Capítulo 10

El siguiente viernes por la noche, Charles y Maxine salieron de nuevo a cenar a La Grenouille como dos adultos. Ambos tomaron langosta y un risotto de trufa blanca tan exquisito que era casi un afrodisíaco. Una vez más, Maxine disfrutó de la comida, esta vez quizá incluso más. Le gustaba su conversación inteligente y madura, y Charles ya no le parecía tan serio como al principio. Por lo visto, también tenía sentido del humor, aunque un poco escondido. En él nada parecía fuera de control. Decía que prefería tener una vida planificada y bien organizada, moderada y previsible. Era el tipo de vida que Maxine había querido siempre, y que había sido imposible con Blake. Tampoco era totalmente factible para ella, con tres hijos, y los consiguientes factores imprevisibles, y su consulta, donde lo inesperado sucedía con regularidad. Pero sus personalidades se complementaban bien. Charles estaba mucho más cerca de lo que Maxine deseaba que Blake, y se dijo a sí misma que aunque Charles era menos espontáneo, en cierto modo también eso era tranquilizador. Sabía lo que podía esperar de él. Y era una buena persona, lo cual también la atraía.

Estaban volviendo a casa en taxi después de su segunda cena en La Grenouille. Charles le prometió que la próxima vez irían a Le Cirque y quizá otro día al Daniel o al Café Boulud, sus locales favoritos, que quería compartir con ella, cuando sonó el móvil de Maxine. Ella dio por sentado que uno de sus hijos la necesitaba. Aquel fin de semana la sustituía Thelma Washington. Sin embargo, era su servicio de llamadas, que intentaba localizarla en nombre de la doctora Washington. Maxine sabía que eso significaba que a uno de sus pacientes le había ocurrido algo grave. Solo en ese caso la llamaría Thelma durante el fin de semana. Normalmente ella se encargaba de todo, excepto de las situaciones que sabía que Maxine preferiría manejar personalmente. El servicio le pasó a Thelma.

– Hola. ¿Qué ocurre? -dijo Maxine enseguida.

Charles pensó que hablaba con uno de sus hijos. Esperaba que no fuera una urgencia. Lo estaban pasando tan bien que no quería que nada estropeara la velada. Maxine escuchaba atentamente, con el ceño fruncido y los ojos cerrados; aquello le pareció un mal augurio.

– ¿Cuántas unidades de sangre le habéis administrado?

Hubo un breve silencio mientras escuchaba la respuesta.

– ¿Puedes llamar a un cirujano cardiotorácico enseguida? Prueba con Jones… Mierda… bueno… voy enseguida.

Se volvió hacia Charles con expresión preocupada.

– Lo siento. Detesto hacerte esto, pero acaban de ingresar a una de mis pacientes en Urgencias. ¿Puedo pedirle al taxista que me lleve al Columbia Presbyterian? No tengo tiempo de volver a casa a cambiarme. Puedo dejarte en casa por el camino, si quieres.

No podía pensar en otra cosa que en las palabras de Thelma. Se trataba de una chica de quince años que llevaba visitando hacía tan solo unos meses. Había intentado suicidarse, y se hallaba al borde de la muerte. Maxine quería estar allí para tomar las decisiones que fueran necesarias. Charles se puso serio inmediatamente y dijo que por supuesto iría con ella en el taxi.

– Te acompaño. Puedo esperarte y darte apoyo moral.

Solo podía intentar imaginar lo duros que debían de ser esos casos, y la carrera de Maxine estaba llena de ellos. No se veía a sí mismo afrontándolos cada día, y la admiraba por ello. Médicamente, era mucho más interesante que lo que hacía él, aunque más angustioso y más importante en cierto modo.

– Puede que me lleve toda la noche. Al menos es lo que espero.

La única razón de que no fuese así sería porque su paciente muriera, que en aquel momento era una posibilidad muy real.

– No te preocupes. Si me canso de esperar me marcharé a casa. Yo también soy médico, y esta situación no es nueva para mí.

Maxine le sonrió. Le gustaba tener esto en común con él. Era un vínculo muy fuerte que tuvieran la misma profesión. Dieron la dirección del hospital al taxista, que giró hacia el norte, mientras Maxine le explicaba la situación a Charles. La chica se había cortado las venas y se había clavado un cuchillo de cocina en el corazón. Lo había hecho francamente bien y solo porque, por puro milagro, su madre la había encontrado lo bastante rápido todavía existía la posibilidad de salvarla. Los enfermeros habían llegado enseguida a la casa. Por el momento le habían administrado dos unidades de sangre, su corazón se había parado dos veces por el camino, pero lo habían reanimado otra vez. Su vida pendía de un hilo, pero estaba viva. Era su segundo intento.

– Santo Dios, no hacen las cosas a medias, ¿verdad? Siempre pensé que los chicos lo hacían para llamar la atención y sin mucha convicción.

No había falta de convicción en ese intento. Hablaron de ello por el camino y Maxine se puso en movimiento en cuanto entraron en el hospital. Llevaba un vestido negro de cóctel y tacones altos. Se quitó el abrigo negro de noche, se puso una bata blanca sobre el vestido, encontró a Thelma, y se reunió con el equipo de Urgencias. Examinó a su paciente, llamó personalmente al cirujano cardíaco y habló con el médico supervisor y el jefe de residentes. Ya le habían cosido las muñecas a su paciente y el cirujano cardíaco llegó quince minutos después. Se llevó a la chica al quirófano y Maxine fue a consolar a los padres. Mientras ella hacía esto, Charles y Thelma hablaban en el pasillo.

– Es fantástica -comentó Charles con admiración.

Era realmente eficiente cuando trabajaba. Media hora después se reunía con ellos en el pasillo. Thelma estaba totalmente de acuerdo con Charles, y le encantó que él se mostrara tan impresionado y respetuoso con el trabajo de Maxine.

– ¿Cómo está? -preguntó Thelma a Maxine.

Se había quedado, más para hacer compañía a Charles que por otra cosa. Maxine estaba al mando ahora.

– Resistiendo. Esta vez se ha salvado por muy poco -dijo Maxine, rezando para no perderla.

Eloise, su paciente, estuvo en la mesa de operaciones durante cuatro horas; eran casi las cinco cuando Maxine supo algo concreto. Para su sorpresa, Charles todavía estaba con ella. Thelma se había marchado a casa hacía horas.

Apareció el cirujano en la sala de médicos con actitud victoriosa y sonrió a Charles y a Maxine.

– Juro que a veces hay milagros que no podemos explicar. Ha esquivado por los pelos varios órganos vitales. No se ha matado de casualidad. En los próximos días pueden pasar muchas cosas, pero creo que saldrá adelante.

Maxine soltó un suspiro de alivio y le echó los brazos al cuello a Charles. El la abrazó y sonrió. Estaba agotado, pero médicamente había sido una de las noches más interesantes de su vida: había visto con lo que se enfrentaba Maxine y lo que hacía para resolverlo, y cómo se encargaba de todo.

Maxine fue a comunicarles la noticia a los padres de Eloise y, poco después de las seis, ella y Charles salieron del hospital. Maxine volvería al cabo de unas horas. Los próximos días serían difíciles, pero lo peor había pasado. Le habían hecho una transfusión de sangre a Eloise y le habían operado el corazón. Sus padres estaban junto a ella, aliviados, al igual que Maxine. Su optimismo todavía era moderado, pero le daba la sensación de que esta batalla la ganarían y que habían arrancado una victoria de las fauces de la muerte.

– No sé cómo decirte lo impresionado que estoy con lo que has hecho -dijo Charles cariñosamente.

Durante el trayecto de vuelta a casa la rodeó con un brazo y ella apoyó la cabeza contra él. Maxine todavía estaba sobreexcitada por el trabajo de la noche, pero también muy cansada. Ambos sabían que tardaría horas en reducir ese estado de excitación y para entonces ya debería estar de vuelta en el hospital, probablemente sin haber dormido nada. Pero estaba acostumbrada.

– Gracias -dijo, sonriéndole-. Gracias por quedarte conmigo. Ha sido agradable saber que estabas ahí. Normalmente estoy sola en noches como esta. Espero que esta vez ganemos. Me da la sensación de que sí.

– A mí también. Tu cardiólogo es excepcional. -Charles pensaba que ella también lo era.

El taxi se detuvo frente a la casa de Maxine; de repente, al bajar, ella se dio cuenta de cómo le dolía todo. Sentía las piernas de cemento y los tacones altos la estaban matando. Todavía llevaba la bata de laboratorio blanca sobre el vestido de noche y el abrigo negro doblado sobre el brazo. Aquella noche Charles se había puesto un traje negro clásico, una camisa blanca y una corbata azul marino. A Maxine le gustaba cómo vestía. Y todavía estaba casi impecable a pesar de la noche en blanco.

– Me siento como si me hubieran arrastrado por toda la ciudad -dijo.

El se rió.

– No lo parece. Esta noche has estado absolutamente fantástica.

– Gracias, el mérito es del equipo. No es un trabajo de una sola persona. Y también depende de la suerte. Es imposible saber cómo acabará. Haces lo que puedes, y rezas porque salga bien. Es lo que hago yo.

Charles la miró con los ojos llenos de admiración y respeto. Eran las seis y media de la mañana, y de repente deseó entrar y acostarse con ella. Le habría gustado dormir abrazándola, después de la noche que habían pasado juntos. En cambio, se inclinó, de pie en la acera, y le rozó los labios con los suyos. Ninguno de los dos había pensado en cuándo se besarían, pero aquella noche había cambiado muchas cosas para ambos. En cierto modo, habían creado un vínculo. Volvió a besarla, esta vez con más intensidad, y ella le devolvió el beso y dejó que la rodeara con sus brazos y la atrajera hacia él.

– Te llamaré -susurró él.

Maxine asintió y entró en su casa.

Se sentó en la cocina un buen rato, pensando en todo lo ocurrido: en su paciente, en la larga noche y en el beso de Charles. Era difícil decir cuál de las tres cosas la había perturbado más. El intento de suicidio de su paciente sin duda, pero cuando Charles la besó se sintió como si un rayo la hubiera atravesado. También había sido agradable. Le había gustado que estuviera a su lado. En muchos sentidos, Charles parecía ser lo que ella había querido siempre. Pero ahora que lo tenía, le daba miedo lo que representaba y lo que haría ella. No estaba segura de que en su vida hubiera espacio para él y los niños. Eso la preocupaba.

Eran casi las nueve de la mañana cuando por fin se metió en la cama. Sus hijos todavía dormían, así que tenía la esperanza de poder dormir un poco antes de tener que ocuparse de ellos. Cuando por fin se levantó sobre las once, después de dos horas de sueño, no estaba preparada para el ataque de Daphne. Estaba tomando una taza de café en la cocina y Daphne la miraba furiosa. Maxine no tenía ni idea del motivo, pero estaba segura de que lo averiguaría pronto.

– ¿Dónde estuviste anoche? -preguntó Daphne. Estaba pálida.

– En el hospital. ¿Por qué? -Maxine se quedó estupefacta. ¿A qué venía eso?

– ¡No es verdad! ¡Estuviste con él!

Lo dijo como un amante celoso. No había furia como la de un hijo frente al nuevo novio de uno de los padres, aunque solo fuera la mera sospecha de su existencia.

– Fui a cenar con «él», como le llamas tú -contestó su madre con calma-. Cuando volvíamos recibí una llamada, una de mis pacientes me necesitaba y tuve que ir al hospital. Creo que logramos salvarla, si no se tuerce nada durante el día de hoy. -A menudo informaba a sus hijos de las urgencias que le habían ocupado la noche-. ¿Se puede saber qué pasa?

– No te creo. Creo que estuviste en su piso toda la noche, durmiendo con él.

Escupió las palabras contra su madre, rabiosa, mientras Maxine la miraba atónita. Estaba totalmente injustificado, pero aquello le hizo entrever la resistencia contra Charles que podía encontrar por parte de sus hijos. O al menos por parte de Daphne.

– Eso puede pasar algún día, con él o con otro. Y si algo llega a ser tan serio en mi vida, ya hablaremos. Pero te aseguro, Daphne, que anoche estuve trabajando. Y me parece que te estás pasando de la raya.

Se volvió hacia ella, también estaba enfadada, y Daphne pareció ablandarse un instante, pero volvió a hablar.

– ¿Por qué debería creerte? -preguntó mientras Sam entraba en la cocina y miraba a su hermana con preocupación.

Le dio la sensación de que estaba siendo mala con su madre, y no se equivocaba.

– Porque no te he mentido nunca -dijo Maxine severamente- y no tengo intención de empezar ahora. No me hacen ninguna gracia tus acusaciones. Son groseras, falsas e innecesarias. Así que cállate y compórtate.

Maxine salió de la cocina sin decir una palabra más a ninguno de sus dos hijos.

– ¿Ves lo que has conseguido? -protestó Sam-. Has hecho enfadar a mamá. Seguro que está cansada después de pasarse levantada toda la noche, y ahora estará de mal humor todo el día. ¡Muchas gracias!

– ¡No te enteras de nada! -exclamó Daphne y salió echando pestes de la cocina.

Sam meneó la cabeza y se preparó unos cereales. El día no empezaba bien, eso estaba claro.

Maxine volvió al hospital a mediodía, donde se alegró de ver que Eloise evolucionaba bien. Había recuperado la consciencia, así que Max pudo hablar con ella, a pesar de que la chica no quiso decirle por qué había intentado quitarse la vida. La doctora recomendó una hospitalización larga para ella, y sus padres estuvieron de acuerdo. No querían arriesgarse a que la situación se repitiera, costara lo que costase.

A las dos, Maxine estaba otra vez con sus hijos. Daphne había salido con unas amigas, supuestamente a hacer compras de Navidad, pero su madre estaba segura de que solo intentaba evitarla, lo que en parte le convenía. Todavía estaba enfadada por las acusaciones de Daphne de la mañana. Como siempre, Sam estuvo encantador e intentó compensarla. Fueron juntos a ver el partido de fútbol de Jack. El equipo de Jack ganó y lo pasaron en grande. Al volver al piso a las cinco, estaban de excelente humor. Daphne ya había vuelto a casa y estaba muy dócil.

Cuando Charles la llamó a las seis, le dijo que acababa de levantarse; se quedó admirado al saber que ella llevaba todo el día arriba y abajo.

– Estoy acostumbrada -comentó Maxine riendo-. No hay reposo para los valientes. Al menos cuando tienen hijos.

– No sé cómo te las arreglas. Yo me siento como si me hubiera atropellado un autobús. Soy un blandengue. ¿Cómo está tu paciente? -Hablaba en un tono adormilado y sexy.

– Increíblemente bien. Es la ventaja de la juventud. En general tenemos muchas posibilidades de salvarlos, aunque no siempre.

– Me alegro de que vaya a ponerse bien. -Ahora él tenía un interés personal en su recuperación-. ¿Qué haces esta noche?

– Vamos al cine a las ocho, y antes seguramente iremos a tomar una pizza o a un chino. -Entonces tuvo una idea. Supuso que Charles estaría demasiado cansado para ir con ellos, y ella tampoco estaba demasiado animada, pero los domingos siempre tenían cena familiar, una comida un poco más festiva que el resto de la semana-. ¿Qué te parece cenar con nosotros mañana?

– ¿Contigo y con los niños? -Parecía dubitativo, y menos entusiasmado de lo que ella esperaba.

Para él era una idea nueva.

– Sí, de eso se trata. Podemos pedir comida china, o lo que a ti te guste.

– Me encanta la comida china. Pero no querría entrometerme en una cena familiar.

– Creo que podremos soportarlo. ¿Podrás tú?

Maxine sonreía al decirlo y él no encontró una buena excusa para negarse.

– De acuerdo -dijo, en un tono como si hubiera aceptado hacer puenting en el Empire State Building.

En cierto modo, así se sentía él. Maxine le agradeció que estuviera dispuesto a realizar ese esfuerzo. Era evidente que estaba muerto de miedo.

– Entonces, quedamos mañana a las seis -concluyó, mientras Daphne, que acababa de entrar, la miraba furiosa.

– ¿Acabas de invitarlo a cenar? -preguntó Daphne cuando su madre colgó.

– Sí.

No tenía ninguna intención de pedir permiso. Sus hijos invitaban a sus amigos continuamente, y Maxine los recibía con los brazos abiertos. Ella también tenía derecho a traer amigos, aunque ejerciera poco ese privilegio.

– En ese caso mañana no cenaré con vosotros -gruñó Daphne.

– Sí, comerás con nosotros -dijo Maxine con tranquilidad y le recordó que sus amigos eran bien recibidos en casa-. No sé por qué organizas tanto jaleo con esto, Daphne. Es un hombre muy simpático. No pienso escaparme con él. Y tú ya estás acostumbrada a las novias de tu padre.

– ¿Es tu novio? -Daphne parecía horrorizada.

Maxine meneó la cabeza.

– No, no es mi novio, pero tampoco tendría nada de chocante si ocurriera algún día. Es más raro que no haya salido con nadie en tantos años. No hace falta que te lo tomes tan en serio. -Pero quizá era normal. Era evidente que su hija se sentía amenazada por Charles y por la idea de que su madre tuviera a un hombre cerca. A Jack tampoco le hacía ninguna gracia-. No va a pasar nada, Daff. Pero, por Dios, anímate. No hagas una montaña de esto. Viene un amigo a cenar. Si algún día es algo más que eso, os lo diré. Por el momento, solo es una cena. ¿Entendido?

Al decirlo se acordó del beso de aquella mañana. Daphne no se equivocaba tanto. Era más que una cena. La chica no dijo nada; se limitó a salir de la habitación de su madre en silencio.

Cuando Charles apareció al día siguiente, Daphne estaba en su habitación, y Maxine tuvo que persuadirla, suplicarle y amenazarla para que saliera a cenar. Fue a la cocina, pero dejó claro con su lenguaje corporal y su actitud que estaba allí contra su voluntad. Ignoró a Charles por completo y miró a su madre enfurruñada. Cuando llegó la comida china a las siete, Daphne se negó a comer. Sam y Jack no se hicieron de rogar. Charles felicitó a Jack por el partido ganado el día anterior y le pidió detalles.

Después de esto, Sam y Charles entablaron una conversación. Daphne miraba a sus dos hermanos como si fueran traidores, y a los veinte minutos se encerró en su habitación. Charles se lo comentó a Maxine mientras ella recogía la cocina, y guardaba las sobras. La cena había sido agradable y Charles había salido airoso. Era evidente que hablar con los niños le exigía un esfuerzo, pero lo intentaba. Para él, todo aquello era nuevo.

– Daphne me odia -dijo él, con expresión preocupada, comiendo otra galleta de la fortuna que había quedado sobre la mesa.

– No te odia. Es solo que no te conoce. Está asustada. Nunca había salido con nadie y no había traído a ningún hombre a cenar. Le da miedo lo que esto puede representar.

– ¿Te lo ha dicho?

Parecía intrigado y Maxine se echó a reír.

– No, pero soy madre y psiquiatra de adolescentes. Se siente amenazada.

– ¿He dicho algo que la haya angustiado? -preguntó Charles con inquietud.

– No, lo has hecho muy bien. -Maxine le sonrió-. Simplemente ha decidido enrocarse. Personalmente no soporto a las adolescentes -admitió Maxine con total tranquilidad. Esta vez él rió, pensando en lo que hacía ella para ganarse la vida-. De hecho, las de quince son las peores. Pero empieza a los trece. Con las hormonas y todo eso. Deberían encerrarlas hasta los dieciséis o diecisiete.

– Muy bonito para una mujer que dedica la vida a ocuparse de ellas.

– Precisamente por eso sé de lo que hablo. A esa edad todas torturan a sus madres. Sus padres son los héroes.

– Me he dado cuenta -dijo Charles, abatido. Daphne se había jactado del suyo el primer día que se habían visto-. ¿Lo he hecho mejor con los chicos?

– Fenomenal -repitió ella, y le miró a los ojos sonriendo cariñosamente-. Gracias por hacer todo esto. Sé que no es lo tuyo.

– No, pero tú sí lo eres -dijo él amablemente-. Lo hago por ti.

– Lo sé -repuso ella en voz baja y, antes de que fueran conscientes de ello, se estaban besando en la cocina.

De repente entró Sam.

– ¡Eh! -exclamó en cuanto los vio. Ellos se separaron de golpe, sintiéndose culpables. Maxine abrió la nevera e intentó parecer ocupada-. Daff te matará si te ve besándolo -advirtió el niño a su madre, y ella y Charles se echaron a reír.

– No volverá a suceder. Lo prometo. Lo siento, Sam -dijo Maxine.

Sam se encogió de hombros, cogió dos galletas y salió de la cocina.

– Qué simpático es -comentó Charles cariñosamente.

– Para ellos es bueno que vengas, y para Daphne también -dijo Maxine-. Es mucho más realista que tenerme para ellos en exclusiva.

– No sabía que estaba aquí en misión educativa -se quejó Charles con un gemido, y ella se rió otra vez.

Se sentaron en el salón y hablaron un rato. Charles se marchó sobre las diez. A pesar de la hostilidad de Daphne durante la cena, había sido una velada agradable. Charles se sentía como si hubiera bajado por las cataratas del Niágara metido en un tonel, y Maxine parecía contenta cuando entró en su habitación y encontró a Sam en la cama, medio dormido.

– ¿Te casarás con él, mami? -susurró, incapaz de mantener los ojos abiertos.

– No, no me casaré. Es un amigo.

– Entonces, ¿por qué lo has besado?

– Porque me gusta. Pero eso no significa que vaya a casarme con él.

– ¿Como papá y las chicas que salen con él?

– Sí, algo así. No es para tanto.

– El también lo dice siempre.

Sam, aliviado, se durmió enseguida. La entrada en escena de Charles sin duda los había alterado un poco a todos, pero ella seguía pensando que era para bien. Para Maxine era divertido tener un hombre con quien salir. No era un delito, ¿no? Los niños tendrían que acostumbrarse. Al fin y al cabo, Blake salía con chicas. ¿Por qué no podía hacerlo ella?

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