CAPÍTULO IV. EL ESTÓMAGO Y LOS INTESTINOS

Conviene fijarse cuidadosamente en el diagrama del estómago y de los intestinos (página 43) a fin de entender mucho mejor las explicaciones que hemos de impartir, pues, excepto los aficionados a los estudios fisiológicos y los médicos, son pocos los que tienen un concepto claro de la situación y la forma de órganos tan importantes como los del aparato digestivo.

La mayor parte de las enfermedades tienen su origen en algún trastorno gástrico o intestinal.

Quien quiera adquirir una idea básica de la terapéutica o tratamiento de las enfermedades debe prestar suma atención a esta parte del organismo antes de preocuparse de las demás.

Se ha manifestado que el noventa por ciento de las enfermedades y trastornos fisiológicos que preocupan a la raza humana provienen de alguna anormalidad del estómago o de los intestinos.

Se infiere de eso que si comprendemos cuáles son las normales funciones de estos órganos podremos establecer una racional terapéutica aplicable eficazmente a cualquier mal funcionamiento de dichos órganos.

Describiremos sucintamente, por lo tanto, el estómago e intestinos del cuerpo humano.

El estómago es un órgano semejante a un saco muscular en forma de gaita, cuya capacidad en estado corriente no va más allá de un litro, pero que por distensión de sus paredes puede aumentar.

Entra el alimento en el estómago después de preparado por la masticación y la insalivación en la boca, pues la saliva tiene la propiedad de transformar la fécula en dextrina, que se transformará en glucosa después.

La masa del alimento insalivado y masticado, llamada técnicamente bolo alimenticio, pasa al estómago por un conducto, el esófago, que va desde el garguero o fondo de la boca hasta el cardias o abertura superior del estómago.

Una vez en el estómago el bolo alimenticio, comienza la fase de la digestión denominada, por lo mismo, estomacal, mediante la acción química del jugo gástrico, secretario por las paredes del estómago y por la mecánica acción de los movimientos de la víscera.

Fluye el jugo gástrico copiosamente y transforma en peptona la albúmina de la carne y de las legumbres, el gluten de los cereales y la clara de huevo, dejando las grasas libres.

Durante la digestión estomacal, la parte fluida de la mas alimenticia se separa de la sólida y, junto con los líquidos ingeridos, pasa luego al duodeno, que la absorbe y lleva al sistema circulatorio, de donde los riñones y la piel eliminan los desechos.

Se mueve el estómago durante la digestión como una batidora, y entre esta acción mecánica y la química del jugo gástrico transmuta el bolo alimenticio recibido en la boca por conducto del esófago, en una masa grisácea, de semifluida consistencia, denominada quimo, formada por una mezcla de las materias salinas y azucaradas de los manjares, la dextrina en que convirtió las féculas con la saliva, la peptona en que el jugo gástrico convirtió las albúminas y las grasas sueltas.

Se refiere esta descripción al saludable y normal funcionamiento del estómago, pues en los casos de indigestión o dispepsia parece una retorta llena de una masa fermentada pútridamente.

En saludable funcionamiento, una vez concluida la digestión estomacal, pasa el quimo al intestino delgado por el orificio inferior del estómago, denominado píloro.

El intestino delgado forma un tubo de unos ocho o nueve metros de largo, y de diámetro mayor en la terminación y el origen.

Está replegado muy ingeniosamente sobre si mismo, en asas o circunvoluciones numerosas, de manera que ocupa muy poco espacio en comparación con su longitud.

Tiene la superficie externa una especie de forro aterciopelado de felpina, con prominencias numerosas, denominadas folículos, que obran como absorbentes o secretores, según el caso.

Queda el quimo sujeto en el intestino delgado a la acción de los jugos intestinal y pancreático, y de la bilis.

El jugo pancreático es segregado por la glándula denominada páncreas; el intestinal, por los folículos del intestino delgado, y por el hígado, la bilis.

Estos jugos deslíen el quimo y completan la digestión, pues el jugo pancreático participa al mismo tiempo de las propiedades alealinas de la saliva y de las ácidas del jugo gástrico, de manera que en el quimo, final resultado de la digestión, se hallan las siguientes sustancias: peptona, que procede de la transformación de la albúmina; grasas emulsíonadas, y glucosa, procedente de la transformación de la dextrina.

Las paredes internas del intestino delgado absorben el quilo, que por intermedio de los vasos linfáticos va a parar al torrente circulatorio, y la sangre lo distribuye por los distintos órganos del cuerpo.

No hemos dicho nada de las funciones del hígado porque nos limitamos a señalar las del estómago e intestinos.

Cuando el quilo ha sido absorbido, las materias sobrantes por inútiles o por exceso de nutrición, pasan al sector de intestino grueso denominado ciego, por la válvula ileoeceal.

Está construida esta válvula tan ingeniosamente, que permite el acceso de las materias fecales al ciego, impidiendo en absoluto que retrocedan al intestino delgado.

Tiene el ciego un apéndice o coletilla en forma de gusano, por lo que se lo denomina apéndice vermiforme, y cuando se inflama es causa de la peligrosa enfermedad llamada apendicitis.

Mide dicho apéndice de dos a doce centímetros de largo, de acuerdo con los sujetos, y se ignora con qué finalidad lo colocó allí el creador de la humanidad, pues parece que sirve sólo de estorbo.

No obstante, algunos fisiólogos sostienen que tiene por función producir un líquido lubricante, mientras creen otros que es el rudimento de un órgano útil en una muy lejana etapa de la evolución física.

Sigue al ciego el colon, que se divide en tres sectores: ascendente, transverso y descendente.

Esta porción del intestino grueso mide unos 155 centímetros, de longitud.

Pasa el ascendente por la derecha del abdomen; el transverso por encima de la masa replegada del intestino delgado, y el descendente por la izquierda del abdomen.

Forma en su extremo el colon descendente una especie de curvatura denominada flexión sigmoidea, donde se estrecha notablemente su diámetro para formar el recto, porción última del intestino grueso, que concluye en el ano, por donde salen los excrementos en el momento de la defecación.

En sus tres porciones, el intestino grueso puede considerarse como la cloaca colectora de los desechos de la digestión; y cuando se obstruye por cualquier causa o pierde el intestino su vitalidad de manera que no pueda ejercer los movimientos peristálticos que empujan los excrementos por todo su trayecto, sobreviene la constipación, el estreñimiento o demás inconvenientes intestinales, entre ellos la enterocolitis.

Por el contrario, cuando las materias fecales o heces se descomponen o pudren rápidamente, sobrevienen las diarreas.

Las paredes internas del colon presentan diminutos folículos que tienden a reabsorber en el sistema las heces retenidas por estreñimiento, de manera que el colon es entonces como el receptáculo de materias pútridas.

La propiedad absorbente de las paredes internas del colon se halla comprobada por haber absorbido ciertas sustancias que a propósito se le inyectaron y cuyos efectos fueron evidentes al cabo de pocos minutos.

A veces se administra el alimento, además, por medio de clisteres o lavativas, cuando no puede soportarlo el estómago del enfermo.

Vemos así que el colon puede absorber y llevar al organismo sustancias pútridas cuando queda obstruido por el estreñimiento.

Es un fenómeno semejante al de las cloacas obstruidas que devuelven al retrete de las viviendas domésticas las materias fecales.

La mayoría de la gente desconoce los riesgos graves del estreñimiento y, el peligro que supone demorar la defecación.

El colon es semillero de muchísimas dolencias.

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