Capitulo 4

Cenaron envueltos en un silencio ensordecedor.

Andreas estaba acostumbrado al silencio. Christina y él apenas se habían dirigido la palabra durante años, pero el protocolo de palacio exigía que comieran juntos, así que lo hacían sin hablar.

Sin embargo el de ahora era un silencio distinto, estaba cargado de una tensión que se podía palpar, de ira y de… ¿deseo?

Sí, deseo, decidió Andreas a lo largo de la cena, porque, por mucho que lo intentaba, no podía apartar los ojos de Holly.

Comía bien, no de una manera selectiva como Christina, sino dispuesta a disfrutar cada bocado de la magnífica comida que les había preparado Sophia, que parecía encantada con el proceder de Holly. El ama de llaves siempre había sido muy formal con Christina; sin embargo cuando a Holly se le escapó la pinza de partir la langosta y cayó al suelo, Sophia lo recogió y se lo devolvió riéndose. Holly se rió también.

– Tienes que ser más dura -le dijo el ama de llaves.

Andreas creyó ver que dirigía una mirada de aviso hacia él. Holly intercambió con ella una sonrisa de complicidad. Parecía que se habían hecho amigas; Holly llevaba allí sólo unos días y ya había surgido entre ellas una inesperada amistad. Ahí estaba otra vez la punzada del deseo. Le gustaba la sonrisa de Holly y le encantaba que Sophia sintiera tanta simpatía por ella.

¿Podría él también convertirse en su amigo? pensó de inmediato. Él quería mucho más que una amistad.

Quería casarse con ella.

Sólo sería un matrimonio formal, nada más.Las palabras de Sebastian no habían dejado lugar dudas.

– El país necesita saber que has hecho lo que debías Andreas. Pero no será para siempre. Te casa con ella, le das al pueblo una boda de cuento de hadas que nos saque de la crisis porque te verán como un hombre honrado que hizo lo correcto en cuanto se enteró de que había tenido un hijo. Y después podemos decir que ella echaba de menos su tierra, podrá volver a casa de manera secreta dando la impresión de que tú irás a verla cuando las obligaciones te lo permitan. La cosa se irán apagando de manera natural. Problema resuelto.

Pero eso que le había parecido tan lógico antes, ahora le resultaba imposible.

Quizá había sido un error ir a la isla. ¿Cómo iba a proponerle un matrimonio de conveniencia sabiendo que se pondría como una fiera? Y sabiendo que lo que él deseaba realmente… Pero bueno, eso también era imposible. No podía llevársela a la cama en contra de su voluntad; Sophia sería capaz de marcarlo con un hierro candente. Y conseguir que Holly accediese… Por el modo en que reaccionaba con él, era más probable que los cerdos volaran.

La cena terminó por fin. Sophia les llenó las copas de vino, aunque Holly apenas había bebido. y los dejó solos.

Hacía una noche maravillosa. Las luciérnagas sobrevolaban la piscina y se sentía la brisa del mar. El cielo estaba inundado de estrellas, cuya luz era como el brillo de las luciérnagas. El ambiente resultaba increíblemente romántico, una noche perfecta para la seducción.

– Bueno, ahora que ya me tienes aquí -dijo Holly, rompiendo el silencio-, ¿qué piensas hacer conmigo?

– ¿Perdón?

– Querías información sobre Adam -le tembló la voz al pronunciar el nombre de su hijo, pero enseguida se repuso-. Podría habértelo contado todo por teléfono, pero preferiste cometer un delito por el que podrías ir a la cárcel…, cualquier tribunal internacional me daría la razón. Por muy príncipe que seas, no estamos en la Edad Media. Me has traído hasta aquí en contra de mi voluntad. O dejas que me marche inmediatamente, o iré directamente a la prensa.

– No harás nada de eso.

– ¿Por qué no habría de hacerlo?

– Por tu reputación…

– ¿Mi reputación? -repitió enarcando una ceja incredulidad-. ¿Qué podría temer, que se sepa que fui madre soltera? ¡Qué escándalo, qué horror! ¿Acaso crees que he ocultado la existencia Adam? Todo el mundo sabe que tuve un bebé y jamás me he avergonzado de ello. Si tú, o alguno tus hombres, os hubierais puesto en contacto conmigo, os lo habría contado abiertamente. Era un niño absolutamente perfecto, un niño que creamos tú y yo…

Se quedó en silencio un segundo, pero enseguida volvió a levantar la vista hacia él y lo miró actitud desafiante.

– ¿Me estás diciendo que la prensa podría crucificarme si se enteraran de la existencia de Adam?- No lo creo, Andreas, a mí no. Quizá a ti.

Él asintió con preocupación.

– Es cierto. Crucificarían a mi familia.

Holly volvió a enarcar la ceja.

– Debes estar de broma. Las familias reales del mundo entero llevan toda la vida teniendo hijos fuera del matrimonio; tengo entendido que hasta se enorgullecen de ello.

– Yo no me enorgullezco del nacimiento de Adam.

– Pues deberías -replicó de inmediato-. No te pusiste en contacto conmigo, así que te perdiste la oprtunidad de ver a tu hijo, y ni siquiera puedo explicarte cuánto te perdiste, Andreas.

No podía pensar en eso. Resultaba demasiado doloroso. Sólo hacía un mes que sabía de la existencia de Adam, pero el mero hecho de saber que había existido había cambiado algo dentro de él. No sabía muy bien cómo afrontarlo, ni siquiera sabía si podría hacerlo. Tenía que concentrarse en lo que estaba viviendo en ese momento.

– Holly, tengo que ir al grano -dijo después de tomar un buen trago de vino-. El caso es que Adam existió. Alguien vio la tumba. Deduzco que han ido a ver la propiedad compradores de fuera de Australia.

– Sí -respondió ella con recelo.

– Tu agente inmobiliario sabía que yo había estado allí hace años -dijo él-. Lo está utilizando como incentivo para los posibles compradores:«hágase con la finca donde se alojó un príncipe de carne y hueso».

– Yo nunca le dije… -comenzó a decir.

– Los vendedores aprovechan todo lo que les pueda servir para cobrar la comisión -tenía que seguir adelante, olvidarse de lo personal-. Tengo entendido que el mes pasado visitó la finca un grupo de empresarios árabes. Uno de ellos vio la lápida, leyó el nombre y, al ver las fechas, se preguntó qué relación tendría conmigo, y se lo conté a su primo, que es un periodista de Calista. Así empezaron las preguntas. Y ahora me dices que se puede comprobar que era hijo mío.

Holly abrió la boca.

– No -se apresuró a decir Andreas al ver el gesto de indignación de su rostro-. No estoy poniendo en duda lo que tú me has dicho, Holly acepto que Adam era mi hijo -qué doloroso era decirlo en voz alta. «Mi hijo». Era difícil decir de un eso de un niño al que no había conocido… Pero tenía que continuar, aunque para ello tuviera que ser muy brusco-. Me refiero a otra gente. Si se puede demostrar ante el mundo que Adam era mío, es posible que la noticia haga que mi familia pierda el trono de Aristo.

Algo cambió en el gesto de Holly. La indignación y la rabia dejaron paso a la confusión. -¿Cómo…?

– Tú tenías diecisiete años cuando te dejé embarazada -explicó Andreas-. Eso lo cambia todo.

– ¿Por qué?

– Eras menor de edad. El rey… mi padre… era un libertino y todo el mundo lo sabía. Hubo mucha corrupción y muchos escándalos en los últimos días de su reinado, lo que nos está causando muchos problemas.

– ¿Qué tiene eso que ver conmigo?

– Los enemigos de mi padre están dispuestos a cualquier cosa con tal de derrocarnos.

– ¿Los enemigos de tu padre?

– Te lo explicaré -dijo e hizo una pausa para pensar cómo hacerlo.

La única luz que había era la de las estrellas, la de las velas y las de las luciérnagas. Se oía el sonido de las olas al romper en la playa. Era el escenario perfecto para el romance, la seducción y la pasión y, sin embargo, tenía que hablar sobre cosas tan duras y frías como la conspiración.

– Ya sabes que el reino de Adamas está dividido en dos islas, Calista y Aristo -comenzó a decir por fin-. El diamante Stefani, una piedra de valor incalculable, es fundamental para conservar el trono. Las reglas de la coronación establecen que nadie gobernará Adamas sin la bendición de la joya Stefani. Cuando se separó el reino en dos islas, se dividió también el diamante -continuó. empeñado en no desviarse de una explicación que debía conseguir que Holly comprendiera-. Hay dos familias reales: la de Aristo, que formamos mis hermanos, mis hermanas y yo, y la de Calista. Cada familia tiene una mitad del diamante Stefani.

– ¿Entonces?

– Resulta que poco antes de que muriera mi padre, descubrimos que nuestra mitad del diamante no es más que una copia. El matrimonio de mis padres no funcionaba… por decirlo con suavidad. Había otras mujeres y todo tipo de intrigas y tejemanejes financieros. En algún momento alguien se deshizo del diamante, lo cual significa la ruina para nosotros.

– Comprendo -pero luego meneó la cabeza-. No, la verdad es que no lo comprendo.

Estamos a merced del pueblo -dijo él-. O algo peor. El que tenga ambas mitades gobernará las dos islas, eso quiere decir que si el rey Zakari Al'Farisi de Calista encontrara el diamante, podría hacerse con todo el poder. Pero, si como parece ser que ocurrió, mi padre se apostó el diamante en el juego o se lo regaló a una de sus amantes, el pueblo recuperaría el poder y la opinión pública tendría todo el dominio de Aristo. Los rumores sobre las conquistas extramatrimoes de mi padre eran incesantes. Puede que mis hermanos y yo… en el pasado… no hayamos sido perfectos. Mi hermano Alex se ha casado hace poco, pero eso no es suficiente para aplacar la indignación del pueblo. La noticia de que tuve un hijo con una muchacha de diecisiete años…, mi hermano cree que podría hacernos perder el trono. Zakari podría acabar gobernándonos a todos.

– Es un grave problema -Holly levantó la copa vino y perdió la mirada en su interior-. Pero no es mi problema, Andreas -añadió susurrando-. Tú te alejaste de mí sin mirar atrás.

– Nunca quise hacerte daño.

– Lo supongo -reconoció ella-. Mis padres nos juntaron con la esperanza de que nos viéramos obligados a casarnos, o al menos sirviera para conseguir una fortuna. Tú… tú nunca me mentiste. Yo sabía desde el principio que estabas prometido con Christina… y también lo sabían mis padres; lo que ocurre es que nunca pensaron que tu sentido de la obligación sería más fuerte que tu decencia.

– Mi decencia…

– Sí -replicó ella-. Tu obligación moral con una chica que se había enamorado de ti. Puede que aún fueras joven, Andreas, pero tenías experiencia, yo sin embargo no tenía modo de defenderme.

– Pero…

– Pero nada -lo interrumpió de inmediato-. Por inmoral que fuera lo que ocurrió hace años, ya no tiene nada que ver conmigo. Dame un papel y firmaré una declaración en la que te redimo de cualquier obligación. Quiero irme a casa cuanto antes.

– ¿A un triste apartamento en el que das clase a niños que están a cientos de kilómetros?

– Veo que has hecho averiguaciones.

– Sí. No puedes irte a casa, Holly. Lo único que podría salvarme… y salvar a mi familia, es una declaración que afirmara que Adam no era mi hijo. Y eso es algo que no puedes darme.

– No -dijo tajantemente con la mirada clavada en él.

Había madurado mucho en aquellos diez años, pensó Andreas. Aquellos ojos eran los de una mujer inteligente, reflexiva e incluso compasiva.

– Yo no te pediría…

– ¿No me pedirías que firmara esa declaración? -Holly soltó una triste carcajada-. ¿Lo dice la misma persona que organizó un secuestro internacional? Puede que no lo hicieras, pero tampoco es tan sencillo. Mi madre tiene copias de las pruebas de ADN de Adam.

– Tu madre…

– Ya ves -dijo, cerrando lo ojos como si le doliera-. Aún me queda algo de familia. Mi madre volvió cuando había nacido el niño. Por supuesto, sabía quién era el padre así que, mientras yo me recuperaba del pidió al médico que tomara muestras de e Adam para demostrar la paternidad. Pero yo imaginé lo que iba a hacer y se lo impedí.

– ¿Qué le impediste?

– Que te chantajeara -respondió fríamente-. Tú acababas de casarte; para mi madre era la oportunidad perfecta de conseguir dinero.

Dios. Seguramente habría pagado, pensó Andreas acordándose de Christina. Su esposa había estado celosa desde el principio, por lo que la noticia del bebé de Holly habría acabado con su matrimonio.

– No pasó nada -dijo Holly-. Mi madre acababa de conocer a otro hombre que tenía mucho dinero y con el que estaba bien. Pero yo sabía que había ciertas cosas de su pasado que… -meneó la cabeza -. No importa. El caso es que le dije que si ella revelaba algo sobre ti, yo revelaría algo sobre ella. Sabía que eso acabaría con su relación, así que no le quedó más remedio que cerrar la boca y olvidarse del chantaje.

– Vaya

– Sí vaya -respondió con tristeza-. Pero si tus reporteros empiezan a investigar, la situación de mi madre ha cambiado y no tardará en acordarse de esas pruebas. ¿Crees que la prensa pagaría por ellas?

Sin duda. O la prensa o el rey Zakari. Pagarían muchísimo.

– Ella no dudará en contarlo -aseguró Holly, apesadumbrada-. Lo siento, Andreas, pero no puedo ayudarte.

– Entonces no hay más remedio -dijo él, volviendo al plan de Sebastian-. Damos la cara, decimos que sí, que éramos unos críos. Le decimos a la opinión pública que yo no sabía lo del bebé, pero que ahora que lo sé voy a actuar en consecuencia. Saldremos con la cabeza bien alta, Holly. Pero, como ya te he dicho en la playa, tendremos que hacerlo como marido y mujer.

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