba que su nueva esposa carecía de la presencia indicada para llevar las joyas de los Ravenwood. O tal vez, que le faltaba belleza para ello.

Pero al instante pensó qué la noche anterior, durante el rato que duró la intimidad entre ellos en la alcoba, Julián la había hecho sentir muy bella.


Sophy ni se quejó ni pidió explicaciones cuando mucho más tarde, esa misma noche, ya de regreso en su casa, Julián le anunció que volvería a salir por una o dos horas, a ver a sus amigos en el club. Julián se quedó pensando en la falta de protestas por parte de Sophy cuando se sentó en el carruaje, mientras el cochero guiaba a los caballos por las oscuras caites. ¿No le importaba cómo pasaría él el resto de la velada o sólo estaba feliz de que Julián no invadiera su cuarto por segunda vez?

No había sido el plan original de Julián ir al club después de la ópera. Contrariamente, había pensado en pasar la noche en la alcoba de Sophy, enseñándole los placeres del lecho conyugal. Había pasado parte del día maquinando exactamente lo que haría y había jurado que en esa oportunidad la haría gozar.

Había imaginado que la desvestiría lentamente y que luego le besaría cada centímetro de su piel, hasta que en sus ojos leyera que estaba lista ya. En esa oportunidad no perdería el control a último momento para penetrar en ella violentamente. En cambio, iría paso a paso, para asegurarse de que la muchacha aprendiera que el placer podía compartirse.

Julián sabía muy bien que había perdido la cabeza en un momento crítico, la noche previa. No era su estilo de siempre.

Se había metido en la alcoba de Sophy convencido de que realmente iba a hacerle el amor, sólo por el bien de ella. Pero la verdad absoluta había sido que la había deseado tanto, que la había esperado durante tanto tiempo, que cuando finalmente estuvo dentro de su estrecho y acogedor cuerpo, no tuvo más autocontrol del que aferrarse. Aparentemente, había agotado todas las reservas la semana anterior, mientras luchó imperiosamente por no tocarla.

El solo recordar el intenso deseo vivido cuando finalmente penetró en ella bastó para tensar todo su cuerpo otra vez. Julián meneó la cabeza, asombrado de que toda la situación hubiera escalado a algo mucho mayor e ingobernable de lo que él había anticipado. Se preguntó por qué se habría permitido obsesionarse tanto con Sophy.

No hacía al caso detenerse a analizarlo, decidió Julián cuando el carruaje se detuvo frente a su club. Lo importante era que esa obsesión no lo controlase por completo. Julián debía manejar eso, lo que significaba manejar a Sophy. Debía mantener las riendas bien cortas por e! bien de ambos. Su segundo matrimonio no sería como el primero. No sólo eso, sino que Sophy necesitaba su protección. Era demasiado inexperta y confiada.

Pero cuando entró al cálido santuario de su club, Julián creyó escuchar el eco de las burlonas carcajadas de Elizabeth.

– Ravenwood. -Miles levantó la vista del sitio donde estaba sentado, junto al fuego y sonrió-. No esperaba que aparecieras por aquí esta noche. Siéntate y toma un vaso de oporto.

– Gracias. -Julián se acomodó en una silla cercana-.Todo hombre que haya soportado una ópera necesita una copa de oporto.

– Justo lo que yo dije hace unos minutos. Aunque debo admitir que el espectáculo de hoy fue mucho más entretenido que lo habitual por la presencia de la Gran Featherstone.

– Ni me lo recuerdes.

Miles rió.

– Lo más divertido de todo fue verte tratando de cercenar los intereses de tu esposa en el caso de Featherstone. Creo que fracasaste por completo tratando de distraerla, ¿no? Las mujeres siempre se obsesionan con los temas que uno quiere evitar.

– No es para sorprenderse, estando tú alentándola deliberadamente -barbotó Julián, sirviéndose una copa de oporto.

– Sé razonable, Ravenwood. Toda la ciudad está hablando de las Memoirs. No puedes esperar francamente que lady Ravenwood las ignore.

– Puedo y debo guiar a mi esposa en su material de lectura -dijo Julián fríamente.

– Anda, sé honesto -lo urgió Miles con la familiaridad de un amigo de toda la vida-. Tu preocupación no tiene nada que ver con sus gustos literarios. Tienes miedo de que tarde o temprano encuentre tu nombre en las Memoirs.

Mi relación con Featherstone no es de la incumbencia de mí esposa.

– Un noble sentimiento, y estoy seguro de que hace eco en todos los hombres que se han hecho presentes aquí esta noche -le aseguró Miles. De pronto su expresión, normalmente relajada, se tornó sobria-. Y hablando de los aquí presentes esta noche…

Julián lo miró.

– ¿Sí?

Miles carraspeó y bajó la voz.

– Pensé que debías saber que Waycott está en la sala de juegos.

Julián apretó la copa con la mano, pero su tono se mantuvo frío.

– ¿Sí? Qué interesante. Por lo general no frecuenta este club.

– Cierto, pero ya sabes que es miembro. Esta noche, parece que ha decidido ejercer. -Miles se le acercó-. Deberías saber que está ofreciendo tomar apuestas.

– ¿Sí?

Miles carraspeó.

– Apuestas relacionadas contigo y las esmeraldas de Ravenwood.

Julián apretó muy fuerte el puño a su lado.

– ¿Qué clase de apuestas?

– Está apostando a que no darás a Sophy las esmeraldas de los Ravenwood antes de que termine el año -dijo Miles-. Sabes lo que quiere decir con eso, Julián. Está gritando a los cuatro vientos que tu nueva esposa no puede ocupar el lugar que Elizabeth tenía en tu vida. Si lady Ravenwood se entera de esto, se morirá de angustia.

– Entonces debemos hacer todo lo posible para que no se entere de esto. Sé que puedo contar con tu silencio, Thurgood.

– Sí por supuesto. Si bien esta cuestión no es tan escandalosa como el caso Featherstone, es muy probable que llegue a oídos de varias personas y no puedes hacer callar a todos. Quizá sería mucho más simple entregar las joyas de la familia a tu esposa para que ella las luzca en público lo antes posible. De ese modo… -Miles se interrumpió de repente, alarmado al ver que Julián se ponía de pie-. ¿Qué crees estar haciendo?

– Pensé en ir a ver a qué se juega hoy -contestó Julián caminando hacia la sala de juegos.

– Pero tú rara vez juegas. ¿Para qué quieres ir a ese salón? ¡Espera! -Miles se puso de pie enseguida y salió al trote detrás de él-. De verdad, Julián, creo que será mucho mejor que no entres allí esta noche.

Julián lo ignoró. Entró al salón, que estaba lleno de gente y se quedó mirando hasta que localizó su objetivo. Waycott, que acababa de ganar a uno de los juegos de azar, miró casualmente a su alrededor y sin querer vio a Julián. Sonrió y esperó.

Julián sabía que todos los presentes en el salón estaban conteniendo la respiración. También sabía que Miles estaría en algún rincón, agazapado. De reojo, vio que Daregate apoyaba las cartas que tenía en la mano sobre la mesa y lánguidamente se ponía de pie.

– Buenas noches, Ravenwood -dijo Waycott, cuando Julián se paró frente a él-. ¿Te agradó la ópera de esta noche? Vi a tu encantadora esposa allí, aunque era realmente difícil ubicarla en medio de tanta gente. Pero, claro, yo esperaba encontrar el brillo de las esmeraldas de los Ravenwood.

– A mi esposa no le agrada llamar la atención -susurró Julián-. Creo que le sienta mucho mejor la vestimenta sencilla y clásica.

– ¿De verdad? ¿Y ella está de acuerdo contigo? Las mujeres adoran las joyas. Tú, más que ningún hombre, debiste haber aprendido esa lección.

Julián bajó la voz pero mantuvo la firmeza de sus palabras.

– En los asuntos importantes, mi esposa resigna sus deseos a los míos. Confía en mi juicio no sólo en lo que concierne a su atuendo sino también a sus conocidos.

– A diferencia de tu primera esposa, ¿no? -Los ojos de Waycott estaban cargados de maldad ¿Por qué estás tan seguro de que la nueva lady Ravenwood se dejará guiar por tí? Parece una joven inteligente, aunque un poco inocente. Sospecho que pronto comenzará a confiar en su propio juicio tanto en su atuendo como en sus conocidos. Y entonces tú estarás en la misma posición en la que estuviste en tu primer matrimonio, ¿no?

– Si alguna vez sospecho que los conceptos de Sophy se forman a través de otra persona que no sea yo, entonces no me quedarán más opciones que remediar la situación.

– ¿Y qué te hace creer que puedes remediar semejante situación? -Waycott rió-. En el pasado, tuviste muy poca suerte al respecto.

– Esta vez, hay una diferencia -dijo Julián con calma.

– ¿Cuál es?

– Que esta vez sabré dónde mirar si surgiera una amenaza potencial contra mi esposa. No perderé el tiempo en aplastar esa amenaza.

Una fría fiebre ardió en la mirada de Waycott.

– ¿Debo tomarlo como una advertencia?

– Te lo dejo a criterio propio, por inexistente que sea-Julián inclinó la cabeza en gesto burlón.

Waycott apretó el puño y la fiebre de sus ojos ganó calor.

– Maldito seas, Ravenwood -gruñó entre dientes-. Si crees que debes retarme a duelo, adelante, entonces.

– Pero todavía no tengo razones, ¿verdad? -preguntó Julián con una voz de terciopelo.

– Siempre queda el asunto de Elízabeth -desafió Waycott. Flexionaba y extendía los dedos nerviosamente.

– Me imaginas demasiado adherido a un código de honor muy estricto -dijo Julián-. No dudes de que no me levantaría al amanecer para matar a un hombre por causa de Elizabetb. No se merecía ese esfuerzo.

Las mejillas de Waycott estaban teñidas de rojo por la furia y la frustración.

– Ahora tienes otra esposa. ¿Te permitirías llevar los cuernos por segunda vez, Ravenwood?

– No -dijo Julián tranquilamente-. A diferencia de Elizabeth, Sophy sí es una mujer que merece que mate un hombre por ella y no dudes que lo haré si es necesario.

– Bastardo. Tú eres el que no merecía a Elizabeth. Y no te molestes en amenazar. Todos sabemos que no me desafiarás ni a mí ni a ningún otro hombre por una mujer. Tú mismo lo has dicho, ¿recuerdas? -Julián avanzó un paso.

– ¿Sí? -Julián experimentó cierta anticipación. Pero antes de que los hombres pudieran seguir ofendiéndose, aparecieron Thurgood y Daregate, quienes se ubicaron a cada lado de Julián.

– Ah, aquí estás Ravenwood -dijo Daregate-. Thurgood y yo te hemos estado buscando. Queríamos convencerte de que jugaras un par de manos a los naipes. ¿Nos excusas, Waycott?

– Su sonrisa apenas cruel resplandeció.

La rubia cabellera de Waycott dibujó un reticente asentimiento. Giró sobre los talones y abandonó la sala.

Julián lo vio irse, sintiendo una salvaje desazón.

– No sé por qué os molestasteis en interferir -remarcó a sus amigos-. Tarde o temprano, probablemente tendré que matarlo.

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