Indicamos en el capítulo anterior la importantísima parte que el agua desempeña en el proceso fisiológico del organismo humano. Manifestamos que el 80 por ciento del cuerpo físico se halla constituido por el agua, y que depende de este líquido en su mayor parte el funcionamiento del sistema.
Agreguemos que el hombre sano elimina en forma de orina y transpiración cerca de dos litros de agua.
Consideremos esta circunstancia y preguntémonos de dónde proceden los dos litros de agua que salen del cuerpo cada 24 horas.
Parte de estos dos litros proviene del agua contenida en las viandas, sobre todo en las verduras y frutas; pero la mayor parte ha de proporcionársela al organismo por medio de la bebida, pues de no hacerlo así, la Naturaleza no tendrá más remedio que extraerla de los humores del sistema o sufrir las consecuencias de la escasez.
Si extrae el agua de los fluidos o humores del sistema, el individuo no tardará en enflaquecer, de manera que se le empobrece la sangre, con riesgo de anemia u otra enfermedad causada por dicha deficiencia.
Pero la Naturaleza transige generalmente, y en lugar de agotar el agua de reserva en los humores del cuerpo, fuerza al organismo a amortiguar su actividad, de lo que resulta un funcionamiento lánguido, de manera que el individuo se expone a varias enfermedades, de las que las más comunes son el estreñimiento, la anemia y la dispepsia.
Vemos por doquiera, cada día, enfermos de esta índole, y si los observamos resulta que apenas beben agua, mientras que si estudiamos las costumbres dietéticas de la gente sana nos convencemos de que son habituales bebedores de agua.
Las autoridades más prestigiosas en materia de higiene privada y los más competentes fisiólogos están de acuerdo en que una persona de buena salud debe beber, por lo menos, dos litros de agua cada 24 horas.
Por consiguiente, no pueden estar sanos los que beben sólo medio litro de agua y aun menos cada 24 horas.
¿Cómo pueden estarlo, si de esa manera se apartan de las leyes de la Naturaleza?
Para sentirse bien han de restituirse a las condiciones normales de la Naturaleza, y empezar por beber un poco más de agua cada día de la acostumbrada, hasta llegar a la dosis normal de dos litros diarios en porciones diversas.
No se ha de beber toda esta agua de un trago ni mucho menos, desde luego, sino que han de espaciarse las bebidas en pequeñas dosis durante las horas del día.
Costumbre muy saludable es la de beber un vaso de agua fresca por la mañana al levantarse y otro al irse a la cama, por la noche.
El agua restante, hasta los dos litros, se toma repartida durante el día.
No hay que privarse del agua en las comidas, aunque tampoco ha de beberse demasiado, porque diluirá entonces el jugo gástrico al extremo que se debilitará grandemente su acción sobre el bolo alimenticio.
Se ha de beber el agua a sorbos durante las comidas, para calmar el ardor de la boca, pero nunca en grandes cantidades, que diluirían las materias alimenticias.
Lo importante sin embargo, es no aguar los manjares, es decir, no beber y masticar al mismo tiempo, porque este hábito, condenado por las reglas de urbanidad y buenas costumbres, perjudica la completa masticación de los manjares, tan necesaria para que el estómago pueda digerirlos, pues la saliva contiene principios activos indispensables a la digestión.
El agua que se bebe durante las comidas queda absorbida muy luego y entra en el torrente circulatorio sin que retarde la función digestiva, a menos que sea muy fría, pues en este caso el estómago puede pasmarse.
Quien adquiera el hábito de beber a horas fijas, aunque la sed no lo acose, las dosis de agua como si fuera medicina, de manera que en las 24 horas ingiera dos litros, no padecerá las consecuencias del estreñimiento y tendrá buen semblante y mejor salud general, por la fluidez de la sangre y el esponjamiento de los tejidos.
De modos muy diversos el organismo aprovechará el agua que en justa medida se le facilite, entre ellos el de limpiar la sangre, eliminando de ella, por los órganos excretores, las materias de desecho, que cuando por falta e insuficiencia de arrastre se acumulan, ocasionan alguna de las muchas enfermedades que afligen a la humanidad.
El agua caliente, cuando se administra, bien, es un agente eficaz de la salud, pues los hidroterapeutas saben por experiencia que limpia el estómago y los intestinos con más eficacia que las purgas alopáticas y sin los riesgos a que los drásticos exponen.
El agua caliente, dada como medicina y sin que haya alcanzado a hervir, no sólo lava el estómago, sino que lo descongestiona, disolviendo y facilitando la expulsión de las mucosidades adheridas a las paredes de dicha entraña, cuyo funcionamiento vigoriza y estimula, con lo cual se conjura el riesgo de la dilatación y la dispepsia.
El agua caliente ha de beberse al levantarse por la mañana o una hora después de comer, en cantidad de medio litro y tan caliente como pueda soportarse.
El agua caliente no produce náuseas, como la tibia.
Protestará el paladar al principio contra la ingrata insipidez del agua caliente; pero se le puede agregar una pizca de sal para darle algún sabor, y si estima el sujeto su salud, no tardará en acostumbrarse.
No debe beberse de un trago, sino a pequeños sorbos, despacio y lo mismo que si se paladeara una exquisita infusión de café.
Si se goza de salud normal, es mejor el agua fresca, según dijimos oportunamente, pues el agua caliente se ha de reservar como medicamento eficaz en los casos de pesadez de estómago,dispepsia, indigestión, estreñimiento y náuseas.
Además de las cualidades que como natural agente curativo le reconocen al agua los hidroterapeutas occidentales, sostienen los indos que es mucho más saludable todavía la cargada con suficiente cantidad de prana.
Dijimos ya que para pranizar el agua se la vuelca repetidamente de una vasija a otra, como cuando una bebida demasiado caliente se quiere enfriar.
Tal trasiego parece que infunde en el agua una vida nueva, como si estuviese difundida por el ambiente de la energía pránica, cual lo está la electricidad, y la absorbiera el agua en su movimiento.
No tiene más que hacer la prueba quien dude de esta afirmación.
El agua pranizada completamente obra en el organismo como un eficacísimo reconstituyente, pues estimula, vigoriza y aumenta la vitalidad si se la emplea en dosis normales.
El agua pura de las fuentes y de los manantiales de las montañas está suficientemente pranizada, y por eso es tan notoria la diferencia entre los efectos del agua del campo y los que produce el agua de la ciudad.
El agua de los centros urbanos puede pranizarse, sin embargo, con un poco de paciencia, trasegándola de una a otra vasija, según ya hemos indicado repetidas veces.
Quien alcance a comprender lo que es el agua pranizada y los efectos saludables que produce en el organismo ya no podrá satisfacerse con el agua carente de su esencia vital que beben la mayor parte de los habitantes de las ciudades.
Al beber el agua caliente ha de airearse con gran cuidado, sobre todo si se la dejó hervir, pues el agua hervida pierde el aire que tenía disuelto, que es una de las condiciones más importantes de potabilidad.
Al absorber el agua ha de retenerse medio minuto el sorbo en la boca antes de tragarla.
Los nervios de toda la boca y de la lengua son los más apropiados para absorber o asimilar el prana del agua.
Muchos orientales que saben esto, se llenan la boca de agua cuando se sienten cansados de trabajar.
Como no necesitan beberla, sino tan sólo asimilar la energía pránica, luego la arrojan.
Puede experimentarlo cada cual personalmente, con la condición de no beber más de la dosis normal de agua, o sea dos litros por día, porque la mayor parte de los occidentales pecan por exceso o por defecto en este punto, mientras que los orientales están acostumbrados a beber la dosis normal desde niños.