Capítulo 6

Cuando subieron a la limusina, Sergei notó el rubor repentino de Alissa y le puso un dedo debajo de la barbilla para que lo mirara a los ojos.

– Veo que sigues enfadada conmigo.

– No, no estoy enfadada; ni voy a decir más tonterías infantiles. Soy consciente de que lo que ha pasado entre nosotros ha sido cosa de los dos -dijo ella, bajando los párpados.

Sergei sonrió. Evidentemente, Alissa seguía enfadada con él e intentaba ocultarlo, pero era tan transparente que no lo conseguía. Aquello le pareció muy atractivo; no estaba acostumbrado a que las mujeres se comportaran de ese modo.

Además, su carácter seguía siendo un misterio para él. En más de un sentido, Alissa era todo lo contrario a lo que había leído en los informes psicológicos. En lugar de ser fría, era cálida; en lugar de indiferente, apasionada; y en lugar de ser superficial e individualista, era profunda y adoraba a su familia. De hecho, se había comportado maravillosamente bien con su abuela.

Se sacó una cajita del bolsillo y dijo:

– Tengo un regalo para ti.

– ¿Otro regalo? -preguntó ella con incredulidad.

– Siempre recompenso la excelencia -explicó él-. Y hoy has superado todas mis expectativas.

– ¿En la boda? ¿O en la cama? -ironizó.

Sergei soltó una carcajada.

– En todas partes, angil moy.

A regañadientes, Alissa abrió la cajita y encontró un collar de diamantes tan fabuloso que parecía una de las joyas de la Corona que se exhibían en la Torre de Londres. Había decidido que no se mostraría impresionada, pero no pudo evitarlo; las piedras eran perfectas, preciosas, y entre todas ellas destacaba el colgante, en cuyo centro había una esmeralda enorme.

Alissa pensó que, si su hermana hubiera recibido un regalo como ése, se habría arrojado sobre él y lo habría cubierto de besos. Pero ella no era Alexa.

– Muchas gracias -se limitó a decir.

– ¿Es que no te gustan las joyas?

– Sí, claro que me gustan -contestó mientras lo sacaba de la caja-. Pero no es necesario que me regales este tipo de cosas.

Alissa se puso el collar, que estaba frío y pesaba bastante, y Sergei se lo cerró. Justo entonces, ella recordó el comentario de su esposo sobre la excelencia y decidió que se refería a su encuentro amoroso. Inmediatamente, sintió una mezcla de vergüenza y excitación. Seguía pensando que lo que habían hecho estaba mal, pero le había encantado.

La limusina se detuvo ante la residencia de Sergei en la ciudad. Cuando entraron en el edificio, él la tomó de la mano y la llevó hacia la escalera,

Al ver que pasaban por delante de la habitación donde había dormido la noche anterior, Alissa preguntó:

– ¿Adónde vamos?

– A tu suite nueva.

– ¿También es la tuya? -quiso saber, tensa.

– No, me temo que no soy muy romántico con esas cosas. No es mi estilo. Yo tengo mi propia suite… está en la puerta contigua.

Alissa se tranquilizó al saber que no iban a compartir el mismo espacio. Si dormían en habitaciones distintas, tal vez podría resistirse a la tentación.

Sergei abrió una puerta y la acompañó, a través de un dormitorio gigantesco, hasta su cuarto de baño. La bañera estaba llena de agua caliente; a su alrededor, ardía una docena de velas.

Él le puso las manos en los hombros y comentó:

– Sé que ha sido un día difícil para ti, pero has estado magnífica. Ahora quiero que te relajes un poco y disfrutes.

Sergei le quitó el velo, que aún llevaba puesto, y lo dejó a un lado con sumo cuidado antes de empezar a desabrocharle el vestido.

– Puedo hacerlo yo. No necesito tu ayuda.

– Claro que la necesitas.

Sergei aspiró su cálido y ya familiar aroma. Olía al perfume que le había comprado en Londres, una fragancia ligera pero persistentemente floral que le iba mucho mejor que la colonia intensa que se había puesto la primera vez que se vieron.

Apretó los labios contra el hombro que acababa de desnudar y movió la boca hasta su cuello mientras le bajaba las mangas del vestido. Alissa se estremeció como si en lugar de dedicarle unas caricias inocentes, la estuviera tocando en sus partes más íntimas.

Nunca habría imaginado que se podía sentir tan locamente consciente de un hombre. Las rodillas se le doblaban y tuvo que hacer un verdadero esfuerzo por contenerse; pero su deseo era tan irrefrenable que al final se abrazó a él y lo miró con lágrimas en los ojos.

– No hagas eso -dijo con debilidad.

– ¿Por qué? Te gusta que te lo haga -afirmó él.

Sergei metió las manos por debajo del canesú, le desabrochó el sostén y las cerró sobre sus pechos. Los pezones de Alissa se endurecieron al instante.

– Qué me guste o no es lo de menos -protestó.

– ¿Cómo podría serlo? -preguntó él-. Esto es la guinda de la tarta para los dos… pero tendrías que haberme dicho que yo iba a ser tu primer amante. De haberlo sabido, habría sido más paciente y te habría hecho menos daño.

Alissa deseó que el suelo se abriera bajo sus pies y se la tragara.

Rápidamente, echó mano del canesú y se lo cerró para no quedarse desnuda ante sus ojos. Después, ruborizada, se apartó de él.

– No te preocupes por eso. Estoy bien.

Sergei sonrió.

– Como tú digas -declaró-. Cenaremos juntos dentro de una hora.

En cuanto él salió de la habitación, ella se metió en la bañera. El agua olía muy bien, y entre la espuma flotaban pétalos de rosa.

Alissa se quedó impresionada con las molestias que Sergei se había tomado; de hecho, el baño le impresionó bastante más que el extravagante collar

Se sentó en la bañera y notó un calor intenso entre las piernas. Había tenido su primera relación sexual, y aunque se sentía avergonzada por ello, lo sucedido no le preocupaba tanto como el hecho de que volvería a entregarse a él a poco que Sergei se empeñara. Y se empeñaría. No en vano, era suya. Había aceptado ser su esposa por dinero.

Sin embargo, volvió a preguntarse por qué habría querido casarse. Él no necesitaba pagar para mantener relaciones sexuales con una mujer; ni mucho menos, contraer matrimonio.

Mientras pensaba en el asunto, también se preguntó por qué la atraía tanto Sergei Antonovich. Al principio le había disgustado mucho; pero cuanto más lo conocía, más le gustaba.

En primer lugar, estaba el cariño que le demostraba a su abuela; casarse por hacer feliz a Yelena le parecía un exceso, pero no se podía dudar de sus buenas intenciones. En segundo lugar. Sergei se comportaba como un caballero con todo el mundo y no se daba demasiada importancia a sí mismo, a pesar de ser un hombre rico y poderoso. En tercer lugar, lograba que se sintiera increíblemente femenina; y aunque podía ser muy directo, ella siempre había preferido la sinceridad a la hipocresía y la ocultación.

Pero eso no era todo. Por muy arrogante que fuera, Sergei le estaba demostrando que también sabía ser sorprendentemente considerado y atento.

En ese momento llamaron a la puerta: era una doncella, que le dejó una caja de bombones de chocolate junto a la bañera.

Alissa sonrió de oreja a oreja, se llevó un bombón a la boca y lo saboreó. Justo entonces, se dio cuenta de que Sergei le gustaba de verdad, de que quería acostarse con él otra vez y de que se estaba enamorando.

La revelación fue tan súbita que se asustó y se levantó de golpe. De todas formas, el agua ya estaba enfriando; así que alcanzó una toalla y salió de la bañera. Después, se quitó los restos de maquillaje, se cepilló el cabello y se dirigió a la habitación. El teléfono empezó a sonar.

– ¿Dígame?

– Ven conmigo ahora mismo -le urgió Sergei-. ¡Acabo de despedir al entrenador de mi equipo de fútbol!

Tras la breve conversación, Alissa descubrió que las doncellas habían guardado todas sus cosas en el vestidor. Eligió un camisón de color turquesa y se lo puso mientras intentaba convencerse a sí misma de que no iban a hacer el amor otra vez, de que no se acostarían juntos por ninguna circunstancia y de que sólo iban a hablar de fútbol, aunque esperaba no tener que ver un partido.

Cuando entró en la suite de su esposo, Sergei estaba hablando por teléfono en un idioma desconocido para ella. Caminaba de un lado a otro y gesticulaba mucho. Al verla, hizo un gesto hacia la cama, junto a la que habían dejado un carrito con comida, para que se sirviera un plato.

Alissa descubrió que estaba hambrienta y eligió entre la amplia gama de platos fríos y calientes. Después, se sentó en la cama y empezó a degustar el pollo, la ensalada y el pan recién hecho.

Sergei cortó la comunicación con su interlocutor e hizo otra llamada. Ella no sabía lo que estaba pasando, pero le daba lo mismo. Cuando ya había terminado con la mitad de su comida, sirvió otro plato y lo puso al alcance de su esposo, para que pudiera picar algo mientras hablaba.

Entre llamada y llamada, ella preguntó:

– ¿Cuántos idiomas hablas?

– Seis o siete, aunque puedo hacerme entender en dos más -respondió él-. Cuando se trata de negocios, prefiero encargarme en persona. Me disgusta dejar mis asuntos en manos de intermediarios.

– Yo hablo castellano y francés, pero con dificultades -le informó.

– Pues tendrás que aprender ruso.

– ¿Tendré?

Él frunció el ceño.

– Por supuesto que sí, milaya moya.

Sergei la miró con interés: en ese momento no parecía una mujer adulta, sino una adolescente. Tenía el pelo echado hacia atrás, algo revuelto, y no se había maquillado. Su aspecto era tan natural y tan hermoso, que no se parecía nada a las mujeres que normalmente compartían cama con él.

Mientras la observaba, su hambre de comida se convirtió en un hambre bien diferente.

Ajena al deseo que había despertado en Sergei, Alissa se preguntó por qué se habría sentado precisamente en su cama y se avergonzó de sí misma, pero no se movió. De repente, la perspectiva de mantener las distancias con él y de limitarse a una relación exclusivamente platónica, le parecía tan interesante como un aguacero helado.

– Me gustas cuando estás completamente sobria -dijo él

– Aprenderé a mantener mi copa llena -bromeó ella, sonriendo-. Así no me la llenarán cada vez que un camarero pase por delante.

Encantado con su sonrisa, Sergei dejó el teléfono sobre un mueble y la tomó de la mano. Ella se arrodilló en la cama. Él le acarició el cabello, la besó apasionadamente y le quitó el camisón. Cuando la prenda cayó, Sergei capturó los pechos de Alissa con las manos y, a continuación, le lamió los pezones hasta que ella sintió un calor intenso entre las piernas y soltó un gemido.

– No puedo dejar de desearte -murmuró él.

Sergei pasó los dedos sobre los rizos dorados de su pubis y frotó suavemente su clítoris antes de aventurarse dentro de ella.

Alisa contuvo la respiración, tan ansiosa de caricias como si su primer encuentro no se hubiera producido. Separó las piernas y se aferró a sus hombros para apoyarse hasta que él la alzó en vilo, la apoyó en el cabecero de la cama y cubrió de besos su cuerpo.

– Quiero hacerte el amor como debí hacértelo esta tarde -anunció-. Quiero volverte loca de placer.

Sergei la tentó con la lengua y los dedos en su sexo hasta que ella empezó a temblar. Alissa se seguía sintiendo culpable, pero aquello no tenía nada que ver ni con lo correcto ni con lo incorrecto: era simplemente maravilloso, y sabía que Sergei no se había aprovechado de ella ni la primera vez ni entonces: hacía lo que ella también quería hacer.

Al cabo de unos minutos, cuando ya no podía más, Sergei se puso un preservativo y la penetró. Estaba tan excitada que alcanzó un orgasmo violento al sentir el contacto. Sus convulsiones estuvieron a punto de provocar que él también llegara al clímax, pero se contuvo, le levantó las piernas y empezó a moverse con más y más fuerza.

Alissa tuvo un segundo orgasmo, que estalló en su interior como unos fuegos artificiales. Cuando terminaron, estaba tan cansada que pensó que no podría volver a moverse. Se sentía completamente satisfecha.

Sergei se tumbó a su lado y la abrazó, cubierto de sudor.

– Eres tan apasionada, angil moy… -dijo, mirándola fijamente con sus ojos dorados-. Te deseo tanto que estoy considerando la posibilidad de no dejarte salir nunca más de esta cama.

Alissa no encontró fuerzas para cambiar de posición, así que se contentó con besar todas las partes de Sergei que tenía a mano.

– Yelena me ha contado que estás deprimida por el divorcio de tus padres -murmuró él-. Es una verdadera locura.

Alissa se puso tensa.

– ¿Por qué te parece una locura?

– Porque has vivido veinte años en una familia feliz -respondió-. Deberías apreciar la suerte que tuviste.

Alissa parpadeó.

– Qué sabrás tú de eso -dijo, enfadada.

– Bastante más de lo que imaginas. Mi padre se pasaba la vida entrando y saliendo de la cárcel porque se dedicaba a robar coches; era un ladrón bastante estúpido. Y en cuanto a mi madre, se emborrachaba tanto que debía acostarla yo mismo cuando llegaba a casa.

Ella no supo qué decir, pero él siguió hablando.

– A mi padre lo mataron a tiros en plena calle, porque cometió el error de robar el coche de un gánster local. Y mi madre falleció un año después, cuando su hígado dejó de funcionar.

Alissa lo miró con tristeza.

– ¿Qué edad tenías entonces?

Sergei respondió con calma absoluta, como si no sintiera nada al respecto; casi como si estuviera hablando de otra persona.

– Trece. Yelena insistió en que fuera a vivir con ella… éramos unos desconocidos cuando llegué, porque además de ladrón, mi padre también era un mal hijo -le explicó, mirándola a los ojos-. Yelena es la única familia que he tenido, pero me temo que le puse las cosas muy difíciles. En aquella época, yo era un chico verdaderamente rebelde.

Alissa le acarició los labios y dijo:

– Me lo imagino.

Sergei rió.

– No, no te lo imaginas. Hemos crecido en mundos muy distintos. El tuyo era agradable y seguro, un hogar típico de clase media: seguro que tus padres te daban todo lo que les pedías.

– ¡En absoluto! -protestó.

– ¿Ah, no? Dime una cosa que no consiguieras -la desafió.

Sergei se preguntó por qué estaría charlando con ella. Nunca charlaba con sus amantes después de hacer el amor.

– Me enamoré de un chico que era el novio de otra persona -respondió, ofendida por la insinuación de que había sido una niña mimada-. Lo superé al cabo de un tiempo, pero lo pasé muy mal.

– ¿No intentaste conquistarlo?

Ella lo miró con horror.

– De ninguna manera. Era el novio de mi hermana.

– Si no estabas dispuesta a luchar por él, es que no te gustaba tanto como dices, milaya moya -afirmó.

Alissa sacudió la cabeza.

– Por si no lo recuerdas, Sergei, hay cosas más importantes que un capricho. Por ejemplo, la lealtad.

– Me pregunto si nuestro hijo saldrá a ti -declaró él, de repente-. Yo soy bastante frío cuando se trata de proteger mis intereses… espero que herede uno o dos genes de ti. Pero no más, porque si fueran demasiados, me temo que no podría sobrevivir en mi mundo.

Alissa lo miró con desconcierto.

– ¿Nuestro hijo? ¿De qué estás hablando?

Sergei frunció el ceño y dejó de abrazarla.

– Si se trata de una broma, no tiene gracia.

– ¿Una broma? ¿Por qué iba a bromear? -preguntó ella-. Acepté casarme contigo, pero…

– Aceptaste casarle conmigo y tener un hijo conmigo. Lo sabes perfectamente -dijo él con impaciencia-. Pero si estás de acuerdo con eso, y no veo por qué ibas a estar en desacuerdo, estaría dispuesto a extender uno o dos meses la duración de nuestro contrato.

Alissa no podía creer lo que estaba oyendo: pero sobre todo, no podía creer que su hermana hubiera firmado un contrato en esas condiciones y no le hubiera dicho nada en absoluto.

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