Capítulo 9

– ¿Te encuentras bien? -Sergei frunció el ceño con preocupación e intentó entrar en el cuarto de baño, pero ella hizo gestos desesperados para que se mantuviera a distancia.

– Mira, voy a llamar a un médico -continuó él-. Puede que te hayas resfriado.

– No necesito un médico -protestó.

La voz de Alissa sonó extrañamente aguda porque cada día que pasaba estaba más nerviosa. La regla tendría que haberle llegado una semana antes, sus pechos estaban hinchados y sentía náuseas que la asaltaban en cualquier momento del día o de la noche. Los síntomas eran tan aparentemente claros que ya había llegado a una conclusión.

Sergei hizo caso omiso de sus objeciones. Sacó el teléfono, llamó a un médico y le pidió que se presentara inmediatamente en el yate.

Después, miró a Mattie, el perrito que estaba entre sus piernas y lo acarició.

Habían pasado tres semanas desde que Alissa fue a tierra firme y encontró al perrito, que había metido una pata en la reja de una alcantarilla y se la había roto. Antes de que pudiera evitarlo, corrió hacia el animal y lo sacó de allí. Lo llevaron a un veterinario, que lo vacunó y tuvo que amputarle la pata porque no se podía hacer nada al respecto; y como era un perro vagabundo y no pertenecía al yate, se lo llevaron con ellos.

Sergei apartó a Mattie para poder tomar en brazos a su esposa y llevarla al camarote, a pesar de sus protestas.

– Túmbate aquí, angil moy -dijo él-. ¡Y deja de ser tan obstinada! Estás enferma y tienes que descansar.

A pesar de las protestas, Alissa se alegró de poder descansar un rato. Sergei se quedó con ella y la miró, sinceramente preocupado; tenía la impresión de que había perdido peso.

– Siento causarte tantas molestias -dijo ella, haciendo un esfuerzo por hablar-. Seguro que tu anterior luna de miel no resultó tan problemática.

– ¿Que no? Rozalina se pasó paso todo el tiempo borracha o con resaca, y se quedaba en la cama hasta la noche -respondió él con desagrado-. Tus problemas ocasionales son muy poca cosa en comparación.

Alissa se apoyó en los codos para mirarlo,

– ¿No sabías que bebía demasiado cuando te casaste con ella?

– No me di cuenta. Yo tenía veintidós años y me tomé el matrimonio como un juego. A ella sólo le interesaba divertirse y yo acabé harto antes de que acabara la luna de miel.

– Sí, ya me lo imagino -murmuró.

– Tu adición al chocolate es bastante más agradable que su alcoholismo… -dijo él, sonriendo.

El médico apareció en menos de una hora, y aunque Sergei quiso quedarse en el camarote, ella le pidió que se marchara.

Cuando ya estaba a solas con el doctor, le dijo que creía estar embarazada, pero que prefería mantenerlo en secreto. El hombre la examinó detenidamente y confirmó sus sospechas, Alissa ya sabía lo que le iba a decir, pero la certeza de que se había quedado embarazada de Sergei la afectó mucho.

Sergei apareció minutos después de que el médico se marchara.

– Me ha dicho que no te pasa nada malo, que los síntomas desaparecerán en unos días -comentó al entrar en el camarote- ¿No debería haberte recetado algo?

– No, no estoy tan enferma. Creo que es simple cansancio -respondió ella, que corrió a cambiar de tema-. Mattie es tan cariñoso… ¿verdad? Le encanta que lo mimen. Seguro que nunca le habían prestado tanta atención.

Sergei miró al perrito y sonrió. Alissa parecía más preocupada por el estado del animal que por su propia salud.

– Quédate en la cama y duerme un poco.

Él se marchó con el perro y Alissa se quedó pensando en su embarazo.

No sabía qué hacer. Las tres semanas que llevaba con Sergei a bordo del Platinum habían sido sencillamente maravillosas. Se había acostumbrado a él y cada día lo quería más. Lo miraba cuando estaba trabajando: lo admiraba cuando se quedaba dormido a su lado y lo espiaba cuando se dedicaba a acariciar a Mattie. Al principio no había querido que se quedaran con el perro, pero ahora estaba encantado con él.

Sin embargo, ya no les quedaba mucho tiempo. Aquél era el último día de su luna de miel y pronto volverían a la realidad.

Aquella tarde, cuando el barco ancló en un puerto de Turquía, ella salió a cubierta y preguntó:

– ¿Dónde estamos?

– Es una sorpresa. ¿Te encuentras en condiciones de ir a tierra?

– Sí, por supuesto que sí…

Alissa hacía verdaderos esfuerzos por ocultar su tensión. Sabía que tendría que contarle lo del embarazo antes de que Sergei lo notara. Pero a pesar de su ansiedad, también sentía un gran placer al pensar que llevaba un niño dentro.

Desembarcaron poco después. Pasaron por la aduana, donde les sellaron los pasaportes y entraron en el coche que los estaba esperando.

– No sabía que vendríamos a Turquía -dijo ella.

El coche avanzó por una carretera, entre villas y colinas frondosas.

– ¿No te habías dado cuenta de que estábamos en el Egeo?

– La geografía no es mi fuerte -confesó-. Pero, ¿adónde vamos?

– A ver a tu hermana y a su marido -respondió él.

Alissa se quedó helada.

– ¡No estarás hablando en serio…!

– Tenía que conocer a Alexa en algún momento, ¿no? Éste es tan bueno como cualquier otro.

– Pero está embarazada… no debería llevarse disgustos -alegó.

Sergei la miró con sorpresa.

– Ya no está embarazada. Pensé que tu madre te lo habría dicho… aunque ahora que lo pienso, es posible que ella tampoco lo sepa.

– ¿Es que ha perdido el bebé? ¿Cómo lo has sabido?

– Harry me lo contó. Tu madre me dio su número de teléfono y hemos hablado un par de veces antes de organizar este encuentro -respondió-. Tú hermana no sabe que vamos a visitarla, Harry me ha dicho que estaba… fuera de sí. Pensó que su humor mejoraría al verte.

– Dios mío… Por favor, no digas nada del contrato ni del dinero; te lo ruego. Prométeme que no dirás nada. Harry no sabe lo que ha pasado.

Sergei asintió con una frialdad tan extraña, que Alissa desconfió y pensó que le ocultaba algo.

Poco después, llegaron a una elegante mansión de color blanco que estaba en lo alto de una colina y que tenía unas vistas preciosas al mar. Harry, un hombre atractivo de cabello rubio, los recibió y los llevó a una terraza, donde Alexa descansaba en una tumbona.

– ¡Alissa! ¡No puedo creerlo!

Alissa pensó que su hermana estaría deprimida por perder el bebé, pero no parecía muy triste. De hecho, Sergei dijo algo gracioso para romper la tensión y Alexa estalló en carcajadas.

Alissa se giró hacia Harry y le preguntó en voz baja:

– ¿Qué tal está?

– Ha estado muy mal, pero es evidente que tu presencia la ha animado. No la había visto tan contenta en muchos días.

Habían pasado tantas cosas, que Alissa ya no se sentía tan cerca de su hermana como antes; pero a pesar de ello acababa de perder su bebé y decidió que no haría nada que pudiera empeorar su estado. Ni siquiera le contaría lo de su embarazo. No quería que recordara al hijo que ya no tendría.

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