Capítulo 8

El viernes por la noche, cuando Charles se presentó a recogerla, todo fue a la perfección. La casa estaba vacía. Zelda tenía el día libre. Daphne pasaría la noche en casa de una amiga, lo mismo que Sam, que ya se había recuperado de la gripe, y Jack estaba en una fiesta de un amigo previa al Bar Mitzvah del día siguiente. Maxine había comprado whisky escocés, vodka, ginebra, champán y una botella de Pouilly-Fuissé. Estaba preparada para recibirle. Se había puesto un vestido negro corto, llevaba el cabello recogido en un moño, pendientes de diamantes y un collar de perlas, y en la casa reinaba el silencio.

Cuando le abrió la puerta a las siete en punto, Charles entró como si fuera a pisar un campo de minas. Echó un vistazo, escuchó el silencio absoluto y la miró con asombro.

– ¿Qué has hecho con los niños? -preguntó nervioso.

Ella le sonrió.

– Los he dado en adopción, y he despedido a la niñera. Ha sido triste abandonarlos, pero existen prioridades en la vida. No quería estropear otra velada. Se han ido muy deprisa.

El rió y la siguió a la cocina, donde ella le sirvió un escocés con soda y cogió un cuenco de frutos secos para llevar al salón. El silencio era casi escalofriante.

– Siento mucho lo del martes, Charles.

Había sido una escena digna de una película. O de la vida real. Pero quizá demasiado.

– Fue casi como una de las novatadas de la facultad.

Estar metido, borracho, en el portaequipajes de un coche habría sido más fácil y más divertido, pero estaba dispuesto a hacer otro intento. Maxine le gustaba mucho. Era una mujer seria e inteligente, con una trayectoria impresionante en el campo de la medicina, muy respetada y, además, preciosa. Era una combinación difícil de igualar. Lo único de ella que lo incomodaba un poco eran los hijos. No estaba acostumbrado a los niños, y no sentía la necesidad de incluirlos en su vida. Pero formaban parte del paquete. Al menos, esta vez los había mandado lejos y podrían disfrutar de una velada adulta, que eran las que a él le agradaban.

En La Grenouille habían tenido la amabilidad de reservarle otra mesa para esa noche a las ocho, sin tener en cuenta que hubiera anulado la del martes en el último momento. Iba a menudo a ese restaurante y lo consideraban un buen cliente. Maxine y Charles salieron del piso a las ocho menos cuarto, y llegaron al restaurante puntualmente. Les dieron una mesa excelente. Por el momento la noche estaba siendo perfecta, pero todavía era pronto. Después de la entrada que había hecho en su vida hacía tres días, nada lo habría asombrado. Aquel día sintió la tentación de salir corriendo. Pero ahora se alegraba de no haberlo hecho. Se sentía muy a gusto con Maxine y era una buena conversadora.

Durante la primera mitad de la cena, con vieiras y cangrejo, seguidos de faisán y Chateaubriand, hablaron de trabajo y de cuestiones médicas que les afectaban a ambos. A Charles le gustaron las ideas de Maxine, y le impresionaron sus logros. Estaban probando los soufflés cuando Charles mencionó a Blake.

– Me sorprende que tus hijos no sean más críticos con él, teniendo en cuenta que no se presenta cuando debe y que no está nunca.

Se daba cuenta de que aquello decía mucho de ella, porque era algo que podría haber usado contra su ex marido, como habrían hecho muchas mujeres, ya que apenas la ayudaba.

– En el fondo es un buen hombre -dijo Maxine-. De hecho, es estupendo. Y ellos lo saben. Aunque no es muy atento.

– Parece muy egoísta. Alguien que solo busca su placer -observó Charles.

Maxine tuvo que reconocer que tenía razón.

– Sería casi imposible que no lo fuera -dijo ella tranquilamente-, con el éxito que ha tenido. Pocas personas son capaces de resistirse y mantener la cabeza fría. Tiene muchos juguetes y le gusta divertirse. Blake no hace nada que no sea divertido, o de alto riesgo. Es su estilo y siempre lo ha sido. El otro camino que podría haber tomado sería dedicar el dinero a obras filantrópicas. Y lo hace, pero no participa en ellas personalmente. En resumen, considera que la vida es corta, que ha tenido suerte y que quiere pasarlo bien. Fue adoptado, y creo que, en cierto modo, a pesar de que sus padres adoptivos le quisieron mucho, siempre se ha sentido inseguro, con su vida y consigo mismo. Quiere aprovechar todo lo que pueda, antes de que se lo arrebaten o lo pierda. Es una patología difícil de superar: el miedo constante al abandono y a la pérdida, así que lo coge todo con ambas manos, pero al final pierde de todos modos. Como una especie de profecía que se cumple.

– Seguro que lamenta haberte perdido -dijo Charles cautelosamente.

– No lo creo. Somos buenos amigos. Le veo con los niños cuando viene a la ciudad. Sigo siendo parte de su vida, aunque de una forma diferente, como amiga y madre de sus hijos. Sabe que puede contar conmigo. Como siempre. Además, tiene muchas novias, que son mucho más jóvenes y divertidas que yo. Yo siempre fui demasiado seria para él.

Charles asintió. Le gustaba esto de ella, y estaba completamente de acuerdo. Pero encontraba un poco rara la relación que mantenía con su ex marido. Él casi nunca hablaba con su ex esposa. Sin hijos que los ataran, después del divorcio no había quedado más que una gran cantidad de hostilidad entre ellos. De hecho, no había nada. Era como si jamás hubieran estado casados.

– Cuando tienes hijos -prosiguió Maxine-, estás atado al otro para siempre. Y debo reconocer que, si no tuviéramos esto, le echaría de menos. Nos va bien a todos, sobre todo a los chicos. Sería triste que su padre y yo nos odiáramos.

Probablemente, pensaba Charles mientras la escuchaba, pero sería más fácil para el siguiente hombre o mujer que entrara en sus vidas. No era fácil ser el sucesor de Blake, para nadie, y a su manera, tampoco resultaba fácil estar a la altura de ella, aunque fuera tan modesta.

No había nada arrogante o pomposo en Maxine, a pesar de su brillante carrera psiquiátrica y de los libros que había escrito. Era muy discreta, y él la admiraba por ello. El no lo era tanto y lo sabía. Charles West tenía una buena opinión de sí mismo, y estaba muy seguro de sus logros. No había dudado antes de intentar obligarla a hacer lo que él consideraba conveniente con el chico de los Wexler, y solo había dado marcha atrás cuando había descubierto quién era Maxine y lo experta que era en su campo. Solo entonces había aceptado que ella podía juzgar mejor la situación, sobre todo tras el tercer intento de suicidio de Jason, que había hecho que Charles se sintiera como un idiota. Normalmente detestaba tener que reconocer que estaba equivocado, pero en este caso no había tenido más remedio. Maxine tenía carácter, pero también podía ser amable y femenina. No necesitaba demostrar sus aptitudes, y lo hacía raramente, solo cuando la vida de un paciente estaba en peligro, pero nunca para alimentar su ego. En cierto modo a Charles le parecía la mujer perfecta; jamás había conocido a otra como ella.

– ¿Qué piensan tus hijos de que salgas con hombres? -preguntó al terminar de cenar.

No se atrevía a preguntarle qué habían dicho de él, aunque le habría gustado saberlo. El martes se había dado cuenta claramente de que se habían sorprendido al verle. Era evidente que ella no les había prevenido, ya que había olvidado la cita por completo. Su aparición en escena había cogido a todos por sorpresa, incluida Maxine. Pero, al mismo tiempo, con todo lo ocurrido después, los niños también lo habían sorprendido enormemente. Al día siguiente se lo contó a un amigo, que se murió de risa con la descripción que le hizo Charles de la caótica escena y le aconsejó que se soltara un poco. También le aseguró que ella no encontraría a otro hombre tan maravilloso como él. Como norma, Charles prefería no salir con mujeres con hijos. Era difícil encontrar tiempo para estar juntos cuando estaban tan ocupadas con las vidas de los niños. Aunque, al menos, solían contar con un ex marido que se quedaba con los hijos la mitad del tiempo. Maxine no tenía a nadie con quien compartir la carga, excepto una niñera, que ya tenía sus propios problemas. La responsabilidad de Maxine era enorme, y estar con ella sería para él un desafío.

– Se quedaron muy sorprendidos -contestó Maxine con sinceridad-. Hacía mucho tiempo que no salía. Están acostumbrados a que su padre vea a mujeres, pero no creo que hayan pensado nunca que algún día pueda haber un hombre en mi vida.

Ella misma todavía no se había acostumbrado a la idea. Los hombres con los que había salido brevemente apenas le habían interesado, y le habían resultado tan poco atractivos que había abandonado.

Los médicos que conocía siempre le parecían pomposos, o no tenían nada en común con ella. Además, ellos se asustaban enseguida al ver lo ocupada que estaba con su consulta y su vida familiar. Los hombres no solían querer una mujer o una esposa que se fuera al hospital por una urgencia a las cuatro de la madrugada, y con cargas profesionales tan exigentes. A Blake tampoco le gustaba, pero la carrera médica de Maxine siempre había sido importante para ella, y sus hijos todavía más. La vida de Maxine estaba más que llena, y como había quedado demostrado la noche del martes, no se necesitaba mucho para que se desbordara. No había demasiado espacio, si es que lo había, para alguien más. Y Charles sospechaba que a los niños les gustaba que fuese así. Llevaban escrito en la cara que la querían para ellos solos, y que no era bien recibido en el grupo. No le necesitaban. E intuía que ella tampoco. No tenía el aspecto desesperado de muchas mujeres de su edad, que por encima de todo anhelaban conocer a un hombre. Ella, por el contrario, desprendía una sensación de felicidad, de plenitud, y de arreglárselas muy bien sola. Esto también le parecía atractivo. No deseaba ser el salvador de nadie, aunque quisiera formar parte de la vida de una mujer. Con Maxine no lo sería nunca; lo cual tenía a la vez ventajas e inconvenientes.

– ¿Crees que aceptarían que tuvieras una relación con un hombre? -preguntó despreocupadamente, tanteando el terreno.

Maxine se lo pensó un momento.

– Es posible. Quizá sí. Dependería del hombre, y de lo bien que se adaptara a los niños. Estas cosas van en las dos direcciones, y exigen esfuerzo por ambas partes.

Charles asintió. Era una respuesta razonable.

– ¿Y tú? ¿Crees que tú te acostumbrarías a tener otra vez un hombre en tu vida, Maxine? Pareces muy autosuficiente.

– Lo soy -dijo ella sinceramente, tomando un sorbo de una delicada infusión de menta, el final perfecto para una cena estupenda.

La comida había sido deliciosa, y los vinos que había elegido Charles, soberbios.

– Respondiendo a tu pregunta, no sé qué decir. Solo me acostumbraría si fuera el hombre correcto. Debería creer que puede funcionar. No quiero cometer otro error. Blake y yo éramos demasiado distintos. Cuando eres joven no lo notas tanto, pero llega cierto punto, cuando maduras y sabes quién eres, en que sí importa. A nuestra edad ya no puedes engañarte pensando que algo va a funcionar cuando está claro que no funciona. Es mucho más difícil que todo encaje, porque cada uno tiene su vida. Cuando eres joven todo hace gracia. Más tarde, es otro cantar. No es tan fácil encontrar una buena pareja, hay muy pocos candidatos, e incluso con los buenos, todos tienen su pasado. Tiene que valer mucho la pena para hacer el esfuerzo. Mis hijos me dan la excusa para no intentarlo. Me mantienen ocupada y me hacen feliz. El problema es que un día se harán mayores y me quedaré sola. Por ahora, sin embargo, no tengo que planteármelo.

Tenía razón. Para ella eran un amortiguador contra la soledad, y una excusa para que le diera pereza introducir a un hombre en su vida. En cierto modo, Charles sospechaba que también le daba miedo intentarlo de nuevo. Le daba la impresión de que Blake se había llevado una gran parte de ella, y aunque fueran «demasiado distintos», como afirmaba Maxine, le parecía que todavía le quería. Esto también podía ser un problema. ¿Quién podía competir con una leyenda que se había hecho millonario y poseía tanto encanto? Era un gran desafío, un desafío con el que pocos hombres se enfrentarían. Estaba claro que ninguno lo había hecho.

Pasaron a otros temas de conversación: el trabajo, la pasión de Maxine por los pacientes adolescentes suicidas, la compasión que sentía por los padres de los pacientes, su fascinación por los traumas causados por las catástrofes. En comparación, la consulta de Charles no era tan interesante. El trataba resfriados comunes, una gran variedad de dolencias y situaciones más cotidianas, y de vez en cuando la tristeza de un paciente con cáncer al que derivaba inmediatamente a un especialista y lo perdía de vista. Su consulta no afrontaba crisis constantes como la de ella. Aunque de vez en cuando perdiera a un paciente, no era lo habitual.

Después de cenar la acompañó a su piso y tomaron una copa de brandy de su bar recién provisto. Ahora estaba preparada para recibir a un hombre, aunque no volviera a ver a este nunca más. Estaría preparada para la próxima vez, dentro de cinco o diez años. Zelda le había tomado el pelo. A causa de su cita tenía el bar abarrotado. Esto la inquietaba un poco con los niños en casa. Cerraría el armario con llave, para no tentar ni a sus hijos ni a los amigos de estos, después de lo ocurrido con Daphne.

Maxine dio las gracias a Charles por la deliciosa cena y la agradable velada. Tenía que reconocer que estaba bien ser una persona civilizada, arreglarse y pasar la noche hablando con un adulto. Era bastante más emocionante que ir al Kentucky Fried Chicken o al Burger King con media docena de críos, que era lo que hacía habitualmente. Viéndola tan elegante, Charles pensó que merecía ir a La Grenouille más a menudo, y esperaba tener ocasión de volver a invitarla. Era su restaurante favorito en la ciudad, aunque también le gustaba Le Cirque. Era muy aficionado a la buena comida francesa, y al ambiente que solía acompañarla. Le gustaban la pompa y la ceremonia mucho más que a ella, y las conversaciones entre adultos. Hablando con ella se preguntó si también sería divertido salir con los niños. Era posible, pero todavía no estaba convencido, aunque fueran unos chicos simpáticos. Prefería hablar con ella sin distracciones, o sin que Sam le vomitara sobre los pies. Antes de que él se marchara, se rieron con la anécdota y se quedaron charlando un rato en el pasillo, justo donde había sucedido.

– Me gustaría volver a verte, Maxine -dijo él.

Desde su punto de vista aquella velada había sido un éxito, y desde el de ella también, a pesar del desastroso comienzo. Esta noche había sido todo lo contrario. Perfecta de principio a fin.

– A mí también me gustaría -contestó sinceramente.

– Te llamaré -dijo, y no intentó besarla.

A ella le habría molestado que lo hiciera. No era el estilo de Charles. El era un hombre que avanzaba lenta y calculadamente cuando le gustaba una mujer; creaba el ambiente adecuado para que sucediera algo más adelante, si ambos lo querían. No tenía prisa, y prefería que las mujeres progresaran a su ritmo. Debía ser una decisión mutua, y sabía que Maxine estaba todavía muy lejos de ese punto. Llevaba demasiado tiempo sin salir y nunca lo había deseado realmente. Ni siquiera pensaba en iniciar una relación. Debería llevarla hasta él poco a poco, si decidía que eso era lo que quería. Todavía no estaba del todo seguro. Era agradable estar con ella y hablar; el resto ya se vería. Sus hijos seguían siendo un gran impedimento para él.

Antes de cerrar la puerta, Maxine le dio las gracias otra vez. Para entonces Jack ya dormía en su habitación, después de la fiesta a la que había asistido, y Zelda descansaba en la suya. La casa estaba en silencio, mientras Maxine se desnudaba, se cepillaba los dientes y se acostaba, pensando en Charles. Había sido agradable, era innegable. Pero le seguía pareciendo raro salir con un hombre. No le desagradaba, pero era todo tan serio, tan educado. Como él. No se imaginaba saliendo un domingo por la tarde con él y con sus hijos, como hacía con Blake cuando estaba en la ciudad. Pero Blake era su padre, y no dedicaba su vida a la familia. Solo era un turista de paso, por muy encantador que fuera. Blake era un cometa en su cielo.

Charles era fiable y tenían muchas cosas en común. Pero no era ni alegre, ni gracioso ni divertido. Por un momento, echó de menos estas cosas en su vida, pero se dio cuenta de que no se puede tener todo. Siempre había dicho que si algún día volvía a salir en serio con un hombre, quería a uno que fuera estable y en el que pudiera confiar. Sin duda Charles era ese tipo de hombre. Después pensó en sí misma con una sonrisa, y se rió de lo que deseaba. Blake era un loco divertido. Charles era responsable y maduro. Era una pena que no hubiera ningún hombre en el planeta que pudiera ser ambos a la vez: una especie de Peter Pan maduro, con valores sólidos.

Sería pedir demasiado, y probablemente esa era la razón de que todavía estuviera sola, y de que quizá lo estuviera siempre. No podía vivir con un hombre como Blake, y no quería vivir con uno como Charles. Tal vez daba igual, porque nadie le estaba pidiendo que escogiera. Al fin y al cabo solo había sido una cena, buena comida y buenos vinos con un hombre inteligente. No se trataba de casarse.

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