Agradecimientos

Deseo expresar mi más sentido reconocimiento a las siguientes personas:

A Larry Brantley, portavoz del ejército, el armamento y la testosterona, por las largas horas dedicadas a explicarme tantas cosas que sin su ayuda nunca habría llegado a conocer.

A mi querida amiga Tracy Brantley, esposa de Larry, que me dio lo que más necesitaba cuando empecé a escribir esta obra, llorando en los momentos precisos y defendiendo a Tania y a Shura por los motivos adecuados.

A Irene Simons, mi primera suegra, por darme el apellido con el que firmo mis libros.

A Elaine Ryan, mi segunda suegra, por darme a su perfecto segundo hijo.

A Radik Tijomirov, amigo de mi padre desde hace cincuenta años, por enviarme cientos de fotocopias de los diarios de víctimas del asedio conservados en la biblioteca de San Petersburgo.

A Robert Gottlieb, rusófilo como yo, por estar siempre ahí, y a Kim Whalen, por una década de arduo trabajo.

A Jane Barringer, que con su carácter y su rostro dulce tanto me recuerda a Melania de Lo que el viento se llevó, por releer pacientemente (¡hasta tres veces!) todas y cada una de las frases de El jinete de bronce e introducir indiscutibles mejoras.

A Joy Chamberlain, editora, nadadora y madre excepcional, que todo lo ve y todo lo comprende y que sabe mostrarse compasiva cuando tiene que darme una mala noticia.

A mi amigo Nick Sayers, editor de mis primeros libros, que cierta vez en que llevaba unas copas de más me prometió publicar cualquier cosa que yo escribiera, aunque fuera la guía telefónica. ¡Ja, ja!

A Pavla Salacova, que se esfuerza el máximo en facilitarme la vida y que a veces, parece tener veinte pares de brazos.

Y a Kevin, mi segundo y definitivo esposo… ¡Eres fantástico!

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