Capítulo 7

Ella se levantó de la cama a toda prisa y alcanzó el vestido, que estaba tirado en el suelo.

– ¿Qué haces? -preguntó Sergei.

Alissa sintió un sudor frío. Sabía que Sergei no estaba mintiendo con lo de tener un niño; se notaba en su tono, en su actitud y hasta en su forma de hablar, porque lo había dicho con total tranquilidad, dando por sentado que ella estaba al tanto. Pero si había creído que iba a tener un hijo con él, se había vuelto loco. Ningún contrato la podía obligar a eso.

Se puso el vestido con manos temblorosas y se sintió más culpable y más sucia que nunca. Su propia hermana la había engañado. No cabía otra explicación. Y aunque estaba tan cansada como desesperada, sabía que no podía huir a ninguna parte.

La única forma de salir de aquel lío era sincerarse con él.

– Tenemos que hablar, Sergei.

Sergei, que se había sentado en la cama, la miró con ojos entrecerrados y se preguntó qué estaría tramando.

– Es tarde para hablar, Alissa.

– Pues no tenemos más remedio. Te soy completamente sincera al afirmar que, cuando has mencionado lo de tener un hijo, no tenía ni idea de lo que estabas diciendo -declaró.

– Eso es imposible. Me consta que leíste el contrato que firmaste y que recibiste asesoría legal al respecto -dijo él, mirándola con desconfianza e incredulidad-. ¿Qué intentas hacerme?

Sergei se levantó y entró en lo que parecía ser un vestidor como el de la otra suite y desapareció brevemente, Alissa oyó cajones y puertas que se abrían y se cerraban. Estaba tan tensa, que se le había hecho un nudo en el estómago. Le parecía increíble que su hermana la hubiera engañado de ese modo; y también le parecía increíble que se hubiera dejado engañar con tanta facilidad.

Sergei reapareció descalzo y con unos vaqueros desgastados y una camiseta de color negro.

La miró con dureza y dijo:

– Explícate.

Alissa respiró a fondo. No sabía por dónde empezar, de manera que decidió ir directamente al grano.

– Yo no fui quien firmó ese contrato, Sergei; fue mi hermana. Presentó la instancia con mis datos personales y hasta imitó mi firma.

Sergei se quedó pálido.

– ¿Tu hermana? -preguntó-. ¿Pretendes convencerme de que tú no eres la mujer que debía convertirse en mi esposa?

Ella estaba tan tensa, que la espalda se le quedó rígida.

– Sí, exactamente. Sé que te parecerá terrible, pero no tenía mala intención cuando acepté ocupar su lugar.

Sergei apretó los puños, fuera de sí. No podía creer que hubiera pagado una pequeña fortuna para casarse con una mujer y que le diera un hijo y que lo hubieran estafado un par de aprovechadas. La simple idea bastó para que la ira le embargara. Esas cosas no le pasaban a él. De hecho, contaba con toda una legión de profesionales que se dedicaban única y exclusivamente a impedir que alguien lo estafara.

Alissa se sintió dividida entre el alivio por su silencio y el pánico a lo que pudiera decir a continuación.

Por fin, dio un paso adelante y dijo:

– Alexa y yo somos gemelas. Mi hermana y yo somos gemelas idénticas.

Sergei comprendió inmediatamente lo sucedido. Ahora lo entendía todo, desde las diferencias físicas entre Alissa y la mujer de las fotografías hasta sus diferencias evidentes de carácter.

Maldijo para sus adentros y pensó que él era el único culpable del engaño. Debería haber pedido que la investigaran más a fondo, pero la deseaba tanto, que había olvidado hasta su instinto de supervivencia.

– ¿Eres consciente de que tu hermana y tú habéis cometido un fraude? -preguntó Sergei.

Alissa se quedó blanca como la nieve y lo miró con horror. No se le había ocurrido que podía ser culpable de un delito.

– ¿Fraude?

– ¿Quién pasó por el proceso de selección de candidatas?

– Alexa.

– ¿Por todo el proceso?

Alissa asintió.

– Sí.

– ¿Y quién firmó el contrato?

– Alexa… con mi nombre -respondió-. Como te he dicho hace un momento, hasta falsificó mi firma.

Sergei contuvo un grito de ira y se preguntó si, a la luz de lo que Alissa le acababa de contar, seguía siendo legalmente su esposa.

Sin embargo, había una cosa de la que estaba completamente seguro: tanto si sus intenciones habían sido buenas como si no, no permitiría que se alejara de él ni cinco minutos. No correría el riesgo de que huyera y se llevara todo el dinero que le había pagado.

Sacó el teléfono móvil, se metió en una habitación para impedir que Alissa lo oyera y llamó a Borya, su jefe de seguridad, a quien dio instrucciones detalladas sobre lo que debía hacer durante su ausencia, desde redactar un informe exhaustivo sobre las dos hermanas gemelas hasta grabar las conversaciones telefónicas de su esposa y seguirla a todas partes.

Alissa esperó a que Sergei volviera con ella. La posibilidad de haber cometido un fraude la aterrorizaba.

– Eres una impostora -dijo él con frialdad.

Alissa se mordió el labio inferior.

– Sí.

– Y una mentirosa.

– ¡No te he mentido nunca!

– ¿Que no me has mentido nunca? Desde la primera vez que nos vimos, has fingido ser tu hermana. ¿Acaso te parece que eso no es mentir? -declaró el-. ¿Por qué, Alissa? ¿Por qué lo has hecho?

Alissa intentó tranquilizarse y respiró profundamente. La ira de Sergei era tan obvia, que la podía sentir como si fuera algo físico.

– Cuando Alexa ya había presentado la instancia, conoció a un hombre, se enamoró de él y se quedó embarazada. Después de eso, ya no se podía casar contigo; pero se había gastado el dinero y…

– ¿Cómo? ¿Se ha gastado todo el dinero?

Sergei la miró con incredulidad y añadió:

– Ni la mayor derrochadora del mundo podría gastarse una cantidad como ésa en tan poco tiempo.

– ¿Una cantidad como ésa? Vamos, Sergei, no sé cuánto le diste, pero seguro que no fue para tanto…

– No te hagas la inocente, por favor. Tu hermana y tú habéis jugado fuerte para quedaros con ese dinero, pero será mejor que reconsideres tu actitud. Nunca he permitido que alguien me estafe y se marche sin más -dijo él con voz peligrosamente suave.

Ella se estremeció, alarmada.

– Yo no pretendía engañarte…

– Claro, no pretendías engañarme -se burló-. Entonces, ¿cómo es posible que haya pagado una fortuna a una impostora y a una mentirosa que espera que la crea cuando afirma que ni siquiera sabía lo que decía el contrato que su propia hermana firmó?

– No lo sabía, Sergei. No llegué a leer ese contrato -respondió a la defensiva.

Sergei abrió el cajón de un mueble, sacó su ordenador portátil, lo encendió y abrió un documento.

– Aquí tienes tu lectura recomendada para esta noche. Es el contrato, Alissa. Si me estás diciendo la verdad, de lo cual dudo bastante, ¿no crees que sería extraño que firmaras el contrato sin leerlo antes?

– Pero si ya te he dicho que yo no lo firmé…

– ¿Quién se quedó el dinero?

– Alexa. Lo usó para pagar las deudas de mi madre, que debía dar una parte de la casa y del negocio a mi padre -contestó.

– ¡Oh, vaya! ¡Al final va a resultar que es una santa? -ironizó Sergei-. Pues si vas a decir lo mismo de ti, ahórratelo… Sinceramente, las historias tristes y lacrimógenas me dejan frío.

Alissa alzó la barbilla, desafiante.

– No iba a decir lo mismo de mí. Pero lo de Alexa es verdad; quería ese dinero para ayudar a mi madre -declaró-. De hecho, habría cumplido su parte del contrato y se habría casado contigo si no se hubiera quedado embarazada antes.

– Será mejor que te inventes otra historia, Alissa.

– ¿Qué quieres decir con eso?

– Según has dicho tú misma, tu hermana falsificó tu firma y puso tus datos personales en la instancia; pero si los datos eran falsos, si se estaba haciendo pasar por ti… ¡jamás podría haberse casado conmigo! -estalló-. Desde un punto de vista legal, habría sido imposible.

Alissa no podía pensar con claridad. Las acusaciones de Sergei y la evidencia de que su hermana la había engañado, eran demasiado para ella. Tenía que marcharse de allí.

– Ya has dicho bastante, Sergei…

– No, sólo acabo de empezar.

– ¿Y qué vas a hacer ahora? -preguntó ella, nerviosa.

– Sólo te puedo decir que yo no soy quien va a salir perdiendo de todo esto. Te lo advierto, Alissa… es muy posible que os denuncie a tu hermana y a ti por fraude -afirmó.

Alissa se frotó las manos, aterrorizada.

– Sergei… nadie intentaba engañarte. Las cosas se complicaron, eso es todo. A Alexa le entró miedo y…

Él la miró con frialdad.

– Si no estás dispuesta a acatar los términos del contrato, me estarás engañando y no lo aceptaré. Mañana, cuando haya tomado una decisión al respecto, te lo haré saber -la amenazó.

Alissa sintió que la sangre se le helaba en las venas.

– ¿Es verdad que Alexa aceptó tener un hijo contigo? -se atrevió a preguntar.

– No aceptó tener un hijo conmigo, sino tener un hijo para mí -puntualizó él-. Estudia detenidamente el contrato. Y no pongas esa cara… tienes suerte de que no te eche a patadas ahora mismo. Por lo que sé hasta ahora, no eres más que una ladrona especialista en estafas.

Sergei abrió la puerta que comunicaba su suite con el dormitorio de Alissa y ella se marchó con el ordenador portátil.

La puerta se cerró de golpe a sus espaldas. Caminó hasta la cama, se sentó y estudió el documento. Era un contrato muy largo, y cuando terminó de leerlo, estaba pálida y asombrada por las mentiras que su hermana Alexa había usado para convencerla de que ocupara su lugar.

Sergei había sido absolutamente sincero con ella. Había pagado a Alexa una suma asombrosa, muchísimo más de lo que jamás habría imaginado. De hecho. La malicia de su hermana llegaba hasta el extremo de que sólo había gastado una tercera parte en las deudas de Jenny; el resto se lo había quedado ella. Ahora era una mujer rica a su costa.

Aquello era terrible desde cualquier punto de vista. Incluso se preguntó si Alexa no lo habría planeado todo desde el principio para engañarla y quedarse con el dinero. Pero por muy dura que fuera esa posibilidad, la lectura del contrato la dejó aún más alterada.

El documento decía claramente que Sergei no buscaba sólo una esposa para dar una alegría a su abuela, sino también un hijo. Por eso se había tomado tantas molestias. Por eso había pagado tanto dinero.

Alissa se tumbó en la cama y se estremeció. Se había metido en un lío terrible, en un lío del que no sabía cómo salir.

Hasta entonces había creído que su hermana había mejorado mucho con el paso de los años. Pero evidentemente, se había equivocado. Alexa era tan irresponsable, que ni siquiera se había planteado la posibilidad de que, al firmar un contrato con datos falsos, pudiera estar violando la ley. Y hasta ella misma lo había pasado por alto. Ahora no tenía más remedio que dar un hijo a Sergei.

Aquella noche, cuando Alissa ya había sucumbido al cansancio y se había hundido en un mar de pesadillas, Sergei seguía pensando en lo sucedido.

El fuego de su furia, enfriado tras varias horas de consultas frustrantes con sus abogados, seguía entrelazado con la indignación. Él, que no había creído en ninguna mujer desde Rozalina, que se había enfrentado en multitud de ocasiones a la deslealtad y a la avaricia de tantas mujeres, empezaba a creer a Alissa.

Pero aunque su historia fuera cierta, no la exculpaba. Seguía siendo una mentirosa y una estafadora, cuyo atractivo lo había cegado hasta el punto de dejarse engañar por ella.

Tendría que encontrar la forma de salir con bien de todo aquello. Para él, la derrota nunca era una posibilidad aceptable.

En algún momento de la noche, cuando las conversaciones con los abogados lo sacaron de quicio, llegó a estar tan nervioso, que pegó un puñetazo a la pared. Pero ya se había tranquilizado y volvía a pensar con claridad.

Pasara lo que pasara, él no iba a perder nada en absoluto. Empezando por la atractiva esposa que dormía en la habitación contigua.


Alissa se despertó cuando la doncella entró en el dormitorio a la mañana siguiente para correr las cortinas y permitir que entrara la luz del sol. Le dolía mucho la cabeza.

Lo primero que hizo fue enviar un mensaje a Alexa, en el que le advertía que Sergei conocía la verdad y le decía que tenían que hablar con urgencia. Después, se sentó en la cama, tomó el desayuno que le llevaron y pensó en la conversación de la noche anterior con su marido.

Todo aquello era absurdo. Absolutamente todo. Había llegado a creer que estaba enamorada de Sergei Antonovich, pero la cruda realidad se había impuesto. Sergei no era el hombre encantador y maravilloso que le regalaba bombones y collares de diamantes y esmeraldas, sino un hombre frío y terrible en quien no podía confiar y al que, por supuesto, tampoco admiraba.

Se sintió tan avergonzada por haberse acostado con él, que perdió el apetito de inmediato y apartó del desayuno. Sin embargo, no tardó en comprender que ella era la única culpable de la situación. Le había engañado y le había mentido, aunque fuera por una buena causa.

Además, Sergei no era tan malo; era el hombre capaz de casarse para dar una alegría a su abuela, el hombre que acostaba a su madre cuando llegaba borracha a casa, el hombre que había crecido con unos padres terribles. Desde luego, su actitud hacía las mujeres distaba de ser positiva; pero después de fracasar con su primera esposa, casi era lógico que no quisiera arriesgarse otra vez y conceder otra oportunidad a una mujer.

El teléfono sonó cuando se estaba vistiendo.

No era Alexa, sino Sergei.

– Nos veremos abajo en veinte minutos -le informó.

Alissa se recogió el pelo en una coleta y se miró en el espejo. No se había molestado en maquillarse. Se había puesto unos vaqueros y un jersey que eran suyos, no de las cosas que Sergei le había comprado, y volvía a parecer una mujer normal y corriente.

Comprobó su móvil, pero Alexa todavía no había respondido a su mensaje. Impaciente, decidió llamarla y hablar en persona con ella; pero no contestó.

Unos minutos después, cuando bajó al piso inferior y, en la elegante biblioteca que Sergei usaba como despacho, él le dijo:

Dobraye utra… buenos días. ¿Esos vaqueros son la manera que tienes de purgar tu culpa? -se burló-. Pues si es así, no me has impresionado.

Alissa se cruzó de brazos, a la defensiva.

Había dormido mal y estaba pálida y cansada, pero él le pareció tan guapo como siempre y tan relajado como si hubiera dormido como un tronco.

– Dudo que la ropa que lleve sirva para cambiar las cosas -declaró ella-. Me he vestido así porque esta ropa es mía y no quiero llevar la que me has comprado. No me parece justo.

– Oh, eres tan puritana… aunque hay que reconocer que tienes sentido del humor. ¿Insinúas que eres capaz de casarte en una iglesia ante cientos de personas y de entregarme tu cuerpo más tarde y que, sin embargo, tus principios te impiden ponerte la ropa que te he regalado?

Alissa se ruborizó, humillada.

– No quería decir eso…

– Claro que sí. Pero ya he descubierto que hay una distancia importante entre tus supuestos principios y tu comportamiento real.

– ¿Para esto me has pedido que venga a verte? ¿Para poder insultarme un poco más? -preguntó.

Sergei arqueó una ceja.

– ¿Prefieres que hablemos de cosas sin importancia? Porque no querrás que te felicite después de lo que has hecho…

Alissa tomó aliento, sacudió la cabeza y apartó la mirada.

Satisfecho con la derrota de su esposa, Sergei se apoyó en el borde de la mesa y la miró con detenimiento.

Sin maquillaje y vestida como una quinceañera, parecía asombrosamente inocente y joven. No le sorprendió su expresión de vergüenza, porque ya no confiaba en ella y pensaba que fingía, pero pensó que el mayor misógino del mundo habría caído en su trampa. Parecía tan ingenua, que habría engañado a cualquiera. De hecho, hasta había conseguido que él mismo renunciara inicialmente a la idea de investigarla a fondo; le gustaba tanto, que se había dejado llevar por el deseo.

– De todas formas, eso no es relevante -continuó él-. ¿Qué hacemos ahora, Alissa? Debemos tomar una decisión.

– ¡Yo no puedo cumplir los términos de ese contrato! -dijo, nerviosa-. No sabía que estuviera obligada a darte un hijo. Desde luego, iba a cumplir con el compromiso de ser tu mujer, pero…

– De ser mi mujer y de compartir mi cama con entusiasmo -puntualizó él con tono aterciopelado-. No olvidemos ese aspecto de nuestra relación.

Alissa echó la cabeza hacia atrás y su coleta se balanceó.

– ¡Por Dios! ¡Eso es otra cosa! Simplemente ha pasado, nada más…

Sergei le dedicó una mirada dura como el acero.

– Me cuesta creer que haya pasado por simple casualidad, Alissa.

– No intentes que parezca peor de lo que soy, Sergei. No me he acostado contigo para manipularte. Pero pienses lo que pienses al respecto, ha pasado y ya no puedo hacer nada -declaró-. ¿Qué vas a hacer?

– Si hago lo que mis abogados me han recomendado, os denunciaré a tu hermana y a ti por fraude. Una sola palabra mía y arrestarán a Alexa. Firmar un contrato con datos falsos y con la intención de estafar dinero a otra persona es un delito castigado con la cárcel.

Alissa lo miró con horror.

– ¡No puedes hacer eso!

– Me temo que puedo hacer lo que considere oportuno. Por si no te has dado cuenta, yo soy la víctima de esta situación.

Alissa intentó pensar, desesperada.

– Pero tú querías discreción… y si nos denuncias, saldrá publicado en los periódicos. Dudo que eso te gustara.

Sergei se quedó impresionado por la rapidez mental de ella.

– ¿Por qué crees que eso me importa? Yelena no lee los periódicos, y es muy improbable que se entere de una denuncia presentada en Gran Bretaña. Además, yo no he hecho nada malo, nada de lo que deba avergonzarme -afirmó-. En cambio, arrojarte a tu hermana y a ti a los lobos me daría cierta satisfacción.

Alissa se asustó tanto, que se quedó sin habla. Volvió a pensar en el hombre que le había regalado los bombones de chocolate, en el que le había preparado una bañera con pétalos de rosa, y le pareció asombroso que se hubiera producido un cambio tan radical en él.

– Pero francamente -continuó Sergei-, nada me daría tanta satisfacción como el cumplimiento del contrato original. Ya sé que has dicho que eso es imposible, pero cuando se está dispuesto llegar a un compromiso, siempre se puede encontrar una solución aceptable para las dos partes.

– ¡Nada de lo que digas me hará aceptar! ¡No voy a tener un hijo contigo para renunciar después a él!

– Entonces, te haré una oferta. Si devolvéis el dinero y te comprometes a mantener nuestro matrimonio durante un plazo de al menos un año, olvidaré temporalmente lo de acudir a la policía.

– Eso es imposible, Sergei. Por lo que tengo entendido. Alexa se ha gastado una buena parte de la cantidad que le diste.

– ¿Por lo que tienes entendido? -preguntó él con sarcasmo-. ¿Insinúas que no tienes acceso al dinero?

– Lo tiene Alexa, aunque sobra decir que hablaré con ella.

Sergei miró a su esposa con incredulidad.

– ¿Tu hermana lo organizó todo, se quedó con el dinero y te convenció para que cumplieras su contrato sin darte nada a cambio? ¿Cómo es posible que se lo hayas permitido? ¡Es obvio que no me he quedado con la gemela inteligente, sino con la más estúpida de las dos!

Alissa se ruborizó de nuevo.

– No, no ha sido así. Admito que Alexa puede ser extravagante e irresponsable, pero no es una ladrona… ¿es que no has oído nada de lo que te he dicho? -preguntó con desesperación.

– Alissa, lo que dices sólo encaja en dos categorías: o es algo completamente absurdo o no me interesa.

– ¡Nadie ha intentado tenderte una trampa! -insistió.

– Pues si no ha sido una trampa, ¿qué ha sido? ¿Dónde está el dinero? ¿Y dónde está la mujer que firmó realmente el contrato? -preguntó con sequedad-. Tu hermana usó tu nombre, se retiró en el último momento y se quedó con el dinero. Tú eres el único rehén que tengo. ¿No te parece que ya es hora de que dejes de excusarte y aceptes tu responsabilidad?

Alissa tragó saliva. Su dolor de cabeza empeoraba por momentos.

– Intentare que te devuelva el dinero y…

– No quiero que lo intentes, quiero que lo consigas -bramó-. Y por si lo habías pensado, ni se te ocurra vender alguno de los regalos que te he hecho para devolverme mi propio dinero.

– Yo nunca haría eso. Sé que no me crees, pero te aseguro que soy una persona honesta.

Sergei se preguntó si sería posible que Alexa hubiera engañado tan fácilmente a su hermana como a sus propios abogados. Su esposa parecía sinceramente impactada con lo sucedido; además, se notaba que no había dormido bien y estaba tan nerviosa que casi temblaba.

Sin embargo, decidió no tener clemencia con ella. Seguramente, su nerviosismo se debía a que la habían descubierto y a que tenía miedo de que acudiera a las autoridades.

– Si no me dejas otra salida, llamaré a la policía -insistió.

– No lo dudo. Pero acabas de decir que quieres que siga siendo tu esposa durante al menos un año…

– Sí, lo he dicho y lo repito. No me gustaría que Yelena se llevara un disgusto. A fin de cuentas, acabamos de casarnos.

– Está bien… entonces, me quedaré.

Sergei contempló sus labios y cómo su jersey remarcaba sus generosos senos. A pesar de lo ocurrido, la deseaba con toda su alma. Alissa tenía un poder increíble sobre su libido.

– Mis prioridades han cambiado -le informó.

– ¿En qué sentido?

– Vendrás a mi cama cuando a mí me apetezca. Se acabaron todas estas tonterías de que no quieres estar conmigo -afirmó, mirándola con arrogancia-. No voy a salir de todo esto sin una compensación.

Alissa notó que la miraba con deseo y se ruborizó todavía más, pero no dijo nada. No tenía fuerzas.

– Y eso no es negociable -continuó él-. Sólo recuperarás tu libertad si devuelves el dinero.

Ella lo miró con angustia.

– ¡No puedo hacer el amor contigo como si no hubiera pasado nada!

Sergei se encogió de hombros.

– Estoy seguro de que encontrarás la forma de sobrellevarlo. Ya lo hiciste ayer, cuando tú eras la única persona que estaba al tanto del engaño, y no parece que te costara mucho -le recordó con una sonrisa irónica-. Me voy a Londres dentro de una hora, pero tú te quedas aquí.

– ¿Por qué?

– Te concedo tres días para que tomes una decisión. Y si aceptas mi propuesta, estarás esperándome en mi cama cuando regrese, milaya moya.

Alissa dio un paso adelante con debilidad.

Sergei caminó hacia ella, la tomó entre sus brazos y la besó con la fuerza de una tormenta. Ella se estremeció contra la dureza de su cuerpo masculino, apretando los senos contra su pecho, dominada por el deseo.

– Creo que, cuando hayas valorado detenidamente mi proposición, me darás una luna de miel inolvidable -añadió él, satisfecho.

– ¿Una luna de miel?

– Sí, una luna de miel en mi yate, donde estaremos completamente solos -respondió-. Y no pongas esa cara: sonríe un poco… te he dado la posibilidad de elegir entre la cárcel y mi cama. Es una oferta muy generosa. Mucho más generosa de lo que mereces.

Alissa supo que Sergei no estaba bromeando. Su amenaza era real. Tenía todo el derecho del mundo a presentar esa denuncia, que sin duda acabaría con su hermana embarazada y con ella misma en la cárcel. Y aunque Alexa recibiría la condena más dura, dado que había sido la instigadora, eso no sería ningún consuelo.

Tenía que hablar con su hermana y convencerla para que devolviera el dinero que Sergei le había dado. No había otra solución.

– ¿Por qué quieres tener un hijo? ¿Para que Yelena sea feliz?

Sergei la miró con sorpresa.

– Sí, ésa era mi motivación principal cuando se me ocurrió la idea -le confesó-. Pero los niños me gustan de verdad y me gustaría tener hijos de todas formas.

Alissa volvió al dormitorio y llamó a su hermana otra vez. Como no le contestó, llamó a su madre. Jenny se puso a hablar inmediatamente sobre la lista de invitados para la celebración que Sergei y ella habían prometido organizar en Londres.

– Me temo que hay un problema -continuó Jenny-. Harry y Alexa están de vacaciones en Turquía y me ha dicho que no volverá a tiempo.

Aquella noche, cuando ya estaba en la cama, Alissa se puso a pensar en Sergei, en su empeño en tener un hijo con ella y en la forma de mantener una relación sexual con él sin involucrarse desde un punto de vista emocional. Sólo tenía una esperanza: que se aburriera de ella en algún momento y dejara de desearla.

Por primera vez, cayó en la cuenta de que Sergei y sus abogados no creían haberla elegido a ella, a una mujer normal y corriente, sino a la refinada y experimentada Alexa. En consecuencia, cabía la posibilidad de que Sergei no la deseara a ella de verdad, sino a su hermana.

Era un pensamiento tan perturbador que tardó un buen rato en poder conciliar el sueño.

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