19

– Estábamos todos tan preocupados, milady. Teníamos terror de que le hubiera pasado algo malo. No tiene idea. Los muchachos del establo estaban fuera de si. Cuando apareció su yegua al trote, todos empezaron a buscarla a usted de inmediato, pero no había señales por ninguna parte. Alguien fue a la casa de la vieja Bess y ella se preocupó tanto como nosotros cuando se enteró de que no había regresado.

– Lamento haber causado tanto revuelo, Mary. -Sophy sólo estaba escuchando a medias los relatos de Mary. Su mente estaba preocupada por la próxima entrevista con Julián. Él no le había creído. Debió prever que él no creería en esa historia de que la yegua la había arrojado. Pero ¿qué iba a decirle ahora?

– Y después, el encargado de la caballeriza, que siempre es un pájaro de mal agüero, vino sacudiendo la cabeza, a decir que debíamos rastrear en la laguna, para tratar de encontrar su cuerpo.

Dios, casi me desmayo cuando escuché eso. Pero todo eso no fue nada comparado con el momento en que llegó Su señoría, inesperadamente. Aun los sirvientes que trabajaron en esta casa cuando vivía la primera condesa, decían que jamás habían visto a lord Ravenwood así de furioso. Amenazó con despedirnos a todos.

Un golpe en la puerta interrumpió los relatos de Mary sobre lo acontecido aquella tarde. Ella acudió a la puerta y cuando la abrió, encontró a una criada que venía con una bandeja de té.

– Bien, yo la tomaré. Vete ya. Su señoría necesita descansar. -Mary cerró la puerta y apoyó la bandeja en una mesa-. Oh, mire, Cook le ha enviado un poco de pastel. Coma una porción con el té. Le dará fuerzas.

Sophy miró la tetera y de inmediato sintió náuseas.

– Gracias, Mary. Enseguida beberé el té. Pero por el momento, no tengo hambre.

– Debe de ser por el golpe en la cabeza -dijo Mary-. Afecta el estómago. Pero por lo menos debería tomar una taza de té, señora.

La puerta volvió a abrirse y Julián entró al cuarto sin molestarse en llamar. Todavía llevaba su atuendo de montar y, obviamente, había escuchado el último comentario de Mary.

– Vete, Mary. Me encargaré personalmente de que beba su té.

Sorprendida por su llegada, Mary hizo una breve reverencia y retrocedió nerviosamente hacia la puerta.

– Sí, milord -dijo, mientras ponía la mano en el picaporte. Comenzó a retirarse, pero se detuvo para decir, con cierto aire desafiante-: Todos estábamos muy preocupados por la señora.

– Sé que así fue, Mary. Pero ella está ahora en casa nuevamente, sana y salva y la próxima vez rodos vosotros cuidaréis mejor de ella, ¿verdad?

– Oh, sí, milord. No la perderemos de vista.

– Excelente. Ahora puedes retirarte, Mary.

Mary salió corriendo.

Cuando la puerta se cerró detrás de su dama de compañía, Sophy apretó los dedos sobre su falda.

– No tienes que aterrorizar al personal, Julián. Son todos muy buenos y lo que pasó esta tarde nada tiene que ver con ellos. Yo… -Carraspeó-, Cabalgué por esa zona cientos de veces en los últimos años- No era necesario que me acompañara ningún cuidador. Estamos en el campo, no en la ciudad.

– Pero no pudieron encontrar tu indefenso e inconsciente cuerpo en ningún lado del camino, ¿no? -Julián se acomodó en una silla que estaba cerca de la ventana y miró todo el cuarto-. Veo que has hecho varios cambios, querida, tanto aquí como en el resto de la casa.

Ese inesperado cambio de tema la desconcertó.

– Espero que no te moleste, milord -dijo Sophy, muy tensa. Tenía la terrible corazonada de que Julián jugaría con ella hasta que la pusiera tan nerviosa y estallara por fin, para contarle toda la verdad.

– No, Sophy, no me importa en absoluto. Hacía mucho que esta casa me disgustaba tal como estaba. -Julián volvió a mirar el ansioso rostro de su esposa-. Cualquier cambio que se haga en Ravenwood Abbey será más que bienvenido, te lo aseguro. ¿Cómo te sientes?

– Muy bien, gracias. -Las palabras parecían pegadas en su garganta.

– Es un alivio. -Se extendió completamente, con las piernas hacia adelante y los brazos caídos indulgentemente-. Nos habías preocupado muchísimo, ¿sabes?

– Lo lamento. -Sophy inspiró profundamente y luchó con desesperación por recordar todos los detalles de la historia que había inventado. Su teoría era que si condimentaba la narración con un sinfín de detalles, aún podría salvarla-. Creo que fue un animal pequeño el que asustó a mi yegua. Una ardilla, tal vez. Normalmente, no debió haber ningún problema, porque sabes que sé cabalgar muy bien.

– Siempre he admirado tus habilidades de jinete -coincidió Julián.

Sophy sintió que se ruborizaba.

– Sí, bueno sucede que yo regresaba de la casa de la vieja Bess, adonde había ido a comprar algunas hierbas. Me había puesto los paquetitos en los bolsillos y estaba entretenida acomodándolos. Me refiero a los paquetes, claro, porque tenía miedo de que se me cayeran por el camino, ¿entiendes?

– Entiendo.

Sophy se quedó mirándolo por un rato, asombrada por la expresión expectante de su esposo. Aparentemente, estaba sereno y paciente, pero Sophy sabía que se trataba de la serenidad y la paciencia de un cazador.

– Y… y… creo que estaba distraída, en lugar de tener toda mi atención en la yegua. Estaba acomodando un… paquete de ruibarbo. Sí, creo que era ése. Entonces… la yegua empezó a corcovear y después de eso… ya no pude mantener el equilibrio.

– ¿En ese momento te caíste y te golpeaste la cabeza?

Sophy recordó que habían buscado rastros de ella en el camino, sin hallar indicio alguno.

– No, no, milord. Creo que la yegua me llevó unos metros más adelante perdí silla y todo en el bosque.

– ¿Te ayudaría en algo si te dijera que acabo de regresar por ese camino, a caballo, de la casa de Bess?

Sophy lo miró, incómoda.

– ¿Sí?

– Sí, Sophy-dijo con mucha suavidad-. Me llevé una antorcha y recorrí las inmediaciones de la laguna y encontré algunas huellas muy interesantes. Aparentemente, en ese lugar hubo otro caballo y otro jinete hoy.

Sophy se puso de pie abruptamente.

– Oh, Julián, por favor, no me hagas más preguntas esta noche. No puedo hablar ahora. Estoy muy mal. Me equivoqué cuando te dije que me sentía bien, porque me siento pésimo.

– Pero no, creo yo, por el golpe que te diste en la cabeza

– La voz de Julián fue mucho más suave que la de hacía un rato-. Quizás es la preocupación lo que está agobiándote, querida. Te doy mi palabra de honor que no tienes necesidad de preocuparte.

Sophy no entendía ni confiaba en tanta ternura.

– No comprendo a qué te refieres.

– ¿Por qué no vienes a sentarte un rato aquí conmigo? A ver si te tranquilizas. -Le tendió la mano.

Sophy miró la mano extendida y luego los ojos de su marido. Obedeció. Tenía que ser fuerte.

– No… no hay lugar en la silla para mí, Julián.

– Yo te haré lugar. Ven aquí, Sophy. La situación no es tan tremenda ni tan complicada como tú la ves.

Sabía que no era inteligente ir hacia él. Sabía que perdería las fuerzas que tenía si permitía que él la consolase en esos momentos. Pero por otra parte, se moría por gozar de esa sensación tan cálida de tener sus brazos alrededor de su cuerpo. Aquella mano extendida era una gran tentación ante su fatiga y debilidad.

– Probablemente, debería acostarme un rato -dijo ella mientras avanzaba un paso hacia Julián.

– Descansarás muy pronto, pequeña, lo prometo.

Julián siguió esperando, con ese aire de infinita paciencia que había adoptado, mientras ella daba un segundo y luego un tercer paso hacia él.

– Julián, no debería hacer esto -exhaló ella suavemente, mientras él le cubría la mano con la suya.

– Soy tu esposo, cariño. -La sentó sobre su falda y la apoyó contra su hombro-¿A qué otro más que a mí podrías confiarle lo que pasó hoy realmente en la laguna?

Al escuchar esa frase, Sophy perdió la poca fortaleza que le quedaba. Había pasado demasiadas cosas ese día. El rapto, la amenaza de violación, su huida, el momento en que había apuntado a Waycott con la pistola de bolsillo, sin hallar el valor para dispararle concretamente, todo eso había contribuido para que se sintiera débil.

Si Julián le hubiera gritado, si hubiera descargado toda su furia en ella, Sophy habría podido resistirse, pero no a tanta ternura y afecto. Giró el rostro hacia el hombro de él y cerró los ojos. El apretó los brazos alrededor de ella, prometiéndole tácitamente toda la protección que necesitaba.

– Julián, te amo -le dijo ella, con la boca contra su camisa.

– Lo sé, cariño, lo sé. ¿Entonces me dirás la verdad?

– No puedo hacerlo -dijo ella.

Julián no discutió el punto. Sólo se quedó allí sentado, masajeándole la espalda con su manaza fuerte- Hubo silencio en la habitación, hasta que Sophy, sucumbiendo a la tentación una vez más, se relajó.

– ¿Tienes confianza en mí, Sophy?

– Sí, Julián.

– ¿Entonces por qué no me quieres decir la verdad sobre lo que pasó hoy?

Ella exhaló un suspiro.

– Porque tengo miedo, milord.

– ¿De mí?

– No.

– Me alegro de eso, al menos. -Hizo una pausa y luego dijo, con tono pensativo-. Algunas esposas en tu situación, tendrían razones para temer a sus esposos.

– Deben de ser esposas a quienes sus maridos les tienen muy poca estima. Esposas tristes y desgraciadas que no gozan ni del respeto ni de la confianza de sus maridos. Las compadezco.

Julián exclamó algo, que pareció entre una sonrisa y una queja. Volvió a atar una cinta de terciopelo que se había desatado del camisón de Sophy.

– Tú, por supuesto, quedas excluida de ese grupo de mujeres, querida. Tú gozas de mi estima, mi respeto y mi confianza, ¿no?

– Así es, milord. -Sophy se preguntó como se habría sentido si se hubiera podido agregar el sentimiento de amor a esa lista.

– Entonces tienes razón en no temerme porque, conociéndote, sé perfectamente que no has hecho nada malo hoy. Nunca me traicionarías, ¿verdad, Sophy?

Sophy cerró el puño sobre el género de la camisa de su esposo.

– Nunca, Julián. Jamás en la vida, ni en ninguna otra. Me alegra mucho que lo sepas.

– Claro que lo sé, mi dulce. -Se quedó en silencio durante un rato largo y ella volvió a relajarse por sus caricias-. Desgraciadamente, me doy cuenta de que a pesar de que confío en ti plenamente, mi curiosidad no está satisfecha. Debes entender que soy tu esposo, Sophy. Ese título me hace sentir protector en cierto modo,

– Por favor, Julián, no me fuerces a contártelo. Estoy bien, te lo aseguro.

– No tengo intenciones de forzarte a nada. Jugaremos a las adivinanzas.

Sophy se puso tensa.

– No quiero jugar a nada.

Julián ignoró la protesta.

– Dices que no quieres contarme toda la historia porque tienes miedo. También dices que no me temes a mí. Por lo tanto, la única conclusión que queda es que tienes miedo a otra persona. ¿Confías en que yo pueda protegerte, querida?

– No se trata de eso, Julián. -De inmediato, Sophy levantó la cabeza para asegurarle que ella no ponía en duda su habilidad para defenderla-. Sé que tomarías cualquier medida para defenderme.

– Tienes razón -dijo Julián simplemente-. Eres muy importante para mí, Sophy.

– Entiendo, Julián. -Se tocó el vientre casi imperceptiblemente-. Sin duda, estás preocupado por tu futuro heredero. Pero no necesitas preocuparte por el bebé, pues realmente…

Los ojos de esmeralda de Julián, por primera vez, denotaron cierta ira. Pero desapareció al instante. Tomó el rostro de la muchacha entre sus manos.

– Dejemos esto bien en claro. Tú eres muy importante para mí porque eres Sophy, mi querida, inconvencional, honorable y cariñosa esposa. No porque estés embarazada.

– Oh. -No podía apartar la mirada de los ojos brillantes de Julián. Era lo más parecido a una confesión de amor que Julián le había hecho. Y probablemente, sería lo máximo que podría esperar de él-. Gracias, Julián.

– No me lo agradezcas, pues soy yo quien te debe dar las gracias. -Le cubrió la boca con la de él y la besó con todas sus ansias. Cuando finalmente levantó la cabeza, se leyó un familiar resplandor en sus ojos-. Eres una poderosa distracción, querida, pero creo que, esta vez, haré todo lo posible para resistirme. Por lo menos, por un rato más.

– Pero Julián…

– Ahora terminaremos nuestro juego de adivinanzas. Tienes miedo de la persona, quienquiera que haya sido, que estuvo hoy en la laguna. Aparentemente, no temes a tu seguridad personal- Quiere decir que temes por la mía.

– Julián, por favor, te ruego…

– Bien. Temes por mi seguridad, pero tampoco me adviertes justa y claramente sobre el peligro al que me expongo, en teoría, lo que implica que no tienes miedo de que me ataquen directamente. No me ocultarías una información tan importante ¿cierto?

– No, milord. -En ese instante, supo que no tenía casi tratar de guardarse la verdad. El cazador estaba acercándose a su presa.-Entonces queda una sola posibilidad-dijo Julián, con una lógica inevitable- Sí temes por mi seguridad, pero sabemos que no me atacarán directamente, debe de ser que crees que retaré a duelo a esta tercera persona en cuestión, tan misteriosa y desconocida.

Sophy se enderezó. Cerró ambos puños sobre la camisa de su marido y entrecerró los ojos.

– Julián, debes darme tu palabra de honor de que no harás tal cosa. Debes jurármelo por nuestro hijo que está en camino. No quiero que arriesgues tu vida, ¿me has escuchado?

– Es Waycott, ¿no?

Sophy entrecerró los ojos.

– ¿Cómo lo has sabido?

– No fue tan difícil adivinarlo. ¿Qué pasó hoy en el camino, Sophy?

Ella lo miró, frustrada por completo. Esa expresión tierna y sutil en la mirada de él desapareció, como si jamás hubiera existido. En su lugar, sólo había el frío acecho del cazador frente a la presa. Acababa de ganar la batalla y preparaba su estrategia para la próxima.

– No dejaré que lo retes a duelo, Julián. No te arriesgarás por Waycott, ¿me entiendes?

– ¿Qué pasó hoy en el camino?

Sophy pudo haber llorado.

– Por favor, Julián…

Si bien Julián no había levantado la voz, Sophy se dio cuenta de que se le había agotado la paciencia. No se quedaría con la duda. Julián permitió que Sophy se levantara, pero en ese momento le quitó la mirada de encima. Lentamente, Sophy recorrió todo el cuarto y se aproximó a la ventana, para mirar la oscuridad de la noche. En frases concisas, le relató la historia.

– Él las mató, Julián -concluyó, con las manos entrelazadas frente a sí-. Mató a las dos. Ahogó a Elízabeth porque tenía intenciones de abortar el hijo de él. Y provocó la muerte de mi hermana al tratarla como si no hubiera sido más que un para sus ratos libres.

– Lo de tu hermana lo sabía, porque terminé de armar ese rompecabezas antes de salir de Londres. Y siempre había tenido dudas respecto de lo que había sucedido con Elizabeth aquella noche. Pensaba que, probablemente, alguno de sus amantes había recibido demasiada presión por parte de ella.

Sophy apoyó la cabeza sobre el frío cristal de la ventana.

– Dios me ampare. No tuve el valor de apretar el gatillo cuando tuve la oportunidad. Soy una cobarde.

– No, Sophy, no eres ninguna cobarde. -Julián avanzó suavemente hacia ella-. Eres la mujer más valiente que he conocido en toda mi vida y te entregaría toda mi vida y mi honor saber que esta noche has hecho lo que el honor demanda. No se mata a un hombre inconsciente a sangre fría, haya hecho lo que haya hecho.

Sophy se volvió para mirarlo, con cierta expresión de incertidumbre.

– Pero si lo hubiera matado cuando pude hacerlo, ahora todo habría terminado. No tendría que preocuparme por tí.

– Pero habrías vivido eternamente con el cargo de conciencia de haber matado a un hombre y no me habría gustado ese negro destino para ti, cariño. Por mucho que Waycott merezca morir.

Sophy sintió mucha impaciencia.

– Julián, debo decirte que no me preocupa tanto el haber actuado conforme a los dictados del honor, sino el hecho de que no solucioné el problema definitivamente. Este hombre es un asesino y todavía está libre.

– No durante mucho más tiempo.

Sophy se alarmó.

– Julián, por favor, debes prometerme que no lo desafiarás. Podrías morir, aun si Waycott se batiera justamente en un duelo contigo, cosa que dudo.

Julián sonrió.

– Según tengo entendido, no está en condiciones de batirse a duelo ahora. Dijiste que estaba inconsciente, ¿no? Estoy convencido de que se quedará así por un tiempo. Yo, según recordarás, tengo experiencia personal con tus tés de hierbas.

– No bromees conmigo, Julián.

Le tomó las muñecas y se las llevó contra el pecho.

– No estoy bromeando, cariño. Simplemente, estoy terriblemente agradecido de que estés con vida y sana. Nunca sabrás lo que pasé cuando llegué aquí esta noche y descubrí que no estabas.

Sophy se negó a que la reconfortara porque sabía lo que le esperaba.

– ¿Qué harás, Julián?

– Eso depende. ¿Cuánto tiempo más crees que Waycott dormirá?

Sophy frunció el entrecejo.

– Otras tres o cuatro horas, tal vez.

– Excelente. Más tarde me encargaré de él, entonces. -Empezó a desatarle las cintas del camisón-. Mientras tanto, pienso pasar este rato corroborando que realmente estás ilesa.

Sophy lo miró con severidad mientras el camisón caía a un costado.

– Julián, debes darme tu palabra de honor de que no retarás a duelo a Waycott.

– No te preocupes por eso, querida. -Le besó el cuello.

– Tu palabra, Julián. Dámela. -En ese momento, no deseaba más que estar en brazos de su esposo. Pero todo eso era mucho más importante. Se quedó inmóvil y fría, ignorando la tentación que le presentaba la calidez de aquella boca.

– No te preocupes con lo que suceda con Waycott. Yo me encargaré de todo. Nunca más volverá a acercarse a ti.

– Maldito seas, Julián. Quiero tu palabra de que no lo retarás a duelo. Tu seguridad es mucho más importante para mi que tu estúpido y machista sentido del honor. Ya te he dicho lo que pienso de un duelo. No soluciona nada y puedes perder la vida en ello. No retarás a Waycott. ¿Está claro? Dame tu palabra.

Julián dejó de besarle el hombro y, lentamente, levantó la cabeza, para mirarla. Tenía el entrecejo fruncido por primera vez.

– No tengo mala puntería, Sophy.

– No me importa lo buena que sea tu puntería. No dejaré que corras ese riesgo, y es definitivo.

Alzó las cejas.

– ¿Sí?

– Sí, maldita sea. No me arriesgaré a perderte en un duelo estúpido con un hombre que sin duda hará trampas. En esto, siento exactamente lo mismo que sentí esa mañana que tú interrumpiste mi encuentro con Charlotte Featherstone. No lo soportaré.

– No creo haberte visto nunca tan inflexible, querida.

– Tu palabra, Julián. La quiero.

Julián suspiró.

– Muy bien. Si es tan importante para ti, te juro solemnemente que no retaré a duelo a Waycott con pistolas.

Sophy cerró los ojos, profundamente aliviada.

– Gracias, Julián.

– ¿Ahora tengo permiso para hacer el amor a mi esposa?

Ella lo miró.

– Sí, milord.


Una hora después, Julián se incorporó sobre sus codos y miró la preocupada expresión de su esposa. Ese resplandor que siempre iluminaba su rostro cuando terminaban de hacer el amor estaba apagándose lentamente. Pero a Julián le resultó gratificante, en cierto modo, saber que su bienestar significaba tanto para ella.

– ¿Tendrás cuidado, Julián?

– Mucho.

– Quizá tendrías que llevarte algunos muchachos de los establos contigo.

– No, esto es entre Waycott y yo. Lo manejaré solo.

– Pero ¿qué harás? -preguntó, desesperada.

– Obligarlo a irse del país. Creo que le sugeriré emigrar a los Estados Unidos.

– Pero ¿cómo harás para obligarlo a marcharse?

Julián apoyó los brazos a cada lado de los hombros de Sophy.

– Deja de hacer tantas preguntas, mí amor. No tengo tiempo de contestarlas ahora. Cuando vuelva te lo contaré todo. En detalle. Lo juro. -Rozó sus labios con los de él. Descansa un poco.

– Qué ridiculez. No podré pegar un ojo hasta que regreses.

– Entonces lee un buen libro.

– Wolkhonecraft -lo amenazó ella-. Estudiaré «La reivindicación de los derechos de la mujer» hasta que vuelvas.

– Esa idea me obligará a volver de inmediato a tu lado.

– Al decirlo, Julián se puso de pie-. No puedo dejar que te corrompas más de lo que estás, leyendo esas cosas.

Sophy se sentó y le tomó la mano.

– Julián, estoy asustada.

– Ya lo sé. Conozco esa sensación. La experimenté cuando llegué a esta casa y descubrí que no estabas. -Suavemente, retiró la mano y empezó a vestirse-. Pero, en este caso, no tienes que temer. Tienes mi promesa de que no retaré a duelo a Waycott, ¿lo recuerdas?

– Sí, pero… -Se interrumpió, mordiéndose el labio-. No me gusta esto, Julián.

– Pronto terminará todo. -Se ajustó los pantalones y se sentó para calzarse las botas-. Regresaré a casa antes de que amanezca, a menos que hayas dejado a Waycott tan «grogui» que no pueda entender ni una palabra de nuestro idioma.

– No le puse tantas hierbas como a ti, pues tenía miedo de que se diera cuenta del sabor extraño.

– Qué lástima. Me habría gustado que Waycott sufriera el mismo dolor de cabeza horrible que padecí yo.

– Esa noche habías estado bebiendo, Julián -le explicó ella seriamente-. Eso alteró los efectos de las hierbas. El sólo tomó té. Se despertará con la mente despejada.

– Lo tendré en cuenta. -Julián terminó de ponerse las botas. Caminó hacia la puerta y se detuvo para mirarla. Sintió una fuerte posesión hacia ella y luego una inmensa ternura. Se dio cuenta de que Sophy significaba todo para éL Nada en el mundo era más importante que su dulce esposa.

– ¿Olvidaste algo, Julián? -le preguntó ella desde las sombras de la cama.

– Sólo un pequeño detalle -dijo él. Soltó el picaporte y volvió junto a la cama. Se inclinó y la besó en la boca una vez más-. Te amo.

Julián vio que Sophy abría los ojos desmesuradamente, ante semejante sorpresa. Pero no podía darse el lujo de perder tiempo en explicaciones y detalles. Volvió a la puerta y la abrió.

– Julián, espera…

– Volveré cuanto antes. Luego hablaremos.

– No, espera. Debo decirte algo más. Las esmeraldas.

– ¿Qué pasa con ellas?

– Casi lo olvido. Waycott las tiene. Las robó la noche que mató a Elizabeth. Están en la canasta que está junto a la chimenea, justo debajo de su pistola.

– Qué interesante. Debo recordar traerlas de regreso conmigo -dijo Julián y salió al pasillo.


Las viejas ruinas normandas constituían un conjunto de piedras exóticas y poco atractivas entre las sombras de la noche. Por primera vez en años, Julián reaccionó ante ellas de la misma manera que cuando era niño. Se trataba de un lugar en el que cualquiera podía creer en la existencia de fantasmas. El pensar que Sophy había estado cautiva en los oscuros confines de ese lugar, echó más leña al fuego a la ira que ardía dentro de él

Había logrado disimular su furia frente a Sophy porque sabía que, de lo contrario, la habría alarmado. Pero vaya si había tenido que recurrir hasta al máximo esfuerzo para dominarse. Una cosa era cierta: Waycott tendría que pagar por lo que había querido hacerle a Sophy. Por lo que Julián podía apreciar, no había indicios alrededor de las ruinas. Llevó a su caballo negro hacia el monte más cercano, desmontó y ató la rienda a una rama que le pareció segura. Después se abrió paso entre los fragmentos de piedra hasta la última pared que aún quedaba en pie. No se veían luces que provinieran de las aberturas que estaban en lo alto de la pared. El fuego que, según Sophy, había ardido en la chimenea sin duda se habría convertido en cenizas.

Si bien Julián tenía mucha fe en las habilidades de Sophie con las hierbas, decidió no dejar nada librado a la suerte. Entró al recinto donde ella había estado con extrema cautela. Nada se movía. Julián se quedó parado en la puerta abierta, esperando adaptarse a la oscuridad. Y luego vio el cuerpo de Waycott tirado junto a la chimenea.

Sophy tenía razón. Todo habría sido mucho más sencillo si se tomaba el arma y se disparaba en la cabeza del vizconde. Pero había ciertas cosas que un caballero no debía hacer. Julián meneó la cabeza y fue hacia la chimenea a reavivar el fuego.

Cuando terminó, tomó un banco y se sentó. Miró el interior de la canasta y vio las esmeraldas debajo de la pistola de bolsillo. Con una gran satisfacción, recogió el collar y observó su resplandor en la luz del fuego. Las esmeraldas de Ravenwood se verían estupendas en la nueva condesa de Ravenwood.

Veinte minutos después, el vizconde se movió y se quejó. Julián observó, inmóvil, mientras Waycott recuperaba el sentido. Siguió esperando mientras el hombre parpadeaba y fruncía el entrecejo frente al fuego. Esperó a que se sentara y llevara una mano a la sien. Esperó hasta que el vizconde cayó en la cuenta de que había alguien más allí.

– Es verdad, Waycott. Sophy está a salvo en casa, de modo que tendrás que vértelas conmigo ahora. -Casualmente, Julián dejó que las esmeraldas cayeran cual cascada, pasándolas de una palma de la mano a la otra-. Supongo que era inevitable que en algún momento, llegarás demasiado lejos. Eres un obsesivo, ¿no?

Waycott retrocedió hasta que estuvo sentado contra la pared. Apoyó su rubia cabellera contra las piedras húmedas de la pared y miró a Julián con profundo odio.

– De modo que la querida y pequeña Sophy fue corriendo directamente hacia ti, ¿no? Y creíste cada una de sus palabras, supongo. Quizá yo sea un obsesivo, Ravenwood, pero tú eres un tonto.

Julián miró las esmeraldas.

– En parte tienes razón. Fui tonto una vez. Hace tiempo. No supe darme cuenta de que era una bruja la que se presentaba ante mí vestida de seda en un salón de baile. Pero esa época terminó. En cierto modo, me das pena. De una manera u otra, todos pudimos ya liberarnos de las redes de Elizabeth, pero tú, aparentemente, sigues atrapado.

Porque yo era el único que la amó. El resto de vosotros sólo quería usarla. Tú querías arrebatarle su inocencia y su belleza, para destruirlas para siempre. Yo sólo quería protegerla.

– Tal como he dicho, estás tan obsesionado como siempre. Si te hubieras contentado con sufrir a solas, yo habría seguido ignorándote. Pero escogiste a Sophy como medio para vengarte contra mí. Y no puedo pasar eso por alto… Te lo advertí, Waycott. Ahora pagarás por haber inmiscuido a Sophy en esto y terminaremos con todo este asunto de una vez.

Waycott rió.

– ¿Qué te dijo tu pequeña y dulce Sophy que sucedió hoy aquí? ¿Te dijo que la encontré en el camino, cerca de la laguna? ¿Te dijo que había ido a ver a la vieja Bess para que le diera algo para abortar, como lo había hecho Elizabeth? Tu querida, dulce e inocente Sophy ya está planeando quitarse de encima a tu heredero, Ravenwood. No quiere llevar en sus entrañas a tu mocoso, igual que Elizabeth.

Por un instante, las palabras de Sophy recorrieron su mente: «No quiero que me presiones a una maternidad prematura". Experimentó cierra culpa.

Julian meneó la cabeza y sonrió a Waycott.

– Eres tan astuto como un ladrón para clavar un puñal por la espalda, pero esta vez fallaste, Waycott. Verás, Sophy y yo hemos aprendido a conocernos bien. Es una mujer honorable. Hemos hecho un trato y si bien no me complace mucho decir que a veces yo no lo he cumplido bien, ella siempre se mantuvo fiel a su palabra. Sé que ella fue a ver a Bess para comprar una nueva remesa de hierbas, no para pedirle un aborto.

– Si realmente crees eso, Ravenwood, eres un tonto. ¿Sophy también te mintió respecto de lo que pasó en esa litera? ¿No te dijo lo rápido que se levantó las faldas y se abrió de piernas para mí? No tiene mucha habilidad, pero con la práctica aprenderá.

De pronto, la furia de Julián fue incontenible. Dejó caer las esmeraldas al piso y se puso de pie con un movimiento rapidísimo. En dos pasos acortó la distancia que lo separaba de Waycott y lo tomó de las solapas de la camisa. Después lo puso de pie y le propinó un puñetazo en medio de su bello rostro. Algo se le rompió en la nariz y Waycott empezó a sangrar. Julián volvió a golpearlo.

– ¡Hijo de puta! ¿No quieres admitir que te casaste con una prostituta? -Waycott se deslizó lateralmente, sobre la pared, limpiándose la sangre de la nariz con el dorso de la mano-. Pero es cierto, canalla, basura. ¿Cuánto tiempo ibas a tardar en darte cuenta?

– Sophy jamás se deshonraría a sí misma ni a mi. Sé que no te ha permitido que la toques.

– ¿Por eso reaccionaste de inmediato cuando te conté lo que pasó entre ella y yo?

Julián ya no podía contener su ira.

– No tiene caso conversar contigo, Waycott. Cada vez que lo intento, no logras razonar. Supongo que debería compadecerte, pero me temo que ni a un loco puedo permitirle que insulte a mi esposa.

Waycott lo miró inquieto.

– Ambos sabemos que no me retarás a duelo.

– Desgraciadamente, tienes razón -coincidió Julián, pensando en el juramento que le había hecho a Sophy. Ya le había roto muchas promesas hasta el momento. No estaba dispuesto a faltarle otra vez a la palabra, aunque por dentro estuviera muriéndose por balear a Waycott. Caminó hacia la chimenea y se quedó mirando el fuego.

– Lo sabía. Le dije que jamás arriesgarías el cuello por ninguna mujer. Has perdido el gusto por la venganza. No me desafiarás.

– No, Waycott, no te desafiaré. -Julián se entrelazó las manos sobre la nuca y se dio vuelta para mirarlo y sonreírle con frialdad-. No por las razones que tú crees, sino por otras, de índole privada. Quédate tranquilo, no obstante, porque esa decisión no me impedirá aceptar un reto a duelo por tu parte.

Waycott pareció confundido.

– ¿De qué rayos estás hablando?

– No te retaré a duelo, Waycott. He hecho un juramente al respecto y debo cumplirlo. Pero creo que podremos arreglar la cuestión de manera tal que seas tú el que me rete a duelo a mí. Y cuando lo hagas, te prometo que estaré ansioso por aceptar. Ya he elegido a mis padrinos. Daregate y Thurgood. ¿Los recuerdas? Se sentirán sumamente felices de colaborar conmigo y controlar que el duelo se conduzca con toda justicia. Ya sabes muy bien que Daregate se da cuenta enseguida cuando hay trampa. Hasta puedo proveer las pistolas. Espero el momento que te sea conveniente.

Waycott se quedó boquiabierto.

– ¿Y por qué habría yo de retarte a duelo a tí? No fue tu esposa la que me traicionó.

– No es un caso de infidelidad conyugal. Aquí no hubo traición. No pierdas tu tiempo y tu saliva tratando de convencerme de que me han puesto los cuernos porque no es cierto. La poción soporífera del té y la soga que usaste para atarla son evidencias suficientes. Pero sucede que yo la creí aun antes de ver las pruebas. Ya sé que mi esposa es una mujer de honor.

– ¿Una mujer de honor? El honor es un término que no tiene ningún significado para una mujer.

– Para una mujer como Elizabeth no, pero para alguien como Sophy tiene mucho significado. Pero no volveremos a tocar el tema del honor. No tiene ningún caso porque tú no sabes lo que es el honor. Ahora, vayamos a lo nuestro.

– ¿Estás dudando de mi honor? -gruñó Waycott.

– Por supuesto. Y lo que es más. Pondré tu honor en tela de juicio frente a todo el mundo, hasta que te veas obligado a retarme a duelo o a emigrar al continente americano. Son las dos opciones que te quedan, Waycott.

– No puedes obligarme a tomar ninguna de las dos.

– Si crees que no, vas a sorprenderte, pues te forzaré a optar. Te haré la vida insoportable aquí en Inglaterra, Waycott. Seré una especie de lobo que te morderé los talones hasta que te haga saltar sangre de ellos.

Waycott se veía muy pálido a la luz del fuego.

– Estás exagerando.

– ¿Quieres que te diga cómo será? Escucha bien, Waycott y vislumbra tu destino. Dondequiera que vayas, en cualquier momento, yo o algún representante mío, estaremos a tus espaldas. Si deseas comprar algún caballo en Tattersail, procuraré levantar la oferta para asegurarme de que el caballo se lo quede otro. Si intentas comprarte un par de botas en Hoby, o una chaqueta en Weston, informaré a los propietarios que se quedarán sin negocio en el futuro si siguen vendiéndote a ti.

– No puedes hacerlo -dijo Waycott entre dientes.

– Y ése será sólo el comienzo -continuó Julián-. Haré correr la voz de que tengo intenciones de comprar todas las parcelas que lindan con tus tierras en Suffolk. En poco tiempo, yo seré dueño de todo el territorio que rodea el tuyo, Waycott. Además, dejaré tu reputación tan manchada que ningún club respetable te aceptará como miembro y ninguna anfitriona querrá recibirte en su casa.

– Jamás te dará resultado.

– Sí, Waycott. Tengo el dinero, la tierra y el título necesarios para lograr mis objetivos. Y más aun. Tendré a Sophy a mi lado. Su nombre vale oro en Londres en estos días, Waycott. Si ella se vuelve contra tí, toda la sociedad también te dará la espalda.

– No. -Waycott sacudió la cabeza, furioso-. Ella nunca haría eso. Yo no la he lastimado. Ella entenderá por qué hice lo que hice. Es compasiva conmigo.

– Ya no.

– ¿Porque la traje aquí? Pero se lo puedo explicar.

– Nunca tendrás oportunidad. Aunque yo permitiera que te acercases a una distancia prudencial de ella para poderle hablar, cosa que no haría ni loco, no obtendrías nada de su parte. Como verás, Waycott, te cavaste tu propia tumba mucho antes de conocer a Sophy.

– ¿De qué rayos estás hablando ahora?

– ¿Recuerdas a esa mujer a quien sedujiste tres años atrás que luego abandonaste porque estaba embarazada? ¿La que llevaba el anillo del diablo? ¿Esa que, según tú describiste a Sophie era tan insignificante? ¿Esa a quien tachaste de prostituta de pueblo?

– ¿Qué hay con ella?

– Era la hermana de Sophy.

Waycott se quedó blanco de sorpresa.

– Oh, Dios mío.

– Exactamente -dijo Julián-. Empiezas a ver la profundidad de tu problema. Ya no tiene sentido que sigas permaneciendo aquí. Piensa cuidadosamente en tus dos posibilidades, Waycott. Si estuviera en tu lugar, eligiría América. Me he enterado, por lo que apadrinaron a Mantón, que no eres buen tirador.

Julián dio la espalda a Waycott, recogió las esmeraldas salió. Desató las riendas del caballo negro y escuchó un disparo proveniente del viejo castillo en ruinas.

Se había equivocado: Waycott tenía tres opciones en lugar de dos. Obviamente, el vizconde había tomado la pistola de la canasta y había optado por la tercera alternativa.

Julián puso un pie en el estribo y después, de mala gana decidió volver al silencioso castillo. La escena que le aguardaba ciertamente no sería agradable, pero conociendo la ineptitud de Waycott, lo mejor era asegurarse de que no hubiera estropeado más las cosas.

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